lunes, 31 de octubre de 2016

La estrella Nigeria y otros cuentos sobre adopción, escritos por Ana Lamela Rey y Laura Fernández Blanco.

Las pasadas I Jornadas sobre Apego e Intervención en Trauma celebradas en la entrañable ciudad de Oviedo (a las cuales fuimos invitados mi colega psiquiatra y amigo Rafael Benito y servidor, el 21 y 22 septiembre 2016), organizadas por Genos Psicología, fueron todo un éxito. Contribuimos a la difusión del modelo de trabajo terapéutico y educativo -respetuoso con el niño y adaptado a su sufrimiento (al provocado por los malos tratos)- de Barudy y Dantagnan, esta vez en la Capital del Principado de Asturias, donde acudieron psicólogos, psicoterapeutas, trabajadores sociales, educadores, maestros… interesados en el mismo y que también esperamos les haya atrapado como marco de intervención. Jornadas entrañables donde nos trataron de maravilla y nos acogieron excelentemente. Pudimos aprender y compartir conocimientos y experiencias con colegas y familias. Gracias a Yolanda Higarza y a Cristina Díez, de Genos y almas mater de la organización, y también a Loli Urizar, que compartió conmigo una mesa de experiencias y su intervención recogió acertadamente lo que es el acompañamiento resiliente, y fue muy sentida, por los buenos tratos y el cariño compartido.

En el marco de estas jornadas tuve la ocasión de conocer a Ana Lamela, actual presidenta de Asturadop, Asociación Asturiana de Adoptantes, entidad con la que he tenido el placer de colaborar en eventos formativos que ha organizado. Ana tuvo el detalle de regalarme un libro de cuentos sobre adopción escritos por ella e ilustrados mágicamente por Laura Fernández. Se titula: “La estrella Nigeria y otros cuentos sobre adopción” Con motivo del décimo aniversario de la creación de Asturadop, editaron, en 2015, esta obra que merece difusión y tiene una particularidad que la hace diferente y que me ha cautivado: la autora tuvo la genial idea de “…reunirse con cada familia para indagar sobre los recuerdos, preferencias, ilusiones, miedos y sueños de sus hijos e hijas. Con esa información como materia prima, hilvanó para cada uno de ellos un relato sensible y personalizado, desde el cual comprenderse, procurar dar un orden a sus sentimientos y emociones, e ir encontrando ese sentido de la vida que les permita transitar por ella sin centrarse en sí mismos, sino en la familia y en la sociedad…”


Así pues, son relatos creados desde la conexión emocional con los niños y las familias, que reflejan esa actitud de sentirse sentidos, pues cada niño y cada familia puede verse en el cuento para posteriormente poder entenderse. Y para ello nada como –lo hemos dicho muchas veces- el vital e imprescindible acompañamiento que de al menos un adulto competente necesita todo/a niño/a.

Me encanta el planteamiento de creación de la obra porque con motivo de la fundación de Asturadop se gestan unos cuentos que honran al niño/a y a sus familias adoptivas a partir de los contenidos, las emociones, las vivencias… obtenidos en los encuentros y relación con ellos. “No son historias reales pero no son falsas porque todas están llenas de verdad”, nos dicen en el prólogo. Porque lo que la mente -y lo que esta crea- emerge de la interacción constante entre el cerebro y las relaciones interpersonales.



Prologado por dos prestigiosas doctoras en psicología, Diana Marre y Beatriz San Román, vinculadas ambas al mundo de la adopción, afirman que “…las historias están cargadas de verdad luminosa y cargada de sentido que solo la magia del amor es capaz de construir. En ellas, los niños y las niñas se reconocen, se sienten protagonistas, se identifican y, en el futuro, dispondrán de un relato, su relato, que presentar y narrar a sus propias familias. Asimismo, a través de ellas, tenemos la oportunidad de asomarnos a sus mundos y emociones”


Las familias adoptivas que os asomáis a este blog es muy posible que os identifiquéis con los cuentos y en suma, con las historias de estos/as niños/as y familias, porque tras un conjunto de experiencias que ocurren en un periodo de tiempo emergen los arquetipos, esas invariantes cognitivas, como Robertson (2011) las denomina, porque es posible que en las historias veáis imágenes y comportamientos que tienden a ser menos personales y estar arraigados en la herencia cultural que son comunes a las familias adoptivas. 


Para más información sobre el libro:

www.asturadop.org

info@asturadop.org

REFERENCIAS

Robertson, R. (2011) Introducción a la Psicología Junguiana. Una guía para principiantes.  Barcelona: Obelisco.

lunes, 24 de octubre de 2016

La adopción desde dentro. I Jornadas Nacionales para Familias Adoptivas, en Granada, los días 25, 26 y 27 noviembre 2016






Organizadas por María Martín Titos, Mercedes Moya y José Manuell Morell, a quienes he tenido el gusto de conocer personalmente (a las primeras porque me invitaron a participar en un encuentro con familias adoptivas en la sin par ciudad de Granada, a principios de este año; y al tercero, porque nos encontramos en un magnífico curso que sobre Trauma y apego impartió en el marco de los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco, aquí, en mi ciudad, Donostia-San Sebastián), os hago llegar la información y entrañable invitación (junto con el programa) a participar en unas jornadas nacionales para familias adoptivas en Granada. Desgraciadamente, no podré estar físicamente presente porque me coincide con un evento formativo en otra ciudad, pero desde luego que estaré allí con el corazón, y por supuesto, desde este blog tienen todo mi apoyo y cariño porque están organizando un encuentro totalmente diferente donde habrá diversión, juego, entretenimiento y aprendizaje con las familias y profesionales de prestigio en el mundo de la adopción que también acudirán al mismo. 

