lunes, 23 de junio de 2025
Podcast capítulo 5: Traumaterapia sistémica®: el vínculo, cuerpo y nuevas narrativas, por María Álvarez Reyes, psicóloga y traumaterapeuta.
lunes, 3 de marzo de 2025
Entrevista a Carlos Pitillas, Doctor en psicología, sobre su nuevo libro "Caminar sobre las huellas. Vínculos, trauma y desarrollo humano"
Entrevista a Carlos Pitillas, Doctor en psicología.Con motivo de la publicación de su nuevo libro"Caminar sobre las huellas. Vínculos, trauma y desarrollo humano"
Vídeo de Carlos Pitillas presentando su libroen exclusiva para todos/as los y las seguidores/asde Buenos tratos
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Portada del nuevo libro de Carlos Pitillas. Para adquirir el libro, haz click AQUÍ |
martes, 22 de octubre de 2024
Simientes, un relato breve escrito por Thais Gamaza
Presentación
Sabéis que de vez en cuando presentamos relatos literarios relacionados con las temáticas que tratamos en este blog, un modo diferente de acercarnos a ellas, más bello y sugestivo.
Unas breves líneas para agradecer el relato que Thais Gamaza, compañera del taller de literatura, me regaló sobre el trabajo psicológico, que se puede aplicar al trauma, precioso, que me ha gustado tanto que he querido compartirlo con todos vosotros y vosotras.
Como veis, Thais atesora una destacada trayectoria como escritora, con un futuro brillante, dada su juventud.
Simientes
PARTE I.
Cuando J. adquirió el superpoder, fue consciente de que debía elegir con qué cometido utilizarlo, o tal vez, incluso el hecho de no hacerlo. Mientras se decidía, sembró, en el patio pequeño situado a la entrada de su casa, una sonrisa, para que germinara y poder tener cosecha para los años siguientes.
PARTE II.
Cada día la misma rutina. Alguien viene a verlo:
J. la mira a los ojos, y asiente. La chica no sabe muy bien qué le está queriendo decir, pero nota como si un rayo láser le atravesara el cuerpo. Ella se siente vulnerable. Cree que su vida se proyecta como una película frente a J. e intenta esquivarle la vista para que no siga mirando en los huecos tapados. No está mal para una primera sesión, piensa J.
Vuelve a casa, y, con mucho cuidado, va retirando los conflictos que se les han quedado adheridos a la piel. Los guarda en un cesto de mimbre, forrado con una tela blanca bordada con lavandas, y se mete en la ducha para limpiarse el cuerpo de los propios que se hayan despertado en ese día. Escucha el jadeo del perro, que lo espera en la puerta del baño sentado sobre sus dos patas traseras, moviendo la cola, y piensa que ojalá pudiera atravesarlo a él. Sale a la puerta de la casa a dejar la sonrisa en la tierra, para que se refresque con la humedad nocturna y poder tenerla lista para el día siguiente.
El espejo del baño ya se ha aclarado y J. ensaya con su reflejo.
—Eres un farsante— le dice.
PARTE IV.
Al llegar el fin de semana, J. sale con su cesto, y lleva a los dolores a jugar al parque. Les acaricia el pelo. Los coge de la mano. Les habla de lo maravillosos que llegarán a ser. De hecho, ya lo son. Les cuenta lo orgulloso que se siente de ellos por haberse atrevido a manifestarse. Hasta que, cuando al fin se sienten ligeros, ellos solos alzan el vuelo.
lunes, 7 de octubre de 2024
La vergüenza crónica, reflexiones a propósito del libro de Patricia Deyoung
En este sentido, los modelos psicoanalíticos relacionales recientes, basados en los conocimientos que tenemos sobre el hemisferio derecho del cerebro, nos están aportando una nueva mirada y una nueva forma de llevar adelante los tratamientos. Autores como Schore están situando este tipo de psicoterapias en el siglo XXI y dudan de que una terapia basada solo en las técnicas y en el hemisferio izquierdo (interpretativa, cognitivo-conductual…) sea exitosa. Debemos implicar al hemisferio derecho. De este modo, Schore (2022) afirma:
"La regulación psicobiológica interactiva [...] proporciona el contexto relacional bajo el cual el paciente puede establecer contacto, describir y finalmente regular su experiencia interna de manera segura [...] Lo que ayuda al paciente a efectuar el cambio es experimentar este empoderamiento en el contexto de seguridad proporcionado por el trasfondo de la regulación afectiva interactiva psicobiológicamente armonizada del terapeuta empático"."La neurociencia ha legitimado la subjetividad en psicología y en terapia. Tanto la ciencia como la teoría clínica coinciden en que la psicoterapia es básicamente relacional y emocional, por lo que ahora pensamos que estar emocional e intersubjetivamente con el paciente es más importante que explicarse racionalmente el comportamiento del paciente"."El trauma relacional no se aborda mediante estrategias, técnicas, interpretaciones, etc. dictadas por la agenda de una teoría particular. Más bien, es a través del establecimiento de un tipo específico de relación que no se impone ni se manipula artificialmente, sino que se permite que emerja en la interacción conversacional".
