lunes, 21 de octubre de 2024

"Los hijos no tienen la culpa (O parecíamos una familia muy normal)", por Sergio Urriola



"Los hijos no tienen la culpa 
(O parecíamos una familia muy normal)"
Por Sergio Urriola


Fotografía de Sergio Urriola y de la portada de su libro

Para adquirir el libro en pre-venta: click aquí

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Reseña bibliográfica cuya autora es 
Carolina Saavedra, psicóloga y traumaterapeuta sistémica


Carolina Saavedra. Psicóloga de origen chileno. Vive en Viña del Mar junto a su esposo y dos hijos. Actualmente, se desempeña como coordinadora y docente del Diplomado Formación Especializada en Traumaterapia Sistémica Infantil (versión Chile-Hispanoamérica), dirigido por Dr. Jorge Barudy y Ps. Maryorie Dantagnan (Instituto de Formación e Investigación-Acción sobre las Consecuencias de la Violencia y la Promoción de la Resiliencia IFIV), y como asesora técnica de programas especializados en reparación de grave vulneración de derechos infantiles en la Corporación ONG Paicabi. Co-autora de artículos en áreas asociadas a la intervención psicosocial y vulneración de derechos en infancia. También trabaja en consulta privada como psicóloga y psicoterapeuta infantil y de adolescentes.  Licenciada en Psicología Universidad de Valparaíso. Diplomada en Formación Especializada para Psicoterapeutas Infantiles IFIV Barcelona. Master en Paidopsiquiatría y Psicología de la Infancia y la Adolescencia, Universitat Autónoma de Barcelona. Magíster en Psicología, Mención Psicología Comunitaria, Universidad de Chile. Diplomada (en línea) en Terapia Narrativa, Pranas Chile y Capacitada (en línea) y teórico-práctica en Terapia Cognitiva Conductual Focalizada en el Trauma, The Medical University of South Carolina – Universidad Santo Tomás.

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Escribir la reseña de este libro es un honor y un regalo para mí. Me sentí profundamente afortunada cuando, hace poco más de un mes, recibí un mensaje de su autor, a quien había acompañado terapéuticamente el año pasado. En ese mensaje, compartía conmigo que había escrito un libro y deseaba enviarme una copia.

Sinceramente no me sorprendió que emprendiera este proyecto y que lo haya logrado materializar, pues -al conocerle- una de las motivaciones que aprecié en él fue justamente su preocupación y sensible sentido de solidaridad ante las experiencias de dolor que los niños y niñas pueden llegar a atravesar en sus vidas, debido a las decisiones y la falta de protección de los adultos responsables de su cuidado.

Es así como prontamente tuve en mis manos el testimonio Sergio Urriola, nacido en Santiago de Chile en 1969, quien emigró a los Estados Unidos a los casi 20 años. Con mucho esfuerzo y determinación, Sergio logró forjar una destacada carrera como comunicador radial para la comunidad hispana y ahora liderar una empresa de turismo y viajes en Washington DC.

Probablemente, ser la voz de importantes programas y marcas reconocidas fue la antesala de este valiente desafío: sacar la voz de su propia historia. En ella desentraña vivencias que muestran las adversidades que un niño puede enfrentar a temprana edad. Sin embargo, gracias al fenómeno de la resiliencia secundaria, es decir, esa energía constructiva apoyada en experiencias y personas significativas, logra transformarse y generar opciones positivas de cambio.

Sergio cuenta su historia en primera persona, desde la mirada de un niño que, entre juegos con sus hermanos y animales en un entorno semirural, va descubriendo cómo las decisiones de los adultos, aunque incomprensibles para él, marcan su destino. El abandono de su padre y el consecuente periplo de su madre, a cargo de él y sus tres hermanos, en un contexto de pobreza y bajo la dictadura militar en Chile, nos permiten entender las dificultades que enfrentó.

La miseria y la escasez material marcaron la vida de Dimitri, el protagonista de esta historia. Pero fueron las largas ausencias de su madre al salir a trabajar, sus castigos físicos y, sobre todo, la falta de cariño y cercanía afectiva, lo que provocaría un profundo dolor y sentido de injusticia en este pequeño, quien no logra comprender cómo quienes deben protegerle y cuidarle le pueden causar tanto daño, o en palabras de Jorge Barudy, le someten a esa paradoja irresoluble. Sin embargo, encuentra consuelo en los gestos de cariño y atención de su tía Carmen y Mirita, que le permitían creer que merecía ser tratado con amor.

Muchos pasajes de este relato nos adentran en sus vivencias infantiles, revelando cómo la mirada adultocentrista de aquellos años impactaba la vida de Dimitri y sus hermanos, quienes -como muchos otros niños y niñas- silenciosamente viven estas experiencias, sin que haya al menos un adulto que los vea y pueda ayudarles o apoyar a esta madre quien, también influida por una dolorosa trayectoria de sufrimiento infantil, no pudo hacer consciente cómo sus actos afectaban a sus hijos.

“Al poco tiempo, Mario comenzó a mostrarse como era y, claro, estaba en su territorio y el trato hacia nosotros era de ignorarnos a ratos y autoritario en otros. Su adicción al alcohol se hacía evidente y es ahí cuando no lograba entender a mamá. Sus borracheras se volvieron eternas y muchas veces me tocó junto a mi hermano Fernando lo más denigrante que le puede tocar a un niño vivir en público ante la mirada de todo aquel que pasaba por la calle: ver a dos niños tratando de levantar a un borracho todo orinado para llevárselo a casa. Nos costaba una eternidad. Aún percibo ese desagradable olor a trago y orines. Llegábamos con él a casa y mamá nos recibía con cierto grado de vergüenza. Ella lo tomaba con todas sus fuerzas y se lo llevaba al baño sin techo y desde ahí se escuchaban sus gritos a mamá”

Afortunadamente, algunos faros en su camino, como Perico y Elías, así como adultos anónimos, le ayudaron a recuperar la confianza en sí mismo y en la humanidad, convenciéndose poco a poco de que era posible construir un futuro.

“Salté la reja de la casa y abrí la puerta muy despacio, entré a la casa a oscuras. Todos dormían, bueno eso creí yo en ese momento. Me metí en el cuarto que compartía con mis hermanos y Luz se acerca a mi cama y susurrándome muy despacio me dice:

¿Hueón, dónde estabas? Me tenías muy preocupada, por favor ¡¡no me hagas esto nunca más!! –me dice en un susto muy despacio. La amo por eso hasta el día de hoy, ya que fue la única de mi familia que ese día se preocupó por mí como pudo y la que supo que esa noche caminé solo y llegué a casa a las 3 de la mañana.

De la pareja que me ayudo y me salvó esa noche nunca más supe de ellos, ni siquiera recuerdo cómo se llaman. Conservé por mucho tiempo el sweater por si volvía a verlos alguna vez y regresárselo. ¡Les debo una! Sería genial saber de ellos y poder abrazarlos por lo que hicieron. Gracias a la Mirita, que yo sé que ella me los mandó, porque hasta ahora ella nunca me ha abandonado”.

La motivación de Sergio para compartir su testimonio radica en honrar a su niño interior, ayudarle a comprender lo vivido y percibirlo de una manera diferente, sin culpa y enseñándole lo que le ayudará a crecer y quienes le acompañarán en esos aprendizajes.

Es esta historia la que me impulsa a presentarles este libro, pues creo que puede ser una fuente de esperanza y transformación para otros. Dimitri nos enseña que la vida puede cambiar y que podemos resistir las experiencias más difíciles. Espero haber podido transmitirles este mensaje e invitarles a leer y compartir sus propias impresiones.

martes, 8 de octubre de 2024

Curso monográfico online: Cómo maximizar los beneficios del acogimiento familiar en la reparación del daño traumático poniendo el foco en el cerebro de los acogedores, organizado por IFIV, lunes 18 noviembre 2024


Organizado por el Instituto de Investigación 

Acción sobre la Violencia y la Promoción de la Resiliencia (IFIV)


Curso monográfico.

