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lunes, 15 de enero de 2024

"Tratamiento del trauma y la disociación en la infancia. En busca de la seguridad perdida", por Sandra Baita, psicóloga, nos presenta su nuevo libro

 


Nuevo libro de Sandra Baita
Para adquirir el libro, haz click aquí


Sandra Baita es psicóloga clínica graduada en la Universidad Nacional de Buenos Aires, Argentina, donde completó estudios de Postgrado en Clínica de Niños. Complementó su formación realizando una Especialización en Trauma Psicológico e Intervención en Catástrofes, dictada por la Sociedad Argentina de Psicotrauma, y el Entrenamiento Básico en EMDR y EMDR en Niños, siendo hoy Terapeuta Certificada y Supervisora aprobada certificada, y dictando cursos de educación avanzada para profesionales EMDR en las temáticas de trauma complejo y disociación en la infancia, adolescencia y edad adulta.

Tenemos el honor de que Sandra Baita haya escrito, expresamente para nosotros, un texto para presentar su nuevo libro. Sandra es experta en trauma y disociación y nos ha aportado una nueva manera de mirar a los niños/as para aprender a comprender los síntomas desde el lenguaje disociativo infantil relacionado con el trauma, que tiene una manera muy concreta de expresarse. A menudo este lenguaje refleja la existencia de un sufrimiento en los niños/as y unas historias en las que la seguridad de base ha estado ausente en sus vidas, porque desde temprana edad han padecido, a veces de manera continuada, malos tratos, negligencia y/o abuso sexual. 

En este nuevo libro Sandra Baita nos plantea una cuestión que es fundamental y sin la cual no puede haber psicoterapia. Es algo que desde la RED APEGA Maryorie Dantagnan viene preconizando desde sus comienzos: la seguridad y la protección del niño/a. Los recursos terapéuticos son importantes pero sin duda lo son aun más las relaciones que entretejamos en torno al niño/a: "El viaje en el que nos adentramos no está exento de turbulencias y la primera pregunta que el terapeuta deberá responderse es: ¿está mi paciente en un contexto de seguridad real, en el que no siga siendo maltratado? Si esa seguridad real existe, entonces pasamos al siguiente nivel: ¿pueden sus cuidadores proveerle una experiencia relacional segura, estable, reparadora? Y si no es así ¿qué necesitan para poder hacerlo? Pero el terapeuta es parte de la ecuación, entonces deberá responderse, además, esta otra pregunta: ¿qué debo hacer (y cómo puedo hacer) para ofrecerle a mi paciente una experiencia de seguridad en la relación terapéutica? Y ¿qué puedo hacer para ayudar a los cuidadores a ser los verdaderos sostenes de la vida y el desarrollo de estos niños y niñas?" (Sandra Baita).


Sandra Baita

"Tratamiento del trauma y la disociación en la infancia. 
En busca de la seguridad perdida"

Un texto de Sandra Baita


Llevaba casi un año de trabajo con Paloma (su nombre es ficticio) y nuestra relación parecía ir viento en popa. Desde el principio habíamos logrado establecer un vínculo fluido. Ya me había convertido en custodia de sus recuerdos más dolorosos, y poníamos estrellas de premio a los guardianes que tenían por trabajo, evitar que los recuerdos salieran del cofre donde los habíamos guardado. Un día, creyendo yo ilusoriamente que ya podíamos avanzar algún paso, e ir reconociendo al menos los bordes de ese universo de memorias, Paloma me dijo con mucha tranquilidad que para eso yo debería atravesar un túnel, y que en el túnel me estarían esperando monstruos cuya tarea era asesinarme para que no me acercara al cofre de sus recuerdos. Me explicó que ella podía entrar porque la conocían, pero nadie más podía hacerlo. El mensaje implícito era claro: “Me caes muy bien Sandra, pero eso no es suficiente para que yo te abra mi mundo interno...”

Y tenía todo el sentido del mundo. Porque esos recuerdos guardaban historias en las que, su derecho indiscutible a sentirse segura en el seno de los vínculos con las personas que hubieran debido cuidarla, había sido herido de muerte. Para Paloma, la seguridad era una promesa difusa en la que no podía confiar. 

Para quienes trabajamos atendiendo a personas de todas las edades que han sufrido situaciones de trauma interpersonal temprano, el Santo Grial de nuestro trabajo es el procesamiento de las memorias del trauma. Estamos ávidos de conocer los avances de nuestra disciplina a la hora de llegar a la profundidad de ese dolor, porque sabemos que cuando lo logramos, el pasado queda verdaderamente donde debe estar, y deja de ser un fantasma que agobia el presente y amenaza al futuro.

El punto es que justamente, la matriz de todas las heridas provocadas por el maltrato y la negligencia, radica en la seguridad. Allí donde debieran haberme protegido del peligro, lo generaron. Donde debieran haberme cuidado, me descuidaron. Donde debieran haberme llenado de elogios y palabras bonitas de amor, me derramaron reproches e insultos. El lugar de la seguridad, lo ocuparon la amenaza, el alerta y el miedo. Desde entonces, acercarme a cualquier ser humano es la posible antesala de más daño. No me puedo relajar. No puedo confiar. 

Muchos niños y niñas como Paloma me enseñaron que la falta de seguridad que ellos sienten, se esconde en mil huecos y se manifiesta de mil formas. Que no alcanza con crear recursos una vez y esperar que funcionen siempre. Y tampoco alcanza conque les digan que los quieren y que jamás los van a dañar ni a abandonar.

Donde la seguridad que debieran haber sentido no estuvo o fue precaria, se impone tejerla despacio y con paciencia, hilándola en un telar de múltiples relaciones, en el que los cuidadores aportan la estructura y los hilos, y los terapeutas su habilidad de tejedores. 

Ese fue mi propósito al escribir “En busca de la seguridad perdida”. Transmitir a mis colegas la sabiduría aprendida de tantas Palomas que pasaron y siguen pasando por mi consulta, ayudarles a reconocer las sutiles formas en que la falta de seguridad se manifiesta, y a detectar las desconexiones -las de nuestros pequeños pacientes, la de sus padres, pero también las nuestras- para tratar de transformarlas en re-conexiones. 

Reconocernos como parte de ese entramado, es una invitación a observarnos en la relación con estos pequeños sobrevivientes: porque, así como ellos pueden oscilar entre sentir demasiado o no sentir en absoluto, nosotros también podemos oscilar entre hacer por demás y no hacer lo que es más necesario. 

Ayudar a los cuidadores a convertirse en redes de sostén capaces de tolerar las tempestades más complejas -de las que suele haber varias en la crianza de estos niños y niñas- es todo un desafío, porque estos adultos, a su vez, también pueden tener sus propias heridas no curadas de cuando eran pequeños, o quizá hayan sido parte -por acción o por omisión- del dolor y el daño sufrido por nuestro pacientito.

El desarrollo y el fomento de la seguridad relacional duran todo el tratamiento, y probablemente (ojalá), cuando este haya finalizado, seguirá creciendo y floreciendo sin que nosotros lo sepamos. Habremos sido testigos durante un tiempo de un acontecimiento importante: sentar las bases para que la conexión sea el legado futuro de estos pequeños invitados a la mesa de nuestra labor diaria. 

lunes, 22 de mayo de 2023

Tierra Daurora, una historia de disociación relacionada con el trauma y la resiliencia, por Tamara Iglesias Costas, psicóloga y traumaterapeuta sistémica

 


Tamara Iglesias Costas

Psicóloga

Autora de:

Tierra Daurora, una historia de disociación relacionada con el trauma y la resiliencia

Uno de los fantásticos dibujos que ilustran el libro de Tamara Iglesias

Solamente unas breves líneas para introducir a mi colega y compañera de la Red Apega de Profesionales, Tamara Iglesias Costas, quien ha creado este excelente relato para ayudar a los profesionales y a los niños y niñas -usando símbolos y un mundo imaginario, siguiendo la mejor tradición junguiana- en su proceso traumaterapéutico, como herramienta -con el acompañamiento insustituible de un profesional conectivo y seguro- psicoeducativa y terapéutica. 

Es muy complicado encontrar materiales de este tipo en el mercado, y también es complejo crearlos. Plasmar simbólicamente el universo mental de las personas que han sufrido trauma y concebir una alegoría de lo que es la conciencia del self fragmentada como consecuencia de los procesos traumáticos -experiencia temprana que sufren muchos de nuestros niños y niñas-, no es nada fácil y Tamara Iglesias lo ha logrado. He tenido el placer de leerlo y revisarlo y me atrapó desde el principio. Creo que el enfoque que usa, el tratamiento bondadoso del trauma y la visión resiliente se recogen maravillosamente en este sugestivo, imaginativo y bello relato de superación, que pone el acento en la necesidad de ser acompañados en un viaje de transformación, no exento de dolor y retos, como le sucede a la pequeña dragona de la historia. 

