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lunes, 3 de marzo de 2025

Entrevista a Carlos Pitillas, Doctor en psicología, sobre su nuevo libro "Caminar sobre las huellas. Vínculos, trauma y desarrollo humano"



Entrevista a Carlos Pitillas, Doctor en psicología.
Con motivo de la publicación de su nuevo libro
"Caminar sobre las huellas. 
Vínculos, trauma y desarrollo humano"

Vídeo de Carlos Pitillas presentando su libro
en exclusiva para todos/as los y las seguidores/as
de Buenos tratos


Carlos Pitillas Salvá es Doctor en Psicología por la Universidad Pontificia Comillas, donde imparte clases de Psicoanálisis, Clínica Psicodinámica de la Infancia y Adolescencia o Intervención con Familias en Riesgo de Exclusión, entre otras. Coordina el proyecto Primera Alianza: mejorando los vínculos tempranos, a través del cual ha intervenido con familias en ámbitos de exclusión, ha formado y supervisado a profesionales de la protección del menor y ha desarrollado investigación sobre innovación en el trabajo con familias. Se ha especializado en la detección, prevención y tratamiento del trauma interpersonal temprano. Recientemente, ha comenzado a trabajar sobre cuestiones de crianza e intervención centrada en el vínculo en contextos no occidentales. Es co-autor de Primera Alianza: fortalecer y reparar los vínculos tempranos. Contacto:  cpitillas@comillas.edu



Presentación

En Buenos tratos sólo nos hacemos eco de los libros de calidad, como este que tengo el honor de presentaros hoy de mi colega y profesor de la Universidad de Comillas, Carlos Pitillas. 

Carlos, muchas gracias por atender, una vez más, la llamada de Buenos tratos, es un placer tenerte de nuevo entre nosotros. Me gustaría recordar tu participación en el blog, con un artículo titulado: "Primera alianza: fortalecer y reparar los vínculos tempranos". También fuiste ponente en San Sebastián, en las VI Conversaciones sobre Apego y Resiliencia, en el año 2022, con una conferencia en torno a la transmisión intergeneracional del trauma. Con esto has demostrado tu compromiso con este blog. Ahora amablemente te acercas por aquí porque has publicado un nuevo libro, del cual nos hacemos eco, titulado “Caminar sobre las huellas. Vínculos, trauma y desarrollo humano”. Te ha llevado años de trabajo. 

José Luis: ¿Por qué este libro, Carlos? ¿Cuál es la motivación que te ha animado a escribirlo?

Carlos: Gracias por tenerme de nuevo en este espacio que admiro tanto y tanto ayuda. Es un placer y, también, un apoyo que valoro mucho para este libro. Caminar sobre las huellas es un ensayo que viene gestándose desde que me dedico a hablar, en contextos diversos, sobre el efecto de las experiencias vinculares tempranas en el desarrollo social y emocional de las personas y, particularmente, sobre los modos en que el trauma afecta a estas trayectorias. En ese sentido, el libro emerge de todas las ocasiones en que he tenido que estudiar y organizar el conocimiento que existe sobre este tema, y hacerlo accesible para otros. Es, en definitiva, mi “modelo” acerca de cómo se construye la mente socio-afectiva partiendo de los vínculos tempranos. El modelo se ha elaborado a través de los años, en diálogo tanto con la literatura científica y con las personas a las que he tenido la suerte de dar clase, tratar o supervisar, y bebe de la teoría del apego, la teoría del trauma, y la teoría psicoanalítica contemporánea. 

La motivación por la que preguntas está muy cerca de lo que acabo de explicar. Se trataba de plasmar y compartir (en la versión más ordenada de la que soy capaz) algo que llevaba leyendo, estudiando y contando a otros durante una parte importante de mi carrera. Esta motivación era casi una necesidad, si se quiere. Y que el libro exista ahora y esté publicado es una alegría y tiene algo de liberación (¡llevaba mucho tiempo dentro de mi cabeza!), aunque esto también se acompaña, claro, de cierto vértigo.

Portada del nuevo libro de Carlos Pitillas.

Para adquirir el libro, haz click AQUÍ


José Luis: ¿Puedes contarnos cuál es el plan del libro?

Carlos: "Caminar sobre las huellas" comienza con una introducción donde se establece una de sus premisas básicas (si no la más importante): nuestro funcionamiento actual en las relaciones (nuestra identidad, la forma que tenemos de sentirnos y comportarnos en el seno de los vínculos importantes) es el resultado de nuestras trayectorias de desarrollo, las cuales comienzan con la primera puerta al mundo social que son esos vínculos que establecemos en la de niñez y la adolescencia, en el seno de la familia (aunque no solo). Y esta premisa es la que da sentido al título, que hace referencia al hecho de que nuestros patrones relacionales adultos son, hasta cierto punto, una repetición de aspectos de nuestras relaciones tempranas (interacciones que se hicieron habituales, afectos nucleares, estrategias de “supervivencia” que tuvimos que desarrollar, etc.). 

Aunque rara vez nos damos cuenta, caminamos sobre nuestras propias huellas. Repetimos, revivimos y, en los casos más graves (cuando venimos de un mal sitio), podemos llegar a reproducir formas de dolor muy destructivas, en nosotros mismos o en los demás. La persona que repetidamente se expone a situaciones de maltrato; quien cae una y otra vez en experiencias de invisibilidad social o aislamiento; el que con frecuencia gestiona su fragilidad asustando o dañando a otros; quien se aleja de las buenas oportunidades que la vida le pone por delante (una relación amable, la oportunidad de ser visto o cuidado, etc.); entre otros, están, en muchos casos, siendo víctimas de procesos emocionales y cognitivos que se instalaron tempranamente y que sesgan el comportamiento, adulto de formas que son (auto)destructivas y perpetúan el trauma. 

El plan del libro comienza, por lo tanto, estableciendo y fundamentando esta premisa, para continuar “desempaquetando” el conjunto de procesos que sostienen esta relación pasado-presente. 

Dichos procesos (en orden de aparición), incluyen:

Los esquemas cognitivo-afectivos que adquirimos de pequeños y que nos sirven para poner orden y navegar la experiencia social. Esquemas de seguridad (p.ej., sentirse querido, en contacto con alguien que quiere; sentirse seguro en contacto con un cuidador disponible), esquemas de inseguridad (p.ej., sentirse incapaz de retener a un cuidador esquivo o intermitente), o esquemas traumáticos (p.ej., verse como alguien pequeño en contacto con otros que son destructivos y de los que se depende).

Los antecedentes intergeneracionales de la seguridad y del maltrato, es decir, los mecanismos invisibles que hacen que los padres puedan dar seguridad a sus hijos o, por el contrario, exponerlos a un peligro que –de formas a veces sutiles– reproducen el peligro que ellos mismos vivieron. Los miedos de los padres, sus tendencias defensivas, su capacidad de ajustarse al temperamento del niño, o su capacidad de ver al niño como una persona separada y por derecho propio, son abordados como partes fundamentales del “juego” relacional que marca la diferencia entre vínculos tempranos seguros o inseguros/traumáticos. 

Las adaptaciones que hacen algunos niños a las condiciones inseguras en las que crecen. Estas adaptaciones han sido particularmente bien estudiadas a la luz de los estilos de apego, las defensas de apego o las estrategias de reorganización del apego en niños que sufren mucha confusión y miedo (porque tienen padres muy confusos o muy asustados ellos mismos). 

El libro se sumerge, entonces, en la “arquitectura” de la mente traumatizada y sus conflictos. Aquí exploramos la fragmentación interna de los niños que han crecido con padres impredecibles o amenazantes, la agresividad –muy difícil de manejar– que acumulan estos individuos, sus fantasías negativas acerca de los demás, o la necesidad de esconder ciertas necesidades o emociones como vía de supervivencia, entre otras. En definitiva: cómo una historia de peligro estimula la tendencia a defenderse.

Y las defensas siempre tienen su límite funcional, es decir, tarde o temprano, dejan de servirnos. El libro finaliza dedicando algunas secciones al efecto “irónico” de las defensas postraumáticas más rígidas. Estas, al tratar de salvarnos de un peligro, lo que hacen es exponernos con más fuerza a otros peligros que no somos capaces de predecir.

El libro finaliza con dos casos narrados con relativo detalle y analizados bajo el prisma de todos los contenidos que se estudian en las secciones previas. 

José Luis: “Algunos sesgos y patrones en nuestra forma de actuar y sentir parecen acompañarnos desde nuestros primeros años…” afirmas en la presentación. Esto es cierto para todas las personas, pero es especialmente importante para quienes han sufrido traumas tempranos y complejos. Me vienen a la mente los niños acogidos y adoptados, cuyas familias siguen este blog, cuyos patrones -por ejemplo, el temor al abandono- les influyen poderosamente a lo largo de la vida. Poder comprender esto es importante para que la crianza y la terapia sean reparadoras para estos niños, y que las familias reciban el apoyo que necesitan…

Carlos: Absolutamente. Cada vez me convenzo más de que el mejor modo de cuidar a alguien y alcanzar una verdadera reciprocidad en una relación (con los hijos, con las parejas, con los pacientes) es a través de un reconocimiento de la vulnerabilidad propia. Este reconocimiento, si se hace bajo condiciones de seguridad y uno es hasta cierto punto capaz de apropiarse de ello, nos permite establecer relaciones más profundas, y más complejas (en el buen sentido). Si están en contacto con su vulnerabilidad, los padres acogedores y adoptantes, los profesionales de la relación de ayuda, los tutores de resiliencia y educadores, los padres biológicos, etc., son más sensibles, más conscientes de sus límites, más capaces de pedir ayuda a tiempo, más capaces de recuperar su mentalización cuando la pierden, y más justos. Esta vulnerabilidad, con frecuencia, es histórica: la traemos de un tiempo anterior y de una relación pasada. Así que aquí hay un trabajo narrativo (mirar hacia atrás y contarse uno su propia historia) que, por cierto, casi siempre es imposible de hacer fuera de una relación mínimamente segura. 

