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lunes, 20 de marzo de 2023

El apego en la adolescencia (I)


Os invito a visitar el blog de Janire Goizalde


https://plumaresilienteblog.blogspot.com

 

Hola y bienvenid@s a mi blog PLUMA RESILIENTE. En primer lugar, me llamo Janire Goizalde y tengo 24 años. Algunos me conoceréis por haber escrito un libro sobre resiliencia titulado “Una nueva vida florece. "Historia resiliente de mi adopción”, con José Luis Gonzalo Marrodán, un buen psicólogo y gran amigo. También han participado en este libro otros profesionales, cómo la psicóloga y psicoterapeuta familiar, Cristina Herce Sellán, que la admiro muchísimo, como profesional y como alguien cercana a mí. La razón por la que he creado este blog es porque la RESILIENCIA es una parte importante de nuestra vida. 


Para las personas que desconocen esta palabra, decirles que es la capacidad para superar situaciones adversas; por ejemplo, un trauma, una tragedia, muerte de un ser querido, problemas personales, laborales, familiares, etc. Por este motivo he querido crear un blog, ya que l@s que han leído mi libro saben que soy una persona que he hecho un proceso resiliente, por todo lo que he arrastrado de mi pasado. En el libro hay varios dibujos que he hecho sobre mis sentimientos, y me gustaría seguir compartiendo mis obras sobre cómo me siento con vosotr@s, por eso dedico este blog PLUMARESILIENTE a ello.





Para adquirir el libro de Janire Goizalde haz click AQUÍ

 




Hace mucho tiempo que no escribo sobre apego y me apetece hacerlo. Al mismo tiempo, pienso que la información que traslade aquí será también útil para vosotros y vosotras, familias y profesionales. Vamos a volver hablar sobre apego y adolescencia, tema que os recuerdo ya hemos abordado en el blog en tres artículos: 




Hoy os ofrezco un artículo que divido en dos partes. En la primera -que expongo a continuación-, me centro en la caracterización de la etapa adolescente y hago mención al modelo mental con respecto al apego de los adolescentes. Termino con una reflexión sobre por qué son tan altas actualmente las tasas de trastornos mentales entre los jóvenes. 

En  la segunda -en un próximo post-, hablaré sobre cómo se relacionan los adolescentes de apego seguro e inseguro, describiré qué ocurre con aquellos que arrastran heridas infantiles en el apego y ofreceré algunas orientaciones.

Para no hablar solo de mis experiencias en consulta privada con los adolescentes y sus familias, he querido documentarme sobre el tema y he dado con un excelente artículo del profesor Alfredo Oliva, Doctor en psicología y experto en adolescencia. Así, en este post me propongo transmitiros lo fundamental que él desarrolla en dicho artículo, junto con los aportes de otros autores (algunos de ellos citados por el profesor Oliva) y mi experiencia profesional de trabajo en psicoterapia con los adolescentes. Me gustaría también esbozar un intento de dar respuesta al por qué se ha resentido tanto la salud mental de los chicos y chicas, y si todo se asocia a lo que psicológicamente nos ha traído la postpandemia o hay otros factores asociados. 

Caracterización de la adolescencia y apego

En el artículo del profesor Alfredo Oliva, este nos dice que, durante la adolescencia, en relación con el apego, hay una disminución de la cercanía emocional, las expresiones de afecto (Collins y Repinski, 1994), la cantidad de tiempo que padres e hijos pasan juntos y un aumento de la necesidad de privacidad. Esto suele conllevar que los padres experimenten un sentimiento de pérdida de la niñez de sus hijos, para comenzar a verlos como personas cuyo deseo ya no pasa por convivir la mayor parte del tiempo con ellos. El interés se desplaza del ámbito familiar al ámbito de las relaciones de amistad, y los amigos -y las parejas que se formen- se pueden convertir también en vínculos afectivos sólidos y gratificantes; la necesidad de vincular se traslada con fuerza a otras personas, incluida el área romántica, impulsada también por la aparición de la pubertad, los cambios psicofisológicos y la emergencia de los impulsos sexuales. 

Además -nos dice el profesor Oliva- la comunicación también suele experimentar un ligero deterioro en torno a la pubertad, ya que en esta etapa chicos y chicas hablan menos espontáneamente de sus asuntos, las interrupciones son más frecuentes y la comunicación se hace más difícil (Parra y Oliva, 2007). Las discusiones y conflictos entre padres e hijos pasan a formar parte de la vida cotidiana en familia, especialmente durante la adolescencia temprana (Collins y Steinberg, 2006). Reflejan el choque entre la necesidad de apoyo parental en un momento en el que tienen que afrontar muchas tareas evolutivas y la exigencia de exploración que requiere la resolución de dichas tareas.

Por ello, no hay hogar donde no exista una tensión manifiesta u oculta entre la dificultad de los padres en aceptar que su hijo ha cambiado y el de los adolescentes de explorar el mundo, a la vez que ellos también han de hacer el duelo por el niño que acaban de dejar de ser, teniendo que asimilar muchos cambios físicos y psicológicos que en esta fase se producen. Las confrontaciones sobre la hora de llegada, el poco tiempo que pasan en casa, el posible descuido de los estudios y del orden en su habitación, la cantidad de horas que dedican al móvil y a las redes sociales, las discusiones porque la omnipotencia paterna/materna ha caído y ya no aceptan lo que digan sus padres, sino que tienen ideas propias y a veces contrarias… son habituales en los hogares de todo el mundo a estas edades. La imagen típica es la de un padre o madre hablando a un adolescente y este sin hacer caso y diciendo: "ya rayas" 

Foto Radio Polar

La pareja, antes volcada en los niños, ahora se tiene que mirar, de nuevo, la una a la otra, y si la llama que la mantenía viva se ha apagado mucho, puede surgir una distancia que antes no se percibía, a una edad en la que los padres llegan a la madurez de su vida, que coincide con el verdor esplendoroso del adolescente. Si la pareja no tiene estructura sólida, el adolescente encontrará fisuras por donde entrar, triangulará a los padres y se beneficiará de las posibles inconsistencias entre lo que uno y el otro digan y ordenen. Lo cual agravará los problemas y desorientará más al adolescente.

Al mismo tiempo, todos los riesgos posibles rodean al adolescente, y si la comunicación no resulta fácil con ellos, se colude con no hablar de temas que son importantísimos: las relaciones afectivo-sexuales, las redes sociales y cómo manejarse, las adicciones, las relaciones con los iguales, los estudios y su orientación futura… Todo ello va a requerir que los padres no se harten del adolescente, que no le lancen el peor de los mensajes que se le puede lanzar: “no te soporto”; “vete por ahí”; “haz lo que quieras” O que no se le diga nada, se le ignore y se le haga el vacío, de tal modo que en casa sienta que no puede contar con nadie ni confiar para buscar orientación y apoyo afectivo. Casi es peor hacerles el vacío y hacerles sentir que no son los hijos que queremos “porque no estudian…, etc.” que entrar al choque y discutir; porque, aunque nos podamos enfadar, siempre existe la posibilidad de reconocer que me disparé y dije cosas que no sentía, pudiendo reparar y volver a empezar. Es más fácil y seguro discutir con los padres cuando se sabe que se podrá seguir contando con ellos (Scharf y Mayselles, 2007).

Foto: Prezi


Para poder acompañar a los hijos en esta etapa -mucho más complicada en estos albores del siglo XXI que a finales del siglo pasado, porque nuestra sociedad es más compleja- es muy importante el grado de seguridad en el apego que estos desarrollaron con nosotros en la niñez, que modelo representacional con respeto al apego (es la imagen de los padres representada como figura segura o insegura, confiable o no confiable, sensible y disponible o insensible y no disponible) Es decir, ¿el grado de seguridad o inseguridad en el apego se mantiene desde la infancia, o la adolescencia cambia los modelos de apego con respecto a los padres?

Continuidad o discontinuidad de los modelos de apego construidos en la infancia

En relación a este tema, el profesor Alfredo Oliva afirma que existen datos que indican cierta continuidad entre los modelos de apego construidos en la infancia y los manifestados en la adolescencia, sobre todo cuando las circunstancias contextuales son estables y favorables. Efectivamente, si las competencias parentales para cuidar, proveer de un apego seguro a los hijos y darles empatía se mantienen como una constante a lo largo de todo el proceso de crianza, el modelo mental con respecto al apego en la adolescencia se mantendrá con representaciones de uno mismo y de los demás como seguras, atravesando esta complicada etapa y sus desafíos evolutivos no sin problemas o adversidades, sino confiando en los padres para pedir ayuda, buscar confort y sentir que se podrán resolver esos problemas.

