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lunes, 24 de junio de 2024

Cuidar a los que cuidan: desgaste profesional y cuidado de los equipos que trabajan con violencia, por Ana María Arón y María Teresa Llanos, psicólogas. ¡Buenos tratos se despide hasta septiembre de 2024!


Cuidar a los que cuidan: desgaste profesional y cuidado 
de los equipos que trabajan con violencia

Ana María Arón, Ph.D. y Maria Teresa Llanos

Fotografía de Ana María Arón (Radio Infinita)


Ana María Arón fue la ponente de honor de las VI Conversaciones sobre apego y resiliencia infantil, celebradas en San Sebastián, Gipuzkoa (España), los pasados días 16 y 17 de mayo de 2024. Ana María nos deleitó con una excelente ponencia sobre el cuidado de los equipos que trabajan con violencia, y pudimos ofrecerle un sentido homenaje por sus años de dedicación y labor profesional sobre el tema de la violencia y los desastres naturales y sus consecuencias en las personas. Fue un placer conocerte y tenerte con nosotros unos días, Ana María. 

Ella nos ha compartido, generosamente, este artículo (que solo tiene un uso restringido) donde desarrolla, junto con la psicóloga María Teresa Llanos, el mismo tema, de manera más extensa, que expuso en la conferencia de San Sebastián, para que podamos profundizar y reflexionar sobre este importante asunto que nos afecta a todos y todas los y las que trabajamos con víctimas (niños y niñas, mujeres, familias...)

Ana María Arón, en un momento del homenaje que las VI Conversaciones
le tributaron en San Sebastián, el día 16 de mayo de 2024



Ana María Arón nos cautivó a todos y a todas en San Sebastián, en las VI Conversaciones, no sólo por el contenido, sino por la serenidad y la convicción con la que hablaba y la conexión emocional que logró con las personas que asistieron al congreso.

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Fuente:

Arón, A.M. y Llanos, M.T (2005) Cuidar a los que cuidan: desgaste profesional y cuidado de los equipos que trabajan en violencia. Sistemas Familiares 20 (1-2) 5-15. 


Introducción

En este artículo se abordará el problema del desgaste profesional que afecta a los profesionales y los equipos que trabajan en temáticas de violencia, enfatizando los aspectos de autocuidado y cuidado de los equipos. Los temas abordados se refieren a la experiencia de un equipo de trabajo con víctimas de violencia y sus vivencias en relación al impacto que este trabajo tiene en los profesionales y los equipos que abordan estas temáticas. La experiencia de este programa aparece publicada en detalle en el libro “Violencia en la Familia. Un programa de intervención en red: la experiencia de San Bernardo (Arón, 2001). Después de diez años de trabajo con víctimas de violencia en el Consultorio externo de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica de Chile y en un programa de intervención en redes en el tema de violencia doméstica, el tema del desgaste profesional emerge como central en los equipos que trabajan en contacto con estos temas. Nuestra propia experiencia y el reporte de otros equipos que han trabajado en temas similares indica que quienes trabajan con víctimas de cualquier tipo de violencia están expuestos a un nivel de desgaste profesional, en lo personal que puede llegar al agotamiento profesional o burnout y ser causa de trastornos psicológicos graves, del abandono de la profesión o del campo de trabajo. A la vez estas temáticas impactan también a los equipos trabajo erosionándolos con graves consecuencias tanto para la supervivencia de los equipos, para sus integrantes como para los consultantes o usurarios de estos equipos.

Al no contar con modelos explicativos sobre estos fenómenos la tendencia habitual de los equipos es atribuirlos a déficit personales, tanto propios como de los demás integrantes del grupo de profesionales, lo que genera dinámicas muy destructivas al interior de los equipos. Poder reflexionar acerca de lo que les ocurre a quienes trabajan con víctimas y agresores permite tomar distancia de estos fenómenos, darles nombre y por lo tanto abrir la posibilidad de ponerlos en perspectiva. y desarrollar estrategias que permitan retomar el control sobre lo que ocurre con los equipos y sus integrante. 

El concepto de burnout 

El término Burnout fue usado originalmente en los años 60 para referirse a los efectos del abuso crónico de drogas. A Herbert Freudenberger (1974), un psicoanalista neoyorquino, se le atribuye el haberlo usado por primera vez para aplicarlo al tema del agotamiento profesional entre los profesionales de ayuda. Se refirió a cómo el carisma y el compromiso social van siendo reemplazados en estos trabajadores por agotamiento, fatiga y otros malestares psicosomáticos.

Luego que Freudenberg (1974), desde la psiquiatría y Christina Maslach (1982) desde la psicología se refirieran por primera vez a este concepto, comenzaron a realizarse numerosos estudios, investigaciones sobre el tema que dieron como resultado que entre 1973 y 1983 se escribieran más de 1000 artículos, libros, capítulos sobre burnout y entre 1983 y 1993, 1500 publicaciones sobre el tema. 

Freudenberg define el burnout como “un estado de fatiga o frustración que aparece como resultado de la devoción a una causa, a un estilo de vida o a una relación que no produce las recompensas esperadas” (Freudenberg, (1974) Uno de los puntos que enfatiza Freudenberg es que no se trata de agotamiento por exceso de trabajo, es decir, no es algo que pueda curarse tomando unas vacaciones. No se trata sólo de cansancio, sino que es una especie de “erosión del espíritu”, que implica una pérdida de la fe en la empresa de ayudar a otros.

El burnout ocurre en muchas áreas profesionales, especialmente en aquellas en que se trabaja con personas, que suponen una fuerte vocación en los profesionales y en que poco a poco la desilusión reemplaza la visión idealista de la tarea emprendida. Se plantea que el origen del término y el interés por el concepto surge desde la clínico y no desde lo académico, es decir desde aquellos que trabajan en áreas de servicios a personas en que la relación con el usurario es central para el desempeño del trabajo, lo cual a menudo sobrecarga de tensión emocional a quien entrega el servicio. La mayoría de los estudios pioneros sobre este tema aparecen, por lo tanto, en aquellas ocupaciones que se relacionan con personas, como son la educación, la salud, el servicio social, la asistencia judicial, la salud mental, la religión

Descripción del desgaste profesional en operadores sociales que trabajan con violencia

A continuación describiremos algunos de los conceptos que hemos desarrollado para comprender el problema del desgaste profesional, que presenta una intensidad cualitativamente distinta cuando el campo de trabajo se refiere a la violencia: ya sea al trabajo con víctimas o con victimarios. El trabajo en estas área puede describirse como una profesión de alto riesgo, lo que implica estar expuesto en mayor grado a las consecuencias que se han descrito en el desgaste y agotamiento profesional, lo que implica que para trabajar en estas áreas en importante tomar precauciones, del mismo modo que los trabajadores que se desempeñan en trabajos peligrosos como el trabajo en altura, por ejemplo, toman los debidos resguardos para no exponerse innecesariamente a riesgos adicionales. A ninguno de estos obreros se le ocurriría realizar sus tareas sin el uso de cascos protectores, cinturones de seguridad y plataformas de amortiguación de caídas. Sin embargo, los operadores sociales que trabajan en contacto directo con temas de violencia, lo hacen sin tomar las debidas precauciones, que corresponderían a lo que hemos denominado factores protectores en el trabajo con violencia.

Conceptos clave para la comprensión del fenómeno desgaste profesional y agotamiento profesional o burnout

El desgaste y el agotamiento profesional, que se han descrito en los párrafos anteriores, se refiere a una reacción caracterizada por síntomas como cansancio que va más allá de lo esperado de acuerdo las exigencias de desempeño físico de las labores realizadas, fatiga, lentitud, una serie de síntomas físicos que van desde dolores de cabeza, de cuello de espalda, problemas del aparato locomotor, del aparato digestivo, irritabilidad, alteraciones del sueño y del apetito, problemas de la piel y mayor vulnerabilidad a todo tipo de enfermedades. Síntomas conductuales como llegar tarde al trabajo, ausentismo laboral, trabajar muchas horas pero lograr poco, pérdida del entusiasmo, facilidad para frustrarse, aburrimiento, rigidización y dificultad para tomar decisiones. Síntomas que se expresan interaccionalmente, como aislarse de los colegas, cerrarse a nuevas informaciones, aumento de la irritabilidad con los compañeros de trabajo. Puede aparecer también dependencia al alcohol o drogas como una manera de anestesiar el dolor que implica la erosión espiritual.

Entre los síntomas psicológicos aparece la desmotivación, irritabilidad, decaimiento psicológico, sensación de vacío, deterioro del autoconcepto, visión negativa de la vida y de los demás. Culpa, autoinculpación por la falta de logro con los consultantes, o en el otro extremo, sentimientos de omnipotencia. Vivencias que se mueven en los polos de impotencia y omnipotencia, de autoculpabilización y culpabilización de otros. Se acompaña además de vivencias de incompetencia (crisis de competencia), y fantasías de abandono o cambio del trabajo

Pueden aparecer cambios en el ámbito más espiritual como pérdida de la fe y del sentido del trabajo, crisis de valores, crisis vocacional, aumento de la escrupulosidad, cambios en las ideas religiosas y en las afiliaciones a grupos de referencia.

El trabajo clínico comienza a presentar problemas como excesiva distancia con los pacientes, culparlos por todo lo que les pasa. Aumento del uso de etiquetamiento psicopatológicas como "pacientes borderline" o presencia de ‘trastornos de personalidad’; ensoñaciones durante las sesiones, hostilidad hacia los clientes, aburrimiento con los consultantes, apresuramiento en el diagnóstico, apresuramiento en la medicación

Esta reacción de desgaste profesional o sensación de "estar fundido" (burnout) se presenta en profesiones que trabajan en contacto con personas, especialmente en profesiones de ayuda y en aquellos que trabajan con temas como violencia, abuso, traumatización, especialmente con personas que viven en pobreza, que representa una situación de violencia social. Muchos de los síntomas descritos se parecen a la depresión o al trastorno por estrés, sin embargo la idea de nombrar a estas reacciones como "desgaste profesional, tiene como objetivo una reformulación del problema que implica un cambio en los niveles de conceptualización y de responsabilidad. Reformulación que permite definir este conjunto de dificultades que afectan al operador social, a los equipos y a los usuarios, en términos manejables, poniendo el énfasis en el desempeño profesional y en las temáticas de trabajo. Cuando hablamos de estrés o de depresión, el foco está puesto en los problemas personales del operador social que interfieren con una buena adaptación y por lo tanto con un adecuado desempeño en el área laboral. Al hablar de desgaste profesional y de agotamiento profesional lo que estamos diciendo es que la sintomatología descrita no es un problema de trastornos psicológicos individuales sino que se trata de reacciones que presentan todas las personas que trabajan en contacto con estas temáticas y en determinadas condiciones laborales. Permite por una parte enfatizar la responsabilidad del ámbito laboral y de los temas con los que se trabaja en el desarrollo de estos problemas y a la vez desarrollar estrategias de abordaje y de protección, ya sea desde los equipos de trabajos como desde lo personal. Pone de relieve el concepto de desarrollo de factores protectores: la necesidad de cuidarse para poder cuidar a otros.

