Recientemente, María Martin Titos y Mercedes Moya, madres adoptivas, las cuales trabajan, actualmente, en diversos proyectos relacionados con la adopción, han publicado un cuento que todas las familias adoptivas (madres, padres…) y profesionales (especialmente maestros) han de darse la buena oportunidad de leerlo. Y leerlo con los niños/as buscando ese momento de complicidad y conexión emocional. Se trata de “¿De qué color es mi mariposa?”, precioso y útil relato infantil que explica la adopción a los niños/as de una manera respetuosa y poniendo en valor sus historias.
Era un 9 de noviembre y todos los niños habían hecho un trabajo en clase sobre la familia. Esa mañana le tocaba hablar a Valentina. Ella estaba un poco preocupada porque el día anterior en el parque, un niño le dijo que sus papás no eran sus papás de verdad. Este es el punto de partida de este cuento, una realidad a la que deben enfrentarse numerosos niños/as y sus familias a diario. Como afirma Iratxe Serrano, educadora social, pedagoga y adoptada en el prólogo (a quien he tenido el gusto de conocer), dirigiéndose a los/as niños/as: ¿Cuántas veces nos han dicho que nuestras mamás no son de verdad, que no tenemos sus ojos, y –a veces- ni su mismo color de piel?
Acabo de terminar la lectura del cuento y mi
opinión de la obra que han creado no puede ser más satisfactoria. No es nada
fácil que los niños adoptados puedan explicar su historia de vida públicamente
y que reciban aceptación. A veces hay incredulidad, o la idea de que lo
diferente es peor y puede generar rechazo social. Hay también vergüenza.
El niño puede pensar que sólo existen las familias biológicas, las de verdad, y
el resto, incluida la adoptiva, como si fueran de segunda. La familia que te
“recoge”, como si estuvieran ahí “tirados”, tal y como una niña adoptada con
inteligencia y fina ironía me dijo un día.
El cuento es genial porque consigue introducir de
manera directa y por el hemisferio derecho del cerebro (para eso se vale de una
herramienta que las autoras han logrado introducir con maestría: las metáforas)
que la adopción es una manera diferente de llegar a una familia pero con un
vínculo afectivo igual de intenso, duradero y fuerte como se puede llegar a
crear en cualquier otra. La vinculación (lo verdaderamente importante) está en
la fuerza del afecto, la unión, el compromiso y la seguridad del hilo que une
inexorablemente (y desde tiempo inmemorial: el arquetipo del hilo rojo) a la
madre o familia (y a la inversa) con el niño. ¿Hay una manera mejor de explicar
a un menor de edad que la familia se funda sobre el vínculo afectivo y no sobre
la biología? Creo que no. Hacer llegar la teoría del apego a los niños de este
inteligente modo demuestra el alma sensible, el saber y la creatividad de las
autoras, que conocen muy bien a los niños adoptados y su corazón. También hay
que destacar la metáfora de la mariposa: ese simpático animal -alegoría de la
conexión emocional entre humanos- que se crea desde el momento que el niño y la
madre (o familia) se encuentran en el orfanato, que es el mítico primer momento
para toda familia adoptiva, y algo a honrar y dotar de magia y alegría por la
llegada -y el momento de convertirse en un miembro más- a la familia.
Finalmente,
me gustaría destacar que el relato al niño incluye la inclusión de lo que
muchos niños sienten como vergonzoso y humillante: provenir de un centro de
acogida o popularmente, orfanato. Boris Cyrulnik afirma que la cultura debe
estar preparada para escuchar los relatos de los niños, no debemos decir:
“Imagino que para ti...” sino: “Cuenta...” Abrirse para que sientan esa
confianza en nosotros y puedan trabajar los relatos que transformen el dolor de
la vivencia de abandono en un orfanato en belleza y empoderamiento resiliente.
En este sentido, creo que entrega a los maestros un útil medio para que sepan
cómo incluir y tratar el tema de la familia adoptiva en la escuela y cómo
se pueden sentir los niños y las familias con esto si no se trata con empatía.
Este cuento pone en las manos de los padres, las familias adoptivas y los
profesionales un instrumento valiosísimo para poder hacerlo, con unas preciosas
y fantásticamente dibujadas y coloreadas –por María José Sánchez- ilustraciones
que -¡gran acierto!- permiten al niño visualizar el hilo y la mariposa durante
toda la historia. Auguro muchos éxitos a este cuento porque se lo merece.
¡Enhorabuena a María Martín, Mercedes Moya y María José Sánchez!
Existe un subtipo de apego,
dentro del apego desorganizado, denominado punitivo-controlador. Como ya sabéis
por otros posts, se le denomina apego desorganizado porque los niños no poseen
una organización mental coherente. Así mismo lo expresa Siegel (2007): Los
niños con apego desorganizado contienen en su manifestación externa elementos
de los otros apegos inseguros (ambivalente y evitativo) sólo que no son capaces
de organizar sus relaciones en una estrategia coherente y organizada.
Los padres o cuidadores se caracterizan por ser fuente de terror para los niños. Su conducta es
amedrentadora o de cambios bruscos en su estado de mente independientes de las
señales del niño (atemorizada o desorientada) Conductas temerosas, desorientadas
y amenazantes de los progenitores que son inherentemente desorganizadoras del
bebé/niño (Siegel, 2007; Barudy y Dantagnan, 2005)
En un patrón relacional así sostenido
en el tiempo cuyas figuras de apego muchas veces son fuente de terror para el
niño, otras pueden mostrarse sintonizadas y en otras rechazantes, éste desarrolla un patrón relacional paradójico-desorientado. Su
dilema es aproximarse/versus alejarse de las figuras de apego de las que tiene
una dependencia total.
Main y Solomon (1990) han acuñado la
expresión "miedo sin solución" para reflejar lo que experimentan los niños/as con
apego desorganizado. El dilema que afronta el niño/a que está aterrorizado del (o
por) el cuidador durante el episodio de la reunión en la Situación Extraña: él
no quiere permanecer por su cuenta en la habitación pero tampoco quiere
acercarse a los padres o cuidadores cuando éstos regresan. El niño está
aterrorizado por quienes deberían ser su base segura; su seguridad es
simultáneamente, su fuente de terror. En tales circunstancias, el niño se
siente al mismo tiempo aterrorizado por una situación que provoca ansiedad y la
aparición del cuidador.
Un niño criado en un ambiente
violento y/o con abuso sexual (dentro de una relación de apego; esto es, el
padre que durante el día es cariñoso con su hijo/a, le acompaña al colegio, le
recoge, le ayuda con los deberes pero… a la noche, abruptamente, entra en su
habitación y mantiene una relación sexual con él/ella. Todo esto es abrumador porque
hacia quien tiendes a apegarte es quien te daña) tiene muchas probabilidades de
desarrollar un apego desorganizado. Pero un ser humano no puede vivir
desorganizado toda su vida. El cerebro humano descubre una manera de protegerse
(el cerebro siempre busca protegernos; lo que clásicamente se han denominado
mecanismos de defensa, son formas de autoprotección) y tratar de "recomponer" de
algún modo la personalidad para evitar la fragmentación del self (sí mismo) que
conllevan las experiencias traumáticas en una relación de apego. Una de estas estrategias es el control.
