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lunes, 26 de septiembre de 2011

Tics, onicofagia y malos tratos en la infancia

Escribo esta entrada para hablar de un tema que me ha propuesto una madre adoptiva que observa que su hijo presenta distintos tics nerviosos y, además, se muerde las uñas y se arranca los padrastros o pellejitos de las uñas hasta hacerse heridas. Me preguntaba si existe una relación entre experiencias de malos tratos y abandono en la infancia y estas conductas.

Vaya por delante que padecer trastorno de tics, o morderse las uñas o arrancarse los pellejos son unas conductas que se pueden dar sin presentar antecedentes de malos tratos en la infancia.


Reflexionando sobre la propuesta de esta madre, empecé a recordar a los pacientes (niños y adolescentes) que han pasado a lo largo de los años por mi consulta y reparé en que, en efecto, muchos se mordían habitualmente las uñas y se arrancaban los pellejitos (se hacían heridas verdaderamente importantes, este dato merce ser destacado porque, como veremos más adelante, sugiere tensión psíquica interna) Sobre los tics, no lo he observado tanto, recuerdo menos casos (por ejemplo, traté hace unos años a un adolescente con Trastorno de Gilles de la Tourette, un trastorno de tics grave que implica múltiples tics motores y verbales; está asociado a otras patologías como el Trastorno obsesivo-compulsivo, Hiperactividad… Curiosamente, este joven tenía antecedentes de violencia doméstica)

He encontrado en esta página de internet una definición que me ha gustado sobre tics: Un tic es un movimiento o gesto súbito, de corta duración y repetitivo que típicamente mimetiza algún aspecto de la conducta normal. Los niños suelen atribuirles un carácter involuntario, mientras que los mayores y los adultos, a menudo los describen como asociados a un impulso somatosensorial no deseado que se ve momentáneamente aliviado mediante la realización del mismo.
Los tics pueden ser motores o verbales (movimientos de la cabeza, cuello, hombro…) o verbales (vocalizaciones de sonidos, palabras…) También pueden ser transitorios o crónicos.

Como podéis leer, respecto a las causas, aparte de los factores genéticos, que juegan un papel, también citan -entre los ambientales- al estrés. De todos modos, sobre este tema de la genética/ambiente, hace un tiempo hablamos en unas cuantas entradas sobre unos artículos interesantísimos que se habían publicado en la revista Mente y cerebro. En ellos, se hablaba de la epigenética, una nueva ciencia, que explica cómo los genes pueden modular su manifestación y expresión de acuerdo a las influencias ambientales. Lo importante es la resultante de esta interacción. El artículo en Mente y cerebro explica con mucho detalle la complejidad que supone la interacción genes/ambiente. Esta ciencia es apasionante y a lo largo de los años se irán conociendo cuáles son los mecanismos epigenéticos, aún desconocidos en muchas enfermedades y trastornos.

Los niños víctimas de malos tratos (físicos y emocionales) y abandono (físico y emocional también) están en riesgo de padecer cualquier tipo de patología. La literatura científica agrupa las patologías o trastornos clínicos -en el caso de los niños-,  en si éstos son más internalizados (ansiedad, depresión…) o más extrernalizados (trastorno de conducta, hiperactividad, agresividad…) Los tics y el morderse las uñas (onicofagia) o arrancarse los pellejos entrarían en la esfera de los externalizados. Y, probablemente, no será la única alteración o trastorno que el niño o el joven presentará. Lo más seguro se manifestarán dentro de trastornos de ansiedad, hiperactividad, trastornos del desarrollo, del estado de ánimo… Es lo que se denomina comorbilidad: la co-ocurrencia de dos o más trastornos en una persona.
Los niños y adolescentes que han sufrido malos tratos o abandono son más vulnerables a presentar casi todos los trastornos. Cada persona es un mundo, con su herencia genética, su temperamento y su historia de vida (en todos los casos antecedentes de maltrato y abandono en distintos grados: leve, moderado, severo; unos de una manera más puntual, otros como una durísima experiencia a lo largo del tiempo) He podido comprobar, como digo, que con antecedentes de malos tratos y abandono pueden surgir todo tipo de patologías (aunque conviene dejar claro que la experiencia del maltrato no es el único factor, existen otros, específicos para cada patología, que también inciden en la aparición de la misma), no sólo las más graves sino también las consideradas menos graves: ansiedad generalizada, trastorno depresivo mayor, trastorno bipolar, hiperactividad, trastorno de conducta (éstos entre los más frecuentes), trastorno obsesivo-compulsivo, trastornos de la eliminación (enuresis, encopresis), trastornos de la conducta alimentaria (bulimia, atracones…), trastornos psicóticos (esquizofrenias precoces, trastorno delirante), trastornos disociativos, trastorno de tics, trastornos del desarrollo, consumo de sustancias, trastorno del control de los impulsos, trastornos psicosomáticos… Y, como denominador común a todos ellos, el que Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan denominan el trastorno de los trastornos: el trastorno del apego reactivo severo o alteraciones en la vinculación (evitativa; ansioso-ambivalente; desorganizada) Es todo el ser del niño, su manera de sentir, relacionarse y pensar el mundo y a los demás el que queda afectado por el impacto de los malos tratos. El comportamiento violento y la posibilidad de entrar en el ciclo de la violencia en el futuro (el maltrato se asocia con la posibilidad de poder manifestar conductas violentas en la vida adulta) es otra de las consecuencias nefastas. Lo cual sugiere que la capacidad empática puede quedar afectada.

