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lunes, 9 de septiembre de 2024

Mano a mano entre Rafael Benito, psiquiatra, y Jose Luis Gonzalo, psicólogo para hablar de neurobiología relacional en la infancia y adolescencia ¡Bienvenidos a la 17ª temporada del blog Buenos tratos!

Neurobiología relacional en la infancia y la adolescencia

Conversación entre Rafael Benito y Jose Luis Gonzalo

Jose Luis Gonzalo, psicólogo y Rafael Benito, psiquiatra


Presentación

Hace unas semanas Rafael Benito y yo nos reunimos para conversar sobre los aspectos más relevantes en relación a los adolescentes, el apego, el neurodesarrollo y los malos tratos tempranos, y cómo aunar visiones desde la neurobiología y la psicoterapia, huyendo de planteamientos cartesianos que dividen cerebro-cuerpo y mente. Desde ambos lados (como la anchura y la largura de una superficie, ambas son necesarias para calcular esta), nos proponemos explicar y desengranar algunos de los elementos más importantes, de acuerdo con la ciencia del cerebro, que conducen a un buen desarrollo infantil. También hablaremos de lo que ocurre en el cerebro cuando una persona sufre malos tratos, qué es lo que favorece su reparación.

Fruto de nuestra conversación, que fue grabada en vídeo (la grabación ofrece más contenidos que el texto y la ofreceremos pronto en este blog), elaboramos este documento-resumen que he ordenado para publicarlo aquí en formato conversación. Me parece que es el mejor modo de comenzar esta 17ª temporada de nuestro querido blog Buenos tratos: proponer una visión de las relaciones interpersonales desde la neurobiología y repasar qué aspectos favorecen el bienestar de nuestros niños y adolescentes, especialmente de los que han sufrido adversidad temprana.

Por utilizar una metáfora que nos ayude a comprender cómo podemos aunar visiones que se complementan, me vino a la mente la labor de dos genios como Eduardo Chillida (escultor) y Cristobal Balenciaga (modisto). Ellos, desde dos ámbitos artísticos diferentes, consiguen interpretarse el uno al otro para llegar a producir lo mismo: belleza y armonía a través materiales y expresiones distintas que dialogan. Psicología y psiquiatría llegan también por dos vías diferentes a dialogar para estudiar y tratar lo mismo: el cerebro/mente. Chillida y Balenciaga, mediante materiales y configuraciones en principio antagónicas (los vestidos y las esculturas) encuentran nexos y confluencias. Sin que tengamos la genialidad de estos grandes, ni mucho menos, intentaremos transmitiros esta idea del diálogo y la complementariedad entre psiquiatría y psicología. 

Espero que os aporte en vuestro caminar personal y profesional.

Balenciaga y Chillida, expresiones artísticas distintas, 
pero llegan a conceptos que confluyen y están unidos.

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Neurobiología relacional en la infancia y la adolescencia
Mano a mano entre Rafael Benito, psiquiatra y 
Jose Luis Gonzalo, psicólogo


Rafael Benito: La cría de la especie humana nace con un sistema nervioso sin hacer, con un desarrollo prolongado que se extiende hasta la treintena.

La naturaleza dispuso que el moldeado de las redes neurales que componen este sistema se produzca a lo largo del neurodesarrollo utilizando la plantilla proporcionada por el cerebro ya hecho de los adultos que interaccionan con el niño y el adolescente a través de una relación interpersonal suficientemente estrecha y duradera denominada relación de apego.

Y para moldear cerebros integrados, las figuras de apego deben proporcionar interacciones sintonizadas con los estados emocionales del niño y el adolescente, capaces de oscilar en función de las variaciones del afecto infantil, y suficientemente coherentes para evitar el caos que supondrían respuestas impredecibles para el niño. 

Jose Luís: En la línea de lo que comentas, Rafa, antes de ayudar a un adulto a sintonizar con un niño o joven, es importante que aprenda primero a sintonizar con sus propios estados emocionales. ¿Puede recordar alguna persona que en su vida validara sus emociones o mundo interno? Alguien que le dijera: "siento lo que te ha ocurrido, comprendo que te sientas así, tiene que ser duro, imagino que te sentirás triste…" "Al recordar esto, ¿qué sientes?" "¿Qué notas en tu cuerpo?" ... "Nótalo, acógelo y valídalo". Está bien lo que sentimos. Ahora quizá, después de sintonizar con nosotros, estamos  más preparados para sintonizar con el niño o joven. "¿Qué sentiste en esa situación?" Si sabe expresarlo, le decimos que entendemos que se sintiera así y validamos esa emoción. Si no lo sabe, podemos tratar de aventurar a modo de hipótesis cómo pudo sentirse. Por ejemplo: "Cuando alguien no te invita a una fiesta, uno se puede sentir rechazado. ¿Puede ser?" Si el chico o joven da muestras de que sí puede ser eso, le decimos que sentimos que se sintiera así pero que es normal que lo sienta y positivo que lo pueda expresar. Nosotros lo comprendemos y estamos a su lado. Hay que tratar de estar presentes corazón con corazón, que el niño sienta que escuchamos su yo autobiográfico. 

Rafael: ¡Muy bueno, Jose Luís!. Seguimos aportando conceptos científicamente importantes. Sabemos desde la neurobiología que la evolución de las redes neurales desde la máxima flexibilidad a la máxima eficiencia, a través de procesos de proliferación y poda, hace que las relaciones interpersonales que tienen lugar durante el desarrollo sean decisivas en la conformación del sistema nervioso, y determinen en gran medida como será su funcionalidad en el adulto. El cerebro no va a perder nunca la capacidad para moldearse con arreglo a nuevas experiencias; pero esta facultad nunca va a estar tan desarrollada como en las fases de proliferación y poda. 

El desarrollo cerebral en el ser humano es prolongado y se extiende desde la sexta semana tras la concepción hasta los 25 o 30 años. A lo largo de esas tres décadas hay dos fases fundamentales de proliferación y poda: la primera se produce durante la infancia y la segunda durante la adolescencia.

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Durante los primeros tres años el sistema nervioso es especialmente sensible a interacciones presididas por el maltrato o el abandono. Desgraciadamente, también es el periodo de tiempo en el que resulta más difícil detectar ese daño y acabar con él.

Jose Luís: Es impresionante lo que cuentas, Rafa. Pienso en un ejercicio que puede ayudar a tomar conciencia de la importancia de las relaciones interpersonales de las que hablas en la formación del sistema nervioso. A ver qué te parece. 

Le podemos pedir a un adulto que, tras un rato respirando, entre en un estado de calma atenta. La confianza que ese adulto tiene en la persona que le acompaña en el ejercicio es importante. Sería bueno hacerlo con un psicoterapeuta (u adulto) en el que se confía. Le indicamos que acceda a un recuerdo de la adolescencia asociado a una emoción difícil de regular, como el rechazo, la rabia o la vergüenza. Tratamos de que no sea un recuerdo de una intensidad emocional muy alta (No más de 3 ó 4 sobre 10) Le pedimos que nos diga qué imagen le viene a la mente, qué sensación corporal y qué pensamientos. Que sea capaz de traer al presente todos los componentes de la experiencia, que conecte sentidamente con el recuerdo (...) Le decimos que piense en lo que hubiera necesitado en ese momento por parte de un adulto. Le pedimos que, si es demasiado intenso, pare cuando quiera y se dé cuenta de que está en el presente con nosotros. Fundamental que sienta que no pierde la conexión emocional con nosotros en ningún momento. Le decimos si nota nuestra presencia reguladora. Y le pedimos que vaya expresando lo que le venga a la mente. Después, le ayudamos a comprender desde el yo adulto lo que se quedó sin poder elaborar. Este ejercicio suele servir para que los adultos se den cuenta de lo duro que es experimentar experiencias de este tipo a esta edad, y eso que no elegimos recuerdos de intensidad muy elevada. Permite tener más empatía, paciencia y comprensión hacia los chicos que han sufrido maltrato. 

Rafael: ¡Me ha encantado este moldeamiento neuronal a través de este ejercicio, Jose Luís! Seguimos. Consideramos la adolescencia como un regalo de la naturaleza; una época en la que se renueva el bosque neuronal y podemos reparar de un modo profundo y eficaz las heridas del maltrato durante la primera infancia.

Durante la pubertad se produce una nueva fase de proliferación a la que seguirá, a lo largo de toda la adolescencia, una fase de poda que finalizará hacia los 25 años con la culminación del desarrollo del córtex prefrontal. Todavía quedará, a lo largo de la treintena, completar el desarrollo de las conexiones interhemisféricas que perfeccionarán la capacidad cerebral para convertir en narrativa las vivencias corporales.