Y concretamente, el control de la relación del otro (figura de apego) que ora
daña ora se vincula afectivamente.
Liotti afirma que “la acumulación
de traumas es también una causa de la persistente activación del sistema de
defensa. Esto es típico del desarrollo del trauma complejo durante la infancia
en el que la figura de apego o bien no protege al niño frente a las
experiencias traumáticas (negligencia, maltrato…) o, si no, es el victimario de
abusos repetidos. El trauma complejo es el cuadro que se produce como
consecuencia de la existencia de este contexto extremadamente complicado para
el desarrollo de la personalidad. Al
igual que sucede en la génesis del trauma complejo, la contradictoria y
persistente activación de los sistemas de apego y de defensa es el signo
distintivo de la desorganización de los apegos”
El niño en un futuro, cuando ya
está fuera de la relación maltratante, se vería abocado a activar el sistema de
defensa cuando perciba que la relación se torna íntima y cercana (se estrecha
el vínculo de apego) Por ello, emitiría conductas agresivas, de huida o
disociativas (distanciarse de la mente y del cuerpo) El gran problema es que
incluso años después de que el menor sufra el maltrato y las consecuencias de
la traumatización, como lo es el apego desorganizado, e incluso estando fuera
de ese contexto desfavorable y dañino, las secuelas continúan estando
presentes. Evidentemente, ello quedó grabado en el cerebro/mente del niño, más
en su hemisferio derecho, inconsciente. Es como un chip dañado dispuesto a activarse en cuanto alguien trate de
activar el sistema de apego.
Una de las estrategias, como
decimos, que el niño tiene para poder defenderse y “cohesionarse” de algún
modo –esto no es una enfermedad sino una manera
en la que su mente trata de “ordenarse”- es el control de la
relación. No pueden, por un lado, ceder el control al adulto y gobiernan ellos;
y por otro, puede haber una maximización en el uso de estrategias agresivas en la
relación. Finalmente, hay casos en los que además, pretenden dominar
destructivamente al otro (adolescencia), insertándose este patrón en el desarrollo de personalidades antisociales,
narcisistas y/o sádicas. Nos centraremos en lo que se ha venido a denominar
apego desorganizado subtipo controlador punitivo.
Pondré un ejemplo de este perfil
controlador punitivo.
Es el primer día de psicoterapia
para Pedro. Tiene nueve años. Cinco de su corta vida los ha pasado conviviendo
en una familia donde el padre le maltrataba sádicamente, mantenía relaciones
sexuales con él y las condiciones de vida a nivel físico eran deplorables. Su madre,
víctima de una enfermedad mental, tenía una desconexión de lo que ocurría y no
podía ni protegerse ella ni proteger a su hijo. Fue diagnosticada de
esquizofrenia.
Pedro muestra un comportamiento
muy inquieto, exhibiendo gran actividad motora. No para yendo de un rincón a
otro de la sala de juegos, cambia de un foco a otro. El terapeuta se acerca a
él y mientras consigue jugar a la pelota se presenta y le presenta el encuadre
de las sesiones. Pedro no suelta la mirada del terapeuta, le sigue con sus ojos
allí a donde va. De repente, se acerca a la ventana de la consulta y la quiere
abrir. El profesional le explica que no es posible, que es peligroso asomarse.
Pero el niño insiste. Al acercarse el terapeuta y decirle "¡espera!" con la voz un
poco alta, el menor le grita, le insulta, le amenaza y le empuja. Al terapeuta
le cuesta mucho calmarle. Los días posteriores llegan a un acuerdo, de tal
modo que la sesión se divide en dos partes: en una podrá dirigir él (dentro de
un orden), en otra dirigirá el profesional. El periodo de la sesión que el terapeuta indica qué hacer y trabajar,
Pedro se muestra reacio, se niega, se distrae, se frustra… Se mantiene
hipervigilante todo el rato, es como si no pudiera fiarse. Sólo se muestra
tranquilo y seguro cuando él maneja y domina la relación. Un día el terapeuta
hizo explícito esto, y le indicó a Pedro que mirara a su alrededor, que en ese
lugar y con él estaba seguro realmente, que nada pasaba que le pudiera dañar.
Esto, unido a que la relación terapéutica se fue haciendo segura, contribuyó a
que Pedro pudiera ceder el control de la relación con menos ansiedad.
En el centro escolar, Pedro se acerca
especialmente donde las niñas y tras jugar unos minutos con ellas y frustrarse por no poder poner las reglas a su antojo, agrede a patadas a una de
ellas. Hay otra niña a la que directamente, y sin mediar conflicto alguno, le
suele pegar e insultar. En clase, interrumpe constantemente e incluso se
levanta de su pupitre y quiere coger las tizas para lanzarlas a los compañeros
y jugar. Cuando el profesor le indica que eso no es posible, se frustra, grita,
insulta, patalea… Es como si no pudiera aceptar los límites y el control
externo adultos. No puede fiarse de que las percepciones de los otros sean
seguras. El aprendió que el único modo de sobrevivir en un entorno tan dañino
era confiar sólo en él. El único modo de encontrar un mínimo de seguridad en su
vida fue controlar él. Todo había sido tan caótico, terrorífico, impredecible y
doloroso en su vida que su cerebro continuaba protegiéndole así de lo que él
percibe como amenazante. La mayoría de los niños con este perfil o conductas
compatibles con él, suelen recibir el diagnóstico de trastorno de conducta
(famosísimo diagnóstico que presentan muchos menores de acogimiento residencial
que son derivados a los centros terapéuticos, donde Pedro terminó ingresando)
Pero considerar que es sólo un trastorno de conducta y tratarlo como tal desde
la modificación de conducta olvidándonos de la alteración vincular, obvia una
parte del tratamiento que se revela como fundamental para conseguir la
reparación y rehabilitación de estos menores, que son tildados de "complicados",
"problemáticos" y suelen ser expulsados de casi todos los ámbitos.
Recuerdo solamente una vez en mi
vida profesional que una niña de diez años me pegó un puñetazo. Las características de
esta menor eran punitivo-controladoras pero además, habían derivado en
componente sádico porque era muy cruel con los animales, con sus educadoras
(fracturó la mandíbula a una de ellas) y conmigo (me solía burlar, menospreciar
y me miraba con unos ojos negros profundos que revelaban odio) Un comportamiento nada habitual en una menor de su edad en la sala de terapia ante un psicólogo. No parecía haber
partes sanas y tiernas en su personalidad, estaban ocultas por unas defensas
reptilianas depredadoras. Años después entendí el por qué de toda aquella expresión de
conductas dañinas a quienes sólo buscábamos ayudarla. Yo era en aquel entonces,
un terapeuta bastante bisoño en el tratamiento de menores traumatizados por la
violencia, el abuso y el abandono y mi interpretación era puramente diagnóstica
categorial y el tratamiento conductual, lo cual condujo la intervención al
fracaso. Aquella niña tenía para su corta edad configurado un conglomerado de
rasgos de personalidad propios de un depredador; pero es que su hogar familiar estuvo formado por depredadores: carente de todo tipo de relaciones de ternura, afecto, cohesión,
colaboración, seguridad, confianza...