Este relato es fruto de un recorrido vital y de aprendizaje a todos los niveles que Tamara Iglesias ha hecho durante estos años en los que, además, hemos tenido el placer de acompañarla en su proceso formativo durante nuestro Postgrado de Traumaterapia de Barudy y Dantagnan. Es una satisfacción ver que profesionales como Tamara Iglesias hacen procesos formativos y vitales capaces de crear imágenes e historias que, una vez que emergen, tienen gran poder sanador, como este precioso relato. Os dejo con ella, que nos presenta su obra a continuación, no sin antes darle nuestra efusiva enhorabuena: ¡muchas felicidades por tu trabajo, Tamara!

Tamara Iglesias Costas. Soy compañera de la promoción Apega 9 Barcelona, del posgrado en Traumaterapia Infanto-Juvenil Sistémica de Barudy y Dantagnan. Soy psicóloga sanitaria por la Universidad de Santiago de Compostela y la Universidad a Distancia de Madrid y a lo largo de mi trayectoria profesional he tenido la experiencia de formarme y trabajar tanto en el ámbito público como privado en diferentes proyectos y con diferentes colectivos que me han aportado gran conocimiento dentro del ámbito de la psicología evolutiva y el trauma interpersonal temprano. Entre ellos, he tenido la oportunidad de trabajar en Vincles (vínculos) , Casal dels Infants Barcelona, para intervenir y acompañar a mamás junto con sus bebés en el desarrollo de un apego seguro y un vínculo sano, muchas de ellas mujeres migradas y víctimas de violencia de género. Además, también he podido trabajar tanto en Pontevedra como en Barcelona en centros de acogida con menores tuteladxs haciendo valoraciones e intervenciones en casos de acogimiento familiar y adopción, siendo Príncipe Felipe, en la Diputación de Pontevedra, el lugar donde me he iniciado a mi mundo laboral y en el cual he tenido el honor de desarrollarme y encaminarme hacia lo que soy y donde estoy ahora mismo. Sígueme en Instagram: @tierra.daurora y @lo.boreal

Presentación de Tierra Daurora
Tamara Iglesias Costas

Vídeo de presentación de Tierra Daurora

A lo largo de los años he estado realmente implicada en la infancia y las familias, por lo que además de mi recorrido profesional he realizado muchos viajes a nivel personal que me han dado la oportunidad de expandir mi mente y mi conciencia abriéndome a diferentes culturas y participando en proyectos internacionales como Thrive Seed en India, a través del acompañamiento a mujeres y niñxs en slums en West New Delhi o la realización de talleres e intervenciones terapéuticas en grupos de familias autogestionadas en Oaxaca y Quintana Roo, México.

Hoy día, tengo el placer de compartir en el blog de Buenos Tratos el cuento que recientemente he escrito e ilustrado fruto de mis últimos viajes por México, Brasil y Canadá, siendo este último país, concretamente British Columbia, el lugar de mayor inspiración para su elaboración y publicación. Se trata de Tierra Daurora, una historia de Trauma y Resiliencia.

Este es un cuento para todas las edades en el que narramos las aventuras de una pequeña Dragona, con alma de guerrera y corazón de fuego, que viaja al interior de su propia conciencia fragmentada como consecuencia del trauma vivido durante su infancia. La conciencia de nuestra protagonista está representada como una selva boreal, mágica y oculta en la que habitan aquellas criaturas que representarán las partes disociadas de su self. A lo largo del relato nuestra protagonista se tropezará con estos seres que representarán el encuentro con ella misma y con las partes dañadas de su propia conciencia, lo cual será fundamental para la integración y sanación de las mimas.

En este cuento, he intentado hacer una analogía fantástica del cerebro de un humano que ha sufrido trauma interpersonal temprano y la conciencia disociada de una Dragona llamada Daurora. Mi intención ha sido narrar una historia con el objetivo de que esta pueda ser una herramienta para acompañar los procesos de trauma, disociación y recuperación de la herida emocional de la experiencia traumática.

Esta creación ha sido fruto de muchos meses e incluso me atrevería a decir años de introspección y trabajo personal, que todavía hoy continúa, pues siento que como terapeutas es fundamental sanar nuestras heridas más profundas para poder sostener de una forma genuina y auténtica las heridas ajenas. Por ello, en mi caso, como guinda del pastel, he tenido el honor de contar con el apoyo de José Luis Gonzálo Marrodán, que me ha ayudado a completar y cerrar la historia de Tierra Daurora. Gracias a su visión y su conocimiento del trauma y la disociación, pienso que este cuento ha quedado como una herramienta estupenda para acompañar la sintomatología disociativa en niños y adolescentes, especialmente en estos últimos.

Os invito a que si queréis saber más de Tierra Daurora le echéis un vistazo a mi página web www.loboreal.com. Aquí encontraréis un aparatado donde podéis encontrar más información sobre esta fantástica historia, así como adquirir el libro en el caso de que os interese. Hasta ahora, el libro se encuentra únicamente publicado mediante una autoedición de Amazón pero con expectativas de publicarlo en una editorial reconocida que quiera acoger esta pequeña idea y compartirla con el mundo entero.

Espero de todo corazón que os guste.

¡Muchas gracias!

lunes, 12 de diciembre de 2022

La invalidación en los niños/as víctimas de trauma de desarrollo

Los orígenes de la invalidación

De Peru.com
El modo en que una persona procesa los acontecimientos y las experiencias de la vida es propio y subjetivo. La necesidad de "sentirnos sentidos" (Siegel, 2007) –y por lo tanto, existentes- está presente desde que somos bebés. Tenemos, desde nada más nacer, un sistema nervioso preparado para conectar (Benito, 2020): el bebé pronto podrá centrar la mirada en el rostro de la madre, que mediante sus expresiones -a través de la vía viso-facial-, que sirven de reflejo, aquel aprenderá a tratar de responder a dichas expresiones tratando de imitar los gestos; disponemos de una amígdala preparada para reaccionar defensivamente ante las amenazas mediante el llanto –este órgano se activará ante los desconocidos, pero no ante los conocidos-; de un bulbo olfatorio listo para reconocer el olor de la madre; tenemos los centros de recompensa preparados para registrar esas experiencias de placer y con una memoria implícita que guardará la información proveniente del cuerpo y de las vísceras, que comunicarán calma y regulación, si el sistema de regulación interactiva (Schore, 2011) que establecemos con la madre (o cuidador) logra progresivamente modular esa activación y mantenerla en niveles tolerables. Disponemos de un oído que puede escuchar y familiarizarse con la prosodia del cuidador, que transmitirá señales de calma y confort, si las palabras se emiten suaves y acariciantes. La piel, a través del canal táctil sensorial, nos comunicará que las caricias, el baño suave, el contacto con la dermis del cuidador, si este está regulado y tranquilo, es una fuente de sosiego. O, si hay violencia, será una fuente de estrés que inundará el cerebro de sensaciones desagradables abrumadoras.

Todo este caudal de experiencias -cuando son agradables y calmantes- repetidas es una primera forma de validación del mundo subjetivo del infante, donde nada está ordenado y organizado aún. El bebé puede sentir angustia interna, o los cambios del entorno ser tan bruscos que provocan alto malestar; o las personas de ahí fuera –cuando aún no se diferencian del bebé- pueden generar estrés en forma de gritos, contacto brusco e incluso -como pasa en el maltrato- ataques verbales y físicos a aquel. El bebé es egocéntrico e interiorizará -y quedará registrada en su memoria implícita- que se debe a él o ella, que algo va mal en su interior. Y no se lo puede explicar. Aquí tenemos el origen temprano de muchas creencias nucleares implícitas que ponen -y pondrán- música a nuestra vida. Música de la película Tiburón, además.

Se necesita un adulto con permanencia y presencia "filtro estabilizador" (Dantagnan, 2022) que trate de conectar con y aliviar el displacer del infante, que le transmita implícitamente “puedo confortarte”, y que, además, se consiga, y que el bebé sienta e interiorice subsimbólicamente: “me siento tranquilo, importan mis demandas y malestar, me atienden, por lo tanto soy válido” Si no se consigue y se invalida al bebé activa o pasivamente (se le desconfirma gravemente en forma de maltrato o negligencia), sobre todo durante los primeros años de vida, pueden sentarse las bases que afiancen que el mundo propio no importa a nadie (tampoco a uno mismo) y que el dolor es inasumible. De ahí que muchas partes de la personalidad que los niños/as comienzan a desarrollar -sobre todo con más claridad a partir de los seis años-, tienen su origen en estas tempranas experiencias que moldean su cerebro: "Los centros cortico-límbicos superiores del hemisferio derecho, especialmente el córtex orbito-frontal, el centro del sistema de apego de Bowlby, actúan como el sistema cerebral más complejo de regulación del afecto y del estrés" (Schore, 2011)

La protección frente a la invalidación

Un bebé (Fonagy y otros, 2002) puede crecer (además quedándose en "modos prementalizadores", esto es, comprender sus estados internos y los de los otros de una manera sobreinterpretativa, tanto que se puede distorsionar los hechos de la realidad; o de un modo pseudo, es decir, creando una imagen falsa de uno mismo. Se desarrollará una u otra, o ambas, según cada persona y sus circunstancias) con este entorno invalidante durante mucho años, precisamente los más críticos, donde se desarrollan todas las capacidades humanas, incluido el sentido integrado de uno mismo, es decir, un yo que se va constituyendo de manera firme y fluida –con conciencia de continuidad y sin rupturas en este sentido-. Lo más probable es que en un entorno así la "fragmentación temprana" en partes de la personalidad (Siegel, 2007) o en "estados del yo" (Bromberg, 2011) sea la única salida para sobrevivir y evitar el dolor psíquico insoportable (el niño/a lo notará en el cuerpo).