Lunes 18 de noviembre de 2024, de 16,00h - 20,00h


Cómo maximizar los beneficios del acogimiento familiar en la reparación del daño traumático poniendo el foco en el cerebro de los acogedores


Con Cristina Herce y Rafael Benito

Para inscribirse, click AQUÍ








lunes, 7 de octubre de 2024

La vergüenza crónica, reflexiones a propósito del libro de Patricia Deyoung


Estoy leyendo el libro “Comprender y tratar la vergüenza crónica”, de Patricia Deyoung y está siendo todo un descubrimiento. Me está ayudando a entender y tratar especialmente a determinados pacientes adolescentes y adultos que presentan trauma complejo. Sin embargo, es útil no solo en estos casos sino también para entender a otras personas que, sin haber sufrido un impacto traumático tan severo, han vivido experiencias en las que no se han sentido unidos y seguros con sus figuras de apego. 

Portada del libro de Patricia Deyoung

Los pacientes con un trauma complejo crónico presentan síntomas muy variados. No encajan fácilmente en una categoría diagnóstica y, una vez recuperados, suelen recaer de una manera muy frecuente. La cronicidad en sus problemas de salud mental y en sus relaciones interpersonales son recurrentes. Por ejemplo, manifiestan tristeza profunda crónica, dolores psicosomáticos continuos, reacciones de ira descontrolada, se sienten fácilmente atacados e invalidados y reaccionan de manera hostil, síntomas obsesivos (con la limpieza, el orden, la gente que puede o no entrar en sus casas…), reacciones de bloqueo cuando se les presenta un problema cotidiano, déficit interpersonales (no pueden mantener relaciones cercanas y estrechas porque entran en conflicto al sentirse fácilmente rechazadas y hacen valoraciones y apreciaciones de la realidad distorsionadas o proyectivas), adicciones casi continuas (a las sustancias, o a las compras u otras actividades), imposibilidad de mantener una relación de pareja sana, episodios depresivos, muchos problemas para mantener un trabajo… Podría seguir… La disociación se ha hecho habitual en su repertorio, como dice Schore forma parte ya de su estructura neurobiologica. 

Otras veces no observamos experiencias o procesos relacionales aparentemente tan severos, pero la persona no se ha sentido amada, reconocida, validada, segura y conectada con las figuras parentales u otras personas significativas con las que se ha criado. 

Cuando uno trabaja con los modelos terapéuticos clásicos del trauma, basados en conceptualizar el caso (o evaluar) y aplicar protocolos u otras técnicas de tratamiento terapéutico eficaces para abordar los contenidos y recuerdos traumáticos asociados a los síntomas y los trastornos que presentan, lo que yo observo es que este tipo de abordajes no son suficientes. A mi juicio, este tipo de modelos no han considerado como merece la relación terapéutica. La sitúan como fundamental (en el sentido de que está en la base de todo tratamiento), pero no la valoran como la terapia en sí misma. De hecho, la herencia de todo esto es que cuando un profesional por diversos motivos (resistencia de un paciente, mecanismos de defensa que son delicados de eliminar tan rápido, falta de confianza en el profesional, no sentir seguridad con él, sentirse juzgado, traspasar límites terapéuticos…) no puede aplicar técnicas y se encuentra solo en el estar-con el paciente, siente que no está haciendo nada y que la terapia no avanza. No ve las enormes posibilidades terapéuticas de una terapia relacional. El paciente le está haciendo el regalo de seguir acudiendo y de mostrarse, pese a los riesgos, en una relación con un otro tan significativo como lo es un terapeuta… El paciente esperará a comprobar qué hacemos cuando surjan momentos críticos: “Después de la fuerte discusión que tuvimos pensé que ya no me recibirías más en la consulta". "Con el psicólogo anterior fue así, me dijo que había atentado contra su confianza y decidió suspender las sesiones” “Con el último profesional que estuve decidí no ir, dijo una frase que me molestó mucho y no volví más, nunca me llamó para preguntar por qué falté”- son frases pronunciadas por pacientes.

En este sentido, los modelos psicoanalíticos relacionales recientes, basados en los conocimientos que tenemos sobre el hemisferio derecho del cerebro, nos están aportando una nueva mirada y una nueva forma de llevar adelante los tratamientos. Autores como Schore están situando este tipo de psicoterapias en el siglo XXI y dudan de que una terapia basada solo en las técnicas y en el hemisferio izquierdo (interpretativa, cognitivo-conductual…) sea exitosa. Debemos implicar al hemisferio derecho. De este modo, Schore (2022) afirma: 

"La regulación psicobiológica interactiva [...] proporciona el contexto relacional bajo el cual el paciente puede establecer contacto, describir y finalmente regular su experiencia interna de manera segura [...] Lo que ayuda al paciente a efectuar el cambio es experimentar este empoderamiento en el contexto de seguridad proporcionado por el trasfondo de la regulación afectiva interactiva psicobiológicamente armonizada del terapeuta empático".

"La neurociencia ha legitimado la subjetividad en psicología y en terapia. Tanto la ciencia como la teoría clínica coinciden en que la psicoterapia es básicamente relacional y emocional, por lo que ahora pensamos que estar emocional e intersubjetivamente con el paciente es más importante que explicarse racionalmente el comportamiento del paciente"

"El trauma relacional no se aborda mediante estrategias, técnicas, interpretaciones, etc. dictadas por la agenda de una teoría particular. Más bien, es a través del establecimiento de un tipo específico de relación que no se impone ni se manipula artificialmente, sino que se permite que emerja en la interacción conversacional".

La relación terapéutica de transferencia y contratransferencia, desde una mirada actual (casi diríamos que todo es contratransferencia porque terapeuta y paciente constituyen un cerebro bipersonal, se interinfluencian mutuamente), es la clave del proceso terapéutico. Y, además, porque muchos de los “recuerdos” de los pacientes son implícitos, inconscientes, pertenecientes a una etapa temprana (no se olvida pero no se recuerda) y solo se pueden mostrar y manifestar en lo que escenificamos con los otros. Y, en concreto, en lo que se escenifica en el marco de la relación afectivamente íntima paciente/terapeuta. La terapia relacional es la terapia, no el medio para conseguir aplicar unas técnicas eficaces. Es más: diría que cuando aplicamos técnicas hay implicaciones relacionales, conscientes o inconscientes. Están ahí, pero las obviamos. Podemos estar comunicándonos con nuestro paciente a nivel explícito de una manera, pero en la comunicación no verbal implícita pueden estar pasando otras cosas: “No te lo he dicho hasta ahora, pero me da mucho miedo estar con un hombre a solas en una sala porque cuando tenía diez años un amigo de mi padre abusó de mí. Mi padre no me creyó y mi madre se drogaba y bebía y me dijo que a ella también le ocurrió y que lo olvidara”. Una revelación así no solo requiere de un abordaje técnico para tratar ese contenido traumático sino sobre todo y ante todo, hablar y tratar sobre los sentimientos que se experimentan por ambas partes, y sobre todo acerca de la inseguridad y el miedo que esta persona siente, para poder sostener la relación y renovarla. Como dice Deyoung: "Un momento de enactment mutuo [con este término se refiere Patricia a que terapeuta y paciente escenifican juntos una actuación en la cual las necesidades y conflictos inconscientes de ambos se solapan y se encuentran, refleja una espiral de influencia mutua: el paciente actúa en el terapeuta y este en el primero] puede ser terriblemente doloroso en terapia. A veces, los clientes no pueden soportarlo o verle el sentido, y abandonan la terapia. Pero a menudo soportan quedarse si sus terapeutas pueden soportarlo con ellos, mientras comparten una convicción de que su lucha conjunta importa profundamente de alguna manera".

Creo que en el trabajo con los pacientes debemos situar la relación terapéutica como el eje vertebrador de toda la terapia. Este modelo es mucho más exigente y comprometedor para el profesional, porque le va a poner, en cantidad de ocasiones, en situaciones interpersonales donde las decisiones -qué decir, qué hacer y sobre todo, cómo actuar- van a ser muy delicadas y criticas. Y va a requerir que nosotros, como profesionales-persona con biografía, hayamos sanado de nuestras propias heridas infantiles. Porque los terapeutas pueden conducir sin darse cuenta a su paciente hacia una experiencia retraumatizante. O, por el contrario, hacia una manera de revivir de modo diferente (por lo tanto, reconstruir) lo experimentado en el pasado, con un resultado interpersonal distinto, sanador de los patrones relacionales dañados de nuestro paciente.

