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martes, 19 de diciembre de 2023

Experiencias adversas en la infancia en la era de internet, inteligencia artificial y macrodatos (II): perpetración y victimización de ciberviolencia, por Iciar García Varona, doctora en psicología y traumaterapeuta sistémica


Experiencias adversas en la infancia en la era de internet, inteligencia artificial y macrodatos (II):
 perpetración y victimización de ciberviolencia

Un artículo de:
Iciar García Varona
Doctora en psicología

Iciar García Varona

El uso de las redes sociales, el teléfono móvil y todo lo que abarca el uso de Internet, se ha expandido y generalizado en nuestras sociedades, lo que, si bien ha abierto un campo de posibilidades en cuanto a la comunicación, relación y acceso al conocimiento, también ha creado un extenso campo para el ejercicio de una nueva forma de violencia hasta ahora poco conocida: la ciberviolencia. Esta entrada abrupta a nuevos mundos virtuales requiere también de nuevas formas de abordaje, entendimiento y reflexión. 

Al igual que hemos ido adaptándonos (o sobreadpatándonos) al uso de Internet casi a un ritmo autómatico, comandado por el nuevo e imponente requerimiento social, se torna necesario el entendimiento de estas nuevas formulaciones, dedicando espacios de cuestionamiento y reflexión para su mejor abordaje. Esta es la pretensión de esta entrada en el blog: ahondar en las causas fundamentales de estos nuevos tipos de violencia, así como en sus consecuencias. 

Con el fin de situar al lector de la mejor manera posible ante la realidad que vamos a abordar en el presente artículo, voy a tratar de centrar la conceptualización de lo que la literatura ha ido recogiendo como términos que, aun estando relacionados por tener características comunes, no alude exactamente a los mismos fenómenos. 

Haremos referencia específicamente a acontecimientos como son el ciberacoso, la ciberviolencia y la ciberviolencia de pareja. Aunque son fenómenos que se superponen y aparecen como sinónimos dado que no parecen encontrarse dentro de un consenso terminológico en la literatura, diferenciaré dos formas de violencia a través de Internet que en distintas revisiones bibliográficas aparecen directamente relacionadas con la experiencia temprana de adversidad, tanto en perpetradores como en víctimas.

La Ciberviolencia (CV) hace referencia a un concepto amplio que podría dar contenido a los otros dos términos referidos, dado que alude a toda acción que se realiza en medios digitales con la intención de hacer daño o causar sufrimiento. Por lo general, se lleva a cabo mediante aplicaciones de mensajería instantánea, redes sociales, foros o salas de chat por Internet, correo electrónico o comunidades de juego. Dentro de ésta encontramos el Ciberacoso (CA) o Ciberbulling (CB) que se ha definido como “un conjunto de comportamientos realizados a través de medios electrónicos o digitales por un individuo o grupo de individuos que comunican de forma repetida mensajes hostiles o agresivos con la intención de causar daños o malestar en los otros” (Zych et al., 2018. pág 1).

La Ciberviolencia en la Pareja (CVP) se entiende como cualquier acto que conlleve difamar, insultar, intimidar, presionar o controlar al otro miembro de la pareja a través de los medios electrónicos (Donoso y Rebollo, 2018).)

Podríamos decir que bajo la conceptualización de CV subyacen los términos afines de CB y CVP, pero con la necesidad de atender a las características especiales de cada uno. Así el CB se manifiesta en forma de hostigamiento, invasión de la privacidad, robo de identidad, denigración o exclusión social (Willard, 2007). En cuanto a la CVP, este tipo de violencia se manifiesta en torno a conductas como el control del comportamiento y de las interacciones que las personas realizan en Internet, a través de las redes sociales o el móvil, mediante el uso de contraseñas y claves personales de los miembros de la pareja, lo que puede darse sin consentimiento (Backe et al., 2018; Flach y Deslandes, 2017); por otra, recurriendo a amenazas, humillaciones, y comportamientos denigrantes, con la intención de causar angustia y aislamiento (Buesa y Calvete, 2011).

Si bien el hostigamiento y la reiteración suelen ser características especiales de este tipo del CB, que además posee la característica de poder ser perpetrada por un grupo de personas o por una sola, el control y la violación de la intimidad podrían formar parte de las principales características de la CVP. Los rasgos comunes atribuibles a las distintas formas tendrían que ver con aspectos propios del ejercicio de violencia como el daño, el abuso de poder y la intencionalidad.




Victimación y perpetración de violencia y su relación con la experiencia temprana de adversidad

La teoría del apego (Bolwy, 1967, 1973, 1980) ya indicaba cómo las relaciones entre el cuidador y el niño proporcionan una base crucial para las interacciones sociales. A su vez, varios estudios profundizaron en cómo se producen ciertos mecanismos que fomentarían continuidades entre las experiencias tempranas de cuidado y las interacciones posteriores de los individuos con sus compañeros de la infancia, sus parejas románticas y sus propios hijos (Cicchetti et al., 1992; Cowan et al., 1996). Los patrones de violencia y victimización, tienden a ser revividos en relaciones extrafamiliares (Dodge et al., 1990; Zeanah y Zeanah, 1989) en lo que se ha denominado tradicionalmente como “ciclo de la violencia”. Así, la literatura advierte de que adultos que fueron maltratados cuando eran niños tienen más probabilidades de maltratar a sus cónyuges y abusar de sus propios hijos y ser victimizados por sus parejas íntimas (Browne y Finkelhor, 1986; Dutton et al., 1995). 

En sus difíciles relaciones con los padres, por ejemplo, los niños maltratados pueden llegar a esperar que la coerción, la violencia y la explotación sean fundamentales para todas las relaciones (Cicchetti y Lynch, 1995). Estas internalizaciones probablemente influirían en las percepciones de los niños maltratados sobre nuevas interacciones y guiarían sus respuestas conductuales a lo largo de distintos roles sociales (Bretherton, 1990; Greenberg, Speltz y DeKlyen, 1993; Sroufe y Fleeson, 1986). Para protegerse de lo que esperan que sea una amenaza social generalizada, por ejemplo, los niños maltratados pueden ser agresivos y dominantes en nuevas interacciones, o pueden parecer demasiado sumisos para apaciguar a los demás. Estos comportamientos pueden ponerlos en riesgo de ser agresores o víctimas respectivamente.