Existen algunos conceptos que nuestro equipo de trabajo ha precisado y que son fundamentales para entender el problema de burnout en profesionales que trabajan con violencia. Estos son la contaminación temática, la traumatización vicaria y la traumatización de los equipos.

Contaminación temática

La contaminación temática se refiere al efecto que tiene sobre las personas y los equipos el trabajar con temas de alto impacto emocional, como son el daño y la violencia en todas sus formas. Trabajar en contacto con temas como los descritos va produciendo un impacto silencioso en las personas y los equipos que equivale al contagio y la contaminación que ocurre insidiosamente al vivir en contacto cercano con sustancias tóxicas. Lo mismo ocurre al estar en contacto permanente con temas de daño. 

Este impacto se traduce en fenómenos como la traumatización vicaria y la traumatización de los equipos.

Traumatización vicaria

La traumatización vicaria se refiere al efecto de reproducir en uno mismo los síntomas y sufrimientos de las víctimas de cualquier forma de violencia nos reportan, al trabajar profesionalmente con ellas o con los victimarios. Uno de los efectos de trabajar en contacto con la violencia es que el operador se contacta con sus propias experiencias de abuso y maltrato, conscientes o no consciente, actuales o pasadas. Estas experiencias pueden referirse al haber sido víctima o victimario. Algunos de los efectos de esta victimización vicaria es la hiper-sensibilidad frente a situaciones en que uno siente que sus propios derechos son pasados a llevar y como consecuencia aparece una hiper-reactividad frente a esas situaciones. Personas que se caracterizaban por su serenidad y tranquilidad para enfrentar situaciones conflictivas comienzan a reaccionar airadamente o a sobrereaccionar, cuando están en contacto con temas como la violencia.

Traumatización de los equipos

En los sistemas abusivos se describe una dinámica en que participan los abusadores -personas que están en una posición de poder y abusan de ella-, las víctimas, que sufren el abuso de poder recibiendo daño físico o psicológico- y los terceros, que son quienes saben, o están en posición de saber que está ocurriendo el abuso. El abuso está protegido por la ley del silencio, que mantienen al abusador en la impunidad y silencia a las víctimas. Cuando los terceros también son silenciados, el sistema abusivo se mantiene, pudiendo quebrarse solamente cuando los terceros rompen la ley del silencio. 

La traumatización de los equipos se refiere al efecto de reproducir en el grupo de trabajo las dinámicas del circuito de la violencia. Es decir, algunos son percibidos por los demás como abusadores, la mayoría se percibe a sí mismo como víctima, los equipos se disocian, se arman coaliciones, triangularizaciones. Las emociones que circulan son las de miedo intenso, persecución, sensación de abuso, abuso de poder, designación de chivos emisarios, expulsión de algún miembro, conflictos de lealtades. Los equipos más traumatizados presentan aislamiento de sus miembros, dificultad para ventilar los conflictos y aparecen externamente muy silenciados. El trabajo con los usuarios también se resiente, pudiendo estos recibir de rebote la carga de los conflictos no resueltos del grupo. Los equipos traumatizados pueden ocasionar mucho sufrimiento a sus integrantes y habitualmente tienen una alta rotación de personal, pudiendo llegar a desintegrarse por completo. La traumatización de los equipos es una de las principales causas que esgrimen los profesionales y operadores sociales que abandonan éste campo de trabajo (Aron,2001)

La reformulación de estos problemas como "traumatización de los equipos" permite abordar el problema desde una perspectiva grupal y temática, más que individual, que ha sido la forma de abordarlo tradicionalmente. En los equipos traumatizados las personas están también dañadas, entender esas dinámicas poniendo el énfasis en las características de personalidad de tal o cual integrante del equipo, nos reduce a la solución posible de las psicoterapias individuales como única salida. Eso considerando que las personas estén en condiciones emocionales y de orden práctico para realizarla, y que además los procesos terapéuticos sean exitosos. Aún en el mejor de los casos, puede aliviarse el sufrimiento individual pero no se abordará el tema del trabajo del equipo, y lo que es más grave del servicio a los usuarios que necesitan su ayuda.

Autocuidado y cuidado de los equipos: visualización de sí como profesional de riesgo y desarrollo de factores protectores

El trabajo en contacto directo con víctimas de violencia y con equipos que trabajan en ese ámbito temático nos ha llevado a desarrollar el concepto de riesgo que es el primer paso para del autocuidado: reconocerse como profesionales y como equipos en riesgo y dedicar recursos al desarrollo de estrategias que permitan amortiguar el efecto nocivo y contaminante que tiene el trabajo en estos temas. Las autoras de este capítulo hemos debatido largamente la conveniencia de centrar las estrategias protectoras en un nivel individual o del equipo y de la institución. Finalmente acordamos incluir todos los niveles: por una parte el autocuidado es una responsabilidad personal de cada profesional y operador social y debe asumirlo como tal. Pero quedarnos sólo en ese nivel implicaría una sobrecarga adicional: además de todas las fuentes de desgaste descritas anteriormente se agregaría la carga de hacerse cargo del propio cuidado, por eso pensamos que es fundamental incluir el nivel de cuidado de los equipos, que es responsabilidad de los niveles directivos e institucionales, en términos de generar condiciones "cuidadosas" y protectoras para el trabajo de sus equipos. Abordar este tema en profesionales de ayuda, que están permanentemente orientados hacia las necesidades de otros, supone un cambio para dirigir la mirada hacia uno mismo y hacia los grupos de trabajo, que son la herramienta fundamental en las relaciones de ayuda. La mayoría de los equipos e instrumentos de precisión no sólo tienen períodos de mantención periódica sino que están a cargo de personal técnico especializado que detectan el más mínimo error en su funcionamiento. Mientras más valiosas son las maquinarias, mayor es la inversión en su cuidado y mantención. A eso se refiere la responsabilidad por el autocuidado: exigir condiciones de trabajo que no impliquen ser tratados como profesionales desechables, y que sean acordes a la delicada tarea encomendada.

Agruparemos las estrategias de autocuidado en distintos niveles: nivel individual, de equipos, institucional, de redes, y suprainstitucional, aún cuando, desde una perspectiva ecosistémica están todos sincrónicamente relacionados y muchas de ellas se superponen. La mayoría de las estrategias propuestas a continuación han sido fruto del trabajo y la reflexión del equipo y del trabajo en talleres de autocuidado y cuidado de los equipos con diversos operadores sociales (Sename, 1998, 1999, 2000. Academia judicial, 1998, 1999, 2000; Fundación Educacional Arauco, 1999, 2000).

Estrategias de autocuidado: Perspectiva individual

Ser adulto implica hacerse cargo de uno mismo. Quizás lo que más diferencia a los niños de los adultos, es la obligación del adulto de responsabilizarse por sí mismo y por su cuidado personal. Aunque en nuestra fantasía siempre añoramos a otro que se haga cargo de nuestras necesidades y cuidados, alguien que nos indique cuando estamos demasiado cansados o estamos exagerando la carga de trabajo, en la vida real si no nos preocupamos por nosotros mismos corremos serios riesgos. A continuación mencionaremos algunos de los cuidados que han demostrado ser importantes a nivel del cuidado individual.

• Registro oportuno y visibilización de los malestares:

La cultura en que vivimos habitualmente nos socializa para no registrar los malestares. En nuestra sociedad es considerado un valor el ser "aguantador" o "aguantadora", especialmente esta capacidad de invisibilizar los malestares es muy valorado en los mujeres y en las niñas. La socialización también nos enseña a no registrar sensaciones que se relacionan con necesidades básicas: hambre, sed, necesidad de descanso, evacuación, presencia de dolores, etc. Los seres humanos, como el resto de los animales, estamos dotados con sistemas de registro de las necesidades, malestares, dolores, cuya finalidad es atender a las necesidades oportunamente, o evitar las fuentes de dolor y malestar. Sin embargo lo seres humanos aprendemos a silenciar estas señales postergando la satisfacción de necesidades básicas o invisibilizando las fuentes de dolor y malestar.

Una estrategias importante de autocuidado se refiere a recobrar la capacidad de registrar oportunamente los malestares. Una gran cantidad de los trastornos que se describen como consecuencia del burnout se relacionan con no haber registrado oportunamente fuente de estrés o malestar, acumulando tensiones por largos períodos de tiempo que desembocan en lesiones o enfermedades. Recuperar la capacidad de registrar los malestares, tanto los físicos como los psicológicos es uno de los requisitos fundamentales del autocuidado. Es decir, darnos cuenta cuando debemos descansar, cuando tenemos hambre, cuando debemos ir al baño, cuando debemos atender a dolores por una posición incómoda. Del mismo modo, ser capaz de registrar las molestias psicológicas oportunamente, lo que se relaciona con desarrollar estrategias adecuadas de abordaje de conflictos.

