lunes, 14 de noviembre de 2022

Juntos podremos con eso, por Jose Luis Gonzalo / Sin prisa, con pausas, por Dolores Rodríguez

Llevo una temporada descubriendo en profundidad a Philip Bromberg, un psicoanalista relacional entroncado dentro de lo que llamaríamos la corriente intersubjetiva, basada también en los postulados del neuropsicoanálisis, cuyo principal representante es Alan Schore. Bromberg y Schore colaboraron y desarrollaron una gran amistad; y puede decirse que el primero llevó a la práctica clínica muchos de los aspectos neurobiológicos del segundo.

Portada de uno de los libros de Bromberg


El tema es complejo y no quiero abrumar al lector de tal manera que abandone el artículo en el tercer párrafo. Porque este blog, aunque lo siguen profesionales, tiene como prioridad divulgar el conocimiento científico relacionado con el apego, el trauma y la resiliencia y hacerlo digerible a los padres, madres y personas que no sean especialistas en psicología clínica y psicoterapia especializada. Por eso, voy a coger algunas ideas de Bromberg que me han parecido interesantes y útiles para ejercer la parentalidad terapéutica, las contaré de una manera sencilla -espero superar el reto porque Bromberg no es un autor fácil de entender y de aplicar- y comentaré su utilidad en nuestro trabajo diario con los niños y niñas.

Un proceso de regulación interactiva

La diada madre (cuidador) niño o niña es fundamental, y la "sincronía afectiva" (Schore, 2011) que se establece entre ambos durante los dos primeros años de vida es muy importante porque conduce al bebé a aprender a regular los estados internos altamente desregulados. Para que esta regulación interactiva sea eficaz, “la madre debe de modular los grados de estimulación excesivamente altos o bajos que inducirían en el niño niveles de activación sobre elevados o excesivamente reducidos. Funciona como una matriz interactiva en la que ambos interlocutores equiparan sus estados y de forma simultánea ajustan su atención social, la aceleración y la estimulación de la activación en respuesta a las señales del interlocutor”. (Schore, 2011)

Parece ser que el sentido de un self (sentido de quién soy yo, de mí mismo) "fluido y firme al mismo tiempo, depende de hasta donde se haya logrado la capacidad para la regulación y la competencia afectiva" (Schore, 2011). Esto proporciona unos fundamentos estables para la regulación emocional.

Cuando un bebé es maltratado física o emocionalmente, esta regulación interactiva ya no ayuda al bebé a manejar la activación interna, sino que se produce una inundación (un tsunami, en palabras de Bromberg) que afecta a todo el hemisferio derecho (predominante durante los tres primeros años de vida y sede de ese protoself fluido y a la vez estable) y que genera una ruptura en la continuidad de dicho self. Esto se experimenta como estados "no-yo" (en palabras de Bromberg, 2011) y el bebé lo vive como rupturas en la conexión con la figura de apego que hacen que entre en disociación. Para Schore (2011), la disociación “más que una alteración de procesos mentales, implica una desconexión mente-cuerpo” "La defensa disociativa, esa desconexión, supone el último intento del niño/a para bloquear el dolor emocional". 

Para entender estas rupturas en el sentido fluido y firme de uno mismo (el self) yo me imagino una orquesta bien sincronizada y armonizada que, de repente, entra en emitir, durante un tiempo, sonidos estridentes, duros (como el recuerdo del trauma) o a destiempo. No parece la orquesta de siempre. Eso es el sentido del "no-yo". No te reconoces. O como una película antigua de celuloide que avanza de manera continua a 24 fotogramas por segundo para, de repente, empezar a verse entrecortadamente; o verse en blanco, o a trozos sueltos y delavazados, para luego recuperar la continuidad y volver a visionarse a 24 fotogramas por segundo.

Fijaos en la "mala entrada" de esta orquesta, como ese estado "no-yo" inicial es "recuperado" por la reparación del director:

Una orquesta entra mal

Si volvéis a ver el vídeo del experimento Still face, creo que entenderéis mejor este concepto. Cuando la mamá del vídeo ayuda al bebé a manejar los estados internos (a través del lenguaje no verbal, hemos de resaltar que esto sucede en una etapa en la que el niño o niña no puede simbolizar estas experiencias a través del lenguaje, quedan grabadas en el hemisferio derecho, son subsimbólicas) ambos son un sistema de regulación mutuo, interactivo, y pleno de disfrute. Cuando la mamá congela la cara y desaparece de la diada, el niño se queda sin la figura “sabia y fuerte” que decía Bowlby, para comunicar y sostener las emociones. Queda en el vacío, y esto produce dolor y ruptura en esa continuidad estable que proporciona el cuidador al infante, fundamental a esa edad. Con lo cual el bebé sufre una inundación de afecto altamente desrregulado que le conduce, tras la protesta, a la disociación como defensa de algo abrumador. Si se repite de manera continuada en el tiempo y no hay reparación, la sombra de ese tsunami le perseguirá siempre, y la posibilidad de caer en estados disociativos es alta.

