lunes, 25 de junio de 2012

La empatía, una necesidad fundamental para un buen desarrollo de los niños adoptados o acogidos


Quiero poner el énfasis en un tema que me preocupa, pues lo considero de vital importancia en nuestra tarea educativa y de tratamiento con los niños. Hoy me refiero (aunque lo que expongo es válido y necesario para todos los niños) especialmente a los adoptados y acogidos, a todos aquellos (de esta población) que han sufrido un trauma, tanto en la etapa verbal de sus vidas (desde la aparición del lenguaje y el desarrollo de la memoria episódica, esto es, a partir de los dos años y medio-tres) como en la preverbal (entre los cero y los dos años y medio)

Viendo las historias de los niños que provienen de adopción internacional es habitual encontrarse (por desgracia) con un menor que ha sufrido separación de las figuras parentales e ingreso en un centro de acogida (no me gusta el nombre de orfanato) y, posteriormente, algunos han podido padecer, nuevamente, abandono físico y emocional (en distinto grado de severidad) e, incluso, maltrato físico y emocional. Hay casos en los que los niños permanecen ingresados en el centro hasta los dos años, tres, cuatro. Y los hay que prolongan su estancia incluso hasta los siete, los ocho, los nueve años… Y también he conocido niños que han permanecido en su familia de origen padeciendo una situación de abandono y/o maltrato físico y emocional (no detectada o ignorada) hasta muy entrada la segunda infancia (los nueve o diez años) Todo esto es muy doloroso.

Estos niños (creo que el día a día nos hace olvidarlo o soslayarlo, no lo tenemos demasiado presente por ese afán de normalizar. Pero normalizar, como veremos, no quiere decir descuidar pautas de actuación indispensables para favorecer que los niños adoptados o acogidos sanen del daño emocional que sufren, que es como un tormento que no acaba) son unos auténticos héroes y supervivientes que han tenido que ponerse determinados “trajes” (no sé si visteis no hace mucho, en un suplemento dominical, cómo los reptiles hacen la muda de su piel; se veían unas maravillosas e impactantes fotografías en las que estos animales dejaban su antigua piel –se observaba cómo quedaba el caparazón fuera, como un esqueleto o funda envolvente- y desarrollaban una nueva. Así les sucede a estos chicos y chicas) para hacer frente a tanto horror. Sí, horror, como suena, sin ambages. En la terapia (reuniendo gran valor y coraje y con el soporte y el apoyo del terapeuta que actúa como fuente de confianza y regulación emocional) me han relatado vivencias espeluznantes: castigos físicos, palizas, violencia doméstica, soledad, aislamiento, padecer hambre (pensemos nosotros cuando nos quedamos sin comer por trabajo u otros motivos y tenemos hambre: hasta se nos cambia el humor; pues imaginémonos a un niño soportando el agujero físico y emocional de pasar auténtica hambre y privaciones), falta de comunicación sintonizada con un adulto, sensaciones de inseguridad y miedo a las amenazas, frío, calor excesivo, insultos y vejaciones hacia su persona, ser testigo de la muerte de sus seres queridos… Y no quiero seguir, completadlo vosotros. Nos estremecemos al leerlo y sentirlo (nuestras neuronas espejo se están activando y empatizan con el dolor que estos niños han sufrido) Pero como veremos, raras veces la transmitimos y devolvemos que sentimos lo que han sentido.

Al llegar a la familia, su cerebro aún vive la amenaza. Tienen la sensación de que el pasado es presente. Eso es el trauma. Es necesario entender que tenemos un cerebro triuno: el cerebro reptiliano (preparado para responder a la amenaza con ataque y huida); el cerebro límbico (sede de las emociones, en cuyo núcleo reside la amígdala, un órgano que es como una almendrita, donde está la memoria emocional, registra las sensaciones de miedo, ira, activación… Un órgano que puede estar hiperexcitado como consecuencia del trauma) y el córtex (donde radica el pensamiento racional y las decisiones planeadas) Los niños que han vivido amenazas a la seguridad durante mucho tiempo tienen el cerebro reptiliano súper desarrollado. Cuando llegan al contexto familiar de buen trato, deben de ir re-educando esas respuestas. Pero es normal que sean como “depredadores” cuando perciben una amenaza. Necesitaron esto para sobrevivir. Me parece muy útil explicárselo a los niños para que entiendan sus reacciones. Esta idea, de la psicóloga del Centro Vitaliza de Pamplona, Cristina Cortés, experta en trauma, psicoterapia y terapeuta EMDR, me encanta. A todos/as los que residáis por esta zona os la recomiendo como psicóloga y psicoterapeuta (excelente) para trabajar con niños y adolescentes adoptados y/o acogidos.

