lunes, 23 de enero de 2023

Preguntas mentalizadoras

Para poder mentalizar hemos de haber sido
mentalizados por la madre
Foto: El País

De nuevo regresamos al tema de la mentalización. Creo que es necesario insistir en ello porque observamos en los pacientes, niños, niñas y adolescentes que vienen a consulta, lo escasamente mentalizados que han sido. Y es un requisito indispensable, porque para poder mentalizar en un futuro, es necesario haberlo experimentado con al menos un adulto con el que se tenga sintonía emocional, con el que se vibre en la misma frecuencia, no sólo en cuanto a contenido, sino también y, sobre todo, en cuanto a conexión emocional. Unas mentes adultas crean otras mentes, las de seres en desarrollo (Siegel, 2007). Y esta construcción, cuando la mentalización que se logra es un reflejo cercano a los hechos de la realidad y genera emociones genuinas y equilibradas (es decir, no se confunde con los hechos ni tampoco los disfraza), sienta las bases de la empatía.

No quiero volver a hablar de lo que ya hemos escrito anteriormente en estas mismas páginas por no repetirme y dar al lector la impresión de déjà vu. Para situaros en qué es la mentalización, leed, por favor, los siguientes artículos escritos con anterioridad, así podréis seguir con mejor comprensión este texto:





Solamente para situarnos, recordamos que la mentalización es la capacidad imaginativa para interpretar el sentido de la conducta de otros considerando sus estados mentales y sus intenciones, así como comprender el impacto de nuestros afectos y conductas en los otros (Fonagy et al. 2002; Fonagy, 2019). Sería la capacidad de comprendernos y comprender a otros, basándonos en lo que nos pasa por dentro. Tiene componentes interpersonales: "¿qué le puede ocurrir por dentro?" Y tiene componentes reflexivos: "Y ahora, ¿cómo lo hago?".

Ser capaces, por tanto, de comprender la mente de un niño/a y de un adolescente, es muy importante, porque de lo contrario no sabemos llegar a sus necesidades ni de aproximarnos a sus motivaciones. Los chicos y las chicas necesitan que el adulto les ayude a entender cómo funciona su mente y por qué se comportan del modo en el que lo hacen. Educar tiene una parte en la que el adulto, desde el afecto y tratando de que la persona menor de edad no sienta que no nos importa, que le despreciamos o que no le amamos, debe de transmitir el porqué de las normas, los valores y las reglas que forman parte de la familia –no hay educación neutral-, es decir, el estilo de crianza; pero también debe tener una parte en la que, una vez que hemos aclarado las normas y discernido sobre los valores, se pase a la conducta y se ejecute con consistencia una respuesta firme y respetuosa por parte de los padres o cuidadores/as sobre lo que se debe hacer, aunque frustre al niño/a. Un ejemplo de ello: una vez que el padre o la madre mentalizan al adolescente y le devuelven que entienden su decepción porque no pueda llegar a las cuatro de la mañana a casa, cuando ya están establecidas las razones de por qué no es posible, se mantienen en ese “no” y no ceden a pesar de que el chico/a presione para conseguir imponer su criterio. 