En el caso de los tics, sabemos que el estrés es un factor importante en el desencadenamiento y en el mantenimiento de los mismos. ¿Existe mayor estrés que el de ser abandonado o maltratado? Evidentemente, los tics pueden asociarse a estas duras experiencias infantiles y las mismas constituirse en factores de vulnerabilidad que, en interacción con otros factores internos y externos al sujeto, causen la aparición del trastorno por tics. Y si, además, para que los tics desaparezcan -o mejoren con el tratamiento- es importante la gestión del estrés cotidiano, nuestros niños adoptados o acogidos (que suelen provenir de otro país; han de aprender otro idioma; adaptarse al colegio; estudiar y rendir; hacer amigos y conseguir ser aceptado por ellos; concentrarse; agradar a la familia; controlar su comportamiento y sus impulsos; elaborar su historia de vida; enfrentar sus orígenes…), ¿van a estar sin factores estresantes? Vamos, que tienen un gran desafío y pasan por muchas situaciones y eventos de vida que les estresan. Teniendo unos cimientos debilitados, es más complicado saber manejar el estrés; es por ello que los tics se convierten en una forma de poder canalizar la ansiedad que viven ante ese estrés. Por ello, en las etapas en que éste es menor o aprenden a manejarlo, los tics disminuyen. Pero aprender a regularse emocional y conductualmente es su gran desafío, les lleva tiempo. 

La onicofagia o arrancarse los pellejos son actos que creo les permite canalizar la agresividad y/o la culpa interna y/o las tendencias autopunitivas. Mucha de esta tensión acumulada se desplaza hacia esa zona en el acto de “morder” o “arrancar”. Esto está sujeto a muchas interpretaciones. No soy demasiado amigo de las interpretaciones. Pero algo que me han ratificado muchos niños y jóvenes (por eso lo pongo, porque ellos lo han reflexionado así con mi ayuda) en su trabajo terapéutico es que la dura experiencia de ser maltratado (vejado, insultado, despreciado, ignorado…) durante mucho tiempo por seres que son tus padres o familiares (esto es aún más grave que si el maltratador es ajeno a la familia) y de los cuales esperas que te quieran y te cuiden, les hace sentirse alienados. “Yo me sentía como un trapo”, me dijo una vez una joven. “Eso no se le hace ni a un animal”, me dijo otro joven. La peor herencia del maltrato es la afectación al apego y a la manera que tienes de verte. Daña severamente tu autoconcepto y al final terminas definiéndote tal y como los demás te han definido y considerado. Por ello, muchos piensan y sienten que se merecían el maltrato, se sienten culpables. Y la culpa es lo peor, es un cuchillo interior. De ahí que la agresividad sea una de sus respuestas típicas. En el caso de morderse las uñas es un síntoma que indica un modo de canalizar esa autopunición interior que se traduce en una tensión que se descarga en el morder, arrancar… hasta hacerse daño. Morderse y hacerse daño guarda relación con el autocuidado. Si crees merecer ser maltratado, te autocastigarás y no te autocuidarás. Y una forma de hacerlo es mordiéndose los pellejos o arrancándoselos hasta sangrar.