En consecuencia, los niños no han tenido (o las han tenido escasamente, o de manera insuficiente) oportunidades de tener una persona a su lado que acompañe, calme, tranquilice, nutra física y emocionalmente, contenga y haga una función reflexiva. No han podido experimentar de una manera suficiente la experiencia (¡tan reconfortante!, pensad por un momento en lo bien que os sentís cuando sentís que una persona significativa os siente; perdonad el juego de palabras, pero es necesario hacerlo para comprenderlo) de sentirse sentidos, como dice Siegel (2007). Y cuando el trauma es preverbal (esto es, el niño o la niña son bebés, no han desarrollado el lenguaje verbal y las experiencias traumáticas se codifican en la memoria emocional, o sea, a nivel sensorial, emocional; a nivel de piel, de cuerpo. Recordemos las palabras del maestro Van der Kolk: “el cuerpo lo registra todo” Tanto de adultos como de niños como de bebés. Pero cuando somos bebés la sensibilidad y vulnerabilidad son mayores y no hay palabras que expliquen y narren. Y así estos niños saben que se sienten mal pero no han pensado que la impronta emocional pudo grabarse cuando eran bebés y sufrieron un intenso estrés. El autor Bollas lo llama “lo sabido impensado”. Genial frase) la ausencia de la función reflexiva y de una persona que le sienta influyen para que el niño crezca con esa sensación de que nadie se ha puesto en sus zapatos, en su piel. En todo momento de la vida pero muy especialmente en las etapas preverbales, es vital sentir al cuidador en tu piel, sintonizando emocionalmente, para interiorizar la calma interna, el equilibrio, el orden mental, la seguridad, el límite… El cuidador, como ya hemos dicho en otras entradas, se convierte en el regulador emocional y del sistema de respuesta psicofisiológico del individuo desde la más temprana edad.

¿Y qué es lo que me preocupa, pues con esta frase he abierto este artículo? Que los padres, familias adoptivas y de acogida, los profesores, los profesionales… por lo menos con los que yo trato, usan escasamente la empatía. Los padres no adoptivos también. Pero me centro en los padres y familias adoptivas porque el uso de la empatía, aún siendo necesario con todas las personas, es extremadamente fundamental con los niños traumatizados. Si no utilizamos la empatía, es como no darles de comer o proporcionarles una alimentación insuficiente. Las necesidades emocionales son tan importantes como las físicas. No olvidemos que los niños que el psicólogo Spitz observó que residían en centros de acogida (muy bien alimentados físicamente pero con traumas de separación y con ausencia total de contacto y comunicación emocional humana) desarrollaban todo tipo de alteraciones físicas y mentales e incluso llegaban a morir. Su libro “El primer año de vida” es un clásico (un libro de los años 50) que leíamos en la Facultad los que ya peinamos canas.

Estimo (quizá tenga un sesgo, si estoy equivocado, decídmelo) que la empatía es usada escasamente con el niño por parte de toda la red social que le rodea. Obsesionados con el límite, la norma, el funcionar, el día a día, el rendir escolarmente, el adaptarse… tiramos mucho de bronca, norma y sanción. Pero no nos paramos a reflexionar con el niño y, ni mucho menos, les transmitimos que sentimos lo que sienten. Si –por poner un ejemplo- traen una nota de la profesora diciendo que han mentido y que no han entregado los deberes, nos enfadamos y les reñimos. Pero no vamos a su sentir y a empatizar diciendo: “quizá sentías miedo de defraudarnos o de que no te queramos si comprobamos que nos mientes; tranquilo, nos podremos enfadar y discutiremos pero siempre estaré contigo porque mi cariño y aceptación hacia tu persona es lo primero” “Si eso ya lo saben” – dicen algunos padres. “Pues no sé yo si están tan seguros de eso...” – les respondo. “Vosotros, decídselo” – insisto.

La empatía es como alimentarles, como llevarles al médico o cualquier otra atención que consideréis necesaria e imprescindible para vuestro hijo/a. Es muy necesaria para calmarles cuando tienen ataques de ira (“mucho habrás sufrido para responder con tanta rabia”), para que sientan que les apoyamos cuando no hacen amigos, son rechazados, repiten curso, hablan y preguntan sobre su historia de vida, etc. No lo olvidemos: nadie estuvo allí cuando vivieron el dolor del abandono y del maltrato. Nadie se puso en su piel. ¿Cómo nos sentimos nosotros cuando nadie se pone en nuestra piel? ¿Cómo te sientes tú, padre, madre, profesor, profesora, educador, educadora…?

Y con ello no quiero decir que el límite (el límite no sólo es asegurarse que el niño interioriza la norma, obedece y no “nos torea”, acepta la autoridad y no llegue a convertirse, el día de mañana, en alguien antisocial; el límite también es una estructura diaria de funcionamiento y relación donde se ha explicitado, de una manera predecible, coherente y consistente, qué se puede hacer y no hacer, los horarios, el orden… Y para esto es necesaria la presencia de los cuidadores que enseñen y acompañen a los niños hasta que puedan hacerlo solos) no sea necesario o menos importante. No. Sólo quiero decir que con el límite por sí solo, no basta. Y muchos padres le dan una importancia desmesurada al límite y muy poca a la empatía.