Os dejo con la carta y programa que los/as organizadores/as han elaborado, y os animo desde aquí a apuntaros. Porque en adopción y acogimiento familiar necesitamos a la tribu unida, formada y apoyada emocionalmente.


Queridas familias:

Os invitamos a participar en las I Jornadas para Familias Adoptivas "La Adopción desde dentro". Hemos escogido este nombre porque queremos que las protagonistas seáis vosotras, las familias. Es la primera vez que se va a desarrollar en este país una jornada de este tipo. El principal objetivo es crear entre todos un espacio donde poder conectar y compartir experiencias junto con nuestros hijos, en un ambiente relajado, entretenido y muy divertido. Estaremos acompañados por una selección de los mejores especialistas de adopción de la actualidad, con el fin de aprender unos de otros y así enriquecer nuestras experiencias. Sin duda vamos a vivir un fin de semana inolvidable en un entorno de ensueño, rodeados de naturaleza y con unas instalaciones inmejorables. Haremos que nuestros hijos se sientan muy especiales, ya que recibirán de la mano de Monarca, la protagonista del cuento ¿De qué color es mi mariposa? una sorpresa que les encantará. Todo esto lo viviremos en la ciudad de Granada, y con la Alhambra de testigo. Queremos que una vez llegado a su fin, cada familia regrese a su hogar llena de fuerza, y por supuesto con las maletas llenas de buenos recuerdos. Recordad nuestro lema: ¡No estamos solos!

Más información e inscripcioneshttp://jornadas.academiasos.es/


sábado, 22 de octubre de 2016

Abrazos de carne y hueso, eje central de la campaña de selección de familias de acogida para 60 niños/as por parte de la Diputación Foral de Gipuzkoa


José María Lezana, técnico jefe de la Sección de Acogimiento familiar y Adopción
de la Diputación Foral de Gipuzkoa me envía esta información sobre la apertura del periodo o campaña de selección de familias que puedan acoger en sus hogares a menores que conviven en centros o residencias del Ente Foral y que necesitan que una familia les otorgue permanencia, afecto (abrazos de carne y hueso, como reza el bonito lema que preside la campaña) y un contexto seguro y contenedor. 

Gipuzkoa es una provincia solidaria y pionera en el acogimiento familiar, son muchos los menores que ya cuentan con una familia, pero se necesitan más. Aproximadamente, unos 60 niños/as esperan y precisan de familias.

Colaboro encantado con esta campaña y os transcribo la información sobre la misma, el link a la página web que han habilitado y el emotivo vídeo promocional (eje de la campaña) que puede verse en youtube y que nos habla de la realidad de estos menores: necesitan abrazos de carne y hueso que a través del afecto generen en ellos una sensación de seguridad.

Se necesitan familias de acogida

A nuestro alrededor hay niños, niñas y adolescentes que no están disfrutando de una infancia normal. Son más de los que imaginamos. Y han sufrido más de lo que deberían. Cambios drásticos. Soledad. Miedo. Mucha incertidumbre. Son niños, niñas y adolescentes que por diferentes motivos no pueden vivir con sus familias.

Parte viven en centros de acogida tutelados por la Diputación de Gipuzkoa. Y aunque están perfectamente atendidos por los y las profesionales que se vuelcan cada día en su atención, es imposible replicar el calor de un hogar. Porque cuando tienes 3, 8 o 13 años el único lugar en el que deberías vivir es en una casa. Con una familia. Ser un niño normal. Una niña más.

Los niños, niñas y adolescentes que viven lejos de sus familias tienen muchas carencias. Pero una por encima de todas: necesitan cariño. Y no les vale con abrazar a esos viejos peluches o muñecas que tantas noches les han acompañado. Necesitan ABRAZOS DE CARNE Y HUESO. Te necesitan a ti.

Si quieres contactar con nosotros (Diputación Foral Gipuzkoa):

Teléfono: 943 11 25 22


Web de la Diputación Foral de Gipuzkoa: Click aquí.



lunes, 17 de octubre de 2016

Tiempos modernos (Emociones, pensamientos o actitudes dolorosas y no expresadas de las familias adoptivas y acogedoras), por Laura Fariña Pagés, psicóloga.


Diez meses, diez firmas II

Invitada del mes de octubre 2016: Laura Fariña Pagés, psicóloga

Título del artículo: Tiempos modernos. Emociones, pensamientos o actitudes dolorosas y no expresadas de las familias adoptivas y acogedoras.

Este mes nos visita Laura Fariña Pagés, psicóloga y psicoterapeuta familiar con formación en apego y trauma también. La conocí hace tres años, en su maravillosa A Coruña (Galicia), cuando me invitaron desde el Centro Alén a participar como docente en un módulo del curso de Crianza terapéutica que co-dirige junto con Elena Borrajo y María Vergara. Después de que ambas participaran el pasado curso en este blog escribiendo sendos artículos sobre el tema, no podíamos ni debíamos olvidarnos de Laura Fariña Pagés. Pude compartir un fin de semana con ella y conocer su campo de intervención profesional: el trabajo con las familias adoptivas y acogedoras de menores que han sufrido trauma complejo, al cual se dedica con gran compromiso personal. En este artículo -con delicadeza y comprensión-  pone encima de la mesa algunos temas importantes que vive y trabaja terapéuticamente con las familias. Son temas muy sensibles, pero hay que prestarles atención y tratarlos, pues de lo contrario afectarán negativamente (y a veces, de manera seria) al proceso de vinculación de los padres a los menores y a la dinámica relacional familiar. Os dejo con Laura Fariña Pagés, con un artículo que aborda aspectos que hasta ahora no habían tenido un lugar en el blog. Muchísimas gracias, Laura, por tu participación y formar parte de la nómina de ilustres invitados/as que escriben en el blog Buenos tratos.



