He conocido el pánico, el miedo más intenso y desorganizador, he convivido con él, aún sigue conmigo por momentos. Como psiquiatra, llevo años trabajando con gente que sufre trastorno mental grave con adultos, y sobre todo con niños. Entre ellos muchos son niños cuyos padres tienen su cerebro desorganizado por traumas, niños con enfermedad mental, padres con enfermedad mental. Pero experimentarlo es diferente.
Tras la intervención de un tumor cerebral hace unos meses, mi cerebro se desorganizó, perdió su conexión vertical. Recordando simplificadamente lo que nos enseñó Jorge Barudy, interpreto que mi cerebro reptiliano, aquél que te mantiene con vida, regula las funciones vitales, se mantuvo; el cerebro límbico emocional se hiperactivó por el estrés, el pánico, los fármacos y, la corteza cerebral, el cerebro racional, el que piensa, se desconectó temporalmente, por la hiperactivación del sistema límbico.
Experimenté la falta de control del pensamiento, el dominio del pánico. Se me representaba, sentado a mi lado, una especie de perro fiero lleno de pinchos que se clavaban en mi garganta y yo pequeñita como una niña asustada sin atreverme a mirarlo. Mis defensas alternaban entre la proyección-referencialidad, la negación maníaca... en un estado de desaferentización donde no recibía nada del exterior, era imposible desconectarme de mis pensamientos destructivos, atrapada en la errónea y destructiva interpretación hipervigilante de mis sensaciones corporales.
Tras la intervención de una lesión cerebral importante permanecí 15 horas en Reanimación. Es una estancia hospitalaria, sala única grande donde se ubican varios enfermos que han salido de quirófano y precisan una vigilancia intensiva, permanentemente atendidos por personal sanitario. Mi mente permanecía pegada al monitor por donde desfilaban mis constantes: tensión arterial, frecuencia cardíaca, frecuencia respiratoria... en números y gráficas que yo interpretaba funestamente desde el pánico atroz a la muerte. Avisaba cuando veía 25, “soy médico pone 25" o "140 u 89", sin pensar qué significaba, sólo guiada por el presentimiento de la muerte inminente, no pensamiento sino certeza incuestionable. Los sanitarios me prestaban su corteza cerebral: “no pasa nada, todo está bien, te vigilamos todo el tiempo y todo funciona bien, eso es la frecuencia respiratoria y está bien”, lo cual me tranquilizaba 2-3 minutos, pero al rato volvía a avisar sobre otra cifra alarmante en mi caos mental.

Durante ese tiempo pudo pasar mi marido a verme, de lo que hablamos mi mente quedó atrapada por la información de que mi hijo pequeño tenía una tortícolis, él estaba en Pontevedra con la abuela; mi mente tradujo: “mi hijo tiene meningitis y se murió”. En REA me conectaron con una tele con subtítulos en un intento de sacarme de mi autoobservación catastrófica, pero mi cabeza sólo estaba esperando el corte de la serie para conectarse con mi ciudad e informar del brote de meningitis.... Posteriormente escuché, o surgió en mi cabeza, porque es evidente que perdí el juicio de realidad, la posibilidad de desarrollar un síndrome de secreción inadecuada de ADH (hormona antidiurética, una hormona secretada por el cerebro)... El centro de mi tortura era la bolsa de orina conectada a mi sonda urinaria imbuida en el pánico de que aquella orina no era mía, no salía sino que subía hasta mi cerebro encharcándolo y sólo yo me daba cuenta, porque yo era médico y tenía la certeza de mi muerte. Esa certeza es terrible, a pesar de los razonamientos prestados por el personal sanitario, razonamientos que no conseguían combatirlo, o de conseguirlo asomaba otro más o igual de terrible (congelamiento del cerebro si se me enfriaba un pie, aura epiléptica ante episodios de sudoración intensa por efecto secundario de los medicamentos…) Terrible ver desfilar cigüeñas (ahora me alegro de no haber visto buitres carroñeros sino aves asociadas a elementos de vida) con la cabeza cortada o bebés sin cabeza, observar cómo se derriten las paredes de la habitación que se volvían entre rosa y verde, aterrador, me quedaba mirando fijamente aterrada, pensaba que avisaba al personal de lo que me sucedía, pero no fue así... Yo creía, le decía a la enfermera que tenía alucinaciones, y ella me contestaba: "Qué alta eres, te voy a peinar". Yo replicaba: "Habré crecido aquí", mientras me colocaba la venda de la cabeza. Otra noche me visitaron dos hadas, fue muy confortante, dos amigas que me han estado ayudando, aparecieron y en silencio una me pasaba sábanas suaves y blancas por encima, la otra movía placas de TAC, en silencio y sin parar. Sentía calma, “están haciendo su trabajo”.
Después, el terror mucho tiempo, meses, miedo a comer y vomitar (con lo que me estallaría la cabeza), a caminar... Me parecía que nunca más me iba a levantar, ¡a bajar escaleras! Miedo a escuchar a la gente, a sus miradas, interpretaciones referenciales, todo el mundo habla de mí y sabe que no hay solución, espiar conversaciones, mi hermana ingeniero habla con mi madre por teléfono y le cuenta lo que me va a suceder, ella “lógicamente” me lo oculta, la mirada del vecino que me mira, "¡estás viva!”, me aterra, no me atrevo a llevar mis informes a mi médico, todos saben... En otros momentos, mi convicción de que ya no me sucede nada me lleva a la necesidad de comprobar mi fortaleza, visitas, paseos y ¡hasta una consulta médica en la calle!, por supuesto, bien atenta a no parar porque sería mostrar cansancio, síntoma de enfermedad y seguir, seguir, la negación maníaca.
