lunes, 29 de septiembre de 2025

Una nueva mirada al síndrome de Estocolmo desde la teoría polivagal

"¡Clark, te veré de nuevo!", gritó a modo de despedida la joven Kristin Ehnmark desde la camilla en la que estaba sentada, presta a ser ingresada en una ambulancia, rodeada de policías y enfermeros y, un poco más lejos, de periodistas y curiosos. Era uno de los rehenes que acababan de ser liberados tras seis días de cautiverio en el Sveriges Kreditbank de Estocolmo, Suecia. Clark Olofsson era uno de sus captores.

Parece incomprensible que un rehén tenga esa reacción hacia uno de sus secuestradores... Desde entonces se acuñó el término síndrome de Estocolmo para referirse a una relación positiva entre una víctima y su agresor, captor o maltratador. 

Este artículo de Porges y otros autores (están citados todos más abajo) arroja luz y un nuevo marco comprensivo para explicar este comportamiento. Los científicos proponen reemplazar el término de síndrome de Estocolmo por el de apaciguamiento, y plantean la teoría polivagal como marco comprensivo.

Agradezco a Lourdes Ganzarain, psicóloga y traumaterapeuta sistémica el que me haya enviado el artículo y, además, ya traducido al español. 


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Acceso al artículo original:

Haz click AQUÍ

European Journal of Psychotraumatology 2023, Vol. 14, 1, 2161038

https://doi.org/10.1080/20008066.2022.2161038 


Appeasement: replacing Stockholm syndrome as a definition of a survival strategy


Rebecca Baileya (1), Jaycee Dugarda, Stefanie F. Smitha (2) and Stephen W. Porges (2) y (3)

(1) Independent Scholar; 

(2) Traumatic Stress Research Consortium, Kinsey Institute, Indiana University, Bloomington, IN, USA; 

(3) University of North Carolina, Chapel Hill, NC, USA


Videoresumen del artículo de Porges y colegas.

 

Traducción al español del artículo:

Apaciguamiento: reemplazar el síndrome de Estocolmo 

como definición de estrategia de supervivencia



Crítica del síndrome de Estocolmo

Las palabras pueden transmitir mensajes contundentes sobre intencionalidad, motivación y sanación. Considere la reciente concientización sobre el uso de "víctima" versus "sobreviviente". Algunas personas optan por usar la palabra "víctima" al describir experiencias traumáticas que ponen en peligro la vida, mientras que otras prefieren "sobreviviente", "guerrero" o "victorioso". Lo importante es que quienes han experimentado estos traumas tengan voz y voto al referirse a sí mismos y que las palabras que usemos reflejen fielmente sus experiencias vividas.

Un término particularmente problemático para los sobrevivientes de secuestro, así como de trata, violencia interpersonal y abuso sexual, es el "síndrome de Estocolmo". El síndrome de Estocolmo se propuso originalmente para explicar por qué algunos sobrevivientes de situaciones similares a la toma de rehenes no parecen, desde el punto de vista del observador externo, reaccionar ante su situación con una reacción de lucha o huida, y además parecen simpatizar con su agresor, como supuestamente se evidencia por la falta de cooperación con la policía y la expresión de comprensión o la ausencia de hostilidad hacia él. Desde entonces, el término se ha utilizado en otras situaciones traumáticas en las que existen desequilibrios de poder, como el secuestro y las relaciones abusivas. El término "síndrome de Estocolmo" postula una relación emocional positiva entre víctimas y agresores que se desarrolló debido al trauma (Jülich, Cita 2005 ). Este término persiste a pesar de varias críticas.

Foto: asihlatino.com



Primero, el síndrome de Estocolmo ha sido interpretado para asumir que hay una relación entre perpetrador y víctima que refleja cuidado y afecto mutuos entre ellos, pero que la mutualidad no existe en casos de secuestro, abuso y amenaza percibida de vida (Graham et al., Cita 1988 ). Además, el síndrome de Estocolmo intenta explicar la supervivencia del cautiverio como una fórmula derivada de la perspectiva del perpetrador o del observador (Namnyak et al., Cita 2008). Las variables incluyen: la amenaza percibida a la supervivencia; la creencia de que la amenaza se llevará a cabo; el cautivo percibe alguna pequeña amabilidad del captor; y el rehén experimenta la incapacidad percibida de escapar. Cada una de estas perspectivas requiere un nivel de procesamiento consciente que contradice lo que ocurre fisiológicamente durante un estado de terror. Estas dificultades conceptuales con el síndrome de Estocolmo podrían explicar por qué una revisión de la literatura profesional sobre técnicas de supervivencia utilizadas durante delitos violentos (Jordan, Cita 2013 ) demuestra la falta de criterios validados para el síndrome de Estocolmo como diagnóstico psiquiátrico, junto con una base de investigación empírica limitada (Geisler et al., Cita 2013 ). El origen del concepto en los medios de comunicación, en lugar de la investigación o la práctica clínica, y su aplicación a diversos delitos, edades y contextos interpersonales plantean interrogantes sobre su significado, validez y relevancia continua para la construcción de teorías y la investigación (Namnyak et al., Cita 2008 ).

Aunque teóricos anteriores han sugerido que el concepto de síndrome de Estocolmo podría ayudar a normalizar el comportamiento de los sobrevivientes (Graham et al., Cita 1988 ), se puede argumentar que el término no refleja la experiencia del sobreviviente, una crítica aún no reportada en la literatura profesional. Un término más preciso sería «apaciguamiento», ya que la palabra y la descripción general de apaciguamiento enfatizan la asimetría en la relación y la estrategia adaptativa para regular y calmar al captor, minimizando así posibles lesiones y abusos a la víctima (Treisman, Cita 2004)."

Basándonos en la afirmación de la Teoría Polivagal (Porges, cita 2011) sobre el impulso fundamental de internalizar una sensación de seguridad a través de la sociabilidad (Porges, cita 2022), proponemos que el término apaciguamiento pueda definirse operativamente para describir con mayor precisión una poderosa estrategia instintiva para sobrevivir y prosperar, independientemente de las circunstancias, que puede separarse del concepto de afecto mutuo y vínculo con el agresor. Esta perspectiva puede aplicarse a diversas poblaciones donde la diferencia de poder y las necesidades básicas de supervivencia perpetúan el abuso y la victimización, independientemente de la relación previa con el agresor.

Una breve historia del apaciguamiento como respuesta a la amenaza

Cantor y Price ( Cita 2007 ) introdujeron el concepto de apaciguamiento, proponiendo que es una respuesta natural de los mamíferos al atrapamiento o confinamiento. Sugirieron que el apaciguamiento podría contribuir a una mejor comprensión del TEPT, el síndrome de Estocolmo y la dinámica de los rehenes. Propusieron un paso en la articulación de la normalización de un proceso de cierre y sugirieron implicaciones para una mayor comprensión de la dinámica de las víctimas. Desde su perspectiva, el apaciguamiento era una respuesta de pacificación y sumisión. Dado que el apaciguamiento puede servir para desescalar una situación, se sugirió que la pacificación resultante podría contribuir a la supervivencia. Aunque rechazamos la definición de síndrome de Estocolmo, el concepto de apaciguamiento de Cantor y Price ayuda a operacionalizar la dinámica presente en circunstancias en las que una víctima percibe y experimenta una amenaza a la supervivencia física y psicológica, especialmente cuando hay aislamiento social.

Sin embargo, la formulación de Cantor y Price sobre el apaciguamiento omite la interacción funcional bidireccional, con el beneficioso impacto neurobiológico de la corregulación, entre el perpetrador y la víctima, que se comprende mejor al definir el apaciguamiento a través de la Teoría Polivagal. La Teoría Polivagal (Porges, Cita 2004 , Cita 2021 , Cita 2022 ) sugiere que, ante una amenaza a la vida, los circuitos fundamentales de supervivencia originados en el tronco encefálico, que regulan los órganos corporales a través del sistema nervioso autónomo, toman el control, llevando al sistema nervioso a un estado defensivo que suplanta el comportamiento intencional y las interacciones sociales. 

Este proceso se observa como una variación de la cascada de lucha/huida/parálisis y, potencialmente, colapso y parada. Esta cascada defensiva depende de estados autónomos que desvían funcionalmente la actividad neuronal de la estructura cerebral superior, lo que resulta en la reducción de la capacidad de resolución de problemas, la limitación del procesamiento cognitivo y el desplazamiento de la intencionalidad y las formas auténticas de sociabilidad por estrategias defensivas. Las necesidades básicas de supervivencia pueden determinar e influir en la definición de amenaza a la vida de un individuo. Por ejemplo, un padre que se enfrenta a la inseguridad alimentaria y de vivienda puede percibir la falta de recursos como una amenaza para su vida. La conexión social con el agresor puede ser percibida como una especie de salvavidas.

La disociación es un producto de estos circuitos del tronco encefálico orientados a la supervivencia y puede servir como un amortiguador ante la comprensión de que la propia vida está en riesgo. Desde la perspectiva polivagal, la disociación se considera un proceso inconsciente que sirve como un amortiguador protector cuando una amenaza es inminente. Cuando una persona se disocia, su nivel superior de pensamiento se altera y las funciones autónomas del sistema nervioso toman el control para optimizar la regulación de los sistemas corporales a través del sistema nervioso autónomo, incluso durante situaciones de vida desafiantes. La frecuencia cardíaca se ralentiza, la digestión se ve interferida y la consciencia se ve afectada. 