Esta continuidad relacional se ha atribuido a las actitudes y expectativas que los individuos mantienen a partir de las experiencias de cuidado (Main, et al., 1985; Sroufe y Fleeson, 1986, 1988). Las relaciones tempranas adversas y disfuncionales pueden conllevar que los niños que las hayan padecido generen una serie de expectativas sobre sus relaciones con los demás que se estén basadas en los mismos criterios que guiaron sus experiencias tempranas de relación, es decir, podría establecerse la creencia de que la coerción, la violencia, la explotación o el abandono sean necesarias para todas las relaciones presentes o futuras que estos niños vayan a establecer (Ciccetti y Lynch, 1995). 

De esta manera, el niño se ha de proteger de lo que es esperable que sea una amenaza, es decir, que cualquier escenario social (que por su experiencia temprana de adversidad es percibido como una amenaza) requiera de respuestas como las que fueron necesariamente desplegadas en sus relaciones de cuidado, y que pueden oscilar desde la agresión y la dominación a la sumisión y el congraciamiento (con el fin de apaciguar a los demás). Ambos comportamientos colocan a estos niños y jóvenes en grave riesgo de perpetración o victimización. Desplegar una u otra respuesta dependerá de componentes, biológicos, contextuales y del tipo de adversidad o tipo de adversidades tempranas experimentadas; sin obviar el objetivo de supervivencia en un esfuerzo de mantener la seguridad dentro de sus hogares violentos, caóticos o disfuncionales (Cicchetti y Thoht, 1995; Crittenden y Di Lalla,1988). 

Las emociones desempeñan un papel central en la organización del comportamiento social como ya advertía Kobak (1999) entre otros. Parece evidente, tras lo ya expuesto, que los niños y jóvenes que han vivido este tipo de experiencias tempranas esperen ser victimizados en sus nuevas relaciones sociales y afectivas y, por lo tanto, pueden reaccionar antes nuevos escenarios con hiperactivación y miedo entre otras emociones salientes. Esta misma experiencia temprana de adversidad dificulta al niño su capacidad de regular esta ansiedad y temor ante los nuevos escenarios relacionales. Así, encontramos niños y jóvenes con una marcada distancia emocional (agresores), que sugiere algunos déficits regulatorios fundamentales que les permitirían promover prácticas coercitivas. Los niños y jóvenes que manipulan y explotan a otros parecen experimentar un patrón distintivo de déficits y restricciones emocionales, como la ausencia de culpa y/o remordimiento y manifestaciones afectivas contextualmente inapropiadas, que puede promover y mantener la violencia interpersonal crónica y la explotación (Cohen y Strayer, 1996; Wootton et al., 1997).

La respuesta ansiógena también podría contribuir a un riesgo de victimización (Olweus, 1993). Estudios como los de Rosgosch et al (1995) explican cómo la excitación y vigilancia que puede será adaptativa en sus hogares, convierte a estos niños y jóvenes en potenciales víctimas de violencia con iguales. La forma de regular el miedo, la culpa y la vergüenza puede conllevar reacciones sumisas, retraídas y no asertivas que parecen favorecer la aparición de riesgo de acoso por los iguales (Schwartz, 2000), al igual que ocurriría en el caso de las parejas, en las que el tipo de complacencia y sumisión al dominio podrían ser factores de riesgo para victimización en violencia de pareja. Podríamos encontrarnos ante posturas de sobreadaptación al trauma, que se hacen extensivas en otros contextos relacionales de los niños y jóvenes.

La ciencia psicológica especifica que estas representaciones negativas de uno mismo, de los demás y de las relaciones transmiten patrones sociales desadaptativos a través de relaciones y de generaciones. La neurociencia ha avalado este tipo de perfiles neuropsicológicos, explicando cómo las consecuencias cerebrales del maltrato asientan las bases de estos funcionamientos psicológicos. Davis et al., (2015) señalan, entre otras, a la regulación emocional y a las dificultades en la cognición social como consecuencias de la cascada de acontecimientos que marca la configuración cerebral de los niños y jóvenes que se desarrollaron en entornos adversos. Las dificultades de regulación emocional tienen su origen en la irritabilidad límbica fruto de la hiperexcitabilidad amigdalina, así como la desregulación alostática a largo plazo del eje fisiológico del estrés (Mesa- Gresa y Moya- Albiol,2011).

Ciberviolencia

A día de hoy encontramos que el uso que se hace de las redes y de los dispositivos móviles en niños y jóvenes, fundamentalmente en los adolescentes, tiene que ver con un uso relacional. El 47% de los jóvenes reconoce que ha sufrido situaciones desagradables den el uso de redes (López y Galán, 2012). Entre el 38% y 1l.18% de menores con móvil, indicaban haberse sentido acosados sexualmente a través de este medio (García y Moreno, 2006). Estudios como el de Korchmaros et al. (2013) indican que entre un 12% y un 17% de jóvenes reconocían que habían cometido algún tipo de abuso a través de Internet.

Los mayores riesgos parecen estar asociados a la proliferación de información gráfica de tipo personal que ha sido publicada por ellos mismos o por terceros, con comentarios de naturaleza injuriosa (Marín et al. 2016). 

El acoso y el ciberacoso son dos constructos relacionados (Baldry et al. 2021), tanto por sus características comunes como por el hecho de que los acosadores escolares tienen más probabilidad de convertirse en ciberacosadores (Zslia et al., 2018). Además, en ambos casos parece existir una fuerte correlación con la experiencia temprana de adversidad entre víctimas y perpetradores, como hemos podido ver en párrafos anteriores.