Sin embargo, los modelos representacionales pueden experimentar modificaciones, de la seguridad a la inseguridad cuando se producen cambios importantes en las condiciones de crianza (Hamilton, 2000; Weinfield, Sroufe y Egeland, 2000) En efecto, que los padres o cuidadores por diversos factores que afectan temporal o definitivamente a su competencia para cuidar, o por la experimentación de adversidades o acontecimientos estresantes y/o traumáticos (pérdida de uno de los progenitores, divorcio conflictivo…) favorezcan que las representaciones de apego se vean afectadas y desarrollen inseguridad con respecto a los progenitores.

Sobre todo, si las conductas parentales relacionadas con el apego (Belsky, 1999) inciden negativamente en los hijos porque estos no están disponibles, rechazan o maltratan. Y cuando los adolescentes deben hacer frente a situaciones especialmente estresantes (Allen et al., 2003) como las que hemos mencionado (pérdidas, muertes, malos tratos, violencia de género, enfermedad grave de los progenitores…)

Las conductas parentales relacionadas
con el apego han de ser seguras
Foto: mentes abiertas psicología

Además, el profesor Alfredo Oliva afirma que la experiencia en la relación con los iguales o con la pareja a lo largo de estos años también podría explicar la discontinuidad en la seguridad del modelo de apego, Así pues, puede ser fuente que refuerce la seguridad previa en el apego, o, al contrario, que acentúe una inseguridad preexistente. Sobre todo, los vínculos románticos, cuando los adolescentes (seguros o inseguros en el apego temprano) forman una pareja más estable y en ella se transfieren inconscientemente los propios modelos de apego temprano. Si ambos miembros de la diada son inseguros, entonces la relación puede tornarse una experiencia que en vez de vivirse con felicidad y disfrute es fuente de ansiedad y dolor.

Los padres, en contra de lo que se piensa, son figuras de apego fundamentales en la adolescencia

En todo caso, los padres son figuras de apego claves en esta edad, aunque el joven tenga una tendencia a volcarse más con los amigos y relaciones románticas. Y no sólo los padres, en mi opinión otros adultos (seguros, confiables, empáticos y disponibles) juegan un papel muy relevante como figuras en quienes encontrar calma, orientación, confort y seguridad. Son figuras de apego subsidiarias hacia las cuales los chicos y las chicas pueden sentir afecto y formar parte de su universo vincular. No nos olvidemos que la adolescencia es otra etapa bebé en la cual el cerebro experimenta una gran revolución (Benito, 2020), vuelve a producirse un periodo de poda neuronal (qué conexiones se afianzarán y permanecerán, y cuáles se desecharán por su irrelevancia), con lo cual la necesidad de contar con adultos que sean buenos arquitectos del cerebro de los jóvenes es fundamental. El profesor Alfredo Oliva coincide con este punto de vista cuando afirma que los adolescentes mostrarán una mayor tendencia a la exploración cuando sientan que sus padres están disponibles y les muestran su apoyo. De hecho, y aunque chicos y chicas aumentan sus conductas exploratorias y reducen las manifestaciones abiertas de apego en su tránsito a la adolescencia, la mayoría disfrutan de relaciones cálidas y estrechas con sus padres, necesitan su respeto y aprecio, y en condiciones de estrés tornan a sus padres, que continuarán siendo importantes figuras de apego, incluso durante la adultez emergente. Por ello, necesitamos padres y adultos con mayor sensibilidad ante los estados emocionales de sus hijos, porque la seguridad en el modelo mental de apego favorece la autonomía de estos, dice Alfredo Oliva.

Trastornos mentales en la adolescencia y apego

Creo que una de las causas de que estemos ante una oleada de trastornos y alteraciones mentales en la adolescencia (consultad esta reciente noticia) no sólo es por las consecuencias de la pandemia, sino porque, en mi opinión, cada vez observo que la calidad del vínculo de apego entre padres e hijos se resiente más. No porque los padres hagan daño a sus hijos en forma de maltrato activo, sino precisamente porque los padres “no hacen” lo que deberían hacer: ser adultos presentes, sintonizados emocionalmente con sus hijos, capaces de mostrar empatía, de mantener conversaciones con ellos donde estos aprendan sobre las emociones y a comprender su mente y la de los otros, a regular estas y a disfrutar juntos. Y esto es así desde la infancia, periodo en el cual los niños experimentan mucha soledad y vacío, y al llegar a la adolescencia, con el cambio y las exigencias de ser autónomos, no tienen una seguridad interiorizada ni unas herramientas psicológicas desarrolladas. Entonces, ante los problemas, se derrumban anímicamente, y si se dan otros factores asociados (externos o internos), aparece el malestar emocional e incluso los trastornos. 

Los padres no son los únicos responsables de esto, el marco laboral tal y como está concebido, pensado para trabajar y producir, se da de tortas con las necesidades de los niños, es un horario pensado para que los padres lleguen agotados, sin tiempo, fuerza y ganas para poder estar con sus hijos. Apenas hay tiempo para los deberes (siempre deberes escolares), las duchas, la cena, la cama… y ojalá un ratito para leer un cuento, si es que hay tiempo. No hay más. Los fines de semana, los videojuegos o cualquier ocio más claustrofílico predomina por encima de que los niños tomen la calle y se relacionen entre sí. Cada vez es más habitual ver a adolescentes juntos... cada uno absorto en su móvil. 

En las escuelas, no se habla sobre relaciones, no se estrechan los vínculos aprendiendo como una tribu, fomentando la cooperación y el apoyo de los unos hacia los otros. Así, se llega a la adolescencia con una gran inseguridad de base, con lo cual la exploración del mundo y el afrontamiento de las exigencias de este se hacen totalmente imposibles para los adolescentes. Se crea así un caldo de cultivo óptimo para poder desarrollar síntomas como la ansiedad, la depresión y las autolesiones, reflejo de un mundo interno que no pueden mentalizar y que colapsa, mostrando un sufrimiento del que no saben cómo salir ni tienen la expectativa de que los otros vayan a poder ayudarles. Fue desde la infancia, estallando en la adolescencia, donde se gestó en la persona menor de edad un esquema cognitivo-afectivo que contiene creencias tales como:  "mis necesidades emocionales no importan"; "los adultos no están disponibles"; "mejor me lo resuelvo solo"; "no puedo confiar"

El lema de la "Asociación para el Desarrollo y la Promoción
de la Resiliencia" (ADDIMA), cobra su máxima importancia
en el acompañamiento a adolescentes


Con todo, soy optimista, porque si proveemos a los adolescentes de adultos en los que puedan confiar, empáticos y sensibles, gracias a esos puntos de apoyo, podrán ganar en seguridad, afrontar los desafíos de la vida y disfrutar de nuevo de esta. Es una etapa de gran riesgo pero también de gran oportunidad (Benito, 2020). Ahora bien, hemos de ser incondicionales y acompañarlos, que no se sientan solos, con respeto y fomentando la autonomía y la capacidad para resolver problemas, y que sepan que vanos a estar ahí para ellos y ellas. 


REFERENCIAS

Allen, J. P., McElhaney, K. B., Land, D. J., Kuperminc, G. P., Moore, C. M., O’Beirne-Kelley, H. et. al. (2003). A secure base in adolescence: Markers of attachment security in the mother-adolescent relationship. Child Development, 74, 292-307

Belsky, J. (1999). International and contextual determinants of attachment security. En (J.Cassidy y P.R. Shaver, eds.). Handbook of Attachment: The- ory, Research and Clinical Applications, pp. 249- 264. New York: Guilford.

Benito, R. (2020). Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y la adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones.

Collins, W. A. & Repinski, D. J. (1994). Relationships during adolescence: Continuity and change in in- terpersonal perspective. En R. Montemayor, G. R. Adams, y T. P. Gullotta (Eds.), Personal rela- tionships during adolescence (pp. 7-36). Thousand Oaks, CA: Sage.

Collins, W.A. & Steinberg, L. (2006). Adolescent de- velopment in interpersonal context. En N. Eisen- berg (Vol. Ed.), Social, emotional, and personality development. Handbook of Child Psychology (W. Damon and R. Lerner, Eds.). (pp. 1003-1067). New York: Wiley.