José Luis: ¿Consideras que es un libro para profesionales o también pueden beneficiarse de su lectura las familias y el público en general?

Carlos: Es un libro técnico, pero he hecho un esfuerzo grande por conseguir que la exposición de los principios sea accesible para cualquiera. He intentado que los conceptos complejos tengan relevancia y sentido para personas diversas y no necesariamente formadas. En este caso, además, me he permitido incorporar al texto muchos ejemplos de la cultura: extractos de novelas, referencias a películas, anécdotas de la historia de la cultura (hay una referencia a Elvis Presley a la que tengo especial cariño), incluso cito trozos del monólogo de un cómico estadounidense. No puedo estar seguro de que estas estrategias hayan hecho que el libro sea accesible y claro. Pero, si me he acercado algo a este objetivo, pienso que el libro podría servir a personas ajenas a la profesión. Supongo que el tiempo (y el feedback) dirán. 

José Luis: Si pudieras hacer una síntesis de lo fundamental del libro, dirías…

Que es un ensayo escrito con un intento de precisión y, al mismo tiempo, mucha pasión por este problema científico y humano que es la pregunta acerca de cómo nos construimos, y por qué a veces es tan difícil, para las personas que han tenido peor suerte, dejar de sufrir. 

José Luis: ¿Quieres decirnos algo más sobre el libro?

Carlos: Que me siento afortunado de haberlo escrito y agradecido de todos los interlocutores (alumnos, pacientes, colegas, etc.) que, a lo largo de los años, han motivado su existencia.

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Buenos tratos regresará con un nuevo post 
el día 24 de marzo de 2025, como siempre, a las 9:30h de España

lunes, 3 de abril de 2023

El apego en la adolescencia (II y final)

Continúo con el artículo dedicado al apego y la adolescencia, en esta segunda parte nos centramos en como son los adolescentes que muestran un apego seguro porque los padres muestran mayor sensibilidad ante los estados emocionales de sus hijos. Uno de los fenómenos de la etapa evolutiva adolescente es que los hijos/as necesitan más autonomía, y también separarse de los padres emocionalmente, para que cobre relevancia el vínculo con los iguales y la pareja. Aun y todo, los padres siguen siendo figuras de apego fundamentales y necesarias para el desarrollo del joven. Como veremos, la relación padres/hijos adolescentes no es la misma si estos están apegos de un modo seguro o inseguro. Daremos también unas pinceladas sobre el trabajo con los padres y en qué debemos poner el acento, así como una caracterización de la adolescencia y las relaciones de pareja.

Apego seguro versus inseguro en la adolescencia

Como refiere el profesor Oliva Delgado, la forma en que el adolescente resuelve cómo distanciarse emocionalmente de sus padres y funcionar con más autonomía y responsabilidad no es la misma si existe un modelo mental en el adolescente seguro e inseguro. Cuando los padres a lo largo de la infancia se han mostrado como unas figuras consistentes, congruentes, empáticas y sensibles, mostrando capacidad reflexiva junto con firmeza en el cumplimiento de reglas y normas, se llega a la adolescencia con una mayor capacidad de afrontar los problemas y desafíos propios de la etapa. Porque se confía en que los padres y/u otros estarán disponibles para encontrar apoyo, comprensión y seguridad. No importa que en ocasiones se discuta y se rompa la conexión (algo normal en este periodo de la vida por la intensidad con la que todo se vive); porque cuando hay seguridad en el apego aquella se recupera de nuevo mediante la reparación.

Un modelo mental seguro con respecto al apego conlleva una mayor regulación emocional, más flexibilidad mental y mejor capacidad reflexiva; con lo cual se recuperará la conexión cuando esta se pierda y se repararán las disrupciones en la comunicación por ambas partes de una manera más fácil, porque el vínculo es de calidad y se confía en él. 

Resumen de las estrategias de los adolescentes
con disposición al apego evitativo


Cuando los adolescentes muestran rasgos de apego inseguro evitativo, la tendencia es hacia una autonomía excesiva y una minimización de la emocionalidad. El adolescente puede mostrarse rechazante y cortar la relación con los padres, enfrascarse en discusiones poco productivas, no centrarse en la búsqueda de soluciones y el DISTANCIAMIENTO será la estrategia vincular fundamental. Dicho distanciamiento perjudicará las comunicaciones padres/hijos porque el chico o chica se encerrará en exceso en sí mismo, contestará con monosílabos y nunca será buen momento para abrirse y hablar. Si los padres tienen un modelo mental con respecto al apego evitativo, la comunicación versará menos sobre aspectos emocionales e íntimos y estará focalizada en normas, aspectos funcionales y realidades físicas (horarios, notas, normas…) Si uno de los dos miembros de la pareja tiene un estilo más preocupado (una disposición de apego contraria a la del joven), el chico o chica se abrumará más ante la emocionalidad y los intentos constantes de acercamiento, a veces un tanto invasivos, que este tipo de padres o madres pueden hacer, aumentando la distancia aún más.

Resumen de las estrategias de los adolescentes
con disposición al apego
ansioso-ambivalente.

Cuando los adolescentes muestran rasgos de apego ansioso-ambivalente, las discusiones con los padres son más intensas emocionalmente y la autonomía del adolescente es más complicada por la inseguridad que sienten. Los padres, si ellos mismos tienen modelos mentales con respecto al apego preocupados, pueden frenar la autonomía del hijo/a porque esta se vive como una amenaza, ya que ellos pueden tener sentimientos ambivalentes con respecto a las separaciones, al haber vivido algunas de estas como traumáticas en su vida. Los hijos con rasgos apego ansioso-ambivalentes no tienden como el evitativo a rechazar o se distancian, sino que permanecen atados o apegados ansiosamente. 

El trabajo con los padres

Acompañar y criar un hijo/a adolescente es una tarea compleja que requiere de que los padres reciban ayuda y apoyo externo de otras personas (de la propia familia, amigos y en su caso, de profesionales) Abogamos por el concepto de tribu, aludiendo a la necesidad que tienen los jóvenes para educarse satisfactoriamente de contar con una red de relaciones que dé seguridad, afecto y contención. Una red de personas que esté disponible y sea confiable. 

Muchos son los jóvenes que dicen sentirse solos e incomunicados, que sienten que no tienen auténticas relaciones gratificantes donde la conexión con el otro produzca satisfacción. Tienen multitud de dispositivos electrónicos para comunicarse, pero paradójicamente nunca se sintieron tan aislados y, a veces, con un sentimiento de que a nadie les importa lo que les pase. Cada vez más en consulta observamos a adolescentes que tienen síntomas de ansiedad, depresión y conductas de autolesión como respuesta al malestar que producen intensos sentimientos de vacío y soledad, altamente desreguladores. Y muchos afirman que los adultos tienen prisa, que no se dan el tiempo para preguntarles: ¿Cómo te sientes? “Sólo parece importarles las normas y las responsabilidades, no cómo me siento yo”, dicen. Otros afirman que sonríen, pero realmente es una máscara cubre emociones: por dentro sienten un alto malestar emocional y sentimientos de incompetencia y escasa valía. Los valores de la escuela priman en demasía el ser altamente competente y muy popular; si no lo eres, entonces no puedes considerarte una persona digna de ser valiosa. 

Por ello, el trabajo con los padres en esta etapa no puede centrarse sólo en ayudarles con su estilo de crianza, lo que siempre se les dice a la hora de que los expertos den recomendaciones: sé dialogante con tu hijo/a adolescente, comprensivo, con un estilo democrático donde la autoridad recae en los padres, con los hijos/as participando de las decisiones. Hace falta algo más. Es necesario que los padres aprendan a ser consistentes en las respuestas que dan a sus hijos; pero, además, han de ser capaces de conectar con el mundo interior de estos y recogerlo, de tal modo que lleguen a experimentar que lo que ellos sienten tiene un lugar y se valida. Luego veremos cómo negociar los conflictos, pero al adolescente hay que darle el lugar de persona. Además, se precisa que algunos padres (cuyos modelos de apego en la infancia y sus necesidades de seguridad y afecto no fueron suficientemente satisfechos) trabajen sus propios modelos mentales de apego para ganarlos a la seguridad y que puedan proporcionar a sus hijos/as estrategias de vinculación más seguras, afectivas, sensibles y empáticas. Esto que se dice fácil y queda muy bonito al escribirlo, es una tarea lenta y costosa, pero puede merecer la pena. Puede requerir el acompañamiento profesional especializado. 

Apego, amistad y amor romántico en la adolescencia

Dice el profesor Oliva Delgado que en la infancia la relación es vertical, en la mayoría de los casos, en la niñez: el infante recibe cuidados de los padres. En la adolescencia, al aparecer otras figuras con las que vincular, como, por ejemplo, los amigos, la relación será más horizontal: los adolescentes se prodigan cuidados unos a otros, si las relaciones son sanas.