A pesar de la estrecha relación entre ambos fenómenos es más peligroso el CB que el acoso tradicional por dos causas fundamentales. En primer lugar, los perpetradores tienen la capacidad de ocultar su verdadera identidad, lo que facilita su perpetración y dificulta a la víctima la identificación de sus agresores. En segundo lugar, el daño potencial de un único acto (como el envío de una foto con contenido privado) podría convertirse en un ciclo interminable de acoso, dada la rápida viralización con procura el uso de Internet. Es decir, con muy poco, con una única acción, se puede extender la victimización a muchos lugares y a lo largo del mucho tiempo, lo que confiere a este tipo de violencia un elevado potencial traumático para la víctima.

La prevalencia de este tipo de prácticas es muy elevada. El CB puede ser experimentado por entre el 20% y el 40% de los jóvenes (Tokunaga, 2010), lo que confiere a esta problemática de un importante interés tanto por su elevada presencia en nuestras comunidades como por la gravedad de las consecuencias para las víctimas. 

La depresión, ansiedad, angustia, tristeza, estrés, baja autoestima y los pensamientos suicidas son algunas de las consecuencias del CB (Kowalski et al. 2014; Zalaquet y Chatters 2014; Zsila et al. 2017).

Estudios como el de Miller et al (2023) apuntaban a que la victimización por acoso y ciberacoso eran calificados por las víctimas como un evento tan negativo y angustiante como otras ACE (Adversity Child Experiences) experimentadas (maltrato físico, abuso sexual, violencia de género…); por lo que este tipo de victimizaciones, dado su potencial traumático, debe considerarse como una ACE más tanto en sus consideraciones científicas, de investigación y de tratamiento por su importancia en lo referente a la acumulación traumática y del daño en las víctimas.



Igualmente encontramos que las redes sociales y los dispositivos móviles se han convertido en un medio para el control y para el ejercicio de prácticas abusivas dentro del núcleo de la pareja. Durante la adolescencia, los datos obtenidos en el estudio de Montilla et al. (2016) señalaban que las principales conductas relacionadas con la violencia de pareja tenían que ver con el intercambio de contraseñas, uso no permitido de material gráfico íntimo, usurpación de claves de correo electrónico, control de amistades en redes sociales y amenazar con la publicación de material no autorizado. La ciberviolencia parece estar relacionada con la dependencia emocional y con la inseguridad en el apego (De los Reyes et al., 2020). Así parece que la dependencia emocional se configura como una variable predictora de ciberviolencia. La dependencia emocional es entendida como una tendencia a la responder a necesidades de afecto insatisfechas a través de otras personas (Castelló, 2000). El miedo a la soledad, necesidad de aprobación y subordinación son rasgos definitorios de la dependencia emocional. Estas necesidades pueden ser atendidas mediante un uso desmesurado del dispositivo móvil con una finalidad de proximidad y control sobre el otro (Morey et al., 2013). 

Desde la teoría del apego y desde el miedo al abandono que manifiestan las personas con apego inseguro (Milkulincer y Shaver, 2011) también se pueden encontrar relaciones con este fenómeno. Estudios como el Reed et al. (2016) apuntan de que un apego ansioso puede estar relacionado con la ciberperpetración de violencia tanto en hombres como en mujeres.

Conclusiones

Para concluir sería interesante reseñar cómo a aspectos relativos a la desregulación emocional y al apego deficiente son aspectos importantes para el abordaje de las causas explicativas del riesgo de perpetración y victimización de conductas abusivas mediante el uso de Internet. Puede el lector observar cómo estos mismos aspectos fueron reseñados en el artículo anterior sobre adicciones conductuales y uso de Internet en personas víctimas de ACE, lo que nos sitúa ante aspectos fundamentales que habremos de tener en cuenta en la atención a chicos y chicas víctimas de experiencia temprana de adversidad. 

Los problemas de regulación emocional en personas afectadas por trauma temprano están en la base de una gran parte de los problemas de salud física y psicológica de los individuos, en cuanto al tipo de respuesta disfuncional que la apersona emite con finalidad homeostática; por lo que nuestras intervenciones adquirirán sentido en la medida en la que podamos contribuir al reconocimiento y manejo del mundo emocional del individuo desde el establecimiento de relaciones seguras y confiables.

Por su parte, la prevención de la ciberviolencia podría ser tomada en cuenta desde el abordaje de experiencias adversas en la infancia y desde el establecimiento de relaciones de calidad en niños y jóvenes. Este tipo de relaciones seguras y confiables puede proteger a los niños y jóvenes de victimización y/o perpetración de la ciberviolencia.

Los ambientes nutritivos a nivel relacional, emocional y recursivo donde se promuevan conductas prosociales de cooperación, ayuda y cuidados, se tornarán ambientes y contextos donde el ejercicio de violencia apenas tenga cabida y donde este sea innecesario como estrategia de supervivencia.

El uso responsable de Internet pasa por favorecer contextos alternativos de relación, preferiblemente contextos naturales de interacción donde potenciar el apoyo social y la pertenencia, mediante el fomento de comunidades responsables y comprometidas con la sostenibilidad de las relaciones humanas y del medio ambiente. 

Permítame el lector compartir unas líneas sobre una reflexión que me ha acompañado a lo largo de la construcción de este artículo. Me cuestiono si, en ocasiones, las acciones o las elusiones de responsabilidad en el uso de Internet, pueden ser ejercidas desde la banalización y la merma de las actitudes necesarias para afrontar ciertos desafíos de la vida.



Las distancias emocionales que nos facilitan la comunicación mediante dispositivos, las publicaciones meramente expositivas, las sobreexposiciones propias y de otros (especialmente de los niños), los automatismos en publicaciones y viralización de determinados contenidos sin cuestionamientos (que tan propicio se postulan en este tipo de medios con un solo “click”). Tantos ejemplos de un uso distorsionado y perjudicial de la red que nos alejan de la consecución de fines tan necesarios y pertinentes como los que este blog pretende (el buentrato). 