Hamilton, C. E. (2000). Continuity and discontinuity of attachment from infancy through adolescence. Child Development, 71, 690-694.

Oliva Delgado, A. (2011). Apego en la adolescencia. Acción Psicológica, 8 (2), 55-65.

Parra, A. & Oliva, A. (2007). Una mirada longitudinal y transversal sobre los conflictos entre madres y adolescentes. Estudios de Psicología, 28, 93-107.

Scharf, M. & Mayseless, O. (2007). Putting eggs in more than one basket: A new look at develop- mental processes of attachment in adolescence. En M. Scharf, y O. Mayseless (Eds). Attachment in Adolescence: Reflections and New Angles: New Directions for Child and Adolescent Development. (No. 117) (pp. 1-22). San Francisco: Jossey-Bass (Wiley).

Weinfield, N. S., Sroufe, L. A., & Egeland, B. (2000). Attachment from infancy to early adulthood in a high-risk sample: Continuity, discontinuity, and their correlates. Child Development, 71, 695–702.

viernes, 24 de diciembre de 2021

La pandemia, Benjamina de Burgos y Nochebuena ¡Feliz Navidad!

Un año más -ya son catorce- me encuentro delante del ordenador para escribir un artículo especial por Navidad. Desde el primer año de publicación del blog, 2007, he comparecido en este espacio bien para desearos Feliz Navidad, bien para trasladaros alguna reflexión que pudiera seros de utilidad. Este año no va a ser menos, por eso aquí estoy para compartir con vosotros/as mis inquietudes. En los últimos años dicho artículo se ha convertido en algo tradicional por Navidad. Lo publico, como veis, el día de Nochebuena, que para mí tiene entrañables resonancias, contenidos en la memoria implícita que me llenan de nostalgia y buenas sensaciones corporales.

Un año más, como es también costumbre, no me venía ningún tema a la mente sobre el que escribir. Dándole vueltas al asunto, decidí dejar ir mi mente y no pensar más en ello. Cuanto más se piensa sobre algo, es peor. Puedes entrar en uno de los dos lados del río, como dice Dan Siegel (2011) cuando compara la mente con esta corriente de agua, donde el líquido elemento se atasca o arremolina y ya no fluye. Entonces, las ideas ya no transcurren con agilidad por la mente, sino que el pensamiento se vuelve repetitivo, como en bucle.

Y un año más la inspiración me llegó. ¡Menos mal! Como por desgracia bien sabéis, seguimos con la pandemia por COVID 19, con una nueva sexta ola, con el aumento del número diario de personas que se contagian y una presión nuevamente potente sobre las UCIs, con un personal sanitario ejemplar y al borde del agotamiento, si es que ya no lo está. Las consecuencias económicas y sobre la salud mental, especialmente sobre la salud infanto-juvenil, están siendo graves. El pasado 20 de diciembre de este año, Save The Children alertó de que se han triplicado los trastornos mentales y de conducta entre niños y niñas, en un año con una significativa reducción de diagnósticos y con los servicios de salud mental infantiles y juveniles saturados. Los psicólogos y las psicólogas clínicas tampoco damos abasto en nuestras consultas, con un aumento del número de peticiones de terapia, con muchos jóvenes con ataques de ansiedad, cuadros depresivos, ideas de autolisis, trastornos del comportamiento, de alimentación… Esto es un indicador de sufrimiento y de que las condiciones pandémicas están haciendo mella en esta población, vulnerable, y especialmente en los que presentan condiciones sociofamiliares de riesgo. Y hablamos de que existe un grupo social que puede permitirse la ayuda psicológica; porque los estratos sociales más desfavorecidos no tienen esa posibilidad, con lo cual la incidencia de la enfermedad mental y su devastación es aún mayor.

En este contexto pandémico, que ya se extiende demasiado, largo se nos hace, esta pasada semana, haciendo repaso de lo que había sido el año, conecté con un viaje a Burgos que hice en agosto 2021 invitado por mi querida amiga y colega Iciar García Varona, junto con otros dos queridos amigos: Jorge León y Marina Mas. Lo pasamos en grande en esas tierras, visitando la maravillosa capital que es Burgos y su majestuosa y recién restaurada catedral. Una joya. Pero si algo me dejó huella de esta ciudad fue visitar el Museo de la Evolución Humana, parada obligada para todo el mundo.

La Catedral de Burgos es mágica desde el Mirador de
El Castillo, una noche de agosto de 2021.
¡A 8º de temperatura, pusimos la calefacción en el coche!

La Catedral de Burgos en Navidad 2021


Museo de La Evolución Humana de Burgos


En este Museo, un edificio contemporáneo amplio, luminoso y funcional, ideal para albergar un espacio destinado a esta actividad cultural, han recogido, clasificado y expuesto todos los hallazgos (restos humanos de los primitivos pobladores) encontrados en los yacimientos de la Sierra de Atapuerca. Además, el sitio es una magnífica oportunidad para repasar la historia de la humanidad. Los creadores del museo utilizan para ello un diseño expositivo donde la tecnología se pone al servicio de la didáctica museística, resultando entretenido y atractivo, con paneles, vídeos, recreaciones de escenarios y por supuesto los restos encontrados en la Sierra de Atapuerca. "Esta Sierra es una ventana desde la que contemplar la Prehistoria y la Historia, las Ciencias de la Tierra y de la Vida, donde se encuentran los fascinantes fósiles que han permitido conocer un poco más sobre los primeros pobladores de Europa". (Guía  gráfica de Atapuerca).

¿Por qué relaciono El Museo de la Evolución Humana de Burgos con la Navidad y la Pandemia? Parece un cadáver exquisito, es decir, como algo hecho con trozos que se van agregando de aquí y de allí y que no parecen tener mucho sentido y relación cuando los unes. Sin embargo, le he encontrado un mensaje que quiero compartir con vosotros/as esta Navidad y, por supuesto, todo el año. Creatividad al poder...

Pero para asociar estos elementos, hace falta que os cuente algo más: de todo lo que vi y aprendí en este Museo, lo que más me impactó y me emocionó enormemente fue la historia de Benjamina. ¿Quién era Benjamina? En Atapuerca vivieron varias especies de homínidos, entre ellos el Homo Heildebergensis hace unos 530.000 años aproximadamente. Dice El Diario El País (31/03/2009): «En la llamada Sima de los Huesos de la Sierra, hallaron las piezas sueltas de un cráneo que perteneció a probablemente una niña. Tendría unos 10 años, murió en esta Sierra y era diferente -diversidad funcional-, tanto que su grupo, su familia, le tuvo que haber prestado cuidados especiales. De lo contrario, no habría sobrevivido. Su cráneo asimétrico y, probablemente, su cara irregular no engañó a nadie, porque, además, cabe pensar que tuvo capacidades psicomotoras deficientes. Hoy los científicos saben que esa homínido preadolescente, tenía craneosinostosis, una enfermedad rara que afecta a menos de seis personas por 200.000 habitantes en la población actual.

La cuestión que se plantearon Ana Gracia, Juan Luis Arsuaga y el resto del equipo fue si un individuo así se valdría por sí mismo en un grupo de cazadores recolectores, si habría sobrevivido varios años sin la ayuda de otros individuos de esta familia.

La craneosinostosis es una patología que se caracteriza porque los huesos del cráneo se fusionan prematuramente. "Hoy en día, cuando se presenta en un niño, se le opera normalmente en sus primeros meses de vida para evitar tanto la deformación estética como las posibles alteraciones en el encéfalo", comenta Gracia. "En cuanto a nuestra niña, no sabemos exactamente qué deficiencias psicomotoras tendría, pero hemos descubierto indicios de que podría tener presión intracraneal elevada".

La fusión prematura de los huesos craneales se debe, en algunos casos, a mutaciones cromosómicas. Pero también puede tener un origen traumático o metabólico del feto. En el caso de Benjamina, los científicos se inclinan por el origen traumático. "La madre se dio un golpe, o el feto estaba mal colocado... Descartamos que el problema fuera en el parto", dice Gracia.