En la adolescencia comienzan las primeras relaciones de pareja
que a diferencia del apego con los padres, se dan y se reciben cuidados


Un joven que ha llegado a la adolescencia con un modelo de apego seguro, tendrá más recursos emocionales y cognitivos para relacionarse, una mayor competencia socio-emocional y probablemente el contexto familiar esté caracterizado por los buenos tratos y las relaciones familiares constructivas y positivas. Un apego seguro en la adolescencia favorece una mejor regulación emocional.

Los adolescentes con una disposición al apego evitativo, en cambio, presentan una comunicación distorsionada y expectativas negativas de los demás. Pueden alejarse emocionalmente y se pueden mostrar hostiles. Por su parte, los adolescentes con una disposición al apego ansioso-ambivalente necesitan en exceso el apoyo de los iguales, de los cuales dependen; muestran mucha inseguridad sobre cómo actuar socialmente y tienen muchas dudas respecto a la disponibilidad del otro.

En cuanto a las relaciones de pareja, el profesor Oliva Delgado afirma que Las relaciones de pareja durante la adolescencia pueden servir para satisfacer cuatro tipos de necesidades: sexuales, de afiliación, de apego y de dar y recibir cuidados (Furman y Wehner, 1994) Sin duda, las primeras relaciones que establecen los adolescentes servirán para colmar fundamentalmente las necesidades sexuales y las afiliativas (compañía y diversión). En la medida en que vaya transcurriendo la adolescencia estas relaciones serán más estables, y la pareja irá ascendiendo en la jerarquía de figuras de apego. Así, durante la adolescencia tardía y la adultez temprana las relaciones de pareja empezarán a satisfacer necesidades de apoyo y de cuidados (Scharf y Mayseless, 2001). 

Las relaciones de apego románticas -refiere el profesor Oliva Delgado- van a verse influidas por el tipo de apego establecido con los padres. Las relaciones de pareja guardan mucha similitud con las relaciones entre madre e hijo, en el sentido de que se trata de relaciones muy íntimas y con contactos físicos estrechos. Pero hay otras características como la colaboración, la afiliación, o las interacciones simétricas, que no están presentes en las relaciones del niño con sus padres. 

Algunos estudios observacionales de parejas en interacción indican que los sujetos seguros se implican en intercambios más positivos, ofrecen más apoyo emocional, aceptan más el contacto físico, muestran más satisfacción y compromiso y tienen menos conflictos. Además, tienden a emparejarse con otros sujetos con apegos seguros (Simpson, 1999). 

Los adolescentes con disposición al apego evitativo rehuirán el compromiso emocional y se mostrarán más fríos y distantes en sus relaciones de pareja, mostrando una iniciación sexual más precoz y una mayor promiscuidad. Y los adolescentes con una disposición al apego ansioso-ambivalente mostrarán mucha ansiedad en las relaciones que les llevará a manifestar mucha inseguridad y celos injustificados.

El blog vuelve con un artículo el día 24 de abril.

El día 6 de abril publicaré un post especial por las vacaciones de Semana Santa o Primavera. 

REFERENCIAS

Furman, W. & Wehner, E.A. (1994). Romantic views: Toward a theory of adolescenct romantic rela- tionships. En R. Montemayor, G.R. Adams y T.P. Gullotta (Eds.), Personal relationships during ado- lescence (pags. 168-195). Thousand Oaks, CA:Sage.

Oliva Delgado, A. (2011). Apego en la adolescencia. Acción Psicológica, 8 (2), 55-65.

Scharf, M. & Mayseless, O. (2001). The capacity for romantic intimacy: Exploring the contribution of best friend and marital and parental relation- ships. Journal of Adolescence, 24, 379-399.

Simpson, J. A. (1999). Attachment theory in modern evolutionary perspective. In J. Cassidy y P. R. Shaver (Eds.), Handbook of attachment: Theory, research, and clinical applications (pp. 115-140). New York: Guilford Press.

lunes, 20 de marzo de 2023

El apego en la adolescencia (I)


Os invito a visitar el blog de Janire Goizalde


https://plumaresilienteblog.blogspot.com

 

Hola y bienvenid@s a mi blog PLUMA RESILIENTE. En primer lugar, me llamo Janire Goizalde y tengo 24 años. Algunos me conoceréis por haber escrito un libro sobre resiliencia titulado “Una nueva vida florece. "Historia resiliente de mi adopción”, con José Luis Gonzalo Marrodán, un buen psicólogo y gran amigo. También han participado en este libro otros profesionales, cómo la psicóloga y psicoterapeuta familiar, Cristina Herce Sellán, que la admiro muchísimo, como profesional y como alguien cercana a mí. La razón por la que he creado este blog es porque la RESILIENCIA es una parte importante de nuestra vida. 


Para las personas que desconocen esta palabra, decirles que es la capacidad para superar situaciones adversas; por ejemplo, un trauma, una tragedia, muerte de un ser querido, problemas personales, laborales, familiares, etc. Por este motivo he querido crear un blog, ya que l@s que han leído mi libro saben que soy una persona que he hecho un proceso resiliente, por todo lo que he arrastrado de mi pasado. En el libro hay varios dibujos que he hecho sobre mis sentimientos, y me gustaría seguir compartiendo mis obras sobre cómo me siento con vosotr@s, por eso dedico este blog PLUMARESILIENTE a ello.





Para adquirir el libro de Janire Goizalde haz click AQUÍ

 




Hace mucho tiempo que no escribo sobre apego y me apetece hacerlo. Al mismo tiempo, pienso que la información que traslade aquí será también útil para vosotros y vosotras, familias y profesionales. Vamos a volver hablar sobre apego y adolescencia, tema que os recuerdo ya hemos abordado en el blog en tres artículos: 




Hoy os ofrezco un artículo que divido en dos partes. En la primera -que expongo a continuación-, me centro en la caracterización de la etapa adolescente y hago mención al modelo mental con respecto al apego de los adolescentes. Termino con una reflexión sobre por qué son tan altas actualmente las tasas de trastornos mentales entre los jóvenes. 

En  la segunda -en un próximo post-, hablaré sobre cómo se relacionan los adolescentes de apego seguro e inseguro, describiré qué ocurre con aquellos que arrastran heridas infantiles en el apego y ofreceré algunas orientaciones.

Para no hablar solo de mis experiencias en consulta privada con los adolescentes y sus familias, he querido documentarme sobre el tema y he dado con un excelente artículo del profesor Alfredo Oliva, Doctor en psicología y experto en adolescencia. Así, en este post me propongo transmitiros lo fundamental que él desarrolla en dicho artículo, junto con los aportes de otros autores (algunos de ellos citados por el profesor Oliva) y mi experiencia profesional de trabajo en psicoterapia con los adolescentes. Me gustaría también esbozar un intento de dar respuesta al por qué se ha resentido tanto la salud mental de los chicos y chicas, y si todo se asocia a lo que psicológicamente nos ha traído la postpandemia o hay otros factores asociados. 

Caracterización de la adolescencia y apego

En el artículo del profesor Alfredo Oliva, este nos dice que, durante la adolescencia, en relación con el apego, hay una disminución de la cercanía emocional, las expresiones de afecto (Collins y Repinski, 1994), la cantidad de tiempo que padres e hijos pasan juntos y un aumento de la necesidad de privacidad. Esto suele conllevar que los padres experimenten un sentimiento de pérdida de la niñez de sus hijos, para comenzar a verlos como personas cuyo deseo ya no pasa por convivir la mayor parte del tiempo con ellos. El interés se desplaza del ámbito familiar al ámbito de las relaciones de amistad, y los amigos -y las parejas que se formen- se pueden convertir también en vínculos afectivos sólidos y gratificantes; la necesidad de vincular se traslada con fuerza a otras personas, incluida el área romántica, impulsada también por la aparición de la pubertad, los cambios psicofisológicos y la emergencia de los impulsos sexuales. 

Además -nos dice el profesor Oliva- la comunicación también suele experimentar un ligero deterioro en torno a la pubertad, ya que en esta etapa chicos y chicas hablan menos espontáneamente de sus asuntos, las interrupciones son más frecuentes y la comunicación se hace más difícil (Parra y Oliva, 2007). Las discusiones y conflictos entre padres e hijos pasan a formar parte de la vida cotidiana en familia, especialmente durante la adolescencia temprana (Collins y Steinberg, 2006). Reflejan el choque entre la necesidad de apoyo parental en un momento en el que tienen que afrontar muchas tareas evolutivas y la exigencia de exploración que requiere la resolución de dichas tareas.

Por ello, no hay hogar donde no exista una tensión manifiesta u oculta entre la dificultad de los padres en aceptar que su hijo ha cambiado y el de los adolescentes de explorar el mundo, a la vez que ellos también han de hacer el duelo por el niño que acaban de dejar de ser, teniendo que asimilar muchos cambios físicos y psicológicos que en esta fase se producen. Las confrontaciones sobre la hora de llegada, el poco tiempo que pasan en casa, el posible descuido de los estudios y del orden en su habitación, la cantidad de horas que dedican al móvil y a las redes sociales, las discusiones porque la omnipotencia paterna/materna ha caído y ya no aceptan lo que digan sus padres, sino que tienen ideas propias y a veces contrarias… son habituales en los hogares de todo el mundo a estas edades. La imagen típica es la de un padre o madre hablando a un adolescente y este sin hacer caso y diciendo: "ya rayas" 

Foto Radio Polar

La pareja, antes volcada en los niños, ahora se tiene que mirar, de nuevo, la una a la otra, y si la llama que la mantenía viva se ha apagado mucho, puede surgir una distancia que antes no se percibía, a una edad en la que los padres llegan a la madurez de su vida, que coincide con el verdor esplendoroso del adolescente. Si la pareja no tiene estructura sólida, el adolescente encontrará fisuras por donde entrar, triangulará a los padres y se beneficiará de las posibles inconsistencias entre lo que uno y el otro digan y ordenen. Lo cual agravará los problemas y desorientará más al adolescente.