Las personas que han sufrido una experiencia traumática (que amenaza la vida) pueden internalizar un sentimiento de vulnerabilidad extrema y pueden tener dificultades para salir del estado disociativo (Cantor y Price, Cita 2007). Desde una postura puramente de supervivencia, la ralentización de la frecuencia cardíaca, la interferencia en la digestión y la percepción deteriorada de la realidad sirven para ahorrar recursos y proteger contra el pánico. Si bien estas estrategias de conservación son evolutivamente eficaces en reptiles asociales, comprometen las funciones homeostáticas y la sociabilidad de los humanos. Es más tarde, una vez superada la amenaza inminente, que la disociación continua puede volverse problemática, resultando en diversas comorbilidades mentales y físicas. Al aceptar la necesidad primordial de sobrevivir como un imperativo biológico, la disociación podría estudiarse como un amortiguador fisiológico adaptativo de supervivencia en respuesta a circunstancias abrumadoras. En períodos prolongados de cautiverio o bajo amenaza, un individuo puede funcionar en un estado disociado, lo que le permite tolerar lo intolerable.


Bajo amenaza, un individuo puede funcionar en un estado disociado
Foto: webconsultas



Una ciencia de la seguridad conduce a una comprensión de los procesos internos que sustentan la supervivencia.

La motivación para sentirse seguro es un objetivo principal del sistema nervioso (Porges, Cita 2022). La Teoría Polivagal (Porges, Cita 2021) proporciona una perspectiva científica innovadora que incluye la descripción neurofisiológica del circuito neuronal que regula a la baja las reacciones de amenaza. Este ajuste fisiológico ocurrió durante el cambio evolutivo de reptiles asociales a mamíferos sociales (Porges, Cita 2021). Desde la perspectiva de la evolución, el cambio en el sistema nervioso autónomo es el núcleo de nuestra capacidad para conectar socialmente con otros. Cuando aplicamos y refinamos el concepto de apaciguamiento a la afirmación de la Teoría Polivagal del impulso fundamental de internalizar un sentido de seguridad, podemos describir con mayor precisión el poderoso deseo instintivo de sobrevivir y prosperar, independientemente de las circunstancias. En este contexto, el concepto de apaciguamiento elimina la mayoría de las sugerencias de afecto mutuo y vínculo cuando se está en modo de supervivencia. La importancia de sentirse seguro como un sentimiento objetivo ha sido debatida desde los primeros psicólogos, como Wundt (Ogden, cita 1907).

El lenguaje ambiguo utilizado para describir emociones y sentimientos se suma al desafío de operacionalizar una "sensación de seguridad sentida" (Porges, Cita 2022). La Teoría Polivagal sugiere una definición de resiliencia en víctimas/sobrevivientes que conceptualiza una explicación jerárquica de los sentimientos como interpretaciones cerebrales superiores de las señales neuronales que transmiten información sobre los órganos viscerales (por ejemplo, corazón, intestino, etc.) al tronco encefálico (Geisler et al., Cita 2013). Esta perspectiva biopsicoevolutiva enfatiza la función fundacional del estado autónomo en las experiencias subjetivas de sentimientos globales y emociones específicas. Dentro de esta conceptualización jerárquica, los sentimientos de seguridad son preeminentes y forman el núcleo de un sistema motivacional duradero que cambia el estado autónomo, que a su vez impulsa comportamientos, emociones y pensamientos.

Cuando se enfrenta a una amenaza física, la respuesta natural es volver a una postura defensiva, incluyendo lucha/huida o un bloqueo total de las respuestas emocionales (Porges, Cita 2022). Enfrentados a una situación en la que no es posible escapar de inmediato, algunos sobrevivientes pueden tener el recurso de expresar un tipo de "compromiso súper social" que puede permitirles involucrarse y corregular y calmar eficazmente a su perpetrador. Operativamente definimos esta capacidad de corregular y calmar al perpetrador como apaciguamiento. La capacidad de acceder al proceso de apaciguamiento se conceptualiza como un tipo de "compromiso súper social" que requiere la capacidad neuronal para gestionar un estado híbrido que permite el acceso a la calma y las señales sociales del sistema de compromiso social (Porges, Cita 2011, Cita 2021, Cita 2022), mientras que simultáneamente se mantiene el acceso al sistema simpático de movilización energética para involucrar comportamientos de lucha/huida si es necesario (Porges, Cita 2011). Los testimonios directos de sobrevivientes de secuestros subrayan su conciencia de la importancia de establecer algún tipo de conexión social con el agresor. La necesidad de establecer dicha conexión se reitera en entornos terapéuticos y es descrita por estos sobrevivientes. En términos de la Teoría Polivagal, este proceso de conexión entre el sobreviviente y el agresor se considera «corregulación», un proceso mediante el cual se produce una expresión bidireccional mutuamente beneficiosa de señales de seguridad que calman funcionalmente el sistema nervioso autónomo y la conducta observable (Mohandie, Cita 2002).

La interacción social no solo ayuda a calmar el sistema nervioso autónomo, sino que su retirada puede desregular el sistema. Esto puede requerir una necesidad continua de interacción social para que el superviviente se mantenga a salvo. En un estudio sobre la corregulación entre madres e hijos, el cuidador de niños pequeños proporciona señales para calmar a los bebés. Específicamente, se demostró que el tono prosódico ayuda a regular a un bebé con problemas de conducta. Además, los bebés parecían angustiados después de que se les retirara la interacción social a su cuidador. Este estudio en particular no solo se centró en el impacto del tono prosódico en el estrés interno de los bebés, sino que también presenta el impacto de la disregularidad de la retirada social, lo que sugiere el impacto biodireccional entre dos sistemas nerviosos autónomos (Sarrate-Costa et al., Cita 2022 ).

La capacidad de apaciguar cuando se está en un estado activado requiere suficiente regulación para que el perpetrador parezca estar tranquilo. Esta forma de regulación no es de fácil acceso ni está disponible universalmente, pero requiere habilidades innatas para inhibir la excitación simpática que desencadenaría la defensa del perpetrador. Parecer tranquilo y enviar señales de interacción cuando se enfrenta a un depredador brinda una oportunidad para que se produzca la corregulación. La respuesta visceral a la amenaza es un circuito de supervivencia fundamental ubicado en el tronco encefálico y compartido por varias especies de vertebrados que precedieron a la evolución de los mamíferos sociales. Estos circuitos coordinan la excitación simpática o el cierre vagal dorsal para apoyar la supervivencia mediante comportamientos defensivos. La capacidad de estar cerca de un individuo o evento potencialmente mortal, sin cerrarse, huir o luchar, requiere la capacidad de acceder al sistema de interacción social con su dependencia neurofisiológica del complejo vagal ventral que regula las estructuras primarias (p. ej., la expresión facial, la entonación de la voz) de las que dependen la conexión social y la corregulación (Porges, Cita 2022). Activar el sustrato neuronal para apaciguar supone un desafío para el sistema nervioso y no es una conducta intencional fácilmente accesible. Más bien, requiere reajustar el estado autónomo que, de forma oportunista, mantiene suficiente inhibición sobre las reacciones adaptativas de amenaza del sistema nervioso simpático (es decir, lucha/huida) o del sistema vagal dorsal (es decir, bloqueo, colapso, desmayo, defecación). Al situar un estado autónomo en el centro de los sentimientos de seguridad o amenaza, las conductas pragmáticas de supervivencia de lucha/huida y las estrategias complejas de resolución de problemas que conducirían al escape son consecuentes y dependen de la función facilitadora del sistema nervioso autónomo para optimizar estas estrategias. De igual forma, desactivar las reacciones de amenaza y calmar el estado autónomo a través de la vía vagal ventral promoverá la accesibilidad interpersonal, a la vez que favorecerá la corregulación de los estados autónomos tanto del superviviente como del agresor. Este modelo sitúa el estado autónomo como una variable interviniente, que media en la interpretación de las señales contextuales y configura las reacciones tanto del depredador como del cautivo. Según esta conceptualización, dependiendo del estado autónomo del individuo, las mismas señales y desafíos contextuales pueden generar diferentes reacciones conductuales, cognitivas y fisiológicas. Esto sería cierto tanto dentro de cada individuo como entre ellos.

El apaciguamiento es una poderosa herramienta para la supervivencia, la adaptabilidad y la resiliencia

Existe una gama de respuestas entre individuos que comparten el mismo contexto ambiental traumático. Estudios sobre rehenes indican que un estado tranquilo y regulado puede aumentar las tasas de supervivencia (Jaeger et al., Cita 2014). Además, la utilidad adaptativa del apaciguamiento en las experiencias de sobrevivientes de abuso puede neutralizar funcionalmente las estrategias defensivas en la víctima, así como en el perpetrador a través de circuitos neuronales que comunican señales de seguridad. Por lo tanto, si el perpetrador comienza a sentirse seguro con la víctima, entonces existe la posibilidad de que el sistema nervioso del perpetrador se calme y reciba señales de seguridad emitidas por la víctima, lo que resulta en menos violencia, ira y lesiones. Esto no debe confundirse con la noción de adulación. La adulación es el uso de complacer a las personas para disipar el conflicto y ganarse la aprobación de los demás (La asociación entre la orientación teórica de un psicoterapeuta y la percepción del trauma complejo y la ira reprimida en la respuesta de adulación - ProQuest , Cita nd). Es una forma desadaptativa de crear seguridad en nuestras conexiones con los demás al reflejar esencialmente las expectativas y deseos imaginados de otras personas.