Me pregunto si el propio uso fallido de Internet favorece actitudes relacionadas con el hiperconsumo, el narcisismo, la egolatría, el nihilismo y todos aquellos aspectos que ahondan en la perseverancia por cultivar un mundo desigual, deshumanizado, capitalizado, atomizado en definitiva de todos aquellos valores que nos alejan del buentrato y de sociedades más equitativas y justas

Ante la tesitura de estar en terrenos pantanosos y muy cercanos al existencialismo y a la movilización de los pilares estructuralmente emocionales, de creencias y valores, donde lector y autora nos hayamos podido sentir incómodos, es momento de volver al amparo de la intelectualidad, pero si podemos acompañar esta escritura y posterior lectura de algo de conexión emocional, seguramente estas se tornen mucho más productivas. Intentémoslo.




REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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lunes, 4 de septiembre de 2023

La Revista de Neuroeducación publica un número dedicado a la neurociencia, el trauma, la familia y la escuela elaborado por miembros de la Red apega de profesionales


Recientemente, hemos publicado una serie de artículos en la Revista de Neuroeducación, los cuales comparto en el blog porque creo que os pueden ser de utilidad. 

Un aspecto bien interesante y novedoso que esta revista ofrece es una versión de cada uno de los artículos que publica escrita adaptada en su lenguaje para los más jóvenes. Se llama NEUROMAD. 




En este número hemos participado los siguientes miembros de la RED APEGA de profesionales:


Rafael Benito Moraga

Dolores Rodríguez Domínguez

Conchi Martínez Vázquez

Beatriz Remiro

José Luis Gonzalo


Editorial de la Revista

Es un placer presentar este número especial del Journal of Neuroeducation abriendo su cuarto volumen. Sabemos de la importancia del apego seguro y de los vínculos a lo largo de toda la vida, muy especialmente en la primera infancia. 

A este respecto, este número está dedicado monográficamente a los temas de trauma, apego y resiliencia, así como a sus implicaciones en la familia y en la educación. Queríamos, desde la neuroeducación, acercarnos a estos conceptos clave; por ello, este el motivo por el cual este monográfico nos va a aproximar a ellos y podamos profundizar en su alcance. 

Actualmente, cada vez existe una mayor sensibilidad y reconocimiento de que los acontecimientos que ocurren en la vida de las personas y la calidad de las relaciones juegan un papel clave en el desarrollo humano, y que son fundamentales para el mantenimiento de una óptima salud física y mental, sobre todo en la primera infancia. 

En este número de la revista queremos ahondar en cómo facilitar buenos tratos cuando estos no se dan y producen consecuencias muy negativas para la salud física y mental de los niños. Es un desafío al cual toda la sociedad debe dar respuesta, empezando por el apoyo y la intervención con la familia o los adultos responsables del niño y continuando con la institución escolar, donde las personas menores de edad pasan la mayor parte del tiempo y cuyo potencial reparador es muy alto. Por ello, comienza a hablarse de las escuelas sensibles al trauma, la disciplina positiva, la parentalidad positiva, entre otros. Porque el trabajo conducente a la recuperación de las secuelas que los malos tratos producen en los niños es tarea de todos: si el daño psiconeurológico lo han causado seres humanos, son estos los que tienen el potencial para contrarrestar ese daño mediante el establecimiento de relaciones afectuosas y la creación de contextos psicoeducativos seguros y contenedores. Si todo esto no se produce, podemos llegar a situaciones donde la traumaterapia puede facilitar procesos de cambio, que son el eje principal de este monográfico. 

Los autores de los artículos del monográfico se han formado en un modelo común de evaluación e intervención ante el trauma complejo causado por los malos tratos: el modelo de traumaterapia infantojuvenil sistémica de los autores Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, nuestros maestros. Este modelo se aplica desde hace veinte años y es comprensivo y adaptado al sufrimiento infantil, refrendado por la experiencia de más de 600 profesionales que lo utilizan diariamente. Es un modelo que no solo se aplica en el ámbito de la psicoterapia, sino que se puede y debe implementar en otros contextos psicosocioeducativos mediante la modalidad ecosistémica. Esta modalidad promueve los recursos personales, sociales y educativos que pueden favorecer que un niño mejore su funcionamiento y aumente su bienestar tras haber sufrido diferentes tipos de trauma, como son el abuso físico, emocional, sexual o la negligencia física o afectiva.

Los artículos están presentados en el orden que proponemos a continuación porque siguen la lógica del modelo de la traumaterapia. 

En primer lugar, y dado que se trata de una revista dedicada a la neuroeducación, Rafael Benito, psiquiatra y traumaterapeuta, expone qué ocurre en el cerebro cuando este sufre malos tratos y cómo el trauma produce alteraciones en el funcionamiento e integración cerebrales. Benito también preconiza que la resiliencia es posible porque el cerebro es plástico a lo largo de toda la vida y sensible a intervenciones que, de ser repetidas y reparadoras, producen cambios epigenéticos. 

Acceso gratuito al artículo: click AQUÍ

En el segundo artículo, Dolores Rodríguez, psicóloga y traumaterapeuta, nos transporta al primer escenario fundamental donde los traumas pueden generarse: la familia, y después, en un segundo escenario, la escuela. Rodríguez se centra en el impacto que pueden tener en las familias y, en especial, en los niños y niñas ciertos eventos que pueden ocurrir en la vida cotidiana. Se aborda el concepto de trauma y las consecuencias de sufrirlo en edades tempranas, y de cómo el con-texto familiar y escolar pueden erigirse como potentes antídotos que favorezcan y colaboren en el alivio de sufrimientos inevitables y prevengan traumas infantiles evitables. 