Con la aparición del lenguaje, el hemisferio derecho del cerebro va a transmitir una información sensorial, impresionista, imágenes… al hemisferio izquierdo (Benito, 2017) que está cargada de displacer, ansiedad, malestar… a veces auténticas cataratas emocionales. El izquierdo va a recibir esta información y en ausencia de relato, tenderá de algún modo a protegerse. Y las partes se afianzan aún más con la aparición de las llamadas defensas. El niño/a en ausencia de relato coherente, lo construirá en función de lo que su imaginación le dicte, pero echando mano también de algunos recuerdos deslavazados que pueda tener y en función de lo que el mundo adulto le cuenta. Y probablemente todo será demasiado doloroso para ser contado, por lo que el niño/a recurrirá a las defensas. Muchos síntomas llamados disociativos reflejan estas defensas. Con niños/as más mayores, de diez años, podremos, si les preguntamos por su vida, observar que se protegen con relatos desconectados de la emoción; incongruentes emocionalmente con lo que se cuenta; desbordados por la emoción (casi reviven o muestran juego postraumático); finalmente, el relato puede parecer elaborado, pero es algo impostado, creado por su mente imaginativa para acomodar la realidad a sus deseos (Muller, 2020)

El niño o niña tiene muchas formas
de defenderse de un dolor insoportable 
Foto: eresmama.com

Si el niño/a tiene la suerte de encontrarse pronto –aunque sea su derecho el de la protección, es casi una lotería dar con profesionales que tengan claro qué es proteger- con una medida que vele por sus derechos a ser criado en un contexto de buenos tratos y con derecho a los buenos vínculos, aquel llegará a una familia adoptiva o acogedora que le ofrece todo un sistema de cuidados, que es lo que necesita imperiosamente, pero a la vez le genera inconscientemente miedo o terror. Su memoria implícita transmite a la amígdala mensajes de que esto es amenazador, la corteza cingulada puede informar de que la familia es una experiencia intrínsecamente dolorosa y que, a la larga, abandona; y la corteza prefrontal está ausente, ha dimitido de sus funciones, está poco desarrollada y debilitada (Benito, 2017) Por eso, el niño/a puede empezar a mostrar con fuerza las partes de su personalidad que le protegen de la dolorosa experiencia interna de la invalidación (asociada a dolor emocional, pérdida, agresividad, vergüenza…). Algunos niños/as desarrollan partes agresivas (activa o pasivamente), antisociales (robar, mentir, manipular…), insensibles (duras, secas, distantes…), complacientes (aduladoras, seductoras…) cuidadoras y adultistas (cuidan ansiosamente de los padres u otros y tienen una autonomía y razonan como si fueran personas mayores)...

¿Qué ven los demás? A veces durante muchos años...

El mundo adulto (familias, profesores, psicólogos y psiquiatras u otros profesionales, a veces) ven solamente lo aparente. Lo que se muestra. El niño/a puede mostrar una fachada aparentemente sintonizada, como una parte que muestra normalidad, complaciendo y cumpliendo en exceso con las exigencias que el mundo adulto le manda, sobre adaptado. Pero internamente puede sentir muchas emociones que están desplazadas y de las que no es consciente. Todo puede estallar en la pubertad. Este tipo de niños y niñas son valorados por los adultos porque no son perturbadores. O el niño/a puede mostrar conductas hacia fuera a través de los trastornos del comportamiento, la hiperactividad o la inestabilidad emocional, la ansiedad. A veces se producen formas mixtas donde aparecen sentimientos de tristeza, soledad, miedo, ansiedad, agitación… 

Con excesiva frecuencia, estos niños/as, que tienen a sus espaldas que soportar la pesada carga del maltrato, reciben feedback negativo. Algunos y algunas son vistos como auténticos indeseables y sufren rechazo, castigo, exclusión, etiquetación, fracaso escolar, problemas serios para hacer y mantener amistades… Hace muchos años, cuando empezaba a trabajar en la consulta y la cultura de falta de respeto a los niños/as campaba a sus anchas, un profesor me dijo, al preguntarle por un alumno y su conducta en clase, algo que se me quedó grabado y me dejó atónito: "ahí te envío a esa escoria"

Casi siempre la mirada es patográfica (les diagnostican con diferentes trastornos descriptivos y etiquetadores y no contemplan una visión comprensiva de por qué el niño/a tiene esos problemas) Muchas veces se conceptualiza como un problema de límites, de familias que les hiperprotegen, de desarrollo, de hiperactividad, de retraso en el desarrollo, de espectro autista… Sin quitar ni un ápice a que pueda ocurrir todo esto -por supuesto que es relevante- no se considera el papel que el trauma complejo y temprano ha jugado en la aparición de estas conductas y síntomas. Ni se le da al sufrimiento psíquico que el niño/a arrastra -es enorme el dolor, y ellos/as hacen lo que pueden con lo que tienen- la debida importancia. Se pierde la visión humanista, tan necesaria. Y así las intervenciones se olvidan de algo importantísimo: validar al niño/a y expresarle que es una injusticia lo que ha vivido, y que somos conscientes de que todo lo que hace es para protegerse de ese dolor, que nosotros lo vemos; y que validamos su experiencia subjetiva y entendemos sus conductas y síntomas, porque son sus defensas. Ir más allá de lo aparente y tratar de validar la experiencia interna del niño/a, y el modo que tiene de ver y sentir el mundo que le rodea y de dónde le puede venir (Barudy y Dantagnan, 2005)

Casi siempre las personas adultas de mi consulta de traumaterapia recuerdan infancias donde nadie vio el dolor, nadie mostró receptividad empática. Además de maltrato y negligencia, sufrieron la ceguera de los adultos que los acompañaban en su desarrollo, los cuales solamente veían las conductas y les castigaban -suprimiendo la visión mentalizadora- por ellas. Sumiéndolos en profundos sentimientos de vacío, soledad, vergüenza, culpa… Nadie estuvo allí para reconfortar y validar. 

Foto: Fundación Sonría 

Mensajes sociales

"Encima -me decía una joven en terapia- hemos de escuchar mensajes sociales en los que si no somos positivos, si no conseguimos las metas, si no deseamos nuestro sueño o lo decretamos, si no nos sentimos bien y nos sentimos enfadados, secos, tristes y sin ganas de nada somos gente amargada que sobra y que no genera buenas vibraciones. Sin molestarse un ápice en preguntarnos e intentar captar por qué nos sentimos así, directamente somos molestos porque no compartimos esa filosofía barata de mueble de libros de autoayuda o superación: `Consigue tus metas en 5 pasos´ `El poder de…´ `Tú puedes ser…´ `Consigue lo que otros no han conseguido…´ Y eso nos fastidia y molesta aún más. Yo me rebelo contra eso, porque el cambio es mucho más profundo y requiere implicación de quienes nos rodean."

"Yo -siguió- que además tengo un problema físico en los brazos, me enfadan también los mensajes que nos lanzan a las personas con discapacidad: no hay metas, no hay límites, tú puedes, no existen barreras… Todo esto es inalcanzable para muchos de nosotros y yo, al menos, me siento terriblemente mal cuando veo que no puedo estar a esa altura".

Esta joven jamás había sido validada emocionalmente por nadie en su dolor y en las injusticias que había vivido -su discapacidad, traumática, había sido ocasionada por la maldad de unas personas-. Ha sufrido innumerables situaciones sociales donde le han burlado y ridiculizado, muchas veces ante la mirada pasiva de los demás. 

