lunes, 26 de diciembre de 2022

Taller sobre "Resiliencia en el ámbito de la intervención psicosocial con los menores y sus familias", online 3 y 4 de febrero de 2023



Desde el Centro LMPSICÓLOGOS de HUELVA
CENTRO CANO PSICÓLOGOS de MADRID 

Para inscribirte, haz click AQUI


Os invitamos al taller de

RESILIENCIA EN EL ÁMBITO DE INTERVENCIÓN PSICOSOCIAL CON LOS MENORES Y SUS FAMILIAS

Conductor del taller: 
José Luis Gonzalo Marrodán


Objetivos del Curso


Enriquecer las herramientas necesarias para intervenir con menores.

Conectar con los menores a través del hemisferio derecho.

Aprender a promomer los recursos de los niños y adolescentes para favorecer su resiliencia.


¿A quién va dirigido?


Dirigido principalmente a profesionales que trabajen con menores.

Como psicólogos, psiquiatras, educadores, trabajadores sociales, profesores, pediatras y otros profesionales afines.

Profesionales del ambito público o privado que trabajen con niñ@s que están en centros, adoptados y/o acogidos, en sanidad, educación y a todos aquellos que deseen incrementar sus herramientas para intervenir con niñ@s y adolescentes.


sábado, 24 de diciembre de 2022

Capra por Navidad

Un año más, me dispongo a escribir el tradicional post navideño. Es costumbre, desde el blog Buenos tratos, compartiros una reflexión por estas fechas que nos sea útil como idea rectora para todo el año. Porque el espíritu de la Navidad (dickensiana) debe de perdurar en el tiempo. No obstante, en estas entrañables fiestas es cuando la hacemos patente, porque simplemente, en mi opinión, siempre ha sido la mejor época del año. Quizá porque en mi vida he tenido la suerte de que en tiempo de Navidad nunca me golpeó la tragedia; y, además, hemos sido una familia suficientemente buena, capaz de comunicar y expresar las emociones y pensamientos con libertad y respeto, donde hemos sabido perdonarnos cuando ha sido necesario, y también con habilidades para resolver los problemas. Y somos todos muy navideños, claro.

Comprendo y valido a todos y a todas los y las que rechazáis La Navidad. Y que, incluso, la odiáis profundamente. Estos días, en mi consulta de psicología, ante la pregunta de cómo vives estas fiestas, la respuesta ha sido muy diferente en cada persona: hay quienes las veneran, hay quienes las rechazan y están deseando que pasen -les gustaría desaparecer de esta época del año-, y hay quienes se muestran indiferentes y se quedan solo con el lado más desenfrenado y placentero: comer y beber de lujo e ir de fiesta. Por mi parte, la respuesta a mis pacientes es que son totalmente libres de sentirse como ellos necesiten o les venga bien para su bienestar y/o salud mental.

Mi postura personal siempre ha sido de amar la Navidad. No puedo evitarlo. Es lo que siento. Puede que sea porque no me han sucedido las terribles historias que les han acontecido a los pacientes, niños y adultos, de mi consulta de San Sebastián. Y por ello, La Navidad no está asociada a contenidos, a veces, traumáticos. ¡Cuántos pacientes me han narrado horribles recuerdos del día de Nochebuena y Nochevieja, entre sollozos, o, protectoramente, desde la más absoluta frialdad -como mecanismo defensivo-, normal que no quieran saber nada! Y, en efecto, no me han sucedido, afortunadamente. Mis navidades siempre fueron una época llena de amor, cohesión familiar, lazos de amistad, gozo y exuberancia en La Fiesta, así, con mayúsculas: villancicos, tradiciones vascas (como el ogi salutadore o pan salvador [1], antiquísima, que no sé si se habrá perdido), menú vasco (siempre cardo o coliflor, bacalao al pil pil o besugo, si la economía de ese año lo permitía; y como soy medio riojano, no faltaba en nuestra mesa el cordero lechal, que traía mi abuela materna a casa. De postre, la pantxineta de la pastelería Otaegi, por supuesto), regalos, adornos navideños, y Árbol y Belén, y besos y abrazos, por supuesto. Solíamos acudir a la Misa del Gallo y recuerdo un año escuchar en la Iglesia de San Vicente el Mesias sarritan (precioso villancico vasco que podéis escuchar en el link) cantado por un tenor que nos puso los pelos de punta. Mi padre aún recuerda oírle al gran tenor Carlos Munguía cantarlo el día de Navidad. 

