miércoles, 24 de junio de 2009

Más sobre la función reflexiva

Frecuentemente, sentimos escalofríos cuando, a través de los medios de comunicación, nos enteramos de noticias tales como las del Monstruo de Amstetten, o la del reciente hombre que descuartiza a su mujer y la esconde en unos agujeros para que no puedan encontrarla. O, sin ir tan lejos, en nuestro barrio sabemos que una persona a la que conocíamos, tan galante y servicial, tan encantadora, ha estado maltratando a su mujer durante años y años…

O más atrás en la historia de la humanidad, criminales de guerra como los que ajusticiaban a los judíos en los campos de concentración, que luego eran padres de familia y llevaban una vida como la de todo ser humano corriente y moliente…

¿Cómo es capaz el ser humano de cometer actos de semejante vileza sin sobresaltarse, sin sentir pena, lástima, compasión, sin conectar con el dolor que va a infligir?

En el post anterior, hablábamos de la función reflexiva o teoría de la mente: ser capaces de sentir las mentes de otros y atribuirles intenciones, deseos, sentimientos, conductas... de manera estable. El diálogo reflexivo potencia el hemisferio derecho del cerebro, sede, se cree, donde radica esta función mentalizadora de la que hablamos, donde reside el sentir y la posibilidad de sentir a otros.

Siegel explica por qué un genocida o criminales pueden cometer este tipo de actos. Le dejo la palabra: Podemos sugerir también que un deterioro en la visión de mente (captar mis emociones y sentir que el otro las tiene) puede ser dependiente del estado. Es decir, bajo determinadas condiciones, un niño (o adulto) puede ser capaz de desvincular los componentes esenciales de la función reflexiva, clausurando esta importante capacidad ¿Cómo logra esto la mente? En este caso, podemos proponer que el bloqueo de las fibras del cuerpo calloso que interconectan los dos hemisferios, y de las interconexiones dentro del hemisferio derecho mismo, sea un mecanismo que permite impedir la visión mental como forma de adaptación a ciertas situaciones sobrecargantes.

Este hallazgo puede ayudar a explicar por qué algunos individuos, como los que cometen crímenes de guerra o genocidios, son capaces de mantener relaciones empáticas con su familia y/o amigos pero simultáneamente pueden entrar en estados fríos y desvinculados cuando están implicados en crímenes contra otros individuos o contra la humanidad. Esta habilidad para des-asociar el pensamiento y la conducta desde la creación de las experiencias mentales subjetivas de los demás dentro de nuestras propias mentes puede ayudarnos a comprender varios aspectos de la conducta antisocial. El hecho de que exista tal deterioro dependiente del estado o más generalizado o una falta más generalizada del desarrollo de la visión de mente, se revela con excesiva frecuencia en la cada vez más violenta sociedad actual.

Por lo tanto, es importantísimo potenciar la función reflexiva en los niños y crear unas condiciones de crianza en las que puedan sentirse sentidos. Sólo así aprenderán a sentir a otros y, por lo tanto, serán empáticos.

Esto es deficitario en muchas familias y explica, como afirma Siegel, el por qué nuestra sociedad es cada vez más individualista, fría y violenta.

lunes, 15 de junio de 2009

La función reflexiva

Asombrosamente, durante el primer año de vida, el niño comienza a percibir la intención en otra persona. Durante esta fase y en adelante, en palabras de Daniel Siegel, la mente dispone de la habilidad para detectar que otra persona tiene una mente con un foco de atención, una intención y un estado emocional. Dicho de una manera más sencilla, el niño adquiere el concepto de las mentes de los demás. También se le llama a esto teoría de la mente.

Los estudios neurológicos han comprobado que el hemisferio izquierdo es analítico, interpretador, busca un sentido a los datos de la realidad. El hemisferio derecho es mentalizador, capta las mentes de los otros y tiene en cuenta el contexto que rodea a los datos y la información de los componentes no verbales (los gestos, la entonación…) Necesitamos, para adaptarnos, que los dos funcionen integradamente. Y los necesitamos para desarrollar una mente coherente. Lo que el izquierdo analiza, el derecho sabe situarlo en su contexto.

¿Qué ocurre cuando las experiencias infantiles son adversas, esto es, el niño ha vivido de manera continuada la negligencia, el abandono o el terror de unos padres violentos? ¿Puede deteriorar la capacidad del niño para entender otras mentes, para entender que los otros tienen intenciones, deseos…?

Si la situación es muy sobrecargante para el niño, se postula que se produce en el cerebro el bloqueo de las fibras de un órgano llamado cuerpo calloso (es como el puente que interconecta la información de los dos hemisferios del cerebro) Esto es un mecanismo que corta la mentalización (el niño no sintoniza con el adulto) Este mecanismo, según Siegel, permite impedir la visión mental como forma de adaptación a ciertas situaciones sobrecargantes. Si las comunicaciones con los progenitores son emocionalmente vacías o terroríficas, un niño se adapta a un contexto relacional particular inhibiendo o cortando la función reflexiva de la que hemos hablado.