Al mismo tiempo, todos los riesgos posibles rodean al adolescente, y si la comunicación no resulta fácil con ellos, se colude con no hablar de temas que son importantísimos: las relaciones afectivo-sexuales, las redes sociales y cómo manejarse, las adicciones, las relaciones con los iguales, los estudios y su orientación futura… Todo ello va a requerir que los padres no se harten del adolescente, que no le lancen el peor de los mensajes que se le puede lanzar: “no te soporto”; “vete por ahí”; “haz lo que quieras” O que no se le diga nada, se le ignore y se le haga el vacío, de tal modo que en casa sienta que no puede contar con nadie ni confiar para buscar orientación y apoyo afectivo. Casi es peor hacerles el vacío y hacerles sentir que no son los hijos que queremos “porque no estudian…, etc.” que entrar al choque y discutir; porque, aunque nos podamos enfadar, siempre existe la posibilidad de reconocer que me disparé y dije cosas que no sentía, pudiendo reparar y volver a empezar. Es más fácil y seguro discutir con los padres cuando se sabe que se podrá seguir contando con ellos (Scharf y Mayselles, 2007).

Foto: Prezi


Para poder acompañar a los hijos en esta etapa -mucho más complicada en estos albores del siglo XXI que a finales del siglo pasado, porque nuestra sociedad es más compleja- es muy importante el grado de seguridad en el apego que estos desarrollaron con nosotros en la niñez, que modelo representacional con respeto al apego (es la imagen de los padres representada como figura segura o insegura, confiable o no confiable, sensible y disponible o insensible y no disponible) Es decir, ¿el grado de seguridad o inseguridad en el apego se mantiene desde la infancia, o la adolescencia cambia los modelos de apego con respecto a los padres?

Continuidad o discontinuidad de los modelos de apego construidos en la infancia

En relación a este tema, el profesor Alfredo Oliva afirma que existen datos que indican cierta continuidad entre los modelos de apego construidos en la infancia y los manifestados en la adolescencia, sobre todo cuando las circunstancias contextuales son estables y favorables. Efectivamente, si las competencias parentales para cuidar, proveer de un apego seguro a los hijos y darles empatía se mantienen como una constante a lo largo de todo el proceso de crianza, el modelo mental con respecto al apego en la adolescencia se mantendrá con representaciones de uno mismo y de los demás como seguras, atravesando esta complicada etapa y sus desafíos evolutivos no sin problemas o adversidades, sino confiando en los padres para pedir ayuda, buscar confort y sentir que se podrán resolver esos problemas.

Sin embargo, los modelos representacionales pueden experimentar modificaciones, de la seguridad a la inseguridad cuando se producen cambios importantes en las condiciones de crianza (Hamilton, 2000; Weinfield, Sroufe y Egeland, 2000) En efecto, que los padres o cuidadores por diversos factores que afectan temporal o definitivamente a su competencia para cuidar, o por la experimentación de adversidades o acontecimientos estresantes y/o traumáticos (pérdida de uno de los progenitores, divorcio conflictivo…) favorezcan que las representaciones de apego se vean afectadas y desarrollen inseguridad con respecto a los progenitores.

Sobre todo, si las conductas parentales relacionadas con el apego (Belsky, 1999) inciden negativamente en los hijos porque estos no están disponibles, rechazan o maltratan. Y cuando los adolescentes deben hacer frente a situaciones especialmente estresantes (Allen et al., 2003) como las que hemos mencionado (pérdidas, muertes, malos tratos, violencia de género, enfermedad grave de los progenitores…)

Las conductas parentales relacionadas
con el apego han de ser seguras
Foto: mentes abiertas psicología

Además, el profesor Alfredo Oliva afirma que la experiencia en la relación con los iguales o con la pareja a lo largo de estos años también podría explicar la discontinuidad en la seguridad del modelo de apego, Así pues, puede ser fuente que refuerce la seguridad previa en el apego, o, al contrario, que acentúe una inseguridad preexistente. Sobre todo, los vínculos románticos, cuando los adolescentes (seguros o inseguros en el apego temprano) forman una pareja más estable y en ella se transfieren inconscientemente los propios modelos de apego temprano. Si ambos miembros de la diada son inseguros, entonces la relación puede tornarse una experiencia que en vez de vivirse con felicidad y disfrute es fuente de ansiedad y dolor.

Los padres, en contra de lo que se piensa, son figuras de apego fundamentales en la adolescencia

En todo caso, los padres son figuras de apego claves en esta edad, aunque el joven tenga una tendencia a volcarse más con los amigos y relaciones románticas. Y no sólo los padres, en mi opinión otros adultos (seguros, confiables, empáticos y disponibles) juegan un papel muy relevante como figuras en quienes encontrar calma, orientación, confort y seguridad. Son figuras de apego subsidiarias hacia las cuales los chicos y las chicas pueden sentir afecto y formar parte de su universo vincular. No nos olvidemos que la adolescencia es otra etapa bebé en la cual el cerebro experimenta una gran revolución (Benito, 2020), vuelve a producirse un periodo de poda neuronal (qué conexiones se afianzarán y permanecerán, y cuáles se desecharán por su irrelevancia), con lo cual la necesidad de contar con adultos que sean buenos arquitectos del cerebro de los jóvenes es fundamental. El profesor Alfredo Oliva coincide con este punto de vista cuando afirma que los adolescentes mostrarán una mayor tendencia a la exploración cuando sientan que sus padres están disponibles y les muestran su apoyo. De hecho, y aunque chicos y chicas aumentan sus conductas exploratorias y reducen las manifestaciones abiertas de apego en su tránsito a la adolescencia, la mayoría disfrutan de relaciones cálidas y estrechas con sus padres, necesitan su respeto y aprecio, y en condiciones de estrés tornan a sus padres, que continuarán siendo importantes figuras de apego, incluso durante la adultez emergente. Por ello, necesitamos padres y adultos con mayor sensibilidad ante los estados emocionales de sus hijos, porque la seguridad en el modelo mental de apego favorece la autonomía de estos, dice Alfredo Oliva.

Trastornos mentales en la adolescencia y apego

Creo que una de las causas de que estemos ante una oleada de trastornos y alteraciones mentales en la adolescencia (consultad esta reciente noticia) no sólo es por las consecuencias de la pandemia, sino porque, en mi opinión, cada vez observo que la calidad del vínculo de apego entre padres e hijos se resiente más. No porque los padres hagan daño a sus hijos en forma de maltrato activo, sino precisamente porque los padres “no hacen” lo que deberían hacer: ser adultos presentes, sintonizados emocionalmente con sus hijos, capaces de mostrar empatía, de mantener conversaciones con ellos donde estos aprendan sobre las emociones y a comprender su mente y la de los otros, a regular estas y a disfrutar juntos. Y esto es así desde la infancia, periodo en el cual los niños experimentan mucha soledad y vacío, y al llegar a la adolescencia, con el cambio y las exigencias de ser autónomos, no tienen una seguridad interiorizada ni unas herramientas psicológicas desarrolladas. Entonces, ante los problemas, se derrumban anímicamente, y si se dan otros factores asociados (externos o internos), aparece el malestar emocional e incluso los trastornos. 

Los padres no son los únicos responsables de esto, el marco laboral tal y como está concebido, pensado para trabajar y producir, se da de tortas con las necesidades de los niños, es un horario pensado para que los padres lleguen agotados, sin tiempo, fuerza y ganas para poder estar con sus hijos. Apenas hay tiempo para los deberes (siempre deberes escolares), las duchas, la cena, la cama… y ojalá un ratito para leer un cuento, si es que hay tiempo. No hay más. Los fines de semana, los videojuegos o cualquier ocio más claustrofílico predomina por encima de que los niños tomen la calle y se relacionen entre sí. Cada vez es más habitual ver a adolescentes juntos... cada uno absorto en su móvil. 

En las escuelas, no se habla sobre relaciones, no se estrechan los vínculos aprendiendo como una tribu, fomentando la cooperación y el apoyo de los unos hacia los otros. Así, se llega a la adolescencia con una gran inseguridad de base, con lo cual la exploración del mundo y el afrontamiento de las exigencias de este se hacen totalmente imposibles para los adolescentes. Se crea así un caldo de cultivo óptimo para poder desarrollar síntomas como la ansiedad, la depresión y las autolesiones, reflejo de un mundo interno que no pueden mentalizar y que colapsa, mostrando un sufrimiento del que no saben cómo salir ni tienen la expectativa de que los otros vayan a poder ayudarles. Fue desde la infancia, estallando en la adolescencia, donde se gestó en la persona menor de edad un esquema cognitivo-afectivo que contiene creencias tales como:  "mis necesidades emocionales no importan"; "los adultos no están disponibles"; "mejor me lo resuelvo solo"; "no puedo confiar"

El lema de la "Asociación para el Desarrollo y la Promoción
de la Resiliencia" (ADDIMA), cobra su máxima importancia
en el acompañamiento a adolescentes


Con todo, soy optimista, porque si proveemos a los adolescentes de adultos en los que puedan confiar, empáticos y sensibles, gracias a esos puntos de apoyo, podrán ganar en seguridad, afrontar los desafíos de la vida y disfrutar de nuevo de esta. Es una etapa de gran riesgo pero también de gran oportunidad (Benito, 2020). Ahora bien, hemos de ser incondicionales y acompañarlos, que no se sientan solos, con respeto y fomentando la autonomía y la capacidad para resolver problemas, y que sepan que vanos a estar ahí para ellos y ellas. 