Ciertamente resulta difícil sentir
empatía por quien te agrede, roba, insulta y te quiere dominar. Por eso muchos
padres y familias se sienten atacados por estos comportamientos de estos
menores que logran que saquemos lo peor de nosotros mismos. En consecuencia, hemos de
formarnos como padres, acogedores, profesionales… para aprender a establecer
una crianza terapéutica ycomprender que tras esa fachada de conductas existe
un daño, unas defensas que se activan en las relaciones, cuando emergen los contenidos de su modelo operativo interno desorganizado que informa
de dolor, terror, desconfianza… Incluso el amor y el afecto les resultan
lenguajes amenazantes.
Si vemos esta secuencia de la
película Magnolia (una de las mejores interpretaciones de Tom Cruise,
memorable. Película donde todos los personajes han sufrido traumas; sus historias de vida se entrecruzarán en este magistral film), su personaje Frank Mackey es un ser repelente que imparte seminarios
a hombres con baja autoestima y confianza en sí mismos, pusilánimes y con falta
de habilidades sociales, con el fin de enseñarles su método que según él, consigue dominar a las mujeres (bueno, Mackey usa
una expresión soez y despreciativa) Con un conjunto de tácticas en las que él
les adiestrará, pretende que logren “seducir y destruir” a las mujeres. Mackey
hace un despliegue escénico de dominio y control total. Eso es lo que le pone,
realmente: la dominación absoluta para luego destruir abandonando o humillando.
"Yo soy el que manda" - dice Mackey.
Este es el Frank Mackey narcisista dominador, escenificando su falso self:
Una periodista le solicita una entrevista (se ve parte en esta secuencia,
hay que ir más adelante en la película para ver la entrevista entera) El personaje que interpreta Tom Cruise
cree que va a ser una entrevista amable y divertida en la que la propia entrevistadora
caerá rendida por su irresistible poder seductor y dominador y contará en su
artículo que Mackey es un tipo increíble. Pero… la periodista es una gran
profesional que se ha documentado y conoce su verdadera historia y sabe que la
ha disfrazado. Comienza a confrontarle en este sentido... Es impresionante ver
cómo toda la fachada dominadora (defensiva) del personaje se va viniendo abajo como un castillo de naipes
hasta que al final, pierde los papeles con ella (y pasa de dominador a
dominado): Mackey fue abandonado por su padre y se defendió de ese dolor que consideró humillante y desdeñoso con un
falso self narcisista, con gran necesidad de controlar y dominar a las mujeres,
identificándose con el padre. Al final, se encontrará con él en el lecho
del dolor de éste pues le comunican que está enfermo de cáncer y vive sus
últimas horas. Todo el dolor emocional de Mackey saldrá y se exteriorizará y (yo
al menos) aún sintiendo repugnancia por su concepción machista de las mujeres -y reprobándola- puedo
también empatizar con él y comprender que tras esa parafernalia, tras esa dominación que es puro bluf, hay un niño interior herido y que el daño que causa proviene de ahí.
Este es el niño interior herido de Mackey, al final de la película, confrontando con rabia y culpa al padre. Impresionante, y dura, escena:
Frank Mackey no pudo elaborar el trauma del abandono y maltrato paternos y la culpa por el mismo. Dentro de su personalidad narcisista hay un niño interno herido que no ha sanado.
Tres aspectos me parecen
cruciales en el tratamiento de los menores con estos rasgos:
Con este tipo de menores, suelo
recomendar comenzar por afianzar más una seguridad y disminución de la
neurocepción de peligro. La neurocepción (para entenderlo de una manera
sencilla) es un concepto de Porges que consiste en toda la información somática,
a nivel de sistema nervioso, que recibimos y que nos hace sentir a nivel
corporal si nos sentimos seguros o hemos de estar alerta, para activar la
lucha, la huida (o si no son posibles, la disociación) es lo prioritario.
Cuanto más agresivos se muestran, probablemente más asustados están muchos de
ellos. Ser capaces de calmarles, de apelar a la colaboración, de hacerles
sentir que no se les va a hacer ningún daño. Esto sé que en la práctica es
complicado. Suele ayudar plantearse qué necesidad quiere expresar el menor tras
la petición que nos hace o la norma que no quiere cumplir. Es cierto que este
enfoque debe de combinarse con consecuencias que enseñen, respetuosas,
proporcionadas al daño causado.
También es importante que las
figuras adultas que les rodean sean estables emocionalmente y muestren una
autoridad calmada, concepto de Maryorie Dantagnan. La determinación en las
pautas, las normas, los hábitos, y la consistencia con los mismos, es muy
importante. Estos menores pueden necesitar figuras amables y cordiales, pero
con las fortalezas que describimos. En la
medida que puedan confiar podrán aprender a soltar el control y cederlo
al adulto que les cuida.
La paciencia y la perseverancia,
junto con apoyos profesionales y red social de ayuda. Estos niños/as pueden
progresar y avanzar lentamente. Las expectativas que tengamos hacia ellos hay
que ajustarlas a la realidad de lo que puedan en cada momento, de sus posibilidades.
Ver al niño, reconocerle, como es, hará que dejemos de ver nuestros deseos,
necesidades, ansiedades, miedos, decepciones… y empecemos a descubrir las cualidades
y capacidades de nuestro niño. La paciencia es fundamental porque sabemos que
reconfigurar un cerebro preparado para la supervivencia -y a veces para la
depredación- requiere saber que lleva tiempo. Hay que tener calma, verlo como
una carrera de fondo. Y que se ha de volver a empezar una y otra vez: perseverar
en el aprendizaje de nuevos patrones de relación. Para ello -y teniendo en
cuenta que en la práctica es arduo, duro, cansado (muchas veces también
gratificante) y lento- hemos de recibir el apoyo y la orientación necesarias y en ocasiones,
tratarnos nosotros de los aspectos personales que gatillan (o disparan) a
nuestros hijos e impiden que cambien y dejen las estrategias controladoras.
