lunes, 28 de marzo de 2011

La epigenética: las experiencias sociales modulan la expresión de los genes

En otro post hablamos sobre si la genética o el ambiente pueden explicar los problemas que los niños víctimas de abandono o malos tratos pueden presentar: retrasos en el desarrollo (motriz, lenguaje, cognición, social…); presencia de determinados rasgos desadaptados de personalidad; y/o patologías físicas y psicológicas (trastornos hiperactivos, de conducta, ansiedad, depresivos, de la alimentación, de la eliminación, esquizofrenia y otras psicosis…) Porque es amplio el abanico de alteraciones que pueden tener las personas que han sufrido la pesada carga del maltrato, tanto en la infancia como en la vida adulta. Cada vez hay más estudios que correlacionan psicopatologías concretas con el hecho de haber sido víctima de malos tratos en la infancia.

Concluíamos que tanto la genética como el ambiente, en interacción, influyen en la aparición de todos estos problemas, pero que en el caso de los niños con experiencias sociales y familiares adversas, el ambiente tenía probablemente, mucho que decir.

Leyendo en el último número de la revista Mente y Cerebro (la verdad es que no me voy a cansar de recomendarla), descubro y leo con fruición un artículo titulado: “Entre la herencia y la experiencia”, firmado por Christian Wolf. Me ha parecido sensacional y me he quedado un rato largo pensando que las experiencias ambientales y los mecanismos bioquímicos por los que cada uno somos como somos se van cada vez descubriendo con más exactitud, pero que el milagro de la vida y de cómo nos desarrollamos es aún un misterio. Me ha parecido prodigioso aprender que las experiencias sociales se pueden heredar de una generación a otra mediante modificaciones epigenéticas.

Vayamos por partes. ¿Qué es la epigenética? “Es una joven disciplina (del griego epi=encima) que explica cómo la vida va dejando huellas en la herencia y determina, con ello, características diferentes de cada persona, aunque la información genética sea la misma” (mente y Cerebro, nº 47, pág. 56) Esto explica cómo genemelos univitelinos (que comparten el mismo código genético, son idénticos, se parecen como dos gotas de agua) criados en ambientes distintos uno desarrolle, por ejemplo, la enfermedad de la esquizofrenia y el otro no.

Esto nos indica que “los genes por sí solos no determinan el destino humano. Lo importante, más bien, es cuáles y cuándo son leídos” “Los genetistas investigan la molécula de la herencia, el ADN, que se encuentra en los cromosomas del núcleo celular. En cambio, los epigenetistas se concentran en el modo de regulación de los 20.000 a 30.000 genes humanos y se preguntan, por ejemplo, por qué un determinado factor hereditario aparece, mientras otro desaparece. La disciplina podría revolucionar nuestra concepción sobre la interacción genes y ambiente, ya que los dos supuestos oponentes trabajan, en la realidad, mano a mano” (Mente y Cerebro, nº 47, pág. 56)

Por lo tanto, pienso en los niños con los que trabajo en psicoterapia, me acuerdo de las historias de vida de muchos de ellos, con experiencias de vida muy duras y sobrecargantes para la mente humana en desarrollo desde nada más nacer e incluso, desde el vientre de su madre, que es otro ambiente. Una historia que observo muy común es la de un menor abandonado en su país de origen por sus cuidadores desde el nacimiento y entregado en un orfanato (de mejor o de peor calidad en cuanto a los medios físicos y humanos de los que disponen y con un personal más o menos sensible y más o menos formado sobre las necesidades de los niños. A veces, no digo siempre, descubro que en los orfanatos han sido víctimas de malos tratos por los cuidadores) Luego es adoptado, al renunciar sus padres o familiares de origen a su tutela, y viene a la familia adoptiva a los meses, al año, a los dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… años. Cada vez con más tiempo con experiencias subóptimas de cuidados, de satisfacción de sus necesidades, etc.