REFERENCIAS

Allen, J. P., McElhaney, K. B., Land, D. J., Kuperminc, G. P., Moore, C. M., O’Beirne-Kelley, H. et. al. (2003). A secure base in adolescence: Markers of attachment security in the mother-adolescent relationship. Child Development, 74, 292-307

Belsky, J. (1999). International and contextual determinants of attachment security. En (J.Cassidy y P.R. Shaver, eds.). Handbook of Attachment: The- ory, Research and Clinical Applications, pp. 249- 264. New York: Guilford.

Benito, R. (2020). Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y la adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones.

Collins, W. A. & Repinski, D. J. (1994). Relationships during adolescence: Continuity and change in in- terpersonal perspective. En R. Montemayor, G. R. Adams, y T. P. Gullotta (Eds.), Personal rela- tionships during adolescence (pp. 7-36). Thousand Oaks, CA: Sage.

Collins, W.A. & Steinberg, L. (2006). Adolescent de- velopment in interpersonal context. En N. Eisen- berg (Vol. Ed.), Social, emotional, and personality development. Handbook of Child Psychology (W. Damon and R. Lerner, Eds.). (pp. 1003-1067). New York: Wiley.

Hamilton, C. E. (2000). Continuity and discontinuity of attachment from infancy through adolescence. Child Development, 71, 690-694.

Oliva Delgado, A. (2011). Apego en la adolescencia. Acción Psicológica, 8 (2), 55-65.

Parra, A. & Oliva, A. (2007). Una mirada longitudinal y transversal sobre los conflictos entre madres y adolescentes. Estudios de Psicología, 28, 93-107.

Scharf, M. & Mayseless, O. (2007). Putting eggs in more than one basket: A new look at develop- mental processes of attachment in adolescence. En M. Scharf, y O. Mayseless (Eds). Attachment in Adolescence: Reflections and New Angles: New Directions for Child and Adolescent Development. (No. 117) (pp. 1-22). San Francisco: Jossey-Bass (Wiley).

Weinfield, N. S., Sroufe, L. A., & Egeland, B. (2000). Attachment from infancy to early adulthood in a high-risk sample: Continuity, discontinuity, and their correlates. Child Development, 71, 695–702.

jueves, 16 de septiembre de 2021

¿La semilla de la felicidad se siembra en la infancia? El documental "Aztarnak -Huellas" se presenta en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián

Aztarnak - Huellas 

Un documental escrito y dirigido por Maru Solores



Es para mí un inmenso honor presentaros el documental Aztarnak - Huellas que clausurará la sección Zinemira (Cine Vasco) en el 69 Festival Internacional de Cine de San Sebastián, a celebrarse del 17 al 25 de septiembre de 2021.

Las entradas pueden comprarse en la página web del Festival: https://www.sansebastianfestival.com/es/

Para conocer más sobre este apasionante e interesante documental, se puede consultar su página web: https://www.aztarnak-huellas-film.net

En Huellas emprendemos un viaje a la infancia de la mano de la directora, Maru Solores, quien a lo largo del film nos presenta a diferentes protagonistas que la acompañan en la reflexión sobre cómo las primeras experiencias tempranas influyen en el desarrollo de la personalidad adulta: grupos de padres y madres de bebés, Cristina Aznar (in Memoriam), Ramón Mauduit, Ibone Olza, Laura Gutman, Rafael Benito, José Luis Gonzalo Marrodán y Herminia Clemente.

El documental pretende plantear preguntas para las que no hay una única respuesta e invitarnos a una reflexión sobre nuestra forma de traer hijos al mundo y criar a los adultos del futuro.

Después del Festival se estrenará en salas a partir del 15 de octubre de 2021.

lunes, 21 de junio de 2021

Adolescencia, pandemia y adversidad temprana: claves desde la neurobiología (I), por Rafael Benito Moraga

Firma invitada

Rafael Benito Moraga

Psiquiatra y traumaterapeuta
 

Fin de curso 2020-21 en Buenos tratos: gracias a todos y todas una temporada más

La temporada 2020-21 del blog Buenos tratos llega a su fin como es ya costumbre desde hace 14 años. Y una temporada más, sólo puedo decir que ¡muchas gracias a todos y todas por manteneros fieles a este blog y sus propuestas en pro de los buenos tratos a la infancia, paradigma impulsado por Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan!. Este blog es el de la Red apega que ellos dirigen e impulsan. Son nuestros maestros y referentes en nuestra formación y labor diaria con los/as niños y niñas. 

El mejor modo de coronar este año (a nadie se nos escapa lo duro que ha sido para todos y todas por la pandemia que aún sufrimos a causa del COVID 19, con duelo por pérdidas, consecuencias psicológicas del aislamiento y la distancia social, la crisis económica y las privaciones que padecen muchas personas) es invitando a un amigo y colega a quien quiero mucho: Rafael Benito Moraga. Él como todos y todas los invitados/as a este espacio, comparte generosamente sus conocimientos y saber especializado en su área de trabajo. Cuando le comenté que quería cerrar el año con una aportación suya, ambos coincidimos en que, desde el comienzo de la pandemia, los grandes olvidados de la misma han sido los adolescentes. Para todos y todas, por las necesidades propias de la etapa por la que atraviesan y que no han podido satisfacerse, pero especialmente para los y las que han sufrido adversidad temprana. Por eso, ambos pensamos que el mejor modo de sensibilizar a la población general sobre las necesidades de los adolescentes (para contribuir al cambio de mirada y a actuaciones basadas en las recientes aportaciones que nos entregan la psiquiatría y la neurociencia) era y es cerrar este curso 2020-21 en el blog con un artículo sobre la adolescencia: cómo son, los cambios neurobiológicos que experimentan y la segunda oportunidad que conlleva este periodo. La oportunidad será aún mayor si somos capaces de acompañarles y tratarles adecuadamente desde el paradigma de los buenos tratos. Esta inestimable aportación de Rafael Benito no sólo es útil en estos tiempos que corren, sino también para entender a los adolescentes y el impacto que las relaciones y los acontecimientos de la vida tienen en los jóvenes, incluyendo dentro de la ecuación sus antecedentes infantiles, sobre todo si hay historia de adversidad temprana.

Muchos de nuestros jóvenes durante este periodo en el que hemos sufrido el COVID 19, especialmente los más vulnerables y vulnerados, han mostrado en un alto porcentaje síntomas y alteraciones emocionales y conductuales, que no son sino reflejo de un sufrimiento interno que hemos de aprender a reconocer, validar y tratar adecuadamente, desde la mentalización, la empatía y la autoridad calmada, como dice Maryorie Dantagnan.

Un artículo con la calidad, el rigor y claridad expositiva que a nuestro querido Rafael Benito le caracteriza. A Rafael no le hace falta presentación, pues es muy conocido. Solo diremos brevemente que es psiquiatra, terapeuta sistémico y traumaterapeuta. Miembro del equipo docente de la Red apega y ponente habitual de congresos, cursos y jornadas con familias y profesionales y colaborador habitual de este blog. ¡Muchas gracias, Rafael Benito!

Es un artículo dividido en dos partes: la que viene a continuación centrada en la adolescencia y neurodesarrollo: sus periodos, la reedición de la relación de apego y el comportamiento social; y una segunda parte, que se publicará en el día 6 de septiembre para inaugurar por todo lo alto la 15ª temporada del blog, dedicada a las consecuencias de la adversidad temprana en los adolescentes.

Feliz verano a todos/as los/as que vivís en el hemisferio norte. Un saludo muy cariñoso y nuestros mejores deseos para vosotros/as desde este blog de la Red apega.

Adolescencia, pandemia y adversidad temprana: claves desde la neurobiología 
(1ª parte)
Autor: Rafael Benito Moraga

La adolescencia: una segunda oportunidad para los niños y niñas que sufrieron adversidad temprana

Cómo son los adolescentes

Desde el inicio de la pandemia los jóvenes han estado en boca de todos como protagonistas irresponsables de botellones y quedadas, comportamientos de riesgo que han supuesto un peligro para el resto de los miembros de la sociedad y que se han achacado a su insensibilidad, su mala educación, su falta de sensatez, una crianza consentidora o un comportamiento egoísta.

Todos estos calificativos han llenado titulares de prensa, declaraciones radiofónicas y televisivas, y conversaciones casuales en las que antes se hablaba del tiempo. Pero ya antes de la plaga que nos ha asediado durante el último año y medio, éramos conscientes de los comportamientos impulsivos, imprudentes y arriesgados de los chicos y chicas de entre 14 y 25 años. La adolescencia se ha visto siempre como una época turbulenta e incomprensible, una mera fase de transición que debía pasar cuanto antes para dar paso a la serenidad y madurez del adulto. 

