viernes, 28 de septiembre de 2007

Empecemos por tranquilizarnos los adultos

Recientemente, en un encuentro con profesionales de la enseñanza, abordando el tema de la potenciación de la inteligencia emocional en los niños, surgió un aspecto realmente interesante y que da cuenta de la necesidad de la autorreflexión permanente que todos debemos hacer.

Antes de tratar de enseñar técnicas, mediante juegos, cuentos, actividades… que desarrollen la inteligencia intrapersonal e interpersonal en los niños, áreas clásicas que comprenden la denominada inteligencia emocional, hagamos introspección personal.

Seamos plenamente conscientes de que el primer modelo de inteligencia emocional que el niño observa es el adulto, sobre todo adultos significativos (padres, profesores...) Los niños aprenden visualmente. Las actuaciones de las personas, sus conductas, quedan grabadas en su mente, especialmente si tienen potencia emocional, por encima de las palabras. El procesamiento icónico es superior al icoico en la infancia.

Por eso, difícilmente podemos exigir autocontrol si antes un adulto no es modelo de ello. “Un profesor que grita, que chilla, que pierde los nervios fácilmente y no es capaz de mostrar que puede gestionar sus emociones, no puede pretender enseñar inteligencia emocional a los niños” Y esta afirmación la hizo un profesional de la enseñanza (por eso va entrecomillada), la cual tiene mucho más valor porque es un meritorio ejercicio de autocrítica constructiva y da, además, en la diana de cómo debemos educar.

Y, a mí, me vino a la mente, y lo conté, la anécdota de uno de mis profesores de la infancia, el cual siempre nos decía “los libros hay que mimarlos” Pero cuando se enfadaba porque un alumno mostraba una conducta negativa en el aula, la ira le desbordaba de tal manera que agarraba los libros del pupitre y los lanzaba por el aire, tirándolos con mucha violencia. Y nosotros nos dábamos perfecta cuenta de qué nos metacomunicaba.

martes, 11 de septiembre de 2007

Emociones, y la "niña gorrión"

