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martes, 8 de febrero de 2022

Manifiesto por una escuela empática y respetuosa

El manifiesto que a continuación podéis leer y firmar si lo deseáis, surge por iniciativa de la  Asociación de Regional de Familias Adoptivas de Castilla y León (ARFACyL), al tener conocimiento, a través de su presidente, Javier Álvarez-Ossorio, de la existencia de un libro titulado “Querido hijo: estás despedido”, propuesto como lectura para niños y niñas de Educación Primaria en un colegio de Valladolid (España) Me han hecho llegar dicho texto y he contribuido gustosamente a su elaboración. 

Considero que este libro no es respetuoso con el derecho de los niños/as a los buenos tratos, por lo que este blog -cuyo fin es precisamente la defensa de este derecho- y en su nombre su director, se adhiere a dicho manifiesto y os anima a que lo apoyéis con vuestra firma, contribuyendo así a su salvaguarda. 

También nos preocupa y nos indigna la visión que su autor tiene de la adopción y la acogida, como si fueran medidas de caridad y no derechos a la protección infantil.


Para poneos en antecedentes, resumiendo, en el libro del autor Jordi Sierra i Fabra “Querido hijo: estás despedido”, un niño llamado Miguel, visto su comportamiento de las últimas semanas, cada vez más caótico, unido a los problemas ocasionados por él en los meses y años anteriores, desde que comenzó a gatear y andar, y sin que parezca que vaya a ver una enmienda clara por su parte, los padres se ven en la triste pero necesaria obligación de comunicarle su despido, que será efectivo en el plazo de treinta días a partir de hoy… (sic)

Los padres, pasado dicho plazo, llevan a efecto tal medida. Ese día le entregan una carta de despido y una carta de libertad (sic). Ahí dice que, aunque el protagonista se porte mal es un buen chico (no porque los padres lo crean, sino por no cargar las tintas) Por si alguien quiere adoptarle (sic). O tiene la opción de ir a un centro de huérfanos (sic) El niño protagonista insiste que tiene padres, pero estos le responden que no tienen ningún hijo después de lo de hoy (sic) Lo dicen, al parecer, sin conmoverse ni mostrar emoción alguna. 

Miguel deambula por la calle y va a un parque. En un momento, el niño tuvo ganas de echarse a llorar. Una amiga suya llamada Mar le trae un bocadillo de queso. Se dice en la lectura que a ella nunca le despedirían porque es un trozo de pan (sic) El niño queda en la calle y no tiene a dónde ir. Se encuentra con un anciano que le dice que debe haber hecho cosas muy gordas para ser despedido, que no cree que sea por ser un ángel (sic) Se encuentra después con su padre y este le dice que su madre le ha echado de casa. El padre le dice que esas cosas pasan y no se acaba el mundo (sic) Le pide que encuentre un trabajo. Miguel continua solo -su padre no hace nada para que vuelva- y se encuentra con la policía. Es una pareja de gendarmes. Uno de ellos le dice que, si no hubiera hecho nada, no le habrían largado (sic) Le sugieren que vaya a ver un abogado. Como no tiene dinero, recurre a un vecino de su casa, que lo es. Este le dice, entre otras cosas, que todos los chicos y chicas que vagan solos y perdidos por las calles han sido despedidos en calidad de hijos (sic) Le propone que haga una instancia a sus padres para ver si le readmiten. Estos la aceptan, la consideran y finalmente le permiten regresar a casa. Los dos padres le dan una segunda oportunidad. Miguel se alegra mucho, pero los padres no muestran sus emociones, es más, le dicen al niño que no se ponga sentimental (sic) A la noche, Miguel no tiene claro si ha sido una trampa, un complot, un montaje, verdad o mentira (sic). Pero el niño concluye que si no fuese por el buen corazón de sus padres no se sabe dónde estaría (sic). El niño se duerme pensando en lo ocurrido y al parecer se siente feliz.

Esta lamentable historia ha motivado que un grupo de profesionales realice una profunda reflexión sobre el tipo de escuela que necesitamos para nuestros niños y niñas y ha dado como fruto el siguiente 

MANIFIESTO POR UNA ESCUELA EMPÁTICA Y RESPETUOSA

Si deseáis adheríos al manifiesto, enviad vuestro nombre y número de DNI a una de estas dos direcciones de correo:

arfa@arfacyl.org

arfacyl@coraenlared.org

domingo, 5 de abril de 2020

Cultivar la empatía durante el confinamiento. Vídeo del Canal "Quédate en casa con salud" (5)

El canal de Youtube que dirige la psicóloga Violeta Alcocer, titulado "Quédate en casa con salud", me ha pedido colaborar con vídeos que ayuden a las familias y a los/as niños/as durante el confinamiento por el coronavirus.




En este canal participan también otros colegas que trabajan con niños/as y sus familias con orientaciones que ayudan en otras áreas diferentes a las que yo abordo: dificultades de aprendizaje, claves para lograr buen clima en casa...

Además, este canal ofrece otros vídeos dirigidos a adultos sobre otros temas importantes durante el confinamiento: manejar las preocupaciones, sobre la tristeza, las relaciones sexuales, alimentación saludable...

Por mi parte, en los vídeos ofrezco las mismas orientaciones que encontráis aquí en los post escritos para las familias ante el coronavirus y la nueva situación creada con el confinamiento de las personas en los hogares. 

Todos los vídeos han sido grabados por psicólogos/as sanitarios o clínicos colegiados en su respectivo Colegio Oficial de La Psicología.

Así, los/as que no podéis acceder a la lectura de los textos, podéis verlos y/o escucharlos y acceder a la información y las orientaciones.

Felicito a Violeta por esta iniciativa solidaria.

Os dejo con el quinto vídeo:


Video nº 5: Cultivar la empatía durante el confinamiento

lunes, 19 de diciembre de 2016

La adolescencia de los/as adoptados/as, un reto a las familias adoptivas, por Montse Lapastora Navarro, psicóloga clínica y psicoterapeuta.

Diez meses, diez firmas II

Invitada del mes de diciembre de 2016:

Montse Lapastora Navarro, psicóloga clínica.



Título del artículo: La adolescencia de los/as adoptados/as, un reto a las familias adoptivas


La cuarta firma invitada del curso (y última del año) corresponde a Montse Lapastora Navarro, psicóloga y psicoterapeuta infantil y adultos, consultora EMDR y especialista en trauma temprano y trastornos del apego, lleva más de veinte años dedicada al ámbito de la adopción. Experta en este campo, dirige un centro en Madrid llamado Psicoveritas, formado por varias especialistas, donde atienden integralmente y mediante diversas terapias, a los menores (y sus familias) afectados por el impacto que el trauma temprano tiene en el establecimiento del vínculo de apego y en el desarrollo. Ha publicado diversos artículos sobre el tema, y también es co-autora de un libro titulado “Niños adoptados”. Trabaja además como formadora de familias y profesionales. Pocas personas tienen la pasión y la excelencia profesional como metas en su vida. Montse es una de esas personas, siempre formándose y tratando de ofrecer a sus pacientes las terapias más innovadoras, situándose a la vanguardia. Cuando nos conocimos, me impresionó el amplio bagaje de conocimientos y experiencia que Montse atesora. Por todo ello, me ha parecido que debía de formar parte del elenco de profesionales que han participado como firma invitada en Buenos tratos. Y lo hace escribiendo sobre un tema que no se ha tratado en el blog, no al menos específicamente y dándole un lugar central: me refiero a la adolescencia y la adopción. Montse nos regala un artículo donde demuestra su competencia en el ámbito y además, nos ofrece unas cuantas orientaciones muy útiles para los menores adoptados y, en suma, para todos/as en la delicada etapa de la adolescencia. 