Sin intención de plantear una relación exhaustiva, hagamos un repaso de las características más destacadas de esta época de la vida, responsables de la mala reputación de los y las jóvenes:



· Una búsqueda incesante de sensaciones nuevas; a pesar de que suponga afrontar riesgos, o aunque implique violar las normas.

· Un aumento en la intensidad de las emociones, que se vuelven además mucho más variables. Los y las adolescentes pueden pasar de la euforia a la depresión en unos instantes y por motivos nimios. También experimentan a veces estallidos de ira ante pequeños inconvenientes o frustraciones.

· Hipersensibilidad a todo lo que venga de sus iguales, que se vuelven una referencia tanto para lo bueno como para lo malo. Las expectativas de los amigos y amigas ejercen una presión que puede dirigir el comportamiento de los chicos y chicas. Además, crece el interés por el establecimiento de relaciones afectivo-sexuales, con un aumento de la preocupación por lo que opinen de ellos las personas a quienes quieren gustar. 

· Dificultades de concentración en los estudios, y problemas para regular la atención y la conducta en casi todos los ámbitos del funcionamiento diario. A los adolescentes les resulta difícil dejar de hacer lo que más les gusta (videojuegos, redes sociales) para afrontar tareas más pesadas o tediosas (estudios, colaborar en casa); se vuelven distraídos y tienden a ser desordenados.

La aparición de estos rasgos tras el inicio de la pubertad inaugura una época de riesgos: la búsqueda de novedades puede hacerles caer en adicciones o en conductas sexuales de riesgo; la inestabilidad emocional les expone a situaciones de “secuestro emocional” en las que su rabia o su deseo les dominan impidiendo que controlen su comportamiento; y su mayor sensibilidad a la actitud de sus iguales aumenta la vulnerabilidad al acoso escolar, y les expone además a esa influencia de las “malas compañías” que tanto temen los padres y las madres. Su preferencia por la gratificación inmediata, el deseo de estar con sus amigos y amigas y la presión que estos ejercen explican comportamientos incívicos e insolidarios como los que hemos visto a lo largo de la pandemia.

Pero estas mismas características conllevan asimismo posibilidades de crecimiento y mejora: la búsqueda de novedades implica también mayor apertura al cambio y a transitar nuevos caminos; la mayor intensidad emocional supone un incremento de la pasión y la motivación; y su hipersensibilidad a las expectativas del grupo aumenta la lealtad, la fidelidad y la solidaridad.

Volviendo a los jóvenes de nuestro tiempo: ¿es cierto que esta generación de chicos y chicas es especialmente egoísta como consecuencia de una educación demasiado condescendiente?; ¿estamos criando una cohorte de jóvenes descerebrados?; ¿es cuestión de mano dura?. Todas estas preguntas han sido ampliamente debatidas en diversos ámbitos, como si las causas de estos comportamientos juveniles dependieran del entorno social, la cultura o la crianza. Sin embargo, cuando buscamos la descripción que hacían de los adolescentes quienes vivieron hace siglos o milenios, nos llevamos una sorpresa. Por ejemplo, Shakespeare (1564-1616) dijo: “… ojalá no hubiese edad entre los 10 y los 23 años, o que los jóvenes pasasen ese tiempo durmiendo porque no hacen sino preñar mozas, ofender a los mayores, robar y pelear”; o Sócrates (470 a.C.-399 a.C.): “Los jóvenes hoy en día son unos tiranos, contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros; descripciones que no se alejan demasiado de lo que podríamos decir de los y las adolescentes actuales.

Que en épocas tan diferentes se observen comportamientos tan similares parece indicar que las características propias de la adolescencia tienen que ver con factores distintos al estilo de crianza o la sociedad que les tocó vivir. Y las investigaciones realizadas con las modernas técnicas de neuroimagen indican que en su origen están implicados los cambios que experimenta el cerebro adolescente desde el inicio de la pubertad hasta los veintitantos años; cambios que ocurren bajo la influencia del despertar hormonal y la puesta en marcha de un programa genético, sin que el joven pueda hacer nada por evitarlo, e independientemente de cómo haya sido su entorno o de las circunstancias que le haya tocado vivir.

Lo que me propongo mostrar es que los rasgos propios de la adolescencia, las razones por las que vemos en los jóvenes comportamientos peligrosos, egoístas e impulsivos, o increíblemente idealistas y generosos, dependen de que durante esta época de la vida el sistema nervioso atraviesa por un periodo peculiar de su desarrollo. Y esa etapa del neurodesarrollo supone un estado de vulnerabilidad y oportunidades en el que resulta imprescindible reactivar la relación de apego; ese vínculo, fuente de amor y seguridad, que facilitó el progreso del cerebro infantil durante los primeros años de vida.

Para ello haremos un recorrido por los rasgos y las etapas fundamentales del desarrollo del sistema nervioso desde el nacimiento hasta el final de la adolescencia.

El neurodesarrollo: un proceso largo con momentos delicados

Proliferación y poda

La unidad constitutiva básica del tejido nervioso, la neurona, es un tipo especial de célula a la que le han salido “pelos”[1]; unos pelos especiales y muy largos que les permiten establecer conexión con el resto de sus congéneres. El sistema nervioso funciona gracias a un flujo constante de impulsos eléctricos que discurre a través de las redes conformadas por las prolongaciones neuronales. En el cerebro adulto, ya desarrollado, estas redes conectan los diferentes núcleos y áreas cerebrales procesando la información procedente de los sensores internos y externos para dar lugar a las respuestas que mejor se adecúen a las necesidades del organismo.

Hacia la semana 16 tras la concepción, el niño/a ha completado la creación de casi todas las neuronas que necesitará durante los primeros años de vida. El problema es que, aunque tenga ya todas las neuronas necesarias, el frondoso bosque de conexiones entre ellas está todavía por hacer. Al proceso por el que esas primeras neuronas van desarrollando prolongaciones que conformarán la inmensa red de conexiones electroquímicas que constituye el cerebro se le denomina proliferación.



La neurogénesis (creación de nuevas neuronas) y la proliferación de esas prolongaciones son tareas que se realizan siguiendo un programa genético, sin necesidad de estímulos externos y sin que éstos desempeñen papel alguno en su conformación. Cuando se extrae una neurona recién nacida y se la coloca en una placa de cultivo, comienza a emitir prolongaciones de manera espontánea buscando conexión, con una necesidad interna de apegarse a otras neuronas.

En el cerebro se generan neuronas y conexiones a lo largo de toda la vida; pero hay dos periodos en los que la proliferación es más rápida y extensa: los dos primeros años de vida, y los primeros años de la adolescencia. Fuera de estos periodos, la neurogénesis y la proliferación se producirán a un ritmo cada vez más lento. Esta es una de las razones por las que los primeros años de vida y la adolescencia son tan importantes para el desarrollo del sistema nervioso; el otro motivo para considerarlos periodos cruciales tiene que ver con la fase que sucede a la proliferación: la poda del bosque neuronal. 

La proliferación neuronal va haciendo que la red sea cada vez más tupida, dando lugar a una situación en la todas las neuronas están conectadas entre sí de una forma promiscua e indiscriminada. En esta situación es difícil que tenga lugar una actividad productiva. Si las neuronas fueran los miembros de un grupo de trabajo, en las fases iniciales del neurodesarrollo oiríamos un guirigay de conversaciones; todas ellas responderían a la vez, hablando todo el tiempo aunque nadie les haya hecho una pregunta, y sin ninguna distribución de las tareas.

Lo que convierte la actividad de las redes neurales en un flujo de energía portador de información y dirigido a un propósito es su remodelación por la influencia de las experiencias ambientales en un proceso denominado poda neuronal, porque conlleva justamente una desaparición de las conexiones que no se usan, y la persistencia de las que se mantienen activas. Como ya se ha dicho, la proliferación de las redes neurales se produce gracias a un programa genético; pero el agente productor de la poda neuronal es el ambiente. Las modernas técnicas de estudio del cerebro han ido acumulando pruebas de que las experiencias remodelan las redes neuronales, preservando ciertas conexiones y dejando que otras se marchiten. Por ejemplo, en niños/as que han seguido entrenamiento musical con un teclado durante 15 meses hay cambios estructurales en las redes de la corteza motora (control del movimiento de las manos), el cuerpo calloso (coordinación bimanual) y la región auditiva primaria (sensible a la melodía que se interpreta) (Hyde et al., 2009); además, cuanto más practicaban mayor era el desarrollo (Schlaug et al., 2009).

Pero entre todos los estímulos del entorno, los asociados a las relaciones interpersonales son los más potentes, los que con mayor intensidad y amplitud podan el bosque neuronal. Nacemos con una predilección especial por las imágenes con forma de cara(De Haan, Pascalis, & Johnson, 2002); comenzamos a imitar las expresiones faciales antes siquiera de poder sostenernos sentados, y la visión amenazadora que con más intensidad activa la amígdala es ver una expresión asustada en el rostro de nuestros semejantes(Méndez-Bértolo et al., 2016). La relación con las figuras de apego comienza a moldear desde muy temprano las redes neurales. Por ejemplo, el contacto físico frecuente entre la madre y el hijo promueve un aumento de la conectividad de áreas cerebrales relacionadas con la mentalización y la reflexión como el córtex prefrontal (Brauer, Xiao, Poulain, Friederici, & Schirmer, 2016). Las relaciones interpersonales tienen también un gran efecto reparador. En niños que han sufrido maltrato y han pasado a recibir cuidados por familias de acogida, las alteraciones cerebrales se corrigen a los 4 años del inicio del acogimiento (Quevedo, Johnson, Loman, Lafavor, & Gunnar, 2012) (Quevedo, Doty, Roos, & Anker, 2017).