Pero la mentalización es mucho más que esto. La capacidad de comprender la mente del otro, la denominada cognición social, esto es, “el conjunto de procesos cognitivos y emocionales mediante los cuales interpretamos, analizamos, recordamos y empleamos la información sobre el mundo social. Hace referencia a cómo pensamos acerca de nosotros mismos, de los demás y su comportamiento y de las relaciones sociales, y cómo damos sentido a toda esa información y emitimos comportamientos en base a ella”, es un logro mental que se produce a lo largo de toda la vida, siendo las etapas más críticas los primeros cuatro años de vida, y también la adolescencia, porque como dice nuestro admirado Rafael Benito (2020), psiquiatra, son los dos periodos donde el libro de instrucciones, el ADN, "tiene todas sus páginas abiertas" y más sensibles somos al aprendizaje, incluido el social. Entender nuestro comportamiento y emociones se consigue siempre en un proceso relacional con otro; y es ciertamente complejo llegar a comprender cómo me siento yo y el otro en el marco de una relación, qué quiero y necesito, y qué quiere y necesita el otro, mis motivaciones y las suyas, diferenciándolas de mi como persona separada del otro. Todo un proceso que requiere haber desarrollado una capacidad representacional reflexiva diferenciada y vivida como propia, respetándola aunque no se comparta. Y en esto juega un papel crucial el cuidador/a, con quien tenemos un vínculo. Hay cuidadores que no mentalizan para nada ni son conscientes de su importancia. Creen que el niño/a es un recipiente para llenar y debe ser guiado y obligado a obedecer las reglas, las que nos transmitieron nuestros padres, sin ambages. No ven que tenga una mente, o si ven esta, distorsionan las intenciones pensando que el niño/a es un ser para modelar desde la modificación de conducta; o proyectan sus propias vivencias olvidándose de los niños/as como seres singulares. El niño/a puede crecer sin capacidad reflexiva y sin herramientas para entender su mundo interno y, por lo tanto, tampoco el de los demás. Sólo dispondrá de unas reglas e ideas limitadas y rígidas.

Para desarrollar la mentalización se necesita que los padres/madres –y también otros agentes educativos- dediquen tiempo a los niños/as y hagan con ellos/as estas dos tareas relacionales, en sintonía emocional (Dantagnan, 2019):

1. Jugar. Jugar con los niños/as, y que en la etapa de socialización jueguen entre ellos, pues les permite aprender a comprender su mente y la de los demás. Gómez Ramírez dice que el juego:

Es indispensable para la estructuración del yo.

Permite al niño conocer el mundo que le rodea y adaptarse a él, ya que durante el mismo juego el menor crea mecanismos para adecuarse a cada situación y comportarse en ellas con mayor facilidad.

Enriquece la imaginación y promueve los procesos creativos.

Desarrolla y ejercita la observación, la atención, la concentración y la memoria.

Favorece la sociabilidad temprana y las habilidades de comunicación social.

Enseña a respetar las reglas.

Permite experimentar temores y frustraciones, así como triunfos y derrotas.

Foto: Pretend play. Center for Child Counselling


Tempranamente, hay un tipo concreto de juego que se denomina pretend play, el juego de pretender ser, que favorece que el niño/a vaya aprendiendo a separar el como si de la realidad externa. Los niños/as que participan en juegos de simulación diarios tendrán una mayor capacidad para regular sus emociones en comparación con los niños/as que participan en menos juegos de simulación. El juego de simulación anima a los niños/as a imaginar y crear historias, personajes y desarrollar temas en su juego. Durante este tipo de juego, los niños/as pueden usar estrategias de resolución de problemas.

De este modo se adquiere una mente flexible, abierta, capaz de captar matices y puntos de vista distintos al propio, con herramientas verbales para etiquetar estados internos. El niño/a así se prepara para manejarse con los otros en el mundo. Pero… según el estudio ‘Juego y familia‘, dirigido por Petra Pérez Alonso-Geta, experta de la Universidad de Valencia, la cantidad de juego de los menores en nuestro país “es claramente insuficiente”. El trabajo señala como “preocupante” que un tercio de los niños jueguen solos, lo cual está fomentado en parte por la gran difusión de las consolas de videojuegos y otros dispositivos electrónicos. 

2. Tener conversaciones con los niños/as. Las familias se juntan, comunican y conversan escasamente. El ritmo frenético del día a día, las excesivas actividades, el cansancio de los adultos, la enorme cantidad de deberes que les asignan en la escuela, el optar por los medios electrónicos y meterse en el universo virtual… Todo eso influye decisivamente para que los niños/as desarrollen la expectativa de que en mi casa no se habla, mis padres no están disponibles, lo que yo cuente, no interesa… Durante la infancia, todo puede quedar en silencio, pero al llegar a la adolescencia nos encontramos que los jóvenes no tienen herramientas mentalizadoras, indispensables para reflexionar y modular las emociones. Fonagy afirma que son claves para el control de los impulsos… ¿Será por esto por lo que nos encontramos con más jóvenes que se autolesionan y se disocian más, porque no han entrado en su interior y no conocen ni han puesto palabra ni comprensión a sus estados internos? Sobre todo es fundamental conversar sobre lo que se siente y experimenta, validando siempre el mundo interno de niño/a, respetándolo, honrándolo, aunque no estemos de acuerdo con muchas de sus conductas y pensemos que no tiene razón y es indignante lo que hace. Ese mensaje implícito “no verbal” de aceptación incondicional, es fundamental para lograr el desarrollo de un apego seguro y de una mentalización adecuada.