Jose Luís: ¡Excelente exposición! Ahora que mencionas las narrativas, me viene a la mente la técnica de la caja de arena (tú y yo colaboramos en la escritura de un libro titulado: "La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia"). La creación de una escena usando miniaturas en una caja de arena, símbolos visuales, permite en un primer momento conectar con las vivencias corporales. Habrá símbolos que produzcan sensaciones placenteras y otros que generen sensaciones más intensas, como miedo, rabia, asco… Todavía la persona no sabe por qué. En ese momento, aún no accedemos a la narrativa. Le pedimos a la persona que observe lo que note en su cuerpo como sensación física mientras respira suavemente, tratando de observarlo. Poco a poco, notará que las sensaciones corporales se hacen más reguladas, o se transforman y varían. Ahora es cuando le podemos pedir al constructor de la caja que narre, o mediante preguntas le pedimos que vaya contando lo que cree que representan o significan, y podrá ligar una narrativa más coherente, consiguiendo convertir las sensaciones en narración. 

Rafael: Preciosa manera de llevar la neurobiología de las narrativas a una técnica que lo representa muy bien. Realmente, el neurodesarrollo durante la adolescencia es una especie de reinicio. Las áreas del sistema límbico proliferan en un crecimiento acelerado que rompe provisionalmente la integración, haciendo que predominen y abran al adolescente a nuevas experiencias en una búsqueda constante de nuevas respuestas. Por el contrario, la corteza prefrontal enlentece su desarrollo dificultando la regulación emocional y el control de los impulsos.

Como se puede ver, es un periodo lleno de oportunidades, pero también de riesgos; un periodo en el que vuelve a resultar necesario contar con el cerebro ya maduro de las figuras de apego para proporcionar recursos de que les ayuden a conectar adecuadamente las áreas límbicas con las zonas frontales que deben regularlas. Al mismo tiempo, las conexiones interhemisféricas del adolescente organizarán narrativas congruentes con las experiencias vividas.

"En la adolescencia hay que contar con el cerebro maduro
de las figuras de apego"
(Rafael Benito)


Jose Luís: Por eso, Rafael, de acuerdo con lo que dices, pienso que para que los niños y los jóvenes puedan contar con el cerebro maduro de las figuras de apego es importante que estas hayan desarrollado la capacidad de mentalizar. Para poder mentalizar hay que reconocer el mundo interno de los chicos. Partir de la idea de que debo darle herramientas que le permitan usar mis competencias como figura de apego para guiar sus actuaciones. Lo primero, escuchar sin juzgar. Por supuesto, validar y tratar de no criticar, los adultos en seguida moralizamos. Lo segundo, conversar y mediante preguntas (sabias por nuestra parte), ayudarles a comprender lo que les pasa a ellos y a los demás por dentro. Las preguntas no deben ser algo policial sino formuladas en términos de apertura, curiosidad y saber más. Preguntas que ayudan a los chicos a conversar y a aprender. En un momento dado, podemos orientar y mediante nuevas preguntas animarles a que vean más puntos de vista. Algunas preguntas útiles pueden ser (ya las ofrecimos en otro post):

¿Qué ocurrió?

¿Qué te lleva a afirmar eso?

¿Qué efecto tuvo en ti?

Hablando de uno mismo:

Cuál era tu estado emocional antes

En qué estado emocional te encontrabas…

¿Qué piensas de lo ocurrido?

Tal vez sientas…

Me pregunto si…

Pareces pensar que te voy a abandonar, no estoy seguro de que te lleva a pensar tal cosa...

Ayúdame a verlo de ese modo

Hablando de los otros:

¿Qué le llevó a actuar así?

¿Qué ocurría con la sensación de que él o ella…?

Creo que me he equivocado. Lo que no puedo entender es como he podido llegar a decir eso. ¿Puedes ayudarme a volver a lo que sucedió antes de equivocarme?

¿He pasado por alto algo obvio?

Ahora lo que me intriga es que tú y yo estamos teniendo una perspectiva diferente (marcar una perspectiva alternativa)...

Quiero sacar un tema que no quiero que tomes como que te juzgo, pero me parece importante porque me preocupa y tenemos que hablarlo…

Aprecio lo que dices, pero ese es el efecto que me produce lo que haces o dices… O lo que hace o dice otro.

¿Qué te parece, Rafa?

Rafael: ¡Muy bien! Seguimos con más cuestiones importantes. Vamos a hablar ahora de un tema muy sensible para nuestras familias, pero necesario para poder comprender y ayudar eficazmente: los malos tratos.

Cuando un niño ha sufrido maltrato o abandono en la infancia, llega a la adolescencia en las peores condiciones para afrontar los cambios del neurodesarrollo propios de esta etapa. Los problemas de integración vertical originados por el maltrato hacen que se acuse más la inestabilidad generada por el crecimiento acelerado de las áreas límbicas y la incompetencia transitoria del córtex prefrontal.

La necesidad de figuras de apego con sistemas nerviosos bien integrados es máxima en esta situación. Presencia e influencia serían las palabras clave en las necesidades de apego adolescente. Como dice Daniel Siegel en su libro "La mente en desarrollo", los adultos deben convertirse para los adolescentes en la “pista de despegue” que les ayude a volar, y en el “puerto seguro” al que siempre pueden regresar para encontrar apoyo y contención.

Jose Luís: ¡Aquí neurociencia y apego se dan la mano de una manera fascinante, Rafa!. Es muy importante -según lo que acabas de contarnos- decirles (ponerlo en palabras) a los niños que se les ama siempre y, sobre todo, que se les valora, que los comentarios, críticas o valoraciones cotidianas es sobre lo que hacen o dicen, no sobre lo que son (aceptación fundamental), que en ningún momento sientan que nos avergonzamos de ellos o que les devaluamos. ¡La persona y la relación por encima de todo! No necesitan ser competentes en todo lo que hagan para ser amados y considerados por nosotros. 

También es fundamental que sientan que estamos siempre disponibles para ayudarlos, que desarrollen esa expectativa. Primero, estamos presentes (presencia segura) cuando se sientan agobiados, frustrados, tristes, enfadados..., ante cualquier vivencia… Y, después, tratamos de ayudarlos con sus problemas: "¿Qué puedes hacer?" "¿Cómo puedes manejarlo?" "¿Qué opciones tienes?" "¿Cómo te puedo ayudar yo? Cuando son más pequeñitos, los tenemos que acompañar, cuando van creciendo, les guiamos, pero ellos mismos van afrontando las situaciones y les enseñamos a afrontar los problemas. "¿Cuál es el problema?" "¿Posibles soluciones?" "¿Consecuencias al ponerlas en práctica?" "¿Para mí?" "¿Para los otros?" Todo lo que sea potenciar su capacidad reflexiva es muy importante. Hay veces que las cosas no saldrán bien y los reconfortamos. El dolor forma parte de la vida, pero estamos ahí para escuchar, calmar, abrazar, ayudar a narrar… El asunto no es tanto que nos pasen cosas difíciles, adversas… sino no contar con nadie. Que sepan claramente: "Si me necesitas, estoy". Eso da muchísima seguridad. 

Rafael: En conclusión, la adolescencia de los chicos y chicas víctimas de maltrato en la infancia exige todavía más de sus figuras de apego; por lo que es vital que éstas sean suficientemente capaces de regular sus emociones, conozcan bien las fortalezas y debilidades de sus propios sistemas nerviosos y cuenten, si es necesario, con presencias auxiliares (educadores, terapeutas, médicos) que generen una red de cerebros moldeadores. ¿Qué te parece?

Jose Luis: Cien por cien de acuerdo. Llegamos al fin de nuestra conversación. Ha sido un placer, como siempre, departir y encontrar lugares comunes contigo, amigo y colega.

Rafael: Lo mismo digo, amigo y colega Jose Luís, un auténtico gusto poder encontrarnos y buscar nexos y confluencias que logren aportar luz a las familias en el acompañamiento de sus hijos durante la crianza. 

lunes, 6 de septiembre de 2021

Adolescencia, pandemia y adversidad temprana: claves desde la neurobiología (II y final), por Rafael Benito Moraga, psiquiatra y traumaterapeuta ¡Bienvenidos/as a la 15ª temporada del blog Buenos tratos!



Firma invitada

Rafael Benito Moraga

Psiquiatra y traumaterapeuta

Bienvenidos/as - Ongi etorri - Selamat datang - You are wellcome 

15ª temporada del blog Buenos tratos

Por primera vez en su historia, Buenos tratos os da, de la mano de Rafael Benito, la bienvenida a todos y a todas también en indonesio, pues es el segundo país donde más seguidores tenemos. El blog es leído en numerosos lugares de todo el mundo. Gracias a una opción disponible en blogger de Google, se produce una traducción automática a numerosos idiomas. Y, los datos no mienten: 2,98 mil seguidores en Indonesia. En primer lugar, España, y en tercero, Estados Unidos. Por eso, os saludo en estos tres idiomas, en este orden, para tener presente a toda esta comunidad de personas que nos siguen allí, la verdad es que el blog de la Red Apega se siente muy honrado por despertar interés en otros países y culturas. Los buenos tratos y su lenguaje son universales.

El blog ha estado parado porque por estas latitudes, ya sabéis, es verano y tradicionalmente nos tomamos un descanso. Inauguramos como siempre, con muchas ganas y alegría, esta nueva temporada... ¡Y ya van 15! Espero y deseo de todo corazón que os encontréis bien de salud, en estos tiempos que corren -con la pandemia por COVID 19- tener salud es un valor que apreciamos aún más. 