Proponemos que la víctima no está utilizando técnicas de adulación, sino que de hecho está influyendo en el perpetrador mediante un proceso interno de corregulación (Porges, Cita 2004 ). La corregulación fomenta la regulación tanto del captor como del secuestrado. Es una característica que permite a todos los mamíferos regular a la baja las estrategias defensivas como gritar y chillar, y en cambio promueve la sociabilidad al permitir la proximidad psicológica y física sin las consecuencias de las lesiones, incluso en situaciones de supervivencia. Es este mecanismo de calma que se ajusta adaptativamente para protegernos cuando estamos en modo de lucha o huida (Geisler et al., Cita 2013 ). Este mensaje ha sido confundido por algunos como el síndrome de Estocolmo o como un tipo de afecto en lugar de una poderosa reacción adaptativa de supervivencia. De hecho, la adulación no utiliza las poderosas fuerzas biológicas de la corregulación. La adulación implica menos sintonía y es más unilateral. Además, desde una perspectiva polivagal, la adulación puede tener el efecto opuesto al apaciguamiento porque podría ser percibida por el agresor como un estado altamente vulnerable, incitando a más agresión (Reid et al., Cita 2013 ).

La investigación de Bonanno y colegas (Bonanno y Burton, Cita 2013) se basa en el creciente cuerpo de literatura que subraya la aceptación de que el proceso fluido del sistema nervioso y la autorregulación se ha convertido en una variable importante para comprender la resiliencia (Bonanno, Cita 2021 ; Chen y Bonanno, Cita 2020 ; Jiang et al., Cita 2021). En resumen, el primer paso de la autorregulación es una evaluación de lo que se requiere en el escenario específico. El segundo paso, según la teoría de Bonanno, es la elección de lo que describen como una respuesta reguladora. La pregunta es, ¿qué puedo hacer? Por último, la pregunta es, ¿está funcionando? La última pregunta requiere una evaluación consciente de la estrategia. Se puede asumir que en una situación de vida o muerte, la pregunta es, ¿qué probabilidades tengo de mantenerme vivo? Esta investigación respalda la noción de que el sistema nervioso, especialmente las estructuras cerebrales involucradas en la regulación del comportamiento intencional, juega un papel importante en la supervivencia. Sin embargo, desde una perspectiva biológica, lo que falta es comprender el papel que desempeñan los mecanismos fundamentales de supervivencia del tronco encefálico en respuesta a un peligro inminente. Tampoco está claro cómo se desarrolla un estado autónomo lo suficientemente resiliente como para poder tener una respuesta de apaciguamiento ante dicha amenaza.

Está bien documentado que el pensamiento consciente se ve afectado por la respuesta biológica al terror (Pyszczynski et al., Cita 1999 ). En tiempos de amenaza a la vida, los circuitos de supervivencia fundamentales en nuestro sistema nervioso toman el control e interfieren con el funcionamiento ejecutivo, lo que sugiere que el pensamiento lógico y el desarrollo de estrategias son procesos completamente inconscientes. Todos los mamíferos operan desde la perspectiva de seguridad versus vulnerabilidad. Un sistema nervioso flexible proporciona opciones para la supervivencia y la resiliencia, aunque estas acciones pueden ser el resultado de procesos inconscientes. Los modelos animales también han presentado datos para apoyar que todos los mamíferos alcanzan un nivel de saturación en el que el umbral es demasiado alto para que un sistema nervioso influya en el otro sin descanso y desactivación (Chemtob et al., Cita 1992 ). Esto es importante para comprender la resiliencia porque, en muchas situaciones, el destino de la víctima está, por supuesto, determinado por la patología o motivación del perpetrador.

Implicaciones clínicas

El tratamiento de las víctimas/sobrevivientes de traumas no es un proceso único para todos. Existen numerosos enfoques de tratamiento, muchos de ellos respaldados por una sólida investigación basada en la evidencia (Han et al., Cita 2021 ; MacFarlane y Kaplan, Cita 2012; Review of Narrative Therapy: Research and Utility – Mary Etchison, David M. Kleist, 2000, Cita nd ; Warshaw et al., Cita 2013 ; Williamson et al., Cita 2010). La variable común en todas las modalidades es el sistema nervioso adaptativo del individuo que intenta dar sentido al horrible pasado. La pregunta inicial es "¿por qué no te fuiste?", pero una pregunta más importante es "¿cómo sobreviviste?". El enfoque clínico debe apoyar el proceso instintivo natural que mantuvo vivo al individuo. Después de la recuperación, el desafío es cómo ayudar a apoyar la internalización y la comprensión de que ya no hay peligro ni amenaza para la vida. Ahí radica el dilema: a las víctimas/sobrevivientes del abuso prolongado y aislado que se observa en secuestros y violencia interpersonal, a menudo se les hace creer que siempre habrá peligro y amenaza de muerte, incluso cuando el agresor no esté presente. El miedo inmoviliza y compromete el procesamiento superior, reforzando la dependencia.

La creencia de que uno se enamoró del perpetrador puede ser confusa y aterradora para una persona que ha experimentado cautiverio. La preocupación puede llevar a temores de mayor vulnerabilidad y puede connotar el mensaje de que la persona es capaz de ser engañada fácilmente. Otro factor es el mensaje dado a los miembros de la familia de que la persona no escapó intencionalmente por una lealtad retorcida al perpetrador. Este mensaje también es confuso y desregulador para los miembros de la familia y los partidarios, lo que puede evitar que los miembros de la familia apoyen activamente al sobreviviente. La percepción de apoyo es importante para la curación y el bienestar de todo el sistema familiar (Bailey et al., Cita 2020 ). Para comenzar a recibir y brindar este apoyo, es importante que los sobrevivientes y sus familias comprendan que el secuestro, la trata y la violencia de pareja, por definición, ocurren en contextos de diferencias. El cautiverio en estas circunstancias puede confundirse fácilmente con el amor, ya que las necesidades de supervivencia moldean la dependencia de la misma manera que un niño pequeño se ve obligado a depender del cuidador.

"La creencia de que uno se enamoró del perpetrador
puede ser confusa y aterradora para una persona
que ha experimentado cautiverio"
Foto: El Correo


Finalmente, la vergüenza se ha identificado como uno de los factores clave subyacentes a muchos síntomas traumáticos (López-Castro et al., Cita 2019 ; Saraiya y Lopez-Castro, Cita 2016). Ideas como el síndrome de Estocolmo pueden aumentar la vergüenza. Proporcionar a los sobrevivientes el marco de apaciguamiento normaliza y elogia el mecanismo de supervivencia, dada la inusual capacidad de interactuar con la red social cuando se ven amenazados. El apaciguamiento puede y debe enmarcarse como una explicación alternativa para lo que podría ser una sólida táctica de supervivencia, una táctica no solo intencional, sino que depende de las capacidades de un estado autónomo resiliente como recurso.

Propósito y resultado esperado de este artículo

En el campo de la investigación del trauma, reconocer la resiliencia como la norma ha pasado de ser considerado raro a ser visto como un resultado mayoritario (Bonanno, Cita 2021). Lo que no está tan claro es qué variables constituyen la resiliencia. Un gran cuerpo de investigación ha analizado las variables de personalidad, los recursos de apoyo, los activos financieros y educativos, la búsqueda mínima de significado y experiencia, y la expresión de emociones positivas (Bonanno, Cita 2004 ; Bonanno et al., Cita 2015). Otra variable importante citada son las estrategias de regulación emocional. Planteando la pregunta de ¿cómo o qué hace que un individuo sea más capaz de manejar eventos adversos de manera más positiva que otros? La investigación no ha podido evaluar con precisión la futura capacidad de afrontamiento de los individuos percibidos como resilientes en el momento del estrés traumático.

Dado que la investigación de Bonnano presenta un panorama de resultados modestos al aislar y categorizar variables individuales presentes en la literatura sobre resiliencia (Bonanno, Cita 2021), postulamos que la operacionalización de una explicación singular para la supervivencia y el logro de la resiliencia no puede resumirse en una fórmula única o multivariable. Lógicamente, un estado que preserve los recursos y altere la realidad de las circunstancias sería óptimo para prevenir la ansiedad abrumadora y, en algunos casos, lo que denomino muerte vudú (Cannon, Cita 1942 ; Lex, Cita 1974).

El objetivo de nuestro modelo propuesto de apaciguamiento es proporcionar una alternativa al síndrome de Estocolmo para comprender cómo un sobreviviente puede haber navegado y negociado de manera funcional y adaptativa con el sistema nervioso del perpetrador. Además, proponemos la introducción de una poderosa respuesta de supervivencia inconsciente. El apaciguamiento no garantiza la supervivencia, pero proponemos que el apaciguamiento sea un posible proceso inconsciente cuando se enfrenta a una amenaza de vida en el contexto de la violencia interpersonal. Esta amenaza de vida es el factor clave para que se produzca el apaciguamiento. 

La comprensión de que el sistema nervioso de una persona puede afectar inconscientemente el sistema nervioso de otra ha sido identificada en la investigación que analiza la presencia terapéutica y las variables que contribuyen a intervenciones terapéuticas efectivas (Geller y Porges, Cita 2014 ; Porges y Dana, Cita 2018). Cuando esta teoría se aplica a circunstancias que involucran cautiverio y amenaza de vida, proporciona una explicación plausible de cómo podemos comprender y honrar a los sobrevivientes que han tenido un sistema nervioso regulado que, cuando se enfrentan a amenazas de vida, les permite expresar características de calma, interés y compromiso social. Por lo tanto, es posible atenuar o alterar el estado de agitación del perpetrador. 