Es también cierto que la moderna neurociencia ha descubierto que hay personas que la única manera que han aprendido a liberar emociones y vivencias no integradas en el cerebro/mente es mediante las autolesiones. Morderse y arrancarse los pellejos es un modo de autolesionarse. La autolesión produce la liberación de unas sustancias, opioides internos, que a pesar del daño actuarían después como autocalmantes y pueden producir que la persona no pueda evitar engancharse a estas conductas. 

El tratamiento psicoterapéutico centrado en el apego va consiguiendo, entre otras muchas cosas, que el niño modifique (lentamente) su autoconcepto y el síntoma (tics, morderse uñas...) irá mejorando. Una forma de trabajar este problema es de un modo indirecto: mediante el tratamiento de su autoconcepto, tratando la ansiedad y la culpa de base, a través de una relación terapéutica que le permita experimentar otro tipo de adultos que le miran y consideran de otra manera… O, a veces, los tics, según su gravedad, pueden requerir un abordaje directo mediante técnicas conductuales. En el caso del Trastorno de Gilles de la Tourette se puede necesitar  de un abordaje multidisciplinar (psiquiatra) en base a farmacología porque el cerebro puede estar afectado funcionalmente.

Ocurre que los niños con antecedentes de malos tratos no suelen presentar los tics o la onicofagia como problemas únicos. Suelen manifestar, desgraciadamente, muchos otros problemas (emocionales, conductuales, relacionales, de desarrollo, sociales...) por lo que -ya lo sabemos- el tratamiento ha de ser integral y establecer prioridades.

Siempre insisto en lo mismo: con paciencia y ayudas familiares, médicas y psicoterapéuticas, así como con la maduración cerebral, los niños van evolucionando positivamente de este problema y de otros.

Imagen cogida de www.buenasalud.net

jueves, 20 de enero de 2011

El niño/a víctima de malos tratos y la memoria emocional

Antes de irme a celebrar San Sebastián, dejo hechos mis deberes y mi grata cita semanal con todos/as vosotros/as dejando programada esta entrada.

Sigo con el libro de David Linden, titulado “El cerebro accidental” En esta ocasión, he de decir que me ha fascinado el capítulo que dedica al aprendizaje, la memoria y la individuación.

En el mismo, he leído esto tan interesante: “…Algunos recuerdos se desvanecen con el paso del tiempo, y algunos son distorsionados por la generalización (¿el lector recuerda de forma clara el corte de pelo que llevaba cuando tenía diecisiete años?) En todo caso, nos es precisa una señal para poder decir: “Se trata de un recuerdo importante. Escríbelo y subráyalo” Y esta señal es la emoción. Cuando tenemos sensaciones de miedo o de alegría, de amor, de enojo o de tristeza, estas sensaciones sellan nuestras experiencias como particularmente significativas. Estos son los recuerdos que más necesario resulta almacenar y mantener a salvo, porque casi con toda probabilidad serán relevantes en situaciones futuras. Son los componentes básicos que forman la lógica, el razonamiento, la cognición social y la toma de decisiones. Se trata de los recuerdos que nos otorgan nuestra individualidad. Y, más que en cualquier otra cosa, el cerebro es bueno ejerciendo esta función: la indexación de los recuerdos por medio de las emociones”

Al leer esto, me han venido a la mente las experiencias de los niños y niñas que han vivido malos tratos y abandono. Los niños y niñas víctimas de malos tratos tienen, sin duda, subrayados a fuego estos recuerdos. Y serán recuerdos relevantes en situaciones futuras, como dice Linden. ¿Por qué? Porque pusieron en alto y grave riesgo su supervivencia e integridad física y psicológica. Cualquier señal o estímulo o situación que pueda evocar o guarde una similitud con la vivida anteriormente, puede disparar una respuesta que se usó en el pasado para hacer frente a la amenaza. Normalmente, atacar o huir o disociarse. Es por ello por lo que muchas alteraciones emocionales y respuestas conductuales aparentemente sin sentido para el adulto que no puede ver las heridas invisibles, tienen sentido cuando se explican a la luz de la memoria y la emoción. Esta sería algo así como el pegamento que fija el recuerdo