Conversar sobre las experiencias y lo que se siente es fundamental
para desarrollar la mentalización
Foto: Eres Mamá

Si se ha tenido una infancia temprana en la que se ha experimentado trauma en el desarrollo dentro de una relación de apego inseguro o desorganizado, la capacidad mentalizadora puede desarrollarse escasamente (sobre todo si el cuidador principal fue negligente afectivamente, no promovía conexiones seguras ni ayudaba al niño/a regular sus impulsos y a que experimentara el mundo interno como propio), desarrollarse de manera alterada (se aprende a hacer inferencias desconfiadas o distorsionadas de los otros) o se adquiere un modo falso (simulado) de comprender el mundo mental, alejado de la realidad, pues todo es demasiado doloroso para ser contado honestamente (mejor totalmente disfrazado). (Muller, 2020)

Un ejemplo de ello lo tenemos en la película El indomable Will Hunting. Will es un muchacho con un pasado traumático que trabaja limpiando la Universidad. Tiene un talento enorme para las matemáticas y ha sido capaz de resolver problemas hasta entonces irresolubles por el equipo académico. Deja anónimamente las soluciones en las pizarras de la clase. Un día un profesor descubre fascinado que alguien ha hecho una demostración matemática para resolver un enigma. El docente trata de descubrir quién es, mientras Will, a pesar de su enorme talento, lleva una vida llena de pendencias y de actuaciones antisociales que le conducen a la cárcel. El profesor, en sus investigaciones, consigue adivinar en qué penitenciario ha sido encarcelado y paga su fianza a cambio de que acuda a terapia y se incorpore a su equipo. Will acaba con todos los terapeutas, ninguno resiste sus defensas, ironías y burlas, todos abandonan desesperados afirmando que el chico no tiene remedio. El profesor de matemáticas recurre a un viejo amigo psiquiatra que se encarga de la terapia con Will. A pesar del enorme choque entre subjetividades, en una tutorización de resiliencia más que en una terapia, el innovador psiquiatra (interpretado por el gran e inolvidable actor Robin Williams) y Will consiguen vincular afectivamente y ambos recorren un camino terapéutico y relacional nada fácil, donde el profesional [se la juega, pero lleva a la práctica el principio de Bromberg que afirma que “la terapia debe de ser segura pero no totalmente segura”, Bromberg (2011)] transmite a Will que aunque él sea muy inteligente y pueda hablar como una enciclopedia de todo no sabe realmente lo que es la vida porque muchos aspectos no los ha experimentado, es como si hubiera desarrollado un discurso impostado totalmente volcado al polo cognitivo de la mentalización y nada al emocional y vivencial. Por lo tanto, las reflexiones de Will Hunting parecen genuinas, pero no lo son porque adolecen de otros componentes necesarios para una mentalización auténticamente reflexiva. La manera de comprender el mundo de Will es fruto de su historia y, en definitiva, del trauma del desarrollo sufrido. Su tutor de resiliencia le confronta de este modo [a veces no del todo mentalizador, tira en exceso de desafío, pero quizá Robin siente que la relación lo puede resistir. Pongo el vídeo más como ilustración de lo que es el modo simulado de mentalizar que como ejemplo de intervención; es verdad que la relación terapéutica y la “confianza epistémica” (Fonagy, 2019) están logradas y el chico parece vivir con aceptación y apertura la visión de su tutor] en esta famosa escena donde Will, a pesar del dolor, parece conectar con lo que aquel le dice. Nadie le habló con tanta franqueza (fijaos en el rostro de Will):



Es necesario trabajar en terapia de tal modo que los niños y jóvenes vean en nosotros una postura mentalizadora. También lo han de hacer todos los padres y madres, especialmente los que tienen hijos e hijas que presentan alteraciones en la mentalización. Para ello hay que formarse en este paradigma como profesionales; y como padres y madres asistir a terapias y cursos donde aprendamos a mentalizar adecuadamente. Porque ni padres ni madres ni profesionales estamos acostumbrados ni entrenados para ello, porque lo que primero hacemos es analizar e interpretar la conducta; los primeros lo hacen para educar y enseñar a sus hijos/as normas, actitudes y valores; los segundos, en otro contexto, para devolver al paciente nuestra visión y que pueda darse cuenta de qué le pasa y por qué. Pero mentalizar no es interpretar, sino que se trata de proporcionar herramientas cognitivas y emocionales para averiguar el propio sentido de nuestras experiencias y relaciones con los demás pudiendo recibir empatía y después una confrontación amable que nos permita abrirnos a analizar unos hechos desde diferentes ángulos y ópticas. 

La mentalización parte de que la propia mente es opaca y que sólo con curiosidad, apertura y validación segura podemos abrirnos a explorar y aprender sobre nuestra propia mente y la de los demás. Las preguntas que os comparto a continuación están obtenidas de este libro de Peter Fonagy y Anthony Bateman (os animo a que lo leáis, es totalmente completo y se puede considerar el texto de referencia) y las suelo usar para trabajar la mentalización con pacientes adultos y con algunos adolescentes. Con esto les ayudamos, antes de entrar a trabajar aspectos del trauma y del apego, a desarrollar instrumentos que les enseñen a aprender más sobre ellos mismos y sobre los que les rodean.

¿Qué intervención utilizar y cuándo?

Anthony Bateman y Peter Fonagy (2016) nos dicen que en caso de duda siempre debemos empezar en la superficie, es decir con la validación empatica. Sobre todo con los chicos/as o adultos que han sido invalidados en su infancia por las figuras adultas y/o han sufrido experiencias de abandono, maltrato y/o abuso. Los autores recomiendan moverse a niveles más profundos (los relacionales y de desafío) solo si se ha trabajado con la validación empática y con los hechos. Si las emociones se tornan abrumadoras [y en pacientes con historia de trauma las emociones son casi siempre abrumadoras, como la "sombra de un tsunami", en expresión de Bromberg (2011)] Bateman y Fonagy insisten en que los estados de hiperactivación son siempre interfirieres con la capacidad de mentalizar (¿quién mentaliza cuando está fuera de sí?) "El tipo de intervención -dicen- está relacionado inversamente con la intensidad emocional: validación empática cuando el paciente se siente abrumado por la emoción y mentalizar la relación si es capaz de seguir mentalizando si ´soporta´ la emoción". La intervención siempre está en consonancia con el nivel de mentalización de la persona. Se tiende a sobreestimar este nivel en pacientes con trastorno de personalidad. 

Por ello, siempre es necesario formarse y aprender a evaluar. En nuestro Postgrado de Traumaterapia (Barudy y Dantagnan) enseñamos a nuestros alumnos/as a evaluar la capacidad mentalizadora del niño/a y del adulto para que puedan determinar en qué nivel se encuentran antes de intervenir con ellos y ellas.
 
Preguntas para una mentalización básica: clarificación, exploración y desafío

Cuales fueron los hechos. Que ocurrió
¿Qué te lleva a afirmar eso?
¿Qué efecto tuvo en ti?