Existen en el registro fósil algunos homínidos con alguna carencia que sugiere que serían dependientes de sus congéneres para sobrevivir, pero son indicios controvertidos. Sin embargo, lo de Benjamina parece claro. "El cráneo 14 es el caso documentado más antiguo de craneosinostosis con deformidades neurocraneales, cerebrales y, muy posiblemente, asimetrías en el esqueleto facial", concluyen los científicos de Atapuerca. "A pesar de estas desventajas, el individuo sobrevivió más de cinco años, lo que sugiere que su condición patológica no fue un impedimento para recibir la misma atención que cualquier otro niño del género Homo del Pleistoceno Medio"».

Craneo de Benjamina reconstruido
Foto: Diario El País


¡Qué historia tan entrañable, me inspira un profundo afecto hacia estos nuestros antepasados! Los legos en la materia nos los imaginamos primitivos, rudos, luchando por el territorio y sobreviviendo sólo los mejor dotados porque si no serían un estorbo para el grupo. Y nos encontramos con que estos homínidos habían evolucionado más de lo que nos pensábamos y ya practicaban la ecología social de los buenos tratos preconizaba por Jorge Barudy (2005). Creo que las cuidadoras de Benjamina -a buen seguro serían hembras- son el primer arquetipo conocido (arquetipo: primer grabador) de la cultura de los cuidados y la solidaridad social. Esto me reconcilia con el ser humano porque en el origen de nuestra especie está el prodigarnos buenos tratos y cuidarnos, sin ninguna duda. 

[Excursus: Querida amiga Iciar: la primera prueba incontrovertible de que hace miles de años existían los cuidados a los más desfavorecidos se encontró en tu tierra, precisamente. ¡No podía ser de otro modo! Hace 530.000 años... ¿No es prodigioso que sucediera esto? Te estoy agradecido, Iciar, porque si tú no me hubieras cursado tu amable invitación no me habría enterado de esta historia y este post no estaría delante de vuestras pantallas, queridos lectores. Nos cuidaste muy bien en tu ciudad natal, por cierto]. 

Esta foto de familia tomada de la Guía Gráfica de Atapuerca nos dice que "mujeres, hombres y niños/as tenían conciencia de grupo. Se alimentaban de vegetales y de las trampas que ponían a los herbívoros. Es una tribu que cuidaba a los enfermos y que los acumulaba en algún lugar al morir".


Foto de familia, hace 530.000 años
Foto: tomada de la Guía gráfica de Atapuerca


En aquellos tiempos, de hace ¡¡530.000 años!! la vida sería muy dura, la esperanza de vida muy corta y la lucha por la supervivencia ardua. De tal modo que sólo serían capaces de salir adelante si formaban un clan; por eso se cohesionaron y colaboraron entre sí (sistema de colaboración social, descrito por Porges, 2011), porque sólo de esta manera tendrían posibilidades de sobrevivir. El apego al grupo era un imperativo biológico. Esto incluía tener un cerebro diseñado para la empatía, creo yo, capaz de dar una respuesta sensible al débil y vulnerable, como Benjamina, que sin estos cuidados y apoyos específicos jamás hubiese sobrevivido. 

¿Y hoy en día? No estamos como nuestros antepasados de Atapuerca, tenemos mil veces más medios que ellos, pero tanto en aquella época como ahora lo que no cambia es que nos vemos abocados a apoyarnos los unos en los otros, máxime si queremos sobrevivir a esta pandemia. Necesitamos que los más desfavorecidos, los benjamines y benjaminas de hoy en día sean especialmente cuidados por nosotros/as. Yo tengo un recuerdo cariñoso estos días para las mujeres (también hombres) que cuidan a muchos niños y niñas, que como Benjamina de Atapuerca no sobrevivirían si no es por la responsabilidad, entrega, solidaridad y dedicación, como dice mi querido amigo Jorge Barudy, de la "manada de hombres y mujeres buenos y buenas", sobre todo de estas últimas. Como decía mi otro gran amigo Juanito Aranzabal, gracias a la "labor callada de mucha gente buena que sostiene el mundo". 





¿Y cuál es el mensaje de la Navidad? La esperanza de un mundo mejor. La tradición cristiana espera que nazca un Salvador que rescate al pueblo y lo libere, el Mesías. Viene anunciado por una estrella, una Luz. La Luz de la esperanza. Para nosotros y nosotras, creyentes o no creyentes, pero solidarios y comprometidos con el sufrimiento humano, simbolizado/a este en todos y todas las benjaminas del mundo, el mensaje puede ser el de la esperanza (esta ayuda a seguir adelante a pesar de los momentos de incertidumbre) de que seamos capaces de cuidarnos los unos a los otros, con mención especial a los niños/as, de cohesionarnos y darnos puntos de apoyo y solidaridad. Sólo así podremos tener más probabilidades de que todos y todas podamos atravesar resilientemente este periodo tan complicado de la humanidad que vivimos con la pandemia de la COVID 19, que como a los Homo Heilderbergensis de Burgos nos obliga a unirnos y apoyarnos para salvarnos. 

Así pues, Navidad, Pandemia y Museo de la Evolución Humana de Burgos (con la historia de Benjamina, ¡tan bonita!) quedan íntimamente relacionados en este artículo que con todo mi afecto os regalo esta Navidad, con esa esperanza de que todos y todas extendamos los buenos tratos allá con quien estemos y nos relacionemos. 

¡Feliz Navidad, un abrazo muy cariñoso para todos y todas! 

REFERENCIAS

Barudy J., Dantagnan, M. (2005). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.

Díez Fernández-Lomana, J.C., Navazo Ruiz, M., Alonso Alcaide, R., Pérez-Moral, M.A. (Equipo Investigador de Atapuerca) (2014). Guía gráfica de Atapuerca. Burgos: Editorial Diario de los Yacimientos de la Sierra de Atapuerca.

Porges, S.W. (2011). The polyvagal theory: neurophysiological foundations of emotions, attachment, communication and self-regulation. New York: W.W. Norton & Company.

Siegel, D. (2011). Mindsight: La nueva ciencia de la transformación personal. Barcelona: Paidós Ibérica.

jueves, 24 de diciembre de 2020

"El otro par", un mensaje para la esperanza


Sol invictus
Foto: pijamasurf.com
Como es tradicional en este blog, el día 24 de diciembre comparezco aquí para compartir con vosotros una reflexión. La Navidad -o solsticio de invierno para los no creyentes- se pierde en la noche de los tiempos. Ya era celebrado con grandes fiestas por los romanos (Las Saturnales) El cristianismo se apresuró a quitarle el cariz pagano y lo convirtió en una fiesta religiosa -la metáfora del sol que renace invencible: el nacimiento de Jesús como triunfo de la vida (luz) sobre la muerte (tinieblas)-. Sin embargo, en nuestros tiempos se ha convertido para muchos en una excusa más para el consumo desenfrenado. Por otro lado, "sentirse forzado a estar contento y reunirse con quien no quiero por que sí, porque toca”, hace que algunas personas odien la Navidad con todas sus fuerzas y están deseando que pase cuanto antes. Otros, en cambio, la viven con indiferencia. Y no pocos también la celebran con gran alegría y mesura -entre los que me incluyo- porque la memoria de la Navidad está impregnada de bellos recuerdos.

Foto: blogs.elcorreo.com

En esta época encaramos la recta final del año. Y este 2020 a nadie se le escapa lo duro que ha sido. Un año de dolor causado por la pandemia mundial por coronavirus. Por eso, no estamos para muchas fiestas. En las mesas de muchos hogares habrá sillas vacías en los días señalados porque faltan seres queridos -que no se hubiesen ido si no es por este maldito virus-. Muchas familias optarán por la separación para cuidarse porque reunirse puede ser peligroso para la salud. El riesgo está en que en las reuniones familiares podamos contagiar a quienes amamos y eso no nos deja estar tranquilos. Nos lleva a una dolorosa decisión que supone que mucha gente pase estos días sola. Además, hemos de sumar la crisis económica que ya sufrimos -y quizá se agrave-, los enfermos que llenan los hospitales -con visitas restringidas- y la perspectiva de que el invierno puede ser aún más crudo por la llegada de una posible tercera ola del coronavirus, con la amenaza de una nueva cepa que hace que la transmisión del mismo sea un 70% más alta. 

“Con todo esto -pensé- ¿qué mensaje puedo compartir con vosotros/as queridos/as seguidores/as y amigos/as de Buenos tratos?” Con la que está cayendo, no creo que un post lleno de optimismo ingenuo y de positivismo a ultranza sea realmente bienvenido por vosotros/as. Tenemos un elefante en la habitación, enorme, y no podemos ni negarlo ni evadirnos de ello.

