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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Niños peluche

Hace una semana charlaba con una compañera de profesión y comentábamos sobre distintos perfiles de casos que acuden a nuestras respectivas consultas.

Reparamos en un tipo de perfil -cada vez más frecuente- que mi compañera ha bautizado con un nombre acertado y significativo: niños peluche.

Los niños peluche son aquellos que desde que nacen son educados en una dependencia afectiva extrema hacia los padres. Especialmente se da entre hijos varones y madres.

Estas madres frenan la maduración y el desarrollo de sus hijos, de tal manera que no estimulan la necesaria autonomía acorde a la etapa evolutiva por la que el niño atraviesa. Emocionalmente, estos hijos compensarían las carencias afectivas de las madres por lo que la separación, que necesariamente ha de ir produciéndose para que el niño enfrente la vida interiorizando seguridad en sí mismo, la viven con angustia. Siempre hay una excusa para tener al hijo cerca, basándose en un discurso centrado en "el niño no puede, es débil, aún es pequeño…" Se genera un vínculo extremo muy fusional en el cual además de la dependencia afectiva, los límites de la relación no están definidos (por ejemplo, es muy habitual que los hijos duerman con la madre hasta muy entrada la niñez; lleven pañales hasta los 7 años; anden en silla más allá de lo recomendado; alarguen el uso del chupete; se les evite cualquier tipo de dificultad en la que haya que luchar...) Es bastante típico que el padre sea una figura periférica: muchas horas ausente por el trabajo, o hay problemas de pareja, o el padre se siente o es desplazado de esa relación.
Un niño educado de este modo por su madre no es percibido como un ser independiente sino casi como un apéndice de la propia madre. En realidad esta educación negligente es un tipo de maltrato al niño.

Los niños suelen ser poco energéticos, lentos, parece que todo les cuesta un esfuerzo extra, la frustración no la toleran, inseguros, con baja atención, parecen no tener un sentido del sí mismo desarrollado (las madres hablan por ellos y cuando ellos hablan dicen lo que aquéllas expresan), manifiestan rabietas y en algunos casos problemas de conducta e impulsividad.

Al final, una relación de este tipo, donde el niño no puede desarrollarse con autonomía, suele terminar de manera negativa porque la única vía que el hijo encuentra para librarse de una relación que ya vive como sobrecargante es la agresión. Desgraciadamente, para separarse y afianzar su individualidad el único recurso que encuentran es el de recurrir a la rebeldía manifestada mediante episodios agresivos. No han vivido una función reflexiva, es decir, madres que reflejen las emociones sin invadir al hijo con sus propios miedos, inseguridades, angustias, dudas...

viernes, 9 de noviembre de 2007

Del exceso de empatía a la sobreprotección, ¿un pequeño paso?

Hoy he tenido una reunión con colegas de profesión que trabajan también de psicólogos infantiles. Durante la misma, aparte de intercambiarnos las preguntas habituales sobre cómo nos va a cada uno, ha surgido un debate sobre algunos aspectos relevantes de la educación que los padres de hoy en día proporcionan a los niños. Una colega planteaba que existe un exceso de empatía en muchos padres. Y de la empatía invasiva (ya no sería empatía auténtica, sino de la “mala”) se puede llegar a la sobreprotección. Los padres tienden a sobreproteger a los hijos en demasía, sufren porque ven sufrir a sus hijos y quieren evitarles cualquier tipo de frustración, tensión emocional, sentimiento negativo… Y el riesgo que se corre (y la factura que se puede llegar a pagar) es que el niño no se desarrolla aprendiendo a afrontar las dificultades (con el consiguiente sentimiento de refuerzo para la autoestima personal) y, por lo tanto, no quiere crecer. Se gestarían así futuras personalidades inmaduras, dependientes, que se hunden a la mínima frustración, ante el más nimio problema… Como Boris Cyrulnik ha apuntado, un exceso de sucesos adversos negativos y traumáticos afecta a la salud psicológica de las personas, indudablemente. Pero un ser humano que sólo ha conocido y experimentado la felicidad, una existencia cómoda, tampoco llegaría ser alguien psicológicamente ajustado.