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lunes, 2 de noviembre de 2015

Eduardo Chillida, apego e integración cerebral

Con esta entrada de hoy me ha sucedido (mejor dicho, nos ha sucedido) algo muy curioso y sorprendente que quiero compartir con todos/as vosotros/as antes de desarrollar el apasionante tema de hoy. Como tengo el permiso de la otra persona implicada y, además,  apoya que lo comparta con todos/as vosotros/as, lo voy a hacer. Porque es una experiencia de cómo en lugares distintos pero con personas que sintonizan y conectan con una misma manera de concebir las intervenciones psicoterapéuticas y psicoeducativas, se producen casualidades o coincidencias que más bien son auténticas serendipias. 

El viernes día 30 de noviembre anuncio por facebook y twitter que el post de hoy tratará sobre apego, el arte de Chillida y el cerebro. Al poco, Iñigo Martínez de Mandojana, del blog hermano Dando Vueltas (que ya lo conocéis: nos regala reflexiones impagables; con ambos autores, Iñigo y Sagra, comparto una visión común pues trabajamos desde modelos sistémicos y vinculares), me envía un guachap y me dice: "¡Ja, ja, ja...! ¡Qué fuerte! Me has pisado un post: intervenciones Chillida, ¡qué bueno!" Es decir, mostrando sorpresa y a la vez alegría y asombro de haber pensado los dos lo mismo sin comunicarnos ni una palabra el uno con el otro pero habiendo tenido la misma idea contemplando las obras de arte de Chillida.

Yo también le muestro mi perplejidad y alegría por esa coincidencia. "Trabajamos en una misma longitud de onda, luego no es tan improbable que podamos llegar a concebir ideas similares sobre temas para los posts".- Pienso

Seguimos indagando y profundizando y llegamos a la conclusión de que los posts en verdad son iguales pero distintos. Vamos a lo mismo pero por caminos diferentes. Como Iñigo me dijo acertadamente: "mentalizar en la distancia" Y yo, que ya sabéis que me pierde la gastronomía, uso una metáfora de este tenor para añadir: "Mismo buen producto pero distintas elaboraciones"

Y como la anécdota considero que tiene su miga y su punto alucinante, he querido abrir el post de hoy contándoosla. Me llena de satisfacción compartir lugares comunes con mi blog hermano Dando Vueltas y con la manada de gente buena, como dice Barudy, de la que forman parte esos seres humanos maravillosos que son Sagra e Iñigo, a los cuales tendréis la ocasión de conocer y disfrutar en las "II Conversaciones sobre apego y resiliencia infantil" porque van a participar en una mesa de conversaciones.

Dicho lo cual, empezamos a desarrollar el tema de hoy.

Uno de los lugares más mágicos que he tenido el placer de visitar, un sitio grávido de honduras, donde experimentas muchas emociones, donde sientes una conexión espiritual con el mundo y el universo, es el Museo Chillida Leku. Es un museo al aire libre, con verdes praderas propias de Gipuzkoa, donde se alza el Caserío de Zabalaga, en el cual el maestro decidió que era el espacio ideal para exponer su obra y que el público pudiera disfrutarla. Las esculturas se funden con la naturaleza y están en perfecta armonía con el entorno. Distribuidas inteligentemente por toda la finca, conforman un paraje sin parangón y un museo absolutamente diferente al resto pues el visitante puede interactuar con las esculturas (excepto con las del interior del Caserío): tocarlas, sentarse... e incluso sentirse parte de ese espacio (puedes meterte dentro de las esculturas que por su diseño, lo permitan) Además, es posible –uno solo o en compañía- caminar por el museo, libremente, y verlo y sentirlo como te plazca (Hay también visitas guiadas)

El museo está en Hernani, Gipuzkoa, a unos quince minutos en coche desde Donosti. Está cerrado al público como museo pero como fundación privada y previa solicitud a los rectores del mismo, si éstos la aceptan, se puede concertar una visita. Yo lo hice en verano, en agosto, acompañado de una amiga. Tuvimos la suerte de verlo en un soleado día guipuzcoano en el cual las distintas tonalidades verdes de las praderas y los montes de esta tierra ofrecen tantas variedades que ningún pintor podría reflejarlas en sus cuadros. Chillida Leku (Sitio o Lugar Chillida, en euskera) está en Hernani, pero tiene una vocación universal. Yo lo sentí al entrar y hollar con mi pie el lugar. Y parece que no me equivoqué porque Eduardo Chillida dice: "Yo soy de los que piensan, y para mí es muy importante, que los hombres somos de algún sitio. Lo ideal es que seamos de un lugar, que tengamos las raíces en un lugar, pero que nuestros brazos lleguen a todo el mundo…”

Estando en Chillida Leku le dije a mi amiga que viendo y sintiendo la profundidad que emana de la obra de este genial e internacional artista, orgullo de los guipuzcoanos, las musas acudieron en mi ayuda y brotó en mí una asociación entre integración cerebral, apego y esculturas de Chillida. Y que escribiría un post en Buenos tratos para brindárselo a todos y todas mis queridos y queridas lectores y lectoras. Uno de esos post que a veces os pido me permitáis escribir, que os parecen raros e incluso os dan ganas de dejar de leer porque no son como los otros, más convencionales. Entradas en el blog en las que a partir de películas, libros o series de televisión hablamos de nuestros temas favoritos (apego, trauma, resiliencia…) Pero creo que son posts que al acabarlos os pueden hacer comprender los contenidos de una manera mucho más plástica (porque dichos conceptos los plasmamos en objetos)

Que conste que me acerco al arte de una manera totalmente emocional, no tengo conocimientos ni criterio para discernir sobre la filosofía que subyace a las esculturas u otras manifestaciones artísticas, ni mucho menos soy tan osado como para hacer una crítica de la obra de un genio como Chillida. No pretendo eso. El post de hoy tan solo es lo que se me antojaron que podrían representar algunas de las esculturas de Chillida y su paralelismo con los tipos de apego. Vi en algunas de ellas una alegoría de los tipos de apego descritos por Ainsworth. Una alegoría es un tema artístico que representa una idea (los tipos de apego) valiéndose de objetos (algunas esculturas de Eduardo Chillida) Y eso es lo único que quiero transmitiros.

El apego evitativo






He elegido esta escultura como podría haber escogido cualquier otra que tuviera exclusivamente forma cúbica. Hay bastantes obras de Chillida que son así, sin ninguna línea curva. Personalmente, dentro de la obra del autor, me gustan menos las formas cúbicas que las que usan líneas curvas y rectas en una sola representación.

Esta escultura me recordó al apego evitativo porque como ya sabéis (si no, repasáis los post sobre apego) los niños que tienen una disposición (es sólo una disposición a comportarse conforme a este patrón de apego) evitativa suelen tender a minimizar la emoción y maximizar la independencia, la lógica, separando el lenguaje de los sentimientos. Tienden a ser prácticos y funcionales, las relaciones se viven como algo más secundario y no dependen de la aprobación de los demás. Algunos pueden llegar a ser cuadrados de mente (como esta escultura) en el sentido de rígidos en sus planteamientos y un tanto obstinados. Inteligentes, argumentan excelentemente bien sus posturas. Dan Siegel dice en su libro “El cerebro del niño” que "...el lado izquierdo desea y disfruta con el orden. Es lógico, literal, lingüístico y lineal (¿no es lineal esta escultura de Chillida?) A nuestro cerebro izquierdo le encanta que estas cuatro palabras empiecen por la letra “l” El cerebro izquierdo se preocupa por la letra de la ley, al contrario que el derecho, que le importa más el espíritu de la ley"

Siegel nos dice en este libro que los niños con disposición hacia un apego evitativo presentan una prominencia en la actividad del hemisferio izquierdo. Cuando el menor de edad tempranamente fue rechazado, maltratado o sus intentos de conexión y sintonización emocional ignorados, ninguneados e incluso despreciados, se produce una falta de integración horizontal en su cerebro que le lleva a aprender tempranamente la defensa de la desactivación de las necesidades de apego, de tal modo que entrar en vinculación emocional íntima será muy complicado, y el mundo interno puede ser un desierto emocional. Siegel afirma que si estos niños llegan a la edad adulta sin haber tenido una experiencia modificadora de esta tendencia inicial (aprendida en el contexto de una relación de apego con los primeros cuidadores la cual potenció esta propensión al vínculo evitativo) en la edad adulta, cuando se les administra una entrevista de apego adulto, se puede afirmar que su biografía es como acceder a un desierto emocional.