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Seguidamente, Concepción Martínez, psicóloga y traumaterapeuta, nos presenta el modelo de traumaterapia infanto-juvenil sistémica y su aplicación en el ámbito educativo escolar. Este modelo se muestra aquí como un marco comprensivo que ayuda a los docentes a dar respuesta a los niños que, desde la familia, más allá del tiempo que ocurrieron los malos tratos, entran en la escuela. Los docentes encuentran en este modelo, basado en una lógica neurosecuencial y en cómo el cerebro es afectado por el trauma de los malos tratos, una metodología que les permite adaptar su labor educativa a las necesidades de estos niños. 

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En el cuarto artículo, Beatriz Remiro, psicóloga y traumaterapeuta, nos propone una experiencia de aplicación concreta del modelo de traumaterapia infanto-juvenil sistémica en centros de la comunidad de Aragón, donde ella trabaja. En el marco de la orientación educativa en escuelas de educación infantil y primaria se proponen actuaciones para promover la comprensión de las dificultades de convivencia, conducta y aprendizaje; la reflexión sobre las actuaciones que pueden prevenirlas y sobre las que se requieren para intervenir cuando surgen, así como la necesidad de acompañamiento a todos los miembros de la comunidad educativa en estas tareas. En el artículo se muestran experiencias con profesionales de la educación, con familiares y con alumnos y alumnas. 

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Finalmente, José Luis Gonzalo, psicólogo clínico y traumaterapeuta, desarrolla una experiencia de implementación de los principales elementos del modelo de traumaterapia en centros escolares de la provincia de Gipuzkoa durante la época de la pandemia por la covid. Esta revista de neuroeducación no puede permanecer ajena a este trauma colectivo que hemos padecido y cuyas secuelas en la salud mental se están poniendo de manifiesto, sobre todo, en época pospandémica. Es un artículo donde, desde la práctica real, se explica cómo se ha trabajado tanto con los profesores como con los alumnos para que los primeros valoren, apoyen, cuiden y orienten, en colaboración con otros profesionales de la salud mental, los problemas psíquicos que los niños han presentado durante –y también después– de la pandemia, que ha desatado un auténtico tsunami de trastornos y alteraciones psicológicas. Todos los artículos, como es requisito de la revista, se basan en la neurobiología del cerebro en interacción con las relaciones y los contextos sociales y educativos, que modelan y nos hacen ser quienes somos.

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lunes, 25 de mayo de 2020

Introducción al nuevo libro de Rafael Guerrero, psicólogo, "Educar en el vínculo"



Educar en el vínculo

Rafael Guerrero, psicólogo

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Recientemente, ha salido a la venta el nuevo libro del psicólogo Rafael Guerrero, psicólogo. Él me invitó a escribir una introducción al mismo y yo accedí encantado y muy agradecido, pues me entusiasmó su propuesta. Me siento además próximo a los postulados psicoeducativos de mi colega Rafa, los cuales comparto. Pienso que emitimos en la misma frecuencia, y que el trabajo divulgativo (que llegue a las familias y a los profesionales que no conozcan la teoría del apego) es muy importante, clave. Rafael sabe, y además lo estructura, ordena y cuenta muy bien. Por todo ello, su invitación a que arropara su obra ha sido como un regalo para mí.

He planteado la introducción del libro tratando de anunciar y resaltar muchos de los contenidos que Rafael Guerrero aborda en él. A modo de aperitivo, mi intención ha sido despertar vuestro apetito por Educar en el vínculo, pues verdaderamente merece la pena aprender de la mano de Rafa cómo vincularnos sanamente con los niños, favoreciendo su autonomía y fomentando su regulación emocional y autoestima. En este libro lo desarrolla de una manera amena, pero sin perder ni un ápice de rigor científico y aportando sus conocimientos y experiencias en el trato con los niños y las familias.

Os copio la introducción que aparece en el libro para que os hagáis una idea de su contenido y os animéis a haceros con un ejemplar.

Introducción

Recibo como un regalo la petición de mi colega Rafael Guerrero de escribir unas líneas introductorias de su nuevo libro Educar en el vínculo. Usando una metáfora musical, Rafael me ha concedido el honor de ser el telonero de esta completa y atractiva obra que ha escrito sobre el apego y su aplicación a distintos ámbitos del desarrollo, la crianza y la educación.

Hablaré sobre la importancia de los buenos tratos a la infancia y presentaré el vínculo de apego seguro como la primera relación de buenos tratos que necesitamos experimentar las personas, tema central de este libro.

Antes de hablar de los buenos tratos a la infancia, ¿tenemos claro que son los malos tratos? Si hiciéramos una encuesta preguntando qué es maltratar, seguramente la mayoría de los participantes responderían que maltratar es toda acción que conlleve un daño físico y/o psíquico. Muchos de nosotros diríamos que maltratar es cualquier conducta que golpee, pegue, corte, produzca hematomas, lesione, queme, etc.  También mencionaríamos el maltrato psicológico: vejar, humillar, insultar, menospreciar, ofender, zaherir…  Lo más seguro es que, en los resultados de la encuesta, existiese un consenso claro sobre qué es maltratar. Sin embargo, es probable que muchas personas no incluyeran en esta definición dos aspectos que todavía, socialmente, no se consideran maltrato: el abandono y la negligencia emocionales, es decir, experiencias que teniendo que ocurrir en la vida del niño y necesarias para su desarrollo, no suceden (Winnicott, 2009). Y esto, aunque de manera pasiva, también daña. En el abandono emocional, el niño no cuenta con una figura adulta que le acompañe y permanezca involucrada mostrando empatía (una capacidad parental fundamental) y dándole la seguridad que necesita, para que pueda evolucionar desde la dependencia a la autonomía progresiva. En la negligencia afectiva, el niño no recibe todas esas vivencias de contacto afectivo y juego temprano, lo que Trevarthen (2016) ha llamado intersubjetividad: ese mundo privado e íntimo de comunicación sintonizada adulto-bebé donde ambos son una unidad, en cuyo contexto relacional el niño aprende a experimentar que es experimentado y darse cuenta de la existencia de la mente humana, desarrollando así la capacidad de reflexionar sobre la misma. Que un niño reciba esto de un adulto emocionalmente presente, empático e involucrado en juegos y estimulación afectiva y lúdica forma parte de las necesidades de aquel. ¡Y esto también son buenos tratos! Y si el niño no lo recibe, ¡esto también son malos tratos!, algo que nuestra sociedad aún no considera que es tan necesario para el desarrollo del niño como lo son la satisfacción de las necesidades fisiológicas. La conciencia de la mente humana, «la capacidad imaginativa para interpretar el sentido de la conducta de otros considerando sus estados mentales y sus intenciones, así como comprender el impacto de nuestros afectos y conductas en los otros», surge en interacciones afectivamente sincronizadas con un cuidador sensible y empático. (Fonagy, P. Gergely., Jurist, E., Target, M., 2002) En este sentido, Rafael Guerrero se extenderá sobre las investigaciones que nos muestran cómo la privación afectiva es tremendamente dañina para el desarrollo integral de los niños.

