lunes, 21 de marzo de 2016

De la desprotección a la protección terapéutica de la infancia, por Cristina Herce Sellán


Diez meses, diez firmas.


Profesional invitada en el mes de marzo de 2016:



Cristina Herce Sellán



Tenía muy claro (desde la apertura del blog a colaboraciones de compañeros/as y colegas) que este año Cristina Herce Sellán nos visitaría para ofrecernos un artículo. Cristina también pertenece a la manada de gente buena, como dice Jorge Barudy. Hace ya muchos años que nos conocimos, ambos compartimos aquella maravillosa e inolvidable formación en Barcelona (lo que después devino en el postgrado en traumaterapia infantil-sistémica de Barudy y Dantagnan) Somos los apega 1. Y desde entonces, hemos estrechado lazos profesionales y de amistad. Cristina Herce lleva toda su vida poniendo su gran corazón e inteligencia trabajando en Protección a la Infancia (en la empresa que cofundó -Centro Lauka- con otras colegas, hace más de veinte años) en el ámbito del acogimiento familiar. Lauka (junto con la Diputación Foral de Gipuzkoa, a lo largo de todos estos años) ha conseguido que Gipuzkoa sea pionera y un ejemplo a seguir en los programas de acogimiento familiar. Pocas voces están tan autorizadas a hablarnos del tema sobre el que Cristina va a tratar a continuación: nos invita a que la sociedad avance aún más en el ámbito de la protección al menor proponiéndonos el desafío de lo que ella denomina la protección terapéutica. Toda protección debe serlo. Porque los conocimientos científicos que el auge de la neurociencia nos ha proporcionado y que Cristina Herce articula en este post tan acertadamente, nos señalan indiscutiblemente la imperiosa necesidad de proteger -y cuanto antes- terapéuticamente a la infancia maltratada. Muchísimas gracias por tu participación en Buenos tratos, Cristina.



Cristina Herce Sellán. Licenciada en Psicología por la Universidad del País Vasco. Máster de Terapia Familiar y de Pareja. Diplomatura E.P.U. sobre Asesoramiento en Materia de Adopciones por la Universidad de Valencia.1ª Promoción del Curso de especialización en Psicotrauma para la Intervención con Víctimas de Malos Tratos a la infancia impartido por Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan. Socia fundadora de Lauka Centro de Estudios e Intervenciones Psicológicas que desde 1995 desarrolla el Servicio de Apoyo Técnico al Acogimiento Familiar bajo contrato con la Diputación Foral de Gipuzkoa.


Hace 18 años Jorge Barudy escribió “El dolor invisible de la infancia”, que supuso una referencia fundamental para quienes nos sentíamos sensibilizados con la situación de la infancia en general, y de la infancia maltratada en particular. Desde entonces hasta ahora, la sociedad ha evolucionado de forma espectacular pudiendo destacarse, entre otros, los siguientes descubrimientos: vehículos de pila de combustible; robótica de última generación; procesadores neuromórficos que procesan la información imitando la arquitectura del cerebro humano; inteligencia artificial emergente, máquinas que aprenden automáticamente asimilando grandes volúmenes de información; genoma digital; impresoras en 3D, …. Sin embargo, si nos fijamos en la atención que nuestra sociedad dispensa a nuestros niños y niñas, la realidad es bien distinta y la infancia sigue siendo un colectivo invisible y con problemas poco reconocidos. En este sentido, un informe elaborado por UNICEF (“La infancia en España 2014. El valor social de la infancia: hacia un pacto de Estado por la infancia" Para descargarse el informe en PDF, haced clic aquí) nos confronta con una durísima realidad de la que pueden entresacarse a modo de ejemplo los siguientes datos: 27,5% de tasa de pobreza infantil en España; reducción constante y progresiva de la inversión en infancia, 14,6% desde 2010 (aproximadamente 772 euros por niño); elevados índices de fracaso escolar (23,1% de los alumnos acaban ESO sin obtener la titulación), y de abandono educativo temprano (el 23,5% no continúan los estudios)


Sin duda se nos ocurren muchas razones que pueden explicar esta situación,  pero tal y como se menciona en el citado informe: “La falta de visibilidad política y social de la infancia y su muy escasa capacidad de participación e influencia en las decisiones políticas que les afectan, la hace un grupo social especialmente relegado en el ejercicio de la ciudadanía democrática, a pesar de constituir el 17,9% de la población”.