En Nochevieja, algarabía y fiesta de gala. Aún recuerdo el primer cotillón, las madrugadas viendo amanecer en la Playa de la Concha, los bailes... Y cómo no, con la cuadrilla (en Euskadi se le llama cuadrilla a tu grupo de referencia y al que perteneces), siempre el tradicional poteo (ir de bar en bar tomando de pie una consumición y oyendo los villancicos vascos que diferentes agrupaciones corales cantaban informalmente) de Nochebuena y Nochevieja. Una tradición que se vio rota por la pandemia… y que retomaremos, pues la hemos mantenido durante ¡35 años!




En mi casa, nunca faltó nadie en nuestra mesa de Navidad. La silla vacía en las comidas y cenas de las fiestas navideñas, una situación a la que tienen que enfrentarse miles y miles de personas en estas fechas. Los psicólogos damos consejos sobre cómo manejar las emociones de duelo durante las fiestas de Navidad (yo prefiero no darlos y que cada paciente descubra los suyos propios. Prefiero escuchar y validar, las dos mejores cualidades de todo psicoterapeuta). La persona o personas queridas no nos acompañan físicamente en la mesa, pero siguen viviendo en nuestro recuerdo, si las mantenemos presentes, y las honramos y les damos un lugar. Muchos se sienten rotos de dolor estos días y los sentimientos asociados con la pérdida aparecen con gran crudeza, porque el ser querido ya no está en carne y hueso, le echas de menos y no te puede -ni le puedes- dar ya nada nuevo. Los recuerdos se agolpan y pasan por la mente como imágenes fugaces de navidades pasadas donde todo fue gozo y felicidad, porque aquel estaba presente en persona. A veces, la evocación de la pérdida puede estar asociada a sentimientos ambivalentes, porque la persona ausente físicamente nos despierta tristeza por su falta; pero, al tiempo, también surgen otros sentimientos como rabia, por el desamor, el maltrato o la indiferencia afectiva que pudimos sentir junto a aquella. 

¡Pero algún día, tristemente, tenía que ocurrir, dado que el mar y la vida fluyen incesantemente y se cumple el tempus fugit!: este es el primer año en el que mi madre no estará en las comidas y cenas de Navidad. No estará físicamente. Y a pesar de que el dolor y la pena me embargan, y las sentiré conmigo esos días, igual que mi familia, sigo amando la Navidad. Trato de aceptar y acompañar en mi interior la experiencia tal y como es y la siento. La pérdida de mi madre, aunque me ha sumido muchas veces en una honda pena, también me ha ayudado a ser mejor persona. Soy más empático con mis pacientes y comprendo mejor sus sentimientos, y me doy cuenta, con más clarividencia, de que a muchas personas no les es tan fácil cambiar o dejar de usar sus mecanismos adaptativos; porque el dolor emocional -que el cerebro procesa en las mismas áreas que el dolor físico- puede desbordar, y nuestros recursos para gestionarlo colapsan. 

Ya no será la misma Navidad, sí, pero no tiene por qué ser una mala Navidad. En la silla vacía -que veremos y notaremos- no estará físicamente mi madre. Aún así, mi familia y yo la tendremos presente y le agradeceremos todo lo que nos ha dado, que nos llena de felicidad. Ella vive en el recuerdo dentro de nosotros. 

Mi madre, "suficientemente buena", ha estructurado mi vida desde niño mucho más de lo que yo creía. Y esa estructura (holding winnicottiano) me ha apoyado para la separación final, que es el día (28/1/2022) que la muerte se la llevó, el día que vi como el féretro entraba en el panteón. Es un cuerpo lo que allí queda, que desaparecerá. Pero los recuerdos sobre ella, cargados de imágenes y emociones, y su legado de amor, valores y enseñanzas, seguirán vivos para siempre dentro de nosotros, en nuestra mente, en nuestros sentimientos, en nuestro cuerpo... En mi familia y viendo la mesa vacía, sentiremos pena y nostalgia por tiempos pasados, sí; pero también experimentaremos un profundo sentimiento de agradecimiento, y de paz y serenidad, porque ella está simbolizada en nuestro interior. 

Y también habrá un lugar para muchos otros y otras, amigos y amigas, que ya no están: los recuerdos, agradecidos por haberlos conocido, y llenos de nostalgia, desfilarán por mi mente, durante todo el día, envolviéndome como una dulce y suave nube. Son las navidades pasadas que, en una parte, han forjado mi identidad. 