No quiero extenderme mucho, solamente deciros que cada vez somos más los escritores que colaboramos en el blog, se van sumando nuevas firmas, todo el mundo con un sólo deseo: colaborar desinteresadamente y aportar lo que saben. El resto es puro placer para nosotros porque -lo hagamos mejor o peor- nos gusta y disfrutamos con la escritura. Les iréis conociendo a lo largo de este año. Otros colegas repetirán participación.

También compartir con vosotros/as que tenemos para este trimestre numerosas novedades, que os iré contando poco a poco. Os adelanto que no os podréis despegar de la pantalla y que viviréis numerosas emociones, algunas, desgraciadamente, muy intensas y duras y que no nos gustaría sentir... Entenderéis pronto por qué digo todo esto...

Mencionar solamente que este próximo mes de octubre tendrían que haberse celebrado las V Conversaciones sobre apego y resiliencia, pero la situación motivada por el COVID 19 no nos permite celebrar este emotivo y bonito evento como nos gustaría. Por ello, lo hemos aplazado al 6 y 7 de mayo de 2022. ¡En diciembre espero confirmar que se abren las inscripciones y que celebramos estas entrañables jornadas!. Hemos de esperar a la evolución de esta pandemia, esperemos que, al fin, favorable. Tenemos muchas ganas de volver a reunirnos. Asistirán ponentes de gran nivel y será un congreso participativo.

Este curso 2021-22, en la medida que las ocupaciones nos lo permitan, seguiremos mis compañeros/as y servidor (José Luis) colaborando con diversos artículos sobre apego, trauma, desarrollo y resiliencia, en la línea de estos años atrás, sin perder la esencia, pero con novedades que no nos dejarán indiferentes.

Para empezar, inaugura brillantemente la 15ª temporada mi amigo y colega Rafael Benito Moraga, psiquiatra y traumaterapeuta, especialista en neurobiología. Si recordáis, despidió el curso anterior, mes de junio de 2021, con la primera parte de un artículo sobre la adolescencia y la adversidad temprana. Os prometimos que, tras la vuelta de las vacaciones, Buenos tratos os ofrecería la segunda parte: pues aquí está, para inaugurar con todos los honores esta nueva temporada del blog: 14 años de Buenos tratos, comienzo de la 15ª temporada. 

Agradecerle a Rafael Benito Moraga de todo corazón su generosidad al compartir desinteresadamente (en este blog no hay inserta publicidad alguna, ni ningún autor/a recibe retribución económica por su trabajo) sus especializados conocimientos y vasta experiencia en el ámbito de la neurobiología y la psiquiatría. Él, como miembro del equipo docente del postgrado de traumaterapia, es uno los ilustres colaboradores de este blog, el de la Red Apega -no es la primera vez que participa, ni será la última-, y nos entrega no ya un post sino todo un tesoro en forma de texto científico-profesional, un excelente artículo sobre un tema especializado que a todos y todas nos interesa sobremanera. 

Un saludo afectuoso de José Luis Gonzalo y de todo el equipo que formamos la Red Apega.

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Adolescencia, pandemia y adversidad temprana: claves desde la neurobiología 
(2ª parte y final)

Autor: Rafael Benito Moraga


La adolescencia: una segunda oportunidad para los niños y niñas que sufrieron adversidad temprana.

Andoni[1] tiene actualmente 17 años. Hace dos años fue detenido como cómplice de un robo y se le impuso el cumplimiento de una pena en un centro de reforma; pero las constantes fugas de ese centro y los incidentes violentos que protagonizó en el mismo hicieron que fuera trasladado a un centro cerrado de alta seguridad, donde permanecerá durante al menos un año más. 

Natural de un país del este, fue adoptado con tres años tras haber pasado ese tiempo internado en un orfanato donde sufrió una grave desatención con situaciones de abandono, abuso físico y abuso emocional. No se sabe mucho de sus padres biológicos; pero, por lo que les contaron a los padres adoptantes, su madre tenía probablemente rasgos antisociales de personalidad y era posible que bebiera alcohol cuando estaba embarazada de Andoni.

Teniendo en cuenta las circunstancias en las que creció durante sus primeros años, resultaba asombroso que se adaptara con tanta facilidad a su nueva vida. Durante los años siguientes su comportamiento fue bueno y no mostraba ningún signo de desregulación emocional ni del comportamiento; la relación con los compañeros y los profesores era buena y en casa se comportaba como un niño cariñoso y obediente. No les costaba ningún trabajo que hiciera sus tareas escolares; en clase estaba atento y no tenía ningún problema de aprendizaje. 

Todo parecía ir bien hasta que llegó la pubertad. Sus padres adoptantes no eran ingenuos y tenían dos hijos en la fase final de la adolescencia; estaban al tanto de los cambios que se podían esperar en chicos y chicas cuando llegaban a la temida “edad del pavo”. Por eso no les alarmó que las emociones de Andoni se hicieran más volubles, ni que se redujera su tolerancia a la frustración. Lo que no esperaban es que, de un modo bastante rápido, aquel niño cariñoso, obediente y muy listo comenzara a reaccionar con una agresividad cada vez mayor, y empezara a incumplir las normas, a mentir con frecuencia y a cometer pequeños robos. Pronto se inició en el consumo de drogas y llegó a ”trapichear” para sacar algún dinero. Su comportamiento en los estudios también empeoró: todo le parecía un “rollo”, no prestaba atención durante las explicaciones, casi nunca hacía los deberes y le resultaba muy difícil estar sentado estudiando más de diez o quince minutos.

Es posible que algunos de los/las lectores/as de este post, bien sean familiares, profesionales o jóvenes afectados, hayan identificado los rasgos fundamentales de la historia de Andoni con los de alguna de las historias que han conocido: 

- Una historia de abandono y maltrato durante los primeros años de vida.

- Una evolución post-adoptiva o post-acogida sorprendentemente buena; con una respuesta muy favorable al cariño y los cuidados.

- Un empeoramiento muy notable y rápido tras el inicio de la pubertad, en el que se observan los rasgos más o menos típicos de la crisis del adolescente, aunque mucho más intensos y difíciles de modificar.

Esta situación aparentemente inexplicable, que parece obedecer a la aparición de un trastorno mental o una psicopatía escondida, se puede entender si tenemos en cuenta los cambios que experimenta el sistema nervioso durante la adolescencia. Como veremos, el neurodesarrollo durante la adolescencia plantea grandes dificultades para los chicos y chicas que han sufrido maltrato durante los primeros años de vida porque tiene lugar en áreas y núcleos cerebrales que han sido dañados por las experiencias traumáticas. Todos estos cambios producen en los jóvenes alteraciones de la regulación emocional y del comportamiento graves y muy disruptivas, generando en quienes les rodean un estado de estupor, al que siguen una confrontación extenuante y finalmente la desmoralización y la desesperanza. 

Contemplar estas modificaciones desde la perspectiva neurobiológica nos puede ayudar por tres razones. Primero, porque nos hace entender que no se trata de un trastorno mental ni de un defecto de la personalidad; sino una crisis evolutiva exagerada por el daño que produjo la adversidad temprana. Segundo, debemos entender que los cambios cerebrales propios de la adolescencia están pidiendo, no una confrontación ni una pelea, sino una reactivación de la relación de apego que guíe de nuevo el neurodesarrollo en la dirección adecuada. Y tercero, la revitalización del apego y el hecho de que el cerebro entre de nuevo en un periodo muy activo de proliferación y poda es un regalo de la naturaleza porque nos ofrece la posibilidad de reparar el daño que no pudimos corregir cuando el niño o niña afectados eran demasiado pequeños/as.

En episodios anteriores…

Hagamos un repaso de lo visto en el primer post; nos ayudará a entender las dificultades que plantea la adolescencia, haciéndonos ver la importancia de esta etapa de la vida para la recuperación de un funcionamiento físico y mental sanos y adaptados.

1. El sistema nervioso es la sede de las funciones mentales y el regulador maestro de los procesos fisiológicos; aparece a lo largo de la evolución de las especies con ese cometido. Como consecuencia de ello, para lograr un estado de salud física y mental, es esencial que todas sus partes funcionen de un modo integrado, en el que ninguna de ellas tenga una actividad dominante que ahogue la libre actividad del resto. 

2. Para llegar a esa actividad integrada, las redes neurales que constituyen el sistema nervioso se desarrollan progresivamente, mediante fases de proliferación y poda, desde un máximo de flexibilidad y posibilidades hacia una eficiencia máxima con una variabilidad menor. Aunque la capacidad de las redes neurales para modificar su actividad y sus conexiones (su plasticidad) se mantiene de por vida, el paso de los años hace cada vez más difícil modificarlas. Por eso es muy importante sentar los cimientos de un desarrollo integrado aprovechando las oportunidades que nos ofrecen los años de proliferación y poda; ya que, lo ocurrido durante esos años va a establecer el funcionamiento del sistema nervioso del adulto.