El lento camino de la reparación

El camino de la reparación y la sanación, habida cuenta de que en muchas ocasiones las personas que acuden a tratamiento han sufrido trauma -otros seres humanos les han hecho daño-, pasa por, precisamente, sentir que por primera vez son vistas y validadas emocionalmente. Un entorno no invalidante en la experiencia subjetiva, en la manera que tiene la persona de vivenciarlo, es fundamental para sanar del trauma. Sobre todo, en el caso de los niños/as cuyas conductas más efectos negativos producen en el entorno. Ello no quiere decir que les dejemos hacer lo que quieran y que toleremos comportamientos inaceptables. No confundamos. Pero han de sentir que entendemos y vemos sus sentimientos, y ofrecerles un marco explicativo que reformule sus síntomas (Barudy y Dantagnan, 2005) 

Pero, además, el terapeuta es convocado a ser testigo de una gran injusticia y aquí no valen las medias tintas. Quiero terminar con estas palabras de Judith Herman, tan geniales y acertadas, que creo son un mensaje bien claro para todos/as hacia dónde va el camino de la recuperación. Si no, las defensas jamás dejarán de hacer acto de aparición y el dolor no podrá salir y ser sanado por personas bondadosas.

Portada del libro de Judith Herman


"Es responsabilidad del terapeuta usar el poder que le ha sido conferido sólo para fomentar la recuperación del paciente, resistiendo toda tentación de abusar de él. Esta promesa, que es central para cualquier relación terapéutica honesta, es de especial importancia para pacientes que ya están sufriendo como resultado de que un otro ha hecho un ejercicio arbitrario y abusivo del poder 

El terapeuta es convocado para ser testigo de un crimen. Debe asegurar una posición de solidaridad con la víctima. Esto no significa la idea simplista de que la víctima no puede equivocarse, sino implica más bien una comprensión de la fundamental injusticia de la experiencia traumática y la necesidad de una resolución que restaure alguna sensación de justicia. Esta afirmación se expresa en la tarea cotidiana del terapeuta, en su lenguaje, y sobre todo en su compromiso moral de decir la verdad sin evasiones ni disfraces. El rol del terapeuta es a la vez intelectual y relacional, y fomenta a la vez el insight y la conexión empática". (Judith Herman, 1992)


REFERENCIAS


Barudy, J. y Dantagnan, M. (2005). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.

Benito, R. y Gonzalo, J.L. (2017) La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Benito, R. (2020). Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y la adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones.

Bromberg, P. (2011). La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional. Madrid: Ágora relacional.

Dantagnan, M. (comunicación personal, 16 de octubre 2022).

Fonagy, P. Gergely., Jurist, E., Target, M. (2002). Affect regulation, mentalization, and the development of the self. NY: Other Press.

Herman, J. (1992). A healing relationship. in Trauma and recovery. J. Herman, Trauma and recovery Glenview, IL: Basic Books (Harper Collins), 133-155

Muller, T. (2020). El trauma y la lucha por abrirse. De la recuperación a la evitación y el crecimiento. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Schore, A. (2011). Prólogo. En La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional. (pp 18-55). Madrid: Ágora relacional. 

Siegel, D. (2007). La mente en desarrollo. Como interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser. Bilbao: Desclée de Brouwer.

lunes, 14 de noviembre de 2022

Juntos podremos con eso, por Jose Luis Gonzalo / Sin prisa, con pausas, por Dolores Rodríguez

Llevo una temporada descubriendo en profundidad a Philip Bromberg, un psicoanalista relacional entroncado dentro de lo que llamaríamos la corriente intersubjetiva, basada también en los postulados del neuropsicoanálisis, cuyo principal representante es Alan Schore. Bromberg y Schore colaboraron y desarrollaron una gran amistad; y puede decirse que el primero llevó a la práctica clínica muchos de los aspectos neurobiológicos del segundo.

Portada de uno de los libros de Bromberg


El tema es complejo y no quiero abrumar al lector de tal manera que abandone el artículo en el tercer párrafo. Porque este blog, aunque lo siguen profesionales, tiene como prioridad divulgar el conocimiento científico relacionado con el apego, el trauma y la resiliencia y hacerlo digerible a los padres, madres y personas que no sean especialistas en psicología clínica y psicoterapia especializada. Por eso, voy a coger algunas ideas de Bromberg que me han parecido interesantes y útiles para ejercer la parentalidad terapéutica, las contaré de una manera sencilla -espero superar el reto porque Bromberg no es un autor fácil de entender y de aplicar- y comentaré su utilidad en nuestro trabajo diario con los niños y niñas.

Un proceso de regulación interactiva

La diada madre (cuidador) niño o niña es fundamental, y la "sincronía afectiva" (Schore, 2011) que se establece entre ambos durante los dos primeros años de vida es muy importante porque conduce al bebé a aprender a regular los estados internos altamente desregulados. Para que esta regulación interactiva sea eficaz, “la madre debe de modular los grados de estimulación excesivamente altos o bajos que inducirían en el niño niveles de activación sobre elevados o excesivamente reducidos. Funciona como una matriz interactiva en la que ambos interlocutores equiparan sus estados y de forma simultánea ajustan su atención social, la aceleración y la estimulación de la activación en respuesta a las señales del interlocutor”. (Schore, 2011)

Parece ser que el sentido de un self (sentido de quién soy yo, de mí mismo) "fluido y firme al mismo tiempo, depende de hasta donde se haya logrado la capacidad para la regulación y la competencia afectiva" (Schore, 2011). Esto proporciona unos fundamentos estables para la regulación emocional.

Cuando un bebé es maltratado física o emocionalmente, esta regulación interactiva ya no ayuda al bebé a manejar la activación interna, sino que se produce una inundación (un tsunami, en palabras de Bromberg) que afecta a todo el hemisferio derecho (predominante durante los tres primeros años de vida y sede de ese protoself fluido y a la vez estable) y que genera una ruptura en la continuidad de dicho self. Esto se experimenta como estados "no-yo" (en palabras de Bromberg, 2011) y el bebé lo vive como rupturas en la conexión con la figura de apego que hacen que entre en disociación. Para Schore (2011), la disociación “más que una alteración de procesos mentales, implica una desconexión mente-cuerpo” "La defensa disociativa, esa desconexión, supone el último intento del niño/a para bloquear el dolor emocional". 

Para entender estas rupturas en el sentido fluido y firme de uno mismo (el self) yo me imagino una orquesta bien sincronizada y armonizada que, de repente, entra en emitir, durante un tiempo, sonidos estridentes, duros (como el recuerdo del trauma) o a destiempo. No parece la orquesta de siempre. Eso es el sentido del "no-yo". No te reconoces. O como una película antigua de celuloide que avanza de manera continua a 24 fotogramas por segundo para, de repente, empezar a verse entrecortadamente; o verse en blanco, o a trozos sueltos y delavazados, para luego recuperar la continuidad y volver a visionarse a 24 fotogramas por segundo.

Fijaos en la "mala entrada" de esta orquesta, como ese estado "no-yo" inicial es "recuperado" por la reparación del director:

Una orquesta entra mal

Si volvéis a ver el vídeo del experimento Still face, creo que entenderéis mejor este concepto. Cuando la mamá del vídeo ayuda al bebé a manejar los estados internos (a través del lenguaje no verbal, hemos de resaltar que esto sucede en una etapa en la que el niño o niña no puede simbolizar estas experiencias a través del lenguaje, quedan grabadas en el hemisferio derecho, son subsimbólicas) ambos son un sistema de regulación mutuo, interactivo, y pleno de disfrute. Cuando la mamá congela la cara y desaparece de la diada, el niño se queda sin la figura “sabia y fuerte” que decía Bowlby, para comunicar y sostener las emociones. Queda en el vacío, y esto produce dolor y ruptura en esa continuidad estable que proporciona el cuidador al infante, fundamental a esa edad. Con lo cual el bebé sufre una inundación de afecto altamente desrregulado que le conduce, tras la protesta, a la disociación como defensa de algo abrumador. Si se repite de manera continuada en el tiempo y no hay reparación, la sombra de ese tsunami le perseguirá siempre, y la posibilidad de caer en estados disociativos es alta.

Experimento del "Still face"


Consecuencias de la disociación

Como dice Schore (2011), si bien es una defensa eficaz (por eso la disociación nunca se elimina en ambientes desprotectores, porque el niño/a la necesita para sobrevivir), a largo plazo “impide la exposición a experiencias potenciales de aprendizaje relacional, implícitos en los contextos intersubjetivos íntimos que son necesarios para el crecimiento personal”. Aquí tenéis, padres y madres adoptivos y acogedores, una de las causas por las cuales es tan complicada la crianza de nuestros niños y niñas: el "bloqueo de los cuidados" (del que habla Hughes, 2019) y que no es otra cosa que la entrada del niño o niña en disociación, cuando empieza a comportarse de maneras en las que rechaza o incluso ataca a las personas que ahora le quieren ayudar con afecto y límites. Mientras no se trabaje la disociación, todos y todas a una, será complicado que el niño o niña salga de ahí. El o ella se defenderá así cuando perciba en su interior que se acerca la sombra de la devastadora ola que sufrió en su interior cuando nada podía entender ni manejar. Esto es importante como padres y madres. Hay que tenerlo presente porque ayuda mucho a no tomarlo como algo personal. La ruptura en el sentido de uno mismo es una experiencia terrible. 