Montse Lapastora Navarro. Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid. Psicóloga Especialista en Psicología Clínica. Experta en adopción. Clínico en EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing): Certificado Europeo de Clínico en EMDR (Practitioner in EMDR). Actualmente trabaja y dirige el centro de psicoterapia Psicoveritas, en Madrid. Forma parte del Servicio de Apoyo Postadoptivo a las Familias de la Comunidad de Madrid y participa en diferentes investigaciones sobre adopción.

Es en esta etapa donde la estructura psíquica se recoloca para dar paso a la identidad adulta. Uno de los retos más importantes a los que van a tener que enfrentarse todas las familias, es a la crisis de identidad por la que pasarán sus hijos, como todos los adolescentes cuando lleguen a esta etapa evolutiva, pero en la adolescencia adoptiva además deberán enfrentarse a algunos añadidos.

Este proceso de formación de la identidad es muy importante, y aunque aquí ya se ha hablado, voy a hacer un rápido repaso, para explicar cómo algunas características de los adolescentes adoptados se ven influenciadas por su historia adoptiva en la reconstrucción de su identidad y cómo sus padres pueden acompañarles en esa reconstrucción.

La identidad es como el muro que nos sostiene, y cada ladrillo representa partes de nuestra vida. En la base del muro está el primer año de vida, el más importante en nuestro desarrollo, y por encima estarían el segundo y tercer año, que si no son tan importantes, son fundamentales en la vida de todo ser humano. Estos tres años estarían constituidos por los ladrillos más sólidos que constituyen la base de la identidad futura de las personas y por encima de ella estarían todos los demás, que representan todas las experiencias, emociones, sensaciones, etc. por las que pasamos en la vida y que van conformando nuestra personalidad. En el muro encontraríamos las respuestas a las preguntas de ¿Quién soy?, ¿De dónde vengo? y ¿A dónde voy?

Imaginémonos por un momento la formación de la identidad de un niño adoptado. En ese muro hay muchas preguntas sin respuesta, ya hay muchos agujeros que van a hacer que su seguridad sea menos consistente. Dependiendo de sus circunstancias los ladrillos que le sustentan estarán dañados en un mayor o menor grado y esto repercutirá en su manera de constituir su personalidad, y como veremos más tarde, las características de la adolescencia se verán influenciadas por ellas. 

El reto de los padres va a consistir en ayudarles a reparar esos ladrillos dañados, es decir, en ayudarles a rellenar los agujeros vacíos que hay en el muro, o dicho de otra manera, en acompañarles en la búsqueda de sus orígenes que es algo que está intrínsecamente relacionado con la construcción y reconstrucción de la identidad y con el proceso de revelación.

A lo largo de su vida, el niño llegará a la adolescencia con un camino recorrido en la búsqueda de sus orígenes que a lo largo de las diferentes edades habrá expresado de diferentes maneras y en la que sus padres le habrán acompañado de distintas formas.

Y en ese camino de acompañamiento, los hijos van a necesitar el apoyo de los padres, tanto para cuando encuentre respuestas como para cuando no las encuentre y para ayudarle a expresar sus sentimientos de rabia, de tristeza o de cualquier otro tipo; porque está claro que no va encontrar respuestas a todas sus preguntas, pero si se siente comprendido por sus padres, siente que ellos aceptan y respetan sus emociones, no podrá rellenar un hueco con un dato determinado, pero parte de su vacío emocional puede verse reparado por ese sostén de sus padres.

Volviendo al muro, en la construcción de ese muro sus padres pueden estar a su lado poniendo cemento, ayudándole a reconstruir las partes dañadas para que ese muro quede reparado de la mejor forma posible. ¿Y cómo se hace esto? ¿Cuál es el cemento más adecuado para rellenar las grietas? 

Pues bien, mi experiencia me dice que el mejor cemento es la empatía que acompaña la transmisión de los orígenes. Doy por sentado que siempre se dice la verdad.

Con esto no me refiero al hecho de transmitir todos los datos que se tengan del pasado del hijo en el momento adecuado, que es muy importante, o a reflejar el sentimiento de tristeza o cualquier otro que el niño pueda manifestar ante algún dato o acontecimiento relacionado con su pasado, que también lo es, me refiero a la comprensión profunda de lo que significa para su hijo el deseo de saber sobre sus orígenes, de entender lo importante que es para él todo lo relacionado con su historia previa.

QUÉ RETOS DEBEN SUPERAR LOS PADRES 

Lo primero sería superar su historia de infertilidad. Si no lo han hecho, ante las dificultades no se sentirán auténticos padres, si han estado pensando, de manera inconsciente, que la auténtica vinculación es la biológica pueden enfrentarse a una situación de desencuentro con sus hijos. Si los padres no han resuelto sus duelos difícilmente podrán ayudar a su hijo a resolver los suyos.

Su temor a que les dejen si conocen a la familia biológica. Si este temor está subyacente no harán una transmisión ni comprensión empática de los orígenes.

Por otro lado si ante la separación normal y de reafirmación del adolescente los padres temen que les abandone, reaccionarán con distancia emocional y de esta manera confirmarán el temor al rechazo del hijo, este lo interpretará pensando “es verdad que mis padres no me quieren” y esto lo único que favorece es el desencuentro.

Los padres tienen que entender que el “saber” no significa sustituir, los únicos padres son ellos. Buscar los orígenes significa encontrar dentro, no salir fuera.

No todo depende de los padres. Cada persona es el resultado de lo bio + psico + social y en el caso de los niños adoptados podríamos especificar un poco más:


Carga genética + vida pre adoptiva + vida postadoptiva

Si hay desencuentro, hay alternativas. A veces es necesaria la separación, cuando la convivencia es imposible, para adquirir la distancia emocional suficiente que pueda permitir establecer los vínculos de una forma diferente.

Pero además de la búsqueda de orígenes, hay otras características adolescentes que también estarán determinadas por esos primeros meses o años preadoptivos y que si se enfrentan con una actitud empática se afrontarán y se resolverán mejor.

Voy a intentar hablar de los ladrillos dañados en la construcción de la identidad y las consecuencias en la adolescencia:

La genética 

Los cambios corporales, el adolescente no tiene referentes con los que compararse, no dispone de un espejo en el que pueda mirarse y esto le genera inseguridad y puede generarle dudas sobre la pertenencia familiar, sobre todo si es de otra etnia, ya que en esta etapa se acentúan los rasgos específicos de la raza. Esto puede hacer que el chaval se rechace, no olvidemos la importancia actual del culto al cuerpo y la necesidad del adolescente de ser igual al grupo de pertenencia de sus iguales. (Ejemplo, la estatura en latinoamericanos)

Los padres: Reforzar las características psicológicas e intereses parecidos entre padres e hijos y otros miembros familiares (sonríes como tu madre, eres tan alegre como tu abuelo)

Vuelve a pensar en su familia biológica, ¿cómo será?, ¿Cómo hubiera sido su vida con ellos? Le surgen temores de parecerse a ellos (drogas, prostitución). En esta etapa se preguntará con más fuerza por qué le abandonaron, se planteará qué había de malo en él para que sus padres le abandonaran y surgirán sentimientos de rabia y de tristeza y esto hará que en muchas ocasiones su comportamiento sea agresivo y alterado y su autoestima sufra un nuevo envite. 

En este momento buscará sus orígenes con más o menos intensidad. Es importante que los padres diferencien lo que es una búsqueda activa de la búsqueda psicológica, el adolescente no está buscando otros padres, ya tiene unos, lo que busca es integrar en él esas dos partes de sí mismo separadas, construir una identidad única. 

Aquí el adolescente tiene que elaborar un duelo añadido, el duelo por los padres biológicos.

Duelo por los padres biológicos

El adolescente adoptado tendrá que renunciar a esos padres biológicos que no ha conocido o que lo ha hecho parcialmente, y de los que guarda recuerdos incompletos o imágenes difusas y con los que ha fantaseado a lo largo de su vida. Freud habla de que todos, en un momento determinado de nuestra vida hemos fantaseado con esa otra familia imaginaria, con la familia ideal que nos hubiera gustado tener, pero en el adolescente adoptado esa “otra familia” existe en la realidad, es su familia biológica. 

Respecto a ella habrá generado fantasías positivas o negativas con las que habrá tratado de cubrir los huecos vacíos sobre sus orígenes y también habrá pretendido amortiguar el dolor de su abandono idealizando o descalificando a sus progenitores. 

Por eso es importante que a lo largo de toda la infancia, los padres respondan con la verdad a todas sus preguntas, para que la fantasía ocupe el menor espacio posible. Si se hace de esta forma, no sólo se facilita la elaboración y asimilación del abandono sino que los vínculos con los padres adoptivos se refuerzan y se propicia un reencuentro del adolescente con su familia una vez pasada la crisis. 

Si la revelación se ha teñido de silencios, mentiras o de medias verdades, las fantasías del adolescente sobre sus padres biológicos pueden tomar fuerza y al sentirse engañados por sus padres adoptivos pueden ir en busca de los biológicos, pero no como la fase final de una búsqueda de sí mismo sino como el desencuentro provocado por la pérdida de confianza en ellos. En algunas ocasiones es la falsa esperanza o la fantasía actuada de encontrar en “los otros” lo que no ha encontrado en los suyos.

Silencio adolescente

Es importante que los padres respeten sus sentimientos, que estén ahí para apoyarles, pero que si el adolescente desea mantenerse al margen es mejor dejarle. En este sentido habría que diferenciar varias actitudes, por un lado estaría el silencio del adolescente marcado por su deseo de intimidad, por otro está la falta de respuestas que encuentra ante sus dudas; en muchas los padres interpretan que, como el tema de la adopción es algo que ya han hablado muchas veces, su hijo ya lo tiene todo claro, piensan que sus dudas están resueltas, y no es así. Como hemos visto antes sus preguntas son mucho más profundas y su manera de preguntar es otra. El silencio también determinado por el temor a hacer daño a los padres manifestando interés por su familia biológica.

Céline Giraud, una mujer joven adoptada en Francia y nacida en Perú cuenta en su historia que ella tenía todo el apoyo de sus padres, pero que prefirió estar sola a la hora de buscar los interrogantes de su familia biológica, sentía que sus padres podían sentirse heridos y desplazados por su preocupación a pesar de su ofrecimiento de ayuda.

Cècile Fevrier, también cuenta que su madre la ofreció a los 12 años leer juntas los papeles de su adopción y que ella dijo que no, pero que cuando su madre salía por la puerta, esquilmaba con vehemencia todos los documentos relativos a su historia. Cècile refiere que lo hacía así para evitar dañarla.

Ambas mujeres se sintieron muy aliviadas cuando al final decidieron compartir con sus padres sus inquietudes respecto de sus familias biológicas.

Vemos que a pesar del ofrecimiento de sus padres, ambas mujeres tenían miedo de dañarles, a pesar de que ellos se habían ofrecido a estar a su lado. Quizá hasta que no se sintieron preparadas para compartir sus sentimientos, prefirieron estar solas y sus padres supieron comprenderlo y respetarlo, pero siempre les dejaron claro que estaban a su lado para cuando los necesitaran. Sus actitudes empáticas hicieron que sus hijas se apoyaran en ellos cuando estuvieron preparadas para enfrentarse a sus historias.

Otro duelo diferente al que se tienen que enfrentar los adolescentes de otra raza es al de renunciar a la intimidad de su condición de adoptados. También Cèline cuenta que cuando veían que sus padres eran blancos y ella morena, las preguntas no paraban, ya no era aclarar que era adoptada sino todo lo que venía después, ¿y tu verdadera madre?, ¿y tienes hermanos? Y eso era algo que ella no podía evitar y con lo que tenía que enfrentarse muy a menudo.

Abandono

El adolescente cuyo punto de partida son las carencias afectivas, no tiene los mismos recursos psicológicos de base para aguantar situaciones que para otros niños pueden ser menos complicadas.

Por muy pequeño que haya sido abandonado un bebé, la experiencia de abandono queda registrada en su psiquismo, esa sensación de vacío será evocada por múltiples situaciones sin que él mismo sepa qué le está pasando, y lo único que sienta es malestar, y eso le genera una inseguridad que muchas veces le hace conectar con ese vacío y lo que vemos es su forma de responder con agresividad y rabia. 

Pensemos en su poca resistencia a la frustración:

Por un lado cuando un bebé tiene hambre, llora, su madre le da el biberón y se calma. En la siguiente situación que tenga hambre ocurre lo mismo, y poco a poco, el bebé va incorporando a esa mamá dentro de sí y aprende a confiar en que su mamá (o figura referencial) le dará la comida, aprende a confiar en el otro y en sí mismo, aprende que esa sensación de incomodidad se convierte en bienestar y aunque se demore, aprende a esperar porque sabe que su mamá aparecerá y le calmará. Ese bebé adquirirá seguridad en sí mismo y en los demás, y así mismo aprenderá a postergar su deseo, a esperar la satisfacción de su necesidad. Pero a un niño al que no han calmado sus necesidades de forma adecuada, al que no han respondido a su llanto, no aprende a confiar, simplemente deja de llorar porque el llanto no es operativo, pero crecerá con una sensación continua de incertidumbre e inseguridad hacía sí mismo y hacía los demás. No tendrá la confianza de que su malestar se convierta en bienestar y ante la mínima dificultad sentirá ese vacío primario.

Todos nosotros disponemos de un almacén psicológico de recuerdos agradables que se activa ante múltiples circunstancias. Por ejemplo, cuando vamos andando y nos cruzamos con alguien cuyo olor nos recuerda a nuestra infancia o vemos una imagen que nos sugiere a alguien querido, ese almacén de recuerdos agradables se activa haciendo que asociemos el olor a la infancia y la imagen al ser querido. 

Pero en el psiquismo del bebé que ha sufrido carencias quedan grabadas muchas situaciones asociadas al vacío del abandono, al malestar, es como si el almacén del bebé estuviera ocupado principalmente por sensaciones desagradables que también se activan con facilidad y que el adolescente actúa en conductas externalizadas. Por ejemplo ante una mirada o un empujón sin intención puede reaccionar con violencia porque se activa la sensación de malestar, el temor al rechazo, al vacío, en definitiva se evocaría esa sensación primaria de abandono y la soledad.

Por otro lado, en la adolescencia se adoptan actitudes muy regresivas, muy infantiles.

Esta actitud infantil unida a ese vacío y déficit en el aprendizaje de postergar el deseo hacen que tengan muchas dificultades en manejar la resistencia a la frustración.

Muy relacionado con esta falta de cubrir sus necesidades básicas estarían las consecuencias derivadas de los problemas de un apego mal establecido que aparecen en los adolescentes como dificultad en manejar conceptos de espacio y tiempo, falta de autocontrol e impulsividad y dificultad en manejar y expresar sentimientos.

En esa falta de satisfacción de necesidades que veíamos antes, cuando la figura referencial no calma al bebé, éste genera un patrón de relación con su madre basado en sentimientos de angustia, odio, apego paradójico, abandono, etc que quedan instaurados en su psiquismo.

En el establecimiento del apego se asientan las bases de las futuras relaciones emocionales y al llegar a la adolescencia se da una regresión a estados emocionales tempranos de relación que es inevitable y necesaria, para poder transformar toda experiencia pasada en un nuevo concepto de sí.

Pero en el adolescente que tiene problemas de apego esta regresión se produce con mucha más intensidad y aquellos modelos de relación tempranos basados en la angustia, el odio y el temor se ponen de manifiesto repitiéndose con mucha más fuerza y se proyectan sobre los padres adoptivos, las emociones pasadas se superponen a las actuales y pueden provocar las características mencionadas más arriba. 

La agresividad

Es otra de las características de los adolescentes y debajo de ella puede haber varias explicaciones (con el abandono siempre de fondo)

Por un lado estaría el trastorno del apego como acabamos de ver, por otro lado puede haber una necesidad de reafirmar del vínculo parental. Además de la necesaria oposición parental para separarse de una forma sana, algunos adolescentes adoptados necesitan enfrentarse a sus padres para comprobar que les siguen queriendo, ahora que desde su plena comprensión cognitiva saben lo que significa el abandono, necesitan verificar que sus padres quieren seguir siéndolo, es como si pidieran que le adoptaran de nuevo.

En este punto si los padres han entendido los actos de autonomía del hijo como una forma de alejarse de ellos, y en su fuero interno han seguido considerando que la vinculación más fuerte y auténtica es la biológica, es probable que este sea un momento de desencuentro.

Si por el contrario, aguantan la embestida, reafirman el vínculo, están convencidos de que su vínculo es auténtico y no tienen miedo a que su hijo les abandone, este será un momento de crisis, duro pero pasajero con un reencuentro definitivo.

A veces cuando los niños que han sufrido maltrato, al llegar a la adolescencia, en este estado emocional en el que se les moviliza todo su mundo interno, se reactiva el dolor y las heridas abiertas, y puede darse una identificación con el agresor en la que sienten una atracción por todo lo que implique violencia (Juegos, videojuegos, películas). Y pueden unirse a otros adolescentes violentos (pandillas o bandas)

En estos casos son muy difíciles de controlar, casi todo falla. Hay riesgo de desencuentro.

Aquí también es importante la actitud empática de los padres, yo sé que es mucho más difícil ser empático con la agresividad que con la tristeza, pero debajo de tanta rabia muchas veces hay verdadero sufrimiento. Si se puede habría que intentar ayuda profesional.

Otra característica, consecuencia de las carencias físicas y afectivas es la inmadurez emocional. Al no haber pasado por todas las etapas evolutivas con normalidad, su desarrollo puede tener déficit en algunos niveles, en el madurativo, en el cognitivo y en consecuencia en el aprendizaje. No se le puede exigir a un adolescente que ha podido sufrir elementos teratótegos en el embarazo de la madre, que no ha sido bien alimentado, que no le han enseñado a querer y que no ha tenido una estimulación adecuada, que tenga el mismo desarrollo cognitivo que otro adolescente de su edad sin ningún tipo de carencia.

Probablemente el primero puede tener dificultades de concentración, atención y de rendimiento de lenguaje, etc.

Dificultades de relación

Problemas de autoestima.

CÓMO AYUDAR AL ADOLESCENTE

Desde el primer día decirle toda la verdad sobre su historia con empatía.

En esta etapa animarle a que exprese todas sus fantasías e intentar desmontarlas.

Validar y empatizar con sus sentimientos ambivalentes.

Adoptar una actitud de respeto y disponibilidad. 
Apoyar sin agobiar. Que su hijo sepa que usted está ahí para cuando le necesite.

Decirle abiertamente que le quiere, sin pudor, aunque le responda que es una cursi o un pesado siempre le gustará (y necesitará) oírlo.

Escucharle sin juzgar ni hacer suposiciones.

No diga nada que no pueda cumplir.
Intente compaginar afecto incondicional con firmeza.

Transmítale que por el amor que le tiene no le va a permitir conductas peligrosas.

A pesar de sus errores, trasmítale que confía en él y que confíe en usted. No es el momento de pedir agradecimiento ni del “te lo dije, te lo dije”

Refuerce cualquier logro por pequeño que sea.

No le recrimine continuamente por sus errores.

Enséñele a ver sus aspectos positivos y a aceptar los negativos.

Todo ello siempre aderezado con una buena dosis de empatía.

BIBLIOGRAFIA

Amorós, P.; Fuentes, N. y Paula, I. (2000). “Los nuevos retos de la adopción actual: la formación de los candidatos”. Información Psicológica, vol. 72, 4-9.

Cantón, J. y Roldán, I. (2000). “Metodología de intervención con grupos de padres en adopción internacional”. Jornadas de Intervención Social, 2039-2046.

Fernández, M. y Fuentes, M. J. “Variables infantiles de riesgo en el proceso de adaptación de niños/as de adopciones especiales”. Infancia y Aprendizaje, vol. 24, 3; 341-359.

Llobet, V. (2001). “Resiliencia en chicos de la calle: impacto de la dimensión institucional”. Investigaciones en Psicología: Revista del Instituto de investigaciones de la Facultad de Psicología, vol,2. 69-87.

Moliner, M. y Gil, J. M. (2002). “Estudio sobre la adaptación de los menores en la adopción internacional”. Revista de Psicología General y Aplicada, vol, 53, 4: 603-623.
Olshaker, B. (1991). ¿Cómo se lo decimos a los niños?  Respuestas sencillas a cuestiones Difíciles. Barcelona: Médici.

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Rukai. L. (2001). Como educar al niño adoptado. Barcelona: Médici.

Samper de Muñoz, M. y Picco, E. (1992). Relaciones vinculares primigenias con el hijo adoptivo”. Idea, Revista de la Facultad de Ciencias Humanas, 11: 117-123.

Villalba, C. (2003). “El concepto de resiliencia individual y familiar”. Intervención Psicosocial. Revista sobre igualdad y calidad de vida, vol. 12, 3: 283-299.

lunes, 21 de noviembre de 2016

La relación terapéutica, por Patxi Izagirre Ormazábal, psicólogo clínico y psicoterapeuta.



Diez meses, diez firmas II

Invitado del mes de noviembre de 2016:

Patxi Izagirre Ormazabal, psicólogo clínico

Título del artículo: La relación terapéutica


Había oído hablar en innumerables ocasiones y a través de diferentes personas del psicólogo clínico y psicoterapeuta Patxi Izagirre. Y siempre muy bien, percibiendo en quien me hablaba sensaciones de conexión emocional hacia la persona de Patxi. Y estas percepciones (o neurocepciones) se confirmaron cuando al fin, tuve el gusto de conocerle el pasado mes de mayo, en el marco del Congreso de Norbera, en una comida junto con otros colegas y amigos/as. Patxi Izagirre es un profesional de reconocido prestigio, especialista en duelo, con años de formación y trayectoria profesional, colaborador habitual en El Diario Vasco y profesor del Master de Psicología General Sanitaria en la Universidad del País Vasco (Sus alumnos/as están de enhorabuena porque podrán aprender mucho de sus conocimientos y experiencia, y de su sensibilidad como persona, de su capacidad para ejercer una psicoterapia humanista) Ambos nos reconocimos en el encuentro que tuvimos como apasionados del trabajo de la relación terapéutica como cimiento y fundamento sobre el que la terapia debe de descansar, si quiere llegar a buen puerto. Le propuse escribir para Buenos tratos y... ¡aquí le tenéis! No lo dudó un momento porque compartimos territorios comunes, y creo que él se siente identificado con la filosofía de este blog. Muchísimas gracias Patxi, por colaborar como firma invitada y formar parte del elenco de selectos profesionales que integran la manada de gente buena de este blog. Disfrutad de este gran artículo, merece que os deis la buena oportunidad de leerlo.