Creo que en el trabajo con los pacientes debemos situar la relación terapéutica como el eje vertebrador de toda la terapia. Este modelo es mucho más exigente y comprometedor para el profesional, porque le va a poner, en cantidad de ocasiones, en situaciones interpersonales donde las decisiones -qué decir, qué hacer y sobre todo, cómo actuar- van a ser muy delicadas y criticas. Y va a requerir que nosotros, como profesionales-persona con biografía, hayamos sanado de nuestras propias heridas infantiles. Porque los terapeutas pueden conducir sin darse cuenta a su paciente hacia una experiencia retraumatizante. O, por el contrario, hacia una manera de revivir de modo diferente (por lo tanto, reconstruir) lo experimentado en el pasado, con un resultado interpersonal distinto, sanador de los patrones relacionales dañados de nuestro paciente.
¿Por qué algunos pacientes presentan estos rasgos de ser, estos síntomas y estas conductas tan persistentes y continuadas? Es como si se comportaran como la osa que vivió años atada en una jaula y solo tenía un pequeño espacio para caminar en círculo. Ya fuera de la situación traumática, en libertad, la osa continúa durante mucho tiempo girando alrededor del perímetro que tenía en cautividad sin darse cuenta de que… ¡tiene todo el espacio del mundo! Este tipo de pacientes, con frecuencia se recuperan de un evento que les dispara las reacciones traumáticas pero de nuevo otro disparador les mete en similares reacciones… Es decir, hacen lo mismo que la osa: idénticas reacciones emocionales y conductuales que en el pasado, la misma repetición de patrones afectivos y vinculares, las mismas decisiones y actuaciones que llevan a similar resultado: hacerse daño y/o hacérselo a los demás. Y en la explicación de porqué se comportan así, pendulan entre culpar al exterior o culparse a ellos mismos y caer en conductas autolíticas y autodestructivas. Como la osa, no salen de ese círculo. Y los profesionales aplicamos las técnicas, llevamos adelante protocolos validados, interpretamos sus patrones y les ayudamos a resignificar lo vivido a la luz de nuevas reflexiones (cuando se abren a ello, porque la excesiva activación o las posturas rígidas defensivas hacen que solo vean una parte de la realidad, una única verdad y absoluta; y eso dificulta que trabajemos la mentalización) que conecten genuinamente con las emociones reguladas por la relación terapéutica. Y por supuesto que mejoran, y se logra ayudarles con resultados positivos en muchos aspectos de sus vidas y de su salud. Pero observo que vuelven una y otra vez a repetir cada cierto tiempo una "performance del yo" (Deyoung, 2024) similar. Los profesionales nos sentimos desbordados e impotentes. Y las personas que rodean a nuestro paciente se desesperan y sufren como ellos las consecuencias de una espiral destructiva.
“La vergüenza en todas sus formas es antes que nada relacional. Empieza como la experiencia del yo-en relación cuando el en-relación se ha roto o desconectado. Cuando la desconexión relacional es crónica, un profundo sentimiento de desolación toma el control, junto con la desesperación no remitente y la sensación de falta de mérito. […] La vergüenza ataca no porque una persona fracase en ser adorada, reconocida y admirada. Sino porque una persona no tiene una necesidad primaria satisfecha, concretamente, la necesidad de conexión y unión emocional. Por lo tanto, la vergüenza se puede sanar si una persona vuelve al vínculo donde la empatía y la unión emocional son posibles. Este es el trabajo de la psicoterapia orientada al yo-en-relación”.
Por eso no es necesario que se vivan formas muy extremas de malos tratos, sino que la pérdida de una manera continuada de la conexión con las figuras de apego puede instalar esta vergüenza. Con lo cual cualquier forma de comportamiento que se exhiba ante un niño pequeño que conlleve un déficit repetido y acusado de empatía, donde nos mantenemos distantes y haciéndole sentir al pequeño un vacío y una desconexión (un espacio donde no se puede estar) que vivirá como abrumadoras, puede instalar la vergüenza crónica.