Wallin (2012) nos dice que con los niños que tienen trauma no resuelto (que son normalmente los niños más dañados, inestables emocionalmente y con problemas de conducta) el camino es el límite y la empatía. El cómo hacerlo es algo que hay que aprender porque no es fácil. Los padres y las familias que no puedan o sepan, deben de recurrir a los profesionales, las asociaciones… Trabajar la empatía desde la infancia (con paciencia, constancia y tranquilidad) pone los ingredientes para que en el futuro, en el interior de un adulto, no siga habitando un niño herido con el que nadie nunca empatizó.

REFERENCIAS:

SIEGEL, D. La mente en desarrollo. Bilbao: Desclée de Brouwer

WALLIN, D.J. El apego en psicoterapia. Bilbao: Desclée de Brouwer.

lunes, 18 de junio de 2012

"Si el reflejo de la madre es poco receptivo, entonces un espejo es algo que se puede mirar pero ya no sirve para mirarse" (Winnicott) O de las consecuencias cuando falla la función reflexiva del cuidador

Esta semana retomo lo que voy descubriendo en el libro de Wallin, “El apego en psicoterapia” Llevo unas semanas hablando del mismo y la verdad es que este apasionante y fascinante libro nos ofrece el cuerpo teórico y las claves tanto para el tratamiento de los pacientes con alteraciones en el apego como también aplicaciones útiles en el tratamiento educativo de los niños y adolescentes que presentan historias de vida marcadas por experiencias de apego subóptimas.

Hace unas semanas hablábamos de la teoría de Peter Fonagy, un autor que desde el psicoanálisis ha revolucionado la teoría del apego al estudiar la misma desde el concepto de la función reflexiva. Veíamos cómo un apego seguro se gesta fundamentalmente si los cuidadores son competentes en la tarea de poder reflejar las emociones del niño sin invadirlas. Los padres que ejecutan esta función adecuadamente (1) entienden las causas que generan la angustia y los estados internos intolerables del niño;(2) pueden afrontar esa angustia y aliviarla en el menor y (3) reflejan la misma como reflejos de la experiencia emocional del niño y no de los adultos. Así el infante adquiere progresivamente la noción de que su mundo interno es distinto de la realidad externa. Y adquiere la noción de que existe una mente independiente separada con intenciones, deseos, emociones… (Wallin, 2012)

¿Qué sucede cuando los progenitores no son competentes e invaden con sus emociones tóxicas a los niños, en particular a los bebés? El niño se puede sentir superado por la naturaleza contagiosa de su angustia porque su malestar suscita una emoción idéntica en los progenitores. Entonces, como dice Winnicot, un espejo sirve para mirar pero no para mirarse. No hay reflejo contingente que diferencie al niño y éste queda envuelto en un marasmo, torbellino de emociones muy negativas que además, no se regulan. Con lo cual crecerá con las mismas y sin poder gestionarlas. La experiencia interna del niño se corresponde siempre con la externa, y no parece haber salida. (Wallin, 2012) Se sientan entonces, las bases de un apego desorganizado que en un futuro tiene muchas probabilidades de derivar en un trastorno límite de la personalidad. Las personas límite son impulsivas, emocionalmente inestables, con dificultades para regular y gestionar sus estados internos, con un miedo terrible a un abandono real o imaginario, sufren cambios en su autoimagen y presentan estados disociativos, conducta agresiva y auto-agresiva.

Pongamos un ejemplo real: Peter es un niño que creció en un entorno familiar caracterizado por una relación violenta entre sus padres. La madre presentaba una esquizofrenia y tendencia límite, sin capacidad para la función reflexiva. Invadía al niño con sus estados emocionales, no sintonizaba con él y las respuestas afectivas que ella le devolvía, al malinterpretar sus conductas, eran hostiles. Si el niño se encontraba incómodo y lloraba y se irritaba porque no le habían cambiado los pañales, la madre no reflejaba este estado con suavidad y cariño sino que literalmente su respuesta era de ira y agresión verbal hacia el niño, violentándole. El menor se desarrolló en esta relación de apego tóxica que hizo que su mente pensara que su realidad interna se correspondiera siempre con la externa: al tratarle mal su madre creció pensando que era malo. Su padre, al mismo tiempo, le pegaba, le gritaba y le miraba constantemente para ver qué hacia. Las conductas típicas infantiles de juego o de probar los límites, propias de los dos años, o de comienzo de la autonomía y la autoafirmación, las interpretaba como desafíos y pensaba que su hijo era un malo desobediente. Por ello, Peter encontró en el padre otra experiencia invasiva de maltrato con emociones tóxicas y su incipiente yo no pudo interpretar la experiencia sino que la experiencia le ocurría. La experiencia y él (mundo externo e interno) eran lo mismo, estaban en modo de equivalencia, como lo denomina Fonagy (Wallin, 2012)

