lunes, 7 de febrero de 2022

"De niña tuve que aprender a quejarme", la historia de una joven llamada Luda sobre la disociación

Marga, madre de una joven adoptada, tras leer el artículo sobre el último libro de Sandra Baita, “Eso no me pasa a mí”, me ha enviado esta entrevista que el portal NIUS le ha hecho a su hija donde este relata su experiencia disociativa, en la que su mente se desconectó de su cuerpo hasta tal punto que no sentía dolor. Ella misma relata que el trauma de abandono en el orfanato de Siberia, iniciado a edad temprana y presente durante varios años, generó esta disociación permanente para sobrevivir. 

Bowlby (2014) el creador de la teoría del apego lo expresó así: «un niño de 1;3 a 2;6 años de edad, con una relación materna razonablemente segura y que no haya sido previamente apartado de ella, mostrará por lo general una secuencia predecible de comportamientos. Tal secuencia se puede dividir en tres fases, de acuerdo con la actitud que predomine con respecto a la madre. Las hemos definido como fases de protesta, desesperación y de apartamiento (desapego). Al principio solicita llorando y furioso, que vuelva su madre y parece esperar que tendrá éxito su petición. Esta es la fase de protesta, que puede persistir durante varios días. Más adelante se tranquiliza, pero para una mirada avezada resulta evidente que se halla tan preocupado como antes por la ausencia materna y que sigue anhelando que vuelva; pero sus esperanzas se han marchitado y se halla en la fase de desesperación. Con frecuencia alternan ambas fases: la esperanza se torna en desesperación, y esta en renovada esperanza. Sin embargo, finalmente tiene lugar un cambio más importante. El niño parece olvidar a su madre, de modo que cuando vuelve a buscarle se muestra curiosamente desinteresado por ella e incluso puede aparentar que no la reconoce. Esta es la tercera fase, la de desapego. En cada una de estas fases, el niño incurre fácilmente en rabietas y episodios de comportamiento destructivo que con frecuencia son de una inquietante violencia».

«Cuando no ha sido visitado —prosigue Bowlby (2014) — durante unas cuantas semanas o meses, habiendo alcanzado de este modo los primeros estadios del desapego, es posible que su ausencia de respuestas persista entre una hora y un día o más. Cuando cede por fin dicho estado, se pone de manifiesto la intensa ambivalencia de sentimientos hacia su madre […]. Sin embargo, si ha permanecido apartada [la madre] de su hijo durante un periodo de más de 6 meses o cuando las separaciones han sido repetidas, de modo que el niño haya llegado a un avanzado estadio de desapego, existe el riesgo de que siga apartado afectivamente de sus padres de un modo continuado y no recupere ya jamás el cariño por ellos».

Foto: eresmama.com


Bowlby describió estas fases en bebés que ya tenían un apego formado con sus madres, pero el caso de la joven que presentamos hoy, Luda Merino, en un orfanato desde que nació, seguramente trataría de apegarse a la figura adulta que allí estuviera, por poco tiempo que le pudiera dedicar entre tanto bebé. Al no acudir, Luda entraría en estas fases para llegar finalmente a desconectarse hasta de su propio cuerpo para no sufrir este abandono en sus carnes, para no sentir el dolor (los niños sienten el dolor emocional en el cuerpo) Afortunadamente, este riesgo del que hablaba Bowlby no ha sido su caso y ha conseguido, con los años y un entorno de apoyo y afectivo, que esta desconexión al dejar de ser útil para la supervivencia, desaparezca. 

Su historia nos entrega el realismo de la esperanza, del cual suele hablar Jorge Barudy. Los procesos de resiliencia, de asumir las cicatrices y aprender a vivir con ellas, y de generar nuevos recursos (nuevas redes neurales) son largos en el tiempo, pero puede conseguirse retomar un buen desarrollo. Y esta historia de Luda Merino que transcribo del portal NIUS nos lo demuestra. Para todos y todas los padres, madres y familias que seguís el blog, Luda Merino os insuflará esperanza y convicción de que el trabajo reparador puede dar sus frutos. 

Os dejo con la historia de Luda Merino y agradezco a Marga, su madre, que me la haya hecho llegar.