Si la primera gran explosión del crecimiento de la red tiene lugar durante los primeros dos años de vida, la primera poda tendrá lugar entre los 2 y los 10 años. Durante esa etapa de la vida, en las áreas más activas de la corteza cerebral se perderán unas 5000 sinapsis (conexiones neuronales) por segundo (Bourgeois & Rakic, 1993). En los meses previos a la pubertad, debido en gran medida a la eclosión de las hormonas sexuales, va a iniciarse una segunda proliferación de ramificaciones neuronales que irá seguida de una segunda poda que se prolongará hasta el final de este periodo de la vida, en torno a los 25 años. Por tanto, se reabre la posibilidad de que el ambiente y las relaciones interpersonales influyan de una manera profunda en la conformación de ciertos núcleos y circuitos cerebrales; sobre todo los que tienen que ver con la regulación emocional. 

Todo esto indica que, durante los primeros años de vida y durante la adolescencia, tras las temporadas de proliferación de conexiones en la red neural, las relaciones interpersonales van a remodelar las ramas del bosque neuronal definiendo progresivamente las características de la red de cada uno de nosotros. De la densidad de las conexiones resultantes, de la fortaleza o la debilidad de cada uno de los circuitos que conectan entre sí las neuronas de las distintas áreas y núcleos cerebrales, dependerá el funcionamiento de cada sistema nervioso en particular; y finalmente de esto dependerán los rasgos distintivos de nuestra personalidad.

Dos periodos cruciales para el neurodesarrollo

Como hemos visto, los tres primeros años de vida y los posteriores a la pubertad son muy importantes en el neurodesarrollo porque en ellos se producen las fases de proliferación y poda más intensas de toda la vida. A continuación analizaremos con más detalle por qué fases pasa el crecimiento del cerebro durante esas etapas, para entender mejor los cambios emocionales y conductuales que se observan en ellas.

Primeros dos años de vida: nacemos con un dispositivo básico para apegarnos

El bebé del homo sapiens nace con los recursos neurobiológicos imprescindibles para iniciar su relación con la figura de apego y para comenzar a percibir y regular los estados internos. 

©Rafael Benito

Para reconocer la cercanía de la figura de apego, el niño/a tiene ya completamente desarrollados el sentido del olfato y el sentido del gusto (Eliot, 2000). Aunque aún no son capaces de discriminar con finura los sonidos, el oído tiene ya una funcionalidad aceptable, y ha estado acostumbrándose a los sonidos de su madre y de las personas cercanas a ella desde la semana 23 del embarazo. Desgraciadamente, la visión no está todavía perfeccionada, al nacimiento es todavía borrosa, en blanco y negro y bidimensional; pero los recién nacidos tienen ya una preferencia innata por las caras o los estímulos con aspecto de cara (De Haan, Pascalis, & Johnson, 2002). Además, aunque no han desarrollado aún la agudeza visual, desde la semana 28 funciona una parte de los circuitos visuales que les permite distinguir qué objetos se mueven a su alrededor (Eliot, 2000), para seguirlos con la mirada, sobre todo si están cerca.

Desde el nacimiento, el niño/a dispone también de la facultad de percibir sus estados viscerales, sus estados internos (Miller & Cummings, 2013). De este modo comienza a percibir sus sensaciones internas (podríamos decir que sus primeros estados emocionales), y reacciona a ellas.

Parte de este procesamiento emocional corresponde a regiones situadas en el interior del cerebro y destinadas a reaccionar a los estímulos agradables y a los que no lo son tanto. Respecto a estos últimos, las amígdalas están ya preparadas y conectadas para comenzar el aprendizaje condicionado, y para desencadenar las primeras reacciones de miedo o rabia, de lucha o huida. En cuanto a las sensaciones agradables, al nacimiento están listos también los sistemas de respuesta al placer (el estriado ventral y el núcleo Accumbens) que se encargarán de anticipar el gusto que produce la cercanía de la figura de apego, y también de producir las sensaciones placenteras asociadas al contacto con ella. Se activarán asimismo cuando desaparezcan sensaciones desagradables como la irritación de un culito sucio, la humedad del pañal mojado, o el frío de una habitación poco caldeada.

Para responder corporalmente a los estados emocionales, está listo también el sistema nervioso autónomo, con sus ramas simpática y parasimpática. La primera desencadenará reacciones de agitación y llanto; la segunda puede producir estados de colapso y desconexión.

Con este dispositivo básico se van a producir las primeras interacciones con los estímulos del entorno y con las figuras de apego, cuya influencia irá podando y moldeando la red neural conforme vayan entrando en escena otras estructuras. Por ejemplo, las neuronas del hipocampo, nuestro Google, el núcleo que nos permite evocar los recuerdos, no comenzarán a proliferar y a funcionar hasta el final del segundo año de vida. Y las del córtex prefrontal, el director de orquesta del cerebro, no iniciarán su proliferación hasta el final del primer año; y no alcanzarán una funcionalidad aceptable, aunque incompleta, hasta el segundo o tercer año de vida extrauterina. 

Como si se tratara de una casa, nacemos con los cimientos sobre los que se irá edificando nuestro hogar; y dependiendo de cómo vayan las primeras fases de la construcción, lograremos levantar adecuadamente (o no tanto) una planta sobre otra hasta completar el edificio.

Pubertad y adolescencia. Una segunda oportunidad para reeditar la relación de apego

Durante los años que van desde el nacimiento hasta la pubertad, la poda neuronal continuará conformando y remodelando las redes neurales correspondientes a distintas capacidades como el lenguaje, el procesamiento perceptivo y el control motor; aunque la fase más activa de la proliferación ya habrá pasado, y la proliferación irá disminuyendo en favor de la poda. A los 6 años el cerebro ya tiene el 90% del tamaño que tendrá en la edad adulta, por lo que desde esa edad el objetivo no será el aumento de las conexiones, sino la mejora de su eficiencia. 

Si el crecimiento del sistema nervioso acabara ahí, su funcionamiento quedaría establecido; de tal modo que los rasgos de personalidad del adulto, como la capacidad de regulación emocional, estarían fijados desde la infancia; pero sabemos que esto no es así. El neurodesarrollo va a pasar por una última revolución antes de llegar a un funcionamiento adulto; una revolución que tiene lugar durante la adolescencia. Parece claro que seguimos cambiando (y mucho) durante los años que van de los 12 a los 25; de modo que hasta esa edad no podemos dar por finalizada la conformación de nuestros rasgos de carácter.



La reactivación del neurodesarrollo durante la pubertad tiene una peculiaridad que explica las características del comportamiento y la regulación emocional durante esta época de la vida: determinadas áreas del cerebro van a experimentar un crecimiento acelerado tras la pubertad, mientras que otras van a ralentizar su crecimiento hasta la segunda mitad de la adolescencia. Desde el inicio de la pubertad hasta los 17-18 años asistimos inicialmente a un crecimiento acelerado de los núcleos y áreas del sistema límbico, mientras que el “director de orquesta”, el córtex prefrontal, se queda atrás. Esta falta de sincronía hace que durante los años que siguen a la pubertad los centros de las respuestas defensivas (la amígdala) y de las respuestas placenteras (Accumbens y estriado ventral) funcionen sin la actividad reguladora del córtex prefrontal, cuya presencia se hará notar sobre todo durante la segunda mitad de la adolescencia. 

A continuación, revisaremos los principales cambios que se dan en el neurodesarrollo durante la adolescencia, y veremos como nos ayudan a explicar muchas de las características emocionales y conductuales de esta etapa de la vida.

Amígdala

La amígdala es un núcleo situado en el interior del cerebro, relacionado con el aprendizaje condicionado, y conocido sobre todo porque desencadena intensas respuestas de lucha o huida ante las amenazas. 

Durante la adolescencia el volumen de la amígdala aumenta mucho, lo que se acompaña de un incremento en su actividad (Galván, 2017). Durante la contemplación de caras asustadas, la amígdala de los adolescentes se activa más que la de adultos y niños (Guyer et al., 2008)(Monk et al., 2003)(Hare et al., 2008). Esto explica la hipersensibilidad de los adolescentes ante las amenazas y su alta reactividad emocional, incluso en situaciones que no justifican una alteración tan intensa.

Otro rasgo peculiar del crecimiento de este núcleo durante la adolescencia es que pierde eficiencia cuando se trata de aprender de los errores y las pérdidas (Ernst & Fudge, 2009) (Ernst et al., 2005). Durante la adolescencia, a la amígdala le cuesta más retener aquellos estímulos que precedieron a un perjuicio; por lo que, en sucesivas experiencias, le costará reaccionar a tiempo para evitar el daño. Teniendo en cuenta este rasgo del neurodesarrollo adolescente, resulta fácil entender por qué los jóvenes intentan una y otra vez conductas que no les proporcionaron ninguna gratificación; ocasionándoles incluso algún perjuicio.