Para que esto ocurra, debe existir un otro (u otros) desregulador, dice Patricia: “La vergüenza crónica es un fenómeno que se desarrolla cuando esta desintegración/desregulación se da de manera continuada y no reparada. Para sobrevivir, un yo se desconecta de la causa del dolor y aprende cómo vivir en aislamiento emocional. De este modo, el dolor de una relación rota se convierte en patrones de relación de desconexión del yo y de otros para toda la vida. Estos patrones son estresantes y debilitadores; sostienen identidades de desmerecimiento, expectativas de fracaso y exigencias de una performance perfecta, pero son más tolerables que la vergüenza aguda en curso. Estas estructuras de la vergüenza crónica están sujetas a una disociación tan poderosa como la vergüenza aguda que estas disocian”.
Los adultos escenifican "performances del yo", dice la autora, que conllevan reacciones de rabia, enganche a sustancias, patrones rígidos de pensamiento, persistencia en generar los mismos círculos viciosos, confirmaciones repetidas de que el otro rechaza y abandona, cambios de humor, sentirse seres despreciables, autolesiones, sentimientos intensos de odio… y actuaciones o patrones afectivos similares que conllevan repeticiones con pensamientos y creencias rígidas. De ese modo, mantienen versiones del yo avergonzadas traumáticamente alejadas de su conciencia. Les resulta más soportable estas performances que arriesgarse a vivir la "sombra del tsunami" (Bromberg, 2011) en forma de vergüenza aniquiladora. Su experiencia interna es terrible, así lo describen los pacientes. Debe ser una vivencia horrible, similar a la que tienen los protagonistas de esta película cuando ven este espantoso tsunami llegar a su ciudad…
Veamos el caso de Miguel [modificado por preservar al máximo la intimidad]:
Con cada chico que conoce se abre a una nueva ilusión. Ha tenido relaciones con tantos que ha perdido la cuenta. Al principio, cada nueva posible pareja se la representa como buena, cercana, tierna, cariñosa… El chico debe de cumplir unos requisitos en su performance a nivel físico (tener una fisonomía concreta, si no, los rechaza) Tras el primer encuentro, donde él nunca parece desear ir más allá, es decir, crear un vínculo de pareja (aunque en muchas ocasiones manifiesta a su terapeuta quererlo) el chico y él se despiden. No han hablado nada concreto sobre si se verán más veces o no. Parece que tan solo se trata de un encuentro sexual que puede repetirse, no hay nada parecido al inicio de una relación, ni mucho menos un vínculo de pareja. Nada se ha hablado. Justamente “elige” aquellos chicos que no quieren más que encuentros sexuales y consideran que de eso se trata. Y estos creen (aunque no lo hablan) que Miguel también quiere solo sexo… Pero una parte de este quiere vincular, necesita encontrar una persona que la colme de amor. Por ello, rápidamente, nada más irse por la puerta el chico, le escribe. Si este no le contesta o no le coge el teléfono y tarda en hacerlo, la rabia y el odio le invaden. Ahora ya no atribuye cualidades positivas al chico, sino que le demoniza: es malo, le rechaza, se ha aprovechado de él, le ignora… Miguel le envía mails furibundos o audios de whatsapp donde carga contra él todo su odio porque considera que le rechaza y le ignora (lo que genera vergüenza disociada), pero es más tolerable sostener un síntoma de ira y odio continuos (donde el causante es el otro) que conectar con la vergüenza que le lleva a la desconexión profunda que sintió de bebé y de niño al ser abandonado por su padre y dejado en unas condiciones extremas para la supervivencia. Esta performance se repite una y otra vez, durante años… Solamente en la relación de transferencia/contratransferencia con el terapeuta se puede reparar esta herida, cuando Miguel siente a veces que el terapeuta le rechaza, pero a pesar de todo este sostiene la relación y mantiene el vínculo. Con él puede encontrar un espacio para poder reestructurar estas experiencias, y también las más tempranas. Para Miguel es mucho más tolerable escenificar esta performance y expulsar impulsivamente la rabia y el odio que ser consciente del sentimiento profundo de rechazo que late en él, que le lleva a la desconexión profunda que sintió en su infancia temprana cuando pasaba días y días solo en una cuna. Son recuerdos que ha disociado y que viven en su hemisferio derecho en forma de sensaciones, emociones, tonos de voz, expresiones faciales… de no estar con otro y sentir esa desintegración. Bromberg (2011) habla también de esto cuando afirma que la disociación traumática es como la "sombra de un tsunami" que amenaza la integridad del self. Y estas personas, al igual que Miguel, tienen, en palabras de Bromberg, un "detector de humo" para intuir la aparición de la sombra del tsunami y la llegada de una ansiedad aniquiladora. Podéis visitar este post.