En la psicoterapia nos costará mucho que puedan acudir a la misma y estar cómodos en una relación que supone entrar en intimidad emocional con alguien. Wallin refiere que con este tipo de niños, y especialmente con los adolescentes, hemos de movernos con maestría (es un arte relacional) entre la sintonización empática (que pocos muestran con ellos) y la necesaria confrontación (que tan mal viven algunos de ellos)

Tenemos que tratar de introducir curvas en su modelo mental, que como artistas trabajemos en su escultura intentando construir con ellos formas más redondas (simbólicamente más asociadas con las emociones, la flexibilidad mental, la acogida más cálida y menos distante que se me antoja lo cúbico) pero sin eliminar las líneas rectas que también son necesarias (pues no olvidemos que todo patrón de apego tiene un por qué, y a estos niños les ayudó desarrollarlo pues con el mismo sobrevivieron. Honramos siempre su patrón de apego, pero tratamos de que en sus relaciones actuales, ya no tan necesitadas de esa protección lineal y con aristas que pueden pinchar, emerja la concavidad que representa entrar en conexión con el otro y vivir el sentirse sentido)

Hay que tener mucha paciencia, hacer modificaciones en esta escultura no es nada fácil. Puede vivirse como una injerencia y una amenaza a la esencia de quién soy. Cierto. Con la experiencia de ir entrando en sintonía y en conexión emocional con los niños “de a poquitos” como dice mi profesora Maryorie Dantagnan, a la larga se podrá conseguir. La pasada semana asistí en terapia, tras tres años, a la eclosión emocional de una adolescente que está siendo capaz de quitarse el duro corsé que es la disposición evitativa. Fue una experiencia de sentirse sentida única e irrepetible. Tiene que haber un otro muy sensible para el niño o adolescente con disposición evitativa, para recogerle, y para que éste pueda sentir contención y dejarse ir también.

El apego ansioso-ambivalente




Como veis, en esta escultura del maestro no hay casi ninguna línea recta. No hay formas cúbicas. Es toda ella una obra donde predominan las formas redondas, un tanto en bucle. Hay también varias esculturas del autor donde las redondeces de sus formas son predominantes y apenas hay visos de cuadraturas.

Se me antoja la alegoría del patrón de apego opuesto al evitativo: el ansioso-ambivalente. Como ya sabéis, los niños que tienen una disposición a mostrar este tipo de vínculo maximizan la emocionalidad y minimizan la independencia y la racionalidad. Son menos lógicos y literales. También les gustan las palabras pero para hablar mucho y sin que éstas ordenen su mundo emocional, muy intenso. Les preocupa mucho más el espíritu de la ley que la ley en sí.

El niño que desarrolló este modelo mental con respecto al apego, en las primeras interacciones con sus cuidadores, caracterizados éstos por un patrón inconsistentemente inconsistente en los cuidados y atención emocional (tuvieron una tendencia relacional con el niño como el intermitente de un coche), pudiendo en ocasiones sintonizarse, empatizar y satisfacer sus necesidades emocionales, incluso a veces en exceso, invadiendo si el niño no se sentía predispuesto a ello; y en otras ocasiones, no conectando con el menor e incluso ignorándole y haciéndole sentir que no hay nadie para calmar sus emociones (angustia, miedos, tristezas…) El infante que crece con un patrón de apego de esta naturaleza se desarrollará muy preocupado por su propia angustia no suficientemente calmada y muy preocupado también por la disponibilidad de su figura de apego. Le costará separarse y explorar el mundo que le rodea porque el cuidador no ha sido base segura.

Dan Siegel dice que quien muestra esta disposición, tiene una predominancia del cerebro derecho: “...el cerebro derecho es holístico, no verbal, y envía y recibe señales que nos permiten comunicarnos, como las expresiones faciales y el contacto visual, el tono de voz, las posturas y los gestos. Nuestro cerebro se ocupa de la impresión general –significado y sensación de una experiencia- y se especializa en las imágenes, las emociones y los recuerdos personales” Por ello, el niño con disposición ansioso-ambivalente en la psicoterapia, las primeras sesiones, está muy pendiente de la impresión que nos puede estar causando porque inconscientemente tiene miedo de que le rechacemos. Suelen ser personas mucho más preocupadas por las relaciones que por las tareas o cosas, con una extrema necesidad de aprobación y que no suelen tener a priori tanto rechazo a entrar en intimidad emocional.

En psicoterapia tenemos que movernos con maestría para no rescatarles, incidir en su falta de recursos, salvarles, quedarnos transferencialmente amarrados a su victimismo... Hemos de ir muy despacito también, ofreciéndoles un estilo de vinculación terapéutica donde nuestra disponibilidad sea siempre la misma (no mayor en los momentos de dramatismo), en la que ahondemos en explorar (con dibujos, caja de arena, juego…) qué sentimientos subyacen a esa disposición y tratar de que desarrollen autonomía y recursos propios para resolver y hacerse cargo de su vida y desafíos con más seguridad.

Es necesario introducir las líneas rectas y las formas cúbicas en su patrón relacional. Porque como dice Siegel, no hay tampoco en el apego ansioso-ambivalente integración cerebral horizontal. Su cerebro derecho asume frecuentemente el control de sus vidas y sienten “…que se ahogan en imágenes, sensaciones corporales… un aluvión emocional”

El apego seguro o ganado a la seguridad



Dice Siegel: “Dos mitades hacen un todo: combinar el izquierdo y el derecho” Como veis, esta escultura de Eduardo Chillida tiene una combinación perfecta de líneas curvas y rectas. Me gustan todas sus esculturas, pero unas más que otras. Y las que combinan líneas rectas y curvas en un todo armonioso que capturan el espacio, las que más.  Ésta situada en Gijón, titulada Elogio del Horizonte, es además como la base del apego seguro: firme y sólida. En mi opinión es una de las alegorías del apego seguro (o ganado a la seguridad: personas que han reflexionado sobre su patrón de apego y han trabajado para conocerse y modificar su modelo mental y relacional, de tal modo que lo han conducido hacia la seguridad) y la integración cerebral horizontal.

El cuerpo calloso es un haz de fibras que discurre por el centro del cerebro, conectando el hemisferio izquierdo y el derecho. La comunicación que tiene lugar entre los dos lados del cerebro se lleva a cabo a través de esas fibras, permitiendo que los dos hemisferios trabajen en equipo, que es exactamente lo que deseamos para nuestros niños. Que el niño con disposición a vincularse evitativamente pueda abrirse a las emociones y no destierre y desprecie las mismas, y el que tiende al estilo ansioso-ambivalente pueda ser capaz de que el lenguaje y la cognición den sentido y ordenen sus cataratas emocionales, muchas veces angustiantes.

Necesitamos influir en ese cuerpo calloso (que está alegoricamente ahí, en esta escultura donde las líneas rectas y curvas se unen) del niño para que se produzca progresivamente esa integración horizontal. El infante necesita de los adultos para hacer ese trabajo. Solo es imposible que lo haga, máxime si las disposiciones están muy arraigadas. Los padres, familias, psicoterapeutas, terapeutas, educadores, maestros, médicos, psiquiatras… necesitan ser adultos con un estilo de apego seguro o ganado a la seguridad. Mario Marrone, experto en la teoría y psicoterapia del apego, sostiene acertadamente que más bien cabría hablar siempre del apego en relación al otro. Esto quiere decir a mi juicio, que los niños pueden traer unas tendencias de sus primeras experiencias tempranas y nosotros, como padres o profesionales, con ese niño, podemos cambiar esas tendencias porque se podrán vincular en relación a nosotros de modo ganado a la seguridad si somos capaces de transmitirla (límite, permanencia y regulación de las emociones) ¿Cómo? He aquí unas pistas:

Conectándonos con el niño emocionalmente cuando éste se vaya mostrando dispuesto y confiado. COMPRENSIÓN, RESPETO Y ACEPTACIÓN FUNDAMENTAL.