Existe socialmente un conocimiento y una toma de conciencia de que los malos tratos son perjudiciales para el niño, pero en general se tiene la expectativa de que es una experiencia que se puede superar. Sin embargo, esto no es exactamente así. ¿Por qué? Porque los malos tratos afectan -e incluso dañan- el cerebro en desarrollo de los niños, alterando (a veces de por vida) y desorganizando su funcionamiento. Teicher (2019), un eminente investigador de la Universidad de Harvard, ha demostrado que el cerebro se ve tempranamente afectado por el estrés de los malos tratos y ha recogido numerosas anormalidades en el funcionamiento cerebral. Este psiquiatra refiere que el cerebro puede desarrollar resiliencia de tal modo que las experiencias reparadoras (nuevos vínculos, una terapia, un programa educativo especializado…) pueden compensar las redes neurales afectadas y reducir la probabilidad de padecer un trastorno mental. Una persona, por tanto, puede transformarse y crecer desde la adversidad y el trauma, pero no puede resetearse como un ordenador, como si el maltrato no hubiese ocurrido. El cerebro es el mismo órgano para toda la vida y el estrés de los malos tratos puede resultar tóxico. Precisamente, Rafael Guerrero desarrolla en el libro la perspectiva de cómo las relaciones de buenos tratos tempranos favorecen la integración cerebral. Creo que estas investigaciones deben de concienciarnos aún más sobre la necesidad de que se instauren políticas de buenos tratos en todos los ámbitos y estratos sociales: familia, escuela, administración pública, juzgado, deporte… pues el bienestar y la salud de las generaciones futuras está en juego. 

Ahora que ya sabemos que son los buenos tratos, podemos centrarnos en por qué son tan necesarios para el desarrollo humano. Se ha descubierto en la investigación científica que los buenos tratos activos -todo lo que hacemos positivamente por nuestras crías- favorecen un sano desarrollo infantil. Los pioneros y fundadores del paradigma de los buenos tratos, Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, desde que escribieron en el año 2005 el libro Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia, en el cual expusieron ampliamente todos sus conocimientos sobre la materia (en la actualidad siguen su práctica profesional en IFIV y forman a profesionales desde este paradigma), dejaron claro que «los niños y las niñas necesitan ser educados con amor que no es incompatible con la autoridad, y también necesitan construir una identidad individual y social a partir de relatos coherentes, verídicos y respetuosos de los derechos humanos. Para organizar su cerebro y desarrollarse, los bebés necesitan sentir de sus padres o sus cuidadores: 

El contacto físico, en forma de caricias. 
Palabras que transmitan una melodía amorosa. 
Comportamientos constantes y coherentes que sean capaces de calmar la excitación provocada por sus estados de necesidad.
Una estimulación permanente que tome en cuenta la singularidad de su desarrollo».

Rygaard (2008) ha descubierto que «el tomar en brazos a un bebé, procurarle masajes y mecerle produce una estimulación vestibular que provoca las interconexiones entre neuronas de diferentes áreas, así como la mielinización, creando redes funcionales que garantizan su desarrollo psicomotor, la instauración del pensamiento, su inteligencia emocional, sus modelos relacionales, así como la emergencia del lenguaje, primero comprensivo y luego narrativo».

La afectividad es una necesidad para todo ser humano, y sobre todo para los niños, pues como dicen Siegel y Payne (2012) «si quieres que crezca su cerebro, alimenta su corazón». Son muchas las investigaciones que correlacionan los niveles de afecto materno temprano en la infancia con la capacidad de regulación de la ansiedad en la vida adulta. Así, por mencionar una, Maselko, Kubzansky, Lipsitt y Buka (2011) descubren en una amplia muestra que «niveles normales, e incluso altos, de afecto materno a los 8 meses tienen una relación directa con menores niveles de angustia a los 34 años…» Esto es trascendente por las implicaciones que tiene para una sociedad, por otro lado, cada vez más volcada en hacer a los niños prematuramente autosuficientes e individualistas, soslayando las necesidades afectivas. Socialmente se habla mucho más de que un bebé reciba estimulación cognitiva en los dos primeros años de vida (por ejemplo, estudie chino, aprenda música e idiomas) cuando lo que más va a influir en el pleno desarrollo de su cerebro y su bienestar biopsicosocial es el afecto que reciba de sus padres -o de los cuidadores- y de las personas con las que se relacione.  