Magnífica picada la de hoy para
despedirnos: Sara Pascual, profesional que acaba de terminar el postgrado en
traumaterapia infantil-sistémica de Barudy y Dantagnan, en Barcelona (promoción
apega 7), a principios de marzo, cuando fui invitado a impartir un seminario de disociación, nos
informó de la publicación de un libro titulado “Instrumental”, de James Rhodes. Pepa Horno
Goikoetxea ya se nos ha adelantado y en su blog habla en una magnífica entrada, de este libro que he comenzado
a devorar. Dice Pepa: “James Rhodes es un concertista de piano de gran
prestigio que narra en este libro, con una intensidad que raya lo insoportable
en algunos momentos, auténticas brutalidades que ha vivido. La primera de ellas
y origen de todas las demás: ser violado desde los cinco a los diez años casi a
diario por un profesor de su colegio. Luego llegan la droga, el alcohol, el
prostituirse, los ingresos en centros psiquiátricos, los intentos de suicidio,
las alucinaciones… En el libro no hay detalles escabrosos, hay datos
desgarradores, radicales. Daré sólo uno: las cinco operaciones de espalda a las
que se tuvo que someter por las malformaciones que las penetraciones anales a
esa edad dejaron en su cadera y su rabadilla. Cinco, mencionadas como hechos,
sin más. Sin un ápice de exceso. No describe el proceso, ni la rehabilitación,
ni el tiempo hospitalizado. Tampoco da detalles sobre los abusos, porque no
hace falta hacerlo. Sólo da los datos, como desgarros en la piel”
El libro nos ofrece otro inmenso
regalo: James afirma que la música lo es todo. Para él, sin duda, lo fue. Lo comparto plenamente. Que
ayuda, cura y sana por sí sola. Escucharla y sentirla sin más te lleva a un
lugar de confort y retiro plácido. A través de la música pudo ir haciendo un
proceso resiliente resistente. Durante la lectura del libro es una gozada ver cómo
va engranando en su relato autores y compositores que a él le ayudaron a sobrevivir. Cada
capítulo está dedicado a una composición musical y a un compositor. Estoy aprendiendo a
descubrir obras musicales que no sospechaba eran tan bellas. Obras que ayudan a sanar el interior.
SIEGEL, D. (2007)La mente en desarrollo. Bilbao: Desclée de Brouwer.
BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2005) Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.
MAIN, M.;
SOLOMON, J. (1990) In Greenberg, M.T.;
Cicchetti, D. y Cummings, M. (Eds.)
Attachment in the preschool
years: Theory, research and intervention. Chicago:
The University of Chicago Press.
Taller para el aprendizaje de la Técnica de la caja de arena
En el Centro Reddes de Intervención Sevilla
19 de marzo, Sábado
¡Últimas plazas!
Caja arena:
Expresar emociones, empoderar, reconstruir historias de vida.
Esta técnica permite trabajar cuando resulta difícil la verbalización de los contenidos psíquicos; y esto es especialmente importante cuando el paciente tiene dificultades en ponerlos en palabras, como ocurre habitualmente en los niños. Cuando el origen del problema es un trauma infantil, recordar y explicar es una fuente adicional de sufrimiento. Utilizar la caja de arena permite la distancia emocional necesaria para ir elaborando la experiencia traumática sin tanto dolor. Además, el juego es el lenguaje natural del niño y le aporta una narrativa que le permite liberar, expresar y simbolizar, desarrollando sentimientos de control, lo que sucede y lo que vive en su interior. El modelo teórico en el que insertamos la aplicación de la técnica se basa, pues, en las aplicaciones del trauma, el apego y la resiliencia.
En este taller, eminentemente práctico, pretendemos:
OBJETIVOS
Conocer los orígenes de la técnica, hacer un poco de historia.
Perfilar para quiénes está indicada esta técnica.
Aprender los pasos en la conducción de una sesión con la técnica de la caja de arena.
Explicar cuál debe ser la actitud del terapeuta.
Alcances y límites de la técnica.
La metodología comprende la elaboración de cajas de arena por parte de los alumnos, aprendiendo los pasos en la aplicación y conducción de una sesión junto con breves exposiciones teóricas y el visionado de vídeos con casos prácticos reales.
"La adolescencia: una estación para la oportunidad. Parentalidad y buen trato. Construyendo resiliencias"
San Sebastián, 27-28 mayo 2016
Con Cyrulnik, Barudy y Dantagnan
Organizado por la Fundación IZAN-Programa Norbera
La Fundación Izan y en concreto el Programa Norbera, organizan un congreso para el 27 y 28 de mayo de 2016 en San Sebastián en el que participarán -además de los magníficos profesionales de esta institución- Boris Cyrulnik, Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, nuestros queridos y admirados profesores. Es una ocasión única contar con la oportunidad de poder aprender con profesionales de primer nivel.
Desde la página web del Programa Norbera nos dicen que “bajo el título ´La Adolescencia, una estación para la oportunidad. Parentalidad y buen trato´. Construyendo resiliencias”, estamos organizando en Donostia – San Sebastián un congreso dirigido principalmente a profesionales (Psicólogos, Pedagogos, Terapeutas Familiares, Profesores, Orientadores…), que interactúan con adolescentes así como con sus familias bien sea desde una óptica educativa, o bien sea desde una óptica terapéutica.
Con este congreso pretendemos seguir extendiendo en nuestro entorno educativo, familiar y social, la cultura de los buenos tratos, base fundamental para el desarrollo de una sociedad saludable.
A lo largo del congreso se abordarán temas relacionados con la parentalidad bien tratante, se revisarán los diferentes estilos de apego así como las características personales que se derivan de cada uno de los mismos. También se abordarán temas relacionados con la manera adecuada de afrontar y superar los traumas vividos durante la infancia, y sobre cómo promover la capacidad de resiliencia, entendida como la capacidad de superar las situaciones adversas.”
El evento tendrá lugar en el Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal. La organización tiene ya cerrado el programa. El plazo de inscripción ya está abierto. Tanto para ver el programa como para inscribirse (daos prisa, porque las plazas se agotan enseguida, dado el prestigio de los ponentes), hacedlo desde esta página de Norbera:
Os dejo con este vídeo de una intervención de Jorge Barudy y Boris Cyrulnik en Caixaforum Madrid sobre resiliencia, buenos tratos y apoyo social, para ir calentado los motores (la pega para algunos/as es que hay que saber francés para seguirlo):
Taller para el aprendizaje de la Técnica de la caja de arena
En el Centro UmayQuipa, Madrid
24 de abril, Domingo
Abierto el plazo de inscripción
Esta técnica permite trabajar cuando resulta difícil la verbalización de los contenidos psíquicos; y esto es especialmente importante cuando el paciente tiene dificultades en ponerlos en palabras, como ocurre habitualmente en los niños. Cuando el origen del problema es un trauma infantil, recordar y explicar es una fuente adicional de sufrimiento. Utilizar la caja de arena permite la distancia emocional necesaria para ir elaborando la experiencia traumática sin tanto dolor. Además, el juego es el lenguaje natural del niño y le aporta una narrativa que le permite liberar, expresar y simbolizar, desarrollando sentimientos de control, lo que sucede y lo que vive en su interior. El modelo teórico en el que insertamos la aplicación de la técnica se basa, pues, en las aplicaciones del trauma, el apego y la resiliencia.
En este taller, eminentemente práctico, pretendemos:
OBJETIVOS
Conocer los orígenes de la técnica, hacer un poco de historia.
Perfilar para quiénes está indicada esta técnica.