Laura Fariña Pagés. Licenciada en Psicología, Experta en Programas de Intervención Familiar, Especialista en Atención Temprana, Especialista en Mediación Familiar, con formación en EMDR y Psicodrama. Trabaja en el ámbito de la protección infantil y la familia desde 1999. Desde 2011 desempeña la mayor parte de su labor profesional en el Centro Alén en A Coruña, donde trabaja con familias de niños y niñas afectados por trauma. Es parte del equipo impulsor del modelo de “Crianza Terapéutica”, y participa en diversas actividades formativas y de sensibilización dirigidas a familias acogedoras y adoptivas, tutores sociales y otros profesionales de la protección infantil. Colabora como miembro del equipo auxiliar del subprograma de Tratamiento Asertivo Comunitario del hospital (CHUAC, A Coruña) desde el 2013, en el que trabaja en terapias expresivas y teatro de espontáneo con pacientes con enfermedad mental grave.


Escribo con enorme ilusión en este blog que lleva enseñándome y acompañándome ya un buen tiempo de mi camino profesional. Y lo hace desde la acogida, desde la generosidad y desde la coherencia: sabemos para qué está y notamos que está (no falla este José Luis) Sin prisas, nos facilita el ir incorporando sus aportaciones congruentes al ritmo al que vamos pudiendo.

Me parece una buena metáfora del “estar”.

Debe ser que me encuentro en un momento en que cada vez valoro más estos dos infinitivos que tan locos vuelven a los angloparlantes: el ser y el estar. En la cultura de “usar y tirar”, de la solución rápida, de los manuales en PDF para solucionar en tres días, o del panfleto de 10 pasos para ”….” , encuentro refugio dejando estar al ser.

En mi trabajo con familias de niños afectados por trauma, intento estar, y no se puede estar sin presencia. A las familias, les diré que deben de estar presentes con sus niños, niñas o adolescentes, y no puedo hacer esto, si yo no lo estoy con ellos.

Me encuentro con familias muy diversas; algunas con una gran capacidad para intuir lo que necesitan sus hijos, con energía infinita, con alegría... Otras desorientadas o desbordadas, me encuentro con diferentes atribuciones y expectativas, capacidades e historias.

Cada familia es diferente y pasa también por un momento concreto de su camino en la parentalidad. También cada niño es único y especial en su manera de afrontar, de ordenar la realidad, de expresar… Algunos niños adoptados o acogidos tendrán un nivel de daño grande y otros mucho menor.

Los profesionales de este campo, tenemos que saber: conocer diferentes modelos teóricos y darles coherencia, utilizar metodología adecuada, aprender continuamente de la experiencia, de otros profesionales…, pero necesitamos además, saber estar con las madres y padres, en el presente, con atención plena y empatía y poder así reconocerlos en su vivencia particular.

Estas familias están en un lugar privilegiado en el que poder disfrutar con los chiquillos, compensar y sanar, pero, en ocasiones, este lugar les resulta más difícil de lo esperado y desconocido, y los mapas que hasta entonces utilizaban o los únicos que conocen, no valen para avanzar. En ocasiones, lo desconocido e inesperado, remueve lo interno y genera emociones como confusión, impotencia o culpa.

Ahora me voy a referir a las familias que cuando acuden a pedir ayuda, traen emociones y pensamientos dolorosos, como si el maltrato sufrido por los niños de alguna manera, también les doliera a ellos directamente. Este dolor no se suele expresar con facilidad, a veces ni a uno mismo, y es un derecho de estas familias el saber que es normal, que no son “malos padres o madres”, tienen el derecho de entender el proceso que les ha llevado a esto y legitimarse a sí mismos para hacer algo con todo ello y poder solucionar.

No es fácil para una madre, por ejemplo, decir (y decirse) que siente que no quiere a su hijo lo suficiente, que se siente incapaz de ayudarle, que le cuesta darle abrazos. Imagino la dureza de reconocer que la realidad no tiene que ver con la expectativa de familia que se había hecho, que se tiene miedo de un hijo o hija, o que se siente la necesidad de escapar... Es muy habitual, que los padres se sientan culpables por sus pérdidas de control con los niños, pero este sentimiento de culpa no ayuda a que disminuyan, si no que más bien es al contrario.

Todo esto sucede y no sucede poco, pero es fácil que las familias lo vivan con vergüenza, con sentimientos de culpa y pensando que son las únicas personas a las que les pasa porque pocas lo reconocen abiertamente. Podéis imaginar lo difícil que puede ser vivir así y las defensas que se movilizan.

Otras veces, las defensas ante las dificultades con los niños son la distancia o la minimización, el enfriamiento, el atribuirles culpas, exigirles lo que no pueden dar.  Otras formas de afrontarlas que a la larga no van a valer, ni a los padres y madres, ni a los niños. Pero estrategias con las que algunas personas han podido mantenerse en el día a día y que de cualquier forma, responden a su propia historia, a sus maneras de entender el mundo y la crianza y a sus modelos mentales.

