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(Envíos a todo el mundo)
Apego y conexión social.
Soledad no deseada en la infancia y
la adolescencia
José Luis Gonzalo Marrodán
Concepción Martínez
Dolores Rodríguez
Presentación
José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo
Concepción Martínez , psicóloga
Dolores Rodríguez, psicóloga
Como os he dicho, este mes estamos de enhorabuena y presentamos los libros a pares. Todo el trabajo que hemos estado haciendo estos años atrás está siendo plasmado ahora y coinciden en el tiempo la publicación de varios libros. Con un gran sentimiento de satisfacción y alegría os presento esta obra escrita junto con mis queridas colegas, co-autoras, Concepción Martínez y Dolores Rodríguez.
Vamos a comentaros en unas líneas lo que os podéis encontrar en este libro. Nos ha movido a escribirlo la preocupación que sentimos por las personas que sienten soledad no deseada, un fenómeno universal. Queremos generar sensibilidad hacia el tema y poner la mirada en el hecho de que cada vez se adopten más medidas para detectarla, tratarla y a, ser posible, prevenirla. Nuestro libro es una contribución en este sentido.
Las personas estamos hechas para la conexión. Desde el primer minuto, los bebés buscan las caras de los humanos y las prefieren antes que cualquier otro estímulo. Se nace con un equipamiento neurobiológico, con un repertorio conductual preparado para apegarse al primer adulto que esté disponible con el fin de satisfacer las necesidades físicas y de protección y seguridad.
El médico inglés John Bowlby fue quien descubrió que existe un sistema que llamó apego, diseñado con el fin de obtener la seguridad que necesitamos de las figuras que nos cuidan. Hasta mediados de los cincuenta se consideraba que los bebés se apegaban secundariamente a las madres a través de la alimentación o la satisfacción de la pulsión oral (placer experimentado con la succión). Bowlby descubrió que el apego era un sistema tan importante o más que la alimentación o la sexualidad: ante situaciones de miedo o de separación de los adultos cuidadores se activaban conductas de búsqueda de proximidad para obtener de estos calma y seguridad. El apego es también ese lazo afectivo, duradero en el tiempo, que establecemos con personas especiales. Y en los primeros años de vida, la persona más especial es la madre; y unos pocos cuidadores más en los que el niño confíe.
Recientemente, en el siglo XXI, otro autor, Schore, llevó la teoría del apego del siglo XX al siglo XXI. Además de obtener calma y confort de las figuras adultas cercanas, los bebés necesitan, desde los primeros meses, conectar con estas con el fin de lograr la regulación emocional: experiencias interactivas de excitación, juego, risa y disfrute cuando el bebé lo necesita (activa el sistema nervioso simpático) y relax, mecimiento y palabras suaves… (activa el sistema nervioso parasimpático) cuando el infante precisa bajar los niveles de activación. Un equilibrio entre ambas es lo que mantiene el sistema nervioso regulado y sano, fortaleciendo la actividad del nervio vago ventral. Por lo tanto, el rol de los padres, madres o cuidadores es ser capaces de leer bien las necesidades del bebé y saber mantenerlo en niveles óptimos de activación. El sistema nervioso se desarrolla equilibrada e integralmente gracias a estas experiencias tempranas de conexión segura, que lo modulan y regulan. El papel de los adultos en la vida de los niños es mucho más relevante de lo que se creía -y todavía se cree-.
Toda esta experiencia relacional crea, además, unos primeros modelos mentales, como una primera diapositiva, sobre qué puedo esperar de los demás y del mundo externo. Los cerebros del bebé y del cuidador se interconectan como un wifi emocional y el aprendizaje de la regulación se logra interactivamente. Estas primeras lecciones emocionales no se recuerdan porque suceden en un periodo de la vida donde no se ha desarrollado la memoria explícita ni el lenguaje; pero se graban en la memoria emocional, en el lado derecho del cerebro, que es el predominante durante los tres primeros años de vida. Toda la danza emocional de conexión face-to-face bebé y cuidador, dentro de unos márgenes óptimos de activación, en un clima de disfrute y juego, favorece la segregación de hormonas placenteras. Esta relación interpersonal hace crecer el cerebro porque las neuronas fortalecen sus conexiones y los recuerdos implícitos de estas experiencias (es como una música) hacen eficientes dichas conexiones neuronales y, además, imprimen la representación mental temprana de que conectar con los otros es algo satisfactorio. Por otro lado, el logro de la competencia socioemocional futura hunde sus bases en estas vivencias tempranas bebé-mamá, porque mediante la comunicación se aprende también sobre la propia mente y sobre la mente de los demás, y a diferenciar progresivamente ambas.
