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lunes, 10 de enero de 2022

El síndrome de resignación (Efecto Blancanieves)

Este pasado mes de diciembre de 2021, mi amiga y colega Cristina Herce, psicóloga y traumaterapeuta, miembro del equipo docente del Postgrado de traumaterapia sistémica de Barudy y Dantagnan, me envió una excelente picada: un documental que emite la cadena Netflix titulado «La vida me supera» Nos recomendó -lo compartió en un grupo privado, después lo difundimos por redes sociales- que lo viéramos encarecidamente, advirtiéndonos de lo siguiente: «¡Tenéis que verlo! ¡Sin palabras!»

Y tras verlo de verdad que uno/a se queda sin palabras. Una sensación de angustia, de agua negra en el interior del cuerpo, de profunda pena y dolor por esos niños/as del documental y por sus padres, atrapados en una espiral de la que es muy difícil salir por la impotencia y la indefensión que sufren al verse limitados para recuperar psicológicamente a sus hijos/as, pues todo no depende de ellos. Viendo este documental podemos conectar perfectamente no sólo con la impactante repercusión psicológica de un trauma colectivo, sino también con la dimensión moral del problema, sufrido por muchas personas de países concretos como los de la Antigua Yugoslavia y en la actualidad, Siria. Los aspectos de cómo se posiciona una sociedad a nivel político, legal y moral son fundamentales para poder recuperarse de un trauma satisfactoriamente. 

Os dejo un pequeño fragmento de este documental para que sepáis de qué estamos hablando exactamente. Os recomiendo que los que podáis, lo veáis entero. 



Poco tiempo después de ver el documental, hablé con Cristina Herce y tomando un café ambos comentamos lo sobrecogidos que nos sentimos viéndolo. Nunca habíamos oído hablar de un síndrome así. Haciendo memoria, sí recuerdo a chicos/as que traté en mi consulta con comportamientos que en el continuo de la catatonia podríamos situarlos en la desconexión, pero no a este nivel tan extremo. Le comenté a Cristina como hace años un niño de 9 años llegó a la sesión de terapia y sin decir nada se tumbó en una colchoneta que usaba para la relajación y se quedó dormido toda la sesión… No entendí el significado de aquella conducta, pero al tocar el timbre de la puerta y tras haber estado yo a su lado toda la hora, se incorporó y sin hablar y como si no estuviera presente, se marchó. Vino a recogerle un educador porque… acababa de ingresar de urgencia en un centro de menores al cesar el acogimiento familiar. Sin ninguna duda tanta pérdida y el intenso sentimiento de abandono activaron la desconexión como una forma de apagamiento para no abordar la realidad doliente de sentir que me lo tenía que contar en la sesión -aunque obviamente no tenía por qué hacerlo-. También he conocido a muchos chicos/as con formas de resignación como no levantarse de la cama, quedarse día tras día parados, sin ganas de nada, apáticos y desilusionados, pues no podían con su vida... Todos ellos compartían la dura experiencia del maltrato y el abandono; y esta forma de resignación era la única defensa posible, al no encontrar bases seguras estables de vinculación en sus vidas. Sin embargo, nada comparable a este estado catatónico en el que están estos niños/as del documental, algunos durante meses…

También pensé en muchos niños/as supervivientes de orfanatos de baja calidad, provenientes de Rumania y de otras partes del mundo, que habían yacido durante meses, e incluso años, en las cunas sin apenas contacto humano -víctimas de abandono extremo-. La depresión anaclítica que padecieron tiene similitudes con este Síndrome de resignación. En sus cunas, tras la protesta porque nadie acudía, los niños/as dejaban de llorar porque sus cerebros se apagaban para no sufrir. Las familias adoptivas, cuando narraban el estado psicológico en el que conocieron por primera vez a sus hijos/as, referían historias muy duras y tristes que delatan hasta dónde puede ser el ser humano lobo para otro ser humano, usando la famosa frase de Hobbes.

Foto: XL El Semanal


El Síndrome de resignación es conocido también como Síndrome de Blancanieves. En este popular cuento se narra la historia de esta joven, que como es sabido la reina quiere eliminarla porque ve en ella una amenaza para su narcisismo. En un momento dado del cuento, «la reina malvada prepara una manzana envenenada, mitad blanca y mitad roja, se disfraza como una anciana vendedora y le ofrece la manzana a Blancanieves. Cuando esta se resiste a aceptar, su malvada madrastra, para que no desconfíe, corta la manzana por la mitad y se come la parte blanca y buena de la manzana, y le da la parte roja y envenenada a la princesa. Blancanieves come la parte roja de la manzana con entusiasmo e inmediatamente cae en un profundo sopor. Cuando los enanos la encuentran, no la pueden revivir. Como aún conservaba su gran belleza, los siete enanitos no tuvieron el valor para enterrarla, así que fabrican un ataúd de cristal y oro para poder verla todo el tiempo» (Wikipedia). Es por este estado de sopor o catatonia en el que entran estos niños/as por lo que este síndrome recibe el nombre de Blancanieves.