Por lo tanto, la tarea de los padres (biológicos y no biológicos, pero especialmente de los padres que tienen hijos a su cargo que han podido vivir situaciones crónicas de abandono o malos tratos y el niño no ha podido reconstruir la experiencia) lenta y ardua pero fundamental cara al futuro y a la prevención de patología límite o cualquier otra forma de personalidad desadaptada, es la de tratar de que el niño aprenda paulatinamente a que su experiencia externa no es la interna. Reflejar sus emociones con cariño y suavidad, aprender a calmarle ante cualquier conflicto (que desata sus emociones e impulsos sumamente desregulados), ayudarle a pensar sobre lo que siente y a sentir sobre lo que piensa. Además, es de vital importancia que le enseñemos y reforcemos en la idea de que vivió una experiencia de malos tratos en la que fue la víctima y que él no mereció eso, esto es, le aportemos una narrativa que le permita verse como alguien digno de ser amado, respetado y con cualidades. De este modo la reconstrucción de su historia favorecerá también la regulación de las emociones y contribuirá a que vaya diferenciando entre el mundo interno y externo. Así ya no anticipará que le van a “tratar mal” (estos niños así lo creen porque confunden sus creencias con los hechos de la realidad, y van a muchos contextos de vida como el colegio, los deportes, los amigos… anticipando esto y pensando que lo que piensan -lo interno- es lo que pasa -lo externo-) y sus conductas de susceptibilidad a los otros, ira y hostilidad mejorarán notablemente. Pero es un proceso que lleva su tiempo y que requiere de nosotros de paciencia, perseverancia y tranquilidad. 


REFERENCIAS:


WALLIN, D. (2012) El apego en psicoterapia. Bilbao: Desclée de Brouwer.

lunes, 11 de junio de 2012

"Alumnado con dificultades de regulación del comportamiento", un herramienta útil de evaluación e intervención


Acabo de terminar de leer un reciente libro (editado en septiembre de 2011) titulado: “Alumnado con dificultades de regulación del comportamiento” (Vol. I) Infantil y primaria, de las autoras Carme Saumell, Gemma Alsina y Angels Arroyo. Carme es maestra de pedagogía terapéutica y psicóloga; Gemma es psicóloga y logopeda; y Angels, a su vez, es maestra de pedagogía terapéutica y de educación infantil. El segundo Volumen está dedicado a la etapa de Secundaria y no estaba en la librería. Espero poder adquirirlo pronto. La editorial que publica es Graó. La colección que Graó ofrece y que comienza con el título: "Alumnado..." es toda ella muy buena.

¿Qué opino después de leerlo? ¡Que es un libro EXCELENTE!, así, con mayúsculas y entre admiraciones. Desde estas líneas y este blog, mi más sentida felicitación por este trabajo. Cuando leí el título en la librería hace dos sábados, ya me atrajo: “Alumnado con dificultades de regulación del comportamiento” Y cuando miré el índice para ver el contenido, el libro me atrapó: no es la típica visión –ya tan manida- de la modificación de conducta. Al contrario: es un punto de vista fundamentalmente comprensivo y una propuesta que va mucho más allá.

Creo que es el libro que todo centro escolar debería tener. Deberían de leerlo, estudiarlo, compartirlo, analizarlo y tratar de aplicarlo todo el equipo educativo del centro, toda la comunidad escolar (incluyendo a las asociaciones de familia) Una de las quejas mas reiteradas que los orientadores y profesorado manifiestan es su desconocimiento, el no saber qué y cómo hacer ante el alumnado que no regula su conducta y no se adapta a la situación escolar. Creo que si se acercan a este libro y aceptan su innovadora propuesta, esta queja no va a tener sentido.  Los padres y las familias demandan (y con razón) una respuesta del centro escolar para que la escuela sea inclusiva y ayude a que estos niños que no regulan su conducta puedan vivir la experiencia educativa de crecer y aprender sabiéndose aceptados y atendidos en su dificultad pero también valorados como personas que poseen cualidades, habilidades y fortalezas. Pero no es menos cierto que los padres y las familias no pueden ni deben declinar toda la responsabilidad educativa a los centros. Ésta debe ser compartida. De cómo familia y escuela pueden colaborar y actuar conjunta y coordinadamente en la educación de los hijos en general, y del tratamiento de los niños con dificultades de regulación de la conducta en particular –y de muchas cosas más-, trata este libro. Paso a hacer una breve reseña del mismo.