Así vinculamos con el niño, como este grabado tan bello de Eduardo Chillida: integración.



Sintonizando y resonando con el niño,  ayudándole a captar los gestos, las entonaciones, los códigos no-verbales… a través de la relación, propiciando que pueda conectar con ellos sin predecir daño, dolor, terror…, favoreciendo que los elabore de una manera positiva, dándole la etiqueta verbal adecuada.

Activando, si es un niño/a emocionalmente desconectado, su hemisferio derecho mediante técnicas específicas expresivas que le permitan conectar con sus emociones (Apegos evitativos)

Activando, si es un niño/a más propenso a la no reflexión, su hemisferio izquierdo mediante verbalizaciones que le permitan poner palabras y metacognición a sus vivencias (Apegos ansioso-ambivalentes)

Gracias Eduardo Chillida y equipo de la Fundación, por permitir que el visitante se sienta ¡tan bien! en vuestra casa. Fue una tarde inolvidable de un cálido y soleado día de agosto. Quedará para siempre en mi memoria.

Picada de hoy: recientemente hemos tenido la noticia de la aparición de un libro escrito por madres. Madres adoptivas que nos cuentan sus experiencias. Porque sienten mariposas en el corazón. Tan genuino e intenso es su sentimiento que ellas han querido que forme parte del título. Aún no he tenido la oportunidad de leerlo, lo tengo ahí, en espera. Prontito caerá en mis manos y gustosamente podré opinar del mismo. Pero desde luego, me atrae mucho acercarme a él. Desde ya os recomiendo que lo hagáis, pues lo que María Martín Titos, coordinadora y autora del libro, nos muestra, a modo de reseña, me lleva, con la fuerza de un imán, a comprarlo: “Durante los años de espera me había preparado para ser madre. Había asistido a infinidad de charlas y talleres, todos impartidos por grandes profesionales, y ahora era muy difícil poner en práctica lo aprendido. Siempre me habían dicho que con mucho amor todo se cura, y amor no era lo que faltaba en mi vida, precisamente… Fueron en esos momentos cuando eché de menos saber que no era la única que pasaba por esta realidad, y que mis sentimientos, temores y necesidades eran compartidas por una gran parte de las familias adoptivas”

“Mariposas en el corazón reúne las experiencias de cinco familias adoptivas, con historias suficientemente distintas entre ellas como para que quien las lea pueda hacerse una idea realista de lo que supone formar una familia por esta vía. Este libro no está sólo dirigido a familias adoptivas o en proceso de adopción sino también a sus familiares, amigos, profesores, psicólogos y otras personas cercanas que estén en contacto de alguna manera con la adopción”

Desde esta preciosa web que han creado, podéis acceder a las presentaciones en vídeo que cada una de las autoras ha hecho, a la mencionada reseña y también a comprarlo. Lo bueno es que se puede adquirir en e-book, así que todas las personas residentes fuera de España pueden hacerse cómodamente con el mismo. También se distribuye en edición impresa.

Desde estas líneas mi más cálida felicitación a las autoras. Un libro escrito por madres, con otra visión que no es la de los profesionales (personalmente, su punto de vista me interesa mucho), y espero nos transmitan sus mariposas desde su corazón al nuestro.

Hasta dentro de quince días, Buenos tratos regresa el 16 de noviembre con la firma invitada del mes: Naiara Zamora Berrondo, psicóloga y psicoterapeuta infantil, nos hablará de la psicomotricidad relacional en un atractivo e interesante post que expondrá los beneficios de este abordaje psicoterapéutico sobre todo para los niños más pequeños, ideal para contribuir al fomento de un apego seguro.

Cuidaos / Zaindu

Bibliografía utilizada para elaborar este post

1. La Teoría del Apego: Un Enfoque Actual   

Mario Marrone  
Madrid: Psimática, 2001  - Segunda edición 2009                    
Prólogo por Hugo Bleichmar
Con contribuciones de Luis Juri y Nicola Diamond.

2. El cerebro del niño

Dan Siegel y Tina Payne Bryson
Barcelona: Alba, 2013

3. El apego en psicoterapia

David J. Wallin
Bilbao: Desclée de Brouwer, 2012

lunes, 23 de septiembre de 2013

Plasticidad del apego: ¿pueden cambiar nuestros primeros patrones infantiles?


Con el tiempo que llevamos de blog, son muchos los capítulos que hemos dedicado a este apasionante tema como lo es el apego. Baste ir a la etiqueta “apego”  -a la derecha de la pantalla de tu PC o portátil (en la versión para el móvil creo que no salen las etiquetas)- para encontrarnos con un buen número de entradas que versan sobre el particular.

En los post sobre apego que he ido redactando y recopilando, recuerdo que ya hemos tocado este crucial punto; me refiero al de si es posible modificar o influir en las primeras representaciones de apego gestadas durante los primeros años de vida e interiorizadas en el contexto de una relación prolongada con los cuidadores principales del bebé. El modelo interno de trabajo (ese modelo o esquema conductual, cognitivo, sensorial y emocional que contiene la información que nos permite representarnos cómo es la relación con esos cuidadores y además crear expectativas acerca de su disponibilidad y capacidad para dispensarnos seguridad, confianza y calma emocional) postulado por Bowlby y que ya se ha desarrollado ¡para el primer año de vida!, ¿cuán de estable es? Los bebés con experiencias de apego inseguro subóptimas con los cuidadores e incluso los que han sufrido vivencias graves (como el maltrato físico y/o emocional severo), ¿tienen el destino marcado? ¿No hay mucho que hacer para influir en ese modelo interno de trabajo? ¿Son niños fragilizados de por vida? ¿Son niños con una especial vulnerabilidad? ¿Realmente es así de estable el patrón de apego interiorizado? A todo esto vamos a intentar dar respuesta. Y para ello vamos a basarnos en el genial Louis Cozolino y su libro Neuroscience of psychotherapy. Healing de social brain. También daré mi personal opinión que basaré en mi experiencia de tratamiento con menores adoptados y acogidos, algunos de los cuales he podido tratarles psicológicamente de niños y después de adultos.

Lo primero, debemos empezar afirmando que el apego como representación mental es la resultante de la codificación en la memoria de las experiencias con los cuidadores tempranos. Por poner un ejemplo, con el padre se ha podido desarrollar un patrón de apego seguro e inseguro con la madre. Con el padre mostrará unas conductas de apego y con la madre otras. Pero a la hora de evaluar el apego lo que al clínico le interesa es valorar la representación mental desarrollada resultante de esas experiencias conjuntas. Para los tres años se pueden evaluar estas representaciones mediante procedimientos en base a juegos con muñequitos en los que el niño dramatiza situaciones familiares prediseñadas donde se pone en juego el apego y se valora qué narrativo expone el niño en relación a los recuerdos de esas experiencias con sus cuidadores principales. Durante el segundo año, para valorar la calidad del apego, en cambio, prima más qué conductas de apego muestra el niño en una situación con el cuidador principal evaluadas mediante un procedimiento diseñado por Mary Ainsworth denominado La Situación del Extraño)

A mi modo de ver (esto es una opinión personal) durante el primer año la relación bebé-madre es más predominante y fundamental que la del padre. Éste es gran apoyo para la madre y también proporciona al niño otro tipo de momentos de juego e interacción más psicomotriz. No en vano en el libro El amor maternal de Sue Gerhardt se expone la trascendencia de esta relación durante el primer año de vida. Posteriormente, la figura masculina tomará papeles más relevantes; por ello el vínculo que se va creando entre padre/hijo-a es muy importante.