Experimento del "Still face"


Consecuencias de la disociación

Como dice Schore (2011), si bien es una defensa eficaz (por eso la disociación nunca se elimina en ambientes desprotectores, porque el niño/a la necesita para sobrevivir), a largo plazo “impide la exposición a experiencias potenciales de aprendizaje relacional, implícitos en los contextos intersubjetivos íntimos que son necesarios para el crecimiento personal”. Aquí tenéis, padres y madres adoptivos y acogedores, una de las causas por las cuales es tan complicada la crianza de nuestros niños y niñas: el "bloqueo de los cuidados" (del que habla Hughes, 2019) y que no es otra cosa que la entrada del niño o niña en disociación, cuando empieza a comportarse de maneras en las que rechaza o incluso ataca a las personas que ahora le quieren ayudar con afecto y límites. Mientras no se trabaje la disociación, todos y todas a una, será complicado que el niño o niña salga de ahí. El o ella se defenderá así cuando perciba en su interior que se acerca la sombra de la devastadora ola que sufrió en su interior cuando nada podía entender ni manejar. Esto es importante como padres y madres. Hay que tenerlo presente porque ayuda mucho a no tomarlo como algo personal. La ruptura en el sentido de uno mismo es una experiencia terrible. 

Cómo sabemos que un niño/a entra en estados no-yo

A partir de los cinco o seis años, muchos padres y madres adoptivos y acogedores que criais a niños o niñas de esta edad, sabéis de qué estoy hablando. Lo vivís -y a veces sufrís- en vuestras carnes, incluso los y las que -la gran mayoría- ejercéis una parentalidad suficientemente buena y competente. Los niños y niñas realmente no quieren comportarse así, pero la fuerza de lo que internamente vivieron (tsunami) es tan fuerte y desrreguló tanto su hemisferio derecho que no pueden evitar pasarlo al acto. Es lo que técnicamente Bromberg y Schore (2011) llaman en inglés los enactment (enactuaciones o pasos al acto) Fijémonos bien que antes de la palabra “actuaciones” está el prefijo “en”, para enfatizar que el adulto contribuye también sin quererlo o queriendo, a que estas enactuaciones empeoren, aumenten o disminuyan. Estamos en una matriz relacional donde el papel del adulto como figura reguladora y reparadora es fundamental. “La disociación patológica, una defensa primitiva contra los afectos abrumadores, es una característica clave del trastorno del apego reactivo en la infancia, trastorno por trastorno maltrato infantil, trastorno por estrés postraumático…” (Schore, 2011) Con estos enactment los niños y niñas y los adultos nos comunican esos estados subsimbólicos “no-yo”. Los síntomas del trastorno sugieren esa comunicación; por ejemplo, algunos de los síntomas: frialdad y distanciamiento afectivo; conducta violenta; no sentirse íntimamente ligado a nadie; inestabilidad emocional alta; hacer daño al otro, incluso intencionadamente; quedarse como congelado durante tiempo; combinar épocas de alta intensidad en la actividad diaria con épocas de apagamiento y falta de energía; indiscriminadamente afectuoso con las personas o, por el contrario, inhibición y aislamiento; conducta antisocial (robos, mentiras, engaños, inventarse historias que son reales en su imaginación, pues esta se confunde con la realidad); déficit en la capacidad de permanecer de manera autónoma y adecuada a la edad; no recordar aspectos de lo ocurrido y fácilmente tener olvidos y amnesia; frecuentes e intensas quejas somáticas; hablar de uno mismo en tercera persona. 

La violencia de un niño/a, sobre todo la súbita o desproporcionada, 
sin motivo aparente puede ser la expresión de un estado "no-yo"


Algunos apuntes sobre cómo contribuir a la reparación y favorecer un proceso de recuperación positivo

No podemos decir que no existe remedio ni sanación para estos niños y niñas. Podemos aspirar a la adaptación (a que esquiven "el destino fatal", como diría Cyrulnik, 2020) y en algunos casos a la sanación (superan lo traumático y se abren al amor, al vínculo y la integración de los estados disociativos, Hughes, 2019) Muchas veces, las etiquetas diagnósticas, mal usadas, perjudican mucho porque no nos ayudan a que veamos posible una mejora. He visto, en casi mis treinta años de carrera profesional, evoluciones hacia la fatalidad, pero también recuperaciones increíbles en niños y niñas a los que se les había sentenciado. “Es un psicópata” “No hay nada que hacer” “Ingrésalo en un centro”- se dice de ellos y ellas. Un día dedicaremos una entrada a explicar cómo contribuimos a conseguir evoluciones adaptativas, a largo plazo, en chicos y chicas muy dañados y sentenciados desde niños/as al estigma de la no recuperación, tomados por unos indeseables. No quiero engañar a nadie: han sido evoluciones que han evitado lo peor, las peores consecuencias en estos chicos y chicas: que terminen autodestruyéndose. Y han requerido mucho trabajo de manera continuada, pero ha sido posible. La clave: no tirar la toalla. 