Y, finalmente, estas fechas me recuerdan lo querido que me siento: el día que mi madre murió, mis amigos y amigas allí estuvieron para sostenerme y acogerme con cariño. En mi familia nos arropamos, en esos duros momentos, unos a otros, los pacientes me transmitieron un afecto y comprensión conmovedoras... Toda una catarata de amor y sostén que me hace sentir que no estoy solo para afrontar la parte dura de la vida. ¿Se puede ser más afortunado? Esto también está ahí todo el año... ¡Y es maravilloso! 

Además de la silla vacía -experiencia que las familias del planeta tierra viven desde tiempo inmemorial-, este año no nos es ajeno que continuamos atravesando y sufriendo un periodo muy complicado para la humanidad. No sólo por la postpandemia -desgraciadamente se han cumplido los peores pronósticos en cuanto a salud mental, y la ola ahora es el desafío de atender psicológicamente a todos/as los que han debutado con problemas y trastornos, los que han reventado tras aguantar mucho tiempo con los recursos que tenían-, sino porque en febrero estalló una guerra por todos conocida que enfrenta a dos países [aunque todos sabemos que, por detrás, se enfrentan Rusia versus la OTAN y que toda esta sinrazón ha traído a las personas dolor, muerte, pérdidas, penurias, hambre, encarecimiento de los precios, refugiados sin identidad ni pertenencia (los ucranianos más los de todos los países, no nos olvidemos de ellos…) Un total sinsentido en pleno siglo XXI. Porque las guerras no sirven para nada más que para traumatizar y dañar a las personas durante varias generaciones. En fin, qué os voy a contar en este aspecto que no sepáis o sufráis] Al margen de cuestiones políticas de las que no entiendo, sólo veo que las personas, los ciudadanos de a pie -sobre todos los niños y niñas, los más vulnerados y vulnerables- padecemos las funestas consecuencias de todo esto. 

¿Y cuál puede ser el mensaje navideño de este año, si cada vez hay más motivos para creer que avanzamos hacia la autodestrucción (guerras, pandemia, una tierra que se ahoga y se rebela climáticamente por lo que la humanidad le hace, pobreza, refugiados, migrantes que viajan para encontrar un lugar donde vivir dignamente, la salud mental cada más afectada en todo el mundo…, completad la lista)?

Foto: uam.es 


Pues a pesar de todo -será que es mi espíritu, soy optimista-, como dijo Juanito Aranzabal: “el mundo se sostiene y no se desmorona gracias al trabajo callado y silencioso de mucha gente buena”, yo creo firmemente en la “manada de hombres y mujeres buenos y buenas” (Jorge Barudy) y en su capacidad para unirse; y, desde la bondad, promover lo que dicen Jorge y Juanito. No creo tanto en las manifestaciones y revoluciones, sino en ese contagio solidario persona a persona, baldosa a baldosa, que va extendiéndose como un reguero de pólvora, uno a uno, una a una. Juanito Aranzabal hizo muchas cosas desinteresadamente por el bienestar de muchas familias, en silencio -tal y como Unamuno recoge en la intrahistoria-, sin tener ninguna ONG. Y como él, seguro que, en muchos lugares de la tierra, miles de personas lo han hecho, lo hacen y lo harán. Mientras esto no se pierda, gracias a las potentes redes de relaciones que nos sostienen, afectivas y solidarias, logaremos sobrevivir.

Imagen: @trabajosocialconfamilias


Y como soy optimista, el mensaje para esta Navidad está en la línea de los anteriores: Quiero compartiros algunas películas -me encanta verlas por Navidad- dentro de un género que se ha denominado srewball comedy. Así como otros años no encontraba a qué referirme y no me llegaba la inspiración, este año me ha llegado rápido gracias a mi amiga y colega -experta en cine- Iciar García Varona. Precisamente este género de películas surgió -como nos pasa ahora- en una época de gran adversidad. Creo que necesitamos imbuirnos del espíritu de esas películas. Algunas son ya historia del cine. Americano -habrá quien no le guste-, sí, pero hemos de reconocer que ellos saben hacer cine, no en vano fueron los inventores de su lenguaje. En Europa, cuando surgió el cinematógrafo, lo que hacían era rodar con la cámara quieta, como si fuera una obra de teatro. Los americanos, en cambio, se dieron cuenta de que la cámara se podía mover: Griffth con El Nacimiento de una nación, instauró el lenguaje del cine. En Rusia Eisenstein con El acorazado Potemkin, creó el montaje. 