Preguntas para una mentalización básica: identificación del afecto y foco en el afecto

Cuál era tu estado emocional antes
En qué estado emocional te encontrabas…
¿Qué piensas de lo ocurrido?
Tal vez sientas…
Me pregunto si…
Pareces pensar que te voy a abandonar, no estoy seguro de que te lleva a pensar tal cosa...
Ayúdame a verlo de ese modo

Preguntas para una mentalización de la relación 

¿Qué le llevó a actuar así?
¿Qué ocurría con la sensación de que él o ella…?
Creo que me he equivocado. Lo que no puedo entender es como he podido llegar a decir eso. ¿Puedes ayudarme a volver a lo que sucedió antes de equivocarme?
¿He pasado por alto algo obvio?
Ahora lo que me intriga es que tú y yo estamos teniendo una perspectiva diferente (marcar una perspectiva alternativa)...
Quiero sacar a colación un aspecto de nuestras sesiones que no quiero que tomes como una crítica…
Aprecio lo que dices, pero ese es el efecto que me produce
 
PONER FOCO EN EL OTRO
 
¿Como crees que le afecta a…?
¿Cuál fue tu participación en lo que ocurrió para que reaccionase de aquel modo?
 
PONER FOCO EN EL PACIENTE
 
¿Que sentiste acerca de esto?
¿Como entiendes tu reacción?
 
 
REFERENCIAS

Bateman, A., Fonagy, P. (2016). Tratamiento basado en la mentalización para trastornos de la personalidad. Bilbao: Desclée de Brouwer. 

Benito, R. (2020). Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y la adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones.

Bromberg, P. (2011). La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional. Madrid: Ágora relacional.

Dantagnan, M. (2019). El fenómeno de la mentalización de los niños y niñas, así como de los padres y su aplicación a la traumaterapia. Documento no publicado. Postgrado de Traumaterapia Infanto-juvenil Sistémica. IFIV. 

Fonagy, P. Gergely., Jurist, E. & Target,M (2002). Affect regulation, mentalization, and the development of the self. NY: Other Press.

Fonagy, P. (2019). Seminario con Peter Fonagy: Técnicas de tratamiento basadas en la mentalización. IV Jornadas de Protección a la Infancia y a la Adolescencia. Pamplona, 1 de marzo de 2019.

Muller, T. (2020). El trauma y la lucha por abrirse. De la evitación a la recuperación y el crecimiento. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Siegel, D. J. (2007). La mente en desarrollo. Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser. Bilbao: Desclée de Brouwer.

lunes, 9 de enero de 2023

¿Cómo sabemos que tenemos un vínculo afectivo?

Lo primero, desearos lo mejor para este 2023 que empieza, y con él, un año más, seguimos con el blog Buenos tratos. Dieciséis años desde que publiqué el primer artículo, 810 entradas escritas por compañeros/as de profesión y por servidor de ustedes. Todo un tratado sobre apego, trauma y desarrollo –los temas que aquí nos concitan-, que ha sido publicado en archivo pdf en tres volúmenes. Por aquí han desfilado profesionales de gran talla, siendo los colaboradores más habituales: Jorge Barudy, Rafael Benito, Andrés Climent, Arturo Ezquerro, Iciar García, Cristina Herce y Dolores Rodríguez. Un año más regresa el blog Buenos tratos con la misma ilusión y jovialidad del primer día, allá por el año 2007.

Hoy quiero hablaros sobre apego, en especial sobre los criterios que definen cuándo tenemos un vínculo afectivo con alguien ¿Por qué? Porque creo que en este mundo cada vez más frío y hostil, con el planeta dando los primeros síntomas de agonía por el efecto que la actividad humana desenfrenada está teniendo en el mismo, pienso que más que nunca las redes afectivas que establezcamos con las personas es lo que nos va a hacer posible sobrevivir. Personas que por sus cualidades de "fuerza y sabiduría" (Bowlby, 1979) puedan proporcionarnos seguridad y propósito en la vida. Pero además, el apego grupal, el grupo como figura de apego, si ya ha sido fundamental para que la especie humana sobreviva, lo será a partir de ahora aún más. Sobre esto es especialista Arturo Ezquerro, y nos hablará de ello en un próximo libro que va a ser publicado en breve.

Como sabemos, el apego (Cantero y Lafuente, 2010) es un tipo concreto de vínculo y es específico de la relación especial entre bebé/madre[1], estrecha y cercana afectivamente en el espacio/tiempo. Usamos comúnmente el término apego para hacer referencia a la naturaleza especial de las relaciones cercanas, y es verdad que la gente puede apegarse a otro a cualquier edad. Sin embargo, stricto sensu, el prototipo de la relación de apego es la que se da entre el niño/a y la madre. Sabemos que esta relación juega un papel importante como patrones preestablecidos de otras futuras interacciones sociales, aunque no determina como único factor, porque a lo largo de la vida podemos encontrarnos con personas singulares que pueden modificar nuestros modelos operativos internos (Bowlby, 1973; 1989; 2014), con los que valoramos la calidad de los vínculos, y recalificarlos, pudiendo ganar seguridad y confianza en los demás, aunque ese primer apego con la madre y/o padre fuese inicial y principalmente inseguro. No existe ningún determinismo. Ser consciente y autoconocerse es muy importante para poder reflexionar sobre la naturaleza de los primeros vínculos y sobre los que establecemos con otras personas, cómo se interrelacionan, y cómo pueden modificarse en positivo (también puede ser que la influencia de otros ahonde en la inseguridad)

Foto: Dr. Zanón

A lo largo de la vida formamos, entonces, vínculos afectivos, que no son apegos, si usamos el término rigurosamente. Esto es lo que nos da sentido, cohesión interna a nuestra personalidad, felicidad y sensación de que la vida merece la pena vivirse. Disponer de amigos confiables, de una pareja con la que mantengo un estrecho vínculo afectivo/sexual, de profesores, psicoterapeutas…es lo mejor que nos puede pasar en esta vida y es lo que nos sostiene y edifica interiormente. Creo que uno de los factores que influye en el actual desmoronamiento de la salud mental de los niños, niñas y adolescentes es que no disponen de esas personas, porque vivimos en una sociedad rápida, individualista, competitiva donde el valor del vínculo afectivo se soslaya. Las redes sociales favorecen los contactos, pero han tenido un efecto de pseudorelaciones donde priman conceptos superficiales como la obligada (¿siempre verdadera o falsa?) felicidad, los likes, la obsesión por contar o fotografiar lo que nos pasa más que centrarnos en experimentar y conectar con lo que estamos viviendo y con quien. Todo muy líquido, como dice el autor Bauman en su libro “El amor líquido”. ¿Qué significa el amor líquido? El amor líquido es un amor superficial, porque se basa en vínculos sentimentales frágiles, que pueden romperse fácilmente y en el que lo que importa es el momento presente, sin ataduras, compromiso o proyecto de futuro. Y una relación líquida es aquella relación, ya sea amorosa, de amistad o laboral, en la que no hay unos cimientos sólidos de confianza y apoyo para forjar un proyecto a largo plazo con la otra parte.

En mi opinión esto es más característico de las relaciones que los adolescentes establecen en la actualidad –que no cristalizan en un vínculo- que las que instaurábamos, por ejemplo, en mi juventud, la de los años ochenta. En aquella época, el asociacionismo, por ejemplo, estaba en pleno auge, y muchos/as de las personas de mi generación establecimos fuertes e intensos vínculos –y de calidad, que es lo que importa- en las asociaciones del barrio -bien civiles o religiosas-, donde conocimos adultos "fuertes y sabios" (Bowlby, 1979) con los que vinculamos y que contribuían a hacernos sentir más seguros y protegidos, y que formaban tribu con nuestros padres y familia. Creo que los valores que nos sustentaban -y eran referencia para nuestra generación-, se han desmoronado, en parte porque las instituciones civiles y religiosas han perdido confianza y han entrado en crisis, sin poder ser sustituidos por otros fiables. Los chicos y chicas de hoy en día todo se lo plantean de manera líquida. Es, por ello, por lo que padres y madres, educadores, psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales… y también todos los/as que ejercen en una parentalidad terapéutica, como las familias acogedoras y adoptivas, tenemos el desafío de ser figuras seguras y confiables con nuestros niños/as y adolescentes. Y eso lo lograremos si somos capaces de crear vínculos afectivos. 

No es fácil establecer un vínculo afectivo. Requiere trabajo personal, una revisión de nosotros mismos, nuestra biografía, nuestros rasgos, cualidades, puntos fuertes y vulnerables. Normalmente, necesitamos pasar por una relación afectiva, estrecha, segura y confiable con otro, cuya mirada bondadosa y compasiva sea capaz de ayudarnos a querernos a nosotros mismos. Querernos porque antes hemos experimentado lo que es ser querido, visto y respetado en lo fundamental (aceptación del núcleo de nuestro ser) por ese otro. Puede ser con un profesional (psicólogo/psicoterapeuta que destaque por sus cualidades humanas), pero también puede darse en el contexto de otras relaciones. Si hemos sido capaces de hacer un proceso de este tipo y nos reconocemos como personas con sana autoestima, estables emocionalmente, con capacidad para la receptividad empática y con deseo de vincular íntima y afectivamente con otro, podemos ofrecer a nuestros niños, niñas y jóvenes experiencias vinculares de calidad (reflexivas, de aceptación, seguras y confiables), que puedan registrarse en su mente y contribuir a modificar las creencias nucleares negativas que sobre sí mismos puedan tener.

Foto Abaterapia. Psicología infantil

¿Cómo sabemos que tenemos un vínculo afectivo con un niño, adolescente u otra persona? Hay cinco criterios que definen un vínculo afectivo (Bowlby, 1973, 1989, 2014). Puede decirse que si los cumples, has logrado vincular –porque es un proceso en dos sentidos-, aunque como adulto deberás haber hecho un esfuerzo mayor porque eres la parte "fuerte y sabia" (Bowlby, 1979) de ese vínculo (en el caso de que sea una relación adulto/niño o niña).

1. El vínculo es persistente, no transitorio. No se limita a un periodo de tiempo sino que la relación y el deseo de estar con esa persona (porque me siento unido y con deseo de verla y relacionarme con ella, nutrirme de lo que me da y le doy) se mantiene a lo largo del tiempo. No hay nada más para el bebé que su madre, entre los 9 y los 18 meses es una experiencia impresionante. Nada más desean dos amantes que estar entrelazados y juntos en el espacio/tiempo. Con nuestros hijos/as no concebimos una relación transitoria sino permanente en el tiempo, con ganas de vernos, compartir, reír, jugar, abrazarnos, a veces enfadarnos pero reconectamos, y queremos que no acabe nunca. 

2. Involucra una persona específica, no es reemplazable con nadie más. (“Este vínculo refleja la atracción que un individuo tiene por otro individuo”. (Bowlby, 1979) Por eso cuando se rompe, sufrimos. Sufren mucho los niños y niñas cuando las administraciones hacen acogidas de urgencia que se prolongan años para después, ofrecer al niño o niña otra familia (por ejemplo, adoptiva). Conlleva la ruptura de un vínculo con esos acogedores que no se puede reemplazar con nadie más. Por eso, Bowlby (1953) dijo que la interrupción, separación o alteración del vínculo de apego dejaba secuelas en el desarrollo de la personalidad. Por eso la gente se siente mal cuando su mascota ha fallecido y le dicen: “¡cómprate otra!”… Como si eso se pudiera reemplazar así de fácil. Por eso sufrimos cuando muere un ser querido, porque lo que teníamos con ese ser no es sustituible. Y, por ello, en otro orden, también nos produce malestar que nos cambien de médico, de psicólogo, de persona de confianza en un banco, que nos atienda una máquina o una computadora por internet, nos manden autoservirnos en una cafetería… todo menos que esté presente nuestra persona de confianza; por eso lo extrañamos y sentimos malestar: porque esa persona no puede ser sustituida fácilmente por otra o por máquinas. 

Esto tiene importantes consecuencias a nivel social y sanitario: cuanto más cambian las personas que son responsables del cuidado y bienestar de otras y con quienes se tiene un vínculo, más se resiente nuestra salud mental. ¿Lo saben nuestros políticos? 

3. La relación es emocionalmente significativa. Sentimos por esa persona, valoramos que nos importa, por eso hay un involucramiento emocional y dolor si se le pierde, porque todo nuestro sistema emocional se activa debido a que la persona es altamente significativa.

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va

Dice una popular canción.