3. No todos los periodos del desarrollo tienen la misma importancia; ya que la proliferación y poda de las conexiones se produce sobre todo en dos etapas de la vida: los primeros dos o tres años, y la pubertad y la adolescencia. Durante esta última el sistema nervioso experimenta una revolución que lo devuelve a una situación análoga a la de los primeros años de vida; una situación en la que el sistema límbico tiene una actividad más intensa, con un déficit relativo de las funciones reguladoras del córtex prefrontal. En esta etapa se hace necesaria de nuevo la presencia de las figuras de apego para guiar la evolución del cerebro adolescente hacia el logro de ese funcionamiento integrado. 

El maltrato durante los primeros dos años de vida perjudica el neurodesarrollo (ilustraciones 1 y 2)

Ilustración 1. El cerebro de las niñas afectado por el maltrato y el abandono


La gran influencia de las relaciones interpersonales en el moldeado de las redes neurales del niño/a hace que, cuando adquieren características de maltrato, ejerzan un efecto muy dañino en el neurodesarrollo. En cualquiera de sus formas (negligencia, abuso físico, abuso emocional y abuso sexual), el maltrato va a causar un daño en el neurodesarrollo que perjudicará el funcionamiento integrado del sistema nervioso, afectando a la salud mental y física del niño/a, a veces durante toda su vida. Prácticamente ninguna de las áreas del sistema nervioso se libra de esta influencia.



Ilustración 2. El cerebro de los niños afectados por el maltrato y el abandono

Haber sufrido negligencia y abandono durante los primeros años de vida aumenta el tamaño de la amígdala (Roth, Humphreys, King, & Gotlib, 2018) y hace que sea hiperfuncionante (Tottenham et al., 2011) (Protopopescu et al., 2005). Este aumento de la amígdala se ha observado también en mujeres que sufrieron abuso sexual (Cassiers et al., 2018) y también en niños/as que sufrieron abuso emocional (Cassiers et al., 2018). Como consecuencia de estos cambios, puede darse una “irritabilidad límbica” con una predisposición a las respuestas de rabia y miedo exageradas, descontroladas y sin motivo aparente. 

Las estructuras relacionadas con la recompensa y las experiencias placenteras también se resienten, en especial cuando se ha sufrido abuso sexual (Cassiers et al., 2018). El maltrato infantil puede causar una reducción de la actividad de estos circuitos (Tomoda, Takiguchi, Shimada, & Fujisawa, 2017); aunque a veces, en función de la edad en la que se produzca el abuso, puede darse una evolución hacia la hiperactividad (Novick et al., 2018). La consecuencia observable de un funcionamiento deficiente es la falta de interés y motivación; si por el contrario se produce una evolución hacia la hiperactividad, se podrían observar intolerancia a la frustración, una búsqueda constante de estimulación que puede predisponer a las adicciones, y una gran dificultad para demorar la satisfacción de los deseos.

Como consecuencia del maltrato, el hipocampo tiene un tamaño reducido (Teicher & Samson, 2016); sobre todo en varones que sufrieron negligencia y mujeres que sufrieron abuso sexual (Teicher et al., 2018). Esto ocasiona dificultades para recordar y para situar los recuerdos en el tiempo; además, la capacidad de aprendizaje se deteriora, afectando al rendimiento académico.

Como hemos visto, el maltrato daña el sistema límbico conduciéndolo a una hiperactividad que amenaza con generar situaciones de secuestro emocional en las que la rabia, el miedo y el deseo de gratificación pueden tomar el poder, generando comportamientos incontrolables, impulsivos y disruptivos.

Si se pudiera recurrir a un “director de orquesta” (córtex prefrontal) activo y eficiente habría menos riesgo; pero desgraciadamente el maltrato daña también esta zona del cerebro. Todas las formas de maltrato perjudican el tamaño y el funcionamiento del córtex prefrontal (Cassiers et al., 2018). Como consecuencia de ello la regulación emocional es deficiente, hay problemas de atención y concentración, dificultades para planificar la conducta y propensión al comportamiento impulsivo.

Las consecuencias del maltrato en la infancia perduran hasta la adolescencia

Cuando explico a muchos de los adultos que atiendo de qué forma el maltrato sufrido durante su infancia está en el origen de su sufrimiento actual, se muestran escépticos. A lo largo de su vida, muchos de los médicos y psicólogos que han intentado ayudarlos les han dicho que todo eso está en el pasado, que deberían pasar página y dejar de pensar en ello; expresiones que también han escuchado de boca de amigos y familiares. La idea subyacente a estos comentarios es que el neurodesarrollo conlleva una especie de “plan renove” por el que un cerebro adulto nuevecito sustituye al malherido cerebro del niño abandonado y maltratado. Sería fantástico si fuera cierto; pero no lo es. El sistema nervioso del adulto se construye remodelando constantemente el sistema nervioso infantil; de modo que, así como la piel del abdomen mantiene de por vida la cicatriz de nuestra operación de apendicitis, el sistema nervioso del adulto puede conservar en su estructura y funcionamiento las huellas del maltrato. 

Sirvan como ejemplo los resultados de algunos estudios recientes:

· La separación temprana de la madre provoca alteraciones en el desarrollo de la sustancia blanca en la adolescencia (Farley et al., 2017) y también produce un acortamiento de los telómeros cromosómicos en el adolescente (Chen et al., 2019).

· Las experiencias adversas en la infancia también se relacionan con alteraciones en el desarrollo de la amígdala y el hipocampo en la adolescencia (Luby, Tillman, & Barch, 2019).

· Los diferentes estilos de apego con los que el niño evoluciona durante sus primeros años de vida se notan durante la adolescencia, provocando asimetrías en su electroencefalograma (Kungl, Leyh, & Spangler, 2016). En este estudio, aquellos que tenían un apego inseguro evitativo y preocupado activaban más las áreas del hemisferio derecho; mientras que esta activación era mucho más modulada en quienes tenían un apego seguro. 

Cuando los niños/as que han sufrido maltrato llegan a la adolescencia, su sistema nervioso conserva las huellas del trauma, y esto se notará cuando su cerebro experimente los inevitables cambios de la proliferación puberal. 

Los cambios de la adolescencia intensifican las dificultades de los chicos/as maltratados

Según lo expuesto, el cerebro de los niños/as que sufrieron maltrato durante sus primeros años de vida llega a la pubertad con [RBM1] :

· Una amígdala más voluminosa e irritable.

· Un Accumbens que puede haber evolucionado hacia la hipo actividad o la hiperactividad.

· Un hipocampo deteriorado, con dificultades para fijar lo aprendido y para evocar lo que se sabe.

· Un córtex prefrontal incapaz de armonizar y regular el funcionamiento del resto del sistema nervioso.

Ilustración 3. Consecuencias del daño producido por el maltrato y el abandono.



Y los cambios que va a afrontar durante la pubertad van a consistir justamente en un incremento de la actividad de la amígdala y el Accumbens; con un enlentecimiento del desarrollo del córtex prefrontal que comprometerá aún más el logro de una adecuada regulación emocional. Por todo ello, para los niños/as que sufrieron maltrato y para quienes intentan ayudarlos, la llegada de la pubertad supone un enorme desafío porque incrementa las probabilidades de desregulación emocional de un sistema nervioso ya desregulado (Ilustración 3).

· El incremento de la actividad amigdalar va a aumentar las probabilidades de secuestro emocional, con un gran aumento de las reacciones de cólera por motivos nimios.

· Un Accumbens hiperactivo va a disminuir la tolerancia a la frustración, aumentando la necesidad de una gratificación inmediata y la predisposición a las adicciones.

· El enlentecimiento en el ritmo de desarrollo del córtex prefrontal va a dificultar la regulación de una amígdala y un Accumbens tan acelerados. Además, disminuirá la capacidad para demorar la gratificación; lo que afectará a la capacidad de sacrificio y a la facultad para esforzarse en el presente por una recompensa futura. 

Teniendo en cuenta todo esto, los cambios observados en Andoni dejan de ser sorprendentes e inexplicables. Después de un periodo de relativa calma, su sistema nervioso ha experimentado una revolución como la que presentan el resto de los chicos de su edad. La diferencia es que en su caso esos cambios se producen en un sistema nervioso que conserva en las áreas límbicas y en su corteza prefrontal las huellas del maltrato y abandono sufridos durante la primera infancia. Por eso son más intensos, tienen una repercusión más grave y son más difíciles de controlar. 

No es que se haya vuelto loco o se haya trastornado; está pasando por una adolescencia hipercomplicada.

Las relaciones interpersonales modifican y reparan el daño en el neurodesarrollo

Estos cambios suponen un reto para el adolescente que los experimenta y para las personas que intentan ayudarle a transitar por esa fase de su neurodesarrollo. Si todos los adolescentes necesitan que se reactive la relación de apego; esta necesidad es aún mayor en los chicos y chicas que pasan por una adolescencia hipercomplicada como consecuencia del maltrato que sufrieron en su infancia. Andoni no es un caso perdido ni tiene un trastorno de mal pronóstico; más bien al contrario: está pasando por un periodo de crecimiento personal en el que la influencia de quienes le rodean puede reparar el daño sufrido en su infancia de un modo especialmente eficiente. 