Aprender los pasos en la conducción de una sesión con la técnica de la caja de arena.
Explicar cuál debe ser la actitud del terapeuta.
Alcances y límites de la técnica.
La metodologíacomprende la elaboración de cajas de arena por parte de los alumnos, aprendiendo los pasos en la aplicación y conducción de una sesión junto con breves exposiciones teóricas y el visionado de vídeos con casos prácticos reales.
¿Por qué un terrorista puede
entrar en una discoteca parisina –como recientemente y por desgracia, ha ocurrido- y cometer una masacre? ¿Por qué un hombre asesina a su mujer delante de su hijo/a?
(Vamos ¡44 mujeres fallecidas en lo que va de 2015!; una estadística terrible y
dolorosa que ha dejado sumidos en el trauma a los hijos/as y familiares de
estas mujeres) ¿Por qué los nazis eran capaces de aplicar la solución final y luego ir a sus casas y
ser aparentemente hombres afables con sus mujeres y sus hijos/as? ¿Por qué los
padres o cuidadores son maltratadores, negligentes, abusadores o abandonan a sus hijos/as?
Hay muchas explicaciones para
todos estos dolorosos hechos (que nos recuerdan que vivimos “entre tanto horror”,
como dice Aute) pero una podría ser el denominador común a todos: los
perpetradores bien de forma transitoria o de manera permanente, tienen los
circuitos cerebrales de la empatía desconectados.
Hemos hablado en este blog mucho
del apego. Pero menos de la empatía, la otra capacidad parental fundamental.
Hoy vamos a dedicar un post a la misma, a raíz de que he devorado, desde que
llegó a mis manos, un libro de Simon Baron-Cohen (experto en el tema) titulado:
“Empatía cero. Nueva teoría de la crueldad” Publicado por la Editorial Alianza.
Me ha sorprendido porque me ha aportado una visión hasta ahora desconocida para
mí: no siempre tener cero grados de empatía (usando la expresión de Baron-Cohen) puede ser negativo.
El autor comienza exponiendo su
definición de empatía. El núcleo fundamental de dicha definición es que para
mostrar empatía o para ser empáticos debemos identificar lo que la otra persona
siente o piensa y responder ante sus pensamientos y sentimientos con una
emoción adecuada. Ambos componentes son necesarios para que se dé empatía:
reconocimiento y respuesta. Porque si se tiene la primera sin la última, no se
empatizará en absoluto. Si un psicópata sintiera una punzada de lástima al
violar a una mujer no lo haría en absoluto. Probablemente, pueda identificar
los pensamientos de la víctima pero no puede responder con una emoción adecuada
ante los mismos. Porque para el psicópata el otro es un ello (objeto) y no un
tú (sujeto)
El libro de Baron-Cohen es
excelente porque además de definir la empatía, nos entrega un instrumento para
medirla y establece, a partir del mismo, niveles de empatía.
Niveles de empatía
Nivel 0
Una persona que se encuentra en
este nivel no tiene empatía en absoluto. En este nivel las personas son capaces
de cometer delitos, entre los que se incluyen asaltos, asesinatos, torturas y
violaciones. Cuando se les indica que han hecho daño a otros, esto no significa
nada para ellos. No pueden experimentar remordimiento o culpa, porque
simplemente no entienden qué siente la otra persona. Para Baron-Cohen es el
extremo máximo: lo que él denomina “cero grados de empatía”
Nivel 1
En este nivel una persona puede
hacer daño a los demás, pero puede reflexionar hasta cierto punto sobre lo que
ha hecho y mostrar su arrepentimiento. Lo que ocurre es que llegado el momento
no pueden detenerse. No hay respuesta emocional adecuada y por tanto, carecen
de autocontrol. Aquí se pueden incluir muchas personas que maltratan a los
demás: pueden reconocer que está mal pero no pueden integrarlo en su mente para
no pasar al acto. En determinadas circunstancias pueden activar la empatía pero
les puede su temperamento violento. Aquí podríamos incluir a los padres o
cuidadores que en entrevista te dicen que sí, que no deben maltratar a su hijo
pero ante una conducta de éste que valoran como intolerable, le pegan una
paliza.
Nivel 2
Aquí se dispone de suficiente
empatía para vislumbrar cómo se siente la otra persona, lo cual hará que evite
cualquier tipo de agresión física. Sin embargo puede gritar y decir cosas
dañinas a los demás. Necesita de otro que se lo haga notar y le diga que se ha
excedido y ha dicho cosas que han podido herir. Son personas que se meten
constantemente en problemas debido a su salida de tono, ya sea en el trabajo o
en casa. A todos nos vienen a la mente nombres de personas que conocemos. Les
cuesta, a pesar de los problemas que surgen, comprender qué es lo que han hecho
mal.
Nivel 3
Estas personas, en este nivel,
son conscientes de que tienen problemas de empatía y es posible que lo intente
ocultar. Es un esfuerzo por fingir ser normal que puede ser agotador y
estresante. Las interacciones sociales les resultan complicadas porque no
entienden las bromas de los demás, las expresiones faciales de los otros tampoco
las comprenden bien y no están seguras sobre lo que se espera de ellas. Lo
único que desean es estar solos y ser ellos mismos.
Nivel 4
Son personas cuya empatía se haya
un tanto embotada. Tienen un promedio bajo de empatía. Prefieren conversaciones
que se ciñen a tópicos que no incluyan emociones. Se sitúan más hombres que
mujeres a este nivel; son aquéllos que prefieren arreglar un coche que sostener
conversaciones sobre sentimientos. Las amistades se basan más en actividades e
intereses compartidos que en una intimidad emocional. Las personas con
disposición al apego evitativo podrían situarse aquí.
Nivel 5
Las personas a este nivel poseen
un nivel de empatía ligeramente superior. En este nivel se incluyen más mujeres
que hombres. Aquí las amistades se basan en la intimidad emocional, en
compartir confidencias, brindarse apoyo mutuo, palabras de comprensión… Hay
sintonía y conexión emocional, propias del apego seguro. Son personas
cuidadosas en la forma de interactuar con los demás y se tienen en cuenta los
sentimientos de los otros. Se dejan asesorar por los otros y sus puntos de
vista en la toma de decisiones.
Nivel 6
Aquí se sitúan personas con una
empatía extraordinaria. Se centran continuamente en los sentimientos de la otra
persona. No escatiman esfuerzos para captar cómo se sienten y ofrecerles ayuda.
Se dispone de un talento natural y extraordinario para sintonizar, conectar y
resonar emocionalmente con las personas. Quien está con este tipo de personas
superdotadas para la empatía, sienten rápido que son capaces de captar su mundo
interior y generar confianza y seguridad para poder abrirse.