• Vaciamiento y descompresión

Trabajar con temas contaminantes supone estar en contacto y recibir permanentemente material tóxico. Cuando una industria produce desechos tóxicos no puede vaciarlos en cualquier parte, porque es sancionada por la comunidad. Habitualmente existen receptáculos especiales para recoger ese material y vaciarlo en lugar protegidos donde no daña a otros y eventualmente donde puede reciclarse. Los operadores sociales que trabajan en contacto con la violencia son especies de recipientes de material contaminante, y sin embargo además de asumir la responsabilidad de recibirlo de los consultantes asumen la responsabilidad de guardarlo. Los contenidos de fuerte impacto emocional son equivalentes al material tóxico, es importante vaciarlo en lugares adecuados, para que no contamine al operador que lo recibió. La contaminación acumulada, por falta de vaciamiento, es uno de los factores que mayor incidencia tiene en el burnout. En los talleres de desgaste y cuidado de los equipos, cuando se abordan estos temas es habitual que muchos profesionales recuerden muy vívidamente hechos traumáticos relatados por algún consultante, hace varios años, cuando no han tenido la oportunidad de compartirlo con otros. El vaciamiento, al igual que los desechos tóxicos, no puede realizarse en cualquier parte, debe ser hecho entre pares, personas que no necesiten explicaciones y que estén al tanto del tipo de problemas y puedan por lo tanto contener el relato de la situación traumática. Tener espacios de vaciamiento no implica recibir asesoría, o interpretación de lo que ha ocurrido. Se trata simplemente de compartir la pesada carga emocional del impacto que provocan contenidos muy fuertes en el operador que los escucha. Es frecuente que el impacto emocional de algunos eventos traumáticos sea tan fuerte que deje al profesional "atragantado", pegado en esa situación, sin posibilidad de registrar o elaborar otros contenidos hasta que no se produzca el vaciamiento.
En ese sentido, el vaciamiento tiene un efecto de descompresión, que es necesaria para poder seguir trabajando. Del mismo modo que los buzos que bajan a altas profundidades, recibiendo una presión inmensa, y deben descomprimirse antes de salir a la superficie, así también los profesionales que deben escuchar contenidos de alta comprensión necesitan instancias de vaciamiento y descomprensión antes de volver a sus tareas habituales.

• Mantención de áreas personales libres de contaminación

Esto se refiere a la necesidad de tener espacios de oxigenación, en que la persona pueda airearse, nutrirse, en actividades absolutamente alejadas de las temáticas de trabajo. Pueden ser actividades de recreación, intereses específicos, cualquier espacio que implique una descontaminación y la posibilidad de distensión, espacios en que el operador o la operadora social se sienta libre de tensiones y recuperando energía. Entre las áreas libres más mencionadas están la jardinería, la pesca, el montañismo, la lectura, la artesanía, la participación en grupos religiosos, en grupos folklóricos y otros.

• Evitar la contaminación de espacios de distracción con temas relacionados con violencia.

Se refiere a no elegir como temas de recreación y distracción temas que se relacionan con le ámbito laboral, como ver películas o leer libros sobre abusos o violaciones cuando esas son las temáticas con las que se trabaja cotidianamente. Eso equivale a una contaminación adicional y además a seguir trabajando en los espacios de recreación.

• Evitar la saturación de las redes personales de apoyo 

Como ya se ha mencionado, el vaciamiento de los eventos traumáticos con los que el profesional se contacta en su trabajo debe ser hecho con pares. Es una medida importante de autocuidado el no contaminar las redes personales, como la pareja, los hijos, los amigos, que son un factor protector muy importarte en el área de soporte emocional (Sluski 1998) con este tipo de contenidos. Hacerlo implica una sobrecarga injusta para quien no está preparado para escuchar estos temas, y a la vez se corre el riesgo de producir un distanciamiento y perder por lo tanto las redes de apoyo.

• Formación profesional

Aun cuando este aspecto no siempre se relaciona con una responsabilidad personal del profesional es importante recibir formación en aquellas perspectivas teóricas y modelos que entregan destrezas instrumentales adecuadas para el tipo de trabajo y el tipo de consultantes. Recordemos que una fuente importante de desgaste profesional es la sensación de ineficiencia y de incompetencia.

• Ubicación de la responsabilidad donde corresponde. 

Evitar auto-responsabilizarse en exceso y evitar culpar a otros. Este es uno de los requisitos para un abordaje adecuado de resolución de conflictos, es lo que permite la reparación, especialmente cuando ha habido daño como consecuencia del manejo inadecuado de conflictos.

Cuidado de los equipos

El cuidado de los equipos es responsabilidad de los niveles directivos y de las instituciones, se refiere a crear y asegurar condiciones de trabajo que transmitan un mensaje de preocupación y cuidado de la institución por sus equipos de trabajo y los operadores sociales. Algunos de estos factores protectores se refieren a las condiciones mínimas de seguridad en relación al desempaño laboral, otras se refieren a los estilos de liderazgo y a los estilos de supervisión en los lugares de trabajo.

• Asegurar a los profesionales las condiciones mínimas de resguardo de la integridad personal en el trabajo. Especialmente cuando el trabajo se desempeña en comunidades de alto riesgo social y con usuarios que pueden ser peligrosos. Tomar los resguardos para que ninguna profesional permanezca sola en el lugar de trabajo, especialmente fuera de los horarios habituales, que las visitas domiciliarias se realicen siempre en pareja, que el resto del equipo esté alerta cuando debe atenderse a consultantes con riesgo de descontrol. Asegurarse que la disposición de las mesas y sillas en las salas de atención aseguren la posibilidad de escape al profesional en caso de peligro, por ejemplo, no ubicarse contra la pared, acorralado por una mesa y lejos de la puerta.

• Facilitar espacios de vaciamiento y descompresión cotidianos en relación a los casos y las problemáticas recibidas. Esto implica considerar dentro de las funciones de los operadores el poder descomprimirse con un colega durante las horas de trabajo, idealmente en forma inmediata a la recepción de relatos traumatizantes.

• Asegurar espacios de vaciamiento y descompresión estructurados, en relación a los casos y temáticas recibidas. Organizar espacios sistemáticos en que todo el equipo tenga la oportunidad de vaciar los contenidos más contaminantes. Esto puede ser en reuniones técnicas, supervisiones de casos, reuniones clínicas. Este vaciamiento más estructurado permite además la comunidad de ideas y el compartir modelos conceptuales que aseguran un mejor afiatamiento de los equipos de trabajo.

• Compartir la responsabilidad de las decisiones riesgosas que debe tomar cada miembro del equipo. Especialmente aquellas que ponen en riesgo la vida o integridad de los usuarios, como por ejemplo decisiones en relación a la internación, a una interconsulta psiquiátrica, a desinternaciones, riesgos de suicidio u homicidio, riesgos de abuso. El desgaste que implica tomar la responsabilidad en este tipo de decisiones que tienen alguna probabilidad de tener desenlaces fatales, puede amortiguarse cuando es todo el equipo quien asume la responsabilidad por las consecuencias de la decisión.

• Compartir la responsabilidad de las acciones que ponen en riesgo la vida e integridad de los profesionales, como por ejemplo visitas domiciliarias, notificaciones, firma de informes que ratifican violaciones, abusos. Estas acciones pueden protegerse por ejemplo cuando es el jefe del equipo quien firma los informes, cuando se protege la identidad de los operadores implicados en un caso, cuando debe hablarse con las autoridades judiciales.

• Establecimiento de relaciones de confianza entre los miembros del equipo. Esto pasa por la generación de espacios de distensión para el equipo en áreas libres de contaminación temática que permita una interacción más libre y no relacionada solamente con las temáticas de trabajo. 

• Estilos de liderazgo democráticos. Los estilos de liderazgo autoritario y vertical aumenta la probabilidad de reproducir las dinámicas de abuso al interior de los equipos y tienden a silenciar los conflictos. 

• Estilos de supervisión protectores y fortalecedores de los propios recursos. Este es un estilo de supervisión que no genera desconfianza y permite el vaciamiento y la autoexposición de los profesionales a propósito de las personas atendidas. Los estilos más persecutorios de supervisión, generan desconfianza y desaprovechamiento de los espacios naturales de vaciamiento para el equipo.

• Fomentar la resolución no confrontacional de conflictos y diferencias. Desarrollo de estrategias constructivas de abordaje de conflictos, que implica climas protegidos en las cuales puedan ventilarse los desacuerdos, y desarrollo de destrezas de negociación, consenso y respeto de las diferencias.

• Registro y visibilización de la traumatización de los equipos, que permita pedir ayuda oportuna a supervisores o consultores externos para elaborar los temas contaminadores.

• Generación de espacios protegidos para la explicitación y resolución de los problemas surgidos al interior de los equipos.

• En relación al estilo de liderazgo, se da mucha importancia del reconocimiento y de la retroalimentación y al interés activo del jefe que se manifiesta en la flexibilidad y el apoyo administrativo que da cuenta de la compatibilidad entre trabajo y familia y que se refiere a la medida en que la administración se conecta con las necesidades del profesional. El jefe que promueve ambientes protectores es aquel que demuestra
preocupación por las necesidades de los profesionales; provee los recursos necesarios para realizar bien el trabajo; es sensible y flexible en relación a temas familiares; es capaz de reconocer los aspectos positivos y demuestra sensibilidad para dar retroalimentación negativa; tiene confianza en el profesional y se lo hace saber, se interesa activamente su trabajo; defiende la posición de los profesionales frente a la institución; comunica claramente sus expectativas; adecua las tareas al nivel de habilidades de cada profesional; es emocionalmente estable (calmado, buen humor); es experto y entrega ayuda técnica cuando se necesita; está disponible cuando se lo necesita; el jefe es abierto y honesto, los profesionales confían en él o ella.

• Apoyo de la institución para la formación continua. se refiere a actividades de perfeccionamiento que contribuyen a mejorar el clima laboral, tanto porque representa espacios de crecimiento profesional como porque contribuye a la comunidad de ideas y marcos teóricos en relación a los problemas que deben enfrentarse.

• Comunidad ideológica: en la medida en que existe una marco teórico compartido, una ideología o cultura organizacional que es compartida por todos los miembros de la institución, que guía las acciones y las conceptualizaciones, se reduce la ambigüedad y el conflicto al interior del entorno de trabajo

• Consultorías profesionales: monitoreo, apoyo y supervisión a los profesionales que comienzan. 

• Rituales de incorporación y de despedida. Los rituales facilitan la integración de nuevos miembros al equipo, ayudándole a entender la cultura organización y permitiéndole al resto de los profesionales hacer un espacio al recién llegado. Los rituales de despedida, ya sea por partida voluntaria u obligada facilitan la elaboración de estas experiencias y contribuyen a mantener los climas laborales sanos. También los rituales que marcan cambios en el ciclo de desarrollo los equipos o de las instituciones constituyen un factor protector importante para la sobreviviencia, el crecimiento y la diferenciación de los grupos de trabajo.

Factores protectores a nivel de la red profesional

• Activación y fortalecimiento de las redes de apoyo profesional. Las redes profesionales han sido descrito como una de las fuentes de apoyo más importante para los equipos que trabajan con violencia. Especialmente porque la intensidad emocional del tema hace muy difícil abordarlo en forma aislada: saber que hay otros sectores profesionales que están ocupados de los mismos temas es un alivio para los equipos. Las acciones de activación de redes y de formación de redes profesionales son un recurso importante de cuidado de los equipos (Barudy, 1999; Dabas, 1994).