Todo esto pone el acento en que el mundo adulto (empezando por los padres y terminando por cada uno y cada una de nosotros y nosotras, desde el rol que nos corresponda en la crianza y desarrollo de los niños) debe de procurar relaciones, actividades y entornos de buenos tratos. No buscamos padres ni adultos cuidadores perfectos (¡esto también sería negativo para el desarrollo del niño!) Necesitamos padres y adultos que -como todos- cometan errores pero que tengan suficiente capacidad de empatía y de reflexión para reparar sus actos, pues cuando fallamos también podemos darle al niño una lección ética y de recuperación de la conexión emocional, demostrando con ello que las discusiones o los desencuentros no lesionan el vínculo afectivo que nos une. (Siegel, 2012). Necesitamos padres y adultos conscientes de su responsabilidad y papel en el desarrollo del niño, pues este, para que pueda darse de manera sana, depende del entorno. Para un niño, su primer y principal entorno son sus padres (o figuras adultas que le cuidan). Y, después, las relaciones posteriores que establezca y que influenciarán su identidad: familiares, profesores, educadores, monitores deportivos, amigos, vecinos, compañeros, pareja… El desarrollo humano no depende solo de los genes sino de las relaciones, y estas han de ser de buenos tratos. La calidad de nuestro sistema nervioso depende de la calidad de nuestras relaciones (Siegel, 2012). De todo esto, y de cómo el primer y más importante lazo afectivo, el vínculo de apego, es clave para obtener el fundamento seguro para ser y estar en el mundo, se ocupa de manera brillante, creativa -estimulando la curiosidad con atractivas metáforas- y rigurosa -pero entretenida a la vez- este libro que tienes en tus manos, lector.


Rafael Guerrero desarrolla en este excelente libro la importancia de esta primera relación de buen trato que todo ser humano debe vivir y que es paradigmática de las relaciones que posteriormente vivirá. Me refiero a lo que acabamos de nombrar: el vínculo de apego. Solamente voy a dedicar unas líneas a enfatizar la enorme trascendencia de este vínculo temprano, pues Rafael Guerrero hace en el libro un cumplido y exhaustivo recorrido del apego y su trascendencia en la crianza y la educación.

Bowlby (1989), cuya infancia nos cuenta Rafael Guerrero, fue uno de los pioneros de la teoría del apego. Sus descubrimientos fueron asombrosamente simples a la vez que trascendentes: los bebés nacen con un equipamiento conductual, programado biológicamente, para vincularse con un adulto, pues ello les garantiza la supervivencia. Si el adulto le proporciona al niño cuidados y es sensible en captar sus necesidades, satisfaciéndolas adecuadamente, el niño crecerá, con alta probabilidad, sanamente. Por el contrario, unos cuidadores insensibles, negligentes, inconstantes o incoherentes, que no satisfacen apropiadamente las necesidades del bebé y no le ofrecen una experiencia de seguridad, traen como consecuencia un niño que no crecerá de manera saludable (Siegel 2007). 

Todas estas demandas que el bebé hace deben de ser atendidas porque son necesidades de apego para encontrar confort y regulación emocional a través del contacto con la madre o figura de apego. Cuando un bebé llora es necesario aliviar lo que internamente puede sentir (miedo, incomodidad, ansiedad, hambre, sueño, necesidad de confort afectivo…), porque no dispone de ninguna herramienta cognitivo-emocional para calmarse ni comprender lo que pasa. No puede decirse «tranquilo, cálmate, que tus padres se van de fiesta, pero luego vienen y están contigo, no llores». Necesita la presencia y el contacto de los padres para lograrlo. Si el bebé entra en un estado prolongado de necesidad y de llanto y está por un largo periodo estresado, segrega la hormona llamada cortisol que se ha demostrado que en grandes cantidades puede inundar el cerebro del niño y resultar tóxica (Gerhardt, 2016)  Por eso, cuando un bebé es tranquilizado mediante el contacto (las palabras suaves, los brazos, el mecimiento…) sus niveles de estrés se reducen y se regulará emocionalmente, entrando en un estado de calma y tranquilidad necesarios como «primera fotografía» que le deja la experiencia y la expectativa de que sus demandas y necesidades serán atendidas, desarrollando así una confianza y seguridad en el mundo humano y en el entorno. Aprenderá de esta manera, con el tiempo y las experiencias de confort y seguridad repetidas a lo largo de muchas interacciones con sus padres, a adquirir herramientas de auto-calma. Irá desde la corregulación con un adulto, a regularse solo. Desde la dependencia a la autonomía progresiva.

Además, es asombroso que el bebé para el primer año de vida y en función de lo que ha interiorizado en las experiencias de relación interpersonal con su cuidador principal, ya tenga una primera representación en su mente acerca de cuánta seguridad le merece este. El objetivo principal del vínculo de apego del bebé al cuidador es otorgarle una experiencia de seguridad.

El niño necesita al cuidador, por lo tanto, como base segura sobre la cual poder cimentar su desarrollo y crecimiento. Bowlby (1989) es el autor de este concepto y tiene un libro, En busca de la base segura, que me parece precioso. Porque todos necesitamos de una base segura a lo largo de la vida en la que apoyarnos en momentos críticos.

Los buenos tratos a la infancia no solo comienzan en la vida intrauterina con una madre que se cuida y recibe las atenciones médicas que necesita, con una pareja involucrada y capaz de compartir y apoyarle durante los nueve meses de desarrollo del feto, para que pueda estar tranquila y sea un embarazo donde ella y su pareja mentalicen y conecten emocionalmente, mediante felices comunicaciones neuroafectivas, con su hijo. Los buenos tratos realmente están inscritos en las historias de vida de los futuros padres, en la medida que han recibido ellos buenos tratos o han sido capaces de reflexionar y modificar la actitud y desarrollar capacidades parentales. Esto es lo que realmente va a propiciar que los padres traten bien a sus hijos desde el mismo momento en que son concebidos. Si, por ejemplo, un padre o madre tiene una historia de maltrato transgeneracional, una primera e importante tarea que tienen que hacer para no repetirlo con las generaciones futuras es reflexionar sobre estas experiencias y elaborarlas, cuestionando todo aquello negativo y dañino que hicieron con ellos -y con las generaciones anteriores- y que es muy probable que actúen con sus propios hijos, si no son conscientes, acrítica y procedimentalmente. Lo importante no es tanto haber sufrido un trauma de apego sino poder reflexionar, resignificarlo y cambiar la propia actitud. Esto es lo que más influye para que los padres tengan capacidad de proveer de buenos tratos a sus crías: sanar la propia infancia. Si los padres son capaces de esto, de reflexionar antes de ser padres sobre sus experiencias con sus propios padres y sobre su historia de vida, con esto ya comienzan a dar un buen trato a sus crías. 