Comienza el libro abogando por la mirada inclusiva y por el esfuerzo que la institución escolar debe de hacer para que todos los niños, sin distinción, puedan crecer y aprender como personas de esa maravillosa experiencia (que marca la vida) que puede ser la escolarización. Un primer punto en el que se centran las autoras es en realizar una crítica de los diagnósticos psicológicos y psiquiátricos. Aunque esta información puede ser importante, no es suficiente. Necesita ser contrastada, dicen, con la aportación del profesorado pues éste ve jugar al niño, observa su relación con los compañeros, analiza cómo aprende, habla con los padres… El profesorado da una información y una visión ecológica que la categoría diagnóstica no puede ofrecer. Además, las autoras nos alertan de que la categoría diagnóstica se centra en el déficit y no tanto en las fortalezas que el niño posee. Terminamos por mirar el trastorno y no la persona global del niño. Una fe ciega en la categoría diagnóstica (cuando afirmamos “este es un menor con trastorno de conducta”, por ejemplo) hace que el profesorado se inhiba y terminen por afirmar que ellos no saben de estos temas, cuando en realidad pueden hacer mucho por los niños. Y, finalmente, otorgarle una exagerada potencialidad a la categoría diagnóstica puede terminar por etiquetar al infante. No hay nada negativo en clasificar (y de hecho tiene innumerables ventajas); pero hemos de procurar que las categorías de diagnóstico sean para ayudar a conocer al niño en un elemento o información –importante, eso sí- más y no convertirlas en etiquetas que no permitan ver que tenemos una persona con nosotros. No es la clasificación diagnóstica (en mi opinión) el problema sino el mal uso que hagamos de la misma.

La obra prosigue reivindicando la figura del tutor como persona de referencia principal del niño en el centro y como pivote de todas las intervenciones. Los especialistas internos y externos al colegio que intervienen con el niño tienen su rol y funciones pero no pueden sustituir al tutor.

El capítulo segundo se centra en describirnos el desarrollo socializador. El niño con dificultades de regulación del comportamiento convive en un espacio de socialización como es el aula. Conocer con detalle cómo es el proceso de socialización y los estadios por los que atraviesa es muy importante. Aquí las autoras toman como referencia a Rygaard. Todo un acierto, desde mi modesto punto de vista, recurrir a este autor. Porque explica como nadie que los problemas de conducta son dificultades que los niños tienen porque no han conseguido alcanzar los estadios de organización que culminan en la adquisición de la permanencia, la capacidad del niño de regularse solo porque ya tiene conciencia de su personalidad global. Y ya sabemos que para alcanzar este último estadio denominado de la “organización social” el papel del apego como organizador y estructurador de la psique del niño es vital. Me encanta este libro porque le da un papel central al apego. De hecho, en el mismo, podemos ver recogidos los aportes de Heather Geddes y su libro “El apego en el aula”, otra magnífica obra de la que ya os hablé en este mismo blog. El capítulo culmina hablando del desarrollo moral, el papel de la familia, el de la escuela y el papel común.

El capítulo tercero incide en cómo detectar las conductas problemáticas. Primero, las autoras ofrecen algunas aproximaciones explicativas al comportamiento problemático. Y después subrayan la importancia de la detección. Finalizan este capítulo centrándose en cómo recopilar la información del alumno, cómo pedir ayuda y por dónde empezar ante un alumno que presenta problemas para regular el comportamiento.

El capítulo cuarto se dedica a la evaluación: por qué evaluar, preguntas útiles para una evaluación y la evaluación de la conducta: el niño y su entorno. Y nos ofrecen una completa guía para la evaluación. Porque este es otro de los puntos fuertes de este libro: se nota que las autoras son profesionales preparadas y con experiencia, pues la obra esta trufada de numerosos casos reales y llena de propuestas prácticas sobre cómo intervenir paso a paso, tanto a nivel global como individual. Y aún más: nos ofrecen un anexo con los instrumentos ya desarrollados para realizar tanto la evaluación como la intervención con el alumno con dificultades para la regulación del comportamiento. Numerosos instrumentos completísimos y muy bien elaborados, operativos, sencillos y claros.

El capítulo quinto desarrolla todo lo que es la intervención. Tomando como referencia el paradigma de la resiliencia (otra de las razones por las cuales este libro me gusta, porque se fundamenta también en este concepto) y de cómo el tutor escolar puede convertirse en un tutor de resiliencia en uno de los ámbitos donde el niño convive más tiempo, las autoras describen con detalle y practicidad cómo planificar la intervención con los alumnos. Desarrollan tanto las intervenciones que ellas llaman proactivas (basadas en cómo gestionar el centro, el entorno, el tiempo y el espacio, el trabajo y los materiales, el aprendizaje y las relaciones y las normas y las tareas) como las vías de intervención individual (éstas básicamente creando un entorno favorable y acercándose directamente a las necesidades del alumno) El capítulo sigue profundizando en la elaboración del plan de intervención proponiendo un buen número de actuaciones donde el acompañamiento y la orientación al alumno a través de la tutoría individual son claves, a mi modo de ver. Finalizan este apartado con un epígrafe la mar de estimulante: la maleta de las estrategias, maleta llena de recursos para el profesional.