“La screwball comedy ha resultado ser uno de los subgéneros cinematográficos más populares y duraderos. Ganó notoriedad en 1934 con It Happened One Night, que ha sido citada en muchas ocasiones como la auténtica primera screwball comedy. Muchos investigadores están de acuerdo en que su período clásico terminó en 1942, pero los elementos del género han persistido y pueden verse en el cine contemporáneo” (Wikipedia)

“Durante la Gran Depresión, los espectadores demandaban películas con un alto contenido de crítica a las clases sociales pero que al mismo tiempo fuesen esperanzadoras y sirvieran de vía de escape. El formato screwball fue el resultado de los esfuerzos de los grandes estudios cinematográficos para evitar la censura, y estas comedias podían incorporar en la trama contenido adulto y elementos subidos de tono, como sexo antes del matrimonio y adulterio” (Wikipedia)

Dentro de este género, considero que sobresale un cineasta, entre todos: Frank Capra. Es verdad que en su cine triunfan las fantasías de buena voluntad y podremos decir “esto es américa” y “todo acaba bien” Es posible. Pero nadie le puede negar a este cineasta su capacidad de llegar al corazón de la gente y transmitirle optimismo; porque él pensaba que el modo de superar las desgracias y las tragedias que asolan al ser humano es creyendo en el valor de las personas frente al mal colectivo y los desmanes de los poderosos. 

Así que os invito a que, esta Navidad, veáis sus películas. Yo he visto en noviembre tres de las que os voy a hablar.

Una de ellas es muy conocida -pero, curiosamente, la gente joven no ha oído nunca hablar sobre la misma-. Me refiero a ¡Qué bello es vivir! Un clásico de la Navidad americana y una preciosa película que rescata el valor de nuestras acciones y lo que podemos significar para los demás, sin saberlo, y cómo eso puede conseguir cosas increíbles. Una vez más, el valor de la unión y bondad de las gentes que se juntan para, estrechando lazos solidarios, lograr ser sostén para el otro en un momento de gran desesperación y ganas de morir. Como le está pasando a mucha gente en la actualidad. Cuando la veo, me emociono. ¡Porque fue mi tutor de resiliencia Juanito Aranzabal, ya fallecido, quien me la enseñó cuando yo tenía quince años…! Con ello, me lanzó un mensaje que me estructuró mucho más de lo que pensaba. Por eso, como dice Cyrulnik, no hables con un joven de determinados temas, ofrécele otros símbolos, y propiciarás conversaciones e influirá en él como experiencia, probablemente, resiliente a futuro. ¡Será muy emocionante volver a ver este año esta película tan profundamente bella!

Fotograma de la escena final de la película
"¡Qué bello es vivir!"


Mi abuelo me contó, hace muchos años, que cuando la estrenaron, en su bar -tuvo un bar en la Parte Vieja de Donostia, en la Calle 31 de agosto, en los años cincuenta, muy conocido, Casa Marrodán- un hombre que debía dinero a otro le dijo: “He visto la película ¡Qué bello es vivir! Y usted puede ser mi ángel salvador…” Pues, efectivamente, lo fue, ¡porque el deudor aceptó la condonación de los intereses de la deuda y el pago en especias de lo que le debía! Mi abuelo no se lo podía creer, pero las paredes de muchas casas y edificios esconden historias, que se pierden en la noche de los tiempos, de este tipo, y que forman parte de la intrahistoria más bondadosa de gentes anónimas. 

Además de ¡Qué bello es vivir!, os animo a que veáis -Capra tiene muchas películas- dos más: El secreto de vivir y Juan Nadie. Las películas que os recomiendo son lo que son también gracias sus protagonistas, excelentes actores que han pasado a la historia: Gary Cooper, inolvidable James Stewart, gran Barbara Stanwyck...

Cartel original de "El secreto de vivir"
Imagen: Filmaffinity



En la primera, “…la acción se sitúa en Estados Unidos, tras la depresión provocada por el crack de la Bolsa en 1929. Longfellow Deeds (Gary Cooper) es un músico que toca la tuba. De repente hereda veinte millones de dólares, y se propone usarlos para ayudar a personas corrientes. Pero como es natural, el altruismo de Deeds es tomado por una chaladura. Con el fin de demostrar su honestidad, Deeds emprende un viaje a Nueva York. En el trayecto conoce a una hermosa periodista, interesada por sus intenciones. De manera inevitable, ambos se enamoran y la periodista ayuda a Deeds a demostrar sus buenas intenciones”.