Lo primero, hay que detectar el problema cuanto antes. Si se detecta la disociación patológica cuando se es muy pequeño/a, lo primero y más urgente es proporcionar a ese bebé o niño/a pequeñito/a un entorno de cuidados y reparación interactiva adecuado, con unos padres adoptivos o acogedores bien apoyados, formados y con sus propias infancias sanadas. Personas maduras y estables emocionalmente, fuertes y seguras. Y hasta que no haya un cambio real en las personas que favorecen y causan los estados disociativos, no tener contacto con esos adultos es clave; porque su presencia y modo de interactuar consolida neurobiológicamente el trauma en el cerebro. Recordar, como dice Rafael Benito, es reconsolidar. Lástima que no prime el derecho de los niños/as a ser neuroprotegido, por muy padres que sean. 

Si se detecta más tardíamente (suelen ser niños y niñas con muchas historias de rupturas de contextos de cuidado, con antecedentes tempranos de figuras de apego que les han dañado en forma de maltrato y abandono extremo, y que después han sufrido el síndrome del peloteo, tan perjudicial, del que habla Jorge Barudy, 2005), lo prioritario es que se les proporcione un contexto de cuidados lo más estable posible, con las figuras parentales o educadores conscientes del origen y naturaleza del problema. La reformulación de los síntomas (Barudy y Dantagnan, 2005) es imprescindible, porque las lecturas comportamentales llevan a ciclos de conducta negativa+consecuencias que sabemos que no reparan porque el niño o niña no aprende de la experiencia, la disociación crónica lo impide. 

Juntos seremos más fuertes que la sombra del tsunami


Estos cuidadores han de pedir ayuda profesional especializada. Sabiendo y siendo conscientes de que espera un trabajo largo, arduo y lento. Todos (padres o referentes del niño o niña, traumaterapeuta, tutor escolar, psiquiatra y otras personas significativas) seremos la poderosa red que se entretejerá en torno al niño/a para ayudar a regularse y sostenerle. Es clave que este equipo tenga experiencia en trabajar juntos, sobre todo el traumaterapeuta y el psiquiatra, que compartan un lenguaje y un marco común de intervención. En nuestro caso, la ©Traumaterapia infanto-juvenil sistémica de Barudy y Dantagnan nos ha dado excelentes resultados, por su modelo comprensivo y adaptado al sufrimiento de los niños y niñas. Los padres o cuidadores reciben ayuda especializada, pues la necesitan, tanto porque ellos son protagonistas co-terapeutas como porque necesitan espacio propio de cuidado. 

En la traumaterapia llamamos bloque I al primer bloque de trabajo que busca, sobre una buena base de cuidados, que podamos ayudar al niño/a a "recuperar un estado de bioregulación basal" (Barudy y Dantagnan, 2005); estimular la capacidad de autobservación, para de ahí progresar a la autoconciencia; trabajar la sintonización con sus estados internos y finalmente potenciar desde la corregulación, la autorregulación. Es un trabajo que puede llevar unos cuantos meses, quizá años, y en el que la farmacología juega también un papel coadyuvante.

Para ayudar al niño/a a abordar estos estados "no-yo", disociativos, nos iremos moviendo entre la seguridad y la confrontación (autoridad calmada pero firme), que dice Bromberg (2011). En el marco de la traumaterapia, en la sala de valientes, la psicoterapia especializada supone un cambio de paradigma de lo que como profesionales estamos acostumbrados a hacer. Como dice Schore (2011), de poner énfasis en los contenidos y en las interpretaciones, hemos de subrayar los procesos y ayudar a que las experiencias terapéuticas susciten la emoción en el niño/a y podamos desde ahí -y desde un inconsciente relacional (Schore, 2011) presente en las sesiones-, ayudar al niño/a a que la sombra del tsunami (lo traumático: el terror, la vergüenza, la humillación… sufridas, tan terribles) pierda fuerza, porque hay un tercer elemento (la relación) que es más fuerte que esa sombra. Ponemos más énfasis en el afecto que en las cogniciones, y las técnicas pierden fuerza o quedan supeditadas a las experiencias y lo relacional. Al final la psicoterapia debe ofrecer al niño/a experiencias que pueden modificar el cerebro afectado por el trauma y favorecer su integración desde abajo hacia arriba (Benito, 2020)