En la vida del niño -y a partir del segundo año principalmente- van apareciendo otras figuras con las que desarrollará un vínculo (el vínculo de apego recordamos que se desarrolla con los cuidadores principales, fundamentalmente la madre o sustituta, y su cima está en los 9 primeros meses, en los cuales ya hay un apego centrado; con otras personas o cuidadores se desarrollan posteriormente vínculos) Se les llama figuras vinculares subsidiarias. Irán conformando la red del niño y se apoyará en ellas para ir haciendo su camino y su desarrollo hacia la autonomía (porque recordad también que apego no equivale a dependencia, sí inicialmente, pero para culminar en una independencia gracias a la seguridad interiorizada por el niño en esa relación con los cuidadores segura que le permite llevarse esa seguridad consigo en su mente)

Estas posteriores relaciones pueden influir en las representaciones de apego y segurizarlas, cuando las iniciales fueron inseguras. Es el papel reparador que pueden tener muchos profesores y profesoras, educadores y educadoras. La psicoterapia temprana padres/bebé con una intervención focalizada en el apego en los casos en los que se comprueba que éste se ha insegurizado por múltiples causas, puede modificar estos patrones inseguros aprendidos o interiorizados tempranamente, siempre y cuando nos encontremos con unos padres conscientes y dispuestos a reparar. Una relación duradera con un tutor de resiliencia puede también actuar como relación compensatoria reparadora de un patrón de apego inseguro adquirido en los primeros años de vida, como sucede con muchas familias de acogida que hacen una labor inestimable que sana apegos dañados. Los niños adoptados pueden igualmente sanar apegos alterados gracias a la labor de su padre y/o madre, con unas pautas específicas y una intervención orientada por profesionales que se centre en el apego y en la elaboración de la historia de vida traumática. En suma, se puede desarrollar lo que se denomina un apego de seguridad ganada o ganados a la seguridad

En definitiva, el apego temprano que hemos desarrollado como esquema mental, las primeras impresiones que nos revelan cuán seguro, cálido y confiable es el mundo de ahí fuera, pueden modificarse o si no, influirse positivamente gracias a la red de relaciones posteriores y también mediante una psicoterapia reparadora. Lo dicen dos expertas en la materia en su libro Vinculaciones afectivas, el cual os recomiendo desde ya (es un compendio sobre apego completo, teórico y práctico): “El apego influye pero no determina, al menos como único factor”

¿Qué nos dice Cozolino? El título de este post es suyo (plasticidad del apego) Este autor refiere que “el apego en la infancia es normalmente conceptualizado como una relación específica, mientras que el apego en la adultez es interpretado como un rasgo del carácter”. Cozolino afirma que “...hemos aprendido mucho de la vasta investigación que se ha realizado sobre apego: cómo las categorías de apego reflejan la conducta de los padres y la reacción de los niños ante el estrés; hemos aprendido de la investigación sobre apego cómo los esquemas de apego llegan a la vida adulta, cómo afectan a nuestra elección de pareja, a la naturaleza de nuestras relaciones y en la manera en la que nosotros ejercemos nuestra parentalidad con nuestros propios niños. El entusiasmo que tenemos acerca del poder de las categorías de apego (a saber inseguro evitativo/ansioso/ desorganizado vs. seguro) para explicar el desarrollo emocional a menudo fallan en el reconocimiento de que existe una considerable fluctuación en los estilos de apego a lo largo del tiempo” (…) “Nosotros podemos pensar que un esquema de apego podría cambiar porque nosotros pensamos en el mismo como un rasgo de personalidad”

“En los humanos –prosigue Cozolino- nosotros vemos que es más probable que un decremento de la seguridad o el mantenimiento de la inseguridad durante la adolescencia ocurra en presencia de estresores psicológicos, ambientales o familiares. Los adolescentes que ven a sus madres como fuente de apoyo, es más probable que ganen seguridad; mientras que la depresión materna correlaciona con un movimiento del apego desde la seguridad a la inseguridad. De todos modos, el apego seguro, aunque no es inmune, aparece más resistente al cambio que el apego inseguro. Los eventos de vida negativos operan para mantener el apego inseguro. La mayor implicación para la psicoterapia de estos resultados es que el apego inseguro está predispuesto al cambio como resultado de un input social positivo. La consistencia de las tasas de apego (seguro versus inseguro), esto es, el porcentaje de sujetos que presentan la misma clasificación de apego varía entre un 24-64% dependiendo de los estudios. Es decir, la consistencia no es alta. Esto puede suponer malas noticias para los que están interesados en el apego como un rasgo estable, pero buenas noticias para aquellos de nosotros interesados en el cambio” “Como psicoterapeuta –dice Cozolino- que está interesado en el cambio positivo, la variabilidad de los datos es una buena noticia. Yo creo que los esquemas de apego son una maleable forma de memoria implícita, así pues la relación terapéutica con los clientes puede alterar los mismos de una manera saludable. En este sentido, la psicoterapia viene a ser una relación de apego  guiada con el objetivo de apoyar la homeostasis (moderados estados de activación) y una eventual reparación de los esquemas de apego inseguro”

En consecuencia, huyamos de posturas radicales. Es posible influir en los esquemas de apego de un modo que éstos puedan sanar. Bien modificándolos en su naturaleza, bien generando nuevos esquemas alternativos en una suerte de resiliencia secundaria. Mi experiencia profesional coincide con lo que los expertos como Cozolino nos transmiten: el apego es plástico. Ahora bien, si a un menor no se le da la oportunidad de reparar unos esquemas de apego dañados en la primera infancia por experiencias adversas graves de maltrato y abandono, si crece y pasa muchos años con abandonos reiterados, ausencia de permanencia de una figura adulta sensible, disponible y empática, rupturas de contacto y de contexto reiteradas, los esquemas iniciales se ven reforzados y las probabilidades de acercarse a la adolescencia con una vulnerabilidad alta y procesos patológicos son mucho mayores. Nunca es tarde en la vida, pero será muchísimo más complicado. Los niños con trastorno del apego temprano que van de institución en institución o de familia de acogida en familia de acogida, sin un adulto o referente empático y firme (límites puestos con aceptación incondicional) en sus vidas, es más probable que lleguen a la vida adulta con un trauma no resuelto. Los niños que tuvieron durante un tiempo largo la posibilidad de vincularse con una figura adulta alternativa sana (bien con un educador de centro de acogida bien con un acogedor en una familia) son los que he comprobado en mi práctica clínica que se desarrollan con más resiliencia.

La psicoterapia se revela como una experiencia -nos dice Cozolino- capaz de influir en los esquemas de apego alterados, tanto en los niños como en los adultos. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué tipo de terapia? ¿Cuándo ir a terapia? Esto es motivo para otro post la próxima semana.

Antes de despedirme, quiero enfatizar dos cosas:

La primera, la entrada de la semana pasada referida a los cuentos terapéuticos elaborados por la educadora Verónica Pérez ha sido todo un éxito. Este post ha tenido numerosísimas visitas, lo cual agradezco. También me sugiere que estamos todos muy necesitados de herramientas. Así pues, pienso prepararos otro post pronto con materiales de esta índole.