No me llegaba la inspiración, y para hacer los post necesitas que una idea alumbre tu cerebro. “A pesar de todo -me dije- compareceré en el blog, creo que es mejor cumplir con lo que prometí: presentarme el día convenido a la hora que siempre publico” Ya la sabéis: las 9,30 hora peninsular española. 

Hasta que el pasado domingo 20 de diciembre, hablando con unos amigos, apareció la inspiración. Hasta ahora las musas nunca me han abandonado. Gracias a mis amigos, puedo hoy escribir algo medianamente decente -eso espero, al menos, y si no confío en que me perdonareis- para vosotros/as. Concretamente, hablaba con Carlos Escribano, líder de la banda musical MOU -Memorandum of Understanding- que como bien sabéis nos honró con sus conciertos en dos ocasiones (las III y las IV Conversaciones sobre Apego y Resiliencia). Carlos me compartía que realmente ha tenido que estallar una pandemia, un detonante, para que recibamos un mensaje contundente sobre hacia dónde dirigimos el planeta, es decir, el futuro de la humanidad. No podemos cimentar el desarrollo humano y el progreso a costa de agotar los recursos, cargarnos los ecosistemas, alterar el clima y crear profundas brechas entre los que tienen los recursos y los que no los tienen, entre los países ricos y los países pobres. Y pensar que nada va a pasar. Que podemos seguir tocando la música y bailando mientras el barco se hunde, como sucedió en la tragedia del Titanic.

¿Aprenderemos algo o seguiremos igual? Todos estamos deseando que acabe la pandemia y aguardamos la vacuna con esperanza. La esperanza de… ¿volver al ritmo de antes, en el que estamos quemando la madera de los vagones mientras la locomotora desenfrenadamente no sabe a dónde va? Hay expertos que dicen que no será tan fácil, que recuperarnos de esta crisis de dolor, muerte y devastación económica (esto aún está por llegar con toda su crudeza) llevará mucho más tiempo del que podamos pensar. 

Foto: elindependiente.com
Entramos en el territorio de la incertidumbre. Y esta genera ansiedad porque sentimos que no tenemos el control y que nuestras viejas comodidades pueden verse profundamente alteradas. Lo único claro es lo que me dijo Carlos Escribano: “este virus es nuevo en el sentido de que aunque se conoce desde hace tiempo, no se ha estudiado en profundidad. A ciencia cierta, todavía no hay evidencias incontrovertibles ni sobre sus consecuencias en la salud a largo plazo ni sobre la vacuna ni sobre su impacto a nivel socioeconómico” No lo sabemos. También las teorías sobre su surgimiento arrojan dudas. Hay una versión oficial que afirma que saltó de un animal (murciélago) a un humano, pero -como bien dice Rafael Benito- esta versión a algunas personas les parece tan prosaica que el hemisferio izquierdo de su cerebro -necesitado de narraciones interesantes y fascinantes- crea las más diversas teorías, algunas realmente delirantes y trufadas de todo tipo de conspiraciones. Parece ser que con el fin de controlarnos, como si fuésemos súbditos de los habitantes de la novela 1984 del autor Orwell. “¿Quizá pensar que un ente les quiere controlar a algunos/as les hace sentir precisamente que tienen el control no dejándose supuestamente manejar?”, pensé el otro día. Como si ellos supieran lo que se cuece mientras los demás, adocenados, obedecemos ciegamente lo que dicen las autoridades sanitarias. Pero lo cierto es que la OMS (Organización Mundial de la Salud) aún no tiene pruebas definitivas sobre cómo se originó el virus. Así que, realmente, no sabemos mucho de este coronavirus. Y esta incertidumbre, como digo, nos genera ansiedad. Y es lo que los seres humanos peor toleramos. Este es uno de los aprendizajes de la pandemia: aprender a manejarnos con la incertidumbre, buscando las redes de apoyo psicosocial que nos puedan ayudar a sujetarnos. El instinto de apego es cuando ahora cobra todo su sentido y necesidad. Nos sentimos más confortados cuando las personas especiales a las que queremos nos brindan su consuelo, apoyo, calma y seguridad. 

Tras hablar con Carlos Escribano, llego a casa y estoy con ganas de ver una serie titulada “El colapso” La verdad es que su visionado te deja mal cuerpo, pero, a la par, transmite una gran lección y te abre los ojos. Mi amiga Erenia Barrero me la recomendó, habiéndome advertido antes que es muy impactante, aunque de gran calidad. Y así es. 

La serie sobrecoge mucho más porque vivimos en un contexto de pandemia por el coronavirus. Presenta un escenario distópico en el cual el mundo ha colapsado porque algo ha pasado -no se dice concretamente qué, un punto a favor de la serie pues genera desasosiego-, algo, desde luego, grave. El planeta ha reventado su sistema. No hay recursos básicos para la vida (distribución de alimentos, combustible para los vehículos, medicinas…) Reina el caos y empieza la lucha por la supervivencia. Grabada en plano secuencia, un gran recurso narrativo para rodar series de este tipo, y sin necesidad de grandes presupuestos ni efectos visuales fulgurantes, consigue traspasarte la piel, crear tensión y que te enganches a la misma. Son episodios cortos, bien narrados, con un suspense que se palpa y sobrecoge.

Un portal especializado ha dicho de esta serie lo siguiente: “Ya sea en cine o en televisión, estamos más que acostumbrados a presenciar el fin del mundo desencadenado por los motivos más diversos; desde desastres nucleares a conflictos bélicos a escala mundial, pasando por invasiones alienígenas, catástrofes naturales o resurrecciones masivas de cadáveres sedientos de sangre; pero pocos tan mundanamente aterradores como el que explora 'El colapso'.

Basándose levemente en la teoría de Olduvai, que establece que la civilización industrial actual tiene una fecha de caducidad de unos 100 años —expirando en 2030—, tras la cual experimentaría una regresión a épocas anteriores con sus consiguientes modos de vida y sistemas sociopolítocos y económicos, 'El colapso' opta por prescindir de cualquier tipo de explicación sobre el origen de la debacle para volcarse en lo verdaderamente importante: el drama.

A través de ocho episodios autoconclusivos cuyo metraje medio ronda los 22 minutos, interconectados entre sí de un modo tan sutil como inteligente, la producción de Canal+ brinda un ejercicio apocalíptico que sale triunfante del mayor reto al que se enfrenta toda antología: mantener una calidad constante en todos sus fragmentos.

En el caso de 'El colapso', las ocho piezas muestran un nivel asombroso en términos narrativos y una variedad conceptual envidiable que se traduce en una espiral de emociones que abofetea al respetable; recorriendo lugares como la angustia y la desesperación más viscerales o el conflicto humano más intimista —es difícil contener las lágrimas en el sexto capítulo—, culminando en un crítico fin de fiesta dominado por la frustración.

Pero entre una dramaturgia de primera categoría, unos personajes reales e imperfectos que proyectan lo mejor y lo peor de nuestra especie y un imaginario para enmarcar, destaca un recurso formal que impulsa al show de lo notable a los terrenos de lo excelente”



¿Llegaremos a este punto que se narra en esta serie? No lo sé. Espero que “este mundo absurdo que no sabe a dónde va”, como dice Aute, sepa cambiar el rumbo. Confío en ello, aunque depende de todos/as y cada uno/a de nosotros/as. Como bien dice el crítico de esta serie, los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Y esto en “El colapso” se ve con meridiana claridad. Hay tipos humanos y colectivos que solo piensan en ellos y en salvarse y activan su cerebro reptiliano, el cual sigue el lema hobbesiano “el hombre es un lobo para el hombre”. No quieren morir y ellos/as y sus hijos/as están por encima de los demás. Pero en la serie también aparecen personas y colectivos capaces de dar lo mejor, siendo conscientes de que solo mediante la cooperación y la colaboración social -un sistema que los humanos pueden desarrollar mucho más que ninguna otra especie animal- podremos salir adelante y sobrevivir -y vivir- todos y todas. Porges (2017) apunta que el sistema de colaboración social se asienta en el mismo sistema nervioso, hay una fundación neurofisiológica sobre la que se construye la conducta social, si es que la crianza y la educación se centran en estimular y potenciar este sistema.