¿Por qué algunos pacientes presentan estos rasgos de ser, estos síntomas y estas conductas tan persistentes y continuadas? Es como si se comportaran como la osa que vivió años atada en una jaula y solo tenía un pequeño espacio para caminar en círculo. Ya fuera de la situación traumática, en libertad, la osa continúa durante mucho tiempo girando alrededor del perímetro que tenía en cautividad sin darse cuenta de que… ¡tiene todo el espacio del mundo! Este tipo de pacientes, con frecuencia se recuperan de un evento que les dispara las reacciones traumáticas pero de nuevo otro disparador les mete en similares reacciones… Es decir, hacen lo mismo que la osa: idénticas reacciones emocionales y conductuales que en el pasado, la misma repetición de patrones afectivos y vinculares, las mismas decisiones y actuaciones que llevan a similar resultado: hacerse daño y/o hacérselo a los demás. Y en la explicación de porqué se comportan así, pendulan entre culpar al exterior o culparse a ellos mismos y caer en conductas autolíticas y autodestructivas. Como la osa, no salen de ese círculo. Y los profesionales aplicamos las técnicas, llevamos adelante protocolos validados, interpretamos sus patrones y les ayudamos a resignificar lo vivido a la luz de nuevas reflexiones (cuando se abren a ello, porque la excesiva activación o las posturas rígidas defensivas hacen que solo vean una parte de la realidad, una única verdad y absoluta; y eso dificulta que trabajemos la mentalización) que conecten genuinamente con las emociones reguladas por la relación terapéutica. Y por supuesto que mejoran, y se logra ayudarles con resultados positivos en muchos aspectos de sus vidas y de su salud. Pero observo que vuelven una y otra vez a repetir cada cierto tiempo una "performance del yo" (Deyoung, 2024) similar. Los profesionales nos sentimos desbordados e impotentes. Y las personas que rodean a nuestro paciente se desesperan y sufren como ellos las consecuencias de una espiral destructiva. 

La osa que cree estar atrapada en una jaula

Leer el libro de Patricia Deyoung me ha abierto nuevas perspectivas. Esta autora plantea que en este tipo de pacientes (y en otros) lo que sienten realmente a un nivel inconsciente y desplazado al hemisferio derecho es vergüenza. Pero no entendida como esa emoción transitoria en la que tenemos una reacción somática y nos queremos esconder, como lo opuesto al orgullo. Patricia habla de vergüenza crónica. No es porque una persona fracase en ser admirada, reconocida, adorada o pase por una experiencia que suponga un deshonor o un bochorno, o una afrenta. Esta autora conceptualiza la vergüenza desde un punto de vista relacional y asociada siempre a otro. Dice Patricia:

“La vergüenza en todas sus formas es antes que nada relacional. Empieza como la experiencia del yo-en relación cuando el en-relación se ha roto o desconectado. Cuando la desconexión relacional es crónica, un profundo sentimiento de desolación toma el control, junto con la desesperación no remitente y la sensación de falta de mérito. […] La vergüenza ataca no porque una persona fracase en ser adorada, reconocida y admirada. Sino porque una persona no tiene una necesidad primaria satisfecha, concretamente, la necesidad de conexión y unión emocional. Por lo tanto, la vergüenza se puede sanar si una persona vuelve al vínculo donde la empatía y la unión emocional son posibles. Este es el trabajo de la psicoterapia orientada al yo-en-relación”.

Por eso no es necesario que se vivan formas muy extremas de malos tratos, sino que la pérdida de una manera continuada de la conexión con las figuras de apego puede instalar esta vergüenza. Con lo cual cualquier forma de comportamiento que se exhiba ante un niño pequeño que conlleve un déficit repetido y acusado de empatía, donde nos mantenemos distantes y haciéndole sentir al pequeño un vacío y una desconexión (un espacio donde no se puede estar) que vivirá como abrumadoras, puede instalar la vergüenza crónica.

Para que esto ocurra, debe existir un otro (u otros) desregulador, dice Patricia: “La vergüenza crónica es un fenómeno que se desarrolla cuando esta desintegración/desregulación se da de manera continuada y no reparada. Para sobrevivir, un yo se desconecta de la causa del dolor y aprende cómo vivir en aislamiento emocional. De este modo, el dolor de una relación rota se convierte en patrones de relación de desconexión del yo y de otros para toda la vida. Estos patrones son estresantes y debilitadores; sostienen identidades de desmerecimiento, expectativas de fracaso y exigencias de una performance perfecta, pero son más tolerables que la vergüenza aguda en curso. Estas estructuras de la vergüenza crónica están sujetas a una disociación tan poderosa como la vergüenza aguda que estas disocian”.

Los adultos escenifican "performances del yo", dice la autora, que conllevan reacciones de rabia, enganche a sustancias, patrones rígidos de pensamiento, persistencia en generar los mismos círculos viciosos, confirmaciones repetidas de que el otro rechaza y abandona, cambios de humor, sentirse seres despreciables, autolesiones, sentimientos intensos de odio… y actuaciones o patrones afectivos similares que conllevan repeticiones con pensamientos y creencias rígidas. De ese modo, mantienen versiones del yo avergonzadas traumáticamente alejadas de su conciencia. Les resulta más soportable estas performances que arriesgarse a vivir la "sombra del tsunami" (Bromberg, 2011) en forma de vergüenza aniquiladora. Su experiencia interna es terrible, así lo describen los pacientes. Debe ser una vivencia horrible, similar a la que tienen los protagonistas de esta película cuando ven este espantoso tsunami llegar a su ciudad…

Los pacientes traumatizados viven las reexperimentaciones 
como si de un tsunami aterrador se tratara


Veamos el caso de Miguel [modificado por preservar al máximo la intimidad]:

Con cada chico que conoce se abre a una nueva ilusión. Ha tenido relaciones con tantos que ha perdido la cuenta. Al principio, cada nueva posible pareja se la representa como buena, cercana, tierna, cariñosa… El chico debe de cumplir unos requisitos en su performance a nivel físico (tener una fisonomía concreta, si no, los rechaza) Tras el primer encuentro, donde él nunca parece desear ir más allá, es decir, crear un vínculo de pareja (aunque en muchas ocasiones manifiesta a su terapeuta quererlo) el chico y él se despiden. No han hablado nada concreto sobre si se verán más veces o no. Parece que tan solo se trata de un encuentro sexual que puede repetirse, no hay nada parecido al inicio de una relación, ni mucho menos un vínculo de pareja. Nada se ha hablado. Justamente “elige” aquellos chicos que no quieren más que encuentros sexuales y consideran que de eso se trata. Y estos creen (aunque no lo hablan) que Miguel también quiere solo sexo… Pero una parte de este quiere vincular, necesita encontrar una persona que la colme de amor. Por ello, rápidamente, nada más irse por la puerta el chico, le escribe. Si este no le contesta o no le coge el teléfono y tarda en hacerlo, la rabia y el odio le invaden. Ahora ya no atribuye cualidades positivas al chico, sino que le demoniza: es malo, le rechaza, se ha aprovechado de él, le ignora… Miguel le envía mails furibundos o audios de whatsapp donde carga contra él todo su odio porque considera que le rechaza y le ignora (lo que genera vergüenza disociada), pero es más tolerable sostener un síntoma de ira y odio continuos (donde el causante es el otro) que conectar con la vergüenza que le lleva a la desconexión profunda que sintió de bebé y de niño al ser abandonado por su padre y dejado en unas condiciones extremas para la supervivencia. Esta performance se repite una y otra vez, durante años… Solamente en la relación de transferencia/contratransferencia con el terapeuta se puede reparar esta herida, cuando Miguel siente a veces que el terapeuta le rechaza, pero a pesar de todo este sostiene la relación y mantiene el vínculo. Con él puede encontrar un espacio para poder reestructurar estas experiencias, y también las más tempranas. Para Miguel es mucho más tolerable escenificar esta performance y expulsar impulsivamente la rabia y el odio que ser consciente del sentimiento profundo de rechazo que late en él, que le lleva a la desconexión profunda que sintió en su infancia temprana cuando pasaba días y días solo en una cuna. Son recuerdos que ha disociado y que viven en su hemisferio derecho en forma de sensaciones, emociones, tonos de voz, expresiones faciales… de no estar con otro y sentir esa desintegración. Bromberg (2011) habla también de esto cuando afirma que la disociación traumática es como la "sombra de un tsunami" que amenaza la integridad del self. Y estas personas, al igual que Miguel, tienen, en palabras de Bromberg, un "detector de humo" para intuir la aparición de la sombra del tsunami y la llegada de una ansiedad aniquiladora. Podéis visitar este post.