Cabe destacar que el modelo es puramente explicativo para reconocer la capacidad de los sobrevivientes que han tenido la oportunidad de acceder al apaciguamiento durante situaciones que amenazan su vida. El modelo no implica que esta capacidad pueda aprenderse o entrenarse. Se recomienda investigar más a fondo el impacto de la operacionalización de este concepto para apoyar la sanación y el bienestar de los sobrevivientes de diversos delitos. Una pregunta importante de investigación es: «Si el comportamiento de los sobrevivientes se apoya como un factor de resiliencia y se etiqueta en términos que resaltan procesos inconscientes, ¿impactará positivamente en el proceso de recuperación si su experiencia se conceptualiza desde su perspectiva y no desde la de quien preparó el proceso?».

Declaración de divulgación

El/los autor(es) no informaron de ningún posible conflicto de intereses.

Referencias

Por optimizar esfuerzos, las referencias están consignadas en el original en inglés que puedes descargarte haciendo clic AQUÍ.

martes, 16 de septiembre de 2025

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lunes, 15 de septiembre de 2025

Cuando el futuro recuerda, por José Luis Gonzalo

Cuando el futuro recuerda

Por José Luis Gonzalo Marrodán
psicólogo clínico y traumaterapeuta sistémico




Estoy terminado la lectura del último libro de Carlos Pitillas, totalmente recomendable. Me refiero a Caminar sobre las huellas. Vínculos, trauma y desarrollo humano. La obra ahonda en las aportaciones que la teoría del apego y el psicoanálisis intersubjetivo nos ofrecen, sin olvidar las tradiciones clásicas, pero con una mirada actual. Un trabajo muy bien trazado, con una lógica expositiva clara y ordenada y con el rigor que al autor le caracteriza, basado en su experiencia clínica y en la investigación. La parte que repasa los mecanismos de defensa es lo mejor que he leído sobre el tema; muy bien explicados y con ejemplos y tablas que ilustran los contenidos y favorecen su comprensión.

Dentro de todo lo que Carlos Pitillas aborda, me ha parecido muy interesante para profesionales y familias la respuesta a la pregunta que el autor se hace. Me estoy refiriendo a ¿por qué repetimos los viejos esquemas mentales? A pesar de que sus resultados y consecuencias sean problemáticas para la persona y los demás, ¿por qué sucede esto? Sobre ello voy a hablar a continuación. Sin embargo, os recomiendo que compréis el libro de Carlos Pitillas y deis buena cuenta de él porque, además de ser el autor, profundiza mucho más de lo que en un artículo de blog yo puedo hacer. 

Las personas desarrollamos tempranamente representaciones mentales como consecuencia de nuestra interacción con el mundo y con las personas que conforman nuestros primeros vínculos. En palabras de Carlos Pitillas, "convertimos las experiencias en representación". Lo que se repite y espera de la experiencia es previo a la aparición del lenguaje. Al principio, durante los primeros años, no son muchas las representaciones, de acuerdo con la oferta relacional que el bebé vaya recibiendo -primero con las figuras adultas que le cuidan, después con otras personas significativas-. Pero en la medida en que crecemos disponemos de una miríada de representaciones y modos de procesar cognitiva, emocional y sensorialmente el mundo que nos rodea y las relaciones. 

Si las experiencias vividas son muy similares y requieren patrones de respuesta parecidos, tienen continuidad y ofrecen resultados, hacen que los modelos representacionales se registren y afiancen mentalmente. Por ejemplo, Sergio nació en un entorno familiar caracterizado por la violencia. A los doce meses, desconectarse mentalmente de los gritos, palizas e insultos que su padre le propinaba a su madre, le ayudaba a no sentir. A los dieciocho meses, fue ingresado en una casa cuna, y los educadores tenían una disciplina muy rígida. Su sistema nervioso reaccionaba con rigidez y la desconexión de las personas y del entorno se afianzó. Más mayor, con cinco años, no hablaba, era muy introvertido, experimentaba mucho miedo en el día a día a causa de la disciplina maltratante de los educadores, pero trataba de no estar presente y seguir disociado de esas vivencias. Más tarde, con diez años, es adoptado y sus padres no se explican por qué es un niño de pocas palabras, solitario, que teme las relaciones sociales -experimenta gran ansiedad- y de rasgos introvertidos. Solo busca los entornos donde pueda estar como mucho con una persona conocida, huye de las relaciones sociales y teme los vínculos íntimos. Es muy resistente al cambio y por mucho que sus padres lo intentan, no consiguen que Sergio se relacione con sus compañeros. 

Portada del libro de Carlos Pitillas
Como dice Carlos Pitillas, “la organización relacional de esta persona mantiene una continuidad en cuanto a la temática”, es decir, desconectarse de las experiencias interpersonales que impliquen relaciones sociales sobre todo grupales. Como dice Pitillas, “…los niños inseguros, por su parte, son más vulnerables a recaer en formas negativas de funcionamiento cuando las circunstancias se vuelven difíciles”.

Hay una repetición de patrones interpersonales, que en otros órdenes de la vida podemos ver en múltiples casos: tender al conflicto, complacer a todo el mundo, idealizar parejas para luego devaluarlas y romper agresivamente con ellas, tener el control de las situaciones, huir de las relaciones de pareja cuando se hacen íntimas, ser el salvador de todo el mundo, atacar a quienes te quieren ayudar, acomodarse a los castigos, ser el protagonista y el centro de atención en los grupos,… 

Carlos Pitillas en su libro “Caminar sobre las huellas. Vínculos trauma y desarrollo humano” nos habla de por qué estos modelos representacionales, algunos más rígidos que otros, hacen que repitamos una y otra vez aquello que nos perjudica claramente. ¿Por qué nos empeñamos en un resultado fatal? Esto lo ven también y lo sufren muchos niños y adolescentes con historia de trauma que vienen a consulta. Sus padres no se lo explican y claro, en ausencia de argumentos científicos las ideas populares y relacionadas con la voluntad o el carácter son las que se imponen: “lo hace porque quiere”; “lo hace para fastidiarnos”; “es un fatalista”; “tiene un carácter difícil”; “es egoísta”, etc.

Sin embargo, Carlos nos ofrece una visión que da mucho sentido al acto de repetir. Así nos dice que:


- Los modelos representacionales se conservan porque, muchas veces, siguen funcionando.


Como dice Pitillas, “conservar esquemas interpersonales inseguros, defensivos, basados en el aprovechamiento rápido (a veces, impulsivo) de los recursos disponibles, en la sumisión a un poder mayor o en la agresividad proactiva, es la mejor política cuando las condiciones de un entorno temprano adverso no cambian”.

Me parece fundamental, porque nos abre el marco de posibilidades comprensivas acerca de por qué los chicos y las chicas con trauma temprano de apego se comportan del modo en el que lo hacen. Nos ayuda a luchar contra las “certezas mentalizadoras” (Malberg, 2019) que sentencian y ven la realidad de manera polarizada. Porque si nuestros niños funcionan así es porque muchas veces viven las emociones en bruto y no han adquirido representaciones mentales que les permitan reflexionar sobre los impulsos y por lo tanto, modularlos. Son los padres o cuidadores tempranos los que devuelven al niño en espejo de una manera regulada y sintonizada, en congruencia, el estado emocional que están sintiendo y se lo traducen en palabras. 

Así, muchos de nuestros niños y adolescentes funcionan con sus viejos esquemas e incurren una y otra vez en su repetición porque les ofrecen resultados. Ellos están centrados en la inmediatez y proyectarse al futuro es algo que no contemplan. 

Pongamos algunos ejemplos: 

“¿Por qué mientes? No lo sé. Me sale automático. Es como una fuerza que me empuja a hacerlo. De ese modo me garantizo que obtendré lo que quiero" [Cuando en un orfanato se ha carecido de todo, esto tiene sentido]

“Yo soy muy tranquilo y respetuoso, pero si alguien me hace daño, ya no me importa nada. Puedo ser muy cruel y hacerle daño. Hay que protegerse” [Me dice un chico que creció en las calles de una ciudad de Honduras donde había pandillas violentas]

"No puedo consentir que ningún hombre me ningunee, que me haga sentir inferior y que yo se lo consienta. Agredirle verbalmente y humillarle me devuelve el poder y el control" [Me dice una víctima de malos tratos en la infancia y varias veces víctima de violencia de género, cuando percibe cualquier señal que en la actualidad puede interpretar como desprecio por parte de un hombre]

"Robo porque sí. No sé por qué… Necesito tener, no me puede faltar… Por eso tengo comida en los armarios, eso hace que me quede tranquilo". [Un joven que roba dinero en clase y que acumula comida en cantidades desproporcionadas en los armarios de su cuarto]


- Los modelos se mantienen porque aportan familiaridad y congruencia


“Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Como explica Carlos Pitillas, “repetir esquemas relacionales contribuye a un sentimiento básico de familiaridad, la impresión de pisar terreno conocido” […] “El conjunto de esquemas que nos ayudan a navegar el mundo de las relaciones nos aporta también un sentido de continuidad personal, nos ayuda a sentirnos alguien; es una fuente de identidad a la que cuesta renunciar” […] “La capacidad de algunos individuos para encontrar enemigos donde no los hay, o para sentirse rechazados en entornos suficientemente amables, o para iniciar conflictos de poder allí donde el poder no es relevante, atestigua esa imperiosa necesidad que los humanos tenemos por sentir que la realidad es congruente con lo que esperamos de ella”.