Cartel de la película "Juan Nadie"
Imagen: Wikipedia


En Juan Nadie, "Los trabajadores de un periódico son despedidos casi en su totalidad cuando un rico magnate lo compra. Una avispada periodista publica un montaje en su último artículo en el periódico: una carta donde uno de los empleados despedidos anuncia su suicidio. La carta lleva en su firma el nombre de Juan Nadie. El alcance del artículo es tal, que el periódico se ve en la necesidad de mantener el engaño y crear un Juan Nadie, por lo que encontrarán a un vagabundo que pasará a convertirse en el personaje más popular del momento". ¿Se suicidará por coherencia y honestidad -al no encontrar sentido a lo vivido y sentirse profundamente utilizado y engañado- John Doe en Nochebuena, justo a la hora en que nace el Hijo de Dios? 

Llega el momento de despedirme, y emocionado por la escritura de este artículo que os regalo, a todos y todas, amigos y amigas, colegas, familias, seguidores… os hago llegar un fuerte abrazo y mis mejores deseos, que el espíritu de la Navidad sople y los extienda para todo el año. Os dejo con la escena final de ¡Qué bello es vivir! , preciosa. Me quedo con la dedicatoria escrita en el libro que abre James Stewart. 


"Pocas películas aciertan a retratar con tanta precisión el deseo íntimo y animal de seguir vivo. (...) 
la película, como casi toda la filmografía del director, no hace sino
reflejar a la perfección el espíritu de su tiempo." Luis Martínez.


Conexión, Apego, Presencia, Regulación, Apoyo



[1] Ogi salutadore. Únicamente preservada en ciertas comarcas de Bizkaia, consiste en lo siguiente: en la cena de Nochebuena, el señor de la casa, o quien presida la mesa, coge el pan, lo bendice, lo besa y con un cuchillo corta un trozo de uno de los extremos. Se guarda el trozo de pan bajo el mantel, y tras haber cenado, en una caja, guardada a su vez en un armario o en otro lugar preciso. Parece ser que este trozo de pan nunca se enmohece y posee una fuerza especial: protege de los rayos, ahuyenta las tormentas, sana la rabia a los perros, etc. Este pequeño trozo de pan debe ser renovado todos los años. https://urtesasoiak.com/?page_id=53&lang=es

lunes, 12 de diciembre de 2022

La invalidación en los niños/as víctimas de trauma de desarrollo

Los orígenes de la invalidación

De Peru.com
El modo en que una persona procesa los acontecimientos y las experiencias de la vida es propio y subjetivo. La necesidad de "sentirnos sentidos" (Siegel, 2007) –y por lo tanto, existentes- está presente desde que somos bebés. Tenemos, desde nada más nacer, un sistema nervioso preparado para conectar (Benito, 2020): el bebé pronto podrá centrar la mirada en el rostro de la madre, que mediante sus expresiones -a través de la vía viso-facial-, que sirven de reflejo, aquel aprenderá a tratar de responder a dichas expresiones tratando de imitar los gestos; disponemos de una amígdala preparada para reaccionar defensivamente ante las amenazas mediante el llanto –este órgano se activará ante los desconocidos, pero no ante los conocidos-; de un bulbo olfatorio listo para reconocer el olor de la madre; tenemos los centros de recompensa preparados para registrar esas experiencias de placer y con una memoria implícita que guardará la información proveniente del cuerpo y de las vísceras, que comunicarán calma y regulación, si el sistema de regulación interactiva (Schore, 2011) que establecemos con la madre (o cuidador) logra progresivamente modular esa activación y mantenerla en niveles tolerables. Disponemos de un oído que puede escuchar y familiarizarse con la prosodia del cuidador, que transmitirá señales de calma y confort, si las palabras se emiten suaves y acariciantes. La piel, a través del canal táctil sensorial, nos comunicará que las caricias, el baño suave, el contacto con la dermis del cuidador, si este está regulado y tranquilo, es una fuente de sosiego. O, si hay violencia, será una fuente de estrés que inundará el cerebro de sensaciones desagradables abrumadoras.