La presencia se refiere primero, a un estado interior e individual, necesario para poder estar con el otro. Siegel, en su libro Mindfulness y psicoterapia. Editorial Paidós, 2012), habla de la presencia como “… una sólida base personal, estar abiertos a los demás y participar plenamente en la vida de la mente, son aspectos importantes de nuestra presencia que ayudan a los otros a crecer. Esta visión interior, “desde dentro”, nos ayuda a comprender qué debemos de hacer en nuestro interior como profesionales con el fin de desarrollar la receptividad esencial para toda intervención”, y lo plantea como un punto de partida.

Si los terapeutas estamos presentes, podremos relacionarnos desde la empatía, y cito a Carl Rogers (1992) que la definía como la capacidad de: “Experimentar el mundo privado del cliente como si fuera el nuestro, pero sin perder la cualidad del como si”. Y no nos confundamos: la empatía no es ser empalagosos ni caritativos. La empatía nos permite también reconocer fortalezas, alejarnos cuando no somos necesarios…, ajustarnos a diferentes respuestas según la persona con la que estemos (porque la podremos ver)

La presencia o atención plena es la base desde la que podemos empezar a comprender a las familias, hasta llegar a una hipótesis explicativa sobre cuáles son sus recursos y dificultades, y sobre cuál es el resultado de su interacción con unos niños, niñas y adolescentes concretos que crían y a quienes también tenemos que comprender concienzudamente.

Hay estudios que concluyen que existe mayor correlación entre las variables de la relación terapéutica con los resultados en la terapia, que con las técnicas utilizadas. Es decir, que los componentes de la relación terapéutica como la empatía, escucha atenta o aceptación, tiene más efecto positivo que la metodología empleada (Lambert y Ogles 2004, en Mindfulness and Therapeutic Relationships. The Gildford Press. 2008)

Una noticia positiva es que una manera de ganar en presencia, es a través del entrenamiento en autobservación y autocuidado. Desde mi punto de vista, una buena forma de lograrlo es a través del trabajo de nuestra propia historia de apego y el conocimiento de la teoría de apego como base, la práctica de atención plena o mindfulness (a quien le ayude) y el autocuidado. Tres maravillosas formas de ganar en bienestar que considero responsabilidad de todo terapeuta, y más de los que trabajamos con trauma.

Así, los terapeutas podremos estar con las familias y facilitar que se entrenen también en estar presentes con sus niños. Iniciamos un proceso donde a la vez que podemos conocer a las familias de cara a planificar la intervención con ellas, favorecemos el autoconocimiento y habilidades de autocuidado en ellas. Porque sabemos que si uno no está bien o no se cuida, no puede hacerlo con otros y si uno está en estrés, es imposible que pueda escuchar, sintonizar o relacionarse de forma segura.

Quiero destacar tres elementos del autocuidado positivo, según  EMDR y Disociación: El abordaje progresivo. González y Mosquera, 2012. Editorial Pleyades:

(1) Una actitud o estado mental de valorarse y quererse a uno mismo, actitud que motiva al individuo a cuidarse bien

(2) Una ausencia de actitudes de auto-rechazo

(3) Acciones beneficiosas específicas, que hacen que el individuo crezca y se valore.

Las autoras dicen que la actitud de autocuidado positiva genera motivación para los otros dos elementos. Y es que esta actitud se relaciona con los patrones de apego y la historia de cuidados de los adultos. Al ser cuidados de niños, no sólo estamos aprendiendo a hacerlo en un futuro con nuestra descendencia a través del modelado, si no que aprendemos a considerarnos valiosos y como tal, a cuidarnos a nosotros mismos.

Cuando un padre o una madre no se valora, o no se quiere a sí mismo, difícilmente logrará que sus chicos se sientan valorados por ellos porque muy probablemente entrará en dinámicas de trauma relacional. Abordando este aspecto, iniciamos la posibilidad de romper una cadena de transmisión generacional y regalarle a los niños y niñas el sentirse valorados de forma genuina. Si hablamos de niños, niñas o adolescentes con trastorno de apego, el que se sientan valorados es una necesidad imperiosa, porque no olvidemos que parten de la hipótesis contraria y es un objetivo el que puedan romper esta expectativa a través de la experiencia mantenida en el tiempo.

El segundo punto, me parece especialmente importante. Los sentimientos de culpa, las exigencias demasiado altas, la autocrítica extrema… dificultan enormemente la posibilidad de relacionarse de forma segura y generan sufrimiento y desgaste. El detectar estas actitudes en las familias nos da información sobre su mundo interno y pistas sobre su estilo relacional, pudiendo así abordarlo con ellas, probablemente en un nivel de intervención que requiere de trabajo personal e integración, con los beneficios que esto conlleva.

El tercer punto se refiere a cuestiones como encontrar espacios de disfrute, mantener interés por actividades, darse descanso, cuidarse físicamente…. Sé que algunas personas pensarán que no tienen tiempo, o que si su niño está sufriendo, no pueden parase a pensar en estar bien, por ejemplo. La necesidad de los niños con daño, puede ser tan grande que uno se puede olvidar de sí mismo y de su pareja, porque no hay tiempo o espacio. Cuidado, porque el criar a un niño con afectación por trauma es una carrera a largo plazo, en la que el disfrute y recargar pilas es vital para mantenerse y poder ser consistente. Es un buen aprendizaje para los niños el ver como sus padres y madres están bien y un aprendizaje para la vida, el valorar el descanso y el placer.