La obra termina con el capítulo sexto donde las autoras reflexionan sobre "¿qué centros para estos alumnos?" Promueven un proyecto de escuela socializadora, segura y participativa.

Una obra redonda. Fundamentada en las aportaciones más modernas del apego, la resiliencia, la psicología del desarrollo y la psicopedagogía. Pero con una vocación clara, desde el principio, de constituirse en una herramienta práctica y útil para trabajar con el fin de que los alumnos con dificultades de regulación del comportamiento tengan una experiencia de escuela inclusiva y acogedora, generadora de apegos seguros. Animo a todo el profesorado y profesionales (psicólogos, pedagogos, psiquiatras…) a que lo adquieran y aprendan del mismo. 

martes, 5 de junio de 2012

Seminario sobre la técnica de la caja de arena en Madrid, el próximo 23 de junio.


El próximo 25 de junio, en el Centro Umayquipa de Madrid, dirigido por la psicóloga Loretta Cornejo, imparto un Seminario sobre la técnica de la caja de arena. El Seminario es una segunda edición del que celebramos el pasado noviembre de 2011, con gran éxito.

La técnica fue desarrollada por dos autoras: Dora Kalff y Margaret Lowenfeld y hunde sus raíces en la teoría jungiana. No obstante, la técnica también puede concebirse como un método dentro de la terapia de juego. Al primer enfoque se le llama sandplay. Y a este segundo, sandtray. En este Seminario nos centraremos en el sandtray.

La técnica consiste en la elaboración de mundos o escenas utilizando miniaturas diversas (hay que proveer al paciente de una muestra representativa de todos los seres animados e inanimados que existen en el mundo externo así como en su imaginario) que se colocan en la superficie de una bandeja (de unas proporciones determinadas) cubierta de arena hasta aproximadamente la mitad de su cabida.


La técnica me parece la más idónea para trabajar contenidos traumáticos cuando existen bloqueos emocionales que impiden al niño la verbalización. O para niños que no son hábiles o presentan un retraso del lenguaje de etiología diversa. El juego, por lo general, es el lenguaje del niño y aporta una narrativa que le permite liberar, expresar y simbolizar, desarrollando sentimientos de control, lo que le sucede y lo que vive en su interior.

Los niños, generalmente, no dominan el lenguaje verbal como lo pueden hacer los adultos. Jugar con ellos, en cambio, es acercarse a la manera que ellos tienen de hablar y contar. La caja de arena podría insertarse dentro de este propósito porque es un lenguaje no verbal que aporta numerosos símbolos universales, y al niño se le hace fácil y accesible.

Pero la técnica no sólo son los símbolos (muñecos, figuritas, miniaturas y todos aquellos elementos que también se convierten en símbolos como casas, puentes, árboles, vehículos, etc.) que equivaldrían a las palabras del diccionario. Es también una escenificación de todos esos elementos en la bandeja que suponen la gramática de la técnica.

El niño, además, se sitúa en una postura que le convierte en sujeto que crea y construye (visión muy resiliente): un mundo imaginario, una escena, una historia, un cuento, una secuencia… Y la gramática supone narrar. Y ya sabemos la importancia que la narrativa tiene sobre todo para los niños que necesitan reconstruir su historia. Especialmente cuando lo que se narra está cargado de emociones dolorosas que permanecen disociadas, como es el caso de los niños traumatizados por la violencia u otros acontecimientos duros y sobrecargantes para la mente en desarrollo. La técnica ayuda a la integración del trauma.

En este Seminario, eminentemente práctico, pretendemos:


Conocer los orígenes de la técnica, hacer un poco de historia.

Perfilar para quiénes esta indicada esta técnica.

Aprender los pasos en la conducción de una sesión con la técnica de la caja de arena.

Explicar cuál debe ser la actitud del terapeuta.

Alcances y límites de la técnica.


La metodología comprende la elaboración de cajas de arena por parte de los alumnos, aprendiendo los pasos en la aplicación y conducción de una sesión junto con breves exposiciones teóricas y el visionado de vídeos con casos prácticos reales.

Información e inscripción en:

Fecha: 23 de junio de 2012
Horario: de 10h. a 14h. y de 15.30 h. a 19.30h.
Precio: 140€. (matrícula 50€ / curso 90€ )
Dirigido a: Psicólogos, Médicos, Profesores, Maestros, A.T.S y alumnos en formación
Lugar:   UmayQuipa a.e Alberto Aguilera 58 3º I 28015-Madrid
Telefax: 91.5493878
Clases en: Donoso Cortes, 88 1º Dcha. 28015-Madrid
E mail: umayquipae@gmail.com
Imprescindible separar  matrícula  

¡Espero veos a todos/as y compartir este atractivo Seminario con vosotros/as!

lunes, 4 de junio de 2012

Entrevista en "El Diario Vasco" con motivo de la celebración de una jornada formativa con las familias adoptivas de Gipuzkoa de la Asociación Ume Alaia. Hablando sobre apego, resiliencia y adopción.