Pero, ¿dónde está la esperanza de la que hablo en el título de este post? La Navidad contiene un mensaje de esperanza, la misma llegada de Jesús es el nacimiento de un Salvador para los oprimidos. Los romanos, por su parte, rendían tributo a la nueva venida de la Luz. El culto a la luz, al Sol invictus, se pierde en la historia de la humanidad, la luz vence a las tinieblas...

Foto: youtube

Es verdad que el futuro pinta un tanto oscuro, no lo podemos negar. Los estudiosos dicen que muchos efectos del cambio climático, de la sobreexplotación y expoliación del planeta ya están aquí -el coronavirus sería un síntoma- y que son irreversibles, sólo podemos frenar y paliar las consecuencias, prepararnos para poder sanar lo mejor posible a un planeta herido. 

Pero...

En mi humilde opinión la esperanza está en todos/as y cada uno/a de nosotros/as con nuestro efecto multiplicador. La familia y la educación (los/as que son educadores/as y profesores/as) tienen en sus manos inculcar en los niños/as nuevos valores que incidan en que desarrollemos nuestro sistema de colaboración social. Además de valores cooperativos, solidarios y del bien común, la experiencia y la educación en la empatía son fundamentales. Sólo así podremos aminorar el individualismo y el neoliberalismo (el crecimiento económico por encima de todo) a ultranza que asolan el planeta. Estos valores nos permitirán sacar en esta crisis pandémica -y en futuras adversidades y posibles escenarios traumáticos- lo mejor de nosotros/as mismos/as. Frenará que usemos la lucha (violencia) y la huida, que evitemos convertirnos en reptiles (depredadores) que sólo maximizan su vida y bienestar -y si hay que pisar al otro, se le pisa, primero me salvo yo- y potenciemos el cerebro superior en toda su capacidad de ver y sentir al otro como importante porque suma al colectivo.

Después de ver “El colapso” necesito sentirme mejor y no caer tampoco en un pesimismo destructivo. Por ello, cojo de mi biblioteca el libro de Luis Moya titulado: “La empatía: entenderla para entender a los demás” Y al leer un capítulo, me doy cuenta de que es posible que desde cada uno/a de nosotros/as podamos expandir esta capacidad que creo puede llevarnos a un planeta mas justo, humano y solidario. Entonces, la angustia que me había dejado en el cuerpo la serie “El colapso” va mitigándose al leer esto: “Cuando me puse a revisar todos los artículos sobre empatía y cerebro, me di cuenta de que esas partes del cerebro se solapaban de forma sorprendente con la agresión y violencia. Por ello, argumenté que los circuitos cerebrales para la empatía y violencia pueden ser parcialmente similares, es decir, las mismas partes del cerebro pueden controlar ambas. […] Siguiendo el razonamiento, ¿puede entonces la empatía inhibir biológicamente la violencia? Es por todos sabido que fomentando la empatía disminuimos la violencia; si alguien se pone en tu lugar es más difícil que te agreda. Pero no sólo es una cuestión social sino biológica. Quizá la estimulación de esos circuitos cerebrales en una dirección podría reducir su actividad en la otra” […] No quiere decir que una persona empática no pueda ser violenta, pero cuando alguien tiene la habilidad de ponerse en la piel de otra persona es más difícil que se comporte de forma violenta, al menos en ese preciso momento”

Portada de un libro de Luis Moya
Creo que debemos empezar esta labor empática en nuestros círculos para que se expanda: con nuestras parejas, con nuestros/as hijos/as (en este mismo blog ya he hablado de la empatía como la “medicina” que necesitan los/as niños/as maltratados/as; porque es posible afirmar de ellos/as que potencialmente pueden repetir el ciclo de la violencia y el maltrato, pero no están determinados/as en absoluto. Para ello hace falta sacarlos fuera de las fuentes que les dañan y trabajar duramente para revertir esos circuitos cerebrales y que desarrollen así, con paciencia y perseverancia, la capacidad de empatizar porque la han experimentado con un otro significativo, adulto facilitador), con nuestros/as amigos/as, con nuestros vecinos, con cada persona que nos encontremos a lo largo del día… Esto contagia tanto o más que el coronavirus… Contagia humanidad. 

Que el espíritu de la Navidad sople empatía todo el año. 

Cierro el libro de Luis Moya más tranquilo y calmado. Esperanzado. Y recuerdo un vídeo titulado “El otro par” que hace meses me compartió una compañera por whataap (un corto ganador de un concurso internacional) Y me viene la inspiración para este post… Todo fluyó en mi mente después de despedirme de mis amigos, el domingo 20 de diciembre de 2021. Y decido escribir sobre ello, diciéndome: “terminaré el post compartiendo con todos y todas mis queridos/as amigos/as y seguidores/as de Buenos tratos este maravilloso vídeo que escenifica sin palabras y brevemente qué es la empatía, de la buena; será el mejor modo de cerrar el artículo y de desearles una esperanzada Navidad y Año 2021”


Antes de terminar, quiero compartiros una entrevista que me hizo mi colega y compañera Elena Reiriz Piñeiro desde En Mi Lugar Seguro-blog donde ambos charlamos sobre los buenos tratos. Os dejo el enlace para quienes deseéis escuchar la entrevista. 


Buenos tratos regresará el día 11 de enero de 2021.

Cuidaros / Zaindu

lunes, 23 de noviembre de 2020

Cómo pueden los profesores regular la conducta de los niños en época de pandemia

Uno de los asuntos que nos preocupan durante esta pandemia son las medidas de protección ante el COVID-19 que los ciudadanos debemos de seguir para preservar la vida. Por supuesto que estas son necesarias, no pretendo afirmar lo contrario, ¡ni mucho menos! Me refiero a cuidar el modo en el que presentamos las medidas y también a si estamos potenciando la promoción de alternativas de conexión emocional con los otros basadas en un nuevo lenguaje que pueda hacernos sentir calidez entre nosotros, dentro de esta ya larga, fría y devastadora pandemia.

Dentro de los ciudadanos, están los niños y adolescentes, los cuales cuentan poco socialmente. Ellos tienen que llevar -como todos- permanentemente la mascarilla y guardar la denominada distancia física o de seguridad, lo cual implica separación entre personas de al menos 1,5 metros en el espacio circundante. Como todo el mundo sabe ya a estas alturas de pandemia, no nos podemos tocar, ni besar ni abrazar. Nos está resultando muy duro, pues es una medida anti natura. La necesidad de co-regularse emocionalmente gracias al sistema de conexión social está escrita en la naturaleza del ser humano (Porges, 2011), lo cual nos mantiene equilibrados a nivel de sistema nervioso autónomo, porque nos sitúa en una zona templada: ni demasiado excitados ni demasiado apagados. Y eso se consigue gracias al contacto físico, y también a la inmovilización sin miedo: permanecer cerca unos de otros, tumbados… No hay nada como estar junto a otros en sintonía emocional. Los niños pequeños se regulan emocionalmente sobre todo gracias al contacto, piel con piel. Un bebé llora o un niño pequeño se frustra y el adulto figura de apego y de confianza, le abraza y le mece; y esa cercanía física en el espacio logra que alcance un estado de calma y desciendan las hormonas del estrés, que se habían activado previamente ante una situación que le estresaba. Pero estas formas de conexión que implican cercanía se están viendo limitadas e incluso anuladas desde que apareció el COVID-19.

La inmovilización sin miedo regula el sistema 
nervioso de los mamíferos

En el ámbito escolar, niños y profesores, como sabemos, están sufriendo también estas consecuencias debidas al COVID-19. Además, los rígidos protocolos y el miedo a la expansión del virus hace que los profesores estén pasando diariamente por momentos de mucha tensión. Los niños y los propios enseñantes me cuentan lo duro que está siendo a nivel emocional. Velar por la distancia entre alumnos y docentes, la desinfección de todo… es agotador. El miedo se puede palpar, y este conduce a vivir en un estado de alerta permanente, acelerados, activados, en tensión. Si algunos alumnos no cumplen con las medidas, algunos profesores, casi de manera reactiva (para proteger), movilizan su sistema nervioso simpático y les recriminan, censuran, expulsan o castigan. No está siendo nada fácil, no. Un profesor me decía esta semana que están todos muy alterados y nerviosos, y que acudir así a clase, enseñar y convivir es casi una misión imposible cuando vives para impedir que haya contagios; o cuando una clase se confina porque ha habido un caso de un chico o chica que ha dado positivo por el virus, se desata más el miedo. Se respira ansiedad. 