Así pues, el autocuidado como una pata más que facilita el relacionarse de forma segura y uno de los caminos para estar presentes, porque me estoy refiriendo a crianzas que requieren de “superpoderes“ , me gusta referirme a los criadores terapéuticos como superhéroes de la crianza. Con estos niños y niñas, las posibilidades de reprocharse a uno mismo o de no cuidarse, por ejemplo, son mucho mayores que en una crianza con niños sin afectación, cuando paradójicamente, mayor es la necesidad de hacerlo.

Todo esto puede ser necesario o no, se puede avanzar con rapidez o de forma muy lenta. Cuando sea así, nos pararemos a entender, para seguir avanzando. Digo esto porque, aunque en ocasiones, la necesidad de cambio es urgente, pero suele pasar que entonces el cambio tenga que ser más lento para ser real. En esos momentos, reforcemos el contexto, utilicemos terapia ambiental o lo que podamos hacer para que lo niños estén protegidos, pero las familias no irán más rápido porque tengamos prisa y merecen que les pidamos lo que pueden dar para que los cambios sean reales, coherentes y consistentes.

En la línea de lo tratado, me gustaría hacer algún comentario en torno a las competencias parentales, que tanto nos ayudan a enfocar el trabajo con las familias (Los desafíos invisibles de ser madre o padre. J. Baruy y M. Dantagnan. Editorial Gedisa, 2010):

La relación de apego seguro se establece fundamentalmente como una relación reguladora y para poder hacerlo, los adultos cuidadores tienen que saber y poder regularse a sí mismos. En crianza terapéutica, hablamos de la adquisición en los padres de “apego resistente”, porque se refiere a mantener esta forma de relación pesar de los obstáculos que, sin duda, van a aparecer para ponerlo complicado.

La sintonía implica poder estar en el otro y no desbordase; para ello, uno mismo no puede estar en alarma, con altos niveles de estrés o con defensas activadas, sino en contacto con la calma y con habilidades de mentalización. En la crianza terapéutica, hablaremos de la capacidad de “sintonizar con ruido”, dadas las posibles complicaciones para encontrar y mantener la frecuencia con la que conectar.

La consistencia es aquella cualidad que refleja que hay un orden y un sentido que se mantienen en el tiempo (por ejemplo, que puedo transmitir mensajes necesarios para la crianza terapéutica como “no me abrumaré con lo que te sucede”, o “te protegeré”, o “puedes cederme el control”, “Me gusta quien eres” y responder en coherencia con ellos) y pasa repetidamente. La presencia va por el canal de lo no verbal, y es este el que logra que los mensajes lleguen con verdad.

Las plantas no van a sacar la flor antes porque le expliquemos como hacerlo, pero con el trato adecuado y mantenido, lo harán cuando llegue su momento, y será el mejor.

Muchas gracias por permitirme compartir estas reflexiones y gracias a todas las familias que me hacen aprender cada día.

lunes, 3 de octubre de 2016

Crecer en una familia de acogida: proveer una base segura a lo largo de la adolescencia (II)

Continuamos con la segunda parte del post dedicado a exponer la investigación llevada a
cabo por G. Schofield y M. Beek y publicada en un artículo titulado: Growing up in foster care: providing a secure base through adolescence (Crecer en acogimiento familiar: proveer una base segura a lo largo de la adolescencia)

En el primer post desarrollamos la tesis de los autores, la cual incide en una realidad que todos los que trabajamos y acompañamos a menores y familias en acogimiento familiar hemos podido constatar: la enorme importancia que la familia sigue teniendo en la adolescencia de los menores acogidos (en toda familia, pero para los que viven en régimen de acogimiento familiar y cuentan con antecedentes previos de abandono y maltrato que generan vulnerabilidad e inseguridad en los menores, así como la posibilidad de que padezcan trauma complejo, la trascendencia de la familia aún es mayor) porque todavía precisan de una base segura que les brinde apoyo y disponibilidad para poder hacer la transición a la vida adulta.

El artículo (el cual me lo dio a conocer mi amiga y colega Cristina Herce, psicóloga y especialista en acogimiento familiar, co-directora del Centro Lauka, empresa que lleva más de 20 años responsabilizándose, por convenio, junto con la Diputación Foral de Gipuzkoa, del programa de apoyo y seguimiento al acogimiento familiar en Gipuzkoa) es extraordinario y viene a subrayar y poner de relieve que en la etapa adolescente la presencia y acompañamiento de las familias es clave, más de lo que se piensa, pues a menudo este periodo se ha conceptualizado como centrado en el grupo de iguales, la pareja, compañeros de trabajo… minimizándose el papel de la familia que resulta, como estamos viendo, clave para nuestros adolescentes acogidos. Incluso en etapas más avanzadas de la vida (jóvenes en la veintena) veremos vivencias -que el mencionado estudio describe- en los que el rol de los acogedores ha resultado de especial relevancia. Los ejemplos de los jóvenes que el artículo cita, de edades ya más avanzadas, me han traído a la mente a madres y padres acogedores que conozco -y a sus hijos de acogida- que continúan siendo base segura para sus hijos. Y gracias a su sensibilidad y disponibilidad, los jóvenes, vulnerables e inseguros en mayor o menor medida, pueden encontrar en esta base los recursos psicológicos que necesitan para afrontar los desafíos de la vida.

Esto no nos debería de sorprender tanto, a mi modo de ver. Algunos padres adoptivos y acogedores se llevan las manos a la cabeza, en un gesto humanamente comprensible, cuando toman conciencia de que su papel como fuente de apoyo, acompañamiento y ordenamiento de su hijo/a se va a prolongar más de lo debido, más de lo que su edad cronológica marca. En efecto, esto es así porque el cerebro tarda en completar su maduración mucho más de lo que se creía. Como nos suele recordar Rafael Benito, psiquiatra y amigo y colega, hasta los veinticinco (y en algunos casos un tanto más) el cerebro no ha terminado de configurarse. Muchos chicos y chicas, en mi experiencia, recuperan bastante bien su desarrollo en algunas áreas, teniendo en cuenta que provienen de experiencias de abandono y maltrato (a veces más leve, otras veces más grave) que suceden en periodos críticos de la vida como son los primeros años, donde se está construyendo el cerebro y se están creando las conexiones neurales, además de que en función del ambiente, unos genes se expresarán y otros no. Se desarrollan bastante bien pero la seguridad en uno mismo, la regulación de las emociones, el control de los impulsos y la planificación y organización personales (aspectos que tienen que ver con las funciones ejecutivas) no se recuperan tan fácilmente y requieren que el adulto cuidador esté a su lado para prestarles su cerebro, como suele decir Jorge Barudy, nuestro profesor. Este tipo de de habilidades mentales y cerebrales también suelen completarse más tardíamente en chicos y chicas que no han sufrido maltrato porque son las últimas en desarrollarse a nivel cerebral. Así que pensemos en los menores que han sufrido maltrato y su cerebro ha sido alterado: su desregulación suele ser de mayor magnitud, durante más tiempo (a veces para toda la vida) y requiere más permanencia por parte de los adultos cuidadores para estabilizar funciones mentales.

Además, quizá a veces equivocamos el concepto base segura. No se trata de que el joven acuda donde nosotros y le resolvamos todo evitando su autonomía e impidiéndole asumir sus responsabilidades. No. Todos los adultos necesitamos contar con una base de seguridad en diferentes momentos de la vida, que nos brinde apoyo, nos regule emocionalmente y nos potencie nuestros propios recursos. Todos necesitamos contar con personas de confianza que hagan esta función para nosotros, reguladora y segurizante. Pero somos nosotros los que tenemos que tomar las decisiones y resolver los problemas y desafíos que la vida nos presente. Cuanto mayor equilibrio logremos entre autonomía y necesidad del otro, más seguro pienso será nuestra representación mental con respecto al apego. Pero de la "cuna a la tumba", como magistralmente expresó Bowlby, la necesidad de acudir a figuras con las que tenemos un vínculo en momentos en las que las precisamos para obtener apoyo, seguridad y consuelo, es fundamental y se da en todas las etapas de la vida. Kathy Steele, en un congreso de apego, en Roma, en sus apuntes, comenzó su powepoint con esta frase que se me quedó grabada: “Todos necesitamos a veces, ser dependientes; todos necesitamos, a veces, ser independientes” Luego en este equilibro está la virtud.

Por lo tanto, de lo que venimos diciendo hasta ahora, se desprende que toda familia pero en especial las familias adoptivas y acogedoras, siguen teniendo un papel relevante durante este periodo que va desde la juventud a la vida adulta. Gracias a estas familias competentes, los menores que previamente fueron abandonados o maltratados, tienen una oportunidad de crear nuevos vínculos y crecer y desarrollarse con los nutrientes físicos y emocionales que necesitan. Por ello, estas familias deben estar acompañadas y formadas debido a la trascendente, compleja y larga misión que tienen: ejercer una parentalidad terapéutica, esto es, como sabemos, llevar adelante una crianza que repare las heridas que los traumas dejan en la psique en desarrollo de los menores.

Así pues, me ha encantado este estudio porque los especialistas corroboran lo que venimos observando en nuestro trabajo diario con las familias: que es totalmente necesario acompañar a los menores acogidos más allá de los 18 años. Además, aunque sea costoso y trabajoso hacerlo y requiera dosis potentes de energía y entusiasmo, puede merecer mucho la pena porque podemos sacar adelante a una persona, contribuyendo a su adaptación social y bienestar. Como una madre de acogida me dijo un día: “ahora mi hijo me necesita y voy a estar a su lado para brindarle ayuda y apoyo todo el tiempo que sea necesario” Para llegar a esta conclusión, es preciso que los adultos reconozcan que este tipo de chicos y chicas presentan más que dificultades, como dice María Vergara. Presentan un daño que hay que reparar y requiere de tiempo, paciencia y perseverancia. Esto se puede lograr cuando aceptamos (es un proceso que cuesta mucho pero se puede hacer) al niño o joven en su dolor y su daño y se lo reconocemos. Entonces, podemos empezar a ver su mente (sus necesidades, su vulnerabilidad, sus emociones, sus límites, sus recursos…) La suya, no la nuestra preocupada y enfrascada en cogniciones, pensamientos y creencias sobre lo que debería hacer a su edad y lo que puede hacer pero no quiere. Creencias nuestras que no reflejan la realidad del menor. Cuando le vemos al niño o joven, cuando le sentimos, cuando le reconocemos (como dice magistralmente Ana María Gómez: “te veo, te siento, te reconozco”) entonces estamos viendo al hijo/a real. Y es ahí cuando podemos empezar a trabajar con él en lo que necesita, pudiendo estar así abiertos a sus logros y cualidades, por pequeños que sean.

