sábado, 24 de mayo de 2008

Un bebé de 8 meses

Hace unos días me encargaron desde los servicios sociales una valoración psicológica, del daño que puede presentar, de un bebé de 8 meses. Muchos de mis allegados con quienes comento esta tarea que me han encomendado, se sorprenden y me dicen: -"¿Sí, eh?" Como queriendo decir: "¿pero hay que llevar a un bebé de 8 meses al psicólogo?" Cuando les explicas que sí, que una valoración psicológica no tiene edad, y que cuando existe un problema de maltratro o abandono detectar el retraso en el desarrollo que el infante puede presentar (por ejemplo, cómo son los ritmos corporales del niño, si ha formado ya unos primeros apegos...) es fundamental para poder arbitrar medidas psicoeducativas lo más tempranamente posible que puedan favorecer la recuperabilidad, entienden rápidamente la necesidad de que acuda a la valoración.

Cuando me encontré con el bebé (un niño muy inquieto, movido, con unos ojos claros muy bonitos, un tanto menudo) recordé los comentarios de Jorge Barudy sobre los niños víctimas de malos tratos: son los supervivientes, los héroes anónimos de historias de vida muy duras, y sus conductas son reflejo de ello. Y el ambiente las selecciona por su indudable valor de adaptación. Este bebé es tan inquieto e irritable porque no ha tenido suficientes experiencias de confort que le hayan ayudado a autocalmarse. Está a la espera de un acogimiento familiar que deseo sea acertado y le proporcione un cuidador estable y reflexivo. Impresionaba observar cómo lloraba (desgarradoramente: para haber vivido sólo 8 meses ya ha registrado demasiadas frustraciones, intolerables, como son las carencias) cuando se enfadaba porque no se le daba un juguete. Pero también agradaba comprobar cómo se iba calmando cuando se le cantaba una suave nana... quedaba como hipnotizado y tranquilizado. Sin embargo, a su edad, ya debería mostrar al menos una sensibilidad social diferenciada, esto es, discriminar cuidadores conocidos de los no conocidos. Y no lo hacía. Todavía no ha formado un apego de base; y esto puede dejar secuelas psicológicas en el futuro.

Hay que concienciarse de que el daño que un ser humano recibe del entorno (por parte de unos adultos que maltratan o abandonan o abusan sexualmente) entre los cero y los tres años pasa factura, para entendernos. El niño se puede recuperar más o menos según la gravedad de lo que haya vivido y sufrido, aunque no será como si nada hubiese pasado. Pero no ocurre, como me decía un padre adoptivo recientemente, que se pone al nivel de los demás en unos pocos meses. Lo que la mente percibió se memorizó. Y queda grabado, y en cada momento del desarrollo se expresa traumáticamente a través de conductas diversas. Por lo tanto, el acompañamiento que los niños necesitan del adulto, y la dependencia del mismo para casi todo, es mucho más largo que el que precisan los niños que no han vivido experiencias traumáticas.
Y, como este niño que yo he valorado, hay, desgraciadamente, muchos. Demasiados. Debemos de seguir sensibilizando a la población, y previniendo, el maltrato infantil.

martes, 6 de mayo de 2008

La muerte de un ser querido

Es uno de los acontecimientos vitales más dolorosos que existen, pero forma parte inexorable de la vida. Cuando lo vivimos en propia carne, es cuando lo hemos experimentado, y por lo tanto, es cuando sabemos y conocemos de qué hablamos. Quien haya perdido un ser querido (padres, abuelos, tíos, hijos, primos, amigos…) sabe muy bien a que me estoy refiriendo.

No hay ningún ser humano que pueda escapar del manejo, tarde o temprano, de la experiencia de la muerte de alguien afectivamente cercano. La muerte no es algo sobre lo que podamos reflexionar con libertad; es un tema tabú, tanto como lo fue el sexo en su tiempo. Cualquiera que hable del tema en una reunión, será tachado de transmitir “mal rollo”. Incluso se ha apartado a los niños de la experiencia de la muerte de las personas. Los tanatorios son los lugares destinados a este fin, confinados en las afueras de las ciudades, lejos, para no contactar con lo que simbolizan. Por eso está aflorando un tipo particular de trastorno en nuestros días: El de Evitación Experiencial, que surge como consecuencia de la labor educativa de privar a las personas de experiencias que necesitan para su desarrollo psicológico: vivir la frustración, experimentar el duelo, tener un fracaso…

Con la palabra duelo nos referimos en psicología al proceso de elaboración mental de la persona perdida o de una pérdida en general. Tradicionalmente se consideraba que este proceso tenía unas fases delimitadas: un primer momento de shock; un segundo momento de toma de conciencia y rebeldía, de negación y rabia; para, finalmente, pasar a la etapa de la resolución: la aceptación de la muerte y de la pérdida de la persona. Todo más o menos en un periodo de tiempo equivalente a dos/tres meses, como mucho.

Sin embargo, constatamos en la práctica que no hay un guión definido para nadie. Hay gente que no pasa por esas etapas. O se alargan más unas que otras. Lo que sí está claro es que la muerte debe ser elaborada, cada individuo cuenta con una manera de hacerlo, con sus conductas; el dolor se hace más tenue con el tiempo, más soportable, te dicen algunas personas. Pero nada es como antes, aunque lleguemos a conseguir adaptarnos.

Otro de los mitos es que, quien no exteriorice el dolor, no está llevando un proceso psicológicamente sano. Tampoco es cierto. Hay personas cuyo mecanismo para enfrentar un suceso de tal magnitud es la soledad, o pasear…

En cualquier caso, contar con apoyo emocional y familiar, hablar cuando se pueda y se quiera hablar, esforzarse por llevar un estilo de vida lo más normalizado posible (hay que luchar contra la culpa de que quien reanude su vida se olvida del fallecido), manejar el dolor y estar atento a posibles complicaciones (no se entra en depresión sí o sí cuando alguien muere; el duelo es una vivencia por la que hay que pasar y tiene un carácter normal)

Luego, se analiza cada caso en particular porque cada mente y cada cerebro son únicos y procesan las experiencias de una manera propia, idiosincrásica. Y distintas las circunstancias de cada pérdida. El tratamiento psicológico está para quien no puede sobrellevar una experiencia de este tipo, se siente desbordado. Pero hay que vivirla con la convicción de que el ser humano tiene más resistencia al trauma de lo que pensamos.

Para profundizar en este tema, recomiendo este libro: Optimismo inteligente, de María Dolores Avia y Carmelo Vázquez.

La técnica de la Caja de Arena

“Esta técnica no-verbal y no-intrusiva creada por Dora Kalff consta de un escenario y cientos de símbolos en miniatura de nuestra realidad cotidiana y de las otras dimensiones (árboles, piedras, animales, seres humanos y no humanos, casas, naves, objetos, elementos de la naturaleza, imágenes de distintas tradiciones religiosas, figuras míticas, etc.) que permiten manifestar elementos del inconciente personal, transpersonal y colectivo. Partes disociadas de la personalidad tienen la oportunidad de ser integradas y a menudo las personas se sorprenden por la riqueza que encuentran en su interior. Facilita la exploración del mundo interno y la percepción de los movimientos de la psique en su crecimiento hacia la totalidad” (Conciencia sin barreras)

Quiero subrayar sobre todo el aspecto no intrusivo, pues la persona habla de lo que ha hecho, no de sí misma (al menos en la orientación que promueve Josefina Martínez, de la Universidad Católica de Chile, a la cual me adscribo) La interpretación se queda en la metáfora. Es una técnica muy útil cuando las personas no pueden hablar porque las palabras no están disponibles a consecuencia de un trauma; y facilita, como decimos, la integración de lo disociado (ese mecanismo adaptativo que padecen las personas traumatizadas para hacer frente a una realidad que ha puesto en riesgo la integridad física y psíquica de la persona, distanciándose o separándose de recuerdos, percepciones, sensaciones… dolientes)

El uso de un tercer o tercero/s elemento/s (unos símbolos: muñecos, árboles…) vendría a constatar la existencia de una ramificación de la teoría de la mente: poseemos la mentalización, esto es, la capacidad de atribuir al otro un significado, unas intenciones… En este caso son las nuestras depositadas en un universo que es un contenedor de la propia psique, pero vistas desde otro (símbolos) De ahí que proceda lo de la teoría de la mente. Y por eso funciona como técnica, pues percibimos un suceso desde otras referencias, ayudando a la comprensión interior de lo que vivimos emocionalmente.

Los muñecos, los árboles, las casas, los objetos, los seres no humanos… son las palabras; la escenificación en una caja de arena, es la gramática. La consigna que se le da a la persona es atractiva de por sí: “Crea un mundo imaginario” o “Cuenta una historia” La persona coloca los elementos en la caja de arena (árboles, muñecos, piedras…) como desea y/o siente. No hay reglas predeterminadas. El terapeuta actúa como un yo auxiliar que acompaña el proceso en todo momento. Después, cuando se termina, se observa el escenario desde distintos ángulos. Finalmente, se comenta y se habla del mundo, de los personajes, de lo que ocurre… siguiendo las preguntas y la guía del terapeuta. Se cuenta o se comenta si se quiere, no es imprescindible. Se termina fotografiándolo, pues después se recoge. Muchas personas traumatizadas (niños, adultos…) han podido expresar sus sentimientos a través de esta técnica no invasiva y no-verbal. Con una psicoterapia clásica (palabras) no hubieran podido.