Existe también una memoria emocional, no sólo la memoria de los hechos. No por ser muy pequeño el niño o niña (tener sólo meses) “no se enteraba” de lo que sufría. No recuerda los hechos. Pero sí recuerda las emociones y las sensaciones, éstas se graban en la memoria emocional que tiene su sede fundamentalmente en la amígdala (un órgano en el centro mismo del cerebro, dentro del sistema límbico, que codifica las emociones) El niño entonces no tiene la sensación de estar recordando, no es un recuerdo consciente (como la memoria de hechos) pero es un recuerdo almacenado. La memoria emocional es predominante en el niño hasta los dos años y medio-tres más o menos.

Los malos tratos y las experiencias adversas subrayadas y guardadas en la memoria no se olvidan ni desaparecen por el hecho de hacerse mayor, adolescente o adulto. Esta es una creencia errónea. Por ello, tenemos que evitar transmitir frases que minimicen las duras vivencias padecidas. Hay muchos chicos y chicas que se comportan o reaccionan de maneras inadecuadas y no saben por qué, y una posible explicación tiene que ver con ésta de la memoria que acabo de explicar al leer a Linden. Por ello, evitemos transmitirles frases ante sus conductas negativas que supongan culparles (de plano, se suelen rechazar muchas de las costumbres, respuestas, hábitos y reacciones de estos menores, como se dice en el libro “Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera”. Hablaremos de él) y tratemos de explicarlas desde los mensajes comprensivos. El niño o niña está luchando contra sus dificultades, exterioricémoslas: el niño o niña no es la dificultad, está tratando de superar un hándicap que escapa a su control voluntario.

Linden relata en su libro un sugerente experimento en personas que tienen dañada la memoria de los hechos (por diversas causas: traumas, lesiones, enfermedades…) Son sometidas a una leve descarga eléctrica y unos segundos antes, pueden ver una bombilla con luz roja que se enciende y precede a la descarga. Por efecto del aprendizaje asociativo, la luz adquiere la propiedad de asustar a la persona por sí sola. Al día siguiente, los sujetos participantes no recuerdan los hechos: ni las personas del experimento ni el haber estado allí. Pero cuando ven la luz roja, sin que sepan por qué, su corazón experimenta un aumento del ritmo cardíaco (prueba de que se han alterado emocionalmente) Lo que sucede es que la memoria declarativa está afectada pero no la emocional, que sí recuerda.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

¿Ignoramos a los otros como personas?

Una persona me ha pasado la siguiente información leída en un diario argentino, La Nación, recogida de un grupo de expertos que debaten en un congreso acerca de las causas que nos llevan a ignorar a los otros. Creo que da en el clavo de los males que nos aquejan:
Expertos en salud mental debaten sobre las razones que llevan a los argentinos a olvidar que los otros son también personas.