En los niños adoptados/acogidos la pubertad ofrece una oportunidad de “recalibrar” los sistemas de respuesta al estrés, que tienen una respuesta excesiva en los chicos/as que han sufrido maltrato (Quevedo, Johnson, Loman, Lafavor, & Gunnar, 2012). El mismo estudio indica que las alteraciones cerebrales que presentan se corrigen a los 4 años del inicio del acogimiento/adopción (Quevedo et al 2012) porque su sistema nervioso ha llegado a un nuevo periodo de intensa plasticidad, a una tierra de oportunidades en la que la actitud de sus figuras de apego y de sus iguales va a producir cambios decisivos que pueden reasentar las bases de una buena salud mental y física; o por el contrario, predisponerles a sufrir problemas durante su vida adulta.

Las relaciones interpersonales son el mejor moldeador de las redes neurales, el que va a provocar más cambios en los circuitos cerebrales fronto-límbicos, de los que depende la regulación emocional. El afecto, el aliento y las muestras de cariño disminuyen las alteraciones de conducta en chicos que muestran una pobre función prefrontal (Brieant et al., 2018). El contacto físico frecuente entre padres/madres e hijos/as promueve un aumento de la conectividad en áreas cerebrales del córtex prefrontal relacionadas con la mentalización y la capacidad de reflexión (Brauer, Xiao, Poulain, Friederici, & Schirmer, 2016). A los 3 años del acogimiento/adopción, la presencia de los padres/madres atenúa la reactividad amigdalar en niños/as y adolescentes que procedían de instituciones (Callaghan et al., 2019)

Conclusiones

Como vimos en el artículo previo, la adolescencia implica una reactivación del neurodesarrollo que supone una gran oportunidad para que las redes neurales crezcan y se desarrollen de un modo que facilite una vida adulta sana y socialmente gratificante; aunque debemos tener en cuenta que en el crecimiento del sistema nervioso, todos los periodos de oportunidad son también periodos de vulnerabilidad.

Si esto es así en todos los/las adolescentes, es todavía más evidente en quienes sufrieron maltrato en la infancia. En muchos de ellos, el impacto de las experiencias traumáticas ha dejado un terreno poco preparado para hacer frente a los cambios de la pubertad: una amígdala hiperactiva va a incrementar todavía más su excitabilidad; un Accumbens ávido de sensaciones es vulnerable al impacto de las drogas; y un córtex prefrontal poco potente enlentecerá su crecimiento y se verá desbordado por el tsunami procedente del sistema límbico.

Los chicos y chicas que sufrieron adversidad temprana deben enfrentarse a los retos de la adolescencia desde una posición de desventaja; son víctimas del daño sufrido y de unos cambios neurológicos que no pueden evitar ni controlar. Necesitan que los adultos que les rodean se comprometan en el esfuerzo de reactivar e intensificar el vínculo de apego; que se conviertan en una pista de despegue para que prueben sus alas y un puerto seguro al que regresar para que, cuando finalice el neurodesarrollo en torno a los 25 años, hayan podido culminar su crecimiento sentando las bases de un funcionamiento cerebral saludable que facilite una vida adulta sana y feliz.

Referencias

       Brauer, J., Xiao, Y., Poulain, T., Friederici, A. D., & Schirmer, A. (2016). Frequency of Maternal            Touch Predicts Resting Activity and Connectivity of the Developing Social Brain. Cerebral             Cortex (New York, N.Y. : 1991), 26(8), 3544–3552. https://doi.org/10.1093/cercor/bhw137

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[1] El nombre no corresponde con una persona real; aunque los problemas que se describen los presentan muchos de los/las adolescentes que atiendo.


 [RBM1] figura

lunes, 21 de junio de 2021

Adolescencia, pandemia y adversidad temprana: claves desde la neurobiología (I), por Rafael Benito Moraga

Firma invitada

Rafael Benito Moraga

Psiquiatra y traumaterapeuta
 

Fin de curso 2020-21 en Buenos tratos: gracias a todos y todas una temporada más

La temporada 2020-21 del blog Buenos tratos llega a su fin como es ya costumbre desde hace 14 años. Y una temporada más, sólo puedo decir que ¡muchas gracias a todos y todas por manteneros fieles a este blog y sus propuestas en pro de los buenos tratos a la infancia, paradigma impulsado por Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan!. Este blog es el de la Red apega que ellos dirigen e impulsan. Son nuestros maestros y referentes en nuestra formación y labor diaria con los/as niños y niñas. 

El mejor modo de coronar este año (a nadie se nos escapa lo duro que ha sido para todos y todas por la pandemia que aún sufrimos a causa del COVID 19, con duelo por pérdidas, consecuencias psicológicas del aislamiento y la distancia social, la crisis económica y las privaciones que padecen muchas personas) es invitando a un amigo y colega a quien quiero mucho: Rafael Benito Moraga. Él como todos y todas los invitados/as a este espacio, comparte generosamente sus conocimientos y saber especializado en su área de trabajo. Cuando le comenté que quería cerrar el año con una aportación suya, ambos coincidimos en que, desde el comienzo de la pandemia, los grandes olvidados de la misma han sido los adolescentes. Para todos y todas, por las necesidades propias de la etapa por la que atraviesan y que no han podido satisfacerse, pero especialmente para los y las que han sufrido adversidad temprana. Por eso, ambos pensamos que el mejor modo de sensibilizar a la población general sobre las necesidades de los adolescentes (para contribuir al cambio de mirada y a actuaciones basadas en las recientes aportaciones que nos entregan la psiquiatría y la neurociencia) era y es cerrar este curso 2020-21 en el blog con un artículo sobre la adolescencia: cómo son, los cambios neurobiológicos que experimentan y la segunda oportunidad que conlleva este periodo. La oportunidad será aún mayor si somos capaces de acompañarles y tratarles adecuadamente desde el paradigma de los buenos tratos. Esta inestimable aportación de Rafael Benito no sólo es útil en estos tiempos que corren, sino también para entender a los adolescentes y el impacto que las relaciones y los acontecimientos de la vida tienen en los jóvenes, incluyendo dentro de la ecuación sus antecedentes infantiles, sobre todo si hay historia de adversidad temprana.

Muchos de nuestros jóvenes durante este periodo en el que hemos sufrido el COVID 19, especialmente los más vulnerables y vulnerados, han mostrado en un alto porcentaje síntomas y alteraciones emocionales y conductuales, que no son sino reflejo de un sufrimiento interno que hemos de aprender a reconocer, validar y tratar adecuadamente, desde la mentalización, la empatía y la autoridad calmada, como dice Maryorie Dantagnan.

Un artículo con la calidad, el rigor y claridad expositiva que a nuestro querido Rafael Benito le caracteriza. A Rafael no le hace falta presentación, pues es muy conocido. Solo diremos brevemente que es psiquiatra, terapeuta sistémico y traumaterapeuta. Miembro del equipo docente de la Red apega y ponente habitual de congresos, cursos y jornadas con familias y profesionales y colaborador habitual de este blog. ¡Muchas gracias, Rafael Benito!

Es un artículo dividido en dos partes: la que viene a continuación centrada en la adolescencia y neurodesarrollo: sus periodos, la reedición de la relación de apego y el comportamiento social; y una segunda parte, que se publicará en el día 6 de septiembre para inaugurar por todo lo alto la 15ª temporada del blog, dedicada a las consecuencias de la adversidad temprana en los adolescentes.

Feliz verano a todos/as los/as que vivís en el hemisferio norte. Un saludo muy cariñoso y nuestros mejores deseos para vosotros/as desde este blog de la Red apega.

Adolescencia, pandemia y adversidad temprana: claves desde la neurobiología 
(1ª parte)
Autor: Rafael Benito Moraga

La adolescencia: una segunda oportunidad para los niños y niñas que sufrieron adversidad temprana

Cómo son los adolescentes

Desde el inicio de la pandemia los jóvenes han estado en boca de todos como protagonistas irresponsables de botellones y quedadas, comportamientos de riesgo que han supuesto un peligro para el resto de los miembros de la sociedad y que se han achacado a su insensibilidad, su mala educación, su falta de sensatez, una crianza consentidora o un comportamiento egoísta.

Todos estos calificativos han llenado titulares de prensa, declaraciones radiofónicas y televisivas, y conversaciones casuales en las que antes se hablaba del tiempo. Pero ya antes de la plaga que nos ha asediado durante el último año y medio, éramos conscientes de los comportamientos impulsivos, imprudentes y arriesgados de los chicos y chicas de entre 14 y 25 años. La adolescencia se ha visto siempre como una época turbulenta e incomprensible, una mera fase de transición que debía pasar cuanto antes para dar paso a la serenidad y madurez del adulto. 

Sin intención de plantear una relación exhaustiva, hagamos un repaso de las características más destacadas de esta época de la vida, responsables de la mala reputación de los y las jóvenes:



· Una búsqueda incesante de sensaciones nuevas; a pesar de que suponga afrontar riesgos, o aunque implique violar las normas.

· Un aumento en la intensidad de las emociones, que se vuelven además mucho más variables. Los y las adolescentes pueden pasar de la euforia a la depresión en unos instantes y por motivos nimios. También experimentan a veces estallidos de ira ante pequeños inconvenientes o frustraciones.