La segunda, os invito a leer el blog de mi amiga y colega Pepa Horno, gran persona y excelente profesional. Nos habla en esta entrada de una adversa experiencia como madre. En efecto, como madre empática y sensible, sí, pero también ella sabe como profesional lo que puede ocurrirles a las víctimas. Es una experiencia doliente y sufriente que le afecta en lo más hondo de su persona pero con un mensaje, una vez más, de que los procesos resilientes son posibles, si somos capaces de estar ahí con permanencia, contención, aceptación, empatía y… amor. Nos os la perdáis. Podemos aprender mucho de las experiencias. También os recomiendo su nuevo trabajo Escuchando mis tripas Dice Pepa: "El maltrato infantil, y el abuso sexual en particular, es una realidad en nuestra sociedad. Y sin embargo tememos hablar sobre ella a los niños y niñas, tanto en nuestras familias como en las escuelas. Entre otras cosas, porque a menudo no sabemos cómo. Falta formación y existen pocos materiales específicos para poder hacerlo, sobre todo con los niños y niñas más pequeños. El programa Escuchando mis tripas es una propuesta didáctica de prevención primaria del abuso sexual infantil en niños y niñas de tres a seis años"
Os espero a todos/as la semana que viene. Cuidaos / Zaindu.

sábado, 20 de abril de 2013

Adopción, búsqueda orígenes y trauma


Me adelanto al lunes 22 -día habitual en el que publico la entrada semanal- pues no puedo hacerlo ese día.  Escribo sobre un tema, en relación a la adopción, que me interesa mucho y al que vengo dandole vueltas desde hace un tiempo. Es algo delicado y sobre lo que nadie tiene la última palabra. Lo expongo con todo el respeto. Nada más lejos de mi intención que adscribirme a posturas radicales. Mi propósito, como acostumbro, es suscitar el debate, que nos paremos todos a reflexionar un rato (y si este blog sirve para eso, me daría por satisfecho. El día a día, las numerosas ocupaciones que nos absorben y el tener que funcionar, no nos permiten parar y pensar con detenimiento) y ofreceos mi punto de vista, el cual sustento en mis conocimientos y experiencia en psicoterapia con niños y jóvenes adoptados. Pienso, además, que sobre el tema de hoy todos (familias adoptivas, profesionales, adoptados...) estamos llamados a opinar y contar nuestras experiencias para poder ayudarnos los unos a los otros en la tarea de acompañar a nuestros niños y hacerlo lo mejor posible con ellos.
 
Hecha esta necesaria introducción, voy con el tema que, en la entrada de hoy, quiero desarrollar.
 
Algunas familias decidieron -o deciden- en un momento determinado (unos años después de incorporarse el niño a la familia adoptiva) contactar con la familia biológica (se tienen o se pueden conseguir datos de la misma, evidentemente) y emprender un viaje al país de origen con el fin de que el menor de edad (y la familia adoptiva) puedan saber de ellos e incluso retomar la relación. Creo que lo denominan adopciones abiertas. Me corregís si no es así.

Los niños y las familias adoptivas se han preparado psicológicamente con profesionales y han valorado que ese viaje y reencuentro con los orígenes (lugar, pais, costumbres, familia biologica...) puede ser positivo en su proceso y para su trayectoria vital, con el fin de favorecer la integración y trabajar dichos orígenes. Los niños, ya más mayores, son capaces de poner palabras con más precisión y pueden comprender muchos aspectos que con anterioridad no se podían asimilar, dada su corta edad. Éstos se hacen más preguntas y, claro, buscan respuestas.
 
En algunos casos, ademas, se ha valorado la conveniencia de que los niños vean y se relacionen con los padres (o la madre, o el padre; a veces también con los abuelos, si éstos tuvieron un papel relevante en la crianza del niño) biológicos con el fin de confrontarles mediante preguntas (preparadas con anterioridad) que los niños desconocen -o quieren saber- acerca de los motivos por los cuales no pudieron cuidarles u otros aspectos vitales e importantes de su biografía, cada uno según su historia de vida y circunstancias familiares y sociales. En algunos de estos casos, el niño encuentra -por parte de la familia biologica- respuestas y una adecuada acogida; y, en otros, lo contrario. Algunas familias adoptivas refieren que incluso hasta en los casos en los que el menor de edad no recibe un relato o explicación, ha merecido la pena porque han observado que ayuda a que el niño pueda trabajar su historia desde lo real.
 
Mi dudas son las siguientes, y son las que quiero compartir con vosotros/as: en los casos de familia biológica con incompetencias parentales (que han abandonado y/o maltratado física y emocionalmente al niño) es decir, carentes de capacidades básicas como la empatía, padres o madres con trastornos del apego que no pueden mentalizar al niño (verlo como una mente independente con deseos, necesidades e intenciones) y con déficit en las habilidades de crianza, ¿es positivo confrontar al niño con ese tipo de progenitores pudiendo prever que corre un riesgo alto de no encontrar reparación? ¿Puede resultar retraumatizante para el niño contactar con esa cruda realidad? En un libro llamado "Padres que odian" -lo leí con un entusiasmo increíble, en su momento. Es un libro totalmente practico, autoterapeutico para quienes han sufrido maltrato y con un planteamiento valiente y empatico con las víctimas- la autora refiere que una confrontación con padres maltratadores es muy delicada, y hay que ser muy maduro y mostrar mucha entereza (estar preparado psicológicamente, y aún así es dolorosisimo) porque aquellos podrían negar, justificar, proyectar o ignorar la experiencia maltratante. Y esta autora se refería a adultos. ¿Esto mismo, con niños, es conveniente? ¿No sería más prudente, primero, una psicoterapia -durante el tiempo que sea necesario- para que el niño se reconozca como víctima, pueda ir elaborando la experiencia dura de maltrato -interiorizar que los padres fueron incompetentes y no demonizarlos o idealizarlos- procesando emocionalmente el dolor, y posteriormente, más mayor, con mas madurez, que decida si quiere y/o puede hacer ese viaje, reflexionando con mas conciencia sobre el impacto psicológico que tendría?
 
Cuando el menor contacta con las figuras de apego primarias que le maltrataron, su mente recuerda la experiencia y las emociones y contenidos -tanto explícitos como sensoriales y emocionales- que quedaron registrados en la memoria. Y son recuerdos dolorosos. Esos recuerdos puede que no estén integrados, siendo posible que se produzca un desbordamiento emocional o, al contrario, una disociación; y cuando las emociones exceden el margen de tolerancia, el cerebro no puede procesar la información.
 
No pretendo alarmar a ningún padre o madre adoptivo que este leyendo esta entrada y se vea reflejado en una experiencia de este tipo. También hemos de considerar que los niños cuentan antes y después -así suele ser- con el refugio, cariño, comprensión y contención de sus padres adoptivos. Ademas, es deseable y necesario que los menores trabajen después, en psicoterapia, sobre estas experiencias que pueden procesarse y repararse. Y, finalmente, no es menos cierto que los niños pueden hacer un proceso resiliente si tienen los contextos y los entretejidos interpersonales apropiados que permitan que éste vaya emergiendo. Además, cada niño es un universo propio y cada caso se valora de manera individual. Y, finalmente, no todos los niños que vivieron estas experiencias de maltrato tienen que presentar matematicamente un trauma de apego. Hay casos en los que presentan problemas o alteraciones menos graves que el trauma de apego y pueden afrontar la experiencia sin desbordarse. Los que presentan apego desorganizado o trauma de apego pienso no deberían pasar por ello. Es muy probable que los padres biologicos tengan, a su vez, un apego no resuelto, con lo cual no pueden mentalizar al niño.
 
Mis interrogantes son si ésta es la secuencia y la edad apropiada para plantear este tipo de viajes y reencuentros. No lo tengo del todo claro por las razones que os he expuesto. Creo, en efecto, que es un viaje físico y mental que muchos adoptados emprenden o emprenderán, no exento de dudas, miedos, inseguridades, ambivalencias, dolor y posible retraumatización en algunos casos. Cada caso hay que estudiarlo muy bien. Es su derecho decidir libremente si necesitan ese viaje o encuentro con el ayer para poder descubrir un sentido y rehacer y reconstruir su vida; con el fin de experimentar con plenitud el presente y poder proyectarse al futuro. Pero, en general, pienso que para hacer esto se necesita una madurez, a mi modo de ver. Madurez que aún no se posee en la infancia.

Cyrulnik cuenta en su libro "Me acuerdo..." sus memorias a partir de su viaje a los lugares donde residió de niño, acogido por diversas personas, pues quedó huérfano por la crueldad nazi. Este autor comenta que a la sociedad le ha costado mucho escuchar los relatos de las víctimas y darles estatus de credibilidad, han sido necesarios muchos años para poder encontrar esa disposición a aceptar socialmente estas experiencias. Todavía hay quienes dudan (por desconocimiento) de los relatos de las víctimas o no pueden tolerar su escucha y las emociones que suscitan. Estos niños presentan historias, a veces escalofriantes, y hemos de ser conscientes de ello para saber acompañarles adecuadamente en su propio viaje. Sobre cuándo y cómo plantearlo he expuesto mi personal punto de vista. Ahora me gustaría conocer el vuestro. Por eso espero, como siempre, vuestros comentarios.