Como corolario final podemos afirmar sin ambages: «No cabe ninguna duda de que el propio desarrollo cerebral depende de los cuidados y de los buenos tratos que cada persona haya recibido en su niñez como en su vida adulta» (Barudy y Dantagnan, 2005):
Hoy en día disponemos de unos conocimientos sobre el desarrollo infantil y la ciencia del cerebro como nunca antes habíamos tenido. Incluso teorías como el apego, muy relegadas durante años, han sido refrendadas por la neurociencia actual como el marco privilegiado desde el cual apoyar la educación infantil. Rafael Guerrero ha creado un completo libro dirigido a padres y profesionales donde desarrolla con detalle y de una manera más extensa, lo que en esta introducción estamos apuntando: que el buen trato y el vínculo de apego seguro son experiencias necesarias que aseguran el bienestar infantil.

La sociedad no nos lo pone nada fácil porque entre las fuentes de la parentalidad bientratante, como dice Jorge Barudy, también está la conciliación de la vida laboral y familiar. Hemos dicho que la afectividad es la necesidad más importante para el desarrollo del cerebro de los niños y, en consecuencia, es la base para que estos crezcan sanos y felices. Pero, paradojas de nuestra sociedad, las familias viven sin tiempo, corriendo y al finalizar la jornada están estresadas y cansadas como para poder escuchar, jugar y tener tiempo para la afectividad y la conexión emocional con sus hijos, que es lo que da calidad al vínculo de apego (experiencias más necesarias que los deberes escolares o estudiar música) Creo que algo no estamos haciendo bien pues sabiendo que el vínculo de apego es clave para el desarrollo del niño, los padres tienen largas jornadas laborales que les agotan y los horarios no se han creado pensando en los niños y en que aquellos puedan estar tiempo con ellos para poder darles lo que como niños necesitan y es su derecho. Por ello, aumentan los casos de negligencia afectiva, familias con «padres físicamente presentes, pero emocionalmente ausentes» (Schore, 2003). Y aumentan, con ello, alarmantemente, los adolescentes que se autolesionan, y el suicidio en esta etapa de la vida es la primera causa de muerte. Todo esto nos interpela seriamente y nos obliga a un cambio social profundo donde hagamos caso a la ciencia e invirtamos la escala de valores neuroprotegiendo a los niños, favoreciendo que los padres tengan una jornada laboral que les permita dedicar tiempo a sus hijos. Pero también psicoeducando a los padres sobre qué son -y la trascendencia que tienen- los buenos tratos y ofreciéndoles, desde la sanidad pública, recursos terapéuticos a todos los padres para que antes de serlo, puedan reflexionar sobre su propia historia de vida y crianza. 

A pesar de todo, creo que hay motivos para el optimismo. Pienso que los grandes cambios sociales empiezan por un número creciente de pequeños-grandes cambios que, como un reguero de pólvora, se van extendiendo y calando en muchas personas e instituciones. Incluso en pueblos enteros como Burlada (estructurado en torno a los buenos tratos) Un libro como Educar en el vínculo es una contribución inestimable para promover este cambio que se va gestando. Los profesionales del buen trato, como Rafael Guerrero, aportan una nueva mirada a la infancia que apuesta por relaciones sanas y de buenos tratos. Y esta pequeña-gran revolución esperamos que avance hacia quienes toman las decisiones sustantivas a nivel de política social y educativa (ya asistimos a experiencias de este tipo). Es el «realismo de la esperanza» (Cyrulnik y otros, 2004). Rafael Guerrero, con su gran labor, es uno de los protagonistas y promotores de este realismo esperanzador. 

Espero haber cumplido la misión de ser un telonero que haya despertado vuestro interés porque empiece el gran concierto que son las próximas páginas de este precioso libro, cuyas notas musicales traen la sinfonía del apego, la cual orquesta la partitura del desarrollo del niño de una manera armónica y bella.

REFERENCIAS

Barudy J., Dantagnan, M. (2005). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.

Bowlby, J. (1989). Una base segura: aplicaciones clínicas de la teoría del apego. Barcelona: Paidos Ibérica.

Cyrulnik, B., Vanistendael, S., Guénard, T. y otros (2004). El realismo de la esperanza.  Testimonios de experiencias profesionales en torno a la resiliencia. Barcelona: Gedisa Editorial.

Gerhardt, S. (2016). El amor maternal. La influencia del afecto en el cerebro y emociones del bebé. Barcelona: Editorial Eleftheria.

M. Teicher (comunicación personal, 4 de octubre de 2019).

Maselko J., Kubzansky L, Lipsitt L, Buka S.L. (2011).  Mother's affection at 8 months predicts emotional distress in adulthood. Journal of Epidemiology and Community Health, 65, (7) 621-625

R. Benito (comunicación personal, 30 de noviembre de 2019).

Rygaard, N. (2008). El niño abandonadoBarcelona: Gedisa. 

Schore, A. (2003). Affect Dysregulation and disorders of the self. WW. Norton: London.

Siegel, D. (2007). La mente en desarrollo. Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Siegel, D., Payne, T. (2012). El cerebro del niño. 12 estrategias revolucionarias para cultivar la mente en desarrollo de tu hijo. Barcelona: Alba.

Fonagy, P. Gergely., Jurist, E., Target, M. (2002). Affect regulation, mentalization, and the development of the self.NY: Other Press.

Trevarthen, C. (2016). Funciones de la emoción en la infancia: regulación y comunicación del ritmo, la afinidad y el significado en el desarrollo humano. En El poder curativo de las emociones. Neurociencia afectiva, desarrollo y práctica clínica (pp.67-102). Barcelona: Eleftheria.

Winnicott, D.W. (2009). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.