Ha habido una pérdida de juicio de realidad. Ni lo que decía ni lo que yo escuchaba se correspondía a la realidad. He asistido a consultas médicas de las que salía con información errónea. Ha habido una legión de cerebros alrededor prestándome su corteza cerebral diciéndome con firmeza qué tenía que pensar y qué tenía que hacer. Sola es el pozo que me traga.
Ha habido también cabezas a mi alrededor que mostraban sus emociones, de forma sutil y lícita, hacían crecer mi pánico de forma insoportable, gatillaban mis miedos de nuevo. Me llevó al aislamiento, pude permitírmelo. Me recuerda al descontrol que sufren los niños víctimas de malos tratos, experiencias escolares de acusación-huida que se nominan como agitación y acaban en la urgencia hospitalaria.
Mi cerebro está tomando el control, retorna a su estado de organización, la organización de un cerebro sano. Soy capaz de analizar retrospectivamente, de empezar a juzgar con cierto realismo, lo prospectivo aún me cuesta. Sigo desregulada, aunque no continuamente. Sigue habiendo gatilladores de mi pánico, pero me he vuelto una artista en su detección.
He reconocido en mi recuperación los tres bloques de intervención explicitados en el cuidado de los menores objeto de la traumaterapia, de una forma más rápida y autónoma, porque es evidente que el daño que yo he sufrido ha sido importante, pero agudo y transitorio, sobre un cerebro sano y con un entorno sano. Mi recuperación ha comenzado en la regulación de mis hábitos, necesitando ayuda para hacerme yo cargo de ellos. He tenido cuidadores disponibles y accesibles en todo momento, bien personal sanitario bien mi familia. Ha habido una sintonía emocional de todos aquellos que han sido capaces, no todo el mundo ha sido capaz de contener sus propias emociones, lo cual gatillaba las mías, lo mismo me ha pasado inicialmente a mí con mis hijos. He ido recuperando mi capacidad de autoobservación y autoconciencia, legitimando y comprendiendo mis emociones….Con el avance del tiempo también las de los demás a mi alrededor.
Y he utilizado la palabra para calmarme, el hare krishna, como dice mi marido. E identifico las situaciones que gatillan mis miedos, mis proyecciones o las palabras que me los gatillan, y recupero mis estrategias autónomas para calmarlas casi todo el tiempo. Entiendo que puedo dedicar un rato a lamentarme, no todo. He modificado mis creencias respecto de lo que me ha ocurrido, ha tardado. Empiezo a poder proyectarme en el futuro.
Puedo empezar a evaluar aspectos fortalecedores de mi persona en este destructivo acontecimiento. Soy capaz de reirme de mí misma. Proyecto hacerme voluntaria de la AECC (Asociación Española Contra el Cáncer) para acompañar a gente sola. Y he aprendido a comprender mejor a mis pacientes. Me he dado cuenta del magnífico entorno que tengo.
Y me acuerdo de quien sufre lo primero y no tiene lo segundo, la ayuda de la palabra prestada por la cabeza del otro. Y de los niños que han organizado su desarrollo cerebral en el trauma múltiple complejo, el efecto neurotóxico de los malos tratos. Yo tengo un retorno a mi cerebro organizado, ellos no. Sólos no pueden salir del pozo, ni siquiera pedir ayuda, hay que asomarse a ayudarles, tiene que ser algo proactivo por nuestra parte.
Estos niños afectos de la neurotoxicidad de los malos tratos no cuentan con los efectos protectores de cuidadores con cerebros organizados y a su disposición. Estos niños tienen un muy difícil acceso a los servicios de atención sanitaria-social, tanto ellos como sus familias suelen generar un rechazo generalizado de los profesionales sanitarios, escolares... No hay en estas familias ni en estos niños una clara conciencia de sus dificultades, son los demás no ellos, con lo cual no hay un motor para el cambio. Esta desorganización cerebral transitoria de causa orgánica como la que yo he sufrido, tanto en el contexto de atención sanitaria como social y familiar, se entiende y se atiende. Esta afectación, bueno, mucho más grave en un niño abandonado o víctima de cuidados negligentes y/o abusos en contexto escolar, y me atrevo a decir sanitario, ni se entiende ni se atiende. Y qué decir de los padres de estos niños a quienes en todo caso culpamos, pero se nos escapa el mecanismo autoperpetuador que subyace en estas familias.
Esta experiencia ha completado mi formación, si alguien duda de las enseñanzas recibidas yo doy testimonio. Después de esta experiencia, creo haber aumentado mi capacidad para sentir a mis pacientes, espero que no sea excesiva o sólo sufriré por ellos y no los podré ayudar. He aumentado mi capacidad para reconocer el valor en la recuperación de los cuidados del otro, la necesidad de prolongarlos en el tiempo. Y seré una voz más alta y más clara en reclamar la necesidad de proporcionar voz y un lugar digno a los niños víctimas de trauma múltiple complejo. Si los dejamos sólos se los traga el pozo.