· Hipersensibilidad a todo lo que venga de sus iguales, que se vuelven una referencia tanto para lo bueno como para lo malo. Las expectativas de los amigos y amigas ejercen una presión que puede dirigir el comportamiento de los chicos y chicas. Además, crece el interés por el establecimiento de relaciones afectivo-sexuales, con un aumento de la preocupación por lo que opinen de ellos las personas a quienes quieren gustar. 

· Dificultades de concentración en los estudios, y problemas para regular la atención y la conducta en casi todos los ámbitos del funcionamiento diario. A los adolescentes les resulta difícil dejar de hacer lo que más les gusta (videojuegos, redes sociales) para afrontar tareas más pesadas o tediosas (estudios, colaborar en casa); se vuelven distraídos y tienden a ser desordenados.

La aparición de estos rasgos tras el inicio de la pubertad inaugura una época de riesgos: la búsqueda de novedades puede hacerles caer en adicciones o en conductas sexuales de riesgo; la inestabilidad emocional les expone a situaciones de “secuestro emocional” en las que su rabia o su deseo les dominan impidiendo que controlen su comportamiento; y su mayor sensibilidad a la actitud de sus iguales aumenta la vulnerabilidad al acoso escolar, y les expone además a esa influencia de las “malas compañías” que tanto temen los padres y las madres. Su preferencia por la gratificación inmediata, el deseo de estar con sus amigos y amigas y la presión que estos ejercen explican comportamientos incívicos e insolidarios como los que hemos visto a lo largo de la pandemia.

Pero estas mismas características conllevan asimismo posibilidades de crecimiento y mejora: la búsqueda de novedades implica también mayor apertura al cambio y a transitar nuevos caminos; la mayor intensidad emocional supone un incremento de la pasión y la motivación; y su hipersensibilidad a las expectativas del grupo aumenta la lealtad, la fidelidad y la solidaridad.

Volviendo a los jóvenes de nuestro tiempo: ¿es cierto que esta generación de chicos y chicas es especialmente egoísta como consecuencia de una educación demasiado condescendiente?; ¿estamos criando una cohorte de jóvenes descerebrados?; ¿es cuestión de mano dura?. Todas estas preguntas han sido ampliamente debatidas en diversos ámbitos, como si las causas de estos comportamientos juveniles dependieran del entorno social, la cultura o la crianza. Sin embargo, cuando buscamos la descripción que hacían de los adolescentes quienes vivieron hace siglos o milenios, nos llevamos una sorpresa. Por ejemplo, Shakespeare (1564-1616) dijo: “… ojalá no hubiese edad entre los 10 y los 23 años, o que los jóvenes pasasen ese tiempo durmiendo porque no hacen sino preñar mozas, ofender a los mayores, robar y pelear”; o Sócrates (470 a.C.-399 a.C.): “Los jóvenes hoy en día son unos tiranos, contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros; descripciones que no se alejan demasiado de lo que podríamos decir de los y las adolescentes actuales.

Que en épocas tan diferentes se observen comportamientos tan similares parece indicar que las características propias de la adolescencia tienen que ver con factores distintos al estilo de crianza o la sociedad que les tocó vivir. Y las investigaciones realizadas con las modernas técnicas de neuroimagen indican que en su origen están implicados los cambios que experimenta el cerebro adolescente desde el inicio de la pubertad hasta los veintitantos años; cambios que ocurren bajo la influencia del despertar hormonal y la puesta en marcha de un programa genético, sin que el joven pueda hacer nada por evitarlo, e independientemente de cómo haya sido su entorno o de las circunstancias que le haya tocado vivir.

Lo que me propongo mostrar es que los rasgos propios de la adolescencia, las razones por las que vemos en los jóvenes comportamientos peligrosos, egoístas e impulsivos, o increíblemente idealistas y generosos, dependen de que durante esta época de la vida el sistema nervioso atraviesa por un periodo peculiar de su desarrollo. Y esa etapa del neurodesarrollo supone un estado de vulnerabilidad y oportunidades en el que resulta imprescindible reactivar la relación de apego; ese vínculo, fuente de amor y seguridad, que facilitó el progreso del cerebro infantil durante los primeros años de vida.

Para ello haremos un recorrido por los rasgos y las etapas fundamentales del desarrollo del sistema nervioso desde el nacimiento hasta el final de la adolescencia.

El neurodesarrollo: un proceso largo con momentos delicados

Proliferación y poda

La unidad constitutiva básica del tejido nervioso, la neurona, es un tipo especial de célula a la que le han salido “pelos”[1]; unos pelos especiales y muy largos que les permiten establecer conexión con el resto de sus congéneres. El sistema nervioso funciona gracias a un flujo constante de impulsos eléctricos que discurre a través de las redes conformadas por las prolongaciones neuronales. En el cerebro adulto, ya desarrollado, estas redes conectan los diferentes núcleos y áreas cerebrales procesando la información procedente de los sensores internos y externos para dar lugar a las respuestas que mejor se adecúen a las necesidades del organismo.

Hacia la semana 16 tras la concepción, el niño/a ha completado la creación de casi todas las neuronas que necesitará durante los primeros años de vida. El problema es que, aunque tenga ya todas las neuronas necesarias, el frondoso bosque de conexiones entre ellas está todavía por hacer. Al proceso por el que esas primeras neuronas van desarrollando prolongaciones que conformarán la inmensa red de conexiones electroquímicas que constituye el cerebro se le denomina proliferación.



La neurogénesis (creación de nuevas neuronas) y la proliferación de esas prolongaciones son tareas que se realizan siguiendo un programa genético, sin necesidad de estímulos externos y sin que éstos desempeñen papel alguno en su conformación. Cuando se extrae una neurona recién nacida y se la coloca en una placa de cultivo, comienza a emitir prolongaciones de manera espontánea buscando conexión, con una necesidad interna de apegarse a otras neuronas.

En el cerebro se generan neuronas y conexiones a lo largo de toda la vida; pero hay dos periodos en los que la proliferación es más rápida y extensa: los dos primeros años de vida, y los primeros años de la adolescencia. Fuera de estos periodos, la neurogénesis y la proliferación se producirán a un ritmo cada vez más lento. Esta es una de las razones por las que los primeros años de vida y la adolescencia son tan importantes para el desarrollo del sistema nervioso; el otro motivo para considerarlos periodos cruciales tiene que ver con la fase que sucede a la proliferación: la poda del bosque neuronal. 

La proliferación neuronal va haciendo que la red sea cada vez más tupida, dando lugar a una situación en la todas las neuronas están conectadas entre sí de una forma promiscua e indiscriminada. En esta situación es difícil que tenga lugar una actividad productiva. Si las neuronas fueran los miembros de un grupo de trabajo, en las fases iniciales del neurodesarrollo oiríamos un guirigay de conversaciones; todas ellas responderían a la vez, hablando todo el tiempo aunque nadie les haya hecho una pregunta, y sin ninguna distribución de las tareas.

Lo que convierte la actividad de las redes neurales en un flujo de energía portador de información y dirigido a un propósito es su remodelación por la influencia de las experiencias ambientales en un proceso denominado poda neuronal, porque conlleva justamente una desaparición de las conexiones que no se usan, y la persistencia de las que se mantienen activas. Como ya se ha dicho, la proliferación de las redes neurales se produce gracias a un programa genético; pero el agente productor de la poda neuronal es el ambiente. Las modernas técnicas de estudio del cerebro han ido acumulando pruebas de que las experiencias remodelan las redes neuronales, preservando ciertas conexiones y dejando que otras se marchiten. Por ejemplo, en niños/as que han seguido entrenamiento musical con un teclado durante 15 meses hay cambios estructurales en las redes de la corteza motora (control del movimiento de las manos), el cuerpo calloso (coordinación bimanual) y la región auditiva primaria (sensible a la melodía que se interpreta) (Hyde et al., 2009); además, cuanto más practicaban mayor era el desarrollo (Schlaug et al., 2009).

Pero entre todos los estímulos del entorno, los asociados a las relaciones interpersonales son los más potentes, los que con mayor intensidad y amplitud podan el bosque neuronal. Nacemos con una predilección especial por las imágenes con forma de cara(De Haan, Pascalis, & Johnson, 2002); comenzamos a imitar las expresiones faciales antes siquiera de poder sostenernos sentados, y la visión amenazadora que con más intensidad activa la amígdala es ver una expresión asustada en el rostro de nuestros semejantes(Méndez-Bértolo et al., 2016). La relación con las figuras de apego comienza a moldear desde muy temprano las redes neurales. Por ejemplo, el contacto físico frecuente entre la madre y el hijo promueve un aumento de la conectividad de áreas cerebrales relacionadas con la mentalización y la reflexión como el córtex prefrontal (Brauer, Xiao, Poulain, Friederici, & Schirmer, 2016). Las relaciones interpersonales tienen también un gran efecto reparador. En niños que han sufrido maltrato y han pasado a recibir cuidados por familias de acogida, las alteraciones cerebrales se corrigen a los 4 años del inicio del acogimiento (Quevedo, Johnson, Loman, Lafavor, & Gunnar, 2012) (Quevedo, Doty, Roos, & Anker, 2017).