Es muy probable -si el niño presenta retrasos en el desarrollo o trastornos del comportamiento o emocionales, o rasgos de personalidad desadaptados- que el ambiente haya podido influir y modificar sus genes, mediante los mecanismos de la epigenética, desde muy temprana edad. Según leemos en los estudios, muchas áreas del desarrollo y muchas conductas y rasgos, así como los patrones de apego, van cambiando y experimentando una mejoría global. Pero, por ejemplo, los mecanismos autorregulatorios de la conducta y de las emociones (que están en la base de muchos trastornos como la hiperactividad, los problemas de conducta, la impulsividad…) tardan muchísimo más en mejorar y son los problemas que más preocupan a los padres porque tienen repercusiones en el aprendizaje, la adaptación y la integración social.

Por lo tanto, las experiencias ambientales podrían activar o desactivar genes. En este caso, podemos aventurar –sólo aventurar porque no hay evidencia- que los genes responsables de la autorregulación del individuo que se programan adecuadamente mediante una experiencia de apego seguro sufrirían modificaciones con efectos de larga duración.

En este sentido, en Mente y Cerebro (nº 47, pág. 57) exponen los resultados de un estudio llevado a cabo por el psiquiatra Michael Meaney, de la Universidad MacGill de Montreal en el cual observaron que (...) "si se alejaba a las ratas jóvenes de su madre para el acicalamiento y la limpieza –es decir, si ésta les prestaba menos atención-, cuando crecían reaccionaban con mayor sensibilidad al estrés. Los análisis bioquímicos revelaron que el vínculo entre la madre y la cría influye en el ADN de esta última, sin causar mutaciones. En otras palabras, una infancia infeliz deja fuera de combate a las ratas frente al estrés a través de un mecanismo epigenético"

Y no sólo esto, sino que, como ya he apuntado antes, en este artículo afirman que las experiencias sociales se pueden heredar de una generación a otra a través de modificaciones epigenéticas. "En un estudio, llevado a cabo por Anthony Isles y Lawrence Wilkinson, de la Universidad de Cardiff, concluyeron que la atención de las ratas madre no solo modificaba la resistencia al estrés de las crías, sino que los cuidados, como tales se transmitían a la descendencia" (Mente y cerebro, nº 47, pág. 59) Esto, como deduciréis, si se va confirmando en estudios posteriores, tiene trascendentales consecuencias en la transmisión intergeneracional del buen trato o del mal trato.

Finalmente, quiero terminar afirmando que nuestro trabajo de recuperación de estos niños y sus problemas es lento y arduo, pero que lo mismo que se activan genes mediante experiencias negativas y de malos tratos, podemos ir activando otros mediante experiencias positivas y de buenos tratos. Pero como siempre digo, con paciencia y perseverancia.

martes, 22 de marzo de 2011

Los malos tratos a los niños alteran el cerebro y les predispone para convertirse en adultos violentos

Sabéis que trato de estar al tanto de (casi) todo lo que me llega o descubro en torno al tema de la psicología del apego, del trauma y de la resiliencia.

La revista Mente y cerebro, gran descubrimiento, trae este mes un artículo firmado por Luis Moya Albiol, profesor de psicobiología de la Universidad de Valencia, sobre violencia y empatía. En el mismo, interesantísimo, se refiere a los niños que han sufrido malos tratos de manera reiterada y prolongada.

En el mismo, páginas 14-21 de la revista, afirma lo siguiente: “…los datos de los menores maltratados podrían indicar que los daños en el circuito neuronal implicado en la violencia perpetúan su ciclo a través del incremento de la activación de ese circuito como respuesta violenta y la anulación de la modulación del mismo hacia la empatía” Continúa aseverando que “el maltrato infantil provoca graves secuelas psicológicas y biológicas. Las personas sometidas a malos tratos, abusos y negligencia durante la niñez presentan un cerebro marcado por secuelas neurobiológicas a nivel estructural (alteraciones en las propias estructuras cerebrales), así como funcional (mal funcionamiento del cerebro durante una conducta o proceso psicológico concreto)”

“En conclusión y según se ha comprobado, puede afirmarse que como consecuencia del maltrato infantil aparecen alteraciones del hipocampo, la amígdala, el giro temporal superior, el cerebelo, el cuerpo calloso, la corteza prefrontal y el volumen cerebral y ventricular (…) Las áreas cerebrales señaladas coinciden en gran parte con aquellas que presentan alteraciones en los adultos agresivos, por lo que podrían conformar la base neurobiológica del `ciclo de la violencia´ No se trata solo de que el modelo de maltrato pueda aprenderse y desarrollarse de adulto, sino que, además, las áreas cerebrales dañadas a consecuencia del maltrato predisponen a que el individuo maltratado presente un cerebro potencialmente violento, más predispuesto al desarrollo de conductas violentas”