Luda Merino, la joven que conmueve con su historia sobre la disociación del dolor: “De niña tuve que aprender a quejarme”
Una entrevista de Aldara Martitegui


La historia de Luda Merino es una de esas que tocan el alma. La primera prueba de ello es que el hilo que publicó en Twitter sobre la disociación del dolor que sufrió hasta los 15 años, ha arrasado en esta red social. En pocos días, Luda ha pasado de tener 1.700 seguidores a tener casi 6.700: “Se me ha ido de las manos completamente”, comenta esta joven de 20 años en una entrevista telefónica. “Lo gracioso del hilo ese es que yo empecé a contarlo como una anécdota, no lo conté como si quisiera confesar o reconocer algo que es superpersonal…esto lo conté más como una curiosidad para mis pocos seguidores y se me fue completamente de las manos”.

Lo que cuenta Luda en ese hilo es que una de las consecuencias de haber pasado los primeros tres años de su vida en un orfanato de Siberia, le hizo desarrollar la capacidad de no sentir dolor. No hablamos de una simple inhibición emocional, no, hablamos del bloqueo completo de las sensaciones físicas. Luda no sentía absolutamente nada.

Luda recuerda que ya en Madrid, su madre adoptiva tenía que hacerle todas las noches antes del baño un chequeo completo del cuerpo por si tenía algún golpe serio.

“La disociación del dolor surgió por el orfanato en sí, por la falta de atención y no más, explica Luda, hay muchos niños que sí que sienten, pero no lloran. Digamos que la siguiente fase es ya no sentir, y ocurre cuando eso se prolonga. Primero, dejas de llorar porque ves que no te vale para nada y luego, cuando eso se mantiene mucho tiempo -que en mi caso tiene pinta de que fue así- es cuando dejas de sentir. Y yo dejé de sentir un montón de cosas, no solo el dolor; me acuerdo de que tampoco sentía frío, tampoco sentía fatiga... por ejemplo, estaba corriendo y podía estar corriendo mucho tiempo antes de cansarme”.

En su familia española se llegó a interiorizar el tema sin darle demasiada importancia: “qué fuerte es esta niña” solían decir.

Foto de Luda Merino (Foto: niusdiario.es)


Qué es la disociación del dolor

La disociación en general, explica la psiquiatra Marina Díaz Marsá, Jefa de la Unidad de TCA en el Hospital Clínico San Carlos y presidenta de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid, “es un mecanismo que desconecta la mente de la realidad cuando nos encontramos ante situaciones límite o que sobrepasan nuestros recursos psicológicos de afrontamiento. Es como una especie de distancia de seguridad que reduce el impacto emocional, la tensión o el miedo. Este mecanismo se inicia de manera instintiva e inconsciente cuando el individuo entiende que no hay salida o que enfrentarse a eso que le ha causado tanto dolor le es muy difícil”.

La disociación del dolor es algo parecido, puntualiza: “si yo he acostumbrado a mi cerebro a que si tengo una determinada necesidad -tal como el dolor- nadie la va a cubrir, pues yo me disocio también de ese dolor físico para impedir sentir algo que es muy doloroso. Y hago como que no existe”.

Es un mecanismo muy habitual en niños como Luda que pasaron incluso varios años de su infancia en un orfanato, porque, explica Díaz Marsá, “cuando uno tiene dolor, a lo que aspira es a que alguien le palíe ese dolor y le arrope. Si nadie viene a paliar ese dolor, pues entonces, el cerebro desconecta de una situación a la que no puede enfrentarse porque no sirve de nada sentir ese dolor porque nadie va a venir en tu ayuda, con lo cual desconectas. Es verdad que es un dolor físico, pero va muy asociado al dolor emocional porque cuando alguien tiene un dolor físico, no es solo un dolor físico, también tienes una respuesta emocional a ese dolor físico. Lo que esta persona siente es que ante ese dolor físico nadie viene en su ayuda, por lo tanto, es un dolor físico pero que se asocia también a la situación emocional de abandono o de no respuesta del entorno ante esa situación en que el individuo necesita ayuda”.

La disociación nunca es un mecanismo adaptativo, es un mecanismo que el cerebro utiliza, pero es anómalo porque desconecta al individuo de su realidad (Marina Díaz Marsá, psiquiatra)

Lo que se produjo en el caso de Luda, es probablemente “una desconexión o disociación total, no solo de lo físico, sino también de lo emocional: como si no esperara que nadie pudiera ayudarla en esa situación de dolor, estrés o sufrimiento”, recalca la psiquiatra.