Si la primera gran explosión del crecimiento de la red tiene lugar durante los primeros dos años de vida, la primera poda tendrá lugar entre los 2 y los 10 años. Durante esa etapa de la vida, en las áreas más activas de la corteza cerebral se perderán unas 5000 sinapsis (conexiones neuronales) por segundo (Bourgeois & Rakic, 1993). En los meses previos a la pubertad, debido en gran medida a la eclosión de las hormonas sexuales, va a iniciarse una segunda proliferación de ramificaciones neuronales que irá seguida de una segunda poda que se prolongará hasta el final de este periodo de la vida, en torno a los 25 años. Por tanto, se reabre la posibilidad de que el ambiente y las relaciones interpersonales influyan de una manera profunda en la conformación de ciertos núcleos y circuitos cerebrales; sobre todo los que tienen que ver con la regulación emocional. 

Todo esto indica que, durante los primeros años de vida y durante la adolescencia, tras las temporadas de proliferación de conexiones en la red neural, las relaciones interpersonales van a remodelar las ramas del bosque neuronal definiendo progresivamente las características de la red de cada uno de nosotros. De la densidad de las conexiones resultantes, de la fortaleza o la debilidad de cada uno de los circuitos que conectan entre sí las neuronas de las distintas áreas y núcleos cerebrales, dependerá el funcionamiento de cada sistema nervioso en particular; y finalmente de esto dependerán los rasgos distintivos de nuestra personalidad.

Dos periodos cruciales para el neurodesarrollo

Como hemos visto, los tres primeros años de vida y los posteriores a la pubertad son muy importantes en el neurodesarrollo porque en ellos se producen las fases de proliferación y poda más intensas de toda la vida. A continuación analizaremos con más detalle por qué fases pasa el crecimiento del cerebro durante esas etapas, para entender mejor los cambios emocionales y conductuales que se observan en ellas.

Primeros dos años de vida: nacemos con un dispositivo básico para apegarnos

El bebé del homo sapiens nace con los recursos neurobiológicos imprescindibles para iniciar su relación con la figura de apego y para comenzar a percibir y regular los estados internos. 

©Rafael Benito

Para reconocer la cercanía de la figura de apego, el niño/a tiene ya completamente desarrollados el sentido del olfato y el sentido del gusto (Eliot, 2000). Aunque aún no son capaces de discriminar con finura los sonidos, el oído tiene ya una funcionalidad aceptable, y ha estado acostumbrándose a los sonidos de su madre y de las personas cercanas a ella desde la semana 23 del embarazo. Desgraciadamente, la visión no está todavía perfeccionada, al nacimiento es todavía borrosa, en blanco y negro y bidimensional; pero los recién nacidos tienen ya una preferencia innata por las caras o los estímulos con aspecto de cara (De Haan, Pascalis, & Johnson, 2002). Además, aunque no han desarrollado aún la agudeza visual, desde la semana 28 funciona una parte de los circuitos visuales que les permite distinguir qué objetos se mueven a su alrededor (Eliot, 2000), para seguirlos con la mirada, sobre todo si están cerca.

Desde el nacimiento, el niño/a dispone también de la facultad de percibir sus estados viscerales, sus estados internos (Miller & Cummings, 2013). De este modo comienza a percibir sus sensaciones internas (podríamos decir que sus primeros estados emocionales), y reacciona a ellas.

Parte de este procesamiento emocional corresponde a regiones situadas en el interior del cerebro y destinadas a reaccionar a los estímulos agradables y a los que no lo son tanto. Respecto a estos últimos, las amígdalas están ya preparadas y conectadas para comenzar el aprendizaje condicionado, y para desencadenar las primeras reacciones de miedo o rabia, de lucha o huida. En cuanto a las sensaciones agradables, al nacimiento están listos también los sistemas de respuesta al placer (el estriado ventral y el núcleo Accumbens) que se encargarán de anticipar el gusto que produce la cercanía de la figura de apego, y también de producir las sensaciones placenteras asociadas al contacto con ella. Se activarán asimismo cuando desaparezcan sensaciones desagradables como la irritación de un culito sucio, la humedad del pañal mojado, o el frío de una habitación poco caldeada.

Para responder corporalmente a los estados emocionales, está listo también el sistema nervioso autónomo, con sus ramas simpática y parasimpática. La primera desencadenará reacciones de agitación y llanto; la segunda puede producir estados de colapso y desconexión.

Con este dispositivo básico se van a producir las primeras interacciones con los estímulos del entorno y con las figuras de apego, cuya influencia irá podando y moldeando la red neural conforme vayan entrando en escena otras estructuras. Por ejemplo, las neuronas del hipocampo, nuestro Google, el núcleo que nos permite evocar los recuerdos, no comenzarán a proliferar y a funcionar hasta el final del segundo año de vida. Y las del córtex prefrontal, el director de orquesta del cerebro, no iniciarán su proliferación hasta el final del primer año; y no alcanzarán una funcionalidad aceptable, aunque incompleta, hasta el segundo o tercer año de vida extrauterina. 

Como si se tratara de una casa, nacemos con los cimientos sobre los que se irá edificando nuestro hogar; y dependiendo de cómo vayan las primeras fases de la construcción, lograremos levantar adecuadamente (o no tanto) una planta sobre otra hasta completar el edificio.

Pubertad y adolescencia. Una segunda oportunidad para reeditar la relación de apego

Durante los años que van desde el nacimiento hasta la pubertad, la poda neuronal continuará conformando y remodelando las redes neurales correspondientes a distintas capacidades como el lenguaje, el procesamiento perceptivo y el control motor; aunque la fase más activa de la proliferación ya habrá pasado, y la proliferación irá disminuyendo en favor de la poda. A los 6 años el cerebro ya tiene el 90% del tamaño que tendrá en la edad adulta, por lo que desde esa edad el objetivo no será el aumento de las conexiones, sino la mejora de su eficiencia. 

Si el crecimiento del sistema nervioso acabara ahí, su funcionamiento quedaría establecido; de tal modo que los rasgos de personalidad del adulto, como la capacidad de regulación emocional, estarían fijados desde la infancia; pero sabemos que esto no es así. El neurodesarrollo va a pasar por una última revolución antes de llegar a un funcionamiento adulto; una revolución que tiene lugar durante la adolescencia. Parece claro que seguimos cambiando (y mucho) durante los años que van de los 12 a los 25; de modo que hasta esa edad no podemos dar por finalizada la conformación de nuestros rasgos de carácter.



La reactivación del neurodesarrollo durante la pubertad tiene una peculiaridad que explica las características del comportamiento y la regulación emocional durante esta época de la vida: determinadas áreas del cerebro van a experimentar un crecimiento acelerado tras la pubertad, mientras que otras van a ralentizar su crecimiento hasta la segunda mitad de la adolescencia. Desde el inicio de la pubertad hasta los 17-18 años asistimos inicialmente a un crecimiento acelerado de los núcleos y áreas del sistema límbico, mientras que el “director de orquesta”, el córtex prefrontal, se queda atrás. Esta falta de sincronía hace que durante los años que siguen a la pubertad los centros de las respuestas defensivas (la amígdala) y de las respuestas placenteras (Accumbens y estriado ventral) funcionen sin la actividad reguladora del córtex prefrontal, cuya presencia se hará notar sobre todo durante la segunda mitad de la adolescencia. 

A continuación, revisaremos los principales cambios que se dan en el neurodesarrollo durante la adolescencia, y veremos como nos ayudan a explicar muchas de las características emocionales y conductuales de esta etapa de la vida.

Amígdala

La amígdala es un núcleo situado en el interior del cerebro, relacionado con el aprendizaje condicionado, y conocido sobre todo porque desencadena intensas respuestas de lucha o huida ante las amenazas. 

Durante la adolescencia el volumen de la amígdala aumenta mucho, lo que se acompaña de un incremento en su actividad (Galván, 2017). Durante la contemplación de caras asustadas, la amígdala de los adolescentes se activa más que la de adultos y niños (Guyer et al., 2008)(Monk et al., 2003)(Hare et al., 2008). Esto explica la hipersensibilidad de los adolescentes ante las amenazas y su alta reactividad emocional, incluso en situaciones que no justifican una alteración tan intensa.

Otro rasgo peculiar del crecimiento de este núcleo durante la adolescencia es que pierde eficiencia cuando se trata de aprender de los errores y las pérdidas (Ernst & Fudge, 2009) (Ernst et al., 2005). Durante la adolescencia, a la amígdala le cuesta más retener aquellos estímulos que precedieron a un perjuicio; por lo que, en sucesivas experiencias, le costará reaccionar a tiempo para evitar el daño. Teniendo en cuenta este rasgo del neurodesarrollo adolescente, resulta fácil entender por qué los jóvenes intentan una y otra vez conductas que no les proporcionaron ninguna gratificación; ocasionándoles incluso algún perjuicio.

Accumbens y estriado ventral

Durante esta época de la vida, los circuitos de la recompensa experimentan también cambios importantes. En general, la actividad y sensibilidad de las áreas del placer aumenta mucho, sobre todo hasta los 18-20 años (Galvan et al., 2006)(Urošević, Collins, Muetzel, Lim, & Luciana, 2012). El estrés y las circunstancias adversas aumentan todavía más esa sensibilidad en esta época de la vida; lo que provoca que, en situaciones de crisis, la apetencia por una gratificación inmediata sea más fuerte y más difícil de regular (Novick et al., 2018).