• A la vez, el establecimiento de vínculos con otros operadores de la red permiten una derivación vincular y vinculante, es decir, referir a la persona que no puede ser atendida o que requiere de otro tipo de ayuda, a otro profesional con el cual se tiene un vínculo personal, de tal modo que el consultante no tenga la sensación de estar siendo rechazado sino que protegidamente referido a alguien que está en antecedentes de cuál es su situación. Esto es beneficioso para el usuario y también para el operador que deriva. La incertidumbre de no saber cuál fue el destino y la evolución de las personas que se derivan a otros equipos es una fuente de desgaste permanente. La derivación vincular permite mantener un vínculo a través de la información, con las personas que se han referido a otros sectores.

• Generación de instancias de descompresión y retroalimentación a nivel de la red. Como por ejemplo Seminarios, talleres de capacitaciones, encuentros profesionales.

• Organización de equipos recíprocos de intervención en crisis para los profesionales de la red. Esta es una instancia interesante, que se ha desarrollado poco. Tiene la ventaja del ahorro de recursos profesionales, y a la vez de lo adecuado que puede ser un equipo que a la vez que está familiarizado con las problemáticas profesionales está suficientemente distante y fuera del grupo como para poder hacer una intervención en crisis.

Alternativas a nivel de la formación profesional 

A la luz de lo expuesto anteriormente aparece urgente la necesidad de repensar la formación profesional (Masson, 1990) especialmente de aquellos operadores sociales que deberán trabaja en contexto de riesgo y con temáticas de violencia, como son los asistentes sociales, psicólogos, enfermeras, psiquiatras, médicos en general, educadores, personal de trato directo en instituciones de acogida y protección, educadores populares, y tantos otros.

Algunas sugerencias que han surgido del trabajo con profesionales y operadores sociales que trabajan en estos sectores son:

• Terminar con los sistemas de estanco en la formación inicial de los profesionales de ayuda (pre-grado) a fin de que distintos sectores profesionales se conozcan, manejen lenguajes comunes y aprendan a trabajar en equipos multidisciplinarios desde el comienzo de su formación.

• Combinar los aspectos teóricos y prácticos; considerar la duración de los procesos de intervención en la estructuración de las estadías y prácticas; evitar prácticas que duran tres o seis meses, cuando los procesos de intervención que habitualmente se necesitan son mucho más largos; Ajustar las necesidades de formación a las necesidades de los usuarios más necesitados.

• La formación de los profesionales debería estar a cargo de profesionales que ejerzan la práctica y que tengan o hayan tenido contacto con las realidades que deberán enfrentar los futuros operadores sociales. 

• Los modelos teóricos deberían considerar los resultados de las investigaciones de los últimos veinte años que indican la importancia de las experiencias relacionales para la adquisición de la autonomía, de autocuidado, de negociación con otros y de reciprocidad. Debería enfatizarse el desarrollo de habilidades prácticas especialmente destrezas instrumentales en relación a las tareas a desempeñar y en las habilidades interpersonales junto con el aprendizaje de modelos teóricos. Enfatizar los aspectos iatrogénicos de modelos teóricos que avalan los malos tratos y mistifican problemas como el abuso sexual. Incluir 

• Deberían incluirse los temas de desgaste profesional y autocuidado como obligatorio en las profesiones de ayuda.

• La formación permanente debiera ser obligatoria a lo largo del desempeño laboral

Referencias bibliográficas

ARÓN, A (Ed.) (2001) Violencia en la Familia. Un modelo de intervención en red: la experiencia de San Bernardo. Santiago, Editorial Galdoc.

ARÓN, A (2003). Community program in Chile. Journal of Community Psychology.

ARON, A. AND LORION, R. (2003) A case report of a community-based response to domestic violence in Chile. Journal of Community Psychology, vol. 31, n°6 p561-579

BARUDY, J. (1999) Maltrato Infantil. Prevención y Reparación. Santiago de Chile: Editorial Galdoc. 

DABAS, ELINA (1994) La red de redes. Las prácticas de intervención en redes sociales. Editorial Paidos, buenos Aires

FREUDENBERG, H. (1974) Staff burnout. Journal of Social Issues, 30(1), 159-165 vol 12 (1) 5/22.

MASLACH, C. (1982) Burnout: The cost of Caring. Englewoods Cliffs, NJ, Prentice -Hall.

MASSON ODETTE (1990) Le syndrome d'épuisement professionenel burnout. Thérapie familiale. Genéve, vol. 11, n¼ 4 pp. 355-370.

SLUZKI, C. (1998) La Red Social: Frontera de la práctica sistémica. Editorial Gedisa, Barcelona.

lunes, 6 de mayo de 2024

La caja de arena en el tratamiento del trauma con niños/as y adolescentes: Una revisión sistemática, por Nerea Benito Herce, psicóloga

Muchas personas que seguís el blog conocéis la técnica de la caja de arena y el modo de utilizarla desde el sandtray, integrándola dentro de un modelo terapéutico comprensivo, con visión sistémica y teniendo en cuenta el contexto de vida donde vive el niño o el adolescente. Un uso responsable y ético de esta herramienta terapéutica implica, como decimos, el trabajo con padres y con los profesionales que conforman el contexto del niño o joven que acude a recibir psicoterapia, así como conocer los alcances y precauciones en su utilización. 

Si es la primera vez que has oído hablar de este abordaje terapéutico, puedes leer estos posts que escribí en el blog y/o leer alguno de los libros que están publicados y que lo desarrollan con detalle: su historia, definición, beneficios, limitaciones, contraindicaciones, cómo conducir una sesión con la caja de arena, qué observar, cuándo y cómo interpretar y las aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia.






Una de las cuestiones que habéis planteado en los talleres, que no es baladí, es si es una técnica basada en la evidencia, es decir, si se ha sometido a estándares de investigación, utilizando métodos que han probado su eficacia. "Basado en la evidencia" quiere decir que hay un cuerpo de investigación que avala una técnica psicológica y esta no es algo meramente especulativo o un placebo.

Este libro cuenta las experiencias de los profesionales
con la caja de arena. Nerea Benito participa con un capítulo.



Siempre he contestado a esta pregunta afirmando que la caja de arena sí está basada en la evidencia. Existen varias revistas donde se publican artículos de investigación con los resultados obtenidos con diferentes poblaciones. Hasta la fecha, sin embargo, no se había hecho -que yo sepa- en nuestro entorno una revisión sistemática de la literatura existente sobre los estudios de investigación que recogen los diferentes resultados y conclusiones. Y menos aún sobre la caja de arena y el tratamiento del trauma, el tema al que nos dedicamos en este blog. 

Este libro permite conocer el ABC de la técnica


Por eso, tengo el gusto de presentaros este trabajo de investigación, de Fin de Grado en Psicología, realizado brillantemente por la psicóloga Nerea Benito Herce, bajo la dirección del profesor de la Universidad del País Vasco Iñigo Ochoa, titulado: La caja de arena en el tratamiento del trauma con niños/as y adolescentes: Una revisión sistemática.

Necesitábamos que alguien hiciera esta labor y ella lo ha hecho de una manera rigurosa, recopilando los diferentes estudios, sus resultados, los alcances y las limitaciones. Nerea conoció la técnica durante sus prácticas en nuestra consulta Lotura. Ella pudo practicar con esta y participar como co-terapeuta en sesiones de psicoterapia con pacientes, y también en los talleres de formación que impartimos dentro del Postgrado de Traumaterapia Sistémica de Barudy y Dantagnan en San Sebastián (España), demostrando gran capacidad en su uso. 

Este libro permite aprender a trabajar con la caja de arena
aplicándola dentro de la Traumaterapia de Barudy y Dantagnan


Dado el alto interés que su trabajo tiene, pusimos este en conocimiento de Linda Homeyer, una experta mundial en Sand therapy. Ella realizó una revisión del trabajo de investigación y lo valoró muy positivamente. Por ello, decidió publicarlo en su revista sobre el ámbito, titulada: World Journal for Sand Therapy Practice. Promoting The Ethical Practice of Sand Therapy.

Logo de la World Journal For Sand Therapy Practice,
que dirige Linda Homeyer.



Os comparto el enlace al artículo de Nerea Benito Herce porque creo que podéis necesitar referenciarlo en vuestra práctica profesional. Además, los pacientes os lo pueden pedir, y para que la incluyáis en los informes que elaboréis, tanto para el ámbito clínico como para el educativo y el judicial. Resulta primordial contar con este trabajo para que en los informes diagnósticos podamos incorporar la caja de arena entre las técnicas utilizadas, y para que respondamos en los juicios que la técnica está basada en la evidencia. Es cierto que es complicado someter esta herramienta (por su riqueza y complejidad) a los estándares clásicos de la investigación. Jung no era partidario del conocimiento estadístico, estaba interesado en el proceso de individuación, que es propio de cada ser humano. Pero actualmente la ciencia sí puede comprobar, estudiando algunas variables, que tras la aplicación de este abordaje terapéutico se obtienen mejorías significativas en los pacientes, especialmente indicada cuando hay un trauma psicológico. Es una técnica respetuosa con los pacientes, y eso queda puesto de manifiesto también el magnífico trabajo de Nerea. 

Enlace al artículo: CLICK AQUÍ

Quiero terminar estas líneas felicitando a Nerea Benito Herce por el excelente trabajo que ha realizado. Ella ha cubierto una necesidad que teníamos. Gracias a su aportación, pueden producirse beneficios para muchos pacientes jóvenes y adultos, porque podemos defender científicamente la terapia de la caja de arena que hacemos con ellos. También le agradezco de todo corazón el reconocimiento que me ha dado al incluirme como co-autor de la revisión, al ser mi persona fuente de inspiración de este trabajo, que es mérito suyo. 

lunes, 1 de abril de 2024

Descarga gratuita del libro con los post publicados en el blog Buenos tratos durante el periodo 2022-23


VI CONVERSACIONES SOBRE APEGO Y RESILIENCIA

EN SAN SEBASTIÁN (PAÍS VASCO, ESPAÑA)

LOS DÍAS 16 Y 17 DE MAYO DE 2024.

PRESENCIAL Y ONLINE (PODRÉIS VER LA GRABACIÓN)


Programa completo e inscripciones:

https://joseluisgonzalo.com/conversaciones-2024/

Descarga el programa haciendo click AQUÍ



Con ponencias de: Jorge Barudy, Catherine Young, Rafael Benito, 

Nacho Serván y Patricia Hermosilla, 

Mesas de experiencias con: Tatiana Cáseda, José Luis Gonzalo, 

Rafael Benito, Maryorie Dantagnan y Jorge Barudy.