Por ello, si este mecanismo se mantiene en el tiempo, cuando educadores, padres adoptivos o acogedores traten con niños que han vivido situaciones de maltrato o abandono severo, observarán con desesperación, entre otros problemas, que el niño parece no conectar con lo que se le dice o que sus intenciones y deseos de cambio se desvanecen rápidamente: ha fallado la función mentalizadora o reflexiva en un periodo evolutivamente crítico y el niño ha adquirido un mecanismo defensivo que fuera de ese contexto resulta maladaptativo a todas luces.

Hay que comprender, por lo tanto, lo que les ocurre a estos menores y exigirles en la medida de lo que puedan dar. Y, por supuesto, propiciarles un contexto terapéutico donde, a través de una relación terapéutica con un profesional formado en este ámbito, vayan desarrollando esta función reflexiva. El cerebro parece ser plástico toda la vida, así que se puede afirmar que nunca es tarde.

martes, 9 de junio de 2009

Verguenza vs. humillación

En el estadio evolutivo del niño en el que los padres van ayudándole con el establecimiento de los límites (los dos años de vida), es fundamental, para que adquiera una capacidad sana de autorregulación, equilibrar el que el menor perciba que conectamos con su estado mental (su necesidad) a la par que interioriza la prohibición.
Un ejemplo adecuado de esto lo vemos en esta interacción padre/hijo: un niño de 14 meses quiere subirse a una mesa en cuya parte superior hay una lámpara. El padre le dice: “¡No!” (la prohibición, que se sabe activa la rama parasimpática del sistema nervioso, la responsable de frenar las conductas) y después saca al niño al jardín donde su impulso a encaramarse es sintonizado (conectamos con su necesidad) El impulso a subir y trepar del niño viene motivado por la otra rama de su sistema nervioso: la denominada simpática, que es como un “¡venga!” interno. Los padres ayudan a que se desarrollen los límites si actúan de este modo, potenciando el freno cuando existe un impulso interno, pero canalizándolo.

El “¡no!” parental puede conducir a que el niño sienta una emoción de vergüenza ante lo que ha hecho, ante la prohibición de los padres. Un autor llamado Schore nos dice que este tipo de transacciones son necesarias para que un niño aprenda a autocontrolarse y después a modular tanto la conducta como los estados emocionales internos de formas prosociales. La vergüenza, en su sentido más específico, no es perjudicial.

Pero si el padre del ejemplo anterior dice al niño “¡no!” se enfurece y arroja la lámpara al suelo y le insulta, entonces pasamos de la vergüenza a la humillación, que sí es altamente tóxica para el cerebro del niño. Las interacciones que inducen a la vergüenza emparejadas con la ira parental sostenida y/o falta de reparación (llevarle a donde su impulso pueda ser canalizado) conducen a la humillación.

Todavía está extendida la idea "educativa" de que para que un niño se motive y cambie hay que gritarle y minusvalorizarle, que así “espabilará” Todo lo contrario: le haremos daño. Lo digo porque, aunque pueda sorprender, sigue habiendo padres y educadores que creen que encolerizarse y/o humillar es una buena "táctica educativa"

miércoles, 3 de junio de 2009

Que se llama soledad...

La soledad es un sentimiento y una realidad que sufren muchas personas. Me estoy refiriendo a la soledad resultado de no poder integrarse socialmente. Personas que fracasan en sus intentos por relacionarse y conectarse tanto en ámbitos sociales (pareja, amigos…) como laborales. Algo no elegido, no deseado. Sufrido y padecido porque hay una historia de vida previa azotada por vivencias y padecimientos que no han permitido a una persona poder abrirse al exterior social. Anticipan que las relaciones con otros van a estar teñidas de rechazo, burla, humillación. Personas que saben que no cuadran en ese baile sinfónico que supone ser capaz de sincronizarse socialmente con otros. Carecen de habilidades que les permiten interpretar los estados internos de los otros, las claves no verbales que permiten la sintonización interpersonal. Personas que desearían saber cómo relacionarse pero se bloquean. La anticipación de fracasos previos no les ayuda nada, desde luego. Pero anticipan fracasos porque lo han intentado y la respuesta ha sido negativa. Aprenden que por mucho que lo intenten, no lo van a conseguir: indefensión y soledad aprendida.

Los niños víctimas de malos tratos que generan rechazo a su alrededor por sus conductas maladaptativas, las personas víctimas de una enfermedad mental, los que padecen disfunciones cerebrales, los que sufren un trastorno de la personalidad… Tienen como denominador común tener como problema no encajar en contextos sociales. Se ven abocados a una desesperante soledad…

Tienen que superar y afrontar sus miedos y temores, poner de su parte para conseguir integrarse en grupos porque depende de ellos, claro. Pero no es menos cierto que todos estamos llenos de prejuicios y etiquetamos rápido, a veces con burla, y no permitimos que puedan acercarse y darles una oportunidad. Nos cerramos.

Los profesionales podemos ayudarles pero es tarea de todos poder proporcionar a estas personas posibilidades relacionales. No por ser diferentes son inferiores. Ellos lo creen así y la sociedad tampoco pone mucho de su parte. La sociedad somos cada uno de nosotros. ¿Por qué no toleramos al diferente, lo rechazamos y en muchas ocasiones hasta lo despreciamos?