Es habitual pensar que esa capacidad de no sentir dolor ni emocional ni físico es un mecanismo que ayuda de alguna manera a la persona a adaptarse mejor a su entorno, en definitiva, que es algo bueno porque hace a la persona más resistente... pero Díaz Marsá insiste en que la disociación nunca es adaptativa: “Es un mecanismo neurológico que se produce de forma reactiva a una situación de no respuesta de la demanda de un individuo que sufre, pero nunca es adaptativo porque siempre va a tener consecuencias negativas (…) La disociación nunca es un mecanismo adaptativo, es un mecanismo que el cerebro utiliza, pero es anómalo porque desconecta al individuo de su realidad. Igual que es anómalo desconectarse de las emociones y transformarlas por ejemplo en alteraciones físicas que luego van a tener repercusiones, también es anómalo no sentir dolor porque uno, por ejemplo, si se cae, tiene que sentir que tiene una herida y por tanto va a mirarse y ver qué necesita”.

Foto: lamenteesmaravillosa.com


¿Cuándo remite la disociación del dolor?

A sus 20 años, Luda ya no tiene esa capacidad de disociación del dolor. Pero ¿cómo desapareció? Ella tiene su propia explicación: “Creo que eso de la disociación del dolor se desarrolló en una época del orfanato y luego, como ya no lo necesitaba, pues desapareció”.

En el caso de Luda la disociación del dolor desapareció muy poco a poco y no completamente: “Aún tengo resquicios de eso, como que aguanto muy bien el dolor o como que lo puedo minimizar un poco, pero el bloqueo como tal, ya desapareció solo. Ni yo ni nadie hizo nada para que desapareciera”.

Recuerda Luda que primero empezó a darse cuenta de que el bloqueo del dolor podía hacerlo a conciencia, de manera intencionada. Tenía 12 años, estaba en el patio del colegio y fue a dar una patada a un balón, pero su tibia se topó con la barra de una canasta: “Esa ya era la época en la que me dolía un poco primero y luego me quedaba así como mirando a la nada y bajaba el dolor. Yo no sé cómo lo hacía, pero sí que lo hacía a conciencia, porque yo quería. Me quedaba así, mirando a la nada y luego ya empezaba a caminar como si nada. Y claro, al día siguiente, tenía un bulto en la espinilla que no era medio normal. Es que tuve varias fases, al principio era que ni lo sentía y luego fue una época en la que al principio me dolía, pero yo era capaz de bloquearlo, es una época en la que lo hacía yo conscientemente, a voluntad, pero honestamente... no sé ni como lo hacía”.

También recuerda muy bien el momento en que empezó a aprender a quejarse: “Hubo una época, cuando ya estaba empezando a dolerme que -cuando no era nada que doliera mucho- no lo bloqueaba porque era absurdo y entonces me acuerdo de esa época que me pegaba el golpe y cinco segundos después me quejaba, porque estaba aprendiendo a quejarme… es algo gracioso…los niños aprenden a no quejarse, pues yo, de niña, tuve que aprender a quejarme…en estos casos no lo bloqueaba, solo lo hacía cuando me pasaba algo muy grave”.

Aun así, con el tiempo, Luda terminó por dejar de bloquear también el dolor intenso. Tendría unos 14 años cuando dejó de hacerlo completamente…y a partir de entonces, parece que todo el proceso empezó a revertir. Algo empezó a desatascarse. Aparte de dolor físico, Luda empezó a sentir cosas que no había sentido jamás.

A los 14 años llegaron sus primeras lágrimas “Recuerdo la primera vez que lloré con una peli. La típica peli de la Uno o de la Dos que iba sobre adopciones además y salió el tema… ¡que además estaba fatal tratado!, me acuerdo perfectamente. Y me acuerdo de que me puse a llorar y me sentí idiota y pensé, pero ¿qué hago yo llorando por esto?”.

Cómo desaparece la disociación del dolor

La disociación del dolor que tenía Luda empezó a revertir de manera espontánea pero lenta, cuando su contexto cambió; cuando pasó de un entorno como el del orfanato en el que nadie atendía sus demandas a un entorno más seguro en el que sí eran atendidas.