(…) “Cuanto antes se produce el maltrato y más tiempo perdura, mayor cantidad de déficits cerebrales se observan”

“Sin embargo, las secuelas se modulan según las diferencias individuales y la capacidad de cada cual de aprender del trauma e integrarlo en la vida para crecer y madurar (resiliencia) No todos los menores víctima de malos tratos presentan psicopatologías o déficits en el funcionamiento cerebral”

Uno celebra encontrar estos artículos escritos por prestigiosos psicólogos expertos en la investigación en este campo, pues confirma lo que aprende en su práctica profesional.

Todavía son muchos los profesionales, aunque esto pueda sorprender, que soslayan la afectación cerebral que el maltrato puede producir en los menores, sobre todo cuando éste ha sido intenso, producido desde corta edad y de larga duración. Desgraciadamente, he podido constatarlo en numerosos casos de niños y niñas que he tratado en mi consulta. Trabajando interdisciplinarmente y en coordinación con otros profesionales, me he encontrado con la sorpresa de que algunos de éstos negaban que el cerebro pudiera estar afectado, cuando sugería que se practicaran pruebas de neuroimagen. Me tildaban, literalmente, de chalado. Es cierto que la constatación de una alteración cerebral poco puede hoy día aportar a los tratamientos (psicoterapias, centros terapéutico-educativos, intervenciones socio-educativas, psicofarmacología, medidas psicopedagógicas), pero sí puede ofrecer la evidencia de que esa afectación se produce, en efecto, y también avala con datos la petición de medidas de protección social (minusvalías, etc.) cuando se necesitan. Pesan demasiado determinados principios anticuados sobre la estructura y funcionamiento de la mente los cuales se resisten a dar cabida a los avances de la neurociencia. No todo el ser humano es cerebro pero no es menos cierto que tampoco todo es psicologicismo. Las posturas conciliadoras mente-cerebro son las que tienen más visos de ser ciertas y de ayudar a las personas objeto de nuestra trabajo profesional, de nuestra ayuda.

Cuando he derivado a menores a tratamiento psiquiátrico (con un colega médico formado y experto en estos temas que está concienciado de que se deben realizar este tipo de pruebas) sí nos hemos encontrado en algunos casos con niños con alteraciones cerebrales (recuerdo uno en concreto con una lesión en el área orbitofrontal) En otros casos, no se ha observado ninguna alteración estructural, algo que hemos celebrado, claro está, porque nuestro deseo es no encontrar nada. Por ello, pienso que no es descabellado, siempre bajo el asesoramiento y cuando la evaluación de un equipo multidisciplinar lo avale, ni mucho menos, pedir estas pruebas.

El tratamiento que estos niños requieren es largo y debe ser multidisciplinar. La psicoterapia me parece el pilar central, junto con las medidas socio-educativas oportunas que garanticen que los menores no vuelvan a ser maltratados (todavía hay bastantes medidas administrativas y judiciales que apuestan por los regresos de los niños a los hogares cuando la rehabilitación de sus cuidadores no se ha producido o no hay garantías de que se haya producido. Esto es a mi juicio, una grave irresponsabilidad, pues a tenor de los estudios se está potenciando el ciclo de la violencia, promoviendo que un cerebro infantil se convierta en potencialmente violento en la vida adulta, como nos expone el artículo de Luis Moya Albiol) No hay tratamiento que fructifique (es más, la mayoría de las veces está contraindicado) si el menor no está protegido. La psicoterapia trata de que el circuito de la violencia deje de activarse, mediante la experiencia de un apego terapéutico y experiencias sociales y educativas positivas, para que se potencie el de la empatía, la prosocialidad, la cooperación, el altruismo… La psicoterapia también se centra en tratar otros aspectos de la persona del niño que han sido dañados (la confianza, la regulación emocional, la manera de apegarse…) así como la potenciación de la resiliencia, del crecer desde esa experiencia e integrarla y transformarla en creación y no destrucción.