Por lo tanto, una pregunta a plantearse sería si es posible que el extendido fenómeno social de la soledad no deseada (hasta una de cada cinco personas refiere sufrirla) pueda tener en parte su origen en unas experiencias tempranas subóptimas a nivel de apego y conexión. Nos referimos a que la soledad no deseada puede gestarse en la edad bebé, etapa crucial donde las consecuencias de aquella pueden dejar una huella en el psiquismo en forma de estrés tóxico para el desarrollo cerebral. Si no se repara en etapas posteriores de la vida, estamos abocados a sufrir dicha soledad y sus consecuencias, como una peor salud en general.
Primer capítulo
En el primer capítulo del libro, escrito por Jose Luis Gonzalo, se abordan experiencias cotidianas en las que los bebés pueden sentir soledad a diario, que están normalizadas, como la separación de las figuras de apego (los padres) a la hora de ir al centro educativo o guardería -si no se cuida bien este proceso-; el impacto de las nuevas tecnologías en la crianza; y las pérdidas. Pero también se tratan otras más extremas y muy perjudiciales para el desarrollo del cerebro -por el estrés intenso, abrupto y continuado que generan- como la negligencia y el abandono físico y emocional y sus repercusiones, cuyas cifras van en aumento.
Segundo capítulo
En el segundo capítulo, escrito por Dolores Rodríguez, se aborda la soledad no deseada durante la etapa de la infancia. El recorrido que se hace a través de ella, transcurrirá por la misma senda iniciada en el primer capítulo dedicado a la etapa bebé: la senda de las vinculaciones primarias, su influencia en el desarrollo del niño y su impacto en la soledad no deseada. Una soledad provocada por las dificultades del entorno (familia y escuela) para poder ofrecer relaciones basadas en la conexión (Gabor Maté), la seguridad y el reconocimiento de las necesidades propias de esta etapa de transición a la adolescencia. Unas dificultades provocadas por las propias carencias de los adultos encargados del cuidado directo de los niños a nivel de competencias parentales (Barudy. J y Dantagnan. M), que afectará directamente al modo en que los niños se verán expuestos tanto al sentimiento interno de soledad no deseada como a acontecimientos externos generadores de sufrimiento. Se trata la importancia de compartir tiempo con los niños, de dialogar, de jugar, de mostrar amor y afecto e interés genuino por conocer su mundo interior y de aceptarlos cómo realmente son y no cómo se espera que sean.
Por último, se habla de dos temas importantes que, desgraciadamente, todavía son “tabú” en nuestra sociedad: el abuso sexual en la infancia y el bullying. Somos conocedores que ser víctima de estas terribles e injustas experiencias provocará un profundo sufrimiento en el niño. Pero si además son vividas en soledad, sin una figura adulta de apoyo que les proteja y le rescate de esas situaciones, el dolor y daño experimentado se verá amplificado, dejando una huella imborrable en la víctima.
Tercer capítulo
La obra termina tratando la adolesdencia. Vivimos en la sociedad de la comunicación. Miles de adolescentes conectados a pantallas donde mostrar a los otros la retransmisión de lo que hacen a diario y observando, de manera casi adictiva, el minuto a minuto de personajes influencers, amigos o simplemente anónimos. Nunca estuvimos tan conectados y sin embargo los institutos, los parques, los lugares de ocio y los hogares están repletos de adolescentes que sufren la temida soledad no deseada.
En este capítulo que Concepción Martínez ha escrito, se abordan algunos aspectos de esta epidemia social en la que entran en juego múltiples factores, cuyo estudio y comprensión nos ayuda a ofrecer una respuesta más sinérgica y eficaz en su abordaje.