Para conocer sobre este síndrome, recurro a este artículo -compartido por María Teresa Miralles- publicado en la revista Aperturas Psicoanalíticas y cuya autora es Teresa Sánchez, profesora de la Universidad Pontificia de Salamanca, titulado: «Síndrome de resignación. Trauma migratorio, somatización y disociación extremas». Dice Teresa: «Conocí el extraño síndrome también bautizado como efecto Blancanieves a través de varios artículos de prensa que daban cuenta de la foto ganadora del World Press Photo Gente (Redacción TO, 2018). En ella, dos hermanas adolescentes en estado de coma yacían en sus camas como bellas durmientes. Ambas, de etnia gitana, provenientes de Kosovo, junto a sus padres, habían desarrollado una progresiva reducción estuporosa de su motilidad, perdiendo progresivamente diversas funciones autónomas hasta entrar en coma. El cuadro era conocido desde los años 90 y solo se localizaba en Suecia, pero en 2019 ya habían sido reconocidos varios centenares de niños apáticos, que ocupaban las alas pediátricas de los principales hospitales del país nórdico. El asombro aumentó al visionar un documental sobre el mismo tema, "La vida me supera", a través del cual se asiste a la complejidad y gravedad de un hecho aterrador que afecta a hijos de inmigrantes (principalmente de las antiguas repúblicas de la antigua Yugoslavia –huidos de las guerras civiles que asolaron varios países balcánicos–, pero también de repúblicas bálticas y recientemente de Siria).

»Los niños y adolescentes censados con este mal tienen entre 7 y 19 años y presentan síntomas insidiosos: pasividad, laxitud, aislamiento sensorial e interactivo del mundo, mutismo, dejan de comer, beber y caminar, pierden el control de esfínteres, cierran los ojos y se abandonan a un letargo estuporoso que a menudo deriva en coma. Neurológicamente, todo funciona bien en ellos, pero tienen una desconexión frontal respecto a la conservación vegetativa de su cuerpo. Por lo general tienen buen color en las mejillas y aparentan ser durmientes en un sueño ininterrumpido.

»El proceso que conduce al síndrome de resignación se desencadena al rechazarse la solicitud de residencia en Suecia para la familia de la que forman parte. Han sido testigos de violencia extrema, a menudo contra sus padres, durante el tránsito o la fuga desde zonas de conflicto a países seguros (Suecia). Las vidas de sus familiares protectores han estado en riesgo de muerte, sufrido traumatismos, coacciones, agresiones o secuestros, retenciones y tortura. Los menores han presenciado horrores ejercidos por las mafias o los vigilantes de frontera, a veces han llegado solos tras cruentos avatares de supervivencia y, cuando al fin se sienten a salvo físicamente, se ven vapuleados por un nuevo temor a la deportación o devolución al mismo lugar temible del que huyeron. Un largo período de incertidumbre tras el trauma sufrido es nefasto. Tienen miedo y, por ósmosis ambiental, respiran miedo en su entorno familiar inmediato. Como afirma Viñar: “la experiencia del terror marca no solo al sujeto agredido, sino a su grupo y a su descendencia… el lugar del testigo es tan crucial como el del sufriente”.

»El detonante es la conciencia del inminente peligro de devolución y la amenaza de repetición de las vivencias traumáticas que ya experimentaron o presenciaron durante su exilio o el de sus padres. Hay un interruptor de edad que oscila entre los 7 años y los 19, algo que ha llamado la atención de los investigadores pediatras, psiquiatras y medios de comunicación. Probablemente el síndrome no aparece antes, pues hasta los 7 años no se procesan frontalmente las informaciones como anticipo de inseguridades futuras, y después de los 19 años se entra en el ejercicio de responsabilidades adultas y no “se lo permitirían”».

Como vemos, estos padres y niños/as, han sido víctimas de las mayores atrocidades que los seres humanos pueden sufrir. Recuperarse de un trauma es sentirse no solo seguro (secure) sino también a salvo (safe). Y estas familias no pueden estarlo si su residencia es puesta en tela de juicio, con la amenaza de que pueden ser expulsadas del país. ¿En qué ética humana cabe que seres humanos expulsen a otros de un país cuando el deber es acogerlos para que puedan retomar un buen desarrollo? Si los niños/as necesitan de una base segura (y sentirse a salvo) para recuperarse, ¿cómo pueden serlo estos padres que están con su sistema de defensa activado de manera permanente? Sólo en un entorno de poderosas, sostenedoras y cálidas relaciones humanas y sociocomunitarias es posible no ya recuperarse de los traumas (eso no es la resiliencia) sino poder retomar la vida pese a las cicatrices y vivir con ellas una vida digna. Si los gobiernos les privan de este derecho, ¿qué les queda? El estado catatónico porque no pueden con la vida. Lo que estos niños/as y sus familias sufrieron en sus lugares de origen tuvo que ser realmente pavoroso para activar una respuesta así.