Recordando el modelo de la base segura familiar en la adolescencia de Schofield y Beek, son cinco los componentes que la forman en esta etapa, y que ya referimos en la primera parte de este post: Disponibilidad, sensibilidad, cooperación, aceptación y pertenencia a la familia.

Vamos a recoger los ejemplos que los autores plantean en este artículo, casos reales, sobre cómo las familias de acogida han llevado adelante cada uno de estos componentes. Recordamos que los autores hicieron un estudio longitudinal (que merece difusión) con familias de acogida desde el año 1997 al 2006 con el fin de determinar “las necesidades de los menores para la permanencia, la seguridad y la estabilidad a lo largo del tiempo, en acogimiento familiar”

En este post expondremos las dimensiones de disponibilidad y sensibilidad. Nos ocuparemos de las otras dimensiones en sucesivas entradas.

Disponibilidad – Ayudar a los adolescentes y a los jóvenes a confiar

Los adolescentes en el estudio Crecer en una familia de acogida llegaron a las familias en la temprana o mediana edad (por debajo de los 12 años) Casi todos (90%) tenían una carga de abuso y negligencia. La mayoría de los menores tenían madres con historias con severas dificultades para la crianza combinadas con historia de abuso en la infancia (57%), problemas de salud mental (55%), abuso de sustancias (19%) y dificultades de aprendizaje (31%) Esto sugiere que los cuidadores tenían una alta probabilidad de actuar de manera que aterrorizara o asustara a los menores; así pues éstos contaban con ausencia de base segura en la infancia.

Los autores definen la disponibilidad de la siguiente manera: “ofrecer una base segura durante la adolescencia requiere de los cuidadores que promuevan una autonomía apropiada mientras simultáneamente proveen de un refugio donde el joven se sienta a salvo”

Y ponen como ejemplos de su estudio a Jenny (llegó a la familia a la edad de 6, con 14 años en el momento de la investigación), con antecedentes de abuso sexual y negligencia severas. Jenny presentaba aún dificultades para poder acostarse y necesitaba decirle buenas noches a su madre de acogida cada noche, incluso aunque ello implicara telefonearle al móvil, si su madre había salido. Los autores de la investigación comentan que algunos jóvenes más vulnerables estaban necesitados de ese tipo de disponibilidad reaseguradora hasta bien entrados los veinte años. Esto concuerda con comentarios que me han hecho padres y madres adoptivos acerca de si es normal que sus hijos precisen de su acompañamiento antes de que duerman, a las edades de 25 años, para decir buenas noches o hablar antes. Y evidentemente, a la luz de lo que vamos aprendiendo, podemos valorar que es desde luego, normal y necesario para algunos chicos y chicas. Lo comprenderemos mucho mejor si además somos conscientes de que por la noche la angustia aumenta. Quedarse solo/a en la habitación, con uno mismo/a, conectando con el interior, si se tiene una historia muy dura (abusiva y maltratadora a las espaldas), a oscuras, propicia la emergencia de contenidos traumáticos: sensaciones e imágenes, emociones… no integradas que aterrorizan. Algunas jóvenes abusadas me han contado que tienen alucinaciones postraumáticas y ven (un síntoma disociativo) al maltratador aproximarse a ellas.

[“El sueño de la razón produce monstruos”, decía (corregidme si me equivoco) Goya. Si conocéis una parte de la producción pictórica de este genio denominada serie negra -unas pinturas expuestas en el Museo de El Prado de Madrid (inigualable pinacoteca), las cuales fueron arrancadas a su muerte de las paredes de La Quinta del Sordo (como se le llamaba a la casa donde vivió Goya) y llevadas a dicho museo- podemos comprender y empatizar con que los horrores, las angustias y los fantasmas (imaginarios pero con base real porque el pintor aragonés fue testigo de una época muy traumática en la historia de España y no se limitó reflejar la realidad sino a denunciarla) pueden aparecerse (sobre todo por la noche) tomando formas tan oscuras, terroríficas y fantasmagóricas como las que Goya plasmó resilientemente (porque lo transformó en arte creando una obra fascinante y enigmática) en sus pinturas de la serie negra. La alegoría del trauma complejo -eso son para mí las pinturas negras de Goya-, y así podría representarse y simbolizarse]




Otra menor en acogida llamada Charlotte (volvemos tras este excursus a los menores del estudio puestos como ejemplo de cómo llevar adelante la disponibilidad de los acogedores en la adolescencia) tenía dificultades de aprendizaje (acogida a los 8 años, ahora con 17 años de edad) que interferían con su capacidad para poder gestionar bien los tiempos y no desorientarse o despistarse cuando empezó a trabajar. Durante el periodo de la comida, la madre le llamaba  para apoyarle y recordarle las horas con el fin de que retornara a su trabajo por la tarde.

Otro joven llamado Rob (acogido a la edad de 10 años, en el momento del estudio contaba con 19 años) comenzó con problemas justo cuando surgió la posibilidad de que se independizara en una vivienda propia. Los autores del estudio mencionan que el momento de mudarse a otra vivienda, de trasladarse, es un periodo en el que precisan considerable apoyo. La casa de Rob no estaba cerca de donde vivía su familia acogedora sino en otro barrio, mucho más lejos de donde trabajaba como albañil. Este cambio fue suficiente para desorganizar a un joven muy vulnerable por su historia. Con el fin de que no faltara al trabajo, le llamaban a diario para que se despertara y acudiera.

Uno de los mayores desafíos en el estudio es apoyar a una hija de acogida durante su embarazo y maternidad. En términos de apoyo y disponibilidad de los cuidadores, es cuando más pueden necesitarlos. Si la maternidad es una experiencia muy exigente para todas las mujeres, para una joven vulnerable y sin recursos, aún más. Puede desestabilizar (e incluso desorganizar) la mente. Chloe, otra joven del estudio, acogida a los 11 años, en el momento de hacer el estudio cuenta con 19 años) se quedó embarazada de su novio. Los acogedores llegaron al acuerdo y a la convicción de que en esos momentos lo mejor era tratar de recomponerse de su decepción y dolor hacia su hija y seguir ofreciéndole apoyo como padres y abuelos. Cuando se le entrevistó, Chloe era una madre segura y competente, quien usaba su inteligencia, competencia y resiliencia en su nuevo rol de madre. Ella apreciaba el interés y apoyo de los padres y sentía admiración y afecto por la labor que desempeñaban de base segura. Incluso en estas etapas de la vida y en estas circunstancias, la disponibilidad de los cuidadores contribuyó a su desarrollo, confianza y seguridad.

Los autores concluyen, con respecto a la disponibilidad, lo siguiente (y no podemos estar mas de acuerdo con ellos): “El mensaje en la mayoría de los casos es que los adolescentes y los jóvenes, incluso con el cuidado y el apoyo de sus familias de acogida, son vulnerables a muchos tipos de golpes y reveses de la vida, y que el mantenimiento de la disponibilidad emocional y práctica (recursos de ayuda) mientras sea posible es esencial”

Sensibilidad – Ayudar a los adolescentes y jóvenes a manejar sus sentimientos y conductas

Schofield y Beek dedican -en el apartado dedicado a la sensibilidad- una introducción a un tema que aquí, en Buenos tratos, le hemos dedicados varios post. Nos estamos refiriendo a que la capacidad de manejar los sentimientos y las conductas está en la base de la salud mental. Los autores del estudio mencionan a Schore y a Fonagy, dos prestigiosos profesionales e investigadores de la mente en desarrollo que hablan de que la regulación del afecto ha llegado a ser importante porque es la base para beneficiarse en el futuro de un apego seguro y capacidad resiliente. Los cuidadores que reflejan en su propia mente mientras se mantienen en sintonía con la mente del niño, las emociones de un modo constructivo y apropiado, fomentan la capacidad regulatoria y por ende, el apego seguro.

El impacto de la pubertad en los adolescentes y jóvenes acogidos puede presentar diferentes retos en la regulación emocional. Los adolescentes acogidos, además, están en búsqueda de la identidad  y esta tarea puede ser más complicada por una ausencia de coherencia en la comprensión de sus historias, dicen los autores.

Por ello, los cuidadores, en esta etapa también tienen que enfrentarse en el ejercicio de su parentalidad terapéutica, al reto de ayudar a los adolescentes acogidos a aprender a regular y manejar las emociones. Muchos han podido beneficiarse en la infancia de las experiencias positivas que en este sentido brinda el acogimiento con cuidadores competentes. No obstante, para bastantes chicos y chicas manejar las emociones y los impulsos sigue siendo una tarea a seguir perseverando con la ayuda y el apoyo de los acogedores o padres adoptivos. En este apoyo que las familias han de seguir ofreciendo a sus hijos/as, la clave de esta dimensión –refieren los autores del artículo- no es simplemente la habilidad del cuidador para entrar en sintonía con la mente del menor, sino la habilidad de actuar, de responder sensiblemente.

Nos ponen el caso real de Leroy, acogido a la edad de 7, en el momento de la investigación, 18 años. Este joven había sido muy agresivo en la escuela a la edad de 13 años. La escuela le ayudaba mucho a Leroy pero era insegura para contenerle. Su cuidadora se ofreció y se mostró disponible a la escuela para, en el caso de necesitarle, acudir inmediatamente. Este acuerdo, solo pudiéndose llevar adelante gracias a la autorización del director del centro, funcionó bien y demostró la capacidad del cuidador para estar disponible cuando el joven estaba en una situación de desregulación desorganizada, con el fin de responderle sensiblemente y de modos que pudieran ayudar a Leroy a manejar sus sentimientos y conductas. Ella también hablaba con Leroy de sus sentimientos y le ayudó poco a poco a sentirse mejor identificando diferentes sentimientos, a pensar en qué le disparaba y a comunicarlo de una manera más apropiada. Leroy dijo más adelante: “Yo sentía que había hecho algo mal y como que buscaba el castigo de la acogedora. Pero ella realmente me confortaba y juntos fuimos para adelante. He aprendido a confiar en ella el tiempo que estuve allí. Era mi hogar, mientras anteriormente simplemente era un lugar donde yo estaba”

Puede merecer la pena, como vemos. ¡Ánimo a todos con la tarea de la parentalidad terapéutica! El 17 de octubre regresa el blog Buenos tratos. La firma invitada de este mes es Laura Fariña, psicoterapeuta de familia e integrante del equipo de crianza terapéutica del Centro Allen, en A Coruña. Te esperamos con ganas, Laura.

El 31 de octubre os entrego la tercera parte de este excelente artículo, que nos inspira, anima y motiva en el día a día.

Cuidaos / Zaindu


Referencias

Schofield, G. y Beek, M. (2009) Growing up in foster care: providing a secure base through adolescence Child and Family Social Work,14, páginas 255-266