Cómo sabemos que un niño/a entra en estados no-yo

A partir de los cinco o seis años, muchos padres y madres adoptivos y acogedores que criais a niños o niñas de esta edad, sabéis de qué estoy hablando. Lo vivís -y a veces sufrís- en vuestras carnes, incluso los y las que -la gran mayoría- ejercéis una parentalidad suficientemente buena y competente. Los niños y niñas realmente no quieren comportarse así, pero la fuerza de lo que internamente vivieron (tsunami) es tan fuerte y desrreguló tanto su hemisferio derecho que no pueden evitar pasarlo al acto. Es lo que técnicamente Bromberg y Schore (2011) llaman en inglés los enactment (enactuaciones o pasos al acto) Fijémonos bien que antes de la palabra “actuaciones” está el prefijo “en”, para enfatizar que el adulto contribuye también sin quererlo o queriendo, a que estas enactuaciones empeoren, aumenten o disminuyan. Estamos en una matriz relacional donde el papel del adulto como figura reguladora y reparadora es fundamental. “La disociación patológica, una defensa primitiva contra los afectos abrumadores, es una característica clave del trastorno del apego reactivo en la infancia, trastorno por trastorno maltrato infantil, trastorno por estrés postraumático…” (Schore, 2011) Con estos enactment los niños y niñas y los adultos nos comunican esos estados subsimbólicos “no-yo”. Los síntomas del trastorno sugieren esa comunicación; por ejemplo, algunos de los síntomas: frialdad y distanciamiento afectivo; conducta violenta; no sentirse íntimamente ligado a nadie; inestabilidad emocional alta; hacer daño al otro, incluso intencionadamente; quedarse como congelado durante tiempo; combinar épocas de alta intensidad en la actividad diaria con épocas de apagamiento y falta de energía; indiscriminadamente afectuoso con las personas o, por el contrario, inhibición y aislamiento; conducta antisocial (robos, mentiras, engaños, inventarse historias que son reales en su imaginación, pues esta se confunde con la realidad); déficit en la capacidad de permanecer de manera autónoma y adecuada a la edad; no recordar aspectos de lo ocurrido y fácilmente tener olvidos y amnesia; frecuentes e intensas quejas somáticas; hablar de uno mismo en tercera persona. 

La violencia de un niño/a, sobre todo la súbita o desproporcionada, 
sin motivo aparente puede ser la expresión de un estado "no-yo"


Algunos apuntes sobre cómo contribuir a la reparación y favorecer un proceso de recuperación positivo

No podemos decir que no existe remedio ni sanación para estos niños y niñas. Podemos aspirar a la adaptación (a que esquiven "el destino fatal", como diría Cyrulnik, 2020) y en algunos casos a la sanación (superan lo traumático y se abren al amor, al vínculo y la integración de los estados disociativos, Hughes, 2019) Muchas veces, las etiquetas diagnósticas, mal usadas, perjudican mucho porque no nos ayudan a que veamos posible una mejora. He visto, en casi mis treinta años de carrera profesional, evoluciones hacia la fatalidad, pero también recuperaciones increíbles en niños y niñas a los que se les había sentenciado. “Es un psicópata” “No hay nada que hacer” “Ingrésalo en un centro”- se dice de ellos y ellas. Un día dedicaremos una entrada a explicar cómo contribuimos a conseguir evoluciones adaptativas, a largo plazo, en chicos y chicas muy dañados y sentenciados desde niños/as al estigma de la no recuperación, tomados por unos indeseables. No quiero engañar a nadie: han sido evoluciones que han evitado lo peor, las peores consecuencias en estos chicos y chicas: que terminen autodestruyéndose. Y han requerido mucho trabajo de manera continuada, pero ha sido posible. La clave: no tirar la toalla. 

Lo primero, hay que detectar el problema cuanto antes. Si se detecta la disociación patológica cuando se es muy pequeño/a, lo primero y más urgente es proporcionar a ese bebé o niño/a pequeñito/a un entorno de cuidados y reparación interactiva adecuado, con unos padres adoptivos o acogedores bien apoyados, formados y con sus propias infancias sanadas. Personas maduras y estables emocionalmente, fuertes y seguras. Y hasta que no haya un cambio real en las personas que favorecen y causan los estados disociativos, no tener contacto con esos adultos es clave; porque su presencia y modo de interactuar consolida neurobiológicamente el trauma en el cerebro. Recordar, como dice Rafael Benito, es reconsolidar. Lástima que no prime el derecho de los niños/as a ser neuroprotegido, por muy padres que sean. 

Si se detecta más tardíamente (suelen ser niños y niñas con muchas historias de rupturas de contextos de cuidado, con antecedentes tempranos de figuras de apego que les han dañado en forma de maltrato y abandono extremo, y que después han sufrido el síndrome del peloteo, tan perjudicial, del que habla Jorge Barudy, 2005), lo prioritario es que se les proporcione un contexto de cuidados lo más estable posible, con las figuras parentales o educadores conscientes del origen y naturaleza del problema. La reformulación de los síntomas (Barudy y Dantagnan, 2005) es imprescindible, porque las lecturas comportamentales llevan a ciclos de conducta negativa+consecuencias que sabemos que no reparan porque el niño o niña no aprende de la experiencia, la disociación crónica lo impide. 

Juntos seremos más fuertes que la sombra del tsunami


Estos cuidadores han de pedir ayuda profesional especializada. Sabiendo y siendo conscientes de que espera un trabajo largo, arduo y lento. Todos (padres o referentes del niño o niña, traumaterapeuta, tutor escolar, psiquiatra y otras personas significativas) seremos la poderosa red que se entretejerá en torno al niño/a para ayudar a regularse y sostenerle. Es clave que este equipo tenga experiencia en trabajar juntos, sobre todo el traumaterapeuta y el psiquiatra, que compartan un lenguaje y un marco común de intervención. En nuestro caso, la ©Traumaterapia infanto-juvenil sistémica de Barudy y Dantagnan nos ha dado excelentes resultados, por su modelo comprensivo y adaptado al sufrimiento de los niños y niñas. Los padres o cuidadores reciben ayuda especializada, pues la necesitan, tanto porque ellos son protagonistas co-terapeutas como porque necesitan espacio propio de cuidado. 

En la traumaterapia llamamos bloque I al primer bloque de trabajo que busca, sobre una buena base de cuidados, que podamos ayudar al niño/a a "recuperar un estado de bioregulación basal" (Barudy y Dantagnan, 2005); estimular la capacidad de autobservación, para de ahí progresar a la autoconciencia; trabajar la sintonización con sus estados internos y finalmente potenciar desde la corregulación, la autorregulación. Es un trabajo que puede llevar unos cuantos meses, quizá años, y en el que la farmacología juega también un papel coadyuvante.

Para ayudar al niño/a a abordar estos estados "no-yo", disociativos, nos iremos moviendo entre la seguridad y la confrontación (autoridad calmada pero firme), que dice Bromberg (2011). En el marco de la traumaterapia, en la sala de valientes, la psicoterapia especializada supone un cambio de paradigma de lo que como profesionales estamos acostumbrados a hacer. Como dice Schore (2011), de poner énfasis en los contenidos y en las interpretaciones, hemos de subrayar los procesos y ayudar a que las experiencias terapéuticas susciten la emoción en el niño/a y podamos desde ahí -y desde un inconsciente relacional (Schore, 2011) presente en las sesiones-, ayudar al niño/a a que la sombra del tsunami (lo traumático: el terror, la vergüenza, la humillación… sufridas, tan terribles) pierda fuerza, porque hay un tercer elemento (la relación) que es más fuerte que esa sombra. Ponemos más énfasis en el afecto que en las cogniciones, y las técnicas pierden fuerza o quedan supeditadas a las experiencias y lo relacional. Al final la psicoterapia debe ofrecer al niño/a experiencias que pueden modificar el cerebro afectado por el trauma y favorecer su integración desde abajo hacia arriba (Benito, 2020)

Dice Bromberg (2011): "El enactment es un evento disociativo compartido. Se trata de un proceso de comunicación inconsciente que se dirige a aquellas áreas de la experiencia del self del paciente donde el trauma, (ya sea del desarrollo o de inicio en la edad adulta) ha afectado, en un grado u otro, la capacidad de regulación del afecto en un contexto relacional, y por tanto, al desarrollo del self al nivel del procesamiento simbólico de pensamiento y lenguaje. Por lo tanto, una dimensión central de la utilización terapéutica del enactment es aumentar la competencia en la regulación de estados afectivos, lo cual requiere que la relación analítica se convierta en un lugar que permite el riesgo y la seguridad al mismo tiempo – una relación que permite la dolorosa reexperimentación del trauma temprano, sin que el revivir sea solo una ciega repetición del pasado. Es, en el mejor de los casos, una relación que he descrito como “segura pero no demasiado segura” (Bromberg, 2011), con lo cual me refiero a que el analista está comunicando tanto su constante preocupación por la seguridad afectiva del paciente, como su compromiso con el valor del inevitablemente doloroso proceso de reexperimentar". Así conseguiremos reducir el tsunami.