El pasado lunes la periodista Ane Urdangarin de “El Diario Vasco” (periódico que se lee mayoritariamente en Gipuzkoa) publicó una entrevista que tuvo a bien hacerme con motivo de mi participación en una jornada formativa, el pasado 18 de mayo, con las familias de la Asociación de Familias Adoptivas de Gipuzkoa Ume Alaia. La aparición de la entrevista se demoró unos días pero, al final, se publicó.

He quedado muy satisfecho con Ane Urdangarin por su excelente trabajo periodístico. Ha recogido muy bien lo que he pretendido transmitir. Os confieso que raras veces quedo contento con este tipo de entrevistas, pues al final dependes del trabajo de elaboración que el profesional haga. A veces no me gusta nada el titular o el subtitular que destacan. Otras veces descontextualizan la información que expones. Pero en, esta ocasión, sólo tengo palabras de agradecimiento y felicitación. Y son para Ane Urdangarin.

Como la entrevista no se publicó en edición electrónica y sólo se podía leer comprando el periódico (muchos vivís fuera de Gipuzkoa y Euskadi), esta semana me ha parecido interesante dedicar el post a que podáis leer lo que expongo en la misma porque creo que os puede resultar orientativo y práctico. Para todos/as los padres y las madres, y también para los profesionales, he transcrito la entrevista que dice, literalmente, así:

Titular: “No poner límites a los niños es tan negativo como no darles afecto”

Subtítulo: “El apoyo de los padres y del entorno social ayuda a los niños a  rehacerse ante la adversidad”

ANE URDANGARIN. SAN SEBASTIÁN. Los niños cuentan con recursos para hacer frente a las adversidades, pero para desarrollarlos necesitan del acompañamiento de adultos que les brinden apoyo y afecto. El psicólogo donostiarra José Luis Gonzalo Marrodán ha dedicado buena parte de su vida profesional al tratamiento de niños víctimas de malos tratos para la Diputación y también atiende a familias con niños adoptados. De cómo ayudar a los chavales para que sepan rehacerse ante la adversidad habló recientemente en una jornada organizada por Ume Alaia, la Asociación de Familias Adoptivas de Gipuzkoa.

¿Cómo le enseñamos a un niño a enfrentarse a la adversidad?

Los niños lo que necesitan fundamentalmente es un adulto que les acompañe y acepte de manera incondicional. Creo que es algo que nos cuesta muchísimo a todos los adultos, porque tendemos a confundir la persona con la conducta. Podemos estar en desacuerdo con muchas cosas que los niños hagan, pero hay que darles ese mensaje de aceptación incondicional, decir: “yo te reconozco en tu valía, preservo tu autoestima, pero al mismo tiempo soy capaz de decirte que las conductas que haces no me gustan, no son positivas y te voy a ayudar a cambiarlas” El hecho de que eduquemos a los niños quiere decir que les vamos a ayudar a superar las dificultades y las conductas problemáticas, pero tenemos que preservar la aceptación incondicional de la persona, porque los niños que resultan más resilientes, aquellos que son capaces de funcionar bien en contextos de adversidad, son los que han tenido una persona en su vida, o dos, si los padres son pareja, que les han acompañado y les han aceptado de modo incondicional.

¿Cuándo decimos adversidad, de qué estamos hablando?

Tenemos que incorporar la visión de la adversidad a la vida, porque quizá podemos pensar que hablamos solo de cosas puntuales muy impactantes, pero también hay pequeñas adversidades, incluso eventos que corresponden al hecho de vivir y existir, como afrontar la muerte de seres queridos, una repetición de curso… Cualquier acontecimiento vital que forma parte de la existencia. En principio se pensaba que afrontar la adversidad era una cualidad de personas con características un tanto especiales, y ahora lo que se está viendo es que tanto los niños como los adultos pueden enfrentar esas adversidades de la vida cotidiana siempre y cuando cuenten con contextos de apoyo. Con los niños es fundamental proveerles de una red de apoyo: profesores, padres, terapeutas… De hecho, la mayoría de la gente que se recupera bien cuenta con una red social que le ayuda.

¿Cómo se puede disminuir el riesgo y potenciar la capacidad de afrontar las dificultades?

Para mitigar los riesgos tenemos que intentar que los niños tengan vínculos ricos, apego con los padres, una relación segura, confiable y de empatía. Eso hace que desplieguen más sus capacidades. Es muy importante también que cuando llegue a la edad de la socialización consigan integrarse en grupos de amigos, logren disfrutar de las relaciones sociales, de las redes de amigos… Las personas que mantienen vínculos sociales son más resilientes.

¿Más recomendaciones?