Por ello, creo que todavía, aunque hemos avanzado mucho en políticas sociales y educativas, queda progresar hacia la plena concienciación de que los malos tratos dañan a la persona, al niño, mucho más de lo que se pueda suponer, formando a los profesionales de todos los ámbitos en el tratamiento integral de estos menores que se lo merecen todo porque les han robado la infancia. Porque los niños se pueden recuperar, más y mejor cuanto más protegidos y más a tiempo se detecten los casos.

viernes, 18 de marzo de 2011

Nuevo libro de Barudy/Dantagnan: La fiesta mágica y realista de la resiliencia infantil.Manual técnicas terapéuticas para apoyar/promover resiliencia

Acabo de tener noticia de la edición del nuevo libro de mis colegas y amigos Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan. Pilar Surjo se ha encargado, rápida y avispada ella, de extender la noticia por Facebook. Se titula: La fiesta mágica y realista de la resiliencia infantil. Manual de técnicas terapéuticas para apoyar y promover la resiliencia.

Escribo sin haber leído aún el libro, pues está recién salido del horno. Aun así, creo que estas aportaciones son muy necesarias (realmente escasean) porque vienen a cumplir una doble función: por un lado, la de dotar a los profesionales (y no profesionales) de los marcos conceptuales para comprender el fenómeno de la resiliencia en los niños y adolescentes; y por otro, la de ofrecer las herramientas que potencien su emergencia mediante técnicas y actividades que se trabajan, como en un taller: se viven, se hacen, experimentan, interiorizan… en grupo. El grupo, dirigido y regulado por profesionales adecuados, aporta una dimensión diferente: amplifica, comparte, sostiene, apoya, universaliza, diferencia, inyecta esperanza… Sobre todo a los niños que han sido duramente golpeados por los malos tratos. Los autores son expertos en la materia y consagran su vida a trabajar con estos niños por su rehabilitación e integración social a través de distintas medidas (terapéuticas, pedagógicas, médicas…) Por ello nadie mejor que ellos para proponernos los instrumentos necesarios que se dirigen a cómo fomentar la resiliencia (un enfoque desde la psicología positiva) que pone el acento en cómo conseguir que crezcan desde la adversidad.

Todavía no he podido leerlo, pero en cuanto lo haga publicaré en el blog una reseña más detallada de esta excelente publicación.

Os transcribo -tomada de la página web de la editorial Gedisa en la cual está editado el libro- la reseña que lo presenta. Como veis, incita aún más a adquirirlo:

Este manual contiene una serie de propuestas de actividades para ayudar monitores y monitoras, profesionales y no profesionales, a organizar talleres grupales con niños y adolescentes que han estado en contextos de injusticia social, violencia y maltrato producidos por las personas adultas. Tras una larga trayectoria profesional en el campo de la resiliencia infantil, los autores han conseguido elaborar un programa muy eficaz, orientado a movilizar, desarrollar y fortalecer tanto las capacidades personales como las potencialidades sociales de los niños y de los adolescentes victimas de maltratos y abusos. Las actividades y las técnicas que se presentan aquí tienen como primer objetivo aliviar los dolores y el estrés consecuencia de las agresiones correspondientes a los primeros golpes (se trata en este caso de influenciar las memorias traumáticas de los niños víctimas de estas adversidades severas y/o de los malos tratos). Otro objetivo es prevenir y anular el impacto de la victimización secundaria de los golpes posteriores. Los talleres propuestos son un puente hacia nuevas experiencias relacionales de buen trato, pues resultan altamente humanizantes: niños y adolescentes llegarán a disfrutar de un entorno social afectivo y respetuoso donde se les reconoce como personas legítimas, al mismo tiempo que se les apoya en el descubrimiento de la realidad injusta de su situación, devolviéndoles la confianza en sí mismos y en las relaciones interpersonales. Un libro profusamente ilustrado que enseña a superar, gracias al amor y la solidaridad de los y las tutoras de resiliencia, las adversidades de la vida e incluso resurgir fortalecidos de ello.