Cada vez soy más consciente de que las terapias psicológicas y psiquiátricas poco pueden si no hay un entorno psicosocial afectivo y solidario. Como dice la gran Judith Herman en su mítico libro «Trauma y recuperación»«las experiencias nucleares del trauma psicológico son el no tener poder (disempowerment) y la desconexión con otros. La recuperación, entonces, está basada en un proceso de recobrar el poder o empoderamiento (empowerment) y en la creación de nuevas conexiones. La recuperación sólo puede tener lugar dentro del contexto de las relaciones, no puede suceder en aislamiento. En su renovada conexión con otra gente, la superviviente re-crea las facultades psicológicas que fueron dañadas o deformadas por la experiencia traumática. Estas facultades incluyen las capacidades básicas para la confianza, autonomía, competencia, identidad e intimidad. Así como esas capacidades se formaron originalmente en las relaciones con otra gente, tienen que ser reformadas en tales relaciones».

Portada del libro en inglés de Judith Herman


En efecto, Teresa Sánchez dice en su artículo: «Como la mente no logra evacuar la tensión que la ha inundado repentinamente, ni tampoco posee mecanismos de defensa eficaces para asimilarla o traducirla y así ser comprendida psíquicamente, el resultado es una condensación traumática que puede traspasar la barrera paraexcitatoria y paralizar el psiquismo. Es muy importante tener en cuenta que los padres deben ejercer una función contenedora (holding) y transformativa (réverie), pero si están abrumados por la preocupación del futuro familiar, no pueden ejercer adecuadamente ninguna de las dos, dejando la resolución traumática de los hijos a merced de sus propios recursos, que son escasos o ineficientes».


Foto: La Vanguardia


Teresa Sánchez refiere que este síndrome puede considerarse un trastorno disociativo ante un sufrimiento prolongado extremo: «A tenor de las distinciones introducidas por González y Mosquera (2015), diría que los “niños apáticos” tendrían un apagamiento de la conciencia o disociación horizontal. La pasividad se impone sobre otros mecanismos de lucha, evitación, sumisión o adaptación. Conjeturo que, en este síndrome, las grandes somatizaciones son expresiones disociativas del trauma, cuando otros procedimientos (fuga disociativa, despersonalización, trance…) ya no son eficaces». Los niños y niñas -sin llegar a este extremo- que trato en mi consulta, en muchas ocasiones, ante la falta de vinculaciones seguras estables en su vida, cuando no se satisface su derecho a los buenos vínculos (abogado Hernán Fernández), desarrollan estados abúlicos que son manifestaciones de su sufrimiento. Y el entorno, una vez más, puede confundirlo con pereza y actitud negativa, castigando conductas que necesitan otras formas de abordaje basadas en el respeto, la seguridad y la recuperación de la conexión con el otro, que puedan constituirse en punto de apoyo desde el cual retomar la motivación para vivir. Por eso, nuestra labor debe centrar sus esfuerzos también en llevar adelante una traumaterapia ecosistémica (Barudy, Dantagnan y Gonzalo, 2021) en la que impliquemos en la recuperación a todas las personas que trabajan con el niño/a y deben de permanecer con él/ella, acompañándole en su camino: LA BASE de cuidados -como la denomina Maryorie Dantagnan-, los trabajadores sociales, los psicólogos, los psiquiatras, los maestros… Además, los profesionales sanitarios y educativos también tenemos un compromiso ético ineludible consistente en influir en otros profesionales como los abogados, los jueces y los políticos. Porque en manos de ellos están muchas decisiones sustantivas que inciden decisivamente en que estos niños/as y sus familias con traumas severamente complejos puedan recuperar las capacidades básicas para confiar, tener una identidad y sentirse a salvo e integrados en una comunidad verdaderamente acogedora.

REFERENCIAS

Sánchez, T. (2020). Síndrome de resignación. Trauma migratorio, somatización y disociación extremas. Aperturas Psicoanalíticas, (63), e2, 1-23

Herman, J. (2015). Trauma and Recovery : The Aftermath of Violence. From Domestic Abuse to Political Terror. New York: Basic Books.

Barudy, J., Dantagnan, M. y Gonzalo, J.L. (2021) La traumaterapia ecosistémica. Presentación utilizada en el contexto del Postgrado de Traumaterapia. Documento no publicado. 