En el ámbito de la protección del
menor, los adultos que maltratan a los niños (les pegan, lesionan, a veces con
mucha crueldad; o les insultan y vejan psicológicamente, machacando su
autoestima), se muestran negligentes (por ejemplo, salen de juerga y al día
siguiente no se levantan hasta las cinco de la tarde, dejando a su hijo sin la
atención y debida satisfacción de sus necesidades físicas y psicológicas
durante horas) o abandonan (un padre que abandona el hogar familiar sin darle
ninguna explicación coherente al niño/a, dejándole sumido en el dolor y en la desorientación)
son personas que se sitúan como mucho entre el nivel 0 y 2. Lo más probable que
entre el 0 y el 1. Creo que es necesario determinar si el déficit de empatía
causante de la incapacidad parental es permanente o transitorio (quizá
determinadas condiciones de vida han desconectado temporalmente los circuitos
de la empatía, pero cuando estas condiciones adversas se restauran, ese padre o
madre pueden funcionar con niveles de empatía más altos)
En este sentido, creo que la clasificación
que nos ofrecen los profesores Barudy y Dantagnan es muy clarificadora, y
compatibiliza bien con los niveles que define Baron-Cohen. Creo que es más
apropiada para el ámbito de la protección del menor:
Para Barudy y Dantagnan, “la
empatía es un conjunto de constructos cuya finalidad es comprender la emoción
del otro, comprender la respuesta emocional en uno mismo y tener en cuenta las
características de la
situación para finalmente tomar decisiones para una acción adecuada. Barudy y
Dantagnan contemplan los siguientes niveles de empatía en los padres y madres
–o cuidadores– que capacitan en mayor o menor medida a los mismos en sus
funciones parentales/marentales:
Ausencia de
empatía: Son padres y madres que no pueden acceder al mundo emocional y
a las necesidades de sus hijos.
En este sentido, no hay capacidad
reflexiva. Los padres
no pueden ver a sus hijos
como sujetos con ideas, intenciones o deseos propios.
Trastorno de la empatía: Los padres y las madres malinterpretan las
señales con las
que sus hijos
manifiestan sus necesidades.
Los padres y las madres tienden a
proyectar sus propias vivencias o sentimientos en los niños.
Habilidad empática
deficiente: Los padres
y las madres tienen pocas habilidades sociales
y comunicativas para expresar
o transmitir lo que sienten a sus
hijos. Pueden ponerse en su lugar y llegar a sentir como ellos pero no saben
cómo transmitir esas vivencias.
Dificultad para
la expresión de
la empatía: Los padres y las madres no pueden expresar lo que
sienten a sus hijos debido a contextos sociales estresantes. Por ejemplo:
víctimas de pobreza, exclusión social, enfermedad, crisis
económica, problemas de
pareja, duelos no elaborados…”
Ausencia y trastorno de empatía
son niveles entre 0 y 2 en la escala de Baron-Cohen. La habilidad y la
dificultad para la empatía son niveles 3 y 4, de manera transitoria o
permanente en la persona.
El libro “Los desafíos invisibles de ser madre o padre. Manual de Evaluación de las competencias y la resiliencia parental”, de Barudy y Dantagnan, es un completo y magnífico libro
de obligada lectura, estudio y aplicación si se quiere tener una actuación
responsable en los servicios de protección a la infancia o en cualquier ámbito en el que se trabaje con menores. En el mismo,
incluyendo las fichas, se describe y detalla cuáles son las competencias
parentales fundamentales y cómo evaluarlas.
Cuando los niveles de empatía son
muy bajos, casi ya en el cero, y de manera permanente, Baron-Cohen establece
qué psicopatologías o desórdenes encajan adecuadamente en esos inquietantes
cero grados: la psicopatía, el narcisismo y la personalidad límite. Para este
autor debería de incluirse una categoría diagnóstica que se denominara
trastorno de la empatía. En estos casos, en estos perfiles, tener cero grados
de empatía es devastador para la sociedad.
Los padres o cuidadores en la
zona más baja de la empatía son probablemente irrecuperables y la actuación de los
sistemas de protección debe de velar siempre por el interés superior del menor.
Además de cero grados de empatía es muy posible que encontremos en esos adultos
perfiles de personalidad como los descritos, traumas no resueltos, trastornos
disociativos…
Baron-Cohen describe y detalla
muy bien cuáles son los circuitos cerebrales de la empatía y las áreas
implicadas en el mismo y por lo tanto, afectadas cuando se padece cero grados.
Finalmente, el autor plantea que
tener cero grados de empatía no siempre es negativo. Hay una faceta positiva.
Se refiere a las personas afectadas de Autismo o Síndrome de Asperger. Estas
personas son extraordinariamente hábiles en sistematizar el mundo en base a
reglas. “Muestran problemas de empatía en su comportamiento porque no entienden
las reglas y el mundo social y emocional de las personas. Pero no actúan, en su
mayoría, de forma cruel con los demás. No son como los cero negativo
psicopáticos. La mayoría de las personas desarrollan sus códigos morales a
través de la empatía, pero estas personas lo han hecho a través de la
sistematización. Tienen un fuerte deseo de vivir con reglas, y esperan que los
demás hagan lo mismo por una cuestión de justicia. Teorías recientes han
revelado la existencia de códigos morales súper desarrollados en personas con
autismo que se muestran intolerantes hacia aquellos que infringen las reglas,
dice Baron-Cohen. A menudo son las personas con síndrome de Asperger las que
saltan a defender a una persona que se le está tratando de forma injusta, ya
que esto viola el sistema moral que han construido sólidamente a través de la cruda
lógica”.
Sin embargo, en mi opinión, como
cuidadores puede que no sean competentes porque es necesario mentalizar al niño
y comprender su mundo emocional, ya que un menor, y menos un bebé, no pueden
ser sistematizados en torno a reglas.
Cristina Herce, amiga y colega
que trabaja co-dirigiendo la empresa responsable del acogimiento familiar en
Gipuzkoa (Centro Lauka) para la Diputación Foral, me envía este vídeo del programa de Eduardo
Punset, Redes, acerca de para qué sirven las emociones. Ella nos proporciona,
pues, la picada con la que habitualmente suelo cerrar todos los post de Buenos
tratos. Gracias Cristina, por enviarnos este vídeo.
“Había que prohibirlas, no se
podía ni hablar. Las emociones había que desterrarlas. Pero la ciencia nos dice
que no podemos vivir sin ellas, que no podemos decidir sin tenerlas en cuenta.
No es positivo dejarse guiar sólo por las emociones sin regularlas, pero peor
es vivir sin emociones” Así presenta Punset este documento gráfico
que os recomiendo no os perdáis pues os ayudará a ser mejores personas con
vosotros mismos, los demás y con vuestros hijos/as y niños/as.
Para despedir el año, dentro de
la iniciativa “Diez meses, diez firmas” el próximo post estará a cargo de María
Vergara, una de las impulsoras del concepto de Crianza terapéutica. María es
psicóloga y psicoterapeuta infantil. Trabaja en el Centro Exil de Barcelona,
dirigido por Barudy y Dantagnan, formando parte activamente de su equipo de
trabajo en el desarrollo del modelo de psicoterapia para niños y adolescentes
víctimas de malos tratos.