Tesy de Biase, Para LA NACION

La clásica ley universal que niega al otro para actuar sin culpa ("ojos que no ven") se ha corporizado con particular intensidad en la argentinidad actual. El otro (el prójimo, el semejante) aparece desdibujado, como si sus fronteras fueran invisibles. "Cuando vas por la calle la gente te atropella como si fueras transparente, te quiere pasar por encima, no existís", se queja la diseñadora gráfica Lorena Szenkier. "Esta impersonalización que transforma al otro en una cosa es hoy una característica de nuestra sociedad, que nos empuja a vivir hacia afuera, con cierta huida de nosotros mismos", dice el psicoanalista Alfredo Painceira, que dictó la conferencia "El mal como la negación del otro ", en el VII Congreso Argentino de Psicoanálisis, realizado en Córdoba. "Los vínculos entre las personas tienden a hacerse cada vez más instrumentales -dice Painceira-. El otro pierde su carácter de semejante para convertirse en cliente, rival o sencillamente en un instrumento para obtener algo." "El automatismo y la anomia de las ciudades superpobladas ceden en pueblos del interior, en donde la trama social se teje con nombres propios, los vínculos son más personalizados y cada uno ocupa un rol irreductible. Sin embargo, la tendencia general es de pérdida progresiva de la capacidad de empatía, de reconocer al otro y armonizarse con sus parecidos y diferencias." "La raíz de muchos males contemporáneos tiene estrecha relación con esta imposibilidad de reconocer al otro", dice Painceira, y rescata una advertencia de Juan Pablo II, quien poco antes de morir dijo que el peor de los males de este tiempo es el de inadvertencia. Pero la conversión del otro en un "objeto/nada", tal como lo definió la licenciada Estela Bichi, que también participó del citado congreso, no lleva patente argentina. Mediante este procedimiento, la civilización ha realizado, a lo largo de su historia, innumerables actos de incivilización y barbarie, aunque no siempre con la premisa del sadismo, sino de lo que la filósofa y pensadora alemana Hannah Arendt llamó "banalidad del mal". "Una de las cosas que más extrañaron a Arendt cuando conoció al genocida Adolf Eichmann, corresponsable de "la solución final" planificada por los nazis contra judíos y opositores, fue que se trataba de un burócrata: despersonalizando a las víctimas, transformándolas en simples números, convertía el Holocausto en un problema matemático". "Tenemos que matar a cinco millones de personas con el menor costo. ¿Cuál es el método más barato?" Sin alcanzar el dramatismo extremo que se ha repetido a lo largo de la historia en infinitas escenas de crueldad acompañada de anestesia, la vida actual multiplica cotidianamente escenas protagonizadas por quienes hacen del otro una nada, hecho que los avala a proceder con la mayor de las libertades sin asumir compromiso alguno sobre su propia conducta. El saber popular lo resume con la frase "La libertad de uno termina donde empieza la del otro". La ecuación es sencilla: si el otro no existe, la libertad de uno se expande. Pero el otro existe. Prohibido hacerse el autista. Uno de los resortes psicológicos que subyacen a este pase de magia que esfuma al otro tiene seguramente una raíz primitiva: "Quien no ha sido percibido, tratado ni sentido como persona en sus primeros años no puede desarrollar él mismo la capacidad de hacerlo", explica Painceira. Las personas con estas características "no sienten, viven desconectadas de sus afectos, en un cuerpo que sienten como un objeto más en un mundo de objetos". Sin embargo, la multiplicación del fenómeno permite pensar en mecanismos sociales que activan los engranajes del individualismo extremo. "En nuestra cultura cada vez es menos frecuente la relación yo-tú, y cada vez es más frecuente el contacto puramente instrumental del otro, que pasa a existir exclusivamente cuando es un obstáculo o cuando lo necesitamos." Para muestra, un estudio reciente realizado por el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) detectó que el 70% de los argentinos asume conductas discriminadoras, especialmente hacia las personas pobres. Es decir que la mayoría de nosotros segregamos a quienes no vemos como semejantes, salvo cuando resuelven nuestras necesidades. La manifestación de esta devaluación del otro se manifiesta en hechos cotidianos que, en opinión de Renata Pavani, demuestran "una brutal pérdida de valores y prioridades, además de una despersonalización de nosotros mismos". Desde la experiencia que adquirió invirtiendo tres horas diarias en viajar desde y hacia su trabajo como product manager de una editorial médica, comenta: "Hemos llegado a tal nivel de patetismo, que el otro día en el subte descubrí un cartel, paralelo al oficial, que decía "Prohibido hacerse el dormido", y se veía a una mujer embarazada colgada del pasamanos y a un chico joven sentado, que parecía dormido...". "El mecanismo es similar con las normas de tránsito y tantas otras normas -concluye-. Todos sabemos lo que tenemos que hacer, pero cuando nos toca hacerlo, nos hacemos los autistas"

Para mí, el análisis no puede ser más certero. Apliquémonos todos el cuento...

sábado, 22 de noviembre de 2008

Charla-coloquio en el Colegio Marianistas de San Sebastián sobre el duelo en el desarrollo evolutivo de los niños

Por segundo año consecutivo, los padres y madres de familia del Colegio de los Marianistas de Donostia, tuvieron a bien invitarme a impartir una charla, para posteriormente mantener un debate conjunto.

Este año la charla se centro en el tema del duelo en los niños. Se abