lunes, 18 de febrero de 2008

"No soy yo, es el otro"

Hace unos días repasaba el informe que un colega redactaba acerca del problema que un niño de nueve años presentaba. Manifestaba una imposibilidad de reconocer la responsabilidad de sus actos negativos. Tenía como un sesgo en la mente que le conducía a distorsionar la realidad. Por ello, el mecanismo defensivo que adoptaba era negar sus actos o atribuírselos a los demás. El colega que emitía el informe decía así: “Este niño niega la realidad; no soy yo, es el otro - es su leit motiv"; “es una manera de reconocer que existe y de autoafirmarse, aun a costa de negar la evidencia”

Posiblemente, este niño utilizara este mecanismo por una alteración emocional, un deseo de llamar la atención ante el escaso afecto y la incongruencia normativa de sus padres.

Pero, a lo que voy: el mecanismo de este niño no me pareció muy diferente del que usamos los adultos “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” – se decía hace más de 2.000 años en el Evangelio, haciéndonos notar que todos padecemos de lo mismo, aunque no lo reconozcamos y lo depositemos en los demás.

Y, así, miro a mi alrededor (y a mi mismo) y me encuentro con que el político niega una mala gestión; el jugador de fútbol niega la existencia de un flagrante penalti; el marido maltratador niega que las
palizas que da a su mujer sean maltrato, sino “es que me provoca” (una sádica y doliente versión del “no soy yo, es el otro”); el alumno niega que estaba copiando en el examen; los profesionales psicólogos negamos que hayamos cometido un error en nuestro trabajo, era el paciente “que no estaba motivado al cambio”; el conductor con un test de alcoholemia que casi rompe la máquina, niega que haya bebido en exceso, “sólo una copilla”… Y así podríamos seguir ad infinitum.

¿Tanto nos cuesta asumir nuestra responsabilidad? Reconocer un error y hacer algo por repararlo debe ser una tarea en la que nos tenemos que empeñar con todas nuestras fuerzas. Sólo así construiremos un sociedad con valores éticos. Apliquémonos todos el cuento, porque "el que esté libre de pecado..."