Pongamos algunos ejemplos:

“Mi amigo no me quiso coger el teléfono, le insistí un montón de veces… yo creo que no me quiere ver y que pasa de mí, me desprecia y rechaza… me produce mucha rabia, estoy a punto de estallar” [Su amigo estaba sencillamente ocupado]

“Me encargo de hablar con todos los jefes de servicio de la empresa para asegurarme que el nuevo compañero no coge posiciones de privilegio. Aprovecho mi buena relación con ellos para controlar que yo sigo siendo el encargado principal, porque seguro que este viene con la idea de hacerse con el puesto y quitármelo a mí” [Cuando el nuevo compañero no ha dado ninguna muestra de querer optar a ninguna posición de privilegio]

“Siempre comienzo idealizando a las parejas, las seduzco muy bien, me siento cómoda en el sexo, pero cuando ya pasa la primera noche y empezamos a quedar para conocernos, no lo puedo aguantar, me siento como incómoda, alterada, agobiada y… les echo de mi casa. Así ni me acuerdo del número de relaciones que he tenido”. [Una joven con un miedo intenso a intimar y vincular con sus posibles parejas]

- Los modelos se conservan porque aportan un sentido de conexión interna. 

Pitillas nos dice que “la repetición contribuye a un sentido interno de conexión con las figuras del pasado” […] “Reproducir el modo en que se dieron las relaciones con nuestros padres, hermanos u otras personas importantes nos permite sentir en un nivel interno, que estamos cerca de ellas, que conservamos ese vínculo que es tan necesario” […] “…garantizamos, también, una impresión de lealtad a nuestros objetos primarios”

Esto explica por qué repetimos los patrones relacionales aprendidos con nuestros padres. Muchas personas dicen que utilizan la misma disciplina que sus progenitores porque eso les ayuda a sentir que están en sintonía con lo que hicieron con ellos, porque es lo que han conocido y lo reproducen acríticamente. 

A veces en los acogimientos familiares, la conducta negativa del niño se produce por esa necesidad de sentirse en conexión y leales a los progenitores.

Más ejemplos: el joven que se descuida porque reproduce el modo en el que le descuidaron de niño. El hombre que no se fía absolutamente de nadie porque todo el mundo le quiere engañar, su padre era así, dice. La chica que a su pareja le prepara la merienda le lava la ropa, le lía los pitillos y se muestra sumisa ante todo lo que aquella le dice por temor a perderle y porque es un viejo modelo de relación que sufrió en su familia de origen…

- Los modelos se conservan porque aportan control y contrarrestan la pasividad del trauma.

“Repetir los esquemas relacionales ligados al trauma puede ofrecer sienta sensación de dominio o de control sobre acontecimientos que, originalmente, se experimentaron con pasividad e indefensión”, dice Pitillas.

Y esto puede suceder representando el rol de víctima que genera en las otras personas actitudes de dominación. O invertir el rol y ponerse en la posición de agresora, cuando en el pasado se fue víctima.

Pongamos dos ejemplos: 

Laura creció con un padre autoritario y violento, que alternaba explosiones de ira con períodos de silencio castigador. Desde pequeña aprendió a estar hipervigilante y a evitar conflictos, complaciendo siempre para evitar el castigo.

En sus relaciones de pareja, Laura es excesivamente complaciente, se disculpa constantemente incluso cuando no ha hecho nada malo, y rara vez expresa sus propias necesidades. Esta actitud pasiva refuerza en su pareja una postura dominante: él toma todas las decisiones, invalida sus opiniones, y a menudo se enfada si ella no está disponible emocionalmente.

Laura, sin querer, provoca en su pareja una actitud de control porque su estilo relacional se sostiene en la sumisión como forma de supervivencia aprendida.

Charly es un niño de once años que sufrió malos tratos físicos y emocionales, y una negligencia en los cuidados muy grave. Uno de los problemas que tiene es que no sabe respetar los límites de su propio cuerpo y el de los demás. Actualmente, para salir de los sentimientos de indefensión sufridos, pega y toca las partes íntimas de sus compañeros, riéndose de ellos y burlándose del profesor cuando le confronta con este comportamiento inaceptable. Sentirse él el agresor le ayuda como defensa contra la propia vulnerabilidad sufrida. 

REFERENCIAS

Malberg, N., Muller, N. Lindqvist, K., Ensik, K y Midgley, N. (2019). Tratamiento basado en la mentalización para niños. Un abordaje de tiempo limitado. Desclée de Brouwer.

Pitillas, C. (2025). Caminar sobre las huellas. Vínculo, trauma y desarrollo humano. Desclée de Brouwer. 

 

lunes, 8 de septiembre de 2025

"Apego y conexión social. La soledad no deseada en la infancia y la adolescencia", por Jose Luis Gonzalo, Concepción Martínez y Dolores Rodríguez, psicólogos.


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(Envíos a todo el mundo)

Apego y conexión social.

Soledad no deseada en la infancia y 

la adolescencia

José Luis Gonzalo Marrodán

Concepción Martínez

Dolores Rodríguez




Presentación

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo
Concepción Martínez , psicóloga
Dolores Rodríguez, psicóloga

Como os he dicho, este mes estamos de enhorabuena y presentamos los libros a pares. Todo el trabajo que hemos estado haciendo estos años atrás está siendo plasmado ahora y coinciden en el tiempo la publicación de varios libros. Con un gran sentimiento de satisfacción y alegría os presento esta obra escrita junto con mis queridas colegas, co-autoras, Concepción Martínez y Dolores Rodríguez.

Vamos a comentaros en unas líneas lo que os podéis encontrar en este libro. Nos ha movido a escribirlo la preocupación que sentimos por las personas que sienten soledad no deseada, un fenómeno universal. Queremos generar sensibilidad hacia el tema y poner la mirada en el hecho de que cada vez se adopten más medidas para detectarla, tratarla y a, ser posible, prevenirla. Nuestro libro es una contribución en este sentido. 

Las personas estamos hechas para la conexión. Desde el primer minuto, los bebés buscan las caras de los humanos y las prefieren antes que cualquier otro estímulo. Se nace con un equipamiento neurobiológico, con un repertorio conductual preparado para apegarse al primer adulto que esté disponible con el fin de satisfacer las necesidades físicas y de protección y seguridad. 

El médico inglés John Bowlby fue quien descubrió que existe un sistema que llamó apego, diseñado con el fin de obtener la seguridad que necesitamos de las figuras que nos cuidan. Hasta mediados de los cincuenta se consideraba que los bebés se apegaban secundariamente a las madres a través de la alimentación o la satisfacción de la pulsión oral (placer experimentado con la succión). Bowlby descubrió que el apego era un sistema tan importante o más que la alimentación o la sexualidad: ante situaciones de miedo o de separación de los adultos cuidadores se activaban conductas de búsqueda de proximidad para obtener de estos calma y seguridad. El apego es también ese lazo afectivo, duradero en el tiempo, que establecemos con personas especiales. Y en los primeros años de vida, la persona más especial es la madre; y unos pocos cuidadores más en los que el niño confíe.

Recientemente, en el siglo XXI, otro autor, Schore, llevó la teoría del apego del siglo XX al siglo XXI. Además de obtener calma y confort de las figuras adultas cercanas, los bebés necesitan, desde los primeros meses, conectar con estas con el fin de lograr la regulación emocional: experiencias interactivas de excitación, juego, risa y disfrute cuando el bebé lo necesita (activa el sistema nervioso simpático) y relax, mecimiento y palabras suaves… (activa el sistema nervioso parasimpático) cuando el infante precisa bajar los niveles de activación. Un equilibrio entre ambas es lo que mantiene el sistema nervioso regulado y sano, fortaleciendo la actividad del nervio vago ventral. Por lo tanto, el rol de los padres, madres o cuidadores es ser capaces de leer bien las necesidades del bebé y saber mantenerlo en niveles óptimos de activación. El sistema nervioso se desarrolla equilibrada e integralmente gracias a estas experiencias tempranas de conexión segura, que lo modulan y regulan. El papel de los adultos en la vida de los niños es mucho más relevante de lo que se creía -y todavía se cree-.

Toda esta experiencia relacional crea, además, unos primeros modelos mentales, como una primera diapositiva, sobre qué puedo esperar de los demás y del mundo externo. Los cerebros del bebé y del cuidador se interconectan como un wifi emocional y el aprendizaje de la regulación se logra interactivamente. Estas primeras lecciones emocionales no se recuerdan porque suceden en un periodo de la vida donde no se ha desarrollado la memoria explícita ni el lenguaje; pero se graban en la memoria emocional, en el lado derecho del cerebro, que es el predominante durante los tres primeros años de vida. Toda la danza emocional de conexión face-to-face bebé y cuidador, dentro de unos márgenes óptimos de activación, en un clima de disfrute y juego, favorece la segregación de hormonas placenteras. Esta relación interpersonal hace crecer el cerebro porque las neuronas fortalecen sus conexiones y los recuerdos implícitos de estas experiencias (es como una música) hacen eficientes dichas conexiones neuronales y, además, imprimen la representación mental temprana de que conectar con los otros es algo satisfactorio. Por otro lado, el logro de la competencia socioemocional futura hunde sus bases en estas vivencias tempranas bebé-mamá, porque mediante la comunicación se aprende también sobre la propia mente y sobre la mente de los demás, y a diferenciar progresivamente ambas.