Por lo tanto, en la génesis de la vergüenza crónica está, como refiere Patricia, la vivencia prolongada de una desconexión con las figuras de apego que conlleva una experiencia intolerable de desintegración. Así, dice Deyoung: “Las relaciones son lo que mantienen al yo en una completitud integrada, y el bienestar personal depende de ese sentido integrado del yo-en-relación. […] Desde el momento del nacimiento, el impulso por la coherencia convierte los patrones de experiencia afectiva y emocional inmediata en patrones de expectativas y respuesta con los cuidadores. […] Pueden aparecer en terapia como las experiencias de ansiedad, depresión, disminución y fragmentación de un cliente, y también como la incapacidad del cliente de conectar de una manera que ayude. […] El terapeuta trata de crear una relación donde una experiencia del yo más coherente sea posible para el cliente”.
Los padres o adultos que cuidan al niño han de ser extremadamente responsables en el modo en el que vinculan con el niño. Qué le transmiten mediante mensajes verbales y no verbales sobre su ser. Hablamos de que cuando nos equivocamos con ellos la reparación es posible, pero no es menos cierto que hay experiencias tempranas relacionales tan severas y duraderas que dejan una huella en la psique tan marcada que no resulta fácil de reparar posteriormente. Es posible que nuevos patrones relacionales, nuevos esquemas mentales, nuevas experiencias vividas con personas sanas… contribuyan a crear un sentido coherente de uno mismo, así como volver a sentirse en conexión con otro. Pero, tengámoslo en cuenta, es costoso y conlleva un gran esfuerzo continuado relacional. Y no tenemos ninguna garantía de lograr dicha reparación. Por lo tanto, la toma de conciencia y el trabajo personal preventivo son totalmente necesarios. En los últimos tiempos se le está concediendo mucha importancia al sistema nervioso autónomo y a la teoría polivagal y sus conexiones con el cuerpo y las acciones que moviliza (lucha, huida, etc.) Y aunque sin duda la tienen, como bien dice Rafael Benito, es importante la integración vertical pero también la horizontal, hemisferios derecho e izquierdo, que también participan en nuestras relaciones con los niños y adultos, a través de los gestos, la prosodia, la mirada… (hemisferio derecho del cerebro, que sería algo así como la música) y de los mensajes verbales (hemisferio izquierdo del cerebro, la letra) y qué grado de coherencia hay en la comunicación entre ambos.
¡Qué enorme importancia tiene lo que vivimos de niños con nuestros padres o cuidadores! Así pues, dice Deyoung: “cuando somos pequeños y clásicamente nos portamos mal, el descontento del padre o de la madre causará momentáneamente una desconexión (esto es un elemento clave en el modelo de esta autora), vergüenza y sentimientos de desmoronamiento. Un progenitor competente reconectará lo más pronto posible, enderezando el sentido del yo del niño. Esta desintegración tolerable se convierte en una oportunidad para el niño de asimilar un sentido del yo a veces malo. Las pequeñas roturas, si se restauran rápidamente, ayudan al niño a integrar sentidos emocionales de bondad y maldad. […] El daño permanente de la vergüenza crónica es el resultado de un patrón de momentos de desintegración no restaurada en los que el niño tuvo que luchar solo para restablecer el equilibrio. En vez de integrarse, la separación de bueno y malo se refuerza. El niño puede intentar actuar como un niño completamente bueno o completamente malo, al tiempo que también intenta borrar la experiencia confusa y totalmente dolorosa de desintegrarse solo, especialmente cuando esto sucede a menudo. Así, la desconexión no restaurada entre el cuidador y el niño es lo que conduce a la vergüenza crónica. Cuando un niño ya no es capaz de sentirse conectado y reconocido por una persona que lo acoja en su ser emocional, su experiencia de un yo coherente se desintegra”.