Todo este caudal de experiencias -cuando son agradables y calmantes- repetidas es una primera forma de validación del mundo subjetivo del infante, donde nada está ordenado y organizado aún. El bebé puede sentir angustia interna, o los cambios del entorno ser tan bruscos que provocan alto malestar; o las personas de ahí fuera –cuando aún no se diferencian del bebé- pueden generar estrés en forma de gritos, contacto brusco e incluso -como pasa en el maltrato- ataques verbales y físicos a aquel. El bebé es egocéntrico e interiorizará -y quedará registrada en su memoria implícita- que se debe a él o ella, que algo va mal en su interior. Y no se lo puede explicar. Aquí tenemos el origen temprano de muchas creencias nucleares implícitas que ponen -y pondrán- música a nuestra vida. Música de la película Tiburón, además.

Se necesita un adulto con permanencia y presencia "filtro estabilizador" (Dantagnan, 2022) que trate de conectar con y aliviar el displacer del infante, que le transmita implícitamente “puedo confortarte”, y que, además, se consiga, y que el bebé sienta e interiorice subsimbólicamente: “me siento tranquilo, importan mis demandas y malestar, me atienden, por lo tanto soy válido” Si no se consigue y se invalida al bebé activa o pasivamente (se le desconfirma gravemente en forma de maltrato o negligencia), sobre todo durante los primeros años de vida, pueden sentarse las bases que afiancen que el mundo propio no importa a nadie (tampoco a uno mismo) y que el dolor es inasumible. De ahí que muchas partes de la personalidad que los niños/as comienzan a desarrollar -sobre todo con más claridad a partir de los seis años-, tienen su origen en estas tempranas experiencias que moldean su cerebro: "Los centros cortico-límbicos superiores del hemisferio derecho, especialmente el córtex orbito-frontal, el centro del sistema de apego de Bowlby, actúan como el sistema cerebral más complejo de regulación del afecto y del estrés" (Schore, 2011)

La protección frente a la invalidación

Un bebé (Fonagy y otros, 2002) puede crecer (además quedándose en "modos prementalizadores", esto es, comprender sus estados internos y los de los otros de una manera sobreinterpretativa, tanto que se puede distorsionar los hechos de la realidad; o de un modo pseudo, es decir, creando una imagen falsa de uno mismo. Se desarrollará una u otra, o ambas, según cada persona y sus circunstancias) con este entorno invalidante durante mucho años, precisamente los más críticos, donde se desarrollan todas las capacidades humanas, incluido el sentido integrado de uno mismo, es decir, un yo que se va constituyendo de manera firme y fluida –con conciencia de continuidad y sin rupturas en este sentido-. Lo más probable es que en un entorno así la "fragmentación temprana" en partes de la personalidad (Siegel, 2007) o en "estados del yo" (Bromberg, 2011) sea la única salida para sobrevivir y evitar el dolor psíquico insoportable (el niño/a lo notará en el cuerpo).

Con la aparición del lenguaje, el hemisferio derecho del cerebro va a transmitir una información sensorial, impresionista, imágenes… al hemisferio izquierdo (Benito, 2017) que está cargada de displacer, ansiedad, malestar… a veces auténticas cataratas emocionales. El izquierdo va a recibir esta información y en ausencia de relato, tenderá de algún modo a protegerse. Y las partes se afianzan aún más con la aparición de las llamadas defensas. El niño/a en ausencia de relato coherente, lo construirá en función de lo que su imaginación le dicte, pero echando mano también de algunos recuerdos deslavazados que pueda tener y en función de lo que el mundo adulto le cuenta. Y probablemente todo será demasiado doloroso para ser contado, por lo que el niño/a recurrirá a las defensas. Muchos síntomas llamados disociativos reflejan estas defensas. Con niños/as más mayores, de diez años, podremos, si les preguntamos por su vida, observar que se protegen con relatos desconectados de la emoción; incongruentes emocionalmente con lo que se cuenta; desbordados por la emoción (casi reviven o muestran juego postraumático); finalmente, el relato puede parecer elaborado, pero es algo impostado, creado por su mente imaginativa para acomodar la realidad a sus deseos (Muller, 2020)

El niño o niña tiene muchas formas
de defenderse de un dolor insoportable 
Foto: eresmama.com