Con cortometrajes de: Bittor Arnaiz y Josu Goikoetxea, "Maltrato legal en el siglo XXI"

Ander Iruretagoyena, "Copos de miedo"

Participarán jóvenes-adultos que han hecho un proceso de reconstrucción resiliente.

Una madre adoptiva nos contará cómo su cerebro está moldeando el de su hijo gracias a la parentalidad terapéutica.


Este evento es posible gracias a vosotros/as, 
necesitamos vuestra participación para que podamos celebrarlo.


Una vez más, hemos recopilado todos los post que hemos publicado en el blog Buenos tratos (2022-23) y que han sido escritos por servidor de ustedes y por colegas que, generosamente, han compartido sus experiencias educativas, clínicas, sociales e investigadoras. 

El libro, en formato pdf, lo distribuimos gratuitamente, porque ese es el espíritu del blog desde su fundación. Solamente os pedimos que, si utilizáis los contenidos, seáis respetuosos con los autores y citéis convenientemente el artículo.  

Me siento orgulloso de haber mantenido el blog durante dos años más, con artículos de calidad. Es un esfuerzo que lleva tiempo y dedicación, pero creo firmemente en que puede contribuir a que, baldosa a baldosa, nuestra sociedad sea cada vez un poco más justa y, sobre todo, más humana. Mi más emocionado agradecimiento a todos/as los/as autores/as que han colaborado escribiendo para el blog, aparecen mencionados en el interior del libro y en su correspondiente artículo. 



A continuación, el enlace de drive para descargar el libro Buenos tratos (2022-23):

https://drive.google.com/file/d/1A5PQKpl9AVtQFGn3twuojt-HVv1jQ-cd/view?usp=sharing

lunes, 4 de septiembre de 2023

La Revista de Neuroeducación publica un número dedicado a la neurociencia, el trauma, la familia y la escuela elaborado por miembros de la Red apega de profesionales


Recientemente, hemos publicado una serie de artículos en la Revista de Neuroeducación, los cuales comparto en el blog porque creo que os pueden ser de utilidad. 

Un aspecto bien interesante y novedoso que esta revista ofrece es una versión de cada uno de los artículos que publica escrita adaptada en su lenguaje para los más jóvenes. Se llama NEUROMAD. 




En este número hemos participado los siguientes miembros de la RED APEGA de profesionales:


Rafael Benito Moraga

Dolores Rodríguez Domínguez

Conchi Martínez Vázquez

Beatriz Remiro

José Luis Gonzalo


Editorial de la Revista

Es un placer presentar este número especial del Journal of Neuroeducation abriendo su cuarto volumen. Sabemos de la importancia del apego seguro y de los vínculos a lo largo de toda la vida, muy especialmente en la primera infancia. 

A este respecto, este número está dedicado monográficamente a los temas de trauma, apego y resiliencia, así como a sus implicaciones en la familia y en la educación. Queríamos, desde la neuroeducación, acercarnos a estos conceptos clave; por ello, este el motivo por el cual este monográfico nos va a aproximar a ellos y podamos profundizar en su alcance. 

Actualmente, cada vez existe una mayor sensibilidad y reconocimiento de que los acontecimientos que ocurren en la vida de las personas y la calidad de las relaciones juegan un papel clave en el desarrollo humano, y que son fundamentales para el mantenimiento de una óptima salud física y mental, sobre todo en la primera infancia. 

En este número de la revista queremos ahondar en cómo facilitar buenos tratos cuando estos no se dan y producen consecuencias muy negativas para la salud física y mental de los niños. Es un desafío al cual toda la sociedad debe dar respuesta, empezando por el apoyo y la intervención con la familia o los adultos responsables del niño y continuando con la institución escolar, donde las personas menores de edad pasan la mayor parte del tiempo y cuyo potencial reparador es muy alto. Por ello, comienza a hablarse de las escuelas sensibles al trauma, la disciplina positiva, la parentalidad positiva, entre otros. Porque el trabajo conducente a la recuperación de las secuelas que los malos tratos producen en los niños es tarea de todos: si el daño psiconeurológico lo han causado seres humanos, son estos los que tienen el potencial para contrarrestar ese daño mediante el establecimiento de relaciones afectuosas y la creación de contextos psicoeducativos seguros y contenedores. Si todo esto no se produce, podemos llegar a situaciones donde la traumaterapia puede facilitar procesos de cambio, que son el eje principal de este monográfico. 

Los autores de los artículos del monográfico se han formado en un modelo común de evaluación e intervención ante el trauma complejo causado por los malos tratos: el modelo de traumaterapia infantojuvenil sistémica de los autores Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, nuestros maestros. Este modelo se aplica desde hace veinte años y es comprensivo y adaptado al sufrimiento infantil, refrendado por la experiencia de más de 600 profesionales que lo utilizan diariamente. Es un modelo que no solo se aplica en el ámbito de la psicoterapia, sino que se puede y debe implementar en otros contextos psicosocioeducativos mediante la modalidad ecosistémica. Esta modalidad promueve los recursos personales, sociales y educativos que pueden favorecer que un niño mejore su funcionamiento y aumente su bienestar tras haber sufrido diferentes tipos de trauma, como son el abuso físico, emocional, sexual o la negligencia física o afectiva.

Los artículos están presentados en el orden que proponemos a continuación porque siguen la lógica del modelo de la traumaterapia. 

En primer lugar, y dado que se trata de una revista dedicada a la neuroeducación, Rafael Benito, psiquiatra y traumaterapeuta, expone qué ocurre en el cerebro cuando este sufre malos tratos y cómo el trauma produce alteraciones en el funcionamiento e integración cerebrales. Benito también preconiza que la resiliencia es posible porque el cerebro es plástico a lo largo de toda la vida y sensible a intervenciones que, de ser repetidas y reparadoras, producen cambios epigenéticos. 

Acceso gratuito al artículo: click AQUÍ

En el segundo artículo, Dolores Rodríguez, psicóloga y traumaterapeuta, nos transporta al primer escenario fundamental donde los traumas pueden generarse: la familia, y después, en un segundo escenario, la escuela. Rodríguez se centra en el impacto que pueden tener en las familias y, en especial, en los niños y niñas ciertos eventos que pueden ocurrir en la vida cotidiana. Se aborda el concepto de trauma y las consecuencias de sufrirlo en edades tempranas, y de cómo el con-texto familiar y escolar pueden erigirse como potentes antídotos que favorezcan y colaboren en el alivio de sufrimientos inevitables y prevengan traumas infantiles evitables. 

Acceso gratuito al artículo: click  AQUÍ


Seguidamente, Concepción Martínez, psicóloga y traumaterapeuta, nos presenta el modelo de traumaterapia infanto-juvenil sistémica y su aplicación en el ámbito educativo escolar. Este modelo se muestra aquí como un marco comprensivo que ayuda a los docentes a dar respuesta a los niños que, desde la familia, más allá del tiempo que ocurrieron los malos tratos, entran en la escuela. Los docentes encuentran en este modelo, basado en una lógica neurosecuencial y en cómo el cerebro es afectado por el trauma de los malos tratos, una metodología que les permite adaptar su labor educativa a las necesidades de estos niños. 

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En el cuarto artículo, Beatriz Remiro, psicóloga y traumaterapeuta, nos propone una experiencia de aplicación concreta del modelo de traumaterapia infanto-juvenil sistémica en centros de la comunidad de Aragón, donde ella trabaja. En el marco de la orientación educativa en escuelas de educación infantil y primaria se proponen actuaciones para promover la comprensión de las dificultades de convivencia, conducta y aprendizaje; la reflexión sobre las actuaciones que pueden prevenirlas y sobre las que se requieren para intervenir cuando surgen, así como la necesidad de acompañamiento a todos los miembros de la comunidad educativa en estas tareas. En el artículo se muestran experiencias con profesionales de la educación, con familiares y con alumnos y alumnas. 

Acceso gratuito al artículo: click AQUÍ

Finalmente, José Luis Gonzalo, psicólogo clínico y traumaterapeuta, desarrolla una experiencia de implementación de los principales elementos del modelo de traumaterapia en centros escolares de la provincia de Gipuzkoa durante la época de la pandemia por la covid. Esta revista de neuroeducación no puede permanecer ajena a este trauma colectivo que hemos padecido y cuyas secuelas en la salud mental se están poniendo de manifiesto, sobre todo, en época pospandémica. Es un artículo donde, desde la práctica real, se explica cómo se ha trabajado tanto con los profesores como con los alumnos para que los primeros valoren, apoyen, cuiden y orienten, en colaboración con otros profesionales de la salud mental, los problemas psíquicos que los niños han presentado durante –y también después– de la pandemia, que ha desatado un auténtico tsunami de trastornos y alteraciones psicológicas. Todos los artículos, como es requisito de la revista, se basan en la neurobiología del cerebro en interacción con las relaciones y los contextos sociales y educativos, que modelan y nos hacen ser quienes somos.

Acceso gratuito al artículo: click AQUÍ

lunes, 21 de junio de 2021

Adolescencia, pandemia y adversidad temprana: claves desde la neurobiología (I), por Rafael Benito Moraga

Firma invitada

Rafael Benito Moraga

Psiquiatra y traumaterapeuta
 

Fin de curso 2020-21 en Buenos tratos: gracias a todos y todas una temporada más

La temporada 2020-21 del blog Buenos tratos llega a su fin como es ya costumbre desde hace 14 años. Y una temporada más, sólo puedo decir que ¡muchas gracias a todos y todas por manteneros fieles a este blog y sus propuestas en pro de los buenos tratos a la infancia, paradigma impulsado por Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan!. Este blog es el de la Red apega que ellos dirigen e impulsan. Son nuestros maestros y referentes en nuestra formación y labor diaria con los/as niños y niñas. 