Hay numerosas razones éticas y legales por las que las sociedades avanzadas deberían prestar más atención a sus niños y niñas; pero además existen poderosas razones económicas y sociales por las que merece la pena hacerlo. Invertir en la protección a la infancia hoy reduce importantes costes sociales en el futuro: “Un Estado que se desentienda de su infancia y una sociedad que no asuma colectivamente su papel de contribuir a la protección y desarrollo de los niños tendrán que aceptar futuros costes públicos y privados cada vez más altos. Los bajos niveles educativos, la desigualdad, la pobreza y la exclusión social de la infancia presentan facturas que revierten en el país al cabo del tiempo en forma de mayores costes sanitarios y hospitalarios, repeticiones de curso educativo y programas de apoyo escolar, subsidios y ayudas sociales o gastos en el sistema de justicia y penitenciario” (informe elaborado por Unicef anteriormente citado).
En este mismo sentido, Sue Gerhardt, psicoanalista británica que ha dedicado su vida profesional al estudio de los bebés, en una fascinante entrevista que le hace Eduardo Punset dice que “La mejor manera de luchar contra las enfermedades mentales, contra la delincuencia y contra la violencia en nuestras sociedades es ocuparse de los bebés”. Son incontables las evidencias científicas que sostienen esta afirmación y, por desgracia, son también innumerables las evidencias de la dificultad de revertir los devastadores efectos de las vivencias traumáticas, especialmente cuando estas se producen en la primera infancia prolongándose después durante varios años. Sirvan como ejemplo de ello los trabajos de Van der Kolk entre otros muchos autores. Por tanto, no se entiende bien que sigamos dedicando la mayor parte de los esfuerzos a intervenir cuando el daño está instaurado, en lugar de intervenir preventivamente antes, desarrollando políticas protectoras de la crianza de los hijos e hijas en general y especialmente de colectivos de riesgo potencial desde el mismo embarazo.
Posiblemente, uno de los principales impedimentos para invertir en programas de prevención e intervención temprana es que se requieren políticas aparentemente poco rentables, con un elevado coste inmediato en aras a lograr un beneficio futuro difícil de vislumbrar.

Además, existen otros factores que han contribuido a mantener estrategias de intervención tardía. Mencionaré algunos de ellos.

En primer lugar, en la década de los 70 en EEUU surgieron los primeros movimientos que denunciaban el elevado daño que se infligía a los niños y niñas que eran separados de sus familias y ubicados en diferentes emplazamientos temporales y cambiantes (Historical evolution of Child Welfare Services. Mc. Gowan, B.). Como consecuencia de ello  fueron apareciendo numerosos autores que defendían la necesidad de desarrollar planes estables para estos niños y niñas (“permanency planning”) y prácticas orientadas a ayudar a las familias con dificultades a cuidar adecuadamente de sus hijos con programas específicos que se integraban en un movimiento que tuvo mucha difusión y que defendía la preservación de la familia (“family preservation”).  Esta perspectiva sigue siendo válida hoy en día, pero no debemos ampararnos en ella para primar,  por encima de la necesidad y el derecho de los niños a ser protegidos, el mantenimiento del vínculo biológico entre progenitores  e hijos sin cuestionar su calidad.
Paralelamente, el ordenamiento jurídico existente hasta hace pocos años concedía un valor primordial a los derechos de los padres/madres biológicos sobre sus hijos e hijas, infravalorando las necesidades infantiles y el efecto de posponer o negar la cobertura de las mismas, en espera de lograr una potencial capacitación de los padres.

Otro factor importante a tener en cuenta ha sido la visión adultista de la infancia que se ha mantenido hasta hace pocos años - todavía hoy impera en muchos contextos-, y que ha promovido el desarrollo de estructuras sociales y procedimientos adaptados a las necesidades de los adultos, ignorando la especial idiosincrasia de la infancia. En el marco legislativo, recientemente ha habido una importante reforma de la ley del menor en nuestro país que ha modificado sustancialmente la concepción de las personas menores de edad introduciendo importantes mejoras como su reconocimiento como ciudadanos y, por tanto, como personas con derechos y obligaciones, y el establecimiento de “el interés superior del menor” como referencia principal en la toma de cualquier decisión en la que  se vean afectados (https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2015-8470; https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2015-8222).
Por último, me gustaría referirme a otro factor que considero que ha tenido también una influencia decisiva en preservar estas actitudes, como es el mantenimiento de una visión de la Protección Infantil como una disciplina eminentemente socioeducativa y psicológica, minimizando o negando el hecho de que somos seres biológicos y que mente y cuerpo están intrínsecamente interrelacionados.