Hasta el próximo lunes 29, cuidaos / zaindu

lunes, 8 de abril de 2013

¿Hemos de referirnos a (todos) los niños adoptados como abandonados? Opiniones a propósito de un artículo publicado por Beatriz San Román.

 
Terminadas las vacaciones, regreso a mis tareas habituales entre las que está escribir, gustosamente, para todos/as vosotros/as, en este vuestro blog, Buenos tratos.

Recientemente, Beatriz San Román, de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha publicado un artículo en la revista Papeles del Psicólogo titulado: "De los hijos del corazón a los niños abandonados: construcción de los orígenes en la adopción en España"

Saludo y alabo iniciativas de este tipo porque promueven el debate y el intercambio de conocimientos y experiencias sobre la adopción y, sin duda, contribuyen a que todos reflexionemos sobre el tema. El artículo forma parte de un proyecto de investigación y está muy bien documentado.

Dicho artículo (muy interesante) podéis leerlo haciendo clic aquí. 

La entrada de hoy la dedico a dar mi personal opinión sobre el tema del concepto de abandono -en torno al cual, entre otros aspectos, gira el artículo-, y a la conveniencia o no del término y sus posibles efectos negativos etiquetadores en la población de personas adoptadas. Cabe preguntarse, de la mano de Beatriz San Román, si los niños adoptados son niños abandonados.
 
Este es mi punto de vista sobre algunos de los puntos que el artículo aborda:

1. El abandono es un sentimiento pero también una experiencia psicológica y física que han sufrido bastantes niños adoptados, sobre todo los de adopción transnacional, en distintos niveles de severidad. El abandono no solo es la separación de las figuras parentales que han vivido los niños a distintas edades y debida a causas diversas sino -lo que en mi opinión es más trascendente- el hecho de que, en una gran mayoría de los casos, el menor de edad queda en una situación de desamparo teniendo que ser tutelado por el estado y pasar así a residir en un centro de acogida o institución. En bastantes casos, los cuidados dispensados en estas casas de acogida (no en todas pero si en bastantes de ellas, al menos en mi experiencia) son de baja calidad (me refiero a los centros ubicados en otros países) Los niños no reciben ni la atención ni el afecto ni los cuidados ni la estimulación empática y sensible suficientes que necesitan para crecer y que su mente y cerebro, dependientes de la experiencia, maduren. Este tipo de negligencia y abandono emocional y en otros casos físico, se han estudiado y documentado suficientemente, comprobándose que deja unas secuelas psicológicas difíciles de superar, aunque no imposible, ni mucho menos. Por lo tanto el abandono es una experiencia, una desgraciada experiencia, que han sufrido bastantes niños adoptados y no sólo, a mi modo de ver, una palabra que alude a un sentimiento de pérdida por separación (que también) de las figuras de apego y de los orígenes. Es una tipología de maltrato recogida en los principales manuales que hablan sobre ello. Creo que la palabra abandono es perfectamente pertinente para designar esta experiencia. Comprendo la dureza del término pero a mí me parece que debemos llamar a las cosas por su nombre. Pienso que vivimos en una sociedad políticamente correcta a la que le parece "feo" denominar a ciertos hechos o experiencias con un término que les corresponde. Yo me pregunto de qué otra manera podríamos llamar a la vivencia de estar viendo el techo de un orfanato durante horas, sin apenas ver la luz del día, comiendo y bebiendo muy poco (desarrollando desnutrición) sin apenas contacto humano ni estimulación (tan vital para el bebé como la alimentación) Un joven adoptado me dijo un día, en consulta, que eso "no se le hace ni a un perro" Ni a un humano ni a un perro, por supuesto.

Existen otros casos en los que los niños son adoptados nada más nacer, o los que han tenido la dicha de vivir en una institución o familia que les han proporcionado cuidados óptimos. Este tipo de niños adoptados no soporta la pesada carga del maltrato por abandono. Tiene la herida de la pérdida de sus figuras parentales y de su país, lugares y esencias de origen, y me alineo con la postura que mantiene que es un sentimiento y que es legítimo que el adoptado lo viva así, lo pueda sentir como abandono. Este tipo de niños, normalmente, no tienen las secuelas de los que han sufrido la tipología de maltrato denominada negligencia y/o abandono. Y dichas secuelas han sido muy bien descritas por Rygaard en su libro denominado, precisamente, "El niño abandonado" En mi opinión, creo es conveniente diferenciar ambos tipos de abandonos. Abandono, según la RAE, es, en una de sus acepciones: "Dejar, desamparar a alguien o a algo".

2. Hacer alusión al abandono no estigmatiza a las familias o padres. A mi modo de ver es un non sequitur, esto es, de esa premisa no se sigue necesariamente que haya que estigmatizar a las familias que, en efecto, para bastantes adoptados -al menos en mi experiencia-, abandonan, sobre todo cuando éstos se hacen conscientes de su historia. El que lo hayan hecho no les demoniza. Nadie puede ni debe juzgarles porque presentaban incompetencias parentales y/o fueron las víctimas de un sistema social mundial injusto que se ceba con los más débiles (habría una co-responsabilidad social, en mi opinión) Nadie les ayudó, probablemente. Una decisión sin duda dura y difícil, tomada para poder proporcionar a su hijo una vida mejor que ellos no tuvieron ni que su vástago iba a poder tener. Una decisión que tomaron con dolor, a buen seguro. La única que probablemente pudieron tomar (menos en los casos de retirada de tutela por maltrato en los que la iniciativa de proteger al menor parte de las instituciones de cada país; hay casos de menores adoptados que han estado viviendo maltratados durante años hasta que se produjo una denuncia de, por ejemplo, los vecinos y las autoridades tras investigar, deciden la retirada de tutela y la adopción, para el menor de edad, como medida de protección. De todos modos, la adopción es siempre una medida de protección incluso cuando parte de los padres o familias que no pueden cuidar) En todos los foros de adoptados a los que he asistido se trata con sumo cariño y comprensión a todas las familias que no supieron o pudieron cuidar de sus hijos. Y así tratamos de que los adoptados lo elaboren.

Pero el niño se culpa del abandono sufrido; por ello, un trabajo primordial está en ayudarle a elaborar su historia para que pueda desculparse a si mismo y a su familia, poniendo el peso de la responsabilidad en los adultos que no pudieron o supieron cuidar, sí, pero sin demonizarles. Permitir la adopción es una manera de ser conscientes de su incapacidad o imposibilidad y facilitar que otras personas puedan proporcionarle lo que el niño se merece y lo que es su derecho: tener otra familia o personas que le garanticen los cuidados óptimos para su bienestar y buen desarrollo. Cuando el niño va elaborando su historia, es cuando va resiliando del sentimiento de abandono y de la experiencia del maltrato por abandono, si la ha sufrido. Y es cuando libera toda la ira, tristeza, miedo... por lo vivido. Al aceptar, pues, puede ir reconciliandose con su pasado. Pero para poder hacerlo debe de sacar todo su dolor, hay que ratificar el mismo y validarlo, hacer una labor de acompañamiento y favorecer que desarrolle un proceso resiliente. Y aquí es donde quiero llegar.