El mejor modo de coronar este año (a nadie se nos escapa lo duro que ha sido para todos y todas por la pandemia que aún sufrimos a causa del COVID 19, con duelo por pérdidas, consecuencias psicológicas del aislamiento y la distancia social, la crisis económica y las privaciones que padecen muchas personas) es invitando a un amigo y colega a quien quiero mucho: Rafael Benito Moraga. Él como todos y todas los invitados/as a este espacio, comparte generosamente sus conocimientos y saber especializado en su área de trabajo. Cuando le comenté que quería cerrar el año con una aportación suya, ambos coincidimos en que, desde el comienzo de la pandemia, los grandes olvidados de la misma han sido los adolescentes. Para todos y todas, por las necesidades propias de la etapa por la que atraviesan y que no han podido satisfacerse, pero especialmente para los y las que han sufrido adversidad temprana. Por eso, ambos pensamos que el mejor modo de sensibilizar a la población general sobre las necesidades de los adolescentes (para contribuir al cambio de mirada y a actuaciones basadas en las recientes aportaciones que nos entregan la psiquiatría y la neurociencia) era y es cerrar este curso 2020-21 en el blog con un artículo sobre la adolescencia: cómo son, los cambios neurobiológicos que experimentan y la segunda oportunidad que conlleva este periodo. La oportunidad será aún mayor si somos capaces de acompañarles y tratarles adecuadamente desde el paradigma de los buenos tratos. Esta inestimable aportación de Rafael Benito no sólo es útil en estos tiempos que corren, sino también para entender a los adolescentes y el impacto que las relaciones y los acontecimientos de la vida tienen en los jóvenes, incluyendo dentro de la ecuación sus antecedentes infantiles, sobre todo si hay historia de adversidad temprana.

Muchos de nuestros jóvenes durante este periodo en el que hemos sufrido el COVID 19, especialmente los más vulnerables y vulnerados, han mostrado en un alto porcentaje síntomas y alteraciones emocionales y conductuales, que no son sino reflejo de un sufrimiento interno que hemos de aprender a reconocer, validar y tratar adecuadamente, desde la mentalización, la empatía y la autoridad calmada, como dice Maryorie Dantagnan.

Un artículo con la calidad, el rigor y claridad expositiva que a nuestro querido Rafael Benito le caracteriza. A Rafael no le hace falta presentación, pues es muy conocido. Solo diremos brevemente que es psiquiatra, terapeuta sistémico y traumaterapeuta. Miembro del equipo docente de la Red apega y ponente habitual de congresos, cursos y jornadas con familias y profesionales y colaborador habitual de este blog. ¡Muchas gracias, Rafael Benito!

Es un artículo dividido en dos partes: la que viene a continuación centrada en la adolescencia y neurodesarrollo: sus periodos, la reedición de la relación de apego y el comportamiento social; y una segunda parte, que se publicará en el día 6 de septiembre para inaugurar por todo lo alto la 15ª temporada del blog, dedicada a las consecuencias de la adversidad temprana en los adolescentes.

Feliz verano a todos/as los/as que vivís en el hemisferio norte. Un saludo muy cariñoso y nuestros mejores deseos para vosotros/as desde este blog de la Red apega.

Adolescencia, pandemia y adversidad temprana: claves desde la neurobiología 
(1ª parte)
Autor: Rafael Benito Moraga

La adolescencia: una segunda oportunidad para los niños y niñas que sufrieron adversidad temprana

Cómo son los adolescentes

Desde el inicio de la pandemia los jóvenes han estado en boca de todos como protagonistas irresponsables de botellones y quedadas, comportamientos de riesgo que han supuesto un peligro para el resto de los miembros de la sociedad y que se han achacado a su insensibilidad, su mala educación, su falta de sensatez, una crianza consentidora o un comportamiento egoísta.

Todos estos calificativos han llenado titulares de prensa, declaraciones radiofónicas y televisivas, y conversaciones casuales en las que antes se hablaba del tiempo. Pero ya antes de la plaga que nos ha asediado durante el último año y medio, éramos conscientes de los comportamientos impulsivos, imprudentes y arriesgados de los chicos y chicas de entre 14 y 25 años. La adolescencia se ha visto siempre como una época turbulenta e incomprensible, una mera fase de transición que debía pasar cuanto antes para dar paso a la serenidad y madurez del adulto. 

Sin intención de plantear una relación exhaustiva, hagamos un repaso de las características más destacadas de esta época de la vida, responsables de la mala reputación de los y las jóvenes:



· Una búsqueda incesante de sensaciones nuevas; a pesar de que suponga afrontar riesgos, o aunque implique violar las normas.

· Un aumento en la intensidad de las emociones, que se vuelven además mucho más variables. Los y las adolescentes pueden pasar de la euforia a la depresión en unos instantes y por motivos nimios. También experimentan a veces estallidos de ira ante pequeños inconvenientes o frustraciones.

· Hipersensibilidad a todo lo que venga de sus iguales, que se vuelven una referencia tanto para lo bueno como para lo malo. Las expectativas de los amigos y amigas ejercen una presión que puede dirigir el comportamiento de los chicos y chicas. Además, crece el interés por el establecimiento de relaciones afectivo-sexuales, con un aumento de la preocupación por lo que opinen de ellos las personas a quienes quieren gustar. 

· Dificultades de concentración en los estudios, y problemas para regular la atención y la conducta en casi todos los ámbitos del funcionamiento diario. A los adolescentes les resulta difícil dejar de hacer lo que más les gusta (videojuegos, redes sociales) para afrontar tareas más pesadas o tediosas (estudios, colaborar en casa); se vuelven distraídos y tienden a ser desordenados.

La aparición de estos rasgos tras el inicio de la pubertad inaugura una época de riesgos: la búsqueda de novedades puede hacerles caer en adicciones o en conductas sexuales de riesgo; la inestabilidad emocional les expone a situaciones de “secuestro emocional” en las que su rabia o su deseo les dominan impidiendo que controlen su comportamiento; y su mayor sensibilidad a la actitud de sus iguales aumenta la vulnerabilidad al acoso escolar, y les expone además a esa influencia de las “malas compañías” que tanto temen los padres y las madres. Su preferencia por la gratificación inmediata, el deseo de estar con sus amigos y amigas y la presión que estos ejercen explican comportamientos incívicos e insolidarios como los que hemos visto a lo largo de la pandemia.

Pero estas mismas características conllevan asimismo posibilidades de crecimiento y mejora: la búsqueda de novedades implica también mayor apertura al cambio y a transitar nuevos caminos; la mayor intensidad emocional supone un incremento de la pasión y la motivación; y su hipersensibilidad a las expectativas del grupo aumenta la lealtad, la fidelidad y la solidaridad.

Volviendo a los jóvenes de nuestro tiempo: ¿es cierto que esta generación de chicos y chicas es especialmente egoísta como consecuencia de una educación demasiado condescendiente?; ¿estamos criando una cohorte de jóvenes descerebrados?; ¿es cuestión de mano dura?. Todas estas preguntas han sido ampliamente debatidas en diversos ámbitos, como si las causas de estos comportamientos juveniles dependieran del entorno social, la cultura o la crianza. Sin embargo, cuando buscamos la descripción que hacían de los adolescentes quienes vivieron hace siglos o milenios, nos llevamos una sorpresa. Por ejemplo, Shakespeare (1564-1616) dijo: “… ojalá no hubiese edad entre los 10 y los 23 años, o que los jóvenes pasasen ese tiempo durmiendo porque no hacen sino preñar mozas, ofender a los mayores, robar y pelear”; o Sócrates (470 a.C.-399 a.C.): “Los jóvenes hoy en día son unos tiranos, contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros; descripciones que no se alejan demasiado de lo que podríamos decir de los y las adolescentes actuales.

Que en épocas tan diferentes se observen comportamientos tan similares parece indicar que las características propias de la adolescencia tienen que ver con factores distintos al estilo de crianza o la sociedad que les tocó vivir. Y las investigaciones realizadas con las modernas técnicas de neuroimagen indican que en su origen están implicados los cambios que experimenta el cerebro adolescente desde el inicio de la pubertad hasta los veintitantos años; cambios que ocurren bajo la influencia del despertar hormonal y la puesta en marcha de un programa genético, sin que el joven pueda hacer nada por evitarlo, e independientemente de cómo haya sido su entorno o de las circunstancias que le haya tocado vivir.

Lo que me propongo mostrar es que los rasgos propios de la adolescencia, las razones por las que vemos en los jóvenes comportamientos peligrosos, egoístas e impulsivos, o increíblemente idealistas y generosos, dependen de que durante esta época de la vida el sistema nervioso atraviesa por un periodo peculiar de su desarrollo. Y esa etapa del neurodesarrollo supone un estado de vulnerabilidad y oportunidades en el que resulta imprescindible reactivar la relación de apego; ese vínculo, fuente de amor y seguridad, que facilitó el progreso del cerebro infantil durante los primeros años de vida.

Para ello haremos un recorrido por los rasgos y las etapas fundamentales del desarrollo del sistema nervioso desde el nacimiento hasta el final de la adolescencia.

El neurodesarrollo: un proceso largo con momentos delicados

Proliferación y poda

La unidad constitutiva básica del tejido nervioso, la neurona, es un tipo especial de célula a la que le han salido “pelos”[1]; unos pelos especiales y muy largos que les permiten establecer conexión con el resto de sus congéneres. El sistema nervioso funciona gracias a un flujo constante de impulsos eléctricos que discurre a través de las redes conformadas por las prolongaciones neuronales. En el cerebro adulto, ya desarrollado, estas redes conectan los diferentes núcleos y áreas cerebrales procesando la información procedente de los sensores internos y externos para dar lugar a las respuestas que mejor se adecúen a las necesidades del organismo.

Hacia la semana 16 tras la concepción, el niño/a ha completado la creación de casi todas las neuronas que necesitará durante los primeros años de vida. El problema es que, aunque tenga ya todas las neuronas necesarias, el frondoso bosque de conexiones entre ellas está todavía por hacer. Al proceso por el que esas primeras neuronas van desarrollando prolongaciones que conformarán la inmensa red de conexiones electroquímicas que constituye el cerebro se le denomina proliferación.



La neurogénesis (creación de nuevas neuronas) y la proliferación de esas prolongaciones son tareas que se realizan siguiendo un programa genético, sin necesidad de estímulos externos y sin que éstos desempeñen papel alguno en su conformación. Cuando se extrae una neurona recién nacida y se la coloca en una placa de cultivo, comienza a emitir prolongaciones de manera espontánea buscando conexión, con una necesidad interna de apegarse a otras neuronas.

En el cerebro se generan neuronas y conexiones a lo largo de toda la vida; pero hay dos periodos en los que la proliferación es más rápida y extensa: los dos primeros años de vida, y los primeros años de la adolescencia. Fuera de estos periodos, la neurogénesis y la proliferación se producirán a un ritmo cada vez más lento. Esta es una de las razones por las que los primeros años de vida y la adolescencia son tan importantes para el desarrollo del sistema nervioso; el otro motivo para considerarlos periodos cruciales tiene que ver con la fase que sucede a la proliferación: la poda del bosque neuronal. 