González, A. y Mosquera, D. (2015). EMDR y disociación. El abordaje progresivo. Ediciones Pléyades.

lunes, 18 de octubre de 2021

Refugiados en suelo europeo: la pérdida de una identidad, por Iciar García Varona, psicopedagoga y traumaterapeuta


Firma invitada


Iciar García Varona

Psicopedagoga y traumaterapeuta


Presentación

Cuando escribí la presentación del primer post de esta temporada, el mes pasado, os dije que este año tendríamos novedades significativas, dentro siempre de nuestras temáticas. Os comenté que no os despegaríais de la pantalla y que viviríais numerosas emociones, algunas, desgraciadamente, muy intensas y duras (dolorosas) que no nos gustaría sentir... pero que debemos experimentar si queremos movilizarnos a la acción. La empatía funciona así, pudiendo aproximarnos a la comprensión y al dolor del otro. Hoy entenderéis perfectamente estas frases, pues lo que vais a leer es una primicia en forma de experiencia de nuestra compañera y amiga, miembro de la Red Apega, Iciar García Varona, que nos escribe sobre su estancia colaborando con un campo de refugiados en Atenas, Grecia, en el cual estuvo este pasado verano. Ambos teníamos claro que lo que allí ella observara, recogiera y experimentara en su acompañamiento a los refugiados/as, lo compartiríamos en este blog. Porque hay que poner voz a los/as que no tienen voz y no existen a apenas unas horas de distancia en avión de nosotros/as. En un lugar que es la cuna de Europa, han apartado y despojado de todo a seres humanos víctimas de las guerras, la tortura, la persecución... Muchos son niños/as... Iciar García tenía y tiene muy claro que hay que contarlo. Porque tenemos que denunciarlo para darles una voz y un nombre a quienes parecen ser invisibles, como si no fueran seres humanos sujetos de pleno derecho. Nadie nos puede quitar ese derecho a la denuncia. Quizá sacudamos alguna conciencia en quienes toman las decisiones sustantivas. El blog Buenos tratos, sensible a temas como el trauma, no puede permanecer ajeno a este dolor que soportan día a día los olvidados/as en los campos de refugiados.

Serán dos artículos que queremos no dejen a nadie indiferente. El primero trata sobre el proceso migratorio y salud mental y física de los refugiados; y el segundo versa sobre experiencias colaborativas, buen trato y resiliencia (todos enriquecemos en esa mutua colaboración).

Agradezco de todo corazón a Iciar García Varona, que ha destinado su tiempo, su esfuerzo y su energía en una acción solidaria, colaborando con SOS Refugiados y acercándose con empatía y sensibilidad a las trágicas vidas de estas personas, poniéndoles así voz, sentimientos, historia, derechos, existencia, en suma, humanidad a quienes otros seres humanos, en suelo Europeo, olvidamos abandonamos y despreciamos. Ella entra en el elenco de ilustres colaboradores/as del blog Buenos tratos por la puerta grande con un tema que debe de darse a conocer. Expuesto por Iciar, además, con rigor científico, dedicación, entrega, alma y corazón; pues los trabajos académicos pueden y deben llegar a emocionar y a mover al compromiso ético por parte de todos/as.

Iciar García Varona es psicopedagoga, traumaterapeuta sistémica por el IFIV de Barcelona y doctoranda en psicología. Psicomotricista y Master en necesidades, derechos y cooperación al desarrollo en la infancia. Miembro de la Red apega, actualmente lidera el Proyecto Valientes en convenio con la Universidad de Burgos, en la cual es profesora asociada de la Facultad de Educación. Trabaja para los servicios sociales de la Diputación de Burgos.


Refugiados en suelo europeo: la pérdida de una identidad

Por Iciar García Varona


Agradecimientos

Quiero agradecer a las ONGs SOS REFUGIADOS y A.I.R.E la oportunidad de realizar esta labor de cooperación en Grecia, no solo por el trato excepcional que allí he recibido, sino por su labor diaria de entrega desinteresada a los más desfavorecidos. En especial quiero hacer un reconocimiento a Patricia Colón presidenta de SOS REFUGIADOS, por todos los ratos compartidos dentro y fuera del terreno, por cada aprendizaje, que son tantos…a Víctor Godino y a Dimitris Kouiriouklis por vuestra entrega, por vuestro acogimiento, por compartir tanto. También a Javier Bauluz, Premio Pulitzer, por ceder desinteresadamente algunas de las fotografías que acompañan este artículo.

Gracias amigos. Para más información, sobre las ONGs y aunque en la próxima publicación vayan a ser centrales, adjunto enlace de donaciones:

Enlace para donaciones


Para mí es un honor formar parte de este blog, que se me configura como una valiosa fuente de aprendizaje en cada una de sus publicaciones. Este honor se hace extensivo a la procedencia de la invitación, por lo que, cuando mi admirado y querido José Luis Gonzalo me ofreció la posibilidad de escribir en este espacio de encuentro profesional y personal, me consideré enormemente afortunada, aceptando de inmediato la propuesta. 