La última entrada del año correrá
de mi cuenta, con el fin de felicitaros las fiestas y el Año Nuevo. Trataré de
preparar un post sorpresa, diferente, que sea un regalo para todos/as vosotros
y vosotras. A ver si lo consigo. En el mismo también hablaré del entrañable encuentro que con las familias acogedoras de Gipuzkoa he sido recientemente invitado a coordinar por parte de la Diputación Foral de Gipuzkoa. En dicho encuentro disfrutamos y aprendimos mucho todos juntos.
El
pasado fin de semana estuve en Madrid, recibiendo un curso sobre cómo influir
sobre el vínculo de apego entre madres (cuidador/a) y bebés de hasta un año de
edad en grupo. Lo impartieron dos especialistas del Anna Freud Center (Jessica
James y Sheila Ritchie) un prestigioso centro de psicoterapia y formación, y
como comprenderéis no me pude resistir. No todos los días se tiene la
oportunidad de poder formarse con especialistas de primer nivel.
El
curso fue en grupo pequeño, y pude saludar y compartirlo (también mesa y
mantel) con varios/as amigos/as y colegas que vivimos con pasión la teoría
del apego.
El
curso me ha parecido de alta calidad. Creo que una de las claves -en la que no
se trabaja demasiado- es la prevención. Sobre este importante nivel realizan
su trabajo, dentro del marco del apego, las profesoras Jessica James y Sheila
Ritchie. Porque intervienen y fortalecen las relaciones de apego tempranas en
grupo, con diadas madre (o cuidador/cuidadora) bebé. El grupo está constituido
por 4 diadas, con un formato abierto (pueden incorporarse cuando lo deseen y también
dejar el grupo cuando estimen conveniente) y una metodología no directiva
basada en la conexión emocional, la resonancia afectiva, los diálogos
mentalizadores (la teoría de la mentalización de Peter Fonagy es uno de los
sustentos teóricos de los grupos madres/bebés: se trata de que las madres
puedan reconocer y ver la mente del niño como propia, con sus estados internos
y marcarlos como propios, reflexionando sobre los mismos) y la reflexión sobre
uno mismo y su historia. Las interacciones entre las distintas madres, entre
éstas y los demás bebés, entre los propios bebés entre sí, y también con los
profesionales, son igualmente trascendentes para el propósito de intervenir
sobre las relaciones de apego. Porque el grupo se va a constituir en un ente
con vida propia, esto es, va a ser figura de apego también. El psicoterapeuta
de grupo no resuelve, es un facilitador que va a favorecer que el propio grupo
pueda ir solucionando y manejando las situaciones y relaciones que se vayan
dando. Aunque, evidentemente, interviene si se precisa contención, y para
reflejar lo que puede ocurrir. También puede realizar interpretaciones válidas
para los miembros del grupo.
Salí
del curso, como la gran mayoría, fascinado por la propuesta y con ganas de
llevarla a la práctica. Porque lo que hagamos en el primer año de vida por
influir -e incluso reparar- el vínculo de apego lo haremos en un periodo clave
y sensible en la vida del ser humano, donde justo se está construyendo y
cimentando el fundamento para estar y ser en el mundo.
En
el marco de este curso, las profesoras nos pusieron un vídeo que me maravilló
por lo emocionante que es, y por la metáfora que transmite. Ya sabéis: poder
expresar o describir algo mediante una semejanza por analogía.
El
vídeo es un fragmento de una película titulada “La historia del camello que
llora”: cuenta la leyenda de Mongolia que los mongoles cuando un camello da a
luz y la cría es albina o hubo complicaciones al nacer, la madre camello
rechaza a la cría y no la deja amamantar. Los mongoles tocan esta canción que
hace llorar a la madre, la sensibiliza, estimula su sistema de cuidados y
acepta a su hijo.
Ved
el vídeo, es muy emotivo:
Puede
servirnos para comprender y ver muchos de los sentimientos que tienen tanto la
madre (o un cuidador/a, uso el término madre de manera universal), que rechaza al
hijo; la cría de camello y la comunidad (simbolizada en la mujer y en los
músicos)
En
todo proceso de revinculación, la comunidad adopta un papel fundamental: me ha
recordado al concepto de holding del psiquiatra Winnicott. La madre, durante
los primeros años de vida, hace una función de andamiaje conteniendo las
emociones y los impulsos del bebé y dándoles forma mediante la palabra y el
cuerpo piel-con piel que da sujeción cálida. En este vídeo, el holding lo hace
la muchacha que con su voz y su mano da esa sensación de contención a la mamá
camello. Los músicos se me antojan la alegoría de la regulación emocional
propia del hemisferio derecho del cerebro: éste para su correcta maduración, es
dependiente de la experiencia externa, de los cuidados con sintonía y resonancia
emocional, de las transiciones y cambios armónicos, de los susurros y las voces
calmantes, de la capacidad de llevar al bebé hacia estados de sosiego cuando los
precisa… Cuando el hemisferio derecho está pleno de miedo y de ansiedad, de
terror, de oleadas de angustia, de ira, esa música hace que la mamá camello pueda tranquilizarse y confiar. Porque la madre necesita esa seguridad que le dan
los miembros de la comunidad. Necesita esa nueva visión sobre su hijo, mentalizarle de otro modo... Comunidad de la que formamos parte los educadores,
psicólogos, psicoterapeutas, maestros, técnicos de infancia, trabajadores
sociales, médicos, psiquiatras... cuando diseñamos intervenciones para que los padres se capaciten como
tales y puedan poner en marcha un sistema de cuidados empático, sensible y con
límites hacia sus hijos/as.
Pero
no nos olvidemos del camellito, de la cría, que no entiende nada, que sólo
siente una mezcla de deseos de aproximarse (y de activar su sistema de apego,
necesario para su supervivencia) pero a la vez de alejarse porque intuye el
rechazo y tiene miedo (activando a la vez el sistema de defensa) Está en ese
miedo sin solución, me ha recordado al apego desorganizado del que hemos
hablado en este blog innumerables veces. El camellito (o camellita) si pudiera
hablar diría algo así como: “tengo miedo”, “no me fío”, “me duele que me
rechace” La comunidad a la vez, también le transmite la confianza y seguridad para que
avance poco a poco y se acerque a su madre (o padres), haciéndole sentir que
está preparada y que además, ellos están ahí.
Puede
aplicarse al acogimiento familiar, a la adopción (en este caso la madre o
cuidador/es no rechaza pero también tienen dudas, miedos y vacilaciones en este
proceso de vincularse al niño, y éste a su vez, puede estar aterrorizado,
paralizado, angustiado por sus experiencias anteriores con otros cuidadores que
se están activando en el proceso de apegarse a los nuevos padres o familia), a la re-vinculación niños/as padres por emigración... y a
otras experiencias relacionales que a buen seguro ya se os están pasando por la
cabeza.
Muchas
veces se pueden explicar teorías complejas como la regulación emocional de este modo, poniendo un vídeo a los padres y familias, pues necesitáis
comprender muchos conceptos para poder así entender a vuestros hijos/as.
