Esta semana, conversando con un colega psiquiatra, hablábamos de que (al menos en nuestro ámbito) es relativamente reciente el hecho de reconocerle a una persona adulta maltratada en la infancia el derecho a su dolor y sufrimiento, así como la trascendencia que ello ha tenido y tiene en el posible padecimiento de trastornos mentales y/o de la personalidad.
En una reciente revisión de estudios, encontré que haber padecido maltrato en la infancia se asociaba en la vida adulta con depresión, trastornos de la conducta alimentaria, dolores de cabeza, trastornos de personalidad, ansiedad, trastornos del control de los impulsos, trastornos disociativos, trastornos psicosomáticos, peor salud en general y menor calidad de vida.
Cada vez con más certeza se avanza hacia una neuro-psico-fisio-terapia. Ello supone la certeza de que las experiencias tempranas infantiles positivas influyen directamente en el cerebro/mente, estructurándolo, organizándolo y haciéndolo funcionar, usando la metáfora, como una orquesta bien dirigida. Es muy importante caminar hacia la superación de postulados decimonónicos que resultan insuficientes para explicar determinadas patologías y que además resultan equivocados y, por lo tanto, no benefician a la persona. Y también es necesario adoptar una visión ecosistémica: la historia de vida y los contextos tienen una importancia capital.
Todo esto va entrando en la cultura educativa, médica y psicológica (en algunos ámbitos todavía sigue sin calar, aunque a alguien le parezca mentira) No hace mucho era algo que se consideraba colateral o marginal. Me relataba mi colega psiquiatra que cuando él hizo la residencia a finales de los años ochenta, cuando al paciente se le entrevistaba y se hacía su historia clínica y refería que había padecido malos tratos de niño, se anotaba como algo a lo cual no se le concedía la suficiente trascendencia. Se pensaba que era algo que el adulto habría resuelto porque ya era mayor. O que ya no le afectaba. Cuando ahora se sabe que no es así en muchos casos.
Toda persona víctima de malos tratos, niño o adulto, necesita en la psicoterapia que el profesional le reconozca de manera abierta, respetuosa y empática su dolor y sufrimiento. Desde esta condición de víctima le ayudaremos a dar el paso para que pueda avanzar a verse como superviviente y de ahí a viviente. Este reconocimiento tiene efectos curativos per se en muchos casos.
Y no sólo los profesionales. También los padres adoptivos, los padres de acogida, los educadores de los centros de menores, los profesores de los colegios e institutos… en suma todo aquel que se encuentre con una persona (niño o adulto que haya sido maltratado) generará un gran beneficio y alivio si reconoce a la víctima su legítimo derecho a sentirse como se siente, que es comprensible y que es muy duro por lo que ha pasado. A veces se tiende a minimizar el maltrato y hacerlo es perjudicial y contraproducente. Algunos padres adoptivos suelen creer que eso se pasa, se olvida con la edad y que no tiene por qué influir tanto y no es así. No reconocer el dolor a las víctimas les daña. Muchas convivencias problemáticas de padres adoptivos con hijos que presentan reacciones agresivas producto de ese sufrimiento que provocan los malos tratos se suavizarían más si aquéllos actuarán limitando la conducta negativa, claro que sí, pero a la par transmitieran comprensión empática.
Personalmente, es lo que hago en mi consulta con toda víctima: empatizar con su dolor. Muchos me dicen (aunque parezca increíble) que nunca nadie lo había hecho de ese modo tan claro. La víctima ha pasado normalmente por durísimas experiencias y a pesar de las secuelas, conserva áreas sanas y fuertes (como suele ocurrir afortunadamente) Por ello, además, hay que hacerle el honor de expresarle directamente que para nosotros ha sido un valiente y un héroe anónimo. Para todos (pero especialmente para los adolescentes y los niños maltratados) eso es como agua bendita.