Por lo tanto, una pregunta a plantearse sería si es posible que el extendido fenómeno social de la soledad no deseada (hasta una de cada cinco personas refiere sufrirla) pueda tener en parte su origen en unas experiencias tempranas subóptimas a nivel de apego y conexión. Nos referimos a que la soledad no deseada puede gestarse en la edad bebé, etapa crucial donde las consecuencias de aquella pueden dejar una huella en el psiquismo en forma de estrés tóxico para el desarrollo cerebral. Si no se repara en etapas posteriores de la vida, estamos abocados a sufrir dicha soledad y sus consecuencias, como una peor salud en general. 

Primer capítulo

En el primer capítulo del libro, escrito por Jose Luis Gonzalo, se abordan experiencias cotidianas en las que los bebés pueden sentir soledad a diario, que están normalizadas, como la separación de las figuras de apego (los padres) a la hora de ir al centro educativo o guardería -si no se cuida bien este proceso-; el impacto de las nuevas tecnologías en la crianza; y las pérdidas. Pero también se tratan otras más extremas y muy perjudiciales para el desarrollo del cerebro -por el estrés intenso, abrupto y continuado que generan- como la negligencia y el abandono físico y emocional y sus repercusiones, cuyas cifras van en aumento. 

Segundo capítulo

En el segundo capítulo, escrito por Dolores Rodríguez, se aborda la soledad no deseada durante la etapa de la infancia. El recorrido que se hace a través de ella, transcurrirá por  la misma senda iniciada en el primer capítulo dedicado a la etapa bebé: la senda de las vinculaciones primarias, su influencia en el desarrollo del niño y su impacto en la soledad no deseada. Una soledad provocada por las dificultades del entorno (familia y escuela) para poder ofrecer relaciones basadas en la conexión (Gabor Maté), la seguridad y el reconocimiento de las necesidades propias de esta etapa de transición a la adolescencia. Unas dificultades provocadas por las propias carencias de los adultos encargados del cuidado directo de  los niños a nivel de competencias parentales (Barudy. J y Dantagnan. M), que afectará directamente al modo en que los niños se verán expuestos tanto al sentimiento interno de soledad no deseada como a acontecimientos externos generadores de sufrimiento. Se trata la importancia de compartir tiempo con los niños, de dialogar, de jugar, de mostrar amor y afecto e interés genuino por conocer su mundo interior y de aceptarlos cómo realmente son y no cómo se espera que sean. 

Por último, se habla de dos temas importantes que, desgraciadamente, todavía son “tabú” en nuestra sociedad: el abuso sexual en la infancia y el bullying. Somos conocedores que ser víctima de estas terribles e injustas experiencias provocará un profundo sufrimiento en el niño. Pero si además son vividas en soledad, sin una figura adulta de apoyo que les proteja y le rescate de esas situaciones, el dolor y daño experimentado se verá amplificado, dejando una huella imborrable en la víctima. 

Tercer capítulo

La obra termina tratando la adolesdencia. Vivimos en la sociedad de la comunicación. Miles de adolescentes conectados a pantallas donde mostrar a los otros la retransmisión de lo que hacen a diario y observando, de manera casi adictiva, el minuto a minuto de personajes influencers, amigos o simplemente anónimos. Nunca estuvimos tan conectados y sin embargo los institutos, los parques, los lugares de ocio y los hogares están repletos de adolescentes que sufren la temida soledad no deseada.

En este capítulo que Concepción Martínez ha escrito, se abordan algunos aspectos de esta epidemia social en la que entran en juego múltiples factores, cuyo estudio y comprensión nos ayuda a ofrecer una respuesta más sinérgica y eficaz en su abordaje. 

Conductas suicidas y autolesiones, el síndrome de la puerta cerrada o Hikikomori, el bulling y el ciberbulling, el aislamiento forzoso por el COVID-19, son algunos de los aspectos relacionados con la soledad no deseada que se han ido hilvanando en este capítulo en un intento de exploración consciente por desgranar predisponentes o precipitantes de la misma. Pero no podemos obviar lo que sin duda es el factor de mayor calibre cuando ponemos el foco en el sufrimiento que conlleva esta temida emoción: la importancia de los vínculos tempranos, de las relaciones de apego en la infancia y su correlato con la soledad no deseada en etapas posteriores. Cuando las relaciones familiares son fuente de hostilidad e incluso de terror, la soledad no deseada del adolescente se convierte en refugio y al mismo tiempo en prisión de la que es difícil salir. 

No nos olvidamos que la soledad puede ser un recurso para el desarrollo de los mecanismos de reflexión y autoconciencia en la adolescencia, que tener espacios para la soledad deseada permite explorar los sentimientos y el mundo interior pudiendo ser una experiencia constructiva, siempre que sea voluntaria, desde la libertad de elección y para el crecimiento personal y el desarrollo de potencialidades.

En este capítulo no solo se describe el fenómeno de la soledad no deseada en la adolescencia, sino que se ofrecen también algunas herramientas para explorar y ayudar a reconectar con uno mismo y con los otros. La soledad es un factor de riesgo para la salud mental y física, asociándose, según las investigaciones, con problemas como la ansiedad, la depresión, el aumento del riesgo de suicidio, la mala calidad del sueño y la salud general, así como otros cambios fisiológicos aumentando la carga de estrés psicológico y el riesgo de alteraciones en su esfera mental. Un problema de esta magnitud es una responsabilidad social compartida ante el que no podemos mirar a otro lado. 

Por lo tanto, en resumen, en la infancia y la adolescencia, si los padres o cuidadores están demasiado preocupados de sus problemas y se olvidan de las necesidades de vínculo y afectivas de los hijos -especialmente si estos tienen dificultades y se sienten solos para pedir ayuda, no tienen la expectativa de que los padres o cuidadores estén disponibles-, se puede estar gestando la semilla del sentimiento de soledad no deseada. 

Estos son los temas del libro “Apego y conexión. Soledad no deseada en la infancia y la adolescencia”, en el que se explican con detalle los paradigmas del apego y del desarrollo como hipótesis plausibles sobre el origen de los problemas de soledad no deseada. La ruptura permanente de la conexión emocional con los otros durante la infancia puede estar en la base de los futuros problemas de soledad no deseada. Esta no es ya una experiencia de recogimiento, descanso y necesidad de estar con uno mismo, sino que es una vivencia de sentirse aislado, apartado y con el angustiante sentimiento de soledad y vacío que produce la pérdida de la conexión social y la imposibilidad de recuperarla. El "sistema de conexión social" (también conocido como sistema parasimpático ventral) se refiere a la red de mecanismos fisiológicos, psicológicos y sociales que nos permiten conectar con los demás y establecer relaciones. Este sistema es crucial para nuestra regulación emocional y bienestar general, y se activa cuando nos sentimos seguros y tranquilos en nuestra interacción social. Y esto depende de que las experiencias infantiles de apego con los padres y otros adultos significativos hayan sido suficientemente seguras. Este sistema de conexión se puede ver alterado y dificultar que las personas se sientan cómodas y no amenazadas en las relaciones. Para que puedan sentirse seguras, necesitan sobre todo otras personas capaces de ayudarles a restaurar la confianza en el ser humano.

Esperamos que este libro os sea útil y os ayude en vuestro caminar personal y profesional. Terminamos dando las gracias a nuestros queridos profesores, Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, por apoyar este trabajo y por las palabras que nos han dedicado en la reseña que han escrito. Y al neurólogo Gurutz Linazasoro por el excelente prólogo que ha redactado. 

El libro tiene una continuación, una segunda parte, en la obra titulada: "El cerebro solitario. Neurobiología y soledad no deseada en adultos y ancianos", de la cual os hablaré en un segundo post. 

El lenguaje silencioso. La técnica de la caja de arena en la adolescencia, por Jose Luis Gonzalo Marrodán e Iván Rodríguez Ibarra.

Abrimos la 19ª temporada del blog Buenos tratos. Os doy la más cordial bienvenida, aquí seguimos, con las mismas ganas e ilusión con la que empezamos la primera, allá por el 11 de septiembre de 2007.

Y lo hago presentándoos con gran ilusión un nuevo libro sobre la técnica de la caja de arena, esta vez pensando en los adolescentes.


El lenguaje silencioso.
La técnica de la caja de arena en la adolescencia 

Jose Luis Gonzalo
Iván Rodríguez Ibarra

Para adquirir el libro, haz click AQUÍ.
(Para opciones fuera de España, consultar con la editorial)





Con mucha felicidad y dicha, os anuncio la publicación de un nuevo libro sobre la técnica de la caja de arena, esta vez dedicado a los adolescentes. Echaba de menos un material que versara sobre la aplicación de esta técnica a las personas menores de edad que se encuentran en la franja que va desde los doce hasta los veinticinco años (la adolescencia neurobiológica). Porque no existe nada publicado hasta la fecha -al menos cuando, hace un año, hice una búsqueda- y se hacia necesario contar con un texto especializado. Los adolescentes requieren de una psicoterapia propia, no vale ni la que usamos con los adultos ni tampoco la que utilizamos para los niños. El periodo de la vida por la que atraviesan es muy delicado desde el punto de vista del desarrollo del cerebro -este está, literalmente, en construcción-, por lo que necesita conocimientos y propuestas terapéuticas específicas. 