La emoción es la reacción que sentimos ante estímulos internos o externos. Es una experiencia subjetiva intensa y de corta duración, la cual viene acompañada de correlatos fisiológicos, es decir, la notamos en el cuerpo (cosquilleo en el estómago, rubor facial, aceleración del corazón...) El sentimiento quizá es menos intenso y de mayor duración. Un niño me explicó un día, con un ejemplo, que la emoción es cuando tu equipo marca el gol en el último suspiro de un partido de fútbol, y el sentimiento sería lo que experimentamos tiempo después de haber logrado la victoria, como una alegría menos fuerte. Me pareció un modo muy gráfico de entenderlo. El ser humano es el único ser de la naturaleza capaz, de una manera compleja, de presentar pensamientos sobre los sentimientos, esto es, objetivarlos como un producto intelectual. Los expertos en psicología de la emoción lo denominan metacognición. La letra sin la música Dicen que los psicópatas presentan una alteración constitucional que les impide experimentar sentimientos y, por lo tanto, ponerse en el lugar del otro y conectar con su punto de vista emocional. Se dice, metafóricamente hablando, que conocen la letra, pero les falta la música, es decir, lo que colorea y da sabor y gusto a la vida. Por ello, aunque de apariencia educada, amables y con encanto, estos rasgos y conductas son superficiales. Los exhiben como quien aprende algo sin interiorizarlo de verdad. Todos recordamos la película "El estrangulador de Boston" en la que un agradable operario del gas (el actor Tony Curtis), educadamente, pedía entrar en las casas de las ancianas para... ¡terminar matándolas! ¿Quién podía sospechar de un hombre tan educado y socialmente encatador? Las emociones nos inyectan, por un lado, entusiasmo ante un proyecto de trabajo, felicidad cuando nos enamoramos, rabia cuando nos timan, tristeza ante la muerte del amigo o del ser querido... Si no las tuviéramos y sintiéramos, la vida carecería de colorido. Pero, por otro, en el extremo, hay cabida también para la depresión o la euforia desmedida. Las emociones, entonces, pueden enfermar. Se necesita, en esos casos, tratamiento médico y apoyo terapéutico y de la red social. Si nuestra especie ha conservado las emociones, incluidas las negativas (la ira, la tristeza…), es porque poseen un valor para el ser humano. Por ejemplo, si no pudiésemos sentir la rabia, estaríamos incapacitados para responder con un ataque, o con la huida, ante una amenaza. Nuestra sociedad, sobre todo a través de los medios de comunicación, o bien evita que las personas contacten con contenidos que pueden evocar emociones negativas, o bien las ofrece, permítaseme la expresión, a corazón abierto, sin ofrecer la oportunidad de que el espectador reflexione sobre sus emociones, usando sus procesos psicológicos superiores, o sea, pensar sobre lo que siente. Saber qué es una emoción, conocerla, descubrirla, vivirla en plenitud... es una experiencia individual, única e intransferible. Cada persona puede tener una vivencia particular de cuándo siente, cómo, con quién… Qué piensa antes y después, qué hace, cómo se comporta... Las emociones son ricas, pero lo son aún más cuando pensamos sobre ellas. Pondré un ejemplo que quizá emocione… Edith Piaf, la genial cantante, apodada "la niña gorrión", tuvo una infancia muy dura. Sufrió abandono por parte de sus padres. Entregada a la abuela paterna que regentaba un prostíbulo, según se cuenta, es cuidada por las prostitutas. Arrancada dolorosamente de éstas cuando su padre vuelve para buscarle, canta en las calles con él. Un gerente de cabaret descubre el inmenso talento de Edith Piaf, siendo el punto de partida de una carrera profesional exitosa. La vida no le sonrió precisamente: su hija murió prematuramente de meningitis y su auténtico amor, un boxeador, falleció en un accidente de avión. En efecto, la carrera triunfal profesional y el privilegio que la naturaleza le concedió con su voz prodigiosa no se correspondieron con su vida personal, marcada por la desgracia. El mito de la música francesa, que cantaba los desengaños amorosos de la clase trabajadora, fue duramente golpeado con la muerte de su pareja. El estrés que desencadenó esta ruptura agravó la enfermedad a los huesos que padecía y le sumió en una profunda depresión. Posiblemente fue de la música y su público, al cual tanto amaba, de donde sacó la resiliencia, esto es, capacidad para soportar los traumas y seguir adelante incluso en las condiciones de vida más adversas como las que ella vivió. “No, no me arrepiento de nada” Cuentan que su reaparición artística se produjo con una canción que inmortalizó: “Non, jene regrette rien” ("No, no me arrepiento de nada") Edith Piaf elegía ella misma las canciones que le presentaban y lo hacía según lo que sus emociones le dictaban. Sus canciones eran como un espejo de lo que sentía sobre sí misma y su vida, constituyen un auténtico ejercicio terapéutico con valor catártico y que le ayudaría, a buen seguro, a elaborar tanto sufrimiento y dar un sentido a sus traumáticas vivencias. Leer la letra de la canción "No, no me arrepiento de nada" emociona. Escuchar la canción, con la música y la esplendorosa voz de Edith Piaf, es una emoción completa. Surgida de las entrañas de su ser, transmitida para cautivar y conmover, brota de lo más profundo del dolor, y del afrontamiento, de su desgarradora vida. La película "Edith Piaf. La vida en rosa" es, también, extraordinaria y emocionante. La letra de la canción dice así: No, no me arrepiento de nada Ni el bien que me han hecho, ni el mal Todo eso me da lo mismo No, nada de nada No, no me arrepiento de nada Está pagado, barrido, olvidado Me da lo mismo el pasado Con mis recuerdos Yo prendí el fuego Mis tristezas, mis placeres Ya no tengo necesidad de ellos Barridos mis amores con sus trémolos barridos para siempre Vuevo a partir de cero No, nada de nada No, no me arrepiento de nada Ni el bien que me han hecho, ni el mal Todo eso me da lo mismo No, nada de nada No, no me arrepiento de nada Pues mi vida mis alegrías hoy comienzan contigo…