Por lo tanto, en la génesis de la vergüenza crónica está, como refiere Patricia, la vivencia prolongada de una desconexión con las figuras de apego que conlleva una experiencia intolerable de desintegración. Así, dice Deyoung: “Las relaciones son lo que mantienen al yo en una completitud integrada, y el bienestar personal depende de ese sentido integrado del yo-en-relación. […] Desde el momento del nacimiento, el impulso por la coherencia convierte los patrones de experiencia afectiva y emocional inmediata en patrones de expectativas y respuesta con los cuidadores. […] Pueden aparecer en terapia como las experiencias de ansiedad, depresión, disminución y fragmentación de un cliente, y también como la incapacidad del cliente de conectar de una manera que ayude. […] El terapeuta trata de crear una relación donde una experiencia del yo más coherente sea posible para el cliente”.

Los padres o adultos que cuidan al niño han de ser extremadamente responsables en el modo en el que vinculan con el niño. Qué le transmiten mediante mensajes verbales y no verbales sobre su ser. Hablamos de que cuando nos equivocamos con ellos la reparación es posible, pero no es menos cierto que hay experiencias tempranas relacionales tan severas y duraderas que dejan una huella en la psique tan marcada que no resulta fácil de reparar posteriormente. Es posible que nuevos patrones relacionales, nuevos esquemas mentales, nuevas experiencias vividas con personas sanas… contribuyan a crear un sentido coherente de uno mismo, así como volver a sentirse en conexión con otro. Pero, tengámoslo en cuenta, es costoso y conlleva un gran esfuerzo continuado relacional. Y no tenemos ninguna garantía de lograr dicha reparación. Por lo tanto, la toma de conciencia y el trabajo personal preventivo son totalmente necesarios. En los últimos tiempos se le está concediendo mucha importancia al sistema nervioso autónomo y a la teoría polivagal y sus conexiones con el cuerpo y las acciones que moviliza (lucha, huida, etc.) Y aunque sin duda la tienen, como bien dice Rafael Benito, es importante la integración vertical pero también la horizontal, hemisferios derecho e izquierdo, que también participan en nuestras relaciones con los niños y adultos, a través de los gestos, la prosodia, la mirada… (hemisferio derecho del cerebro, que sería algo así como la música) y de los mensajes verbales (hemisferio izquierdo del cerebro, la letra) y qué grado de coherencia hay en la comunicación entre ambos.

¡Qué enorme importancia tiene lo que vivimos de niños con nuestros padres o cuidadores! Así pues, dice Deyoung: “cuando somos pequeños y clásicamente nos portamos mal, el descontento del padre o de la madre causará momentáneamente una desconexión (esto es un elemento clave en el modelo de esta autora), vergüenza y sentimientos de desmoronamiento. Un progenitor competente reconectará lo más pronto posible, enderezando el sentido del yo del niño. Esta desintegración tolerable se convierte en una oportunidad para el niño de asimilar un sentido del yo a veces malo. Las pequeñas roturas, si se restauran rápidamente, ayudan al niño a integrar sentidos emocionales de bondad y maldad. […] El daño permanente de la vergüenza crónica es el resultado de un patrón de momentos de desintegración no restaurada en los que el niño tuvo que luchar solo para restablecer el equilibrio. En vez de integrarse, la separación de bueno y malo se refuerza. El niño puede intentar actuar como un niño completamente bueno o completamente malo, al tiempo que también intenta borrar la experiencia confusa y totalmente dolorosa de desintegrarse solo, especialmente cuando esto sucede a menudo. Así, la desconexión no restaurada entre el cuidador y el niño es lo que conduce a la vergüenza crónica. Cuando un niño ya no es capaz de sentirse conectado y reconocido por una persona que lo acoja en su ser emocional, su experiencia de un yo coherente se desintegra”.

Por ello, muy temprano en el desarrollo, desde los dos-tres años, es importante que el niño no viva una escisión entre bueno/malo. El adulto que es capaz de transmitir al infante que “no es malo sino alguien digno aunque haya cometido errores” y se mantiene conectado pese a todo, está sentando las bases de una buena salud mental. Y esto es difícil sobre todo al relacionarse con niños con historia de trauma temprano o del desarrollo, que son especialistas en tocar los botones del adulto y hacer que este se desregule, perdiendo el control emocional o bien poniendo una distancia (lo más duro para un niño que ha sido abandonado o ha vivido trauma) que aumenta la rabia y la hostilidad de este (porque la tiene impresa en su hemisferio derecho desde bebé). El adulto, desde la seguridad y la calma atenta que ayuda a estar presente (no confundamos calma con imperturbabilidad adulta o indiferencia, no es lo mismo), va conectando con el estado del niño y le ayuda progresivamente a modularlo.

Muchos de nuestros pacientes sienten, cuando cometen errores, que son las peores personas. Sienten desprecio por todo su ser, y en el fondo anida la vergüenza que condujo a la desconexión, que en el caso de ser continuada, lleva a la desintegración. Hemos de esforzarnos en que los niños se sientan conectados con nosotros, válidos, dignos, respetados y amados, cuando no satisfacen nuestras expectativas o se equivocan o cometen errores, algo muy frecuente porque son seres en desarrollo y lo más normal es esperar que sean falibles. “Abracemos la imperfección”, dice Ana Gómez. “Soy digno y merecedor, aunque a veces me equivoque”, conduce a la culpa sana y no a la vergüenza desreguladora. Este es el mensaje fundamental.

Debemos tener un profundo respeto por los niños y sus derechos. Hemos de medir muy bien las frases que les decimos y cómo se las decimos. Como hemos dicho, cuando nos equivocamos con ellos, se puede reparar, sí, pero no olvidemos que esto no siempre ofrece el resultado esperado con todos porque hay niños y adolescentes que no siempre se abren a ello ni les llega internamente la reparación. Podemos cometer errores, por supuesto, somos humanos, no podemos ser perfectos y serlo sería peor. Sin embargo, no podemos exhibir el descontrol emocional y/o el modelo de la cara congelada (distante) como tácticas de relación y disciplina habituales con el niño. Tengamos presente que lo que les decimos -y cómo se lo decimos- a los niños es muy importante y tiene una gran influencia en su desarrollo, un gran impacto. Si conlleva la presencia de un otro-en-relación desregulador, puede instalar la vergüenza crónica en ellos. Como padres, cuidadores y profesionales de la infancia, debemos de hacer trabajo personal y revisar nuestras heridas y sanarlas. Schore lanza en este sentido un mensaje que nos tiene que hacer pensar mucho: una persona (padre, madre o profesional) solo puede aspirar a sanar a un niño o adulto, paciente o no, sólo hasta el nivel de sanación que aquella haya logrado en sus competencias vinculares y empáticas.

Sobre la psicoterapia, si el trauma es fundamentalmente relacional, aquella será relacional. Así pues, las técnicas y los protocolos, válidos, tendrán su espacio y sentido si hacemos que toda la terapia se vertebre en torno a lo relacional. Por otro lado, abordar la vergüenza, tan desintegradora de la persona, es muy delicado. No puede aludirse a ella directamente, no es siempre recomendable hacer esto. Patricia propone un programa de trabajo que requiere ir por partes, de un modo más indirecto a otro más directo, sobre todo cuando la vergüenza está disociada. Esto será motivo para que escriba otro post.

REFERENCIAS

Bromberg, P. (2011). La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional.Madrid: Ágora relacional.

Schore, A. (2022). Psicoterapia con el hemisferio derecho. Barcelona: Eleftheria.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Congreso Internacional de Acogimiento Familiar Especializado, en Barcelona, Madrid y San Sebastián, 4, 5, 6 y 7 de noviembre 2024

 CONGRESO INTERNACIONAL DE ACOGIMIENTO FAMILIAR ESPECIALIZADO

Un congreso en el que participan expertos nacionales e internacionales en el ámbito

Un congreso para compartir conocimiento y experiencia en cuidados para la reparación del trauma infantil. El modelo de acogimiento familiar especializado de especial preparación será el eje vertebrador de las jornadas, con aportaciones profesionales de referentes clave de diferentes ámbitos como la neurociencia, así como perspectiva desde la experiencia en otros países.