El libro está escrito en co-autoría, junto con mi amigo Iván Rodríguez Ibarra, Trabajador social, Orientador familiar y Traumaterapeuta sistémico, que tiene una vasta experiencia en la terapia con adolescentes y en el uso de la técnica de la caja de arena. Iván dedica, desde hace muchos años, su vida profesional a relacionarse con adolescentes, a ayudarles en un espacio terapéutico, y tiene una capacidad especial para conectar con ellos. Lo hace formando parte de un equipo multidisciplinar -dentro del Programa de Apoyo a Adolescentes NORBERA, de la Fundación IZAN-. No he podido encontrar mejor socio para hablar sobre la caja de arena, la Traumaterapia sistémica y los adolescentes. Sin Ivan este libro no tendría la riqueza que tiene. Las asociaciones entre colegas, cuando hay buena sintonía, dan mucho mejor resultado.

A la hora de aplicar la técnica de la caja de arena, los que nos conocéis sabéis que somos partidarios de integrarla dentro de un modelo más amplio de psicoterapia, y que nuestra apuesta es por la Traumaterapia sistémica, por considerarla comprensiva, moderna -basada en el conocimiento de la ciencia del cerebro-, con aportaciones de la teoría del apego, de la psicología del desarrollo, de la traumatología y de diferentes escuelas de terapia. Es un modelo abierto que integra dentro de un principio de orden neurosecuencial las distintas técnicas que podemos ir utilizando para abordar los objetivos de cada uno de los tres bloques que conforman la Traumaterapia sistémica. Por lo tanto, se trata de un libro que se basa en el uso de la caja de arena con adolescentes dentro de este modelo.

Tanto Ivan como yo hemos querido que el libro lleve fotografías de las cajas de arena de los adolescentes que nos cuentan sus historias, pero que, a la vez, contenga ilustraciones y dibujos propios, para darle ese toque idiosincrásico de la edad que una obra así necesita. Por ello, pedimos a la joven Maider Dorregaray Gorrochategui, estudiante y excelente ilustradora, que nos hiciera unos dibujos ad hoc para la ocasión y, en honor a la verdad, estos, preciosos, ensalzan el contenido y nos ayudan a meternos en el universo adolescente.

Queremos agradecer a Linda Homeyer, una referente mundial en el ámbito del sandplay, el que haya leído el libro y que haya dedicado parte de su escaso tiempo para escribir el prólogo. Es todo un honor que ella nos haya dedicado unas líneas para introducir la obra y ponerla en valor. 

También nuestro agradecimiento a los profesores y amigos Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, con quienes nos formamos en Traumaterapia sistémica, por escribir la presentación del libro y apoyar siempre todo lo que hacemos. 

Os dejamos con esta introducción, que forma parte del libro, para abriros el apetito.

*********


Son ya casi veinte años utilizando la técnica de la caja de arena. Acumulamos una experiencia que nos ha permitido aprender de nuestra práctica clínica. Cada paciente con el que nos encontramos en sesión realiza una representación en el espacio de la caja única e irrepetible. El conocimiento estadístico no es relevante cuando usamos este abordaje terapéutico. Nos interesa cada uno de nuestros pacientes en su singularidad y en el proceso idiosincrásico de descubrimiento de los arquetipos que pueblan su “inconsciente colectivo”, un proceso al que Jung (2009) llamó “individuación”.

Durante estos años nos hemos sentido conmovidos por los “poderes transformadores de la psique” (Kalffl, 2020), los cuales se ponen de manifiesto cuando se trabaja con una caja de arena. Los numerosos talleres impartidos nos han permitido acercarla y difundirla entre diferentes profesionales del área de la salud mental que trabajan por toda la geografía española, produciendo indirectamente un beneficio en muchos pacientes que desconocían este abordaje terapéutico. Actualmente, son muchas las consultas -públicas y privadas- que cuentan entre sus técnicas con la caja de arena. 

Nuestra apuesta decidida por la Traumaterapia sistémica hizo que desde el principio integráramos esta técnica dentro de la metodología de trabajo de este modelo, ideado y diseñado por Barudy y Dantagnan y colaboradores (2025). Esto no debe de extrañarnos, pues desde que Margarett Lowenfeld descubriera la técnica en el año 1929 trabajando en terapia con los niños de su consulta de Nothing Hill, en Londres y de que, posteriormente, Dora Kalff (tras formarse con Margarett) la desarrollara y la promoviera desde la psicología analítica, la técnica ha conocido una gran expansión y diferentes escuelas la han incluido dentro de su modelo y la han adaptado e incorporado a su metodología. Entre otras, destacan: la terapia de juego de Virginia Axline, la terapia Gestalt y la terapia adleriana (Homeyer y Marshall, 2022). 

Los actuales desarrollos de la neurociencia y de la psicología del trauma sostienen que la cura solo por la palabra no logra contribuir a la sanación emocional. Es necesario implicar al cuerpo y al hemisferio derecho en la psicoterapia (Schore, 2022) para que sea un tratamiento completo y eficaz. Porque el trauma, como se sabe, afecta al cuerpo y a sus conexiones con el sistema nervioso (Van der Kolk, 2020), puesto que los impactos traumáticos quedan inscritos en este y su afectación, si no se trata a este nivel, puede ser duradera e impactar seriamente en la salud de las personas. 

La moderna ciencia del cerebro ha mostrado en su investigación como este es afectado por los traumas tempranos y complejos, con lo cual se hace necesaria una psicoterapia relacional y que utilice técnicas capaces de restaurar la integración cerebral (vertical y horizontal) alterada por experiencias tan estresantes como el maltrato, el abuso y la negligencia (Benito, 2024). La técnica de la caja de arena ha mostrado que posee esta capacidad, si se utiliza dentro de un modelo psicoterapéutico informado por el apego y se trabaja también con el contexto del paciente, es decir, dentro de un paradigma bio-psico-social de intervención (Benito y Gonzalo, 2017)

Nosotros nos hemos dedicado a explicar cómo un uso relacional, no verbal y conectivo de la caja de arena produce beneficios psiconeurológicos, adaptando la técnica a nuestro modelo integral de reparación de las consecuencias que los malos tratos en sus diferentes formas dejan en los niños, adolescentes y adultos: la Traumaterapia sistémica (Barudy, Dantagnan y cols, 2025). Y no por ello hemos alterado la autenticidad de este abordaje. Al contrario, somos totalmente respetuosos con el legado de Lowenfeld y Kalff y conservamos y aplicamos la técnica tal y como ellas, tras muchos años de estudio y trabajo, la diseñaron y desarrollaron, sin perder las esencias. Solamente la adaptamos a un modelo con el que la caja de arena sintoniza muy bien. 

Por ello, nuestros libros anteriores se han centrado en dar a conocer en lengua española los principios básicos y la aplicación de la técnica, como explicamos en "Construyendo puentes" (2013); y, sobre todo, en exponer cómo trabajamos con ella dentro de la Traumaterapia sistémica: "La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia" (2017) y "Traumaterapeutas en la caja de arena" (2021). 

Nosotros pensamos que la caja de arena es un instrumento terapéutico muy beneficioso. La experiencia clínica así nos lo ha demostrado, aunque, recientemente, nos hemos preocupado también de revisar si es una técnica basada en la evidencia, esto es, si los diferentes diseños de investigación demuestran que es eficaz y que obtiene resultados terapéuticos en comparación con grupos control. Comprobar si va más allá del efecto placebo o de ser algo meramente especulativo. La psicóloga Nerea Benito es quien ha investigado sobre este tema, por lo que en este enlace -y en un epígrafe del libro- mostramos las conclusiones de su trabajo de investigación.

Como ya hemos expuesto en obras anteriores, las técnicas deben, a nuestro juicio, de integrarse en modelos globales comprensivos que tengan en cuenta no sólo la realización de un tratamiento psicoterapéutico, sino la valoración y la implicación del contexto del paciente en su proceso de sanación, porque los modelos de salud son siempre bio-psico-sociales. Y si, además, trabajamos con personas menores de edad se hace necesario y obligatoria la participación e implicación en la intervención como co-terapeutas de los padres o responsables del cuidado del niño o adolescente. Es muy importante que el profesional, antes de decidir ninguna psicoterapia, haga un análisis de la demanda. Así lo hacemos dentro del modelo de Traumaterapia sistémica. Porque es posible que una psicoterapia no sea lo prioritario ni lo que un niño o joven necesite en ese momento; e, incluso, puede que esté contraindicada (Barudy, Dantagnan y cols, 2025). 

Ninguna técnica debe de fascinarnos por sí misma. Es la calidad de la relación y del vínculo terapéutico que se va entretejiendo entre paciente y psicoterapeuta, la implicación de todo el contexto, la satisfacción de las necesidades del niño y la protección de este lo que contribuye a su sanación emocional. Sobre todo, cuando estamos hablando de que nuestros jóvenes pacientes han sufrido malos tratos y presentan trauma del desarrollo (Van der Kolk, 2020) y trastornos del apego. Es todo un equipo de personas -red de relaciones significativas y poderosas, con fuertes puntos de apoyo (Perry y Szalavitz, 2017)- lo que favorece que los niños y adolescentes puedan contrarrestar los efectos negativos que los traumas provocados por los malos tratos ejercen sobre su desarrollo y personalidad. Esto es imprescindible cuando nos relacionamos con personas menores de edad; pero también en el tratamiento de pacientes adultos es clave preocuparse por sus redes psicosociales de apoyo y entorno relacional. 

Así pues, nuestros libros más que de la caja de arena, tratan sobre la Traumaterapia sistémica y la caja de arena. Y este dedicado a los adolescentes no será una excepción. 

¿Y por qué un libro específico de caja de arena, traumaterapia y adolescentes? 