Si el niño/a tiene la suerte de encontrarse pronto –aunque sea su derecho el de la protección, es casi una lotería dar con profesionales que tengan claro qué es proteger- con una medida que vele por sus derechos a ser criado en un contexto de buenos tratos y con derecho a los buenos vínculos, aquel llegará a una familia adoptiva o acogedora que le ofrece todo un sistema de cuidados, que es lo que necesita imperiosamente, pero a la vez le genera inconscientemente miedo o terror. Su memoria implícita transmite a la amígdala mensajes de que esto es amenazador, la corteza cingulada puede informar de que la familia es una experiencia intrínsecamente dolorosa y que, a la larga, abandona; y la corteza prefrontal está ausente, ha dimitido de sus funciones, está poco desarrollada y debilitada (Benito, 2017) Por eso, el niño/a puede empezar a mostrar con fuerza las partes de su personalidad que le protegen de la dolorosa experiencia interna de la invalidación (asociada a dolor emocional, pérdida, agresividad, vergüenza…). Algunos niños/as desarrollan partes agresivas (activa o pasivamente), antisociales (robar, mentir, manipular…), insensibles (duras, secas, distantes…), complacientes (aduladoras, seductoras…) cuidadoras y adultistas (cuidan ansiosamente de los padres u otros y tienen una autonomía y razonan como si fueran personas mayores)...

¿Qué ven los demás? A veces durante muchos años...

El mundo adulto (familias, profesores, psicólogos y psiquiatras u otros profesionales, a veces) ven solamente lo aparente. Lo que se muestra. El niño/a puede mostrar una fachada aparentemente sintonizada, como una parte que muestra normalidad, complaciendo y cumpliendo en exceso con las exigencias que el mundo adulto le manda, sobre adaptado. Pero internamente puede sentir muchas emociones que están desplazadas y de las que no es consciente. Todo puede estallar en la pubertad. Este tipo de niños y niñas son valorados por los adultos porque no son perturbadores. O el niño/a puede mostrar conductas hacia fuera a través de los trastornos del comportamiento, la hiperactividad o la inestabilidad emocional, la ansiedad. A veces se producen formas mixtas donde aparecen sentimientos de tristeza, soledad, miedo, ansiedad, agitación… 

Con excesiva frecuencia, estos niños/as, que tienen a sus espaldas que soportar la pesada carga del maltrato, reciben feedback negativo. Algunos y algunas son vistos como auténticos indeseables y sufren rechazo, castigo, exclusión, etiquetación, fracaso escolar, problemas serios para hacer y mantener amistades… Hace muchos años, cuando empezaba a trabajar en la consulta y la cultura de falta de respeto a los niños/as campaba a sus anchas, un profesor me dijo, al preguntarle por un alumno y su conducta en clase, algo que se me quedó grabado y me dejó atónito: "ahí te envío a esa escoria"

Casi siempre la mirada es patográfica (les diagnostican con diferentes trastornos descriptivos y etiquetadores y no contemplan una visión comprensiva de por qué el niño/a tiene esos problemas) Muchas veces se conceptualiza como un problema de límites, de familias que les hiperprotegen, de desarrollo, de hiperactividad, de retraso en el desarrollo, de espectro autista… Sin quitar ni un ápice a que pueda ocurrir todo esto -por supuesto que es relevante- no se considera el papel que el trauma complejo y temprano ha jugado en la aparición de estas conductas y síntomas. Ni se le da al sufrimiento psíquico que el niño/a arrastra -es enorme el dolor, y ellos/as hacen lo que pueden con lo que tienen- la debida importancia. Se pierde la visión humanista, tan necesaria. Y así las intervenciones se olvidan de algo importantísimo: validar al niño/a y expresarle que es una injusticia lo que ha vivido, y que somos conscientes de que todo lo que hace es para protegerse de ese dolor, que nosotros lo vemos; y que validamos su experiencia subjetiva y entendemos sus conductas y síntomas, porque son sus defensas. Ir más allá de lo aparente y tratar de validar la experiencia interna del niño/a, y el modo que tiene de ver y sentir el mundo que le rodea y de dónde le puede venir (Barudy y Dantagnan, 2005)

Casi siempre las personas adultas de mi consulta de traumaterapia recuerdan infancias donde nadie vio el dolor, nadie mostró receptividad empática. Además de maltrato y negligencia, sufrieron la ceguera de los adultos que los acompañaban en su desarrollo, los cuales solamente veían las conductas y les castigaban -suprimiendo la visión mentalizadora- por ellas. Sumiéndolos en profundos sentimientos de vacío, soledad, vergüenza, culpa… Nadie estuvo allí para reconfortar y validar. 

Foto: Fundación Sonría 

Mensajes sociales

"Encima -me decía una joven en terapia- hemos de escuchar mensajes sociales en los que si no somos positivos, si no conseguimos las metas, si no deseamos nuestro sueño o lo decretamos, si no nos sentimos bien y nos sentimos enfadados, secos, tristes y sin ganas de nada somos gente amargada que sobra y que no genera buenas vibraciones. Sin molestarse un ápice en preguntarnos e intentar captar por qué nos sentimos así, directamente somos molestos porque no compartimos esa filosofía barata de mueble de libros de autoayuda o superación: `Consigue tus metas en 5 pasos´ `El poder de…´ `Tú puedes ser…´ `Consigue lo que otros no han conseguido…´ Y eso nos fastidia y molesta aún más. Yo me rebelo contra eso, porque el cambio es mucho más profundo y requiere implicación de quienes nos rodean."

"Yo -siguió- que además tengo un problema físico en los brazos, me enfadan también los mensajes que nos lanzan a las personas con discapacidad: no hay metas, no hay límites, tú puedes, no existen barreras… Todo esto es inalcanzable para muchos de nosotros y yo, al menos, me siento terriblemente mal cuando veo que no puedo estar a esa altura".

Esta joven jamás había sido validada emocionalmente por nadie en su dolor y en las injusticias que había vivido -su discapacidad, traumática, había sido ocasionada por la maldad de unas personas-. Ha sufrido innumerables situaciones sociales donde le han burlado y ridiculizado, muchas veces ante la mirada pasiva de los demás. 

El lento camino de la reparación

El camino de la reparación y la sanación, habida cuenta de que en muchas ocasiones las personas que acuden a tratamiento han sufrido trauma -otros seres humanos les han hecho daño-, pasa por, precisamente, sentir que por primera vez son vistas y validadas emocionalmente. Un entorno no invalidante en la experiencia subjetiva, en la manera que tiene la persona de vivenciarlo, es fundamental para sanar del trauma. Sobre todo, en el caso de los niños/as cuyas conductas más efectos negativos producen en el entorno. Ello no quiere decir que les dejemos hacer lo que quieran y que toleremos comportamientos inaceptables. No confundamos. Pero han de sentir que entendemos y vemos sus sentimientos, y ofrecerles un marco explicativo que reformule sus síntomas (Barudy y Dantagnan, 2005) 

Pero, además, el terapeuta es convocado a ser testigo de una gran injusticia y aquí no valen las medias tintas. Quiero terminar con estas palabras de Judith Herman, tan geniales y acertadas, que creo son un mensaje bien claro para todos/as hacia dónde va el camino de la recuperación. Si no, las defensas jamás dejarán de hacer acto de aparición y el dolor no podrá salir y ser sanado por personas bondadosas.

Portada del libro de Judith Herman


"Es responsabilidad del terapeuta usar el poder que le ha sido conferido sólo para fomentar la recuperación del paciente, resistiendo toda tentación de abusar de él. Esta promesa, que es central para cualquier relación terapéutica honesta, es de especial importancia para pacientes que ya están sufriendo como resultado de que un otro ha hecho un ejercicio arbitrario y abusivo del poder 

El terapeuta es convocado para ser testigo de un crimen. Debe asegurar una posición de solidaridad con la víctima. Esto no significa la idea simplista de que la víctima no puede equivocarse, sino implica más bien una comprensión de la fundamental injusticia de la experiencia traumática y la necesidad de una resolución que restaure alguna sensación de justicia. Esta afirmación se expresa en la tarea cotidiana del terapeuta, en su lenguaje, y sobre todo en su compromiso moral de decir la verdad sin evasiones ni disfraces. El rol del terapeuta es a la vez intelectual y relacional, y fomenta a la vez el insight y la conexión empática". (Judith Herman, 1992)


REFERENCIAS


Barudy, J. y Dantagnan, M. (2005). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.

Benito, R. y Gonzalo, J.L. (2017) La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Benito, R. (2020). Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y la adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones.

Bromberg, P. (2011). La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional. Madrid: Ágora relacional.

Dantagnan, M. (comunicación personal, 16 de octubre 2022).

Fonagy, P. Gergely., Jurist, E., Target, M. (2002). Affect regulation, mentalization, and the development of the self. NY: Other Press.

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