La proliferación neuronal va haciendo que la red sea cada vez más tupida, dando lugar a una situación en la todas las neuronas están conectadas entre sí de una forma promiscua e indiscriminada. En esta situación es difícil que tenga lugar una actividad productiva. Si las neuronas fueran los miembros de un grupo de trabajo, en las fases iniciales del neurodesarrollo oiríamos un guirigay de conversaciones; todas ellas responderían a la vez, hablando todo el tiempo aunque nadie les haya hecho una pregunta, y sin ninguna distribución de las tareas.

Lo que convierte la actividad de las redes neurales en un flujo de energía portador de información y dirigido a un propósito es su remodelación por la influencia de las experiencias ambientales en un proceso denominado poda neuronal, porque conlleva justamente una desaparición de las conexiones que no se usan, y la persistencia de las que se mantienen activas. Como ya se ha dicho, la proliferación de las redes neurales se produce gracias a un programa genético; pero el agente productor de la poda neuronal es el ambiente. Las modernas técnicas de estudio del cerebro han ido acumulando pruebas de que las experiencias remodelan las redes neuronales, preservando ciertas conexiones y dejando que otras se marchiten. Por ejemplo, en niños/as que han seguido entrenamiento musical con un teclado durante 15 meses hay cambios estructurales en las redes de la corteza motora (control del movimiento de las manos), el cuerpo calloso (coordinación bimanual) y la región auditiva primaria (sensible a la melodía que se interpreta) (Hyde et al., 2009); además, cuanto más practicaban mayor era el desarrollo (Schlaug et al., 2009).

Pero entre todos los estímulos del entorno, los asociados a las relaciones interpersonales son los más potentes, los que con mayor intensidad y amplitud podan el bosque neuronal. Nacemos con una predilección especial por las imágenes con forma de cara(De Haan, Pascalis, & Johnson, 2002); comenzamos a imitar las expresiones faciales antes siquiera de poder sostenernos sentados, y la visión amenazadora que con más intensidad activa la amígdala es ver una expresión asustada en el rostro de nuestros semejantes(Méndez-Bértolo et al., 2016). La relación con las figuras de apego comienza a moldear desde muy temprano las redes neurales. Por ejemplo, el contacto físico frecuente entre la madre y el hijo promueve un aumento de la conectividad de áreas cerebrales relacionadas con la mentalización y la reflexión como el córtex prefrontal (Brauer, Xiao, Poulain, Friederici, & Schirmer, 2016). Las relaciones interpersonales tienen también un gran efecto reparador. En niños que han sufrido maltrato y han pasado a recibir cuidados por familias de acogida, las alteraciones cerebrales se corrigen a los 4 años del inicio del acogimiento (Quevedo, Johnson, Loman, Lafavor, & Gunnar, 2012) (Quevedo, Doty, Roos, & Anker, 2017).

Si la primera gran explosión del crecimiento de la red tiene lugar durante los primeros dos años de vida, la primera poda tendrá lugar entre los 2 y los 10 años. Durante esa etapa de la vida, en las áreas más activas de la corteza cerebral se perderán unas 5000 sinapsis (conexiones neuronales) por segundo (Bourgeois & Rakic, 1993). En los meses previos a la pubertad, debido en gran medida a la eclosión de las hormonas sexuales, va a iniciarse una segunda proliferación de ramificaciones neuronales que irá seguida de una segunda poda que se prolongará hasta el final de este periodo de la vida, en torno a los 25 años. Por tanto, se reabre la posibilidad de que el ambiente y las relaciones interpersonales influyan de una manera profunda en la conformación de ciertos núcleos y circuitos cerebrales; sobre todo los que tienen que ver con la regulación emocional. 

Todo esto indica que, durante los primeros años de vida y durante la adolescencia, tras las temporadas de proliferación de conexiones en la red neural, las relaciones interpersonales van a remodelar las ramas del bosque neuronal definiendo progresivamente las características de la red de cada uno de nosotros. De la densidad de las conexiones resultantes, de la fortaleza o la debilidad de cada uno de los circuitos que conectan entre sí las neuronas de las distintas áreas y núcleos cerebrales, dependerá el funcionamiento de cada sistema nervioso en particular; y finalmente de esto dependerán los rasgos distintivos de nuestra personalidad.

Dos periodos cruciales para el neurodesarrollo

Como hemos visto, los tres primeros años de vida y los posteriores a la pubertad son muy importantes en el neurodesarrollo porque en ellos se producen las fases de proliferación y poda más intensas de toda la vida. A continuación analizaremos con más detalle por qué fases pasa el crecimiento del cerebro durante esas etapas, para entender mejor los cambios emocionales y conductuales que se observan en ellas.

Primeros dos años de vida: nacemos con un dispositivo básico para apegarnos

El bebé del homo sapiens nace con los recursos neurobiológicos imprescindibles para iniciar su relación con la figura de apego y para comenzar a percibir y regular los estados internos. 

©Rafael Benito

Para reconocer la cercanía de la figura de apego, el niño/a tiene ya completamente desarrollados el sentido del olfato y el sentido del gusto (Eliot, 2000). Aunque aún no son capaces de discriminar con finura los sonidos, el oído tiene ya una funcionalidad aceptable, y ha estado acostumbrándose a los sonidos de su madre y de las personas cercanas a ella desde la semana 23 del embarazo. Desgraciadamente, la visión no está todavía perfeccionada, al nacimiento es todavía borrosa, en blanco y negro y bidimensional; pero los recién nacidos tienen ya una preferencia innata por las caras o los estímulos con aspecto de cara (De Haan, Pascalis, & Johnson, 2002). Además, aunque no han desarrollado aún la agudeza visual, desde la semana 28 funciona una parte de los circuitos visuales que les permite distinguir qué objetos se mueven a su alrededor (Eliot, 2000), para seguirlos con la mirada, sobre todo si están cerca.

Desde el nacimiento, el niño/a dispone también de la facultad de percibir sus estados viscerales, sus estados internos (Miller & Cummings, 2013). De este modo comienza a percibir sus sensaciones internas (podríamos decir que sus primeros estados emocionales), y reacciona a ellas.

Parte de este procesamiento emocional corresponde a regiones situadas en el interior del cerebro y destinadas a reaccionar a los estímulos agradables y a los que no lo son tanto. Respecto a estos últimos, las amígdalas están ya preparadas y conectadas para comenzar el aprendizaje condicionado, y para desencadenar las primeras reacciones de miedo o rabia, de lucha o huida. En cuanto a las sensaciones agradables, al nacimiento están listos también los sistemas de respuesta al placer (el estriado ventral y el núcleo Accumbens) que se encargarán de anticipar el gusto que produce la cercanía de la figura de apego, y también de producir las sensaciones placenteras asociadas al contacto con ella. Se activarán asimismo cuando desaparezcan sensaciones desagradables como la irritación de un culito sucio, la humedad del pañal mojado, o el frío de una habitación poco caldeada.

Para responder corporalmente a los estados emocionales, está listo también el sistema nervioso autónomo, con sus ramas simpática y parasimpática. La primera desencadenará reacciones de agitación y llanto; la segunda puede producir estados de colapso y desconexión.

Con este dispositivo básico se van a producir las primeras interacciones con los estímulos del entorno y con las figuras de apego, cuya influencia irá podando y moldeando la red neural conforme vayan entrando en escena otras estructuras. Por ejemplo, las neuronas del hipocampo, nuestro Google, el núcleo que nos permite evocar los recuerdos, no comenzarán a proliferar y a funcionar hasta el final del segundo año de vida. Y las del córtex prefrontal, el director de orquesta del cerebro, no iniciarán su proliferación hasta el final del primer año; y no alcanzarán una funcionalidad aceptable, aunque incompleta, hasta el segundo o tercer año de vida extrauterina. 

Como si se tratara de una casa, nacemos con los cimientos sobre los que se irá edificando nuestro hogar; y dependiendo de cómo vayan las primeras fases de la construcción, lograremos levantar adecuadamente (o no tanto) una planta sobre otra hasta completar el edificio.

Pubertad y adolescencia. Una segunda oportunidad para reeditar la relación de apego

Durante los años que van desde el nacimiento hasta la pubertad, la poda neuronal continuará conformando y remodelando las redes neurales correspondientes a distintas capacidades como el lenguaje, el procesamiento perceptivo y el control motor; aunque la fase más activa de la proliferación ya habrá pasado, y la proliferación irá disminuyendo en favor de la poda. A los 6 años el cerebro ya tiene el 90% del tamaño que tendrá en la edad adulta, por lo que desde esa edad el objetivo no será el aumento de las conexiones, sino la mejora de su eficiencia. 

Si el crecimiento del sistema nervioso acabara ahí, su funcionamiento quedaría establecido; de tal modo que los rasgos de personalidad del adulto, como la capacidad de regulación emocional, estarían fijados desde la infancia; pero sabemos que esto no es así. El neurodesarrollo va a pasar por una última revolución antes de llegar a un funcionamiento adulto; una revolución que tiene lugar durante la adolescencia. Parece claro que seguimos cambiando (y mucho) durante los años que van de los 12 a los 25; de modo que hasta esa edad no podemos dar por finalizada la conformación de nuestros rasgos de carácter.



La reactivación del neurodesarrollo durante la pubertad tiene una peculiaridad que explica las características del comportamiento y la regulación emocional durante esta época de la vida: determinadas áreas del cerebro van a experimentar un crecimiento acelerado tras la pubertad, mientras que otras van a ralentizar su crecimiento hasta la segunda mitad de la adolescencia. Desde el inicio de la pubertad hasta los 17-18 años asistimos inicialmente a un crecimiento acelerado de los núcleos y áreas del sistema límbico, mientras que el “director de orquesta”, el córtex prefrontal, se queda atrás. Esta falta de sincronía hace que durante los años que siguen a la pubertad los centros de las respuestas defensivas (la amígdala) y de las respuestas placenteras (Accumbens y estriado ventral) funcionen sin la actividad reguladora del córtex prefrontal, cuya presencia se hará notar sobre todo durante la segunda mitad de la adolescencia. 

A continuación, revisaremos los principales cambios que se dan en el neurodesarrollo durante la adolescencia, y veremos como nos ayudan a explicar muchas de las características emocionales y conductuales de esta etapa de la vida.

Amígdala

La amígdala es un núcleo situado en el interior del cerebro, relacionado con el aprendizaje condicionado, y conocido sobre todo porque desencadena intensas respuestas de lucha o huida ante las amenazas. 