Dice Bromberg (2011): "El enactment es un evento disociativo compartido. Se trata de un proceso de comunicación inconsciente que se dirige a aquellas áreas de la experiencia del self del paciente donde el trauma, (ya sea del desarrollo o de inicio en la edad adulta) ha afectado, en un grado u otro, la capacidad de regulación del afecto en un contexto relacional, y por tanto, al desarrollo del self al nivel del procesamiento simbólico de pensamiento y lenguaje. Por lo tanto, una dimensión central de la utilización terapéutica del enactment es aumentar la competencia en la regulación de estados afectivos, lo cual requiere que la relación analítica se convierta en un lugar que permite el riesgo y la seguridad al mismo tiempo – una relación que permite la dolorosa reexperimentación del trauma temprano, sin que el revivir sea solo una ciega repetición del pasado. Es, en el mejor de los casos, una relación que he descrito como “segura pero no demasiado segura” (Bromberg, 2011), con lo cual me refiero a que el analista está comunicando tanto su constante preocupación por la seguridad afectiva del paciente, como su compromiso con el valor del inevitablemente doloroso proceso de reexperimentar". Así conseguiremos reducir el tsunami.

Por eso, la sintonización con los estados internos y ayudar al niño/a a reconocer e identificar esos momentos "no-yo" y ofrecerle reparación interactiva, se convierten en elementos clave a menudo no considerados en la psicoterapia. Del mismo modo, los padres o cuidadores, de la mano del profesional, bien guiados, aprenderán a reconocer las disociaciones, para en el conflicto que surja, mantenerse con consistencia, pero a la vez no abandonando y estando presentes para que el niño o niña no sea devorado o arrastrado de nuevo por la sombra del tsunami. Juntos, niño y niña y figuras de apego, podremos con ello. 

Esta es la esperanza, que puede ser real. 

Para concluir con algo bello, os ofrezco un bello escrito realizado por la psicóloga y traumaterapeuta sistémica Dolores Rodríguez, que refleja bellamente cómo es este proceso de estar presente para contribuir a la sanación de estos estados disociativos que son reflejo de la discontinuidad del self. No puede estar mejor expresado, tan bella y hondamente, como acostumbra a hacerlo Dolores, colaboradora habitual del blog. Creo que este poema refleja muy bien lo que Bromberg denomina salud mental: que el paciente pueda llegar a sentirse yo entre los yoes.

"Sin prisa, con pausas"
Dolores Rodríguez, psicóloga


-Sin prisa, con pausas-

Si pretendo mirar con mis ojos acostumbrados a la luz, 
no alcanzaré a ver lo que aguarda a ser visto en la espesa oscuridad.
Si aspiro a oír con mis oídos acostumbrados al ruido y a las voces,
no lograré escuchar a quien susurra en el silencio.

Junto a ti permaneceré en calma
mientras mis pupilas se adaptan a la ausencia de claridad, 
mientras mis oídos sucumben a la búsqueda de alguna voz en el silencio.

Sin prisa, con pausas. 

Y entonces,
lograré sentir tu miedo por abandonar la oscuridad,
pues en ella encuentras cobijo.
Se me rebelará tu resistencia a iluminar la habitación, 
pues en su penumbra te sientes acogido.
Comprenderé que no debo arrancarte de tu dolor,
pues de él obtienes abrigo.

Sin prisa, con pausas.

Invítame a transitar por tu laberinto interno,
por tenebroso que pueda parecer.
Permíteme acompañarte por cada sendero,
por temeroso que pueda parecer sentir mi compañía.

Sin prisa, con pausas. 

Nos detendremos en cada rincón agrietado por el dolor,
un dolor vivido en soledad, 
protegido por la oscuridad. 
Sentados a su vera,  
nuestra respetuosa presencia dará voz a ese dolor, a tu dolor,
liberándolo de la soledad,
sintiéndose acompañado en la oscuridad.

Y entonces,
tu ira, tu tristeza, tu llanto aflorarán con fuerza desde lo más profundo de tu ser, 
abriéndose camino desde una solitaria penumbra,
logrando alcanzar la claridad que aporta la presencia del otro frente a nosotros, 
frente a nuestro dolor, 
velando por él,
quebrando la eterna soledad que te mantenía en esa inmensa oscuridad.

Sin prisa, con pausas



REFERENCIAS

Barudy y Dantagnan (2005). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa. 

Benito, R. (2020). Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y la adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones.

Bromberg, P. (2011). La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional. Madrid: Ágora relacional.

Cyrulnik, B. (2020). Escribí soles de noche. Literatura y resiliencia. Barcelona: Gedisa.

Hughes, D. (2019). Construir los vínculos de apego. Cómo despertar al amor en niños profundamente traumatizados. Barcelona: Eleftheria.

Schore, A. (2011). Prólogo. En La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional. (pp 18-55). Madrid: Ágora relacional. 

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