4. La persona desea mantener proximidad o contacto con la persona. Uno de los criterios observables para determinar que existe un vínculo entre dos personas es el deseo de estar próximos (con más o menos distancia, pero hay percepción de proximidad) El bebé desea estar en el cuerpecito de su mamá y llora si se le separa, cuando es muy pequeño. Por eso dejarlos en la cuna y que lloren es una aberración desde el punto de vista de la teoría del apego: porque están formando un vínculo y nos necesitan cerca para regularse e interiorizar que se sienten amados y seguros en los brazos, que dan sostén. Las parejas desean estar juntas y abrazadas estrechamente. Como dice Luis Eduardo Aute:

Abrázame, abrázame

Y arráncame el escalofrío

Abrázame, abrázame

Que me congela este vacío


Foto: Nuevamente psicólogos


5. La persona se siente afligida, angustiada por la separación involuntaria de la otra persona. Cualquier pérdida que podamos experimentar en la vida será lo más parecido a lo que el bebé siente en la cuna cuando llora y la figura de apego no acude ni acudirá: el desamor más profundo, seguido después de una fase de protesta, reclamo y reclamo, "grito de apego" (Ogden y Fisher, 2016); para, finalmente, entrar en una fase depresiva. La muerte de un ser querido es la separación definitiva y la más angustiosa, de la que muchas personas no se recuperan nunca. Por eso, Luis Eduardo Aute le pide a la figura de apego: 

Abrázame, hasta que la muerte nos abrace

Incidiendo con ello en la misma idea que Bowlby (1979): la necesidad de establecer vínculos afectivos es “de la cuna a la tumba” Afortunadamente, el vínculo trasciende la muerte porque la representación mental de la persona y lo que este significa vive en nuestro recuerdo y puede ser evocado. Sufrimos por la ausencia de esa figura y porque las funciones que puede hacer, tan necesarias, ya no las hace; y porque no le volveremos a ver ni a tener experiencia de proximidad física con ella. 

Y, además, añadimos otro criterio para saber si existe un vínculo afectivo:

La persona busca seguridad y confort en la relación con la persona. El apego es seguro si lo consigue, el apego es inseguro si no lo consigue. Lo más definitorio de un vínculo es la seguridad y el confort que nos proporciona. Cuántas personas al perder un vínculo significativo han sentido que se derrumbaba con él su seguridad interior. Es la búsqueda de seguridad lo que lo distingue, más que el afecto o el amor, que son ingredientes necesarios, pero no suficientes. Esto es lo que lleva a hablar de “vínculos parentales” hacia el niño/a y “apego del niño a los padres” Porque si no, los niños/as pasarían a ser como las figuras de apego de los padres, se invertirían los roles.

Así pues, para este año que comienza, propongo que podamos proporcionar a los niños, niñas y adolescentes figuras adultas fuertes, confiables y seguras con las que puedan mantener un vínculo afectivo. 

Feliz 2023 pleno de vínculos de calidad. 

REFERENCIAS

Bowlby, J. (1953). Cuidado maternal y amor. México: Fondo de Cultura Económica.

Bowlby, J. (1973). Attachment theory, separation anxiety and mourning. En D.A. Hamburg y K.H. Brodic: American handbook of psychiatry. Vol. IV. New Psychiatric Frontiers.

Bowlby, J. (1979). The Bowlby-Ainsworth attachment theory. Behavioral and Brain Sciences, 2(4), 637-638.

Bowlby, J. (1989). Una base segura: aplicaciones clínicas de la teoría del apego. Barcelona: Paidos Ibérica.

Bowlby, J. (2014). Vínculos afectivos: Formación, desarrollo y pérdida. Madrid: Morata.

Cantero, M.J., Lafuente, M.J. (2010). Vinculaciones afectivas: Apego, amistad y amor. Madrid: Grupo Anaya.

Ogden, P., Fisher, J. (2016). Psicoterapia sensorio-motriz. Intervenciones para el trauma y el apego. Bilbao: Desclée de Brouwer.






[1] Madre es un término universal para designar a una figura de cuidados exclusiva para el bebé.