Durante la adolescencia el volumen de la amígdala aumenta mucho, lo que se acompaña de un incremento en su actividad (Galván, 2017). Durante la contemplación de caras asustadas, la amígdala de los adolescentes se activa más que la de adultos y niños (Guyer et al., 2008)(Monk et al., 2003)(Hare et al., 2008). Esto explica la hipersensibilidad de los adolescentes ante las amenazas y su alta reactividad emocional, incluso en situaciones que no justifican una alteración tan intensa.

Otro rasgo peculiar del crecimiento de este núcleo durante la adolescencia es que pierde eficiencia cuando se trata de aprender de los errores y las pérdidas (Ernst & Fudge, 2009) (Ernst et al., 2005). Durante la adolescencia, a la amígdala le cuesta más retener aquellos estímulos que precedieron a un perjuicio; por lo que, en sucesivas experiencias, le costará reaccionar a tiempo para evitar el daño. Teniendo en cuenta este rasgo del neurodesarrollo adolescente, resulta fácil entender por qué los jóvenes intentan una y otra vez conductas que no les proporcionaron ninguna gratificación; ocasionándoles incluso algún perjuicio.

Accumbens y estriado ventral

Durante esta época de la vida, los circuitos de la recompensa experimentan también cambios importantes. En general, la actividad y sensibilidad de las áreas del placer aumenta mucho, sobre todo hasta los 18-20 años (Galvan et al., 2006)(Urošević, Collins, Muetzel, Lim, & Luciana, 2012). El estrés y las circunstancias adversas aumentan todavía más esa sensibilidad en esta época de la vida; lo que provoca que, en situaciones de crisis, la apetencia por una gratificación inmediata sea más fuerte y más difícil de regular (Novick et al., 2018).

Esta dificultad de regulación depende también de un córtex prefrontal que, como ya se ha dicho, no está suficientemente activo y desarrollado hasta la segunda mitad de la adolescencia. Esto hace que durante los primeros años de esta etapa se tenga una preferencia a veces incontenible por las recompensas inmediatas (Christakou, Brammer, & Rubia, 2011). 

Una vez más, estos cambios neurobiológicos nos ayudan a comprender algunas de las características propias de los/las adolescentes. La mayor actividad de las áreas del placer conlleva una predisposición a la búsqueda constante de gratificación y novedad; si a esto unimos la relativa insuficiencia del córtex prefrontal en la primera mitad de esta etapa, el deseo es de una gratificación inmediata e inaplazable. Por otra parte, salvo que proporcionemos a los/las jóvenes recursos de regulación emocional, las situaciones estresantes activarán aún más esas áreas del placer, orientando sus conductas hacia el uso de fuentes de gratificación intensas y rápidas como las que proporcionan el uso de sustancias, el juego o incluso la comida.

Adolescencia y neurobiología del comportamiento social

Los cambios que se producen en el sistema nervioso durante la adolescencia afectan de una manera decisiva a áreas del cerebro relacionadas con la conducta social (Galván, 2017) de un modo que, teniendo en cuenta la teoría de los periodos críticos y sensibles, puede afectar al comportamiento relacional de los/las jóvenes durante el resto de su vida.

Los estudios nos muestran que, durante esta época, la presencia de los/as amigos/as incrementa la situación de falta de regulación emocional. Cuando los/las amigos/as están presentes, la actividad de los centros de recompensa es todavía más intensa (Chein, Albert, O’Brien, Uckert, & Steinberg, 2011). Además, la sensibilidad del adolescente hacia el rechazo por sus iguales es mayor que la de niños y adultos (Sebastian et al., 2011).

Tampoco aquí el córtex prefrontal está todavía en condiciones de ayudar porque, cuando los compañeros/as están presentes, no es capaz de aumentar su actividad reguladora; más bien la mantiene, o incluso la reduce (Segalowitz et al., 2012), dejando al chico/a a merced de unos núcleos amigdalar (miedo, rabia) y Accumbens (deseo, placer) excesivamente activos. Las investigaciones muestran que en situaciones de rechazo social la actividad del córtex prefrontal de los adolescentes disminuye; mientras que en los adultos, en las mismas situaciones, esta actividad aumenta (Sebastian et al., 2011). Por tanto, a diferencia de los adultos, en los y las jóvenes ese rechazo desencadena reacciones puramente emocionales, de rabia, miedo o tristeza, impidiéndoles reflexionar sobre las reacciones ajenas, y dificultando que encuentren estrategias de afrontamiento adaptativas. No es extraño que los jóvenes sean tan sensibles a la presión social y al rechazo por parte de sus iguales. 

Otra característica de las relaciones sociales del adolescente es la tendencia a actuar de un modo impulsivo y aparentemente desconsiderado. Un estudio reciente muestra que hay razones neurobiológicas para esto: cuando hay que tomar decisiones arriesgadas en situaciones sociales, los adolescentes activan menos las áreas de monitorización de la acción (giro frontal inferior, caudado) y las zonas de cognición social (giro temporal medio y superior) (Rodrigo, Padrón, de Vega, & Ferstl, 2018). La escasa monitorización de la acción conduce a conductas irreflexivas e impulsivas, que persisten a pesar de ser claramente perjudiciales; la desactivación de las conductas de cognición social dificulta que sean empáticos y que tengan en cuenta las necesidades de los demás.

¿Se entiende mejor ahora que actúen como lo han hecho a veces durante la pandemia?. Una vez más, el neurodesarrollo nos ayuda a entender el comportamiento característico de esta época de la vida en las situaciones sociales. Por razones neurobiológicas, los/las adolescentes tienen menos capacidad para resistir la presión social, ya que sus circuitos de la recompensa, ya de por sí sensibles, se activan aún más en presencia de los/las amigos/as. La situación empeora por la hipersensibilidad del adolescente al rechazo social que, en el caso del acoso escolar, puede tener consecuencias importantes para la construcción de su personalidad y el mantenimiento de la salud mental durante su vida adulta. Finalmente, el comportamiento a veces torpe e impulsivo en las relaciones, tiene que ver también con cambios neurobiológicos, con una relativa insuficiencia en el funcionamiento de las áreas que monitorizan las consecuencias sociales del comportamiento.

Durante la adolescencia se reactiva la necesidad del apego

La pubertad reactiva el neurodesarrollo y da inicio a una nueva proliferación neuronal, que afecta sobre todo a las áreas relacionadas con la regulación emocional. Inicialmente la amígdala y los circuitos de la recompensa experimentan un crecimiento y un aumento de actividad que no se acompaña de una maduración equiparable de la corteza prefrontal; por lo que la adolescencia va a estar presidida por un aumento de la reactividad emocional, unas emociones más intensas y dificultades de autocontrol. Una situación en la que el sistema nervioso vuelve a un estado similar al de los primeros meses tras el nacimiento: unos núcleos subcorticales muy activos y una corteza prefrontal aún inmadura. De ahí que debamos considerar la adolescencia como una fase en la que se reedita la necesidad del apego; en la que un sistema nervioso adulto debe hacerse de nuevo presente para proporcionar la regulación emocional que contribuya a la integración del sistema nervioso en desarrollo. 

Diversas investigaciones han demostrado la gran influencia de las figuras de apego en el funcionamiento del sistema nervioso del adolescente. En una de ellas, los adolescentes que realizaban una tarea estresante en presencia de sus madres mostraban una atenuación de las respuestas cerebrales de estrés (Lee, Qu, & Telzer, 2018); la similitud en el funcionamiento cerebral era mayor entre madres e hijos cuando había una buena conexión previa entre ellos. En otro estudio, adolescentes que contemplaban en video una discusión familiar, las áreas cerebrales de mentalización del adolescente se activaban más al ver al progenitor con el que más conectados estaban (Saxbe, Del Piero, & Margolin, 2015). Finalmente, adolescentes que sufrían acoso escolar experimentaban una mayor activación de las zonas del cingulado anterior relacionadas con el dolor; pero la interacción con sus familiares atenuaba esa actividad, reduciendo el dolor del rechazo (Schriber et al., 2018).

Todos estos hallazgos dejan claro que los adolescentes vuelven a necesitar figuras de apego que, a través de una interacción sintonizada, balanceada y coherente, contribuyan a moldear la construcción de las redes neurales en esa nueva fase de proliferación y poda de las redes neurales.

Resumen y conclusiones

A veces el comportamiento de los adolescentes parece depender de una crianza permisiva, o bien de una falta de sensatez, o de su falta de sensibilidad, solidaridad o empatía. Solemos pensar que son inmaduros, que no necesitan la presencia de los adultos, o que les puede estorbar porque precisan autonomizarse y ser independientes.

Los estudios neurobiológicos nos presentan una realidad muy diferente. Los y las adolescentes no son como son porque lo hayan decidido así; ni porque les hayamos educado mal. Simplemente están atravesando por una fase del desarrollo cerebral que los deja a merced de emociones intensas y cambiantes que pueden conducirles a empresas y logros ilusionantes, o a tomar decisiones impulsivas, arriesgadas y peligrosas. Una fase en la que una nueva sucesión de proliferación y poda neuronales abre un periodo sensible de cuya evolución puede depender el estado de salud mental y física que tendrán cuando lleguen a la edad adulta.

Los cambios que experimenta su cerebro les ha hecho muy difícil soportar una situación como la que se ha vivido durante la pandemia: con una gran necesidad de gratificación (crecimiento del Accumbens), una gran predisposición a las reacciones de miedo y rabia (hiperactividad de la amígdala), y pocos mecanismos de autocontrol (enlentecimiento del desarrollo prefrontal). Y el mejor modo de ayudarles es reactivar la relación de apego.

Como hemos visto, el cerebro del adolescente vuelve a un estado parecido al que tenía al nacimiento, con una amígdala y un Accumbens hipertrofiados, y un córtex prefrontal poco presentes. Por tanto, como ocurrió tras el nacimiento, por lo que se reedita la necesidad de figuras de apego que les ayuden a transitar por ese periodo difícil y esperanzador, proporcionándoles los recursos neurales de los que carecen. Padres, madres, educadores y educadoras, terapeutas y todas las personas que rodean a los y las adolescentes debemos ser conscientes de la importancia de esta etapa, y de lo mucho que se puede modificar su trayectoria vital a través de las relaciones interpersonales. La reactivación del neurodesarrollo hace que todas las intervenciones sean mucho más potentes en este momento vital, que debemos aprovechar para reafirmar los cimientos de una vida adulta sana y feliz.

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[1] La metáfora es pertinente porque los cabellos están constituidos por proteínas similares a las que conforman el citoesqueleto neuronal.