Por ello, muy temprano en el desarrollo, desde los dos-tres años, es importante que el niño no viva una escisión entre bueno/malo. El adulto que es capaz de transmitir al infante que “no es malo sino alguien digno aunque haya cometido errores” y se mantiene conectado pese a todo, está sentando las bases de una buena salud mental. Y esto es difícil sobre todo al relacionarse con niños con historia de trauma temprano o del desarrollo, que son especialistas en tocar los botones del adulto y hacer que este se desregule, perdiendo el control emocional o bien poniendo una distancia (lo más duro para un niño que ha sido abandonado o ha vivido trauma) que aumenta la rabia y la hostilidad de este (porque la tiene impresa en su hemisferio derecho desde bebé). El adulto, desde la seguridad y la calma atenta que ayuda a estar presente (no confundamos calma con imperturbabilidad adulta o indiferencia, no es lo mismo), va conectando con el estado del niño y le ayuda progresivamente a modularlo.
Muchos de nuestros pacientes sienten, cuando cometen errores, que son las peores personas. Sienten desprecio por todo su ser, y en el fondo anida la vergüenza que condujo a la desconexión, que en el caso de ser continuada, lleva a la desintegración. Hemos de esforzarnos en que los niños se sientan conectados con nosotros, válidos, dignos, respetados y amados, cuando no satisfacen nuestras expectativas o se equivocan o cometen errores, algo muy frecuente porque son seres en desarrollo y lo más normal es esperar que sean falibles. “Abracemos la imperfección”, dice Ana Gómez. “Soy digno y merecedor, aunque a veces me equivoque”, conduce a la culpa sana y no a la vergüenza desreguladora. Este es el mensaje fundamental.
Debemos tener un profundo respeto por los niños y sus derechos. Hemos de medir muy bien las frases que les decimos y cómo se las decimos. Como hemos dicho, cuando nos equivocamos con ellos, se puede reparar, sí, pero no olvidemos que esto no siempre ofrece el resultado esperado con todos porque hay niños y adolescentes que no siempre se abren a ello ni les llega internamente la reparación. Podemos cometer errores, por supuesto, somos humanos, no podemos ser perfectos y serlo sería peor. Sin embargo, no podemos exhibir el descontrol emocional y/o el modelo de la cara congelada (distante) como tácticas de relación y disciplina habituales con el niño. Tengamos presente que lo que les decimos -y cómo se lo decimos- a los niños es muy importante y tiene una gran influencia en su desarrollo, un gran impacto. Si conlleva la presencia de un otro-en-relación desregulador, puede instalar la vergüenza crónica en ellos. Como padres, cuidadores y profesionales de la infancia, debemos de hacer trabajo personal y revisar nuestras heridas y sanarlas. Schore lanza en este sentido un mensaje que nos tiene que hacer pensar mucho: una persona (padre, madre o profesional) solo puede aspirar a sanar a un niño o adulto, paciente o no, sólo hasta el nivel de sanación que aquella haya logrado en sus competencias vinculares y empáticas.
Sobre la psicoterapia, si el trauma es fundamentalmente relacional, aquella será relacional. Así pues, las técnicas y los protocolos, válidos, tendrán su espacio y sentido si hacemos que toda la terapia se vertebre en torno a lo relacional. Por otro lado, abordar la vergüenza, tan desintegradora de la persona, es muy delicado. No puede aludirse a ella directamente, no es siempre recomendable hacer esto. Patricia propone un programa de trabajo que requiere ir por partes, de un modo más indirecto a otro más directo, sobre todo cuando la vergüenza está disociada. Esto será motivo para que escriba otro post.
lunes, 9 de septiembre de 2024
Mano a mano entre Rafael Benito, psiquiatra, y Jose Luis Gonzalo, psicólogo para hablar de neurobiología relacional en la infancia y adolescencia ¡Bienvenidos a la 17ª temporada del blog Buenos tratos!
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Balenciaga y Chillida, expresiones artísticas distintas, pero llegan a conceptos que confluyen y están unidos. |
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Cerebros moldeando otros cerebros. Cómo las relaciones interpersonales guían la evolución del cerebro infantil y adolescente desde el nacimiento. Nuevo libro de Rafael Benito. Para adquirirlo haz click aquí: Adquirir Cerebros moldeando cerebros |
lunes, 2 de septiembre de 2024
Congreso Internacional de Psicoterapia Sistémica, presencial en Pozuelo de Alarcón (Madrid) y online, del 15 al 17 de noviembre de 2024
Congreso Internacional de Psicoterapia sistémica
On line y presencial en Pozuelo de Alarcón (Madrid)
15 al 17 de noviembre de 2024
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Madrid, imagen de la Gran Vía |
¡OS ESPERAMOS!