Por todo ello, no encuentro mejor contexto que este para dar voz a la realidad de las personas desplazadas, tan hostil y dolorosa en muchos lugares del mundo. Siento este escenario, como un “lugar seguro”, donde aquellos que dediquen tiempo a su lectura, se me antojan sensibles al dolor humano y a la defensa de los derechos de las personas, sin consideración o exceptuación alguna. 

Me dispongo a compartir contigo, querido lector, la realidad del suelo europeo en su calidad de refugio, específicamente en territorio griego, dónde a lo largo de veinte días he vivido experiencia relacional con personas desplazadas, en búsqueda del amparo que la condición de refugiado les pudiera aprovisionar. Este largo y azaroso proceso, que puede durar años, a menudo se acompaña de una pérdida identitaria que no siempre les llega a ser devuelta. 

La falta de filiación acerca al individuo a un estado de anomia, que casi provee de una falta de “existencia” y que una Europa altiva, impertinente y ajena se empeña en hacer cada vez más acuciante, tanto en su pésima gestión del refugio, como en la idiosincrasia de sus políticas migratorias. El control de los flujos migratorios se erige como principal y única maniobra para la gestión del desplazamiento humano. A este respecto Bauman (2016) recoge la sugerencia de Michel Agier: “La política migratoria va dirigida a consolidar una división entre dos grandes categorías mundiales cada vez más cosificadas: por un lado, un mundo limpio, sano y visible; por el otro, un mundo de restos residuales, oscuros, enfermos e invisibles”. 

Algunos datos

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), estima que más de un millón de refugiados huyó a Europa durante el año 2015 (ACNUR, 2016).

Pero no todos consiguen llegar. Se calcula que desde el año 2000 más de 20 mil personas han muerto intentando alcanzar el viejo continente y se estima que el 75% de los migrantes muertos en el mundo en 2014 perdieron la vida en la ruta marítima del Mediterráneo (Febbro, 2015). La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) alertó sobre 1.283 migrantes muertos en su intento de cruzar el Mediterráneo a lo largo de 2019 y señala el año 2016 como el más catastrófico, con cerca de 4000 fallecidos (Europa Press, 2020). Estos datos son orientativos; en realidad, se contabilizan estimaciones de salidas en las travesías, los naufragios y los cadáveres hallados, pero dicen los expertos que sólo una pequeña parte de los ahogados son devueltos por la mar. 

En cuanto a los menores no acompañados, existen datos muy preocupantes. En el cénit migratorio de 2015 se registraron 95.205 peticiones de asilo de menores no acompañados en Europa, bien viajando solos o en asentamientos sin acompañamiento ni supervisión adulta (Eurostat, 2020). A este respecto es de especial preocupación el dato de la oficina europea de policía (Europol) que constató la desaparición de 10.000 menores no acompañados en suelo europeo a lo largo de 2016 (BBC, 2016). Esta misma fuente apunta a que cuando un niño proveniente de Siria, Afganistán o Eritrea se pierde en Grecia o Italia, rara vez pasa algo, dado que pocas agencias fronterizas denuncian sus desapariciones, lo que evidencia el riesgo de estos niños a la explotación sexual y al tráfico humano, tal como resalta Save the Children (2016), cuestión que parece estar relacionada con las propias redes contrabandistas con las que cruzan la frontera (BBC, 2016).

Campo de refugiados Kurdos de Lavrio (Grecia, agosto 2021)


Por mucho que nos distanciemos de esta realidad (de la que sin embargo nos separan escasamente 15 kilómetros de ruta marítima), y permanezcamos en una especie de estado disociativo, o, en palabras de Bauman (2016), nos “adiaforicemos” (neologismo referido a la conversión del problema en moralmente neutro o irrelevante), los datos exponen una realidad creciente, intemporal y muy próxima que afecta a millones de personas en todo el mundo, gran parte de ellas, niños y niñas. 

El proceso migratorio

Si bien la literatura científica ha ido adoptando diferentes nomenclaturas en torno al fenómeno de la migración, diferenciando entre migraciones “forzosas” y migraciones “libres”, “económicas”, “políticas” o “ecológicas” (Egea y Soledad, 2008), me resulta complicada esta distinción: considero que existen confluencias de múltiples factores que promueven o motivan la salida del lugar de procedencia. No podemos obviar la violencia económica que supone el modelo neoliberal, el desequilibrio acuciante que provoca la mercantilización de los recursos naturales, el boyante negocio que entraña la industria armamentística y por lo tanto las guerras, ni aquellos aspectos concernientes a la devastación del equilibrio ecológico que conlleva el hiperconsumo que sostiene y alimenta dicho modelo. Lo que parece un factor común a todas las formas migratorias, es la “violencia del desequilibrio”, que se enraíza en los cimientos propios del sistema y en el modelo en el que vivimos y nos fagocita. La sostenibilidad del modelo económico neoliberal parece pasar por la represión y usurpación de las necesidades y recursos de los otros, de los más desfavorecidos. Es, por lo tanto, la confluencia de push factors (guerras, terrorismo, catástrofes medioambientales) alimentadas por el funcionamiento de la doctrina neoliberal y de pull factors (supervivencia, deseo de una vida mejor) lo que fuerza la huida de poblaciones en Oriente Medio, África, Latinoamérica y ciertas regiones de Asia (Guarch, 2021).