Una foto de comienzo de curso escolar 2020-21 que impresionó.

Esta fotografía que veis mostraba, a comienzo de curso, a los niños en un patio de un colegio muy separados, sentados, aislados unos de otros para mantener la llamada distancia de seguridad. [No quiero generalizar, es solo la foto de un centro escolar, en muchos no habrá sido así. Sólo pretendo sensibilizar] Provocó muchas reacciones emocionales (preocupación, indignación, rabia…) entre los profesionales y los padres porque se aplicaban las medidas rigurosamente y sin, al parecer, cuidar ni velar por el impacto psicológico que pudiesen tener en los niños, pues no se atienden sus necesidades de relación, de juego, de cercanía afectiva… El cómo se llevan adelante estas medidas sanitarias es importante, y no en todos los sitios se ha podido mimar ese cómo, por las prisas, porque las medidas no se organizaron con tiempo y se llevaron a cabo un tanto precipitadamente; y porque, quizá, aún no está tan extendido en nuestra cultura que nos hacemos bajo la influencia de otros y que las relaciones interpersonales moldean el mismísimo cerebro. Que el aprendizaje es tribal. Se pueden reforzar otros modos de sentirse en conexión y aumentar la plantilla docente para poder reforzar el sentimiento de cercanía afectiva, a pesar de tener que estar distanciados físicamente. 

Como bien ha dicho Gorka Saitua en su blog Educación Familiar, pedagogo, en este post donde también desarrolla propuestas para ayudar a los profesores y comunidad escolar, hay procesos que se reproducen una y otra vez y terminan retraumatizando a los niños, es necesario no sólo hablar de esto, describir lo que ocurre, sino que es ético y necesario ofrecer propuestas. Propuestas para que los profesores comprometidos puedan plantearse esta situación COVID en la escuela de otro modo, cuidando al máximo el nivel de conexión emocional y creando un vínculo afectivo con sus alumnos y alumnas. Como dice Gorka en su artículo, es posible que algunos docentes digan que no tienen tiempo, que son medidas muy costosas, que no se pueden desdoblar o que nadie se va a querer implicar, viviendo como vimos todos en un “ay, ay, ay, constante”, como dice Luis Eduardo Aute. Y esta exaltación permanente nos sitúa en un acting continuo sin tiempo para la reflexión. Pero nos basta que haya uno o dos docentes -como dice Gorka Saitua- que vayan contagiando a otros para que entre todos veamos cómo son posibles otras maneras y otras pautas que no sean la recriminación, la sanción, el castigo o la expulsión (que algunos docentes usan) Estas se agotan enseguida, no aportan pedagógicamente y a la larga crispan el clima afectivo del aula y generan relaciones basadas en luchas de poder.

Soy consciente del delicado papel de los profesores, empatizo con ellos, pues su tarea no es nada fácil, con este post busco aportar y apoyarles. Su labor es complicada y agotadora en esta pandemia que sume a la población en el estrés, el dolor, el aislamiento, el aumento de los trastornos mentales… Tienen que lidiar con muchos asuntos, gestionar muchas tareas administrativas (a veces una burocracia absurda que les abruma) y encima estar en condiciones psicológicas óptimas para enseñar a los chicos (y regular su conducta y reacciones emocionales) Hemos de partir de la necesidad de cuidar y ser respetuosos con los docentes, ellos hacen lo que pueden con lo que tienen. Ellos como otros profesionales en esta pandemia, tienen que estar atendiendo a otros. ¿Y quién cuida de su salud mental, de su bienestar? 

Vamos a tener en cuenta, en las estrategias de intervención que vamos a ofrecer a continuación, a los chicos y chicas que sufren o han sufrido trauma temprano en sus vidas, es decir, aquellos a quienes las personas que se supone les tenían que cuidar y proteger les han hecho daño en forma de malos tratos, negligencia, abandono y/o abuso. Son chicos y chicas cuya "capacidad bioregulatoria de base" (Dantagnan, 2020) está alterada por unos patrones de relación vincular desorganizados -mentalmente incoherentes-. Aunque Gorka Saitua afirma -y no le falta razón- que no hay alumno que no tenga “núcleos de dolor que no se han podido integrar bien, o experiencias en el contexto familiar que han dejado algunas necesidades sin cubrir”. Dentro de estos, los hay con mayores y menores desconfirmaciones a este nivel. En pandemia, con las limitaciones de la distancia y el estrés continuado que las medidas sanitarias dejan en el sistema nervioso de los seres humanos, la regulación de los chicos es aún más complicada. 

foto: amcme.es

Estrategias de intervención con el alumnado en el colegio

Voy a compartiros las estrategias de intervención que Na´ma Yehuda propone en un capítulo de su libro titulado: “Comunicar el trauma. Criterios clínicos e intervenciones con niños traumatizados” Recomiendo a todo profesional que trabaje con niños y adolescentes que se lea este libro (psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, educadores sociales, pedagogos, profesores, orientadores…), porque es un completo manual que ayuda a comprender qué les ocurre a los niños traumatizados, por qué se comportan del modo en el que lo hacen y cuáles son las secuelas que los diversos tipos de malos tienen en su desarrollo a nivel de lenguaje, cognitivo, emocional y social. La gran cualidad de este libro es lo claramente que está explicado -en comparación con otros libros que abordan el trauma infantil-. Además, abre el abanico de intervenciones y las circunscribe a otros ámbitos que no son solo la psicoterapia; de ahí su utilidad en el ámbito educativo y escolar (está escrito por una logopeda especialista en lenguaje y también en trauma) Ofrece teoría, pero también muchos casos prácticos y orientaciones bien operativas y explicadas de una manera sencilla y accesible para todos. No olvidemos que no hay recetas.

1. Recontextualizar los problemas de comportamiento. Yehuda (2019) dice que a los maestros les cuesta -a todos nos costaría- conectar con los niños desafiantes. Ahora, en esta situación de pandemia, es muy probable que los niños con esta tendencia de conducta la maximicen, ante la amenaza del coronavirus y las medidas antinatura que sufrimos. Por eso, lo primero que debemos de hacer con los profesores es proporcionarles explicaciones alternativas a las clásicas sobre por qué un niño se comporta de manera desafiante: “si ubicamos el comportamiento de un niño difícil en el contexto de una situación traumática y abrumadora, es más probable que los adultos establezcamos una conexión afectuosa y gratificante. La comprensión fomenta un mejor apego y regulación”-dice Yehuda.

Portada del libro de Yehuda

2. Aclarar los límites y las expectativas. Cuando los niños no han tenido una vivencia afectuosa, congruente y respetuosa de los límites, no mantienen una buena relación con estos. Los límites son diferentes de las normas. Aluden más a la capacidad de contención (no desbordarse) emocionalmente ante una limitación o barrera que les hace estallar ante la frustración o lo que consideran injusto (no hay que olvidar que un niño maltratado ha vivido lo más injusto que se puede vivir: que un adulto que se supone debe quererle y respetarle, le haga daño físico y/o emocional) La paciencia, la calma, la seguridad y el no entrar en círculos y luchas de poder es fundamental. Sabemos lo que cuesta esto, pues que el profesor viva en clase un desafío de un alumno es desagradable y un ejemplo negativo, pues su posición y su rol de autoridad se ponen en entredicho. Además, que un alumno se muestre retador, a su vez, activa el sistema defensivo del profesor, quien basándose en argumentos de norma y respeto reaccionará imponiéndose, expulsando, castigando aplicando el reglamento…Necesitamos apoyar a los profesores para que puedan probar otras estrategias.