Por eso, la sintonización con los estados internos y ayudar al niño/a a reconocer e identificar esos momentos "no-yo" y ofrecerle reparación interactiva, se convierten en elementos clave a menudo no considerados en la psicoterapia. Del mismo modo, los padres o cuidadores, de la mano del profesional, bien guiados, aprenderán a reconocer las disociaciones, para en el conflicto que surja, mantenerse con consistencia, pero a la vez no abandonando y estando presentes para que el niño o niña no sea devorado o arrastrado de nuevo por la sombra del tsunami. Juntos, niño y niña y figuras de apego, podremos con ello. 

Esta es la esperanza, que puede ser real. 

Para concluir con algo bello, os ofrezco un bello escrito realizado por la psicóloga y traumaterapeuta sistémica Dolores Rodríguez, que refleja bellamente cómo es este proceso de estar presente para contribuir a la sanación de estos estados disociativos que son reflejo de la discontinuidad del self. No puede estar mejor expresado, tan bella y hondamente, como acostumbra a hacerlo Dolores, colaboradora habitual del blog. Creo que este poema refleja muy bien lo que Bromberg denomina salud mental: que el paciente pueda llegar a sentirse yo entre los yoes.

"Sin prisa, con pausas"
Dolores Rodríguez, psicóloga


-Sin prisa, con pausas-

Si pretendo mirar con mis ojos acostumbrados a la luz, 
no alcanzaré a ver lo que aguarda a ser visto en la espesa oscuridad.
Si aspiro a oír con mis oídos acostumbrados al ruido y a las voces,
no lograré escuchar a quien susurra en el silencio.

Junto a ti permaneceré en calma
mientras mis pupilas se adaptan a la ausencia de claridad, 
mientras mis oídos sucumben a la búsqueda de alguna voz en el silencio.

Sin prisa, con pausas. 

Y entonces,
lograré sentir tu miedo por abandonar la oscuridad,
pues en ella encuentras cobijo.
Se me rebelará tu resistencia a iluminar la habitación, 
pues en su penumbra te sientes acogido.
Comprenderé que no debo arrancarte de tu dolor,
pues de él obtienes abrigo.

Sin prisa, con pausas.

Invítame a transitar por tu laberinto interno,
por tenebroso que pueda parecer.
Permíteme acompañarte por cada sendero,
por temeroso que pueda parecer sentir mi compañía.

Sin prisa, con pausas. 

Nos detendremos en cada rincón agrietado por el dolor,
un dolor vivido en soledad, 
protegido por la oscuridad. 
Sentados a su vera,  
nuestra respetuosa presencia dará voz a ese dolor, a tu dolor,
liberándolo de la soledad,
sintiéndose acompañado en la oscuridad.

Y entonces,
tu ira, tu tristeza, tu llanto aflorarán con fuerza desde lo más profundo de tu ser, 
abriéndose camino desde una solitaria penumbra,
logrando alcanzar la claridad que aporta la presencia del otro frente a nosotros, 
frente a nuestro dolor, 
velando por él,
quebrando la eterna soledad que te mantenía en esa inmensa oscuridad.

Sin prisa, con pausas



REFERENCIAS

Barudy y Dantagnan (2005). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa. 

Benito, R. (2020). Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y la adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones.

Bromberg, P. (2011). La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional. Madrid: Ágora relacional.

Cyrulnik, B. (2020). Escribí soles de noche. Literatura y resiliencia. Barcelona: Gedisa.

Hughes, D. (2019). Construir los vínculos de apego. Cómo despertar al amor en niños profundamente traumatizados. Barcelona: Eleftheria.

Schore, A. (2011). Prólogo. En La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional. (pp 18-55). Madrid: Ágora relacional. 

jueves, 17 de marzo de 2022

Entrevista a la Dra. Karlen Lyons-Ruth, ponente en las V Conversaciones sobre apego y resiliencia infantil, estará en San Sebastián los días 6 y 7 de mayo de 2022


Conociendo a los ponentes de las V Conversaciones
y los temas sobre los que nos hablarán



Programa e inscripciones

https://joseluisgonzalo.com/producto/v-conversaciones-sobre-apego-resiliencia-infantil/ 

Hoy presentamos a:

Karlen Lyons-Ruth

Dra. Karlen Lyons-Ruth


Lo primero, Dra. Lyons-Ruth, es expresarle en nombre de todos y todas los y las que formamos la organización de las V Conversaciones sobre apego y resiliencia, su amabilidad al aceptar nuestra invitación a la ciudad de Donostia-San Sebastián para compartirnos sus investigaciones en el campo especializado del apego, la disociación y el trastorno límite de la personalidad. Nos sentimos muy honrados por contar con usted en esta edición.

Para mí es un honor también, muchas gracias. Estoy encantada y con muchas ganas de que llegue el momento de viajar hasta San Sebastián.

¿Para quién no le conozca, puede presentarse?

Soy profesora de psicología en la Escuela de Medicina de Harvard. Lidero el estudio de cómo las relaciones de apego desorganizado y el trauma posterior modelan las vías de desarrollo hacia la psicopatología adulta. La evaluación AMBIANCE de la comunicación disruptiva entre padres e hijos, creada en nuestro laboratorio, se utiliza internacionalmente. El laboratorio ha sido apoyado por el Instituto Nacional de Salud Mental, el Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano y varias fundaciones privadas. Mi trabajo actual está evaluando cómo el propio maltrato de la madre en la infancia puede transmitirse a su bebé y alterar el desarrollo del cerebro infantil en los primeros dos años de vida. Soy miembro de la Asociación Estadounidense de Psicología y ex miembro de la Junta Directiva de la Asociación Mundial para la Salud Mental Infantil. Mantengo una práctica privada en Cambridge, Massachusetts.

En las Conversaciones nos ofrecerá dos ponencias tituladas: "Amenaza de abandono y amenaza de agresión en las trayectorias de desarrollo hacia la disociación, rasgos límite y tendencias suicidas: Parte I y Parte II". Una conferencia para el viernes 6 de mayo y la otra para el día siguiente...

Los modelos animales aleatorizados han confirmado que un nivel bajo de atención materna es un factor potente que altera la expresión genética, el funcionamiento de la amígdala y la respuesta al estrés. Mis conferencias presentarán los hallazgos clave de dos estudios recientes sobre los efectos del retraimiento materno temprano.

¿Cuáles son esos dos estudios que tendremos la oportunidad de conocer con detalle y en primicia en San Sebastián?

El Estudio de Trayectorias Familiares de Harvard, que sigue los resultados de los niños/as asociados con el retraimiento materno temprano en la infancia, la niñez y la adolescencia, y el estudio general MIND, que sigue los efectos de la retracción materna en el desarrollo del cerebro infantil. Este trabajo sugiere que es probable que dos sistemas de respuesta al estrés, organizados de manera diferente, con diferentes períodos sensibles de desarrollo, estén activos en el desarrollo humano: el miedo a la agresión y el miedo al abandono.

Dos punteros e importantísimos estudios que debemos conocer todos y todas los y las que nos dedicamos a trabajar con los niños, niñas, adolescentes y sus familias…

Sí, porque la mayoría de los trabajos anteriores han explorado los sistemas cerebrales y de comportamiento asociados con la amenaza de agresión. Mis conferencias detallarán las diferentes adaptaciones del desarrollo en el cerebro y el comportamiento asociadas con la amenaza de abandono durante la infancia, la niñez y la adolescencia, con énfasis en las trayectorias hacia la disociación, la psicopatología límite y las tendencias suicidas.

¿Sus conferencias incluirán material clínico?

Las presentaciones incluirán ilustraciones grabadas en video de patrones relevantes de interacción entre padres e hijos en la infancia, la niñez intermedia y la adolescencia tardía. Este nuevo trabajo subraya la importancia de conceptualizar por separado los roles del miedo al abandono y del miedo a la agresión en los enfoques de tratamiento del trauma complejo.

Aprovecho la ocasión, antes de despedirnos, para presentar un capítulo -que he tenido el honor de traducir al castellano- escrito por usted en el que nos presenta precisamente el estudio sobre Trayectorias familiares y que se ha incluido en la trilogía, compilada por Mario Marrone y Elsa Wolfberg, titulada: "Parentalidad y teoría del apego Volumen II" Le espera un ejemplar de regalo para usted el día de su presentación. Le agradecemos el permiso para traducirlo e incluirlo en la compilación.

Mi agradecimiento a ustedes por ese esfuerzo, y mi alegría al comprobar que todo este trabajo no muere en el mundo insular de las revistas científicas.