Me voy a comprarlo, buen fin de semana a todos/as. Podéis adquirirlo desde esta página de la editorial Gedisa.

martes, 15 de marzo de 2011

Ni una bofetada a tiempo ni a destiempo

Quiero esta semana llamar la atención sobre los resultados de un estudio sobre pautas de crianza dados a conocer en el último número de la revista Infocop, editada por el Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos de España. En dicho estudio, publicado en Psicothema (vol. 22 -4-) “….se analizaron las pautas de crianza empleadas por los padres de una muestra de 1.071 estudiantes universitarios españoles. A través de preguntas del tipo: “¿Con qué frecuencia tu padre/madre te abofeteaban?”, “¿Cuántas veces te han dicho que eras torpe, vago?”, “¿Con qué frecuencia te han gritado?”, etc., los investigadores hallaron que el uso del castigo físico es altamente prevalente en España y que suele ir acompañado de agresión psicológica. En concreto, los datos revelaron que el 63% de los universitarios entrevistados afirmó haber sufrido algún castigo corporal a los diez años, y el 81% señaló haber recibido agresión psicológica. Del estudio se desprende que la mayor parte de los padres emplea el “azote”, la “bofetada” o el “cachete” una media más de diez veces al año, lo que pone en evidencia que los padres españoles desconocen que existen otras medidas para corregir el mal comportamiento de los hijos, que son más eficaces y que no producen efectos psicológicos adversos”

Pienso que los datos nos deben hacer reflexionar. Creo que son fiel reflejo de una ideología adultista aún imperante que se basa en creencias, fuertemente arraigadas, tipo “más vale un azote a tiempo” En algunas formaciones que imparto me he encontrado con personas (incluso profesionales) que sostienen y apoyan esta creencia como medida educativa adecuada para cambiar el comportamiento negativo de los niños.

El castigo físico y verbal muestra la impotencia y la frustración de un adulto que se siente incapaz de ejercer una autoridad fundada en el respeto a la persona del niño. Nos habla más de su incapacidad para controlar sus emociones. Es más un acto de descarga que una medida para corregir la conducta del niño. El castigo puede poner fin a un comportamiento inadecuado del menor pero nada le enseña a éste sobre lo que es moralmente aceptado y lo que no, lo que puede y no puede hacer. Es un abuso de poder porque el adulto ejerce desde una posición asimétrica su fuerza sobre un ser en desarrollo más débil que no puede hacer nada por defenderse, sólo sufrir las consecuencias (rabia hacia el adulto, sentimiento de impotencia, más deseos de rebelarse…) En mi opinión el hombre o la mujer que castigan al niño (le pegan o le transmiten mensajes que devalúan a su persona) están motivados por un ejercicio perverso de la autoridad. Una vez que sucede la primera bofetada o la primera palabra vejatoria, hemos sentado las bases para que pueda volver a producirse. Y el castigo tiene propiedades adictivas porque el adulto “resuelve” por la fuerza una situación que le está crispando. Pero la persona no se pregunta por qué el menor se comporta así. Se pasa al acto y se castiga irreflexiva e impulsivamente al niño demostrando nula inteligencia emocional.
Educar es hacer crecer a la persona mediante la reflexión. A través del diálogo educativo inculcamos valores y límites que se administran (los límites normativos son interiorizados por el niño cuando éstos son aplicados desde el más absoluto respeto a su persona, y pegarle o descalificarle no es respetarle sino agredirle) razonados y usados para que el niño aprenda desde nuestro modelo de personas y de adultos sensatos y coherentes. De este modo incorporará la conciencia moral progresivamente y se identificará con un adulto que le quiere y que sabe hacerse respetar y respeta. No podemos ver en el castigo físico y verbal más que una forma de maltrato que, según el estudio, todavía está vigente en una muy alta proporción. Son pseudopostulados que aún imperan en una cultura educativa trasnochada y dañina pero que aún es defendida por bastantes personas como útil y necesaria en un momento dado. Cuando ponemos un límite al niño y aplicamos una medida para hacerlo cumplir, el amor por esta persona debe de quedar siempre preservado. El límite es hacia la conducta que no podemos tolerar, no hacia la persona que es siempre respetada y aceptada. Castigarle no es aceptar su persona, desde luego.