Barcelona, Madrid, San Sebastián, 4, 5, 6 y 7 de noviembre de 2024

PROGRAMA: CLICK AQUÍ

INSCRIPCIONES: CLICK AQUÍ




lunes, 23 de septiembre de 2024

Maternidad en contextos de explotación sexual, por Patricia Hermosilla, psicóloga y traumaterapeuta sistémica.



Maternidad en contextos de explotación sexual

Patricia Hermosilla, psicóloga


Cuando conocí a Patricia Hermosilla y supe el ámbito laboral al que se dedica dentro del ámbito de la psicología sanitaria, mi primer pensamiento, después de admirarla por el trabajo que hace, fue proponerme dar a conocer el terrible mundo de las mujeres explotadas sexualmente, que no prostitución, porque no es ningún trabajo. Es un maltrato a la mujer consentido socialmente. El sufrimiento que ellas padecen es inenarrable y profesionales de la talla humana de Patricia se dedican a apoyarlas psicológicamente. También se me pasó por la cabeza como sería la maternidad de estas mujeres, y la vida de estos niños y niñas, truncada por el maltrato que ellos y ellas padecen por parte de los puteros y los proxenetas. Invité a Patricia Hermosilla a las VI Conversaciones sobre apego y resiliencia de San Sebastián para que nos hablara de la maternidad en contextos de explotación sexual. Este fue el primer compromiso. El segundo ha sido poner a disposición de Patricia Hermosilla este blog para contar la dolorosa realidad de estas mujeres y contribuir a la abolición de la prostitución, dando a conocer el impacto traumático que padecen. Llamar a estas mujeres "trabajadoras del sexo" es un insulto. Es como si llamamos trabajo a ser el esclavo de una persona. 

Es un honor para este blog contar con Patricia Hermosilla, psicóloga y traumaterapeuta, perteneciente a nuestra Red apega. Ella es Máster en psicología general sanitaria, diplomada en traumaterapia infanto-juvenil sistémica, postgrado en terapia familiar sistémica, postgrado en intervención con víctimas de violencia sexual y de género en la infancia y la adolescencia, con formación en prostitución y trata con fines de explotación sexual en infancia, adolescencia y edad adulta, IFS y EMDR. Me he especializado en trauma, violencia sexual y violencia de género. Tengo experiencia profesional en protección de menores, donde empecé formarme y a intervenir en explotación sexual en niños y niñas, y también con mujeres en situación de prostitución y víctimas de trata. Actualmente trabajo a nivel privado con mujeres que han sufrido cualquier tipo de violencia machista, habiéndome especializado en violencia sexual. Trabajo desde una perspectiva feminista y abolicionista, entendiendo la prostitución en todas sus formas como una de las más graves formas de violencia contra las mujeres.

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Título del artículo: Maternidad en contextos de explotación sexual
Por Patricia Hermosilla, psicóloga y traumaterapeuta sistémica
(Nota: se hablará en femenino genérico)
 
Advertencia: el siguiente artículo contiene material sensible 
que puede ser un gatillador para supervivientes de violencia sexual.

Para poder trasladar este tema con la seriedad y profundidad que corresponde, necesito que se comprenda de qué hablo cuando hablo de explotación sexual. Las palabras importan, pero es aún más importante entender con claridad qué hay detrás de ellas. Hablo de explotación sexual y no de prostitución porque no quiero distinguir entre prostitución, trata, pornografía, Only fans o el mal llamado Sugar Dating, como si algunas de ellas fueran mejores que otras. Las secuelas que tiene la explotación sexual en las mujeres son las mismas para todas ellas.

No es más fácil a través de una webcam, ni cuando tu explotación sexual está siendo filmada para que otros puedan masturbarse cómodamente desde sus casas con la conciencia tranquila. Suele decirse que “Sin prostitución no habría trata”. Yo prefiero la expresión “Sin hombres no habría explotación sexual”. Los hombres son en un 99,7% los consumidores de cuerpos de mujeres y niñas. 

En España, 4 de cada 10 hombres admiten haber consumido prostitución al menos una vez en su vida. Las cifras son muchísimo más altas cuando hablamos de pornografía. Y la pornografía no es otra cosa que prostitución filmada. Aunque el daño a esa mujer se esté produciendo a miles de kilómetros de la pantalla de tu ordenador.

En la explotación sexual en pisos las mujeres son obligadas a estar disponibles durante 24h al día. No pueden dormir más de 8h seguidas en ningún momento, porque la demanda es constante. En los clubes, ejercen durante la noche y duermen durante el día, hacinadas en literas propias de campos de concentración. En la calle, están expuestas a la violencia más extrema. En internet, las mujeres son vejadas, humilladas y dañadas mientras los hombres eyaculan delante y detrás de la pantalla. La explotación sexual no tiene que ver con el sexo, sino con la violencia. Lo que se le hace a estas mujeres no es tener sexo con ellas, es torturarlas.

Y no, no existe la libertad de elección, sean cuales sean las circunstancias de la mujer. En quienes si existe esa libertad de elección es en los agresores sexuales y proxenetas, que casualmente, nunca suelen formar parte del debate.

En la explotación sexual se entrelazan las tres grandes opresiones: por razón de sexo, de raza y de clase. Además, los estudios hablan de un 90% de mujeres prostituidas siendo víctimas de violencia física y sexual en su infancia. En mi experiencia profesional, todas ellas provienen de infancias traumáticas. Son mujeres y niñas especialmente vulnerables, que muchas veces llegan a la violencia sexual más extrema huyendo de otras violencias machistas.

“Vengo aquí porque si desaparezco, quiero que quede 
constancia de que alguna vez he existido”

Para que podamos acercarnos a comprender como puede ser maternar en el horror que supone la explotación sexual, querría empezar con una frase, una de las que más me impactó cuando comencé a trabajar como psicóloga de mujeres víctimas del sistema prostitucional. “Vengo aquí porque si desaparezco, quiero que quede constancia de que alguna vez he existido”. La soledad tan profunda que escondían esas palabras es una de las peores consecuencias que sufren las mujeres y niñas explotadas sexualmente.

Imaginad como debe ser partir desde ahí en la crianza de una hija.

Es necesario entender que no se puede aislar a las niñas de la explotación sexual de sus madres. En la imagen a continuación se ve a una mujer de 19 años, a la que exhiben (vejándola ya desde el propio anuncio) como embarazada, estudiante, con grandes tetas y “zorra que la chupa”. Todos los hombres que tengan 35 euros van a violarla durante 4 horas seguidas para la grabación de una (mal llamada) película pornográfica. Para que, posteriormente, todos los hombres que puedan pagar acceso a internet se masturben con la violación grupal de una niña embarazada.



¿Cómo imagináis que una mujer puede ser madre en estas condiciones?

Para empezar, muchas no pueden decidir sobre su maternidad. Algunas son obligadas a abortar, otras, al contrario, a ser madres contra su voluntad. Los hombres demandan a mujeres embarazadas, y además, una hija puede ser utilizada para el control sobre la madre en la explotación. Estas menores pueden moverse con sus madres o quedar al cuidado de los proxenetas mientras ellas se mueven. En cualquiera de los casos, su protección se ve muy dificultada debido a la alta movilidad.

"La solución a esta problemática la tengo clara: la abolición. 
No existe el trabajo sexual, no existe la voluntariedad de decidir"

A las mujeres, a pesar de ser sometidas a una constante violación de sus derechos humanos, se les exige socialmente que cumplan a la perfección su papel de madres. Si piden ayuda, en muchas ocasiones corren el riesgo de la retirada de las menores a su cargo. Mientras tanto, en la academia, la mayoría de los artículos que hablan sobre este tema no mencionan la violencia que sufren, únicamente hablan de estigma.

Proponen legalizar la explotación sexual para que no exista el estigma, de forma que mágicamente desaparezca la problemática de estas mujeres y de sus criaturas, añadiendo a todas estas violencias también la violencia social e institucional. A continuación, comparto el fragmento de un testimonio de una mujer que fue madre dentro del sistema prostitucional.