             Entrada al campo de Skaramagas (Atenas, agosto 2021).


Aun así y con objetivo de obtener un mejor encuadre sobre la naturaleza saliente de la motivación migratoria de los refugiados (colectivo con el que fundamentalmente he tenido el privilegio de trabajar en Grecia), recurro a Turner (2015) que alude al reconocimiento de la naturaleza forzada de las migraciones transnacionales por la guerra y la violencia en los países de origen. En estos procesos migratorios, Zimmerman et al. ( 2011) señalan que las personas obligadas al abandono de su tierra se enfrentan a una sucesión de hechos traumáticos que se agrupan en tres momentos: la pre- migración, el tránsito y post migración. 

Existen factores comunes en todos los relatos de las personas refugiadas con las que conversé acerca de su historia de migración. En los momentos previos a la migración, la represión, violencia y el cautiverio se constituyen como los principales motivadores para la salida de sus lugares de origen, apuntando a los pull factors y push factors que en párrafos anteriores se mencionaban. Además de que, durante la travesía, han sido víctimas de persecución, chantaje, coacción y pérdida, la propia estancia en Grecia no mejora sustancialmente determinadas amenazas, siendo víctimas de encierro, violencia policial, racismo y xenofobia, precariedad y la falta de expectativa vital. Como se puede observar, es un camino tortuoso y eterno el que se asocia a la espera de la ansiada identidad de refugiado, que será la que les permita abandonar el país y continuar el tránsito hacia la anhelada Europa y que, mucho me temo, se tratará de un anhelo que encontrará de nuevo un muro fronterizo: el viejo continente no los acogerá con el suficiente buentrato que, como seres humanos desamparados y expuestos a sucesión de hechos traumáticos, sería de obligado cumplimiento…. Toda esta secuencia, como ya se habrá podido inferir, resuena a amenaza por la supervivencia, resuena a trauma y así lo confirman, entre otros, el estudio de Silove et al. (2107) que sugiere hallazgos de síntomas de Síndrome postraumático simple y complejo (TEPT y TEPT-C), como se definen en la CIE-11 (WHO, 2018), en comunidades de refugiados expuesto a una amplia constelación de estrés traumático general, y en particular como consecuencia de la persecución y el desplazamiento masivo prolongado.

La pre - migración, los motivos de salida: afectación a la salud mental de migrantes y refugiados. 

Durante los veinte días de estancia en Atenas trabajando con la ONG SOS REFUGIADOS y en menor medida con la ONG AIRE (sobre el desarrollo y labor de las ONGs, y aprovechando el motivo del siguiente post, abordaré aspectos concernientes a la cooperación como factor de resiliencia) he tenido el enorme placer de compartir experiencia laboral y relacional con, fundamentalmente, hombres jóvenes de origen afgano, y digo el placer, no por el uso del adorno literario, sino porque no hay como un encuentro cultural con un fin de labor común, para el aprendizaje y el enriquecimiento. La capacidad de trabajo de todos estos hombres, el agradecimiento continuo y la mirada amable, pese a la adversidad a la que llevan enfrentándose cada día de su existencia desde muy tempana edad, para mí ha supuesto una lección cultural, emocional y vincular. Nada más bello, querido lector, que le lazo colaborativo intercultural para la ayuda a los demás… ¡qué oportunidad se pierde esta Europa supremacista que retiene, segrega, aísla y paraliza!

Sabemos por el reciente foco mediático (ya disipado, lo que puede dar la errónea sensación de que es un problema ya solucionado) sobre la violencia que a lo largo de veinte años se ha cobrado miles de vidas en Afganistán (BBC, 2021). La población civil ha estado inmersa en un cruce de fuegos, tanto de bombardeos aéreos por parte de la coalición de la OTAN, liderada por EEUU, como por parte de los ataques Talibanes. Mis interlocutores de nacionalidad afgana en territorio griego han crecido en un entorno inestable, violento y caótico, en el que sus vidas y las de sus familiares han estado en constante peligro, o bien muchos de ellos han sido directamente testigos de pérdidas o ataques violentos a sus seres queridos. El relato de varios de ellos pasa por experiencia de cautiverio, de secuestro, generalmente en periodos de adolescencia, en los que sus vidas fueron moneda de cambio para la extorsión a la que si no accedían quedarían reclutados de forma obligatoria en las filas del ejército Talibán. Difícil elección, si es que la hubo, quizás la única salida, la única alternativa, fuera abandonar su tierra y a los suyos en nombre de la supervivencia. En la literatura científica ha quedado más que evidenciado el devastador efecto sobre la salud mental de la población civil en conflictos bélicos (Ayazi et al., 2014; Gómez-Varas et al., 2016; Marwa, 2016. Vinson y Chang, 2012), observando diferentes trastornos psicológicos y conductuales todos ellos asociados a la experimentación traumática.