Esta
intervención que hace toda la comunidad mongola sobre el camellito y la mamá es
tratar de fomentar un apego seguro, ganarlo a la seguridad. Cuando intervengo
en la consulta con mamás y/o papás y niños/as adoptados/as mayores con los que
tenemos que trabajar el apego, realmente hacemos algo parecido a lo que simboliza este video. Es clave la intervención sobre el apego en la niñez temprana y
en la segunda niñez -en el caso de menores adoptados y acogidos, sobre todo-, para
ganarlos a la seguridad. En la adolescencia también se puede, pero siempre creo
es más complicado, los nudos están más atados.
¿Por
qué intervenir sobre el apego para hacerlo seguro? Porque las bases de la
futura regulación propia, de la relacional y del control de impulsos hunden sus
raíces en una experiencia de apego seguro. Dice Pat Ogden “…en el caso de una
relación de apego seguro, la relación con el cuidador facilita el desarrollo
del hemisferio cerebral derecho, favorece la regulación afectiva eficaz y
fomenta la salud mental infantil adaptativa. El cerebro inmaduro del niño se ve
continuamente estimulado de forma que preparan las neuronas del córtex
orbitoprefrontal, estructura que es especialmente importante debido a su profundo
efecto sobre la regulación fisiológica emocional. Dependemos del córtex
orbitoprefrontal derecho en razón de su capacidad de regular la activación
emocional y autónoma, y esta área del cerebro depende recíprocamente para su
desarrollo de la regulación relacional durante la primera niñez” (“El trauma y el cuerpo”, editorial Desclée de Brouwer)
Efectivamente,
cuando trabajamos la relación entre una familia y su hijo/a que necesitan una
intervención en el área del apego, estamos haciendo una regulación relacional
que tiene importantísimos efectos en las áreas del cerebro responsables de la
regulación interna (fisiológica y emocional) Cuando la comunidad interviene con
el bebé camello y la mamá, está haciendo a nivel psico-fisio-lógico, todo eso
que tan maravillosamente explica la autora y especialista, Pat Ogden. Así pues,
creamos en nuestro trabajo firmemente porque tiene respaldo científico. Y esta
tarea nuestra (también de la comunidad que rodea al niño) regulatoria nos ocupa
todo el desarrollo del niño para que pueda proyectarse como un adulto adaptado.
Nos
despedimos como es ya un clásico en este blog, comentándoos la picada de hoy.
Es una picada importantísima. Quiero apoyar desde estas líneas la figura de las familias colaboradoras para esos menores que llegados a una edad
no tienen más alternativa que el centro de acogida, el cual aún proporcionándole
muchos recursos y aspectos positivos, a veces carece de la posibilidad de
ofrecer figuras vinculares estables. Las familias de apoyo (como lo es el
Programa IZEBA en Gipuzkoa, promovido por la Diputación Foral) pueden
constituirse en tutores de resiliencia. La resiliencia es la capacidad que
tienen los seres humanos para crecer y rehacerse desde la adversidad o el
trauma. Es un proceso que se construye en la relación con los otros. Las
personas desarrollamos recursos resilientes primarios durante los primeros años
de vida gracias a la creación de un vínculo de apego seguro con un cuidador
empatico, permanente, sensible y disponible emocionalmente que nos transmite
una experiencia de seguridad. Desgraciadamente, hay niños que no han podido
desarrollar suficientemente la resiliencia primaria. Su experiencia vincular ha
sido tan insegura -y en algunos casos, dañina- para su bienestar y salud que ha
debido adoptarse una medida de protección, siempre dolorosa. Algunos de estos
menores, especialmente los mayores de cinco años, desgraciadamente, no tienen
fácil acceder a figuras adultas que ofrezcan una permanencia y que contribuyan a
reparar el apego (por ejemplo, en un acogimiento familiar) Con lo cual quedan
en una situación de mayor vulnerabilidad porque las posibilidades de
desarrollar la resiliencia secundaria son más escasas. Este tipo de resiliencia
emerge en los niños y adolescentes gracias a adultos que acompañan y aceptan
incondicionalmente a éstos. Los llamados tutores de resiliencia son personas
capaces de fomentarla, de favorecer que crezcan y se rehagan desde el trauma.
Es un adulto, como dice Boris Cyrulnik, que encuentra al niño y supone un
renacer y una transformación para él, el viraje de su existencia.
Creo
que es en este marco donde entran las familias de apoyo o las colaboradoras.
Pueden ser esas figuras adultas, a veces las únicas, que den permanencia (con
todo lo que esta palabra implica) al niño o adolescente. Pueden ser esos
tutores de resiliencia que acompañen al menor en ese proceso de rehacerse y
crecer desde la adversidad. Se sabe por la investigación científica que las
relaciones estables, sanas, constructivas, positivas... con adultos
facilitadores reparan las redes neurales asociadas al apego y la empatía. En
una investigación de referencia ya en resiliencia, la de Werner, se observó en
un estudio longitudinal que los menores que habían conseguido desarrollarse
como adultos suficientemente adaptados (a pesar de haber soportado traumas
severos en su infancia) son los que habían contado con al menos un adulto que
cambiara la mirada sobre ellos y los aceptara de manera incondicional. Creo que
las familias colaboradoras, bien seleccionadas y formadas, pueden hacer esta
tarea de construir la resiliencia secundaria en unos menores que de otro modo,
tienen escasas posibilidades en este sentido. Pienso que potenciando este
recurso estamos llevando a la práctica lo que la investigación científica avala
como válido para reparar y hacer una tarea de reconstrucción de unos menores
que no pueden ser dejados a su suerte, sin referentes estables. Todo niño tiene
derecho y necesita al menos, un adulto que le acompañe en su vida.
Me
despido dándoos las gracias de corazón por apoyar el evento de las II
Conversaciones sobre apego y resiliencia infantil que se celebrarán en Donostia
los días 27 y 28 de noviembre. ¡Hemos completado el aforo (130 plazas) en dos
semanas…! Lo siento una vez más, por todos/as los/as que os queréis apuntar y ya no
podéis. Para la próxima edición ya consolidado el evento y teniendo en cuenta
la gran acogida que le dispensáis, os prometo que buscaré un local más grande
aún y espero nadie que quiera asistir se quede sin poder hacerlo. Esto habla
muy bien de todos/as vosotros/as: queréis formaros y crear redes de
comunicación, intercambio y apoyo. Os prometo que los que estaremos en las
jornadas de Donostia lo vamos a dar todo, y que las mismas serán atractivas
desde el punto de vista de los contenidos pero también habrá resonancia
emocional; si no, el aprendizaje no es tan completo. Se olvida pronto.
Dentro
de 15 días (el 19 octubre) tenemos otra firma invitada: Olga Guerra Arabolaza,
psicóloga y experta en abuso sexual. Os gustará su aportación. Porque además,
sobre este tema hemos hablado poco. Nadie mejor que Olga para hacerlo.