Esta dificultad de regulación depende también de un córtex prefrontal que, como ya se ha dicho, no está suficientemente activo y desarrollado hasta la segunda mitad de la adolescencia. Esto hace que durante los primeros años de esta etapa se tenga una preferencia a veces incontenible por las recompensas inmediatas (Christakou, Brammer, & Rubia, 2011). 

Una vez más, estos cambios neurobiológicos nos ayudan a comprender algunas de las características propias de los/las adolescentes. La mayor actividad de las áreas del placer conlleva una predisposición a la búsqueda constante de gratificación y novedad; si a esto unimos la relativa insuficiencia del córtex prefrontal en la primera mitad de esta etapa, el deseo es de una gratificación inmediata e inaplazable. Por otra parte, salvo que proporcionemos a los/las jóvenes recursos de regulación emocional, las situaciones estresantes activarán aún más esas áreas del placer, orientando sus conductas hacia el uso de fuentes de gratificación intensas y rápidas como las que proporcionan el uso de sustancias, el juego o incluso la comida.

Adolescencia y neurobiología del comportamiento social

Los cambios que se producen en el sistema nervioso durante la adolescencia afectan de una manera decisiva a áreas del cerebro relacionadas con la conducta social (Galván, 2017) de un modo que, teniendo en cuenta la teoría de los periodos críticos y sensibles, puede afectar al comportamiento relacional de los/las jóvenes durante el resto de su vida.

Los estudios nos muestran que, durante esta época, la presencia de los/as amigos/as incrementa la situación de falta de regulación emocional. Cuando los/las amigos/as están presentes, la actividad de los centros de recompensa es todavía más intensa (Chein, Albert, O’Brien, Uckert, & Steinberg, 2011). Además, la sensibilidad del adolescente hacia el rechazo por sus iguales es mayor que la de niños y adultos (Sebastian et al., 2011).

Tampoco aquí el córtex prefrontal está todavía en condiciones de ayudar porque, cuando los compañeros/as están presentes, no es capaz de aumentar su actividad reguladora; más bien la mantiene, o incluso la reduce (Segalowitz et al., 2012), dejando al chico/a a merced de unos núcleos amigdalar (miedo, rabia) y Accumbens (deseo, placer) excesivamente activos. Las investigaciones muestran que en situaciones de rechazo social la actividad del córtex prefrontal de los adolescentes disminuye; mientras que en los adultos, en las mismas situaciones, esta actividad aumenta (Sebastian et al., 2011). Por tanto, a diferencia de los adultos, en los y las jóvenes ese rechazo desencadena reacciones puramente emocionales, de rabia, miedo o tristeza, impidiéndoles reflexionar sobre las reacciones ajenas, y dificultando que encuentren estrategias de afrontamiento adaptativas. No es extraño que los jóvenes sean tan sensibles a la presión social y al rechazo por parte de sus iguales. 

Otra característica de las relaciones sociales del adolescente es la tendencia a actuar de un modo impulsivo y aparentemente desconsiderado. Un estudio reciente muestra que hay razones neurobiológicas para esto: cuando hay que tomar decisiones arriesgadas en situaciones sociales, los adolescentes activan menos las áreas de monitorización de la acción (giro frontal inferior, caudado) y las zonas de cognición social (giro temporal medio y superior) (Rodrigo, Padrón, de Vega, & Ferstl, 2018). La escasa monitorización de la acción conduce a conductas irreflexivas e impulsivas, que persisten a pesar de ser claramente perjudiciales; la desactivación de las conductas de cognición social dificulta que sean empáticos y que tengan en cuenta las necesidades de los demás.

¿Se entiende mejor ahora que actúen como lo han hecho a veces durante la pandemia?. Una vez más, el neurodesarrollo nos ayuda a entender el comportamiento característico de esta época de la vida en las situaciones sociales. Por razones neurobiológicas, los/las adolescentes tienen menos capacidad para resistir la presión social, ya que sus circuitos de la recompensa, ya de por sí sensibles, se activan aún más en presencia de los/las amigos/as. La situación empeora por la hipersensibilidad del adolescente al rechazo social que, en el caso del acoso escolar, puede tener consecuencias importantes para la construcción de su personalidad y el mantenimiento de la salud mental durante su vida adulta. Finalmente, el comportamiento a veces torpe e impulsivo en las relaciones, tiene que ver también con cambios neurobiológicos, con una relativa insuficiencia en el funcionamiento de las áreas que monitorizan las consecuencias sociales del comportamiento.

Durante la adolescencia se reactiva la necesidad del apego

La pubertad reactiva el neurodesarrollo y da inicio a una nueva proliferación neuronal, que afecta sobre todo a las áreas relacionadas con la regulación emocional. Inicialmente la amígdala y los circuitos de la recompensa experimentan un crecimiento y un aumento de actividad que no se acompaña de una maduración equiparable de la corteza prefrontal; por lo que la adolescencia va a estar presidida por un aumento de la reactividad emocional, unas emociones más intensas y dificultades de autocontrol. Una situación en la que el sistema nervioso vuelve a un estado similar al de los primeros meses tras el nacimiento: unos núcleos subcorticales muy activos y una corteza prefrontal aún inmadura. De ahí que debamos considerar la adolescencia como una fase en la que se reedita la necesidad del apego; en la que un sistema nervioso adulto debe hacerse de nuevo presente para proporcionar la regulación emocional que contribuya a la integración del sistema nervioso en desarrollo. 

Diversas investigaciones han demostrado la gran influencia de las figuras de apego en el funcionamiento del sistema nervioso del adolescente. En una de ellas, los adolescentes que realizaban una tarea estresante en presencia de sus madres mostraban una atenuación de las respuestas cerebrales de estrés (Lee, Qu, & Telzer, 2018); la similitud en el funcionamiento cerebral era mayor entre madres e hijos cuando había una buena conexión previa entre ellos. En otro estudio, adolescentes que contemplaban en video una discusión familiar, las áreas cerebrales de mentalización del adolescente se activaban más al ver al progenitor con el que más conectados estaban (Saxbe, Del Piero, & Margolin, 2015). Finalmente, adolescentes que sufrían acoso escolar experimentaban una mayor activación de las zonas del cingulado anterior relacionadas con el dolor; pero la interacción con sus familiares atenuaba esa actividad, reduciendo el dolor del rechazo (Schriber et al., 2018).

Todos estos hallazgos dejan claro que los adolescentes vuelven a necesitar figuras de apego que, a través de una interacción sintonizada, balanceada y coherente, contribuyan a moldear la construcción de las redes neurales en esa nueva fase de proliferación y poda de las redes neurales.

Resumen y conclusiones

A veces el comportamiento de los adolescentes parece depender de una crianza permisiva, o bien de una falta de sensatez, o de su falta de sensibilidad, solidaridad o empatía. Solemos pensar que son inmaduros, que no necesitan la presencia de los adultos, o que les puede estorbar porque precisan autonomizarse y ser independientes.

Los estudios neurobiológicos nos presentan una realidad muy diferente. Los y las adolescentes no son como son porque lo hayan decidido así; ni porque les hayamos educado mal. Simplemente están atravesando por una fase del desarrollo cerebral que los deja a merced de emociones intensas y cambiantes que pueden conducirles a empresas y logros ilusionantes, o a tomar decisiones impulsivas, arriesgadas y peligrosas. Una fase en la que una nueva sucesión de proliferación y poda neuronales abre un periodo sensible de cuya evolución puede depender el estado de salud mental y física que tendrán cuando lleguen a la edad adulta.

Los cambios que experimenta su cerebro les ha hecho muy difícil soportar una situación como la que se ha vivido durante la pandemia: con una gran necesidad de gratificación (crecimiento del Accumbens), una gran predisposición a las reacciones de miedo y rabia (hiperactividad de la amígdala), y pocos mecanismos de autocontrol (enlentecimiento del desarrollo prefrontal). Y el mejor modo de ayudarles es reactivar la relación de apego.

Como hemos visto, el cerebro del adolescente vuelve a un estado parecido al que tenía al nacimiento, con una amígdala y un Accumbens hipertrofiados, y un córtex prefrontal poco presentes. Por tanto, como ocurrió tras el nacimiento, por lo que se reedita la necesidad de figuras de apego que les ayuden a transitar por ese periodo difícil y esperanzador, proporcionándoles los recursos neurales de los que carecen. Padres, madres, educadores y educadoras, terapeutas y todas las personas que rodean a los y las adolescentes debemos ser conscientes de la importancia de esta etapa, y de lo mucho que se puede modificar su trayectoria vital a través de las relaciones interpersonales. La reactivación del neurodesarrollo hace que todas las intervenciones sean mucho más potentes en este momento vital, que debemos aprovechar para reafirmar los cimientos de una vida adulta sana y feliz.

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[1] La metáfora es pertinente porque los cabellos están constituidos por proteínas similares a las que conforman el citoesqueleto neuronal.