Es importante fijar los límites, que sean claros y firmes. Muchas veces los padres tienen problemas para fijarlos, y eso es tan negativo como no ofrecerles afectividad. Hay que equilibrar tanto el control y los límites normativos como el afecto que damos a los niños. No hay afecto sin límite ni límite sin afecto. Y cuando ponemos un límite se lo tenemos que decir de una forma clara, sin perder el control. Muchas veces pensamos que con un castigo o un grito vamos a conseguir un efecto mayor y quizás lo que conseguimos es agravar el problema, porque los niños nos ven como personas que nos descontrolamos, no ofrecemos un buen modelo. Además, no solo hay que tirar del castigo, sino que muchas veces calmándonos nosotros y calmando al niño, hablando y ayudándoles a reflexionar, se consigue también que vayan interiorizando límites. Se trata de explicarle lo que puede y no puede hacer, y si ve que al mismo tiempo se le acepta incondicionalmente, a pesar de sus comportamientos negativos, hace que vaya interiorizando las cosas de forma más natural.

Parece de sentido común…

Creo que tenemos que tratar de dedicarles tiempo para enseñarles a funcionar en la vida. Quizás estamos demasiado preocupados en que se hagan muy competentes, tengan muchas actividades extraescolares, y no fomentamos la autonomía y que aprendan habilidades más cotidianas, de la vida diaria, que sean chavales que sepan solucionar problemas, que sepan gestionar el dinero, hacer encargos, que aprendan a responder ante una dificultad con un niño ante un conflicto… También destacaría la importancia de que los niños encuentren su lugar, que se les pueda dar un contexto de participación significativa en el que desplieguen su talento y se sientan a gusto, como puede ser el deporte, la música…

¿Los niños adoptados necesitan un apoyo extra?

Los niños que no han sido adoptados también pueden llegar a necesitar un apoyo extra, pero digamos que los adoptados tienen especificidades propias. Algunos, no todos, pueden provenir de situaciones de abandono con carencias prolongadas, malos tratos… Tenemos que ser conscientes de que normalmente esos niños necesitan un recorrido más largo que los niños sin esas vivencias, porque pueden tener incluso problemas traumáticos, más dificultades para regular sus emociones, de comportamiento, son más inseguros. Todo esto está muy relacionado con los primeros años de vida, un periodo muy importante en la configuración del desarrollo neuronal, y si ahí no se vive una experiencia de apego seguro, ese lazo que nos une a un cuidador que nos cubre nuestras necesidades, que empatice y nos dé seguridad, ese niño puede crecer con mayores dificultades. De ahí la importancia de que los padres adoptivos se formen y se preparen para saber actuar adecuadamente.

Junto a Óscar Pérez-Muga ha escrito “¿Todo niño viene con un pan bajo el brazo?”, una guía didáctica para padres adoptivos con hijos con trastornos de apego.

Explicamos que el niño se adapta a lo que el cuidador le ha ofrecido. El niño tiene varias opciones, como trajecitos que se pone: si ha tenido un cuidador rechazante, la estrategia del niño será ser evitativo; si el cuidador es más absorbente, el niño se vuelve más ambivalente; y los que han vivido situaciones de mucho terror, son de apegos desorganizados, que a veces se aproximan y a veces se alejan, y pueden ser controladores o excesivamente complacientes. Por eso sus padres adoptivos tienen que aprender a identificar el perfil de apego, que les dará pistas para saber cómo trabajar.


En los casos de infancias muy duras, ¿se consigue revertir la situación?

A esos padres el mensaje que les transmitiría es que si son capaces de hacer el trabajo de acompañamiento y de contención, de aceptación incondicional de ese niño, según la experiencia que tenemos en terapia con menores muy traumatizados y con muchos problemas de vinculación, a la larga esos niños van a salir adelante. Pero para eso es fundamental que los padres se conviertan en tutores de resiliencia, que valoren que el niño es un héroe, que ha sido capaz de afrontar situaciones de vida muy duras que los adultos no sabemos si seríamos capaces de sobrevivir, y trabajar con ellos día a día. El tutor debe ser capaz de permanecer, de seguir y de no rendirse.

No parece un trabajo sencillo…

Por eso hay que tener las mejores evaluaciones de la capacitación parental para hacerse cargo de los niños desprotegidos, porque los padres han de ser conscientes de que la adopción es una medida para toda la vida, que no vale la marcha atrás. Es tu hijo para siempre y hay que concienciar a los padres de los daños que pueden traer esos niños. Y ofrecerles un apoyo postadoptivo más intenso. Es cierto que hay adolescentes difíciles de manejar, pero puede ser muy gratificante, porque además estos niños tienen unas cualidades humanas que muchas veces te dejan sorprendido: lo mucho que agradecen cualquier gesto, lo incondicionales que pueden ser, lo dispuestos que están a colaborar…

El Diario Vasco, lunes 28 de mayo de 2012. Sección Al Día – Educación. Página 4


La semana que viene regreso con una entrada dedicada a los profesores, pues he descubierto un material muy útil y práctico.