Cuando hablamos de niños víctimas de malos tratos o con historias de vida traumáticas por múltiples causas, todavía razón de más para eliminar el castigo o cualquier amenaza para el niño que no suele presentar un apego seguro además. El castigo le es muy familiar a este tipo de niños y dispara su cólera. Le embravecerá aún más y confirmará su esquema mental de que el adulto es maltratador. Le retraumatizará y sólo conseguirá que el niño acentúe sus conductas negativas aprendidas en su contexto de vida temprano como forma de supervivencia.
La reparación moral es la mejor manera de poder educar a los niños. Cuando éstos cometan un acto negativo que perjudica a otros, se trabaja con ellos para que puedan ponerse en su lugar, mediante la reflexión, y se les acompaña para que pidan disculpas y hagan algo bueno por esa persona durante unos días con el fin de reparar el daño, el dolor o la molestia causada. Tan mal está afectar o dañar al otro como tan bien y tan grande es enseñar a reconocerlo y propiciar una oportunidad para poder arreglarlo, para empezar de nuevo.

Hablamos de la importancia del apego en una sociedad que cada vez va más deprisa, que busca el “háztelo tú solo” y que quiere que los niños funcionen rápido y bien, como me apuntó acertadamente en una conversación la psicoterapeuta Loretta Cornejo. Parece una contradicción hablar de apego en la sociedad actual que parece ofrecer soluciones mágicas para todo y remedios sin esfuerzo. Porque el apego precisa todo lo contrario de lo que preconiza nuestra sociedad: se va consolidando a lo largo del tiempo, despacio, con calma y tranquilidad, con paciencia y perseverancia (mis dos palabras favoritas) y con interacciones comunicativas de calidad con los niños.

martes, 8 de marzo de 2011

Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera. "Hermoso y emotivo relato de una adopción y un canto al realismo de la esperanza"

Este es el título del libro de José Ángel Giménez Alvira –al cual ya me he referido, de pasada, en otros posts- que quiero comentar y compartir con todos/as vosotros/as.

Mi amiga y colega Maryorie Dantagnan me recomendó su lectura y yo –teniendo en cuenta que el criterio de Maryorie es siempre acertado por las excelentes picadas que me ofrece-, no lo dudé ni un momento. A decir verdad, otros padres y madres y compañeros/as colegas con los que departo habitualmente bien presencialmente o a través de Facebook, también me habían animado a que lo leyera.

Está publicado por la editorial Gedisa. La presentación está a cargo de Jorge Barudy y el prólogo corre por cuenta de Andrés Ortiz-Osés. Este libro cuenta el relato de la experiencia como padres de José Angel y Carmen desde el momento que adoptan a un niño de 10 años llamado Toni –víctima de malos tratos por parte de su familia de origen y abandonado a su suerte, de persona en persona, y olvidado por las instituciones, quienes no supieron darle lo que necesitaba a una edad más temprana- y éste entra en sus vidas produciendo en las mismas, en palabras del autor, "un giro de ciento ochenta grados"

Esta publicación nos muestra el relato real y muchas veces descarnado de las consecuencias nefastas que los malos tratos generan en los niños. El libro transita por todas las dificultades, retos, desafíos, sentimientos, tácticas utilizadas por los padres, situaciones conflictivas, problemas sin fin (porque Toni tardó en madurar, aunque lo consiguió gracias al tesón e incondicionalidad de sus padres, y las situaciones, conflictos y sufrimiento por los que esta pareja de padres atraviesa a lo largo de su historia de crianza son realmente muy duros), alegrías, logros, avances, miedos, etcétera, etcétera. A veces no exento de toques de humor que les ayudaron a buen seguro, a sobrellevar la angustia y desesperación que en muchas líneas del relato se percibe sintieron estos padres. La historia de crianza de esta pareja pone de relieve la enorme dificultad que entraña una parentalidad de este tipo y también la gran incomprensión que viven los padres por parte de la sociedad, pues estos niños no tienen nada fácil integrarse escolar y laboralmente.