Portada del libro "Parentalidad y teoría del apego. Volumen II"

Parentalidad y teoría del apego Volumen II

Muchas gracias, nosotros y nosotras también contamos los días que faltan para encontrarnos con usted, porque su presencia en estas V Conversaciones es un acontecimiento que va a suponer un enriquecimiento enorme de nuestra práctica clínica, educativa y psicosocial. Un privilegio escucharla y aprender de usted. Le esperamos con mucha ilusión los días 6-7 de mayo en Donostia-San Sebastián.

Muchas gracias a ustedes, un placer, y yo también muy ilusionada de encontrarnos y conocerles en San Sebastián.

lunes, 7 de febrero de 2022

"De niña tuve que aprender a quejarme", la historia de una joven llamada Luda sobre la disociación

Marga, madre de una joven adoptada, tras leer el artículo sobre el último libro de Sandra Baita, “Eso no me pasa a mí”, me ha enviado esta entrevista que el portal NIUS le ha hecho a su hija donde este relata su experiencia disociativa, en la que su mente se desconectó de su cuerpo hasta tal punto que no sentía dolor. Ella misma relata que el trauma de abandono en el orfanato de Siberia, iniciado a edad temprana y presente durante varios años, generó esta disociación permanente para sobrevivir. 

Bowlby (2014) el creador de la teoría del apego lo expresó así: «un niño de 1;3 a 2;6 años de edad, con una relación materna razonablemente segura y que no haya sido previamente apartado de ella, mostrará por lo general una secuencia predecible de comportamientos. Tal secuencia se puede dividir en tres fases, de acuerdo con la actitud que predomine con respecto a la madre. Las hemos definido como fases de protesta, desesperación y de apartamiento (desapego). Al principio solicita llorando y furioso, que vuelva su madre y parece esperar que tendrá éxito su petición. Esta es la fase de protesta, que puede persistir durante varios días. Más adelante se tranquiliza, pero para una mirada avezada resulta evidente que se halla tan preocupado como antes por la ausencia materna y que sigue anhelando que vuelva; pero sus esperanzas se han marchitado y se halla en la fase de desesperación. Con frecuencia alternan ambas fases: la esperanza se torna en desesperación, y esta en renovada esperanza. Sin embargo, finalmente tiene lugar un cambio más importante. El niño parece olvidar a su madre, de modo que cuando vuelve a buscarle se muestra curiosamente desinteresado por ella e incluso puede aparentar que no la reconoce. Esta es la tercera fase, la de desapego. En cada una de estas fases, el niño incurre fácilmente en rabietas y episodios de comportamiento destructivo que con frecuencia son de una inquietante violencia».

«Cuando no ha sido visitado —prosigue Bowlby (2014) — durante unas cuantas semanas o meses, habiendo alcanzado de este modo los primeros estadios del desapego, es posible que su ausencia de respuestas persista entre una hora y un día o más. Cuando cede por fin dicho estado, se pone de manifiesto la intensa ambivalencia de sentimientos hacia su madre […]. Sin embargo, si ha permanecido apartada [la madre] de su hijo durante un periodo de más de 6 meses o cuando las separaciones han sido repetidas, de modo que el niño haya llegado a un avanzado estadio de desapego, existe el riesgo de que siga apartado afectivamente de sus padres de un modo continuado y no recupere ya jamás el cariño por ellos».

Foto: eresmama.com


Bowlby describió estas fases en bebés que ya tenían un apego formado con sus madres, pero el caso de la joven que presentamos hoy, Luda Merino, en un orfanato desde que nació, seguramente trataría de apegarse a la figura adulta que allí estuviera, por poco tiempo que le pudiera dedicar entre tanto bebé. Al no acudir, Luda entraría en estas fases para llegar finalmente a desconectarse hasta de su propio cuerpo para no sufrir este abandono en sus carnes, para no sentir el dolor (los niños sienten el dolor emocional en el cuerpo) Afortunadamente, este riesgo del que hablaba Bowlby no ha sido su caso y ha conseguido, con los años y un entorno de apoyo y afectivo, que esta desconexión al dejar de ser útil para la supervivencia, desaparezca. 

Su historia nos entrega el realismo de la esperanza, del cual suele hablar Jorge Barudy. Los procesos de resiliencia, de asumir las cicatrices y aprender a vivir con ellas, y de generar nuevos recursos (nuevas redes neurales) son largos en el tiempo, pero puede conseguirse retomar un buen desarrollo. Y esta historia de Luda Merino que transcribo del portal NIUS nos lo demuestra. Para todos y todas los padres, madres y familias que seguís el blog, Luda Merino os insuflará esperanza y convicción de que el trabajo reparador puede dar sus frutos. 

Os dejo con la historia de Luda Merino y agradezco a Marga, su madre, que me la haya hecho llegar.

Luda Merino, la joven que conmueve con su historia sobre la disociación del dolor: “De niña tuve que aprender a quejarme”
Una entrevista de Aldara Martitegui


La historia de Luda Merino es una de esas que tocan el alma. La primera prueba de ello es que el hilo que publicó en Twitter sobre la disociación del dolor que sufrió hasta los 15 años, ha arrasado en esta red social. En pocos días, Luda ha pasado de tener 1.700 seguidores a tener casi 6.700: “Se me ha ido de las manos completamente”, comenta esta joven de 20 años en una entrevista telefónica. “Lo gracioso del hilo ese es que yo empecé a contarlo como una anécdota, no lo conté como si quisiera confesar o reconocer algo que es superpersonal…esto lo conté más como una curiosidad para mis pocos seguidores y se me fue completamente de las manos”.

Lo que cuenta Luda en ese hilo es que una de las consecuencias de haber pasado los primeros tres años de su vida en un orfanato de Siberia, le hizo desarrollar la capacidad de no sentir dolor. No hablamos de una simple inhibición emocional, no, hablamos del bloqueo completo de las sensaciones físicas. Luda no sentía absolutamente nada.

Luda recuerda que ya en Madrid, su madre adoptiva tenía que hacerle todas las noches antes del baño un chequeo completo del cuerpo por si tenía algún golpe serio.

“La disociación del dolor surgió por el orfanato en sí, por la falta de atención y no más, explica Luda, hay muchos niños que sí que sienten, pero no lloran. Digamos que la siguiente fase es ya no sentir, y ocurre cuando eso se prolonga. Primero, dejas de llorar porque ves que no te vale para nada y luego, cuando eso se mantiene mucho tiempo -que en mi caso tiene pinta de que fue así- es cuando dejas de sentir. Y yo dejé de sentir un montón de cosas, no solo el dolor; me acuerdo de que tampoco sentía frío, tampoco sentía fatiga... por ejemplo, estaba corriendo y podía estar corriendo mucho tiempo antes de cansarme”.

En su familia española se llegó a interiorizar el tema sin darle demasiada importancia: “qué fuerte es esta niña” solían decir.

Foto de Luda Merino (Foto: niusdiario.es)


Qué es la disociación del dolor

La disociación en general, explica la psiquiatra Marina Díaz Marsá, Jefa de la Unidad de TCA en el Hospital Clínico San Carlos y presidenta de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid, “es un mecanismo que desconecta la mente de la realidad cuando nos encontramos ante situaciones límite o que sobrepasan nuestros recursos psicológicos de afrontamiento. Es como una especie de distancia de seguridad que reduce el impacto emocional, la tensión o el miedo. Este mecanismo se inicia de manera instintiva e inconsciente cuando el individuo entiende que no hay salida o que enfrentarse a eso que le ha causado tanto dolor le es muy difícil”.

La disociación del dolor es algo parecido, puntualiza: “si yo he acostumbrado a mi cerebro a que si tengo una determinada necesidad -tal como el dolor- nadie la va a cubrir, pues yo me disocio también de ese dolor físico para impedir sentir algo que es muy doloroso. Y hago como que no existe”.

Es un mecanismo muy habitual en niños como Luda que pasaron incluso varios años de su infancia en un orfanato, porque, explica Díaz Marsá, “cuando uno tiene dolor, a lo que aspira es a que alguien le palíe ese dolor y le arrope. Si nadie viene a paliar ese dolor, pues entonces, el cerebro desconecta de una situación a la que no puede enfrentarse porque no sirve de nada sentir ese dolor porque nadie va a venir en tu ayuda, con lo cual desconectas. Es verdad que es un dolor físico, pero va muy asociado al dolor emocional porque cuando alguien tiene un dolor físico, no es solo un dolor físico, también tienes una respuesta emocional a ese dolor físico. Lo que esta persona siente es que ante ese dolor físico nadie viene en su ayuda, por lo tanto, es un dolor físico pero que se asocia también a la situación emocional de abandono o de no respuesta del entorno ante esa situación en que el individuo necesita ayuda”.

La disociación nunca es un mecanismo adaptativo, es un mecanismo que el cerebro utiliza, pero es anómalo porque desconecta al individuo de su realidad (Marina Díaz Marsá, psiquiatra)

Lo que se produjo en el caso de Luda, es probablemente “una desconexión o disociación total, no solo de lo físico, sino también de lo emocional: como si no esperara que nadie pudiera ayudarla en esa situación de dolor, estrés o sufrimiento”, recalca la psiquiatra.