Accumbens y estriado ventral

Durante esta época de la vida, los circuitos de la recompensa experimentan también cambios importantes. En general, la actividad y sensibilidad de las áreas del placer aumenta mucho, sobre todo hasta los 18-20 años (Galvan et al., 2006)(Urošević, Collins, Muetzel, Lim, & Luciana, 2012). El estrés y las circunstancias adversas aumentan todavía más esa sensibilidad en esta época de la vida; lo que provoca que, en situaciones de crisis, la apetencia por una gratificación inmediata sea más fuerte y más difícil de regular (Novick et al., 2018).

Esta dificultad de regulación depende también de un córtex prefrontal que, como ya se ha dicho, no está suficientemente activo y desarrollado hasta la segunda mitad de la adolescencia. Esto hace que durante los primeros años de esta etapa se tenga una preferencia a veces incontenible por las recompensas inmediatas (Christakou, Brammer, & Rubia, 2011). 

Una vez más, estos cambios neurobiológicos nos ayudan a comprender algunas de las características propias de los/las adolescentes. La mayor actividad de las áreas del placer conlleva una predisposición a la búsqueda constante de gratificación y novedad; si a esto unimos la relativa insuficiencia del córtex prefrontal en la primera mitad de esta etapa, el deseo es de una gratificación inmediata e inaplazable. Por otra parte, salvo que proporcionemos a los/las jóvenes recursos de regulación emocional, las situaciones estresantes activarán aún más esas áreas del placer, orientando sus conductas hacia el uso de fuentes de gratificación intensas y rápidas como las que proporcionan el uso de sustancias, el juego o incluso la comida.

Adolescencia y neurobiología del comportamiento social

Los cambios que se producen en el sistema nervioso durante la adolescencia afectan de una manera decisiva a áreas del cerebro relacionadas con la conducta social (Galván, 2017) de un modo que, teniendo en cuenta la teoría de los periodos críticos y sensibles, puede afectar al comportamiento relacional de los/las jóvenes durante el resto de su vida.

Los estudios nos muestran que, durante esta época, la presencia de los/as amigos/as incrementa la situación de falta de regulación emocional. Cuando los/las amigos/as están presentes, la actividad de los centros de recompensa es todavía más intensa (Chein, Albert, O’Brien, Uckert, & Steinberg, 2011). Además, la sensibilidad del adolescente hacia el rechazo por sus iguales es mayor que la de niños y adultos (Sebastian et al., 2011).

Tampoco aquí el córtex prefrontal está todavía en condiciones de ayudar porque, cuando los compañeros/as están presentes, no es capaz de aumentar su actividad reguladora; más bien la mantiene, o incluso la reduce (Segalowitz et al., 2012), dejando al chico/a a merced de unos núcleos amigdalar (miedo, rabia) y Accumbens (deseo, placer) excesivamente activos. Las investigaciones muestran que en situaciones de rechazo social la actividad del córtex prefrontal de los adolescentes disminuye; mientras que en los adultos, en las mismas situaciones, esta actividad aumenta (Sebastian et al., 2011). Por tanto, a diferencia de los adultos, en los y las jóvenes ese rechazo desencadena reacciones puramente emocionales, de rabia, miedo o tristeza, impidiéndoles reflexionar sobre las reacciones ajenas, y dificultando que encuentren estrategias de afrontamiento adaptativas. No es extraño que los jóvenes sean tan sensibles a la presión social y al rechazo por parte de sus iguales. 

Otra característica de las relaciones sociales del adolescente es la tendencia a actuar de un modo impulsivo y aparentemente desconsiderado. Un estudio reciente muestra que hay razones neurobiológicas para esto: cuando hay que tomar decisiones arriesgadas en situaciones sociales, los adolescentes activan menos las áreas de monitorización de la acción (giro frontal inferior, caudado) y las zonas de cognición social (giro temporal medio y superior) (Rodrigo, Padrón, de Vega, & Ferstl, 2018). La escasa monitorización de la acción conduce a conductas irreflexivas e impulsivas, que persisten a pesar de ser claramente perjudiciales; la desactivación de las conductas de cognición social dificulta que sean empáticos y que tengan en cuenta las necesidades de los demás.

¿Se entiende mejor ahora que actúen como lo han hecho a veces durante la pandemia?. Una vez más, el neurodesarrollo nos ayuda a entender el comportamiento característico de esta época de la vida en las situaciones sociales. Por razones neurobiológicas, los/las adolescentes tienen menos capacidad para resistir la presión social, ya que sus circuitos de la recompensa, ya de por sí sensibles, se activan aún más en presencia de los/las amigos/as. La situación empeora por la hipersensibilidad del adolescente al rechazo social que, en el caso del acoso escolar, puede tener consecuencias importantes para la construcción de su personalidad y el mantenimiento de la salud mental durante su vida adulta. Finalmente, el comportamiento a veces torpe e impulsivo en las relaciones, tiene que ver también con cambios neurobiológicos, con una relativa insuficiencia en el funcionamiento de las áreas que monitorizan las consecuencias sociales del comportamiento.

Durante la adolescencia se reactiva la necesidad del apego

La pubertad reactiva el neurodesarrollo y da inicio a una nueva proliferación neuronal, que afecta sobre todo a las áreas relacionadas con la regulación emocional. Inicialmente la amígdala y los circuitos de la recompensa experimentan un crecimiento y un aumento de actividad que no se acompaña de una maduración equiparable de la corteza prefrontal; por lo que la adolescencia va a estar presidida por un aumento de la reactividad emocional, unas emociones más intensas y dificultades de autocontrol. Una situación en la que el sistema nervioso vuelve a un estado similar al de los primeros meses tras el nacimiento: unos núcleos subcorticales muy activos y una corteza prefrontal aún inmadura. De ahí que debamos considerar la adolescencia como una fase en la que se reedita la necesidad del apego; en la que un sistema nervioso adulto debe hacerse de nuevo presente para proporcionar la regulación emocional que contribuya a la integración del sistema nervioso en desarrollo. 

Diversas investigaciones han demostrado la gran influencia de las figuras de apego en el funcionamiento del sistema nervioso del adolescente. En una de ellas, los adolescentes que realizaban una tarea estresante en presencia de sus madres mostraban una atenuación de las respuestas cerebrales de estrés (Lee, Qu, & Telzer, 2018); la similitud en el funcionamiento cerebral era mayor entre madres e hijos cuando había una buena conexión previa entre ellos. En otro estudio, adolescentes que contemplaban en video una discusión familiar, las áreas cerebrales de mentalización del adolescente se activaban más al ver al progenitor con el que más conectados estaban (Saxbe, Del Piero, & Margolin, 2015). Finalmente, adolescentes que sufrían acoso escolar experimentaban una mayor activación de las zonas del cingulado anterior relacionadas con el dolor; pero la interacción con sus familiares atenuaba esa actividad, reduciendo el dolor del rechazo (Schriber et al., 2018).

Todos estos hallazgos dejan claro que los adolescentes vuelven a necesitar figuras de apego que, a través de una interacción sintonizada, balanceada y coherente, contribuyan a moldear la construcción de las redes neurales en esa nueva fase de proliferación y poda de las redes neurales.

Resumen y conclusiones

A veces el comportamiento de los adolescentes parece depender de una crianza permisiva, o bien de una falta de sensatez, o de su falta de sensibilidad, solidaridad o empatía. Solemos pensar que son inmaduros, que no necesitan la presencia de los adultos, o que les puede estorbar porque precisan autonomizarse y ser independientes.

Los estudios neurobiológicos nos presentan una realidad muy diferente. Los y las adolescentes no son como son porque lo hayan decidido así; ni porque les hayamos educado mal. Simplemente están atravesando por una fase del desarrollo cerebral que los deja a merced de emociones intensas y cambiantes que pueden conducirles a empresas y logros ilusionantes, o a tomar decisiones impulsivas, arriesgadas y peligrosas. Una fase en la que una nueva sucesión de proliferación y poda neuronales abre un periodo sensible de cuya evolución puede depender el estado de salud mental y física que tendrán cuando lleguen a la edad adulta.

Los cambios que experimenta su cerebro les ha hecho muy difícil soportar una situación como la que se ha vivido durante la pandemia: con una gran necesidad de gratificación (crecimiento del Accumbens), una gran predisposición a las reacciones de miedo y rabia (hiperactividad de la amígdala), y pocos mecanismos de autocontrol (enlentecimiento del desarrollo prefrontal). Y el mejor modo de ayudarles es reactivar la relación de apego.

Como hemos visto, el cerebro del adolescente vuelve a un estado parecido al que tenía al nacimiento, con una amígdala y un Accumbens hipertrofiados, y un córtex prefrontal poco presentes. Por tanto, como ocurrió tras el nacimiento, por lo que se reedita la necesidad de figuras de apego que les ayuden a transitar por ese periodo difícil y esperanzador, proporcionándoles los recursos neurales de los que carecen. Padres, madres, educadores y educadoras, terapeutas y todas las personas que rodean a los y las adolescentes debemos ser conscientes de la importancia de esta etapa, y de lo mucho que se puede modificar su trayectoria vital a través de las relaciones interpersonales. La reactivación del neurodesarrollo hace que todas las intervenciones sean mucho más potentes en este momento vital, que debemos aprovechar para reafirmar los cimientos de una vida adulta sana y feliz.

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[1] La metáfora es pertinente porque los cabellos están constituidos por proteínas similares a las que conforman el citoesqueleto neuronal.