“Cuando ejerces la prostitución y eres madre... El sentimiento de culpa, el sentimiento de fracaso, el sentimiento de asco hacia ti misma, es muy grande. Yo me he llegado a enjuagar la boca con lejía antes de darle un beso a mi hijo porque me sentía sucia. O sea, para mí era impensable darle un beso a mi hijo habiendo tenido que hacerle una felación a un señor. Y que ese señor haya eyaculado en mi boca y yo morirme del asco. Entonces, es una situación muy compleja, donde tienes muchísimos sentimientos encontrados. […] Porque yo no sé cómo enfrentar con mi hijo que algún día se entere de todo esto, porque a mí lo que más culpa me hace sentir es que yo le estuviera defraudando. Cuando vas a prostituirte te das cuenta de que te tratan como si fueras un objeto, y realmente nunca sabes hasta qué punto eso va a ser peligroso. Por las cosas que te piden. O las cosas que tienes que hacer. No es simplemente lo que mucha gente se piensa, que tú vas allí, te abres de piernas y te echan un polvo y te vas a tu casa. A mí me han llegado a pedir, por ejemplo, que me metiera mi propio tanga en la boca. Cosas un poco asquerosas que realmente cuando estás allí lo que estás pensando es en un plan de huida. Cómo salir de ahí si pasa cualquier cosa. Y nadie en su trabajo piensa, mientras lo está haciendo, en un plan de huida. No, no, no. Tú cuando entras a un sitio a trabajar no te fijas en las puertas, en las ventanas, en si la llave está puesta, si hay llaves en la entrada...No te fijas en esas cosas. No entras a tu trabajo... agachando la cabeza para que nadie te reconozca. Entonces por todas estas razones es doloroso que haya gente que considere que esto está bien, ¿no?. […] Una de las consecuencias que ha tenido esto y que más a menudo sufro son los flashbacks, los cuales no puedo evitar y de todas las consecuencias que ha habido es lo que más me gustaría evitar. Porque literalmente odio estar con mis hijos o estar tumbada en la cama con mi hijo para dormir o estar hablando con ellos o jugando con ellos y que me venga a la mente, ni siquiera sé por qué me viene, pero de repente me vienen a la mente muchos episodios de cuando yo me estaba prostituyendo o de cosas que he pasado mientras me prostituía o de cosas que me han pasado en mi vida. Es algo que para mí es lo peor de todo, las consecuencias de ese hecho traumático.”

Que las madres sean explotadas sexualmente expone a las menores a múltiples violencias, sufridas además en los primeros años de vida, dónde son más vulnerables. Daños por omisión, como la negligencia afectiva, los malos tratos y el abandono. También, malos tratos por parte de la madre, del padre, de los proxenetas o de los hombres que pagan por acceder al cuerpo de su madre. Están más expuestas a situaciones de violencia sexual y sufren además, agresiones socioeconómicas y culturales.

Portada del libro de Amelia Tiganus


Son tantas las consecuencias que esto puede tener para la salud de las menores, que me cuesta muchísimo resumirlas en este espacio. Daño neonatal, sobretodo si la madre se ve obligada a ejercer estando embarazada. Daños físicos, ya sea por violencia directa o por negligencias en el cuidado. Trastornos del apego, alteraciones del desarrollo, trastorno de estrés postraumático complejo, sexualización traumática y trastornos conductuales y psicosomáticos son algunas de las muchas secuelas con las que nos encontramos en el espacio terapéutico. Para mi, la peor de ellas, la misma que sufren sus madres, la de la soledad. No olvidemos que “Hija de puta”, es uno de los peores insultos que existen a día de hoy en nuestro idioma.

Para terminar, me gustaría compartir parte del testimonio de una hija cuya madre fue víctima del sistema prostitucional:

“Cuando se iba a ''trabajar en limpieza'', y desaparecía durante dos días enteros; hasta que luego la devolvía a casa algún viejo explotador, destrozada, y con excusas intentando ocultar la realidad, de la cual era perfectamente consciente desde los 5 años. Y eso no hubiese sido un problema con cualquier otro trabajo, saber de lo que trabaja tu madre es de lo más normal, pero la prostitución no es un trabajo, son hombres que se aprovechan de las mujeres más vulnerables y rotas para explotarlas sexualmente; y no digo lo de rota como un caso perdido, porque de haberse llevado todo socialmente de otra forma, a lo mejor sería ella la que estaría escribiendo esto y no yo, su hija. Obviamente mi madre no tardó en ser adicta a todo, y si, seguramente sufría bipolaridad y de todo, porque con todo lo que era su vida, lo lógico es no poder mantenerse cuerda. Y menos sola, porque el único apoyo que tenía era yo; una niña, una menor con la que no paraban de amenazarle con quitársela. Porque si, hubieron palizas, la dejaban sangrando en el suelo, y cuando yo llamaba a la policía para que nos ayudaran, la amenazaban a ella con quitarle a la hija; en vez de ayudarnos a las dos a tener una vida, y cargar contra los que deberían haber ido, que es a por esos hombres. Acabé viviendo con muchos de ellos con solo 6 años, acabé siendo abusada por varios, y jamás se emprendieron acciones legales ni por mi ni por mi madre; la única acción que se llevo a cabo como digo fue separarnos. Yo estaba sola, y enfadada; primero caí en casa de mis abuelos. Pero claro, ellos estaban traumados con la experiencia de su hija, y siempre me decían que me parecía a ella como algo negativo, por el miedo de que ''acabase igual’’. Un día, mi abuelo estaba enfadado con mi madre, así que me cogió a mi por banda cuando era aun bastante pequeña, y me dijo que mi madre era ''un puton berbenero'' y que cualquier día aparecería muerta. Aquello me enfado mucho, y me enfadó mucho más el día que recibimos la llamada; como si el tuviese alguna culpa de predecir lo que le ocurrió, y también por la forma en la que lo dijo. Mi madre había sido asesinada justo a la vuelta de ''el club'' donde estaba trabajando hacía la okupa donde vivía con el que era su actual pareja, el cual la prostituía para drogarse el también. Apareció en su cama, con posición defensiva, y el estaba en el salón, drogándose con un amigo.. En el juicio quedo libre. A la que pude me metí en contextos de drogas, desarrollé TCA, me sexualicé muy pronto, tuve muchas relaciones de abuso desde el mito de la ''libre elección'', con hombres que podrían haber sido mis padres. Y no tardé en acabar en esas mismas dinámicas de explotación sexual, hasta que llegue a ella directamente, e incluso romantice dinámicas de violencia sexual, donde yo perdía el conocimiento y ''permitía'' que hiciesen conmigo lo que quisieran. Ya que al no haber sido tratado ese trauma, ni en mi madre ni en mi, esa fue la forma que encontró de salir. Haciéndome sentir más cerca de ella, de hecho recuerdo mirarme al espejo cuando estaba más destruida, encontrándola en mi mirada. Gracias al feminismo, a leer sobre mujeres que han sobrevivido analizando la situación con las gafas violetas, ha sido como he logrado sentir acercarme más a ella, y abrazarla, entendiendo todo lo que nos había pasado y lo que sigue pasando a tantísimas mujeres. Así que la legalización de la prostitución como un trabajo, solo es una forma más de abandono social hacia todas nosotras”.

Como dijo Andrea Dworkin, “ser mujer en este país significa que, desde el día en que naces, estás siendo preparada para ser víctima de la violencia sexual”. Esta frase puede ser aplicable a cualquier país del mundo. Las mujeres no seremos libres de decidir hasta que no vivamos una vida libre de violencia. Mientras tanto, lo mejor que podemos hacer es reconocer a las mujeres explotadas sexualmente como víctimas de violencia de género. Ofrecerles recursos habitacionales a ellas y a sus hijas. 

Recursos económicos, formativos y terapéuticos. Y reconocer la explotación sexual como una forma de violencia extrema contra las mujeres, y a los hombres que la hacen posible, como agresores sexuales.

Referencias bibliográficas

Artículos de Melissa Farley, Ingeborg Kraus.
La revuelta de las putas, Amelia Tiganus.
Política sexual de la pornografía, Mónica Alario.


lunes, 9 de septiembre de 2024

Mano a mano entre Rafael Benito, psiquiatra, y Jose Luis Gonzalo, psicólogo para hablar de neurobiología relacional en la infancia y adolescencia ¡Bienvenidos a la 17ª temporada del blog Buenos tratos!