Pero esto es sólo el principio, la exposición a eventos traumáticos debería finalizar aquí, sin embargo, es el inicio de la secuencia que les acompañará en los siguientes momentos que ahora describo.

La travesía

El trayecto que inician las personas en búsqueda de refugio puede durar meses o incluso años. La mayor parte de los relatos recogidos sobre el viaje están cargados de temor, peligro y en ocasiones de un contacto directo con la muerte.

Hasta llegar a travesías marítimas han ido sorteando diferentes fronteras a pie, lo que puede conllevar meses; en otras ocasiones, en transportes públicos, pero en todos los cruces de líneas, las personas en desplazamiento son susceptibles de ser víctimas de una nueva extorsión por parte de las mafias que gestionan el paso fronterizo a cambio de ingentes cantidades de dinero. Los cruces de fronteras a pie se repiten a lo largo de los procesos migratorios antes y después de su llegada a suelo europeo, con los riesgos inherentes asociados a estos trayectos.

La persecución policial es una constante motivada por las externalizaciones de fronteras en muchas ocasiones, que obligan al retroceso mediante el uso de las formas más violentas posibles, que dejan secuelas físicas en las víctimas y, cómo no, psicológicas. Numerosas organizaciones han denunciado el uso de violencia masivo y desproporcionado por parte de las fuerzas de seguridad nacionales en las zonas fronterizas españolas, húngaras, griegas, croatas y bosnias (Amnistía Internacional, 2021; Barrueco, 2021; Save the Children, 2019). El estudio de Guach (2021) arroja resultados sobre la exposición traumática en diferentes tipos de tortura: una gran cantidad de refugiados (más de la mitad, 55.6%) declararon haber sido golpeados, abofeteados, perforados con objetos o haber recibido patadas en su intento de cruzar la frontera. Durante el tiempo que permanecieron detenidos en la frontera, el 66.7% expresó no haber tenido acceso a comida ni agua por largos periodos de tiempo, así como tampoco asistencia médica (66.7%), incluso cuando fue solicitada. Además, la gran mayoría (64.8%) reconoció haberse visto expuesto a condiciones antihigiénicas que hubieran podido derivar en problemas de salud. Según los testimonios de los entrevistados en este estudio, estos abusos fueron perpetrados por los agentes fronterizos. Reflejan que “fueron electrocutados” y “quemados con cigarrillos, varillas eléctricas calientes, aceite caliente, fuego o ácido corrosivo”. Un 13% describió haber sido herido por armas eléctricas tales como Táser, excepto dos personas que sostuvieron haber sido quemadas con cigarrillos. Asimismo, la práctica de acciones que requirieron órdenes o deprivaciones tales como ser forzado/a a permanecer de pie por largos periodos de tiempo, ser fotografiado/a en posturas humillantes o sexualmente explícitas o experimentar una simulación de ejecución. En este estudio más del 50% de los participantes cumplía criterios para TEPT.

Las travesías que se realizan, tanto por vía marítima, como a través del río Evros para alcanzar suelo griego, constituyen vías cargadas de riesgo. Ninguno de los tripulantes sabe navegar una barca, dirige el que es designado por las redes que trafican con personas, o aquel que se ofrece a hacerlo. La palabra miedo se repetía en todos los relatos de mis interlocutores, “lot of fear, lot of fear” reiteran con la mirada clavada en el suelo. Aluden a la indiferencia percibida ciertas guardias costeras e incluso de ataques recibidos por estos mismos en el momento de máxima vulnerabilidad como es el que se supone de una barca de goma deambulando a la deriva por el mar o por un río. 

Sobre las violaciones de los derechos humanos persistentes en las fronteras terrestres y marítimas, existen numerosos informes tanto de devoluciones en caliente por parte de las fuerzas fronterizas griegas y la guardia costera, como acerca de muertes relacionadas con las condiciones inhumanas en puntos críticos del Egeo oriental. Se han reportado y documentado gráficamente diferentes tácticas agresivas para la disuasión con conductas como: maniobras de embarcaciones de la Guardia Costera griega a alta velocidad cerca de embarcaciones de refugiados; confiscación de combustible y / o destrucción de motores; apuntar con armas de fuego a las personas a bordo de los barcos de refugiados; remolque de los barcos hacia Turquía, dejando a la gente a la deriva en botes a menudo inservibles y superpoblados y poniendo en peligro sus vidas (Refugee Support Aegean, RSA, 2020)

Otro momento crítico, narrado por muchos de mis compañeros de faena en la ONG, tiene que ver con la estancia en la jungla al arribar a la isla, zonas boscosas donde duermen exhaustos del viaje a la intemperie, “entre animales, el frío y el miedo a ser capturados y devueltos a Turquía”.