El libro viene agrupado por capítulos que recogen los momentos, desafíos y experiencias vividas en la educación de Toni. Lo más significativo queda plasmado: El inicio de la convivencia; la llegada a casa; el primer día (y el primer susto); la relación con el entorno: familia extensa y amigos; la extrema violencia de Toni; la difícil herencia de Toni; la experiencia escolar; la temida adolescencia; la mayoría de edad; la revelación de la condición de adoptado y la búsqueda de orígenes; la entrada en el mundo adulto y ¿quién cuida al cuidador? En todos los capítulos el autor muestra una gran habilidad para la escritura, para conectar con el lector, para hacer sentido el relato y para transmitir su proceso, sus reflexiones y sus soluciones.

Destacaría que lo más significativo y útil de este relato es que está escrito desde el punto de vista de un padre, no de un profesional. Los profesionales que trabajamos con niños víctimas de malos tratos –y en muchas ocasiones, por desgracia, los niños adoptados soportan esta dura carga al llegar a su familia- necesitamos de libros así porque con facilidad nos ubicamos en el sillón de la consulta y creemos que podemos pontificar desde nuestras teorías y prácticas científico-profesionales, lo que los padres han de hacer como si fuera sencillo, como si con un tratamiento de unos meses y unas orientaciones a los padres fuésemos a conseguir milagros. No hay clics mágicos, y el autor nos da una magnífica lección y testimonio que puede ayudar a numerosas familias adoptivas en el sentido de que ser padre –y ser padre adoptivo es, a veces, un desafío mayor- supone mucho más que aplicar unas teorías y unas técnicas de disciplina y unas buenas dosis de amor que lo curarán todo en el niño. El autor lo dice en una frase genial, cuando se refiere a si ser padre de profesión psicólogo y madre de profesión pedagoga como ellos, era lo ideal para afrontar el asunto: "Ser padres es más que aplicar cuatro teorías psicopedagógicas y esperar el milagroso resultado. Ser padres es querer, proteger, mimar, poner límites, educar, acompañar, servir de sparring, aconsejar, ordenar, crear un ámbito cálido de convivencia, sugerir, castigar, orientar, animar, empujar, consolar, servir de modelo, cuestionar, asentir, disentir, comprender, perdonar, resistir, resistir y resistir…, la lista podría ser interminable" (pág. 55)

Y precisamente el mensaje de este libro es ese: comprender siempre -incluso en los peores momentos de la convivencia- que los problemas de comportamiento y emocionales de los niños víctimas de malos tratos son producto de un sufrimiento y de unas habilidades y hábitos aprendidos para la supervivencia en un entorno hostil donde desconfiar y atacar primero era sinónimo de salvar la vida; y a partir de ahí, ser incondicional con el hijo en el sentido no de tolerar sus conductas (porque el autor deja claro en varias ocasiones que hay que tener marcados unos límites que han de cumplirse y respetarse y eso no se negocia) pero sí siempre explicitar este mensaje de la incondicionalidad. Algo así como: “Estamos contigo, te queremos, eres nuestro hijo y jamás cederemos en nuestra tarea como padres, en apoyarte, sacarte adelante y pase lo que pase, siempre volveremos a empezar contigo y jamás te abandonaremos” Toni cuenta (porque escribe en el libro unas líneas muy emotivas) que esta actitud de sus padres de no rendirse y no abandonarle es lo que le sostuvo y le hizo tirar hacia adelante. Pero eso sólo lo pueden conseguir, como dice Jorge Barudy en la presentación, personas buenas como José Angel y su mujer, estas personas son por las que verdaderamente -y por ellas se mantiene- funciona este mundo. El autor nos enseña que la educación de un hijo dañado por su familia de origen y olvidado por las instituciones, como dice Jorge Barudy, es un desafío y un proceso largo en el que con paciencia, tiempo y perseverancia (mucho pero que mucho de todo esto) es posible que un niño haga un proceso resiliente, con sus idas y venidas porque resiliar no es un rasgo sino un proceso que se va vertebrando a lo largo del tiempo.

Felicito doblemente a José Ángel Giménez Alvira y a Carmen, su mujer: primero, por este libro y, segundo, por su parentalidad, porque creo se lo merecen después de toda su lucha. He aprendido con este libro más que con ningún otro manual de psicología o pedagogía.

Y a los padres adoptivos y profesionales interesados en este tema, se lo recomiendo totalmente porque esta experiencia puede ayudarles muchísimo. Con ese deseo está escrito.