Conductas suicidas y autolesiones, el síndrome de la puerta cerrada o Hikikomori, el bulling y el ciberbulling, el aislamiento forzoso por el COVID-19, son algunos de los aspectos relacionados con la soledad no deseada que se han ido hilvanando en este capítulo en un intento de exploración consciente por desgranar predisponentes o precipitantes de la misma. Pero no podemos obviar lo que sin duda es el factor de mayor calibre cuando ponemos el foco en el sufrimiento que conlleva esta temida emoción: la importancia de los vínculos tempranos, de las relaciones de apego en la infancia y su correlato con la soledad no deseada en etapas posteriores. Cuando las relaciones familiares son fuente de hostilidad e incluso de terror, la soledad no deseada del adolescente se convierte en refugio y al mismo tiempo en prisión de la que es difícil salir.
No nos olvidamos que la soledad puede ser un recurso para el desarrollo de los mecanismos de reflexión y autoconciencia en la adolescencia, que tener espacios para la soledad deseada permite explorar los sentimientos y el mundo interior pudiendo ser una experiencia constructiva, siempre que sea voluntaria, desde la libertad de elección y para el crecimiento personal y el desarrollo de potencialidades.
En este capítulo no solo se describe el fenómeno de la soledad no deseada en la adolescencia, sino que se ofrecen también algunas herramientas para explorar y ayudar a reconectar con uno mismo y con los otros. La soledad es un factor de riesgo para la salud mental y física, asociándose, según las investigaciones, con problemas como la ansiedad, la depresión, el aumento del riesgo de suicidio, la mala calidad del sueño y la salud general, así como otros cambios fisiológicos aumentando la carga de estrés psicológico y el riesgo de alteraciones en su esfera mental. Un problema de esta magnitud es una responsabilidad social compartida ante el que no podemos mirar a otro lado.
Por lo tanto, en resumen, en la infancia y la adolescencia, si los padres o cuidadores están demasiado preocupados de sus problemas y se olvidan de las necesidades de vínculo y afectivas de los hijos -especialmente si estos tienen dificultades y se sienten solos para pedir ayuda, no tienen la expectativa de que los padres o cuidadores estén disponibles-, se puede estar gestando la semilla del sentimiento de soledad no deseada.
Estos son los temas del libro “Apego y conexión. Soledad no deseada en la infancia y la adolescencia”, en el que se explican con detalle los paradigmas del apego y del desarrollo como hipótesis plausibles sobre el origen de los problemas de soledad no deseada. La ruptura permanente de la conexión emocional con los otros durante la infancia puede estar en la base de los futuros problemas de soledad no deseada. Esta no es ya una experiencia de recogimiento, descanso y necesidad de estar con uno mismo, sino que es una vivencia de sentirse aislado, apartado y con el angustiante sentimiento de soledad y vacío que produce la pérdida de la conexión social y la imposibilidad de recuperarla. El "sistema de conexión social" (también conocido como sistema parasimpático ventral) se refiere a la red de mecanismos fisiológicos, psicológicos y sociales que nos permiten conectar con los demás y establecer relaciones. Este sistema es crucial para nuestra regulación emocional y bienestar general, y se activa cuando nos sentimos seguros y tranquilos en nuestra interacción social. Y esto depende de que las experiencias infantiles de apego con los padres y otros adultos significativos hayan sido suficientemente seguras. Este sistema de conexión se puede ver alterado y dificultar que las personas se sientan cómodas y no amenazadas en las relaciones. Para que puedan sentirse seguras, necesitan sobre todo otras personas capaces de ayudarles a restaurar la confianza en el ser humano.
Esperamos que este libro os sea útil y os ayude en vuestro caminar personal y profesional. Terminamos dando las gracias a nuestros queridos profesores, Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, por apoyar este trabajo y por las palabras que nos han dedicado en la reseña que han escrito. Y al neurólogo Gurutz Linazasoro por el excelente prólogo que ha redactado.
El libro tiene una continuación, una segunda parte, en la obra titulada: "El cerebro solitario. Neurobiología y soledad no deseada en adultos y ancianos", de la cual os hablaré en un segundo post.
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