3. La resiliencia es posible. El libro "El niño adoptado. Comprender la herida primaria", de Nancy Newton Verrier, siempre me ha parecido muy determinista. Prefiero mil veces más "Los patitos feos", de Cyrulnik. No hay que minimizar ni un ápice la experiencia de ser separado y el sentimiento de perdida de los lugares de origen y de la familia. Pero sí sostengo que esta herida primaria que parecería que el adoptado ha de arrostrar de por vida -casi como el mito de la persona que vive condenada a subir una cuesta con un peso a su espalda y, cuando está a punto de culminar la elevación, cae al punto de partida y, así, vuelta a empezar ad infinitum- se puede elaborar. Niños y jóvenes con historias durisimas de abandono a sus espaldas nos demuestran que es posible estar psicológicamente bien y, además, crecer desde esta adversidad. Yo mismo he tenido la dicha de vivir en la consulta y compartir con los niños y los jóvenes un proceso resiliente y celebrarlo juntos. Para ello, es necesario lo que apuntamos en este blog muchas veces: tutores de resiliencia que te acompañen incondicionalmente; la implicación de todos los agentes sociales como la tribu o la manada que ayuda a resiliar al menor de edad; y apoyos especializados médicos, pedagógicos y psicoterapéuticos... En particular, la psicoterapia puede contribuir a que la persona construya su historia. Entonces, esta historia ya no le acontece, el paciente se apropia y empodera de la misma. La psicoterapia debe de incluir, por ello, el trabajo del relato de su historia y -aquí coincido con Beatriz San Román- ayudarle a interiorizar un discurso en el que el abandono sea elaborado psicológicamente. Algo que no siempre es posible de elaborar por completo pero que merece la pena hacer en todos los casos porque se contribuye a que el niño integre la experiencia en su vida de manera resiliente. Entonces, se puede nombrar el abandono sin tanto dolor y vergüenza, incluso con el orgullo de haber sido un héroe o heroina de una historia que ha trabajado para retomar un buen desarrollo y resiliar. No será como si nada hubiera pasado, pero sí es como la botella de plástico que se arrugó pero adopta de nuevo su forma original (con arrugas, claro, pero su forma original) Es cuando el abandono se elabora y se puede aceptar por la persona de una manera más cercana a otra acepción del término según la  RAE: "Entregar, confiar algo a una persona o cosa"

4. Víctimas, si. Victimismo, no. Algunos niños adoptados han sido víctimas muchas veces de experiencias de ruptura, pérdidas y, en ocasiones, (mucho más de lo que se cree, estimo desde mi experiencia) de malos tratos físicos, psicológicos y abuso sexual. Experiencias por las que ningún ser humano debería de pasar y que nos dan la idea de que este mundo, por muchas revoluciones y cambios que ha vivido, nunca ha empezado por lo fundamental: el cambio individual profundo. La experiencia del abandono sólo sabe qué es quien la vive en su piel. Debe ser muy doloroso y duro, sin duda. Por ello, creo, otorgarle la condición de víctima a quienes la sufren, es justo y reparador porque te exime del cuchillo de la culpa. Ya hemos dicho que los niños se culpan del abandono y hasta creen merecerlo. Uno de los trabajos a hacer es ayudar al menor de edad a tomar conciencia de que sus problemas emocionales se asocian a esta experiencia, pues muchos de ellos viven en la inconsciencia. Y que muchas de las manifestaciones que experimentan en forma de sensaciones o emociones de malestar se vinculan con la memoria implícita, la memoria no episódica o verbal (cuando el abandono sucede en la etapa preverbal), de la cual no se tiene recuerdo consciente.

Pero no podemos quedarnos aquí ni estimular esta condición -aquí también coincido con Beatriz San Román-. Esto explica sus problemas pero no los justifica ni le exime de responsabilidad. El niño o joven no es responsable de que le abandonaran o maltrataran pero sí es responsable de trabajar para promover su propio bienestar y recuperacion, y hay que alentar y apoyar esa responsabilidad.

Por ello, en psicoterapia hemos de trabajar con el paciente para que en la medida que se vaya avanzando (en un proceso duro, difícil y no exento de complicaciones) camine hacia el proceso de reconstrucción que señalan Barudy y Dantagnan: de culpable a víctima; de víctima a superviviente; y de superviviente a viviente (felicidad y resiliencia de vivir pese a lo ocurrido)

5. Cerebro centrismo no, aportaciones de la neurobiologia, sí. Aquí disiento de Beatriz San Román porque no podemos ni debemos minimizar el impacto que la separación o la pérdida de las figuras de apego tiene sobre el cerebro. Y no digamos el maltrato o el abandono. Yo mismo he podido constatarlo en mi practica clinica. Cada vez se recoge más evidencia al respecto. Esto no es cerebro centrismo sino, a mi modo de ver, enriquecimiento del corpus de la psicología. Los psicólogos no podemos trabajar con nuestros pacientes como si el cerebro no tuviera nada que ver con la conducta, las emociones y las cogniciones (como dice mi amigo y colega psiquiatra Rafael Benito) Lo mismo que la psicología se nutre de muchas otras ciencias, puede y debe nutrirse de las neurociencias. Autores como Damasio, Siegel, Schore o Cozolino -por citar tan sólo a unos pocos- son auténticos genios que nos han enseñado muchísimo y nos han aportado otra forma de hacer psicoterapia.
6. El término separación, sí;  la palabra abandono, no. Afirma Beatriz San Román, al final del artículo, lo siguiente: "Si en lugar de definir a las personas adoptadas como “víctimas” y de hablar de su experiencia como “abandono”, se hablara de “separación” (de sus primeras familias), tal vez se podría facilitar la reconciliación con “los orígenes”, no solo por parte de las personas adoptadas, sino también de (y con) las madres –y padres– de nacimiento, a cuyo silenciamiento y estigmatización sigue contribuyendo el “nuevo” discurso de la adopción en España. “Separación”, en tanto término neutro que describe un hecho –también– neutro, permitiría a las personas adoptadas incorporarlo como tal, es decir, como un hecho, en su relato autobiográfico y gestionar los posibles malestares derivados del mismo sin el dolor del rechazo" En mi opinión, no existen en psicología hechos neutros y en caso de existir, no creo que ni el abandono ni la separación puedan considerarse como tales. Quizá la palabra separación tenga menos carga emocional que la palabra abandono, pero, ¿neutro? No lo veo, por muchas vueltas que le doy.
 
Y ahora espero gustosamente vuestros comentarios, opiniones, críticas a favor, en contra, otras visiones del tema...

Finalizo esta entrada con dos excelentes noticias:

Mi colega Conchi Martínez Vázquez ha creado su propio blog titulado: "Resiliencia infantil. Apego, parentalidad y buen trato" Ha visto la luz a finales de marzo. Es una gran satisfacción para mí comprobar cómo cada vez se suman más personas a esta gran red de personas y profesionales motivados por el apego y el buen trato. Conchi atesora grandes conocimientos y experiencia, por lo que vaticino que su blog va a ser un éxito. ¡Felicidades, Conchi! Su dirección es la siguiente: http://resilienciainfantil.blogspot.com.es/ ¡Seguidle la pista a Conchi!

También quiero agradecer a mi amigo Alberto Barbero Tejedor el que se haya hecho eco del último libro que he publicado -"Construyendo puentes. La técnica de la caja de arena (sandtray)"- en su magnífico blog titulado: "Personas y equipos productivos"; realizando una reseña del mismo y, con gran creatividad, proponga cómo ve él su uso en una sesión de coaching personal o de equipo y centrándolo, sobre todo, en el objetivo de entender más a fondo una situación o problema para poder buscar más adelante formas de gestionarla. Os recomiendo su excelente blog. ¡Gracias, Alberto!
 
Cuidaos / Zaindu, y hasta la semana próxima.

lunes, 14 de enero de 2013

"Es del todo inadecuado acoger a un niño adoptado y amarle" (Winnicott)