               Fotografía cedida por Javier Bauluz (1)



El estudio de Rodolico et al. (2019) con una muestra de refugiados en Sicilia indica altos niveles de TEPT en recién llegados a la isla, y señala a más de un 44% de las personas entrevistadas en su recepción.

               Fotografía cedida por Javier Bauluz 


La post- migración: campos de refugiados y la burocracia griega 

Este es quizá el momento más crítico de describir, dado que aquí es donde la experiencia directa con el relato adquiere un realismo que me lleva a pensar que de ninguna de las maneras posibles tengo la capacidad de expresar la gravedad de lo que allí acontece. 

La llegada a suelo europeo es de nuevo un salto de obstáculos donde lejos de contar con un brazo impulsor, lo que las personas que migran encuentran es una elevación de cada uno de los óbices a los que han de hacer frente.

La concesión del asilo suele llegar tras meses incluso años de espera, si llega, pues me he topado con personas a las que se les negó la protección internacional, mientras se les concedía al resto de su propia familia. Las ayudas gubernamentales son escasas o inexistentes y, de cualquier manera, extintas ante la respuesta positiva al asilo, lo que aún no permite salir del país, puesto que, en tanto no llega el pasaporte y la identificación, las personas migrantes no pueden viajar legalmente. ACNUR (2020) estimaba que el 77% de los refugiados se encontraba en una situación de refugio prolongado, esto es, en situación de exilio por periodos que van más allá de 5 años. El 71% de las peticiones de asilo han estado pendiente de la resolución durante más de un año a partir de la fecha de registro completo en 2020 (RSA, 2020). 

Esta permanencia de larga duración desasiste de prácticamente la totalidad de accesos a educación, sanidad y cualquier tipo de asistencia social. De este modo, se hallan en un escenario muy alejado de lo que sería aconsejable para el tratamiento de la salud física y mental, con una experiencia acumulativa de hechos traumáticos en forma de constante vulneración de los derechos humanos, que pasaría por enfoques ecológicos y de ajuste que procuraran apoyos mejorados, contribuyendo a una mejor adaptación en el nuevo país de refugio (Kira et al., 2014). Sin embargo, las personas refugiadas se enfrentan a multitud de cambios durante la larga espera que supone la consecución de la legalidad para el tránsito, lo que conlleva cambios de residencia, alternancias entre los campos de refugiados con condiciones de habitabilidad deplorables, “pisos patera” en donde se hacinan multitud de personas extorsionadas por la dificultad de acceso a una vivienda y, en ocasiones, la calle. La incertidumbre y la inestabilidad con la que se afrontan el futuro incrementa sustancialmente la probabilidad de desarrollar problemas psicológicos (Buckley, 2013), y que a estas alturas del proceso se acumula a las anteriores exposiciones.

      Campo de refugiados de Malakasa, (50 kms de Atenas, Grecia) (agosto-septiembre 2021) 

Quiero dedicar este último párrafo a la descripción y documentación de ciertos sectores de los campos de refugiados (aunque en mi próxima publicación lo haré de forma más exhaustiva). Cientos de personas viven en tiendas de campaña dentro de una nave bajo la mirada impasible y nada compasiva de las instituciones que los gestionan y por los que, recordemos, reciben financiación. La comida se percibe en una gran parte de las ONGs (en este caso de SOS refugiados), la asistencia médica la proporciona Médicos Sin Fronteras un día por semana. Los niños no acceden a la educación. ¿Los derechos de las personas se delimitan con una valla? ¿Los derechos del niño en suelo europeo son diferentes si se encuentran al otro lado de la valla? Juzgad vosotros mismos; añadid a la imagen el calor de 35 a 40 grados de Atenas, las ratas que obligan a cerrar la tienda para dormir, lo que puede suponer aumentar la temperatura dentro de la tienda unos cuantos grados más. Añadid los chinches, la sarna, la falta de expectativa, el no tener que hacer, el no tener acceso a la educación…esta es, querido lector, la otra cara de Europa en el siglo XXI.

               Campo de refugiados de Malakasa, (50 kms de Atenas, Grecia) (agosto-septiembre 2021) 



 Campo de refugiados de Malakasa, (50 kms de Atenas, Grecia) (agosto-septiembre 2021) 


[1] Javier Bauluz es fotógrafo y reportero, el primer español que ha recibido un Premio Pulitzer. Es fundador de Periodismo Humano, dirige documentales y produce exposiciones desde la productora Piraván. Ha recibido multitud de galardones, entre ellos, el premio Periodismo y derechos humanos.

REFERENCIAS

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