Neurobiología relacional en la infancia y la adolescencia

Conversación entre Rafael Benito y Jose Luis Gonzalo

Jose Luis Gonzalo, psicólogo y Rafael Benito, psiquiatra


Presentación

Hace unas semanas Rafael Benito y yo nos reunimos para conversar sobre los aspectos más relevantes en relación a los adolescentes, el apego, el neurodesarrollo y los malos tratos tempranos, y cómo aunar visiones desde la neurobiología y la psicoterapia, huyendo de planteamientos cartesianos que dividen cerebro-cuerpo y mente. Desde ambos lados (como la anchura y la largura de una superficie, ambas son necesarias para calcular esta), nos proponemos explicar y desengranar algunos de los elementos más importantes, de acuerdo con la ciencia del cerebro, que conducen a un buen desarrollo infantil. También hablaremos de lo que ocurre en el cerebro cuando una persona sufre malos tratos, qué es lo que favorece su reparación.

Fruto de nuestra conversación, que fue grabada en vídeo (la grabación ofrece más contenidos que el texto y la ofreceremos pronto en este blog), elaboramos este documento-resumen que he ordenado para publicarlo aquí en formato conversación. Me parece que es el mejor modo de comenzar esta 17ª temporada de nuestro querido blog Buenos tratos: proponer una visión de las relaciones interpersonales desde la neurobiología y repasar qué aspectos favorecen el bienestar de nuestros niños y adolescentes, especialmente de los que han sufrido adversidad temprana.

Por utilizar una metáfora que nos ayude a comprender cómo podemos aunar visiones que se complementan, me vino a la mente la labor de dos genios como Eduardo Chillida (escultor) y Cristobal Balenciaga (modisto). Ellos, desde dos ámbitos artísticos diferentes, consiguen interpretarse el uno al otro para llegar a producir lo mismo: belleza y armonía a través materiales y expresiones distintas que dialogan. Psicología y psiquiatría llegan también por dos vías diferentes a dialogar para estudiar y tratar lo mismo: el cerebro/mente. Chillida y Balenciaga, mediante materiales y configuraciones en principio antagónicas (los vestidos y las esculturas) encuentran nexos y confluencias. Sin que tengamos la genialidad de estos grandes, ni mucho menos, intentaremos transmitiros esta idea del diálogo y la complementariedad entre psiquiatría y psicología. 

Espero que os aporte en vuestro caminar personal y profesional.

Balenciaga y Chillida, expresiones artísticas distintas, 
pero llegan a conceptos que confluyen y están unidos.

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Neurobiología relacional en la infancia y la adolescencia
Mano a mano entre Rafael Benito, psiquiatra y 
Jose Luis Gonzalo, psicólogo


Rafael Benito: La cría de la especie humana nace con un sistema nervioso sin hacer, con un desarrollo prolongado que se extiende hasta la treintena.

La naturaleza dispuso que el moldeado de las redes neurales que componen este sistema se produzca a lo largo del neurodesarrollo utilizando la plantilla proporcionada por el cerebro ya hecho de los adultos que interaccionan con el niño y el adolescente a través de una relación interpersonal suficientemente estrecha y duradera denominada relación de apego.

Y para moldear cerebros integrados, las figuras de apego deben proporcionar interacciones sintonizadas con los estados emocionales del niño y el adolescente, capaces de oscilar en función de las variaciones del afecto infantil, y suficientemente coherentes para evitar el caos que supondrían respuestas impredecibles para el niño. 

Jose Luís: En la línea de lo que comentas, Rafa, antes de ayudar a un adulto a sintonizar con un niño o joven, es importante que aprenda primero a sintonizar con sus propios estados emocionales. ¿Puede recordar alguna persona que en su vida validara sus emociones o mundo interno? Alguien que le dijera: "siento lo que te ha ocurrido, comprendo que te sientas así, tiene que ser duro, imagino que te sentirás triste…" "Al recordar esto, ¿qué sientes?" "¿Qué notas en tu cuerpo?" ... "Nótalo, acógelo y valídalo". Está bien lo que sentimos. Ahora quizá, después de sintonizar con nosotros, estamos  más preparados para sintonizar con el niño o joven. "¿Qué sentiste en esa situación?" Si sabe expresarlo, le decimos que entendemos que se sintiera así y validamos esa emoción. Si no lo sabe, podemos tratar de aventurar a modo de hipótesis cómo pudo sentirse. Por ejemplo: "Cuando alguien no te invita a una fiesta, uno se puede sentir rechazado. ¿Puede ser?" Si el chico o joven da muestras de que sí puede ser eso, le decimos que sentimos que se sintiera así pero que es normal que lo sienta y positivo que lo pueda expresar. Nosotros lo comprendemos y estamos a su lado. Hay que tratar de estar presentes corazón con corazón, que el niño sienta que escuchamos su yo autobiográfico. 

Rafael: ¡Muy bueno, Jose Luís!. Seguimos aportando conceptos científicamente importantes. Sabemos desde la neurobiología que la evolución de las redes neurales desde la máxima flexibilidad a la máxima eficiencia, a través de procesos de proliferación y poda, hace que las relaciones interpersonales que tienen lugar durante el desarrollo sean decisivas en la conformación del sistema nervioso, y determinen en gran medida como será su funcionalidad en el adulto. El cerebro no va a perder nunca la capacidad para moldearse con arreglo a nuevas experiencias; pero esta facultad nunca va a estar tan desarrollada como en las fases de proliferación y poda. 

El desarrollo cerebral en el ser humano es prolongado y se extiende desde la sexta semana tras la concepción hasta los 25 o 30 años. A lo largo de esas tres décadas hay dos fases fundamentales de proliferación y poda: la primera se produce durante la infancia y la segunda durante la adolescencia.

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Durante los primeros tres años el sistema nervioso es especialmente sensible a interacciones presididas por el maltrato o el abandono. Desgraciadamente, también es el periodo de tiempo en el que resulta más difícil detectar ese daño y acabar con él.

Jose Luís: Es impresionante lo que cuentas, Rafa. Pienso en un ejercicio que puede ayudar a tomar conciencia de la importancia de las relaciones interpersonales de las que hablas en la formación del sistema nervioso. A ver qué te parece. 

Le podemos pedir a un adulto que, tras un rato respirando, entre en un estado de calma atenta. La confianza que ese adulto tiene en la persona que le acompaña en el ejercicio es importante. Sería bueno hacerlo con un psicoterapeuta (u adulto) en el que se confía. Le indicamos que acceda a un recuerdo de la adolescencia asociado a una emoción difícil de regular, como el rechazo, la rabia o la vergüenza. Tratamos de que no sea un recuerdo de una intensidad emocional muy alta (No más de 3 ó 4 sobre 10) Le pedimos que nos diga qué imagen le viene a la mente, qué sensación corporal y qué pensamientos. Que sea capaz de traer al presente todos los componentes de la experiencia, que conecte sentidamente con el recuerdo (...) Le decimos que piense en lo que hubiera necesitado en ese momento por parte de un adulto. Le pedimos que, si es demasiado intenso, pare cuando quiera y se dé cuenta de que está en el presente con nosotros. Fundamental que sienta que no pierde la conexión emocional con nosotros en ningún momento. Le decimos si nota nuestra presencia reguladora. Y le pedimos que vaya expresando lo que le venga a la mente. Después, le ayudamos a comprender desde el yo adulto lo que se quedó sin poder elaborar. Este ejercicio suele servir para que los adultos se den cuenta de lo duro que es experimentar experiencias de este tipo a esta edad, y eso que no elegimos recuerdos de intensidad muy elevada. Permite tener más empatía, paciencia y comprensión hacia los chicos que han sufrido maltrato. 

Rafael: ¡Me ha encantado este moldeamiento neuronal a través de este ejercicio, Jose Luís! Seguimos. Consideramos la adolescencia como un regalo de la naturaleza; una época en la que se renueva el bosque neuronal y podemos reparar de un modo profundo y eficaz las heridas del maltrato durante la primera infancia.