Al leer el titular de la entrada de esta semana, a buen seguro que no os habréis quedado indiferentes. A mí me pasó igual cuando lo leí.
He estado revisando al autor Winnicott (médico y psicoanalista inglés, el primer pediatra en formarse como psicoanalista), quien tiene una particular visión –que os voy a transcribir a continuación- sobre la adopción y el acogimiento. La verdad es que en un primer momento impacta: “¿No amarle? ¡Pero cómo no le vamos a amar!”, nos decimos a nosotros mismos entre sorprendidos y  quizá un tanto indignados.
Me gustaría que leyerais su aportación (sobre todo los padres y las madres, y especialmente los adolescentes y adultos adoptados/as) y dejéis vuestro punto de vista en los comentarios. Al principio, mi primera reacción tras la lectura de las palabras de Winnicott ha sido la de sentirme un tanto desconcertado. Pero después, más sosegadamente, haciendo una reflexión, considero que su planteamiento tiene sentido sobre todo para los niños que han sufrido abandono severo, tanto si posteriormente son adoptados o acogidos en familia como en una institución. Además, el autor –como vais a ver- razona y matiza la frase con la que hemos titulado la entrada de esta semana. Se trata de no sólo amar sino también de tolerar el odio. Esto es, de no menoscabar el papel que las emociones negativas cumplen para que podamos crecer como personas. Creo que esto es especialmente importante para familias que no toleran la expresión de las emociones en general y las negativas (rabia, odio, miedo...) en particular. Para un/a adoptado/a creo que es necesario sentir que su familia adoptiva puede escuchar, comprender, contener y hacerse cargo también de las emociones intensas como lo es el odio.
Vamos con ello.
Winnicott inició su carrera trabajando con niños desplazados debido a la Segunda Guerra Mundial, y estudió las dificultades de los niños que tratan de adaptarse a un nuevo hogar.
En un artículo titulado Hate in the Countertransference (El Odio en la Contratransferencia) [1], Winnicott dice lo siguiente:
“Es del todo inadecuado acoger a un niño adoptado y amarle. De hecho, los padres deben ser capaces de acoger al niño adoptado en su casa y tolerar odiarle. El niño solo puede creer que se le quiere después de que se le haya odiado, e insiste en que no se puede subestimar la importancia de la tolerancia del odio en los procesos de curación. Cuando a un niño hasta entonces privado de cuidados parentales apropiados se le ofrece la ocasión de recibirlos en un ambiente familiar sano, como el de una familia adoptiva, el niño comienza a desarrollar una esperanza inconsciente. Pero a dicha esperanza viene asociada el miedo: cuando un niño ha sufrido en el pasado una decepción tan devastadora, con sus necesidades físicas y emocionales más básicas insatisfechas, se erigen unas defensas: unas fuerzas inconscientes que protegen al niño frente a la esperanza que puede quedar frustrada. Esas defensas, según Winnicott, explican la presencia del odio. El niño experimentará un estallido de ira contra la nueva figura parental, mediante el cual expresará su odio y lo suscitará a su vez en quien le cuida.
Para un niño que ha sufrido, la necesidad de odiar y ser odiado es más profunda incluso que la necesidad de rebelarse, y la tolerancia del odio por parte de los nuevos padres es un factor fundamental para la salud mental del niño. Debe permitirse al niño expresar ese odio, y los padres adoptivos deben de ser capaces de tolerar el odio, tanto el del niño como el propio.
Esta idea puede resultar chocante, y asimismo puede resultar difícil aceptar que es odio lo que crece dentro de uno. Los padres pueden sentirse culpables teniendo en cuenta las dificultades por las que el niño ha tenido que pasar antes; pero éste actúa de forma hostil hacia los padres, pues proyecta las antiguas experiencias de rechazo y abandono sobre la realidad actual.
El niño necesita ver lo que ocurre cuando aflora el odio. Lo que pasa, dice el pediatra inglés, es que pasado un tiempo el niño adoptado concibe esperanza, y comienza a poner a prueba el ambiente que ha hallado y la capacidad de su guardián de odiar objetivamente.
Las emociones que el odio del niño suscita en los padres, así como en los profesores y en otras figuras de autoridad, son muy reales. Winnicott considera clave que los adultos reconozcan tales sentimientos y no los nieguen, lo cual podría parecer más fácil. Deben comprender que el odio del niño no es personal: el niño expresa la ansiedad producida por su infeliz situación anterior con las personas que tiene ahora a su alcance.
Lo que haga la figura de autoridad con su propio odio tiene evidentemente, una importancia fundamental. La creencia del niño de que es malo e indigno de ser amado debe verse reforzada por la respuesta del adulto, que ha de tolerar los sentimientos de odio y entenderlos como parte de la relación. Esta es la única manera de que el niño se sienta seguro y capaz de establecer un vínculo.
Por abundante que sea el cariño que se encuentre en el nuevo ambiente, para el niño eso no borra el pasado, del cual el niño conserva sentimientos residuales. El niño espera que el odio que siente el adulto le lleve a rechazarlo porque eso fue lo que ocurrió antes; cuando esto no ocurre y en lugar de ello los sentimientos de odio son tolerados, entonces estos pueden empezar a disiparse”
Os doy mi opinión.
Los niños y niñas abandonados y maltratados (sobre todo los que han vivido estas adversas experiencias no sólo una vez sino de manera continuada (desgraciadamente, pues deja un profundo sufrimiento y un sentimiento interno de devaluación y desvalorización del sí mismo), son los que efectivamente odian no solo a quienes les adoptan o acogen sino también -me atrevería a decir- que a todo el género humano. Los adultos les han fallado gravemente. En la psicoterapia yo mismo he vivido la expresión de ese odio, y cuando he dejado que el mismo aflore, lo he validado como emoción que puede y es normal que sienta y he sabido contenerlo, el niño ha terminado por vincularse al terapeuta y ha llegado a sentir afecto positivo y abrirse para trabajar sus emociones dolorosas y sus problemas. Pero no he actuado mi rabia o mi odio al niño echándole de la terapia o adoptando cualquier otra consecuencia aversiva.
La cuestión –muy dura para todos, pero en especial para los padres y familias adoptivas y acogedoras pues de un hijo no se espera odio; una madre me dijo hace unos días, desesperada: “es que yo no estaba preparada para que mi hija me rechazara de ese modo”- es que seamos capaces, que podamos –buscando los apoyos que necesitemos- comprender y aceptar que el odio no es hacia nuestra persona sino que es, como apunta Winnicott, una proyección de fuerzas inconscientes que le protegen de la posibilidad de ser abandonado de nuevo.
La expresión del odio puede aceptarse como emoción, pues sólo es una emoción, si lo pensamos bien. Aceptamos sus emociones pero no las conductas que puedan dañar. Pero… “¿tolerar que mi hijo exprese odio hacia mí, yo que sólo le deseo lo mejor?”, podéis contestar. No es eso. Es tolerar que el hijo o el niño exprese su dolor y su odio por el abandono y que seamos capaces de aceptar que no va contra nosotros sino que es una proyección. Decirle que él puede sentirlo, que es normal que lo sienta, ratificarle en que su dolor tiene su buena razón, que quienes le tenían que cuidar le decepcionaron profundamente y que ahora cree que eso puede volver a ocurrir y es esperable por ello que se proteja del riesgo que supone amarnos; porque si nos ama, para él en su mente traumática existe el fantasma de que me pueden volver a dejar, con la profunda y dura decepción que ello conlleva. Pero es un camino que conduce a la creación del vínculo, pues en la mente del niño opera: “Le he odiado, pero no me ha abandonado, ni pegado, ni vejado…” Mentalizarnos que en determinados niños (sobre todo en los de apego desorganizado) forma parte de su proceso de sanación emocional, puede ayudarnos. Entender por qué ocurre evita que nos culpemos y le culpemos al niño. Y podamos ser, así, capaces también de tolerar ese odio que el niño puede suscitar en nosotros expresando nuestras emociones sanamente cuando el niño nos pone fuera de nuestras casillas pero sin caer en la trampa de actuar el odio haciéndole daño con una verbalización dura o con castigos físicos.
Termino con estas palabras de Rygaard (“El niño abandonado”) que son un mensaje que muy bien podríamos decir a los niños adoptados o acogidos en relación a esto que hemos tratado hoy:
“Tú no me quieres y me dices con frecuencia que te quieres marchar. Te fallan las personas de las que provienes y también los amigos que tenías. Tú piensas que amarme sería traicionarles. Bueno, ¿sabes una cosa?, todo esto a mí me parece muy bien. Mira, yo sé que cuando un niño es adoptado [acogido] se siente abandonado y tiene la impresión de que no vale nada. Todos los niños se sienten así cuando alguien se marcha. Eso lo entiendo. […] Te quiero tanto que tú no tienes que amarme. Espero que un día me digas qué es lo que te hace sentir triste”
La semana que viene comienzo a hablaros del libro sobre la técnica de la caja de arena que publico el próximo mes.
Cuidaos / Zaindu





[1] Artículo y texto citado de “El libro de la Psicología”. Editorial Akal. Madrid, 2012