Es habitual pensar que esa capacidad de no sentir dolor ni emocional ni físico es un mecanismo que ayuda de alguna manera a la persona a adaptarse mejor a su entorno, en definitiva, que es algo bueno porque hace a la persona más resistente... pero Díaz Marsá insiste en que la disociación nunca es adaptativa: “Es un mecanismo neurológico que se produce de forma reactiva a una situación de no respuesta de la demanda de un individuo que sufre, pero nunca es adaptativo porque siempre va a tener consecuencias negativas (…) La disociación nunca es un mecanismo adaptativo, es un mecanismo que el cerebro utiliza, pero es anómalo porque desconecta al individuo de su realidad. Igual que es anómalo desconectarse de las emociones y transformarlas por ejemplo en alteraciones físicas que luego van a tener repercusiones, también es anómalo no sentir dolor porque uno, por ejemplo, si se cae, tiene que sentir que tiene una herida y por tanto va a mirarse y ver qué necesita”.

Foto: lamenteesmaravillosa.com


¿Cuándo remite la disociación del dolor?

A sus 20 años, Luda ya no tiene esa capacidad de disociación del dolor. Pero ¿cómo desapareció? Ella tiene su propia explicación: “Creo que eso de la disociación del dolor se desarrolló en una época del orfanato y luego, como ya no lo necesitaba, pues desapareció”.

En el caso de Luda la disociación del dolor desapareció muy poco a poco y no completamente: “Aún tengo resquicios de eso, como que aguanto muy bien el dolor o como que lo puedo minimizar un poco, pero el bloqueo como tal, ya desapareció solo. Ni yo ni nadie hizo nada para que desapareciera”.

Recuerda Luda que primero empezó a darse cuenta de que el bloqueo del dolor podía hacerlo a conciencia, de manera intencionada. Tenía 12 años, estaba en el patio del colegio y fue a dar una patada a un balón, pero su tibia se topó con la barra de una canasta: “Esa ya era la época en la que me dolía un poco primero y luego me quedaba así como mirando a la nada y bajaba el dolor. Yo no sé cómo lo hacía, pero sí que lo hacía a conciencia, porque yo quería. Me quedaba así, mirando a la nada y luego ya empezaba a caminar como si nada. Y claro, al día siguiente, tenía un bulto en la espinilla que no era medio normal. Es que tuve varias fases, al principio era que ni lo sentía y luego fue una época en la que al principio me dolía, pero yo era capaz de bloquearlo, es una época en la que lo hacía yo conscientemente, a voluntad, pero honestamente... no sé ni como lo hacía”.

También recuerda muy bien el momento en que empezó a aprender a quejarse: “Hubo una época, cuando ya estaba empezando a dolerme que -cuando no era nada que doliera mucho- no lo bloqueaba porque era absurdo y entonces me acuerdo de esa época que me pegaba el golpe y cinco segundos después me quejaba, porque estaba aprendiendo a quejarme… es algo gracioso…los niños aprenden a no quejarse, pues yo, de niña, tuve que aprender a quejarme…en estos casos no lo bloqueaba, solo lo hacía cuando me pasaba algo muy grave”.

Aun así, con el tiempo, Luda terminó por dejar de bloquear también el dolor intenso. Tendría unos 14 años cuando dejó de hacerlo completamente…y a partir de entonces, parece que todo el proceso empezó a revertir. Algo empezó a desatascarse. Aparte de dolor físico, Luda empezó a sentir cosas que no había sentido jamás.

A los 14 años llegaron sus primeras lágrimas “Recuerdo la primera vez que lloré con una peli. La típica peli de la Uno o de la Dos que iba sobre adopciones además y salió el tema… ¡que además estaba fatal tratado!, me acuerdo perfectamente. Y me acuerdo de que me puse a llorar y me sentí idiota y pensé, pero ¿qué hago yo llorando por esto?”.

Cómo desaparece la disociación del dolor

La disociación del dolor que tenía Luda empezó a revertir de manera espontánea pero lenta, cuando su contexto cambió; cuando pasó de un entorno como el del orfanato en el que nadie atendía sus demandas a un entorno más seguro en el que sí eran atendidas.

Esa es la manera en la que poco a poco suele extinguirse ese mecanismo neurológico, como explica Marina Díaz Marsá: “Cuando poco a poco estás en un medio que te sustenta, que responde a tus necesidades, que te cuida, pues poco a poco vas entendiendo que el entorno va a responder a tus necesidades, por lo tanto este mecanismo que ha utilizado tu cerebro ante la situación en la que nadie va a poder ofrecerte ayuda, pues se va bloqueando porque poco a poco eres cuidado, poco a poco vas estableciendo vínculos con las personas, poco a poco te vas sintiendo seguro. Por lo tanto, eso desparece porque el individuo, el cerebro, entiende que en ese nuevo contexto, si hay una demanda o una necesidad, va a haber unas personas que acudan ante esa situación, por lo tanto se va a ir desbloqueando con el paso del tiempo”.

Por qué es importante contar la historia de Luda

Lo que Luda pensó que iba a ser una simple anécdota contada en Twitter, ha desatado una ola de comentarios en esta red social. Su historia se he hecho viral porque ha resonado en muchas personas: “Con este hilo me están viniendo madres y padres de chavales de 16 y 17 años sobre todo, a los que saco tres años, diciéndome que a sus hijos les pasa lo mismo en el colegio o que eso mismo justo les pasaba mucho cuando eran niños”.

De hecho, esta no es la primera vez que Luda cuenta su historia públicamente. Ha participado en algunos programas de televisión en los que ha hablado sobre adopción y trauma infantil.

“Me acuerdo que una de las cosas que más me impactó, explica Luda, fue la primera vez que fui a la televisión... que luego, me contactó un tío al que no le importó que hablara a la gente sobre él...así que te digo su nombre, se llama Bruno, es muy majo. Me contó muchas cosas, entre ellas que había tenido hasta intentos de suicidio el pobre y me contó que se había puesto a llorar cuando conté el tema del dolor, porque él, literalmente, todavía lo tiene…tiene treinta y pico años y todavía lo tiene, es capaz de no sentir dolor (…) y cuando él me lo comentaba y le preguntaba, ¿a que estabas como perdido? porque te quedabas con la mirada como perdida y me decía ¡ay pues sí! ¡Es que yo también lo tuve! y sé perfectamente la sensación de cuando estás en ese estado…y me dijo que le había salvado la vida, me dijo que iba a intentar quitarse la vida por tercera vez y que no lo hizo por verme en el programa. Y yo me quedé supertocada”.

La necesidad de más referentes para niños adoptados

Luda se quedó supertocada y con el runrún de dedicar más esfuerzo y tiempo a divulgar sobre este tema: el de las dificultades y problemáticas que rodean a los niños adoptados. “Es que cuando yo era pequeña, nunca tuve un referente. Todas las personas que me hablaban eran adultas, de a lo mejor 50 años, con las que no me sentía identificada porque eran experiencias diferentes y nadie realmente me contaba eso de: oye, yo he tenido literalmente las mismas experiencias que tú (…) Pienso que ojalá a mí alguien me hubiera hablado de esto desde mi propia perspectiva. Porque que yo llegaba a casa y le decía a mi madre: mamá tú no lo entiendes. Y ella me decía: sí, sí lo entiendo. Y yo decía: no, tú te podrás compadecer, pero no entiendes lo que estoy sintiendo en este preciso momento…me pasaba mucho eso con mi madre y todo el mundo. Entonces, ahora creo que puedo estar generando la sensación en otros de que por fin a lo mejor encuentro a alguien que tiene literalmente lo mismo que yo y que cuando me dice: lo entiendo, es realmente lo entiendo, sé por lo que estás pasando y yo sentía lo mismo”.

Luda ha conseguido poner en la agenda un tema muy importante al que según ella se le presta poca atención. De hecho, insiste en que hay demasiados libros para padres adoptivos, pero poca información dirigida a esos niños que son adoptados, a que ellos mismos se comprendan y entiendan cómo les puede afectar el hecho de haber sido dados en adopción.

Luda también se queja de la falta de información y de formación de muchos profesores que, en su caso, no supieron gestionar la situación de acoso escolar que sufrió. Los profesores no sabían cómo tratar esa sensación de soledad que Luda sentía de niña en el colegio y el rechazo de sus compañeros cuando ella lo único que quería era ser aceptada: “Los profesores estaban como pedidos”, puntualiza. “De haber habido más información entre los profesores, a lo mejor me podría haber ahorrado un montón de problemas”.


REFERENCIAS


Bowlby, J. (2014). Vínculos afectivos: Formación, desarrollo y pérdida. Madrid: Morata.