Patxi Izagirre Ormazabal. Psicólogo especialista en Psicología Clínica. Psicoterapeuta integrativo (EFPA). Profesor en el Master de Psicología General Sanitaria en la Universidad del País Vasco (UPV-EHU) Trabaja en su consulta privada en San Sebastián, Gipuzkoa.

"El objetivo es sentir que quien nos ayuda, nos acepta como somos y nos enseña a responsabilizarnos y aprender de nuestros rasgos de personalidad que nos generan dificultades. Pero sin sentirnos enjuiciados o desautorizados". 





Acercarse a una persona desconocida para pedir ayuda no es un asunto fácil. Pensar que vamos a compartir nuestra intimidad, que en ocasiones es confidencial incluso en nuestro entorno cercano, resulta inseguro. Esto provoca un encuentro inicial de tanteo analítico y desconfianza defensiva. Por tanto, el primer encuentro es muy importante para elegir internamente apostar por la alianza terapéutica y mostrarnos, o por el contrario, controlar nuestro discurso como pacientes y quedarnos en la zona conocida y no arriesgada de hablar calculando las consecuencias.

Quizás el paciente ha estructurado el relato del primer encuentro y organiza su discurso describiendo el sufrimiento o la frustración acumulada. Entre líneas, existe un código de gestos, entonaciones, miradas, silencios, posturas corporales... comunicación no verbal que en mi opinión es la que influye para que el encuentro resulte creíble y no simulado o fingido por amabas partes.

Para comenzar la indagación terapéutica es necesario previamente establecer la alianza en la relación. El metalenguaje, el respeto a los silencios y la espera en las evitaciones, es una de las características de una buena sintonía. Escuchar el relato implica también leer entrelineas todo aquello que se omite en la narración mantenida sesión tras sesión. En conclusión, la sintonía terapéutica parte de una buena alianza que permita cuestionarnos aspectos difíciles de compartir con uno mismo y con el otro. La indagación terapéutica de los mencionados matices se produce cuando el paciente percibe al terapeuta como ayudador, entendedor, alumbrador y, sobre todo, apoyo seguro ante la confusión que produce el abrirnos a un discurso emocionalmente improvisado.

Modular la relación y sincronizar el entendimiento requiere un buen uso de las preguntas adecuadas por parte del terapeuta. La pregunta lleva implícito un profundo conocimiento del posible estado en el que se encuentra el paciente. Antes de emitir la respuesta, la curiosidad terapéutica permite encender la linterna que ayude a mirar rincones de la cueva a los que no llega la luz de la consciencia. Es un proceso con interés humano y queriendo conocer el relato por primera vez. Dar total credibilidad y validez a los hechos como si fuésemos espectadores de una película en el cine, en la que no podemos interferir en lo que ocurre, ni utilizar fotoshop en el relato. Debemos meternos en el personaje que tenemos delante tal y como desarrolla su vivencia. El establecimiento de dicho contexto relacional nos va ayudar a sentirnos seguros para el abrir escotillas y dejar el periscopio controlador, siguiendo la metáfora del submarino que emerge de la profundidad del mar calculando si puede mirar sin que le vean o se puede dejar ver en confianza y anonimato.

Doy mucha importancia a la relación terapéutica porque pienso que es en la relación con el otro, sea familiar o contexto social, donde conformamos nuestra identidad. El yo resultante está mediatizado por lo que se espera que seamos y lo que nos gustaría ser, dejando el espacio sobrante a lo que ecológicamente somos. Es decir, el autenticismo y la genuinidad que necesitan protegerse con una máscara adaptada a la aprobación y reconocimiento condicional del entorno. El objetivo es sobrevivir en el mencionado contexto afectivo y el resultado es transgénico. Las personas que han necesitado mendigar afecto para poder sobrevivir, especializándose por tanto, en el agradar y complacer para ser tenidos en cuenta....han tenido que pagar una hipoteca a interés variable y a largo plazo, que les permita sobrevivir desde el punto de vita afectivo. Dicha hipoteca es la desconexión de sus necesidades en detrimento de las necesidades del otro. La desensibilización del yo ecológico por el miedo al rechazo o el abandono. La evitación del conflicto y la sobreadaptación al medio, por un lado, la provocación del conflicto y la venganza, ante el miedo-riesgo de ser manipulados afectivamente en una nueva relación, por otro lado.

Por eso es tan importante la sintonía y la alianza terapéutica. También el terapeuta se puede colocar desde el papel que los pacientes esperan que sea o el ideal de terapeuta que le gustaría ser. En la genuinidad de la sesión y el respeto a las diferentes posiciones, reside la oportunidad del encuentro rehabilitador y terapéutico. El fingimiento se nota. El postureo se nota. El refugio contrafóbico en la teoría se nota. La explicación blablabla que controla la implicación en el encuentro se nota. Me atrevería a decir que más que terapias hay terapeutas. Personas con idiomas terapéuticos diferentes que se ajustan a lenguajes maternos diferentes. Pero ante todo, personas con presencia en el encuentro entre dos personas.

De esta manera podemos sentir algo evocador de aquellas relaciones tempranas y afectivamente estructuradoras de nuestra identidad. Así pueden emerger, la culpa, la rabia, los celos, la vergüenza, el orgullo, el miedo, el resentimiento, la confusión... y poder comprobar en la mirada del terapeuta que todo eso tiene cabida y que en lugar de enfadarse por vernos así (ceño apretado), nos podemos responsabilizar y colaborar para aprender a manejar de otra manera la situación, pero sin miedo a que no le gustemos así. ¡Claro que observamos el comportamiento conflictivo o el síntoma torturador! Lo que también sentimos es que quien se encuentra enfrente no se cansa de nosotros y nos ayuda a reeducarnos desde la responsabilidad y la ilusión de conseguir sentirnos mejor con nosotros mismos y nuestro entorno. El tiempo, el espacio, el encuadre consensuado por ambos nos va a permitir que no solo aparezcan el escaparate de quienes somos sino también daremos protagonismo a la trastienda y pondremos todo patas arriba derribando muros y abriendo cerrojos.



El objetivo es sentir que quien nos ayuda, nos acepta como somos y nos enseña a responsabilizarnos y aprender de nuestros rasgos de personalidad que nos generan dificultades. Pero sin sentirnos enjuiciados o desautorizados. Pienso que es la clave para tratarnos a nosotros mismos de forma saludable y con autoestima. Aprender a querernos como somos y desarrollar la tolerancia y transigencia hacia nuestra persona, con la misma paciencia y criterio pedagógico que haríamos con un hijo a quien queremos incondicionalmente y deseamos criar de la mejor manera posible. Enseñarnos sin reñirnos y colaborar con empatía y tacto cuando más lo necesitamos. Podernos convertir en nuestro mejor guía y guardián. Nuestro fiel profesor y defensor. Alejarnos del autoengaño y sentirnos como en casa, protegidos en el campamento base que hemos construido con nosotros mismos en lugar de contra nosotros mismos. Sabernos acompañados por alguien que sabe todo de nosotros, todo absolutamente, incluidos los secretos, y aún nos elige como su mejor amigo decidiendo estar a nuestro lado pase lo que pase. La rehabilitación psicoterapeútica tiene como objetivo último enfocarnos hacia dicha meta. Tratarnos a nosotros mismos con respeto, responsabilidad, sabiduría, humildad, coraje, justicia... tratarnos como nos gustaría que nos hubiesen tratado. Y saliendo de la queja y el reproche, ejercer de tutores con nuestras necesidades de forma constante y consciente. Asumir las consecuencias de nuestras elecciones y aceptando lo renunciado saber disfrutar de lo elegido, sin caer en la duda y rumiación del “y si hubiera elegido...”

El concepto de identidad o el yo, necesita previamente de un tú que haya podido estar para mí. Es decir, en el espejo del apego y los buenos tratos, es donde podemos contar con un tú que me cuida en mis necesidades de forma sana. Que está presente para mí y se da cuenta de lo que le pido. Que no condiciona lo que me da y no me hace sentir en deuda por lo que recibo libremente. Que no me utiliza para cubrir su propias carencias con una entrega aparentemente altruista. Tú que me ayudas a sentir que te importo por lo que soy y no solo por lo que te doy. Un tú que no tenemos que descifrar si estará, dependiendo de nuestro comportamiento, sino que sabemos que estará y me enseñará con cariño y seguridad. En el espejo del tú podremos configurar un reflejo del yo reconocido, validado y estimado. Sin amenaza de abandono y entendiendo que la tensión es sinónimo de aprender juntos porque le importamos. Si hemos tenido dicha experiencia relacional, podremos diferenciar entre cuál es tu necesidad y cual es la mía, sin confusiones afectivas culposas o resentidas, ni interpretaciones egoístas-altruistas. La falta de un tú estructurador en nuestro desarrollo cómo personas, trae consigo la complacencia simbiótica o el egocentrismo narcisista. El yo armónico es capaz de ver y entender al tú relacional, disminuyendo así el riesgo de manipulación afectiva que reproduce carencias de nuestro pasado. Es como si tuviésemos grabado en nuestra memoria implícita algo así como “a mí no me va a volver a pasar lo mismo” y todo esto nos impide ver al de enfrente como es en realidad. Nos teletrasportamos a sensaciones temidas del pasado o anheladas idealizadamente. El resultado es confusión relacional y reproducción de patrones de conducta relacional aprendidos en el pasado de forma temerosa o temeraria.

El encuentro relacional entre dos “yoes ecológicos”, nos brinda la oportunidad de reorganizar y autorregular la esencia de nuestra identidad. En el contexto terapéutico esto obliga al terapeuta a estar muy atento a las posibles contratransferencias que se dan con sus pacientes. Es decir, lo que sentimos con determinado paciente y que nos confronta con algún asunto ciego y no adecuadamente resuelto. La relación se mediatiza por elementos ajenos a la rehabilitación psicoterapeútica. Existe riesgo de contaminación al paciente y el propio paciente se puede sentir revictimizado por el terapeuta. Es lo que conocemos por iatrogenia terapéutica.



Si atendemos al encuadre terapéutico, podemos variar desde la versión individual hasta la grupal, pasando por la pareja o la familiar.

El grupo permite elaborar aspectos relacionales de una forma vivencial puesto que la presión grupal esta presente en las sesiones. Mostrarnos a la vez que nos sentimos observados por varias personas aumenta el miedo al enjuiciamiento, y esto puede provocar mayor inhibición, confrontación, rememoración de problemas de relación grupal... además de darnos la oportunidad para elaborar la especulación de la imagen que los demás se hacen de nosotros mismos. Los grupos homogéneos (aquellos que se crean entorno a una misma situación, por ejemplo duelo) favorecen la identificación entre los componentes y la cohesión grupal permite la expresión de emociones. El sentimiento de pertenencia se da de forma temprana. También se puede trabajar la transferencia colateral de afectos y sensaciones. Escuchar el relato de otras personas puede ayudar a construir y entender el propio. En el grupo existen varios espejos humanos en los que nos podemos dejar sentir y al mirarnos, siempre desde la seguridad que brinda el terapeuta y el contexto terapéutico, podremos elaborar aspectos conflictivos y enquistados en las relaciones sociales. El compromiso es el de aprender juntos y nos implicamos con el fin de ajustar la imagen social que construimos en las relaciones con los demás.

La terapia de pareja permite asignar al terapeuta la responsabilidad de encarnar “al otro”. Esa tercera persona que en nuestro imaginario representa a aquél que se da cuenta de lo que nos está ocurriendo y con justicia, empatía y conocimiento nos ayuda a entendernos y negociar ese tercer espacio que necesita siempre una pareja. La necesidad de tres espacios como son el tú, el yo, y el nosotros. Un nosotros sin conclusiones o codependencias. Sin espejismos idealizados que encorsetan al tú con nuestras expectativas sin respetar sus realidades. Un ejercicio de dignificar nuestro yo atreviéndonos a expresar nuestra realidad sin bloquearnos por el miedo al conflicto y todo lo temido que ello puede suponer. El terapeuta hace de espejo y testigo aceptado por ambas partes como alguien ayudador al que dotamos de credibilidad y autoridad moral. Como una conciencia sabia que nos ayuda en el camino de encontrar nuestra armonía.

En los trabajos con las familias la complejidad del trabajo requiere en ocasiones tener sesiones también por separado para poder estructurar y organizar los subsistemas que pueden estar dificultando el sistema de familia. Subalianzas, guiones de rol asignados dentro del sistema y roles reversales en los que no se respetan los papeles de padres e hijos...el trabajo terapéutico puede ayudar a definir los hechos que ocurren en las familias y no tanto las interpretaciones que los miembros de la familia hacen de ello. Separar realidades comportamentales de traducciones emocionales. Aprender a respetarnos y sentirnos libres en los lugares de la familia que nos corresponden sin coger responsabilidades que no son nuestras. Encontrar un equilibrio entre el dar y el recibir dentro de las posibilidades de cada uno, dentro del sistema. Honrar y agradecer, además de celebrar, acompañar y alegrarnos por ello. Como vemos son muchos matices complejos que se trabajan en el sistema familiar y que pueden ayudar a la homeostasis saludable, deshaciendo conflictos transgeneracionales que pudiesen estar afectando también a la relación actual. El propio sistema de familia tiene identidad propia y contiene a sus miembros individuales dándose forma mutuamente y en constante plasticidad. El terapeuta es una figura que busca que cada miembro del sistema familiar afine su identidad al igual que un instrumento musical en la orquesta de la familia. La responsabilidad en encontrar la afinación adecuada en cada miembro, y en lugar de interpretar una partitura concreta, permitir que la propia orquesta de la familia se armonice con los sonidos afinados de todos los instrumentos. Y hacerlo en constate búsqueda de equilibrio conjunto, respetando la individualidad. La melodía resultante es única, flexible e integradora. El sentimiento de pertenencia a la misma orquesta, motiva a sus miembros a cuidar, desarrollarse y generosamente apoyarse. Además de entenderse como el sistema familiar que incluye las partes en el todo familiar, con respeto al sonido único de cada componente.

Existen terapeutas que trasmiten con carisma emocional y empatía, que nos ayudan a sentirnos seguros y guiados, confrontados y acogidos, entendidos y confundidos. Estos profesionales son la esencia de la psicoterapia.

En fin, tal y como he intentado trasmitir a lo largo del artículo, la psicoterapia es un proceso que se encamina hacia aprender a tratarnos a nosotros mismos como nos hubiese gustado haber sido tratados. Si la experiencia terapéutica nos ayuda a conseguir esto, la terapia habrá valido la pena. Sabremos entonces, que existimos para nosotros mismos en los momentos de soledad. Y que somos alguién cuando nos relacionamos con los demás, sin sentirnos pequeños o grandes.

lunes, 17 de octubre de 2016

Tiempos modernos (Emociones, pensamientos o actitudes dolorosas y no expresadas de las familias adoptivas y acogedoras), por Laura Fariña Pagés, psicóloga.


Diez meses, diez firmas II

Invitada del mes de octubre 2016: Laura Fariña Pagés, psicóloga

Título del artículo: Tiempos modernos. Emociones, pensamientos o actitudes dolorosas y no expresadas de las familias adoptivas y acogedoras.

Este mes nos visita Laura Fariña Pagés, psicóloga y psicoterapeuta familiar con formación en apego y trauma también. La conocí hace tres años, en su maravillosa A Coruña (Galicia), cuando me invitaron desde el Centro Alén a participar como docente en un módulo del curso de Crianza terapéutica que co-dirige junto con Elena Borrajo y María Vergara. Después de que ambas participaran el pasado curso en este blog escribiendo sendos artículos sobre el tema, no podíamos ni debíamos olvidarnos de Laura Fariña Pagés. Pude compartir un fin de semana con ella y conocer su campo de intervención profesional: el trabajo con las familias adoptivas y acogedoras de menores que han sufrido trauma complejo, al cual se dedica con gran compromiso personal. En este artículo -con delicadeza y comprensión-  pone encima de la mesa algunos temas importantes que vive y trabaja terapéuticamente con las familias. Son temas muy sensibles, pero hay que prestarles atención y tratarlos, pues de lo contrario afectarán negativamente (y a veces, de manera seria) al proceso de vinculación de los padres a los menores y a la dinámica relacional familiar. Os dejo con Laura Fariña Pagés, con un artículo que aborda aspectos que hasta ahora no habían tenido un lugar en el blog. Muchísimas gracias, Laura, por tu participación y formar parte de la nómina de ilustres invitados/as que escriben en el blog Buenos tratos.



Laura Fariña Pagés. Licenciada en Psicología, Experta en Programas de Intervención Familiar, Especialista en Atención Temprana, Especialista en Mediación Familiar, con formación en EMDR y Psicodrama. Trabaja en el ámbito de la protección infantil y la familia desde 1999. Desde 2011 desempeña la mayor parte de su labor profesional en el Centro Alén en A Coruña, donde trabaja con familias de niños y niñas afectados por trauma. Es parte del equipo impulsor del modelo de “Crianza Terapéutica”, y participa en diversas actividades formativas y de sensibilización dirigidas a familias acogedoras y adoptivas, tutores sociales y otros profesionales de la protección infantil. Colabora como miembro del equipo auxiliar del subprograma de Tratamiento Asertivo Comunitario del hospital (CHUAC, A Coruña) desde el 2013, en el que trabaja en terapias expresivas y teatro de espontáneo con pacientes con enfermedad mental grave.


Escribo con enorme ilusión en este blog que lleva enseñándome y acompañándome ya un buen tiempo de mi camino profesional. Y lo hace desde la acogida, desde la generosidad y desde la coherencia: sabemos para qué está y notamos que está (no falla este José Luis) Sin prisas, nos facilita el ir incorporando sus aportaciones congruentes al ritmo al que vamos pudiendo.

Me parece una buena metáfora del “estar”.

Debe ser que me encuentro en un momento en que cada vez valoro más estos dos infinitivos que tan locos vuelven a los angloparlantes: el ser y el estar. En la cultura de “usar y tirar”, de la solución rápida, de los manuales en PDF para solucionar en tres días, o del panfleto de 10 pasos para ”….” , encuentro refugio dejando estar al ser.

En mi trabajo con familias de niños afectados por trauma, intento estar, y no se puede estar sin presencia. A las familias, les diré que deben de estar presentes con sus niños, niñas o adolescentes, y no puedo hacer esto, si yo no lo estoy con ellos.

Me encuentro con familias muy diversas; algunas con una gran capacidad para intuir lo que necesitan sus hijos, con energía infinita, con alegría... Otras desorientadas o desbordadas, me encuentro con diferentes atribuciones y expectativas, capacidades e historias.

Cada familia es diferente y pasa también por un momento concreto de su camino en la parentalidad. También cada niño es único y especial en su manera de afrontar, de ordenar la realidad, de expresar… Algunos niños adoptados o acogidos tendrán un nivel de daño grande y otros mucho menor.

Los profesionales de este campo, tenemos que saber: conocer diferentes modelos teóricos y darles coherencia, utilizar metodología adecuada, aprender continuamente de la experiencia, de otros profesionales…, pero necesitamos además, saber estar con las madres y padres, en el presente, con atención plena y empatía y poder así reconocerlos en su vivencia particular.

Estas familias están en un lugar privilegiado en el que poder disfrutar con los chiquillos, compensar y sanar, pero, en ocasiones, este lugar les resulta más difícil de lo esperado y desconocido, y los mapas que hasta entonces utilizaban o los únicos que conocen, no valen para avanzar. En ocasiones, lo desconocido e inesperado, remueve lo interno y genera emociones como confusión, impotencia o culpa.

Ahora me voy a referir a las familias que cuando acuden a pedir ayuda, traen emociones y pensamientos dolorosos, como si el maltrato sufrido por los niños de alguna manera, también les doliera a ellos directamente. Este dolor no se suele expresar con facilidad, a veces ni a uno mismo, y es un derecho de estas familias el saber que es normal, que no son “malos padres o madres”, tienen el derecho de entender el proceso que les ha llevado a esto y legitimarse a sí mismos para hacer algo con todo ello y poder solucionar.

No es fácil para una madre, por ejemplo, decir (y decirse) que siente que no quiere a su hijo lo suficiente, que se siente incapaz de ayudarle, que le cuesta darle abrazos. Imagino la dureza de reconocer que la realidad no tiene que ver con la expectativa de familia que se había hecho, que se tiene miedo de un hijo o hija, o que se siente la necesidad de escapar... Es muy habitual, que los padres se sientan culpables por sus pérdidas de control con los niños, pero este sentimiento de culpa no ayuda a que disminuyan, si no que más bien es al contrario.

Todo esto sucede y no sucede poco, pero es fácil que las familias lo vivan con vergüenza, con sentimientos de culpa y pensando que son las únicas personas a las que les pasa porque pocas lo reconocen abiertamente. Podéis imaginar lo difícil que puede ser vivir así y las defensas que se movilizan.

Otras veces, las defensas ante las dificultades con los niños son la distancia o la minimización, el enfriamiento, el atribuirles culpas, exigirles lo que no pueden dar.  Otras formas de afrontarlas que a la larga no van a valer, ni a los padres y madres, ni a los niños. Pero estrategias con las que algunas personas han podido mantenerse en el día a día y que de cualquier forma, responden a su propia historia, a sus maneras de entender el mundo y la crianza y a sus modelos mentales.

La presencia se refiere primero, a un estado interior e individual, necesario para poder estar con el otro. Siegel, en su libro Mindfulness y psicoterapia. Editorial Paidós, 2012), habla de la presencia como “… una sólida base personal, estar abiertos a los demás y participar plenamente en la vida de la mente, son aspectos importantes de nuestra presencia que ayudan a los otros a crecer. Esta visión interior, “desde dentro”, nos ayuda a comprender qué debemos de hacer en nuestro interior como profesionales con el fin de desarrollar la receptividad esencial para toda intervención”, y lo plantea como un punto de partida.

Si los terapeutas estamos presentes, podremos relacionarnos desde la empatía, y cito a Carl Rogers (1992) que la definía como la capacidad de: “Experimentar el mundo privado del cliente como si fuera el nuestro, pero sin perder la cualidad del como si”. Y no nos confundamos: la empatía no es ser empalagosos ni caritativos. La empatía nos permite también reconocer fortalezas, alejarnos cuando no somos necesarios…, ajustarnos a diferentes respuestas según la persona con la que estemos (porque la podremos ver)

La presencia o atención plena es la base desde la que podemos empezar a comprender a las familias, hasta llegar a una hipótesis explicativa sobre cuáles son sus recursos y dificultades, y sobre cuál es el resultado de su interacción con unos niños, niñas y adolescentes concretos que crían y a quienes también tenemos que comprender concienzudamente.

Hay estudios que concluyen que existe mayor correlación entre las variables de la relación terapéutica con los resultados en la terapia, que con las técnicas utilizadas. Es decir, que los componentes de la relación terapéutica como la empatía, escucha atenta o aceptación, tiene más efecto positivo que la metodología empleada (Lambert y Ogles 2004, en Mindfulness and Therapeutic Relationships. The Gildford Press. 2008)

Una noticia positiva es que una manera de ganar en presencia, es a través del entrenamiento en autobservación y autocuidado. Desde mi punto de vista, una buena forma de lograrlo es a través del trabajo de nuestra propia historia de apego y el conocimiento de la teoría de apego como base, la práctica de atención plena o mindfulness (a quien le ayude) y el autocuidado. Tres maravillosas formas de ganar en bienestar que considero responsabilidad de todo terapeuta, y más de los que trabajamos con trauma.

Así, los terapeutas podremos estar con las familias y facilitar que se entrenen también en estar presentes con sus niños. Iniciamos un proceso donde a la vez que podemos conocer a las familias de cara a planificar la intervención con ellas, favorecemos el autoconocimiento y habilidades de autocuidado en ellas. Porque sabemos que si uno no está bien o no se cuida, no puede hacerlo con otros y si uno está en estrés, es imposible que pueda escuchar, sintonizar o relacionarse de forma segura.

Quiero destacar tres elementos del autocuidado positivo, según  EMDR y Disociación: El abordaje progresivo. González y Mosquera, 2012. Editorial Pleyades:

(1) Una actitud o estado mental de valorarse y quererse a uno mismo, actitud que motiva al individuo a cuidarse bien

(2) Una ausencia de actitudes de auto-rechazo

(3) Acciones beneficiosas específicas, que hacen que el individuo crezca y se valore.

Las autoras dicen que la actitud de autocuidado positiva genera motivación para los otros dos elementos. Y es que esta actitud se relaciona con los patrones de apego y la historia de cuidados de los adultos. Al ser cuidados de niños, no sólo estamos aprendiendo a hacerlo en un futuro con nuestra descendencia a través del modelado, si no que aprendemos a considerarnos valiosos y como tal, a cuidarnos a nosotros mismos.

Cuando un padre o una madre no se valora, o no se quiere a sí mismo, difícilmente logrará que sus chicos se sientan valorados por ellos porque muy probablemente entrará en dinámicas de trauma relacional. Abordando este aspecto, iniciamos la posibilidad de romper una cadena de transmisión generacional y regalarle a los niños y niñas el sentirse valorados de forma genuina. Si hablamos de niños, niñas o adolescentes con trastorno de apego, el que se sientan valorados es una necesidad imperiosa, porque no olvidemos que parten de la hipótesis contraria y es un objetivo el que puedan romper esta expectativa a través de la experiencia mantenida en el tiempo.

El segundo punto, me parece especialmente importante. Los sentimientos de culpa, las exigencias demasiado altas, la autocrítica extrema… dificultan enormemente la posibilidad de relacionarse de forma segura y generan sufrimiento y desgaste. El detectar estas actitudes en las familias nos da información sobre su mundo interno y pistas sobre su estilo relacional, pudiendo así abordarlo con ellas, probablemente en un nivel de intervención que requiere de trabajo personal e integración, con los beneficios que esto conlleva.

El tercer punto se refiere a cuestiones como encontrar espacios de disfrute, mantener interés por actividades, darse descanso, cuidarse físicamente…. Sé que algunas personas pensarán que no tienen tiempo, o que si su niño está sufriendo, no pueden parase a pensar en estar bien, por ejemplo. La necesidad de los niños con daño, puede ser tan grande que uno se puede olvidar de sí mismo y de su pareja, porque no hay tiempo o espacio. Cuidado, porque el criar a un niño con afectación por trauma es una carrera a largo plazo, en la que el disfrute y recargar pilas es vital para mantenerse y poder ser consistente. Es un buen aprendizaje para los niños el ver como sus padres y madres están bien y un aprendizaje para la vida, el valorar el descanso y el placer.

Así pues, el autocuidado como una pata más que facilita el relacionarse de forma segura y uno de los caminos para estar presentes, porque me estoy refiriendo a crianzas que requieren de “superpoderes“ , me gusta referirme a los criadores terapéuticos como superhéroes de la crianza. Con estos niños y niñas, las posibilidades de reprocharse a uno mismo o de no cuidarse, por ejemplo, son mucho mayores que en una crianza con niños sin afectación, cuando paradójicamente, mayor es la necesidad de hacerlo.

Todo esto puede ser necesario o no, se puede avanzar con rapidez o de forma muy lenta. Cuando sea así, nos pararemos a entender, para seguir avanzando. Digo esto porque, aunque en ocasiones, la necesidad de cambio es urgente, pero suele pasar que entonces el cambio tenga que ser más lento para ser real. En esos momentos, reforcemos el contexto, utilicemos terapia ambiental o lo que podamos hacer para que lo niños estén protegidos, pero las familias no irán más rápido porque tengamos prisa y merecen que les pidamos lo que pueden dar para que los cambios sean reales, coherentes y consistentes.

En la línea de lo tratado, me gustaría hacer algún comentario en torno a las competencias parentales, que tanto nos ayudan a enfocar el trabajo con las familias (Los desafíos invisibles de ser madre o padre. J. Baruy y M. Dantagnan. Editorial Gedisa, 2010):

La relación de apego seguro se establece fundamentalmente como una relación reguladora y para poder hacerlo, los adultos cuidadores tienen que saber y poder regularse a sí mismos. En crianza terapéutica, hablamos de la adquisición en los padres de “apego resistente”, porque se refiere a mantener esta forma de relación pesar de los obstáculos que, sin duda, van a aparecer para ponerlo complicado.

La sintonía implica poder estar en el otro y no desbordase; para ello, uno mismo no puede estar en alarma, con altos niveles de estrés o con defensas activadas, sino en contacto con la calma y con habilidades de mentalización. En la crianza terapéutica, hablaremos de la capacidad de “sintonizar con ruido”, dadas las posibles complicaciones para encontrar y mantener la frecuencia con la que conectar.

La consistencia es aquella cualidad que refleja que hay un orden y un sentido que se mantienen en el tiempo (por ejemplo, que puedo transmitir mensajes necesarios para la crianza terapéutica como “no me abrumaré con lo que te sucede”, o “te protegeré”, o “puedes cederme el control”, “Me gusta quien eres” y responder en coherencia con ellos) y pasa repetidamente. La presencia va por el canal de lo no verbal, y es este el que logra que los mensajes lleguen con verdad.

Las plantas no van a sacar la flor antes porque le expliquemos como hacerlo, pero con el trato adecuado y mantenido, lo harán cuando llegue su momento, y será el mejor.

Muchas gracias por permitirme compartir estas reflexiones y gracias a todas las familias que me hacen aprender cada día.