Esa es la manera en la que poco a poco suele extinguirse ese mecanismo neurológico, como explica Marina Díaz Marsá: “Cuando poco a poco estás en un medio que te sustenta, que responde a tus necesidades, que te cuida, pues poco a poco vas entendiendo que el entorno va a responder a tus necesidades, por lo tanto este mecanismo que ha utilizado tu cerebro ante la situación en la que nadie va a poder ofrecerte ayuda, pues se va bloqueando porque poco a poco eres cuidado, poco a poco vas estableciendo vínculos con las personas, poco a poco te vas sintiendo seguro. Por lo tanto, eso desparece porque el individuo, el cerebro, entiende que en ese nuevo contexto, si hay una demanda o una necesidad, va a haber unas personas que acudan ante esa situación, por lo tanto se va a ir desbloqueando con el paso del tiempo”.

Por qué es importante contar la historia de Luda

Lo que Luda pensó que iba a ser una simple anécdota contada en Twitter, ha desatado una ola de comentarios en esta red social. Su historia se he hecho viral porque ha resonado en muchas personas: “Con este hilo me están viniendo madres y padres de chavales de 16 y 17 años sobre todo, a los que saco tres años, diciéndome que a sus hijos les pasa lo mismo en el colegio o que eso mismo justo les pasaba mucho cuando eran niños”.

De hecho, esta no es la primera vez que Luda cuenta su historia públicamente. Ha participado en algunos programas de televisión en los que ha hablado sobre adopción y trauma infantil.

“Me acuerdo que una de las cosas que más me impactó, explica Luda, fue la primera vez que fui a la televisión... que luego, me contactó un tío al que no le importó que hablara a la gente sobre él...así que te digo su nombre, se llama Bruno, es muy majo. Me contó muchas cosas, entre ellas que había tenido hasta intentos de suicidio el pobre y me contó que se había puesto a llorar cuando conté el tema del dolor, porque él, literalmente, todavía lo tiene…tiene treinta y pico años y todavía lo tiene, es capaz de no sentir dolor (…) y cuando él me lo comentaba y le preguntaba, ¿a que estabas como perdido? porque te quedabas con la mirada como perdida y me decía ¡ay pues sí! ¡Es que yo también lo tuve! y sé perfectamente la sensación de cuando estás en ese estado…y me dijo que le había salvado la vida, me dijo que iba a intentar quitarse la vida por tercera vez y que no lo hizo por verme en el programa. Y yo me quedé supertocada”.

La necesidad de más referentes para niños adoptados

Luda se quedó supertocada y con el runrún de dedicar más esfuerzo y tiempo a divulgar sobre este tema: el de las dificultades y problemáticas que rodean a los niños adoptados. “Es que cuando yo era pequeña, nunca tuve un referente. Todas las personas que me hablaban eran adultas, de a lo mejor 50 años, con las que no me sentía identificada porque eran experiencias diferentes y nadie realmente me contaba eso de: oye, yo he tenido literalmente las mismas experiencias que tú (…) Pienso que ojalá a mí alguien me hubiera hablado de esto desde mi propia perspectiva. Porque que yo llegaba a casa y le decía a mi madre: mamá tú no lo entiendes. Y ella me decía: sí, sí lo entiendo. Y yo decía: no, tú te podrás compadecer, pero no entiendes lo que estoy sintiendo en este preciso momento…me pasaba mucho eso con mi madre y todo el mundo. Entonces, ahora creo que puedo estar generando la sensación en otros de que por fin a lo mejor encuentro a alguien que tiene literalmente lo mismo que yo y que cuando me dice: lo entiendo, es realmente lo entiendo, sé por lo que estás pasando y yo sentía lo mismo”.

Luda ha conseguido poner en la agenda un tema muy importante al que según ella se le presta poca atención. De hecho, insiste en que hay demasiados libros para padres adoptivos, pero poca información dirigida a esos niños que son adoptados, a que ellos mismos se comprendan y entiendan cómo les puede afectar el hecho de haber sido dados en adopción.

Luda también se queja de la falta de información y de formación de muchos profesores que, en su caso, no supieron gestionar la situación de acoso escolar que sufrió. Los profesores no sabían cómo tratar esa sensación de soledad que Luda sentía de niña en el colegio y el rechazo de sus compañeros cuando ella lo único que quería era ser aceptada: “Los profesores estaban como pedidos”, puntualiza. “De haber habido más información entre los profesores, a lo mejor me podría haber ahorrado un montón de problemas”.


REFERENCIAS


Bowlby, J. (2014). Vínculos afectivos: Formación, desarrollo y pérdida. Madrid: Morata.

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