Durante la pubertad se produce una nueva fase de proliferación a la que seguirá, a lo largo de toda la adolescencia, una fase de poda que finalizará hacia los 25 años con la culminación del desarrollo del córtex prefrontal. Todavía quedará, a lo largo de la treintena, completar el desarrollo de las conexiones interhemisféricas que perfeccionarán la capacidad cerebral para convertir en narrativa las vivencias corporales.

Jose Luís: ¡Excelente exposición! Ahora que mencionas las narrativas, me viene a la mente la técnica de la caja de arena (tú y yo colaboramos en la escritura de un libro titulado: "La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia"). La creación de una escena usando miniaturas en una caja de arena, símbolos visuales, permite en un primer momento conectar con las vivencias corporales. Habrá símbolos que produzcan sensaciones placenteras y otros que generen sensaciones más intensas, como miedo, rabia, asco… Todavía la persona no sabe por qué. En ese momento, aún no accedemos a la narrativa. Le pedimos a la persona que observe lo que note en su cuerpo como sensación física mientras respira suavemente, tratando de observarlo. Poco a poco, notará que las sensaciones corporales se hacen más reguladas, o se transforman y varían. Ahora es cuando le podemos pedir al constructor de la caja que narre, o mediante preguntas le pedimos que vaya contando lo que cree que representan o significan, y podrá ligar una narrativa más coherente, consiguiendo convertir las sensaciones en narración. 

Rafael: Preciosa manera de llevar la neurobiología de las narrativas a una técnica que lo representa muy bien. Realmente, el neurodesarrollo durante la adolescencia es una especie de reinicio. Las áreas del sistema límbico proliferan en un crecimiento acelerado que rompe provisionalmente la integración, haciendo que predominen y abran al adolescente a nuevas experiencias en una búsqueda constante de nuevas respuestas. Por el contrario, la corteza prefrontal enlentece su desarrollo dificultando la regulación emocional y el control de los impulsos.

Como se puede ver, es un periodo lleno de oportunidades, pero también de riesgos; un periodo en el que vuelve a resultar necesario contar con el cerebro ya maduro de las figuras de apego para proporcionar recursos de que les ayuden a conectar adecuadamente las áreas límbicas con las zonas frontales que deben regularlas. Al mismo tiempo, las conexiones interhemisféricas del adolescente organizarán narrativas congruentes con las experiencias vividas.

"En la adolescencia hay que contar con el cerebro maduro
de las figuras de apego"
(Rafael Benito)


Jose Luís: Por eso, Rafael, de acuerdo con lo que dices, pienso que para que los niños y los jóvenes puedan contar con el cerebro maduro de las figuras de apego es importante que estas hayan desarrollado la capacidad de mentalizar. Para poder mentalizar hay que reconocer el mundo interno de los chicos. Partir de la idea de que debo darle herramientas que le permitan usar mis competencias como figura de apego para guiar sus actuaciones. Lo primero, escuchar sin juzgar. Por supuesto, validar y tratar de no criticar, los adultos en seguida moralizamos. Lo segundo, conversar y mediante preguntas (sabias por nuestra parte), ayudarles a comprender lo que les pasa a ellos y a los demás por dentro. Las preguntas no deben ser algo policial sino formuladas en términos de apertura, curiosidad y saber más. Preguntas que ayudan a los chicos a conversar y a aprender. En un momento dado, podemos orientar y mediante nuevas preguntas animarles a que vean más puntos de vista. Algunas preguntas útiles pueden ser (ya las ofrecimos en otro post):

¿Qué ocurrió?

¿Qué te lleva a afirmar eso?

¿Qué efecto tuvo en ti?

Hablando de uno mismo:

Cuál era tu estado emocional antes

En qué estado emocional te encontrabas…

¿Qué piensas de lo ocurrido?

Tal vez sientas…

Me pregunto si…

Pareces pensar que te voy a abandonar, no estoy seguro de que te lleva a pensar tal cosa...

Ayúdame a verlo de ese modo

Hablando de los otros:

¿Qué le llevó a actuar así?

¿Qué ocurría con la sensación de que él o ella…?

Creo que me he equivocado. Lo que no puedo entender es como he podido llegar a decir eso. ¿Puedes ayudarme a volver a lo que sucedió antes de equivocarme?

¿He pasado por alto algo obvio?

Ahora lo que me intriga es que tú y yo estamos teniendo una perspectiva diferente (marcar una perspectiva alternativa)...

Quiero sacar un tema que no quiero que tomes como que te juzgo, pero me parece importante porque me preocupa y tenemos que hablarlo…

Aprecio lo que dices, pero ese es el efecto que me produce lo que haces o dices… O lo que hace o dice otro.

¿Qué te parece, Rafa?

Rafael: ¡Muy bien! Seguimos con más cuestiones importantes. Vamos a hablar ahora de un tema muy sensible para nuestras familias, pero necesario para poder comprender y ayudar eficazmente: los malos tratos.

Cuando un niño ha sufrido maltrato o abandono en la infancia, llega a la adolescencia en las peores condiciones para afrontar los cambios del neurodesarrollo propios de esta etapa. Los problemas de integración vertical originados por el maltrato hacen que se acuse más la inestabilidad generada por el crecimiento acelerado de las áreas límbicas y la incompetencia transitoria del córtex prefrontal.

La necesidad de figuras de apego con sistemas nerviosos bien integrados es máxima en esta situación. Presencia e influencia serían las palabras clave en las necesidades de apego adolescente. Como dice Daniel Siegel en su libro "La mente en desarrollo", los adultos deben convertirse para los adolescentes en la “pista de despegue” que les ayude a volar, y en el “puerto seguro” al que siempre pueden regresar para encontrar apoyo y contención.

Jose Luís: ¡Aquí neurociencia y apego se dan la mano de una manera fascinante, Rafa!. Es muy importante -según lo que acabas de contarnos- decirles (ponerlo en palabras) a los niños que se les ama siempre y, sobre todo, que se les valora, que los comentarios, críticas o valoraciones cotidianas es sobre lo que hacen o dicen, no sobre lo que son (aceptación fundamental), que en ningún momento sientan que nos avergonzamos de ellos o que les devaluamos. ¡La persona y la relación por encima de todo! No necesitan ser competentes en todo lo que hagan para ser amados y considerados por nosotros. 

También es fundamental que sientan que estamos siempre disponibles para ayudarlos, que desarrollen esa expectativa. Primero, estamos presentes (presencia segura) cuando se sientan agobiados, frustrados, tristes, enfadados..., ante cualquier vivencia… Y, después, tratamos de ayudarlos con sus problemas: "¿Qué puedes hacer?" "¿Cómo puedes manejarlo?" "¿Qué opciones tienes?" "¿Cómo te puedo ayudar yo? Cuando son más pequeñitos, los tenemos que acompañar, cuando van creciendo, les guiamos, pero ellos mismos van afrontando las situaciones y les enseñamos a afrontar los problemas. "¿Cuál es el problema?" "¿Posibles soluciones?" "¿Consecuencias al ponerlas en práctica?" "¿Para mí?" "¿Para los otros?" Todo lo que sea potenciar su capacidad reflexiva es muy importante. Hay veces que las cosas no saldrán bien y los reconfortamos. El dolor forma parte de la vida, pero estamos ahí para escuchar, calmar, abrazar, ayudar a narrar… El asunto no es tanto que nos pasen cosas difíciles, adversas… sino no contar con nadie. Que sepan claramente: "Si me necesitas, estoy". Eso da muchísima seguridad. 

Rafael: En conclusión, la adolescencia de los chicos y chicas víctimas de maltrato en la infancia exige todavía más de sus figuras de apego; por lo que es vital que éstas sean suficientemente capaces de regular sus emociones, conozcan bien las fortalezas y debilidades de sus propios sistemas nerviosos y cuenten, si es necesario, con presencias auxiliares (educadores, terapeutas, médicos) que generen una red de cerebros moldeadores. ¿Qué te parece?

Jose Luis: Cien por cien de acuerdo. Llegamos al fin de nuestra conversación. Ha sido un placer, como siempre, departir y encontrar lugares comunes contigo, amigo y colega.

Rafael: Lo mismo digo, amigo y colega Jose Luís, un auténtico gusto poder encontrarnos y buscar nexos y confluencias que logren aportar luz a las familias en el acompañamiento de sus hijos durante la crianza.