Por ejemplo, estos niños o jóvenes, como dice Yehuda (2019) “necesitan oportunidades para aprender a practicar los límites” Los profesores deben dirigirse con firmeza pero amabilidad a ellos, hacerles notar la transgresión con respeto (estos chicos no conocieron el respeto) y si es preciso poner la consecuencia que se considere mejor puede enseñar a ese niño en concreto (normalmente, poder reparar su acción negativa, para hacerle consciente de la repercusión que tiene) Para ello, es muy importante que antes se haya hablado con ellos sobre lo que pueden esperar de los demás, lo que sucederá y lo que no. Que el profesor jamás hará, ante un conflicto, nada que pueda lastimarlos. Ni les faltará al respeto. Y que, si por error, hace algo que pueda interpretarse así, el docente les pedirá disculpas. Como bien dice Yehuda: “para algunos niños esto es una novedad, pues nunca han tenido control sobre las acciones de los adultos en relación con su cuerpo, y mucho menos permiso para decirles a los adultos que se equivocan y que deben disculparse” 

Si el niño se muestra agresivo, hay que hacérselo notar de manera descriptiva: “por favor, deja de golpear la mesa, la vas a romper, solo voy a sujetar tus brazos para que no golpees más y rompas algo” “Pegar no está bien, hace daño” En cuanto deja de golpear, se le dice si se le puede soltar sin que siga golpeando. Sin embargo, algunos pueden vivir muy mal tocarles, por lo que antes de recurrir al contacto (además, ahora, tocar o sujetar no puede hacerse por el coronavirus) podemos acercarnos con palabras suaves, validando sus emociones y su experiencia subjetiva. Esto no quiere decir darles la razón cuando no la tienen, sino validar su manera de vivirlo. “Entiendo y respeto tu enfado; pero si dejas de gritar podemos buscar una manera de entendernos” Yo suelo decir a los chicos que en las relaciones entre personas es muy normal que se den malentendidos o que surjan problemas, pero que si esto ocurre ambos tendremos algo que ver y ambos podremos buscar una manera de entendernos y repararlo. Para muchos es algo que equivale a ciencia-ficción porque las relaciones, en su vida, han terminado en conflicto, pelea, ruptura, abandono... 

Como nos recuerda Yehuda (2019), los niños traumatizados no saben muchas veces explicar el por qué de sus acciones. El adulto suele buscar estas razones sin saber que el trauma bloquea la capacidad de acceder a la zona del cerebro donde se procesa el lenguaje. Además, como ya expliqué en este post, el trauma altera la capacidad de atención y memoria de los chicos y chicas; por lo que su manera de procesar y narrar los acontecimientos se hace de una manera fragmentada. Carecen también, muy a menudo, de herramientas verbales y cognitivas con las que puedan identificar, expresar y modular las emociones. 

Finalmente, Yehuda (2019) nos recuerda unas herramientas que se enseñan e implementan a nivel internacional para ayudar a los niños traumatizados. Y ahora estamos viviendo todos un trauma mundial: la pandemia (miedo a contagiarse, miles de muertos, un duelo colectivo, miles de personas que pierden sus puestos de trabajo como consecuencia de la crisis económica, aumento de los trastornos mentales…) nos mantiene en el trauma, por lo que necesitamos, más que nunca, estas recomendaciones avaladas por la ISSTD International Society for The Study of Trauma and Dissociation – Child Commitee). Y estas recomendaciones han de ser llevadas a cabo por personas seguras y concienciadas de que pueden funcionar, si se aplican con paciencia y perseverancia. Los chicos y chicas, incluso los etiquetados como más rebeldes y agresivos, suelen terminar sintiéndose respetados, regulados, seguros y comprendidos por los profesores que se esfuerzan en llevarlas a la práctica. Los chavales necesitan repetir muchas veces un comportamiento para integrarlo en su repertorio:

Enraizar: Esto ayuda al niño a orientarse hacia el presente. Tan pronto como veamos que el niño comienza a desregularse, nos acercamos a él con delicadeza y le hacemos saber dónde está y con quién, sin asumir que el chico lo sabe (cuando un menor está capturado por una reacción emocional, a menudo indica un secuestro emocional traumático donde su ubicación en el espacio/tiempo no esté clara para él, pues el trauma es una irrupción del pasado en el presente) Le recordamos quién somos nosotros e incluso si el chico llega a disociarse, el día y la hora que es.

Tranquilizar. Esto es lo que más nos cuesta, pues si el joven se pone bravo, nosotros a menudo reaccionamos bravamente o contundentemente, o de maneras que le desconfirman, le descalifican o entran en escalada (quedar por encima) Le indicamos que está a salvo. Aún cuando no esté ocurriendo nada exteriormente que lo asuste, es posible que el desencadenante impida al niño saber que está a salvo. Le decimos que nadie le va a hacer daño, que está seguro en ese momento. No va a sufrir ningún daño y todo irá bien. Se le puede recordar -si procede- que respire, abra los ojos y mire a su alrededor. Vea su ropa y sienta el suelo bajo sus pies. 

Comprobar. Una vez que el niño parece más presente -está saliendo del secuestro emocional que gatilla su ira o que, al contrario, le puede como desconectar- es aconsejable preguntarle cómo está, si está bien. Algunos niños se tranquilizan teniendo en sus manos un objeto asociado con la comodidad (una pulsera, una pelotita de goma, un pequeño juguete. Dependiendo de su edad)

Narrar/describir/poner en contexto. “Alguien hizo un comentario sobre ti y eso te ha asustado. Pero todos estamos bien aquí y nadie ha sufrido ningún daño” Recordar que tienen muchas dificultades para expresar sus sentimientos con palabras, e incluso puede que no recuerden lo ocurrido.

Aplazar la investigación y posibles consecuencias hasta que el chico esté tranquilo. Si no recuerda lo sucedido, intentamos narrarle lo ocurrido. Si se trata de conducta negativa evitaremos etiquetas, lo mismo que decirle que miente o que no es así, ni afirmaciones sobre su carácter o forma de ser. Firmeza, pero calma. Le decimos algo así como: “le empujaste a Marta, ella te dijo “déjame” y tú le golpeaste” “En clase cuando pasa algo de eso sabes las normas de convivencia dicen que debes… “(lo que esté previsto) 

Dar seguridad al resto de la clase. Si el niño tiende a ser violento, hay que tener un plan de seguridad y contigencia que permita una contención adecuada. Es muy importante que el chico lo conozca de antemano. Para eso os regalo y recomiendo la guía que escribí para el apoyo educativo de los niños con trastornos del apego en el ámbito escolar, donde se explica cómo gestionar estas situaciones. 

Termino con estas recomendaciones adicionales (válidas no sólo para el ámbito escolar), importantes para poder regular a los niños en estos momentos de pandemia. Podemos proporcionar calidez, aunque haya distancia física y no podamos tocarnos. No es lo ideal, pero tenemos otros recursos, no estamos sin opciones: 

Hablar con los niños sobre lo que les preocupe, dé miedo, angustie de la pandemia, sobre lo que viven a diario... Esta es la mejor prevención sobre la salud mental de los niños que podemos hacer: interesarnos por su mundo afectivo y vivencias internas, ¡no solo por su conducta y estudios! Así el niño desarrollará la expectativa de que sus profesores son sensibles y receptivos a sus necesidades y problemas personales. 

Preguntaremos al niño por lo que nota en el cuerpo. Le preguntaremos si sienten malestar en su cuerpo y le animamos a poner la mano en la zona que duele o notan mal y cuidar de ella, estando presentes emocionalmente, hasta que se vayan calmando y regulando (¡Se puede estar presente emocionalmente incluso con distancia física!: tono de voz, mirada, gestos...! ¡Y también se puede estar cerca físicamente, pero lejos emocionalmente! Así que la llamada distancia física puede suplirse con otras formas de comunicación que hagan que los seres humanos sintamos que estamos cerca, buscar modos con el lenguaje gestual, de que esto llegue a las personas que queremos o con las que trabajamos y nos relacionamos a diario. El maestro debe trabajar con este lenguaje y buscar nuevas formas de que los niños sientan su apoyo y ayuda. Una nueva manera de comunicarse que ya existe y que hemos de reforzar: el lenguaje de la gestualidad.

Y como necesitamos abrazos y estos escasean, me despido regalándoos esta canción de Luis Eduardo Aute titulada "Abrázame". Mientras la escucháis, sentid en vuestro cuerpo la calidez y seguridad de un abrazo. Yo os envío uno muy fuerte. Nos vemos el mes que viene.




REFERENCIAS

Dantagnan, M. (2020). La autorregulación. Powerpoint presentado en el marco del Postgrado en Traumaterapia Infanto-juvenil de Barudy y Dantagnan. Documento no publicado.

Porges, S. W. (2011). The polyvagal theory: neurophysiological foundations of emotions, attachment, communication and self-regulation. New York: W.W. Norton & Company.

Yehuda, N. (2019). Comunicar el trauma. Criterios clínicos e intervenciones con niños traumatizados. Bilbao: Desclée de Brouwer.