Existen poderosas razones para dedicar una obra a esta población. Primero, la adolescencia es una etapa de la vida crítica donde nuevamente el cerebro sufre espectaculares transformaciones. Es un periodo de grandes riesgos psicosociales, pero también de grandes oportunidades. El libro de instrucciones que es el ADN vuelve a abrirse y está sujeto a las influencias del entorno de una manera muy sensible. Así Rafael Benito (2021), psiquiatra experto en neurodesarrollo, dice:

“No todos los periodos del desarrollo tienen la misma importancia; ya que la proliferación y poda de las conexiones se produce sobre todo en dos etapas de la vida: los primeros dos o tres años, y la pubertad y la adolescencia. Durante esta última el sistema nervioso experimenta una revolución que lo devuelve a una situación análoga a la de los primeros años de vida; una situación en la que el sistema límbico tiene una actividad más intensa, con un déficit relativo de las funciones reguladoras del córtex prefrontal. En esta etapa se hace necesaria de nuevo la presencia de las figuras de apego para guiar la evolución del cerebro adolescente hacia el logro de ese funcionamiento integrado”. 

Por lo tanto, son necesarias personas sanas que acompañen a los adolescentes -además de sus propios padres- que se constituyan en sus tutores de desarrollo (Cyrulnik, 2003) y sean puntos de apoyo desde los cuales poder interiorizar una base segura para conducirse en el mundo. Y, al mismo tiempo, saber que dichos adultos pueden ser un refugio seguro al cual acudir en caso de necesidad (Bowlby, 1989) Es un falso mito sostener que los adolescentes priman el grupo de iguales y que no necesitan de las figuras adultas, siendo ya autónomos. Aunque el grupo y la pareja pueden ser figuras de apego prominentes, los adultos significativos son valorados y buscados por los adolescentes para desarrollarse con seguridad, sentimiento de pertenencia y vivencia de ser amado y valorado. 

Entre las personas que pueden conformar la red de apoyo de un adolescente pueden estar los psicoterapeutas, depositarios, si se logra establecer con ellos un vínculo terapéutico seguro, de su mundo e intimidad personales. Si el psicoterapeuta cuenta con herramientas tan idóneas para conectar con los adolescentes como la caja de arena, se logra con ellos una co-transferencia que hace que la psicoterapia sea una vivencia conectiva y transformadora. Esta técnica, en las manos de un psicoterapeuta competente, puede favorecer las conexiones corticolímbicas (Schore, 2022). Esto es muy importante abordar, con paciencia y perseverancia, en este periodo de la vida. El cerebro de los adolescentes necesita del cerebro maduro de los adultos, algo así como un préstamo, pues son las mentes interconectadas (el cerebro no es un órgano unipersonal, sino bipersonal, como dice Schore, 2022) las que son más fuertes y sabias (Bowlby, 1989), favoreciendo que el adolescente se desarrolle sanamente. Dice Schore (2022):

“Lo que ayuda al paciente a efectuar el cambio es experimentar este empoderamiento en el contexto de seguridad proporcionado por el trasfondo de la regulación afectiva interactiva psicobiológicamente armonizada del terapeuta empático”.

Consideramos que las especificidades propias de los adolescentes precisan de una adaptación de la técnica de la caja de arena a sus necesidades, y no a la inversa. Como veremos, tanto el lenguaje que debemos adoptar para acercarnos a ellos suscitando confianza, la manera de presentar la técnica y la adaptación de las fases de construcción de la caja de arena, deben de amoldarse a ellos. Nuestro conocimiento de los adolescentes y nuestro trabajo con estos durante muchos años (especialmente de Iván Rodríguez, co-autor de este libro, que dedica exclusivamente su vida profesional a la terapia con adolescentes) utilizando la caja de arena nos refrendan en la importancia que tiene aplicar esta de un modo que resulte amable, respetuoso, afectuoso y libre, pero a la vez muy protector (Kalff, 2020).

El adolescente no es un niño y no quiere que le asemejen a uno. Al mismo tiempo, sus intereses se centran en el mundo de lo real (sus amigos, sus relaciones de pareja, sus problemas, la necesidad de comprenderse, sus series y músicas…), por lo que llevarlos al terreno de las miniaturas, de la arena y al mundo de lo imaginario puede suscitarles rechazo. Del mismo modo, enfoques interpretativos, confrontadores y que usen la caja de arena como un medio para hacerles hablar de sus intimidades (cuando no quieren o no están preparados para ello), además de contraproducente, está abocado al fracaso. Más pronto que tarde dejarán de hacer cajas de arena. Finalmente, como ya se ha dicho, debemos de tener claro qué pretendemos al usar esta técnica, en qué objetivos terapéuticos puede ayudar al adolescente que tenemos delante y por qué la elegimos y no otras. No es un juego o recurso para usar sin más ni más por muy fascinante que nos pueda parecer. La técnica por la técnica no sirve de nada. 

Todo ello ha motivado a los autores a escribir este libro, para darles un lugar a los adolescentes en la literatura hispana científico-profesional de la caja de arena y disponer de un libro que pueda guiarnos en el trabajo psicoterapéutico con ellos. 

Esta obra es fruto de compartir nuestras respectivas experiencias dentro del marco profesional de la RED APEGA desde nuestros respectivos trabajos. José Luis Gonzalo en su consulta de LOTURA[1], de psicología y traumaterapia, en la que a diario trabaja con niños, jóvenes, adultos (padres) que han sufrido diferentes formas de maltrato. E Iván Rodríguez en su labor como terapeuta en el Programa de Apoyo a Adolescentes NORBERA de la Fundación IZAN[2], en el que trabaja con adolescentes en riesgo y sus familias, y donde ha acumulado una rica experiencia y un material clínico que merecen ser compartidos en este libro. 

A través del análisis de distintas metodologías de trabajo, el libro abre una ventana a sesiones reales y procesos terapéuticos complejos, narrados con detalle y enriquecidos con fotografías y dibujos realizados por una adolescente. Cada caso es un mapa que nos muestra cómo navegar en la compleja geografía emocional de la adolescencia, siempre con una mirada ecosistémica y protectora. 

En el libro hacemos primeramente un repaso de qué es la técnica de la caja de arena, pero centrándonos en la etapa adolescente, subrayando la importancia de saber presentar la técnica y del lenguaje no verbal en el trabajo terapéutico con jóvenes. A continuación, hablamos de la terapia con adolescentes y de las particularidades de esta etapa. Seguimos aportando novedades y hablamos de la caja de arena y de las técnicas basadas en la evidencia, dando a conocer el estudio de investigación llevado a cabo por la psicóloga Nerea Benito. Tras introducir el modelo de Traumaterapia sistémica y su aplicación con adolescentes, presentamos las metodologías de trabajo con la caja de arena. Comentamos, después, cuál es el proceso de creación de las cajas de arena y damos unos apuntes sobre la interpretación de las cajas. Cerramos la obra con un amplio capítulo donde contamos sesiones -con transcripciones de diálogos completos- de terapia con la caja de arena con adolescentes y exponiendo las tentaciones principales en las que podemos caer cuando trabajamos con esta técnica.

Esperamos que sea de vuestro agrado, que os sea útil y os aporte en vuestro caminar profesional. 


REFERENCIAS

Barudy, J., Dantagnan, M. y colaboradores (2025). Traumaterapia sistémica. Un enfoque comprensivo para abordar el dolor visible e invisible de los procesos traumáticos, desde un modelo terapéutico basado en los buenos tratos, la resiliencia y la justicia social. El hilo Ediciones.

Benito, R. y Gonzalo, J.L. (2017). La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia. Desclée de Brouwer.

Benito, R. (6/09/2021). Adolescencia, pandemia y adversidad temprana: claves desde la neurobiología (II y final). Buenos tratos. http://www.buenostratos.com/2021/09/adolescencia-pandemia-y-adversidad.html

Benito, R. (2024). Cerebro modelando otros cerebros. Cómo las relaciones interpersonales guían la evolución del cerebro infantil y adolescente desde el nacimiento. Desclée de Brouwer.

Cyrulnik, B. (2003). El murmullo de los fantasmas. Volver a la vida después de un trauma. Gedisa. 

Bowlby, J. (1989). Una base segura: aplicaciones clínicas de la teoría del apego. Paidos Ibérica.

Gonzalo, J.L., Cáseda, T. Benito, N. y grupo Apega 5 Donostia (2021). Traumaterapeutas en la caja de arena. Desclée de Brouwer.

Homeyer, L., Marshall, N.L. (2022). Terapia avanzada de la caja de arena. Profundizar en la práctica clínica. Desclée de Brouwer.

Jung, C.G. (2009). Arquetipos e inconsciente colectivo. Paidós Ibérica.

Kalff, M. (2020). Afterword. In Sandplay. A psychoterapeutic approach to the psyque. (p. 107 -115) Analytical Psychology Press: Sandplay Editions. Oberlin, Ohio: EE.UU.

Perry, B. y Szalavitz, M. (2017). El chico al que criaron como perro y otras historias del cuaderno de un psiquiatra infantil. Capitán Swing Libros.

Schore, A. (2022). Psicoterapia con el hemisferio derecho. Eleftheria.

Van der Kolk, B. (2020) El cuerpo lleva la cuenta. Cerebro, mente y cuerpo en la sanación del trauma. Eleftheria.



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[1] Nota de los autores: Consulta situada en la ciudad de San Sebastián, País Vasco, España. www.joseluisgonzalo.com


[2] Nota de los autores: Para conocer el programa: www.izan.org