Afortunadamente, frente a estos factores,  estamos asistiendo actualmente a un cambio profundo que nos obliga a entender la infancia desde una perspectiva integradora en la que convivan las aportaciones de los conocimientos procedentes del campo psico-social, educativo y médico. En este sentido, para poder avanzar la protección infantil debe integrar en el desarrollo de sus programas de intervención los avances en neurociencia.
En esta área del conocimiento asistimos a una auténtica revolución que amplia notablemente nuestro conocimiento del desarrollo infantil. Hoy día parece obvio que los dos primeros años de vida de las niñas y los niños son claves para su desarrollo. Lo novedoso es que actualmente estamos en condiciones de argumentarlo con evidencias científicas que vinculan el desarrollo del cerebro con procesos biológicos, con el establecimiento del vínculo de apego y con el efecto de la interacción del niño con el adulto en esa época de la vida. Nuestro sistema nervioso es el mediador inicial entre las circunstancias ambientales y nuestros estados internos. Del establecimiento de una relación de apego seguro durante los primeros años de vida va a depender no sólo el funcionamiento mental del adulto, sino también su salud general. Numerosos estudios relacionan las experiencias de abuso y negligencia en la infancia con problemas psiquiátricos y padecimientos físicos como la obesidad, la diabetes, la hipertensión y enfermedades autoinmunes.  Además el neurodesarrollo sigue una programación genética que no va a esperar por nosotros, obligándonos a  proporcionar al niño o a la niña los cuidados adecuados en cada fase a riesgo de causar un daño cerebral que en algunos casos puede ser irreparable.

Todo este conocimientos nos obliga a realizar un profundo análisis de las intervenciones que llevamos a cabo con los niños y niñas, especialmente con los que han estado expuestos a situaciones de desprotección de diferente gravedad. Tradicionalmente, desde esa posición adultista a la que me he referido anteriormente, hemos desarrollado muchas líneas de actuación en protección infantil dirigidas a proteger los derechos de los padres y madres sobre sus hijos  e hijas. Así, en coherencia con un sistema legal muy garante de los derechos de los adultos, con más frecuencia de la deseable se ha priorizado el mantenimiento de los lazos biológicos por encima de las necesidades de los niños y niñas que han sido relegadas a un segundo lugar. Lo que la neurociencia nos muestra actualmente es que en los dos primeros años de vida el cerebro del bebé dobla su tamaño, y que es el momento ideal para la adquisición de las competencias que mejor correlacionan con una buena salud física y psicológica a corto y largo plazo. Asimismo, sabemos que determinadas competencias y procesos pueden quedar seriamente dañados en esta fase de le vida de un modo que puede ser definitivo.
Desde mi experiencia profesional de muchos años trabajando en el acogimiento familiar y en la post-adopción he sido testigo directo del tremendo esfuerzo que muchos niños y niñas, y  las familias que los han acogido o adoptado, han  realizado para tratar de revertir las duras consecuencias de graves experiencias de desprotección previas convirtiéndose en admirables ejemplos de resiliencia. Las familias acogedoras y adoptivas se enfrentan al difícil reto de desarrollar una “crianza terapéutica”, que describe de forma tan magistral Jose Luis en su último libro “Vincúlate” y que, como hemos comentado en no pocas ocasiones, quizá debería haberse titulado “Vincúlate…, si puedes”. En este sentido, la crianza terapéutica es claramente un objetivo fundamental de la parentalidad social pero, ni está al alcance de todas las familias - por las competencias que requiere-, ni tampoco de todos los niños y niñas; depende de muchas variables: impacto del trauma previo, resiliencia primaria y secundaria, neurodesarrollo, etc. 

Si conectamos este aspecto con la importancia de invertir en infancia para ahorrar gran sufrimiento y costes económicos a la sociedad, parece claro que, además de desarrollar crianzas terapéuticas, deberíamos promover una “protección terapéutica” en la que el marco referencial de los profesionales debería ser la cobertura suficiente (no ya ideal) de las necesidades de los niños y niñas con los que trabajamos; bien sea en su familia, o si esto no es posible, en una familia alternativa con competencias y habilidades suficientes.  Creo sinceramente que el actual marco social, científico y legal, no solo lo permite, sino que nos lo está exigiendo..

martes, 8 de marzo de 2016

Emotivo encuentro con los/as niños/as del Liceo Axular. Unidos/as por los buenos tratos.

El pasado día 23 de febrero fui invitado por el Liceo Axular de San Sebastián-Donostia y la Red Educativa Sargoi - The Human Network Sargoi impulsada por el profesor Aitor Uriondo y equipo, dentro del proyecto Club del Sabio, a un encuentro con niños y niñas de sexto de Educación Primaria a hablarles sobre los buenos tratos.

Lo mejor de todo esto ha sido que la iniciativa, el entusiasmo y el corazón para que finalmente sea invitado los ha puesto un niño del Liceo Axular (Escuela Vasca) quien sabiendo de la importancia que el tema de los buenos tratos tiene entre los/as compañeros/as, y conociendo que servidor de ustedes trabaja por los mismos y que dirige un blog sobre ello, convenció a su tutor (Aitor Uriondo) para que contara conmigo -y me incluyera dentro de ese club- y participara en una de las sesiones que a lo largo del curso escolar distintas personalidades suelen mantener con los niños/as. 

¿Cabe mayor reconocimiento que a uno le propongan para un evento así de sensible, emocionante y bonito? ¿Es posible mayor satisfacción personal y profesional que un niño me honre de este modo concediéndome el honor de ser un sabio de los buenos tratos? En efecto. ¡No cabe más! El reconocimiento de los niños/as es el más grande que uno puede recibir.

Emocionado, acepté gustosamente la invitación. Así conocí personalmente a Aitor Uriondo y juntos planificamos el encuentro con los niños/as.

Pensamos en un acto sencillo, breve pero a la vez emotivo y con mensajes metafóricos sobre la belleza y el bienestar que conlleva tratarse bien. Mensajes que lleguen al hemisferio derecho de los niños/as. 

Así pues, lo primero que hicimos fue reunirnos todos/as, niños/as y profesores, en una sala, disponiéndonos en círculo, para poder favorecer las interacciones cara a cara y potenciar la comunicación. A continuación, expuse una breve disertación en la que comparamos los buenos tratos a la persona con la luz, el agua, la tierra y los cuidados sensibles que una planta necesita para crecer y desarrollarse en todo su esplendor. Si la planta no recibe esos nutrientes -los niños/as contestaron al unísono- "se muere" La analogía incluía comparar esos nutrientes y cuidados con los buenos tratos que nos debemos de prodigar. "Porque si no, nuestro cerebro sufre. Recibe daño. Y no podemos crecer y desarrollarnos sanos y felices de vivir" "No nos merecemos esto. Como dice Jorge Barudy, tenemos un propósito en esta vida: ser felices. Y el único modo de conseguirlo es a través de los buenos tratos"

"¿Niños/as, qué es dispensarnos buenos tratos?"-. Y aquí fue donde entablamos un memorable diálogo con ellos/as donde hubo intervenciones de gran altura. Los infantes fueron concretando con una precisión admirable qué es exactamente, en concreto, en nuestra vida real, tratarse bien. Hubo una niña que conocía la palabra empatía, y... ¡maravillado me quedé! Se nota que Aitor Uriondo, los profesores (perdonad que no os cite a todos/as), psicóloga de centro y toda la comunidad educativa son conscientes de la necesidad de formar a los menores de edad fomentando su inteligencia emocional, porque pude comprobar su alta capacidad. Los frutos de su trabajo se empiezan a recoger; y seguramente en el futuro, como la planta que mostramos, ellos y ellas serán un capital de gran valor, llamados (esperamos) a regenerar humanamente esta sociedad. Porque la sociedad solo puede tener futuro si las relaciones humanas son de calidad: respeto, consideración y empatía por el otro, tal y como esa niña con altas capacidades emocionales mencionó al nombrar la palabra. 

Terminamos representado la metáfora. Para ello, escribieron en cartulinas cortadas en forma de hoja de árbol lo que las personas -y en concreto los niños/as- necesitan para poder crecer y desarrollarse sanos. Y todos/as juntos/as -como podréis ver en el reportaje tan precioso que han realizado y cuyo vídeo os adjunto- colocamos (dirigiendo y ejecutando la operación Aitor Uriondo) dichas hojas en las ramas del árbol de la entrada del  Liceo para que los niños/as lleguen en el futuro a ser tan sanos, felices y beneficiosos como él gracias al compromiso por los buenos tratos. Mientras, la estatua de Axular era testigo de ello, a buen seguro el escritor navarro (a quien el Liceo honra manteniendo viva su memoria) se solazará feliz, viendo la bondad de los niños/as.

Un vídeo titulado "El monje y el perro" (quería que se concienciasen también de que el buen trato incluye a los animales, y el vídeo sirvió para eso) unido a una reflexión conjunta con los niños/as a modo de conclusión final sobre la trascendencia de los buenos tratos, puso fin a este emotivo y edificante encuentro, el cual tuvo de remate... ¡Bueno, lo veis en el vídeo! 

Los/as niños/as tienen en su interior un maravilloso libro de instrucciones que son sus tendencias y disposiciones innatas, que pueden moldearse para dejar fuera la piedra sobrante y que emerja una escultura prodigiosa y bella. Y eso lo consigue el poder beneficioso que tienen los buenos tratos, la ecología social de los buenos tratos. ¡Gracias Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan por enseñarnos esta manera de sentir, creer y vivir la vida! 

¡Muchísimas gracias de corazón a toda la comunidad educativa del Liceo Axular (vuestro proyecto Sargoi debe ser difundido y extendido. Por mi parte, pongo mi pequeño grano de arena desde estas líneas) porque me habéis dado el magnífico regalo de poder hablar y compartir con los niños/as un emotivo e inolvidable encuentro! 

¡Se me olvidaba! ¡Regalamos chuches al final, claro! Conecté con mi niñez, y cuando en mi colegio repartían dulces o caramelos... ¡nos hacia mucha ilusión! Quise transmitir la misma, y acabar con un detalle de celebración.

Umeekin oso pozik eta gustora sentitu nintzen. Eskerrik asko Lizeoari esperientzia honetan parte hartzeagatik. 

Reportaje del evento: 




Vídeo titulado "El perro y el monje":



Cuidaos / Zaindu 

lunes, 7 de marzo de 2016

Rol del hemisferio derecho del cerebro en el desarrollo de la futura capacidad para regular las emociones.

Conforme más leemos y aprendemos de los grandes autores y en la medida que vamos tratando más y más niños y adolescentes víctimas de malos tratos con afectación grave al primer vínculo de apego, con más convicción creemos que la influencia de un adulto -con tendencia a la estabilidad emocional en su personalidad, con capacidad empática y representaciones mentales de apego seguras- es de vital trascendencia en la vida de los niños/as. La mente humana se construye con la intervención de otra mente. Esto todavía sorprende a bastantes personas. Hay adultos que consideran que el niño/a, por edad, debería tener ya desarrollada una madurez para comportarse regulada y estructuradamente. “Tienes ya doce años, tendrías que ser capaz de estudiar solo y recoger tu cuarto” Como si el sistema nervioso del ser humano, per se, incorporara los aprendizajes sin intervención de la experiencia. No importan los años que el niño/a tenga. Si no se ha hecho con él/ella un trabajo donde los adultos le den permanencia para estabilizar hábitos, intenciones, emociones y pensamientos (sobre todo y ante todo cuando trabajamos con menores que no tuvieron la experiencia de una permanencia suficiente con un adulto a edades tempranas, donde se construyen los fundamentos básicos para desarrollar el sentido de uno mismo), es complicado que una persona menor de edad pueda hacerlo por sí solo/a.

Recientemente hemos incorporado las aportaciones de Allan Schore, un eminente neuropsicólogo que ha estudiado el apego y su relación con el desarrollo cerebral y la creación de las estructuras y redes neurales que permiten la regulación emocional. “La teoría del apego es una teoría de la regulación”, dice Shore. Un adulto ha de regular al niño tempranamente y durante el tiempo que precise, si queremos que en un futuro se auto-regule. Y esta acción regulada externa tiene poderosas influencias en el desarrollo cerebral.

Donde más vamos a notar esta dificultad regulatoria del niño/a en el futuro (si tempranamente no hubo un adulto que hiciera esta tarea, desde bebé, con el menor) es en el manejo del estrés. La gran mayoría de padres y madres que tienen niños/as en acogimiento familiar o hijos/as adoptivos cuyo denominador común son los tres primeros años de vida con cuidados de baja calidad, expresan las grandes dificultades que tienen los menores para gestionar el estrés en general (los deberes escolares, la novedad, la incertidumbre, el cambio de planes…) y/o modular el deseo (manejar las emociones y los impulsos para demorar la gratificación, tolerar una frustración, perseverar ante la dificultad…) Y es que como Allan Schore nos dice: “El desarrollo de la habilidad para afrontar adaptativamente el estrés está directamente y significativamente influenciada por las interacciones tempranas con el cuidador primario”

La labor del cuidador es crucial, orquesta el desarrollo genético cuyas instrucciones vienen en el ADN, el gran libro de instrucciones, como dice mi amigo y colega psiquiatra Rafael Benito Moraga. Lo importante también es, sin duda, la competencia del cuidador porque “incluso sutiles diferencias en los cuidados pueden afectar el desarrollo del apego del infante y el bienestar físico” Esto quiere decir que a veces, damos por sentado que un cuidador es competente porque alimenta al niño y lo tiene con él o con ella. Sin embargo las sutilezas, los detalles más trascendentes se juegan en la capacidad de establecer una sincronía afectiva y una danza no verbal regulatoria y contenedora de los afectos e impulsos del menor, incluyendo los indeseados, y ser capaz de devolver esto al infante de un modo reflexivo, como apunta Peter Fonagy, otro grande de la teoría del apego e investigador y creador de la teoría de la mentalización.

Una ruptura en la relación temprana de apego o una relación de apego perturbada, como lo es el apego desorganizado, tienen grandes influencias como factores de vulnerabilidad para el desarrollo de un gran abanico de trastornos psiquiátricos en la edad adulta. Allan Schore nos dice que “un postulado fundamental en psiquiatría clínica sostiene que la principal fuente de estrés precipitante de trastornos psiquiátricos implica la respuesta afectiva a una ruptura o pérdida de una relación significativa”.

Por ejemplo, pensemos por un momento en los menores de acogimiento residencial: suelen presentar alteraciones en el vínculo de apego (en un tanto por ciento elevado, apego desorganizado) que si co-ocurren con otros indicadores graves de desprotección (unida a la incapacidad severa y crónica de sus progenitores para ejercer la crianza como padres) conlleva la retirada de la tutela y/o guarda y el ingreso en un centro de menores donde han de enfrentarse al dolor de numerosas pérdidas que pueden volver a producirse: además de trabajar el duelo para asimilar la incapacidad de dichos padres, se suman otros duelos como los cambios de centro por edad, de colegio (a veces, al cambiar de centro), de compañeros de centro que formaron parte de su vida, educadores… Por ello, algunos (si no reciben el acompañamiento educativo y terapéutico de calidad que precisan para hacer un proceso resiliente) desarrollan múltiples patologías psiquiátricas.

Cualquier lectura, trabajo e intervención psiquiátrica y psicológica que excluya esta visión de duelos (a veces en cadena) repetidos, a veces no resueltos, y dolorosísimos, como factores directamente relacionados con la aparición y mantenimiento  de dichas patologías es una visión sesgada, incompleta e insuficiente. Centrarse en causas genéticas (o sólo genéticas) para explicar las depresiones, los problemas de conducta, la hiperactividad, la ansiedad o la psicosis que presentan muchos de estos menores es sumamente incorrecto. Eso abunda en la no necesidad de mejorar las condiciones de vida familiares, emocionales y sociales de estos niños y jóvenes, puesto que las causas son genéticas. No podemos excluir ni a los genes ni al ambiente como variables explicativas de los trastornos mentales; y en el caso de los menores acogidos o adoptados, menos aún.

Incluso las explicaciones neurológicas que ofrecemos en este blog son explicaciones no aisladas de lo social. El cerebro es un órgano social creado para conectar con los otros desde el principio. Si en la especie surgió la necesidad de crear un vínculo de apego es porque para nosotros la necesidad de vincular con los demás (primero el vínculo de apego con los padres, luego otros vínculos afiliativos también importantes) fue de vital importancia para sobrevivir: crear relaciones de colaboración hizo que los humanos creáramos civilizaciones.

Por ello, las explicaciones neurológicas basadas en disfunciones en el desarrollo cerebral de los niños y niñas estresados tempranamente por vínculos de apego inseguros son de neurobiología interpersonal: las relaciones humanas crean el cerebro.

Allan Schore ha abundado magistralmente en su libro “Affect Dysregulation and Disorders of the Self ("Disregulación Afectiva y Trastornos del Self”) en el papel que el hemisferio derecho del cerebro juega en la aparición de diversos trastornos psiquiátricos. Como sabéis, el hemisferio derecho es predominante durante los dos-tres primeros años de vida del ser humano. Y es totalmente dependiente de la experiencia (relación de apego temprana con un cuidador competente) para que las redes neurales se desarrollen eficientemente, redes que intervienen decisivamente en las primeras experiencias de apego seguro que sientan las bases de la futura capacidad adulta para regularse y afrontar el estrés adaptativamente.

Shore refiere en el mencionado libro que “los estudios neurobiológicos indican que el hemisferio derecho, el cual más que el izquierdo está profundamente interconectado con el sistema límbico (sede cerebral del mundo emocional) y está fundamentalmente implicado en la respuesta y el afrontamiento del estrés, experimenta un espectacular crecimiento en la infancia temprana. Las áreas límbicas del córtex están en un intenso estado de mielinización (haz click aquí para saber qué es la mielinización) desde la mitad del primer año hasta la mitad del segundo año y muestran una maduración anatómica al final de este periodo” Es por lo tanto, un período muy crítico en la vida de todo ser humano.

“La investigación psicobiológica indica que los sistemas de desarrollo estresados prenatalmente muestran desde el nacimiento una alteración de los niveles de dopamina en el hemisferio derecho y alteraciones de la emocionalidad. Niños diagnosticados como de alto riesgo para la esquizofrenia exhibían tempranamente déficits neurointegrativos tempranos, reflejando desregulación de los sistemas hipotalámicos y de activación reticular” Y así Shore nos ilustra un buen número de estudios que dan cuenta de cómo se ve afectado el cerebro por el maltrato temprano por la enorme sensibilidad y crecimiento del hemisferio derecho, sede del inconsciente, de la memoria implícita. El lector interesado puede acudir al libro y revisar los mencionados estudios.

Lo que más nos importa a nosotros es que “existe cada vez más evidencia científica de que los déficits asociados a este hemisferio derecho persisten hasta que el individuo llega a la infancia” “Una pérdida de interconexiones (parcelación extensiva) dentro del desarrollo temprano del hemisferio derecho del niño está asociado a un déficit de la percepción social que conlleva una dificultad en evaluar las expresiones faciales, gestos o prosodia. Estos niños están en riesgo para el aprendizaje de habilidades no-verbales” Algo que Shore ha denominado “Síndrome del desarrollo del hemisferio derecho” “Este síndrome no se reconoce hasta que el niño no ha entrado en la escuela e incluye: maladaptación a diferentes situaciones, dificultad para mantener amistades, conductas de timidez excesiva y evitación del contacto ojo a ojo” Y este tipo de déficits son bastante frecuentes en menores que han sido institucionalizados. Algunos pueden ser diagnosticados de autismo, incluso. Cuando puede deberse a un trastorno del apego.

Schore afirma “que pueden existir dificultades crónicas para regular las emociones. Las limitaciones funcionales en este aspecto reflejan déficits metabólicos y estructurales en los sistemas frontolímbicos (que unen lóbulo frontal con el límbico) y que contienen conexiones con las áreas corticales y subcorticales y son las sedes sobre las que se asienta la psicopatogénesis” Los entornos relacionales tempranos, graves por su negligencia afectiva o maltrato generaron una “inestable capacidad derecha para evaluar y guiar la conducta”

Todo ello nos sugiere la enorme trascendencia de las intervenciones tempranas que garanticen el derecho de los niños y niñas a crecer con adultos que puedan potenciar y crear con sus mentes seguras hemisferios derechos que en el futuro sean capaces de regular las emociones y guiar la conducta adecuadamente.

Además, Allan Schore nos ha inspirado para introducir en la psicoterapia (y creo que, por qué no, también en las intervenciones educativas) un nivel de relación no verbal con el niño que repare -o contribuya a reparar- este hemisferio derecho lo más posible y gane en riqueza y regulación. Tanto porque por efecto del abandono nos encontremos con un niño/a apagado emocionalmente, con un rostro inhibido, poco expresivo, que rechaza el contacto ocular (más propio de un abandono donde el hemisferio derecho es un desierto emocional en cuanto a contenido no verbal) como si hemos de trabajar o relacionarnos con otro menor que habiendo vivido maltrato no se regula -en la esfera de la hiperactivación- y en su hemisferio derecho están depositadas la pena, la ira, la agresividad, las sensaciones de desconfianza, de daño interno… Shore no dice que estos menores “tienen que reestructurar no los contenidos inconscientes sino el mismísimo inconsciente”

Por ello, hemos de tener una relación a nivel no-verbal con ese niño o niña que acude a nuestra consulta o centro de acogida. O si somos padres adoptivos o acogedores, ir poco a poco estableciendo (desde el juego, que no es amenazador) cercanía física, contacto ocular progresivo, comunicación gestual… Todos los componentes que suponen ese conocimiento relacional implícito que puede en el aquí y ahora desarrollarse -e incluso modificarse- gracias a una experiencia de sintonía y conexión emocional profundas con nuestros niños/as y jóvenes.

Ponemos punto y final al post de hoy con la picada. Recientemente, el portal psiquiatría.com difundió una noticia que divulgaba una investigación que apunta que los genes no son el destino. Me parece adecuado cerrar con la misma porque nos viene muy bien con el tema que hemos expuesto hoy en el que hemos constatado como el cerebro se construye bajo la influencia del ambiente y que ambos son inseparables. Atención a una de las conclusiones: las personas con un determinado tipo de composición genética son más vulnerables emocionalmente en un ambiente negativo; ¡pero en un ambiente de apoyo esas mismas personas tienen posibilidades de prosperar!. Esta investigación apoya cien por cien el que destinemos todos los recursos psicosociales a los menores y a las personas adultas afectadas por trastornos porque gracias a los mismos pueden evolucionar positivamente. El artículo completo ha sido publicado en septiembre de 2015 en la revista British Journal of Psychiatry. Os dejo un resumen:

Las personas con un cierto tipo de gen resultan más profundamente afectadas por sus experiencias de la vida, según revela un nuevo estudio. Los hallazgos desafían el pensamiento tradicional sobre la depresión, al mostrar que lo que podría considerarse como un gen de riesgo para la depresión en un contexto, en otro puede ser beneficioso.

Investigadores de la Universidad de Melbourne, en Australia, estaban interesados en saber por qué algunos, pero no todos los adultos, que han sufrido abuso sexual o físico cuando eran niños llegan a desarrollar depresión a largo plazo.
La investigación, publicada en ‘British Journal of Psychiatry Open’, se centró en un gen particular, conocido como SERT, que transporta el químico regulador del estado de ánimo, la serotonina. Cada persona tiene uno de los tres tipos de genes SERT: largo-largo (l/l), corto-largo (s/l) o corto-corto (s/s).
El equipo de investigadores analizó el ADN de 333 personas de mediana edad con ancestros del norte y oeste de Europa y registró sus síntomas depresivos cada año durante un periodo de cinco años. Los individuos con el genotipo s/s (23 por ciento) que habían experimentado abuso sexual o físico cuando eran niños eran más propensos a sufrir síntomas depresivos severos en la mediana edad, mientras los individuos con este mismo genotipo pero sin antecedentes de abuso eran más felices que el resto de la población.
Los investigadores, de los departamentos de Psiquiatría y Medicina General de la Universidad de Melbourne, dicen que los hallazgos desafían el pensamiento tradicional sobre la depresión. En el futuro, el gen puede ser una señal de susceptibilidad de una persona a la depresión, sobre todo si tiene un historial de abuso, y puede ayudar a los médicos a identificar a pacientes que necesitan ayuda adicional para recuperarse de la depresión.
El investigador principal, el doctor Chad Bousman, afirma que aunque la relación entre el gen SERT y la depresión se ha estudiado antes, nunca se ha examinado en el tiempo. El seguimiento de esta relación durante más de cinco años proporciona información detallada sobre los cambios en los síntomas depresivos a lo largo del tiempo.
Bousman cree que esto podría ofrecer esperanza a las personas que sufren de depresión clínica. “Nuestros resultados sugieren que algunas personas tienen una composición genética que las hace más susceptibles a los ambientes negativos, pero si están en un ambiente con apoyo, estas mismas personas tienen probabilidades de prosperar”, afirma Bousman.
A su juicio, se trata de una buena noticia para las personas que sufren de depresión y los profesionales de la salud que las tratan. “Usted no puede cambiar su genotipo o volver atrás y cambiar su infancia, pero puede tomar medidas para modificar su entorno actual. También significa que no es tan sencillo como decirle a una persona que, debido a que tienen un gen de riesgo, está condenado. Esta investigación está demostrando que no es así”, detalla.
“Los genes de una persona por sí solos no son suficientes para determinar cómo podrían experimentar depresión. Esta investigación revela que lo que puede ser considerado como un gen de riesgo en un contexto, en realidad puede ser beneficioso en otro. Así que esto se opone directamente a la noción de determinismo genético, la idea de que los genes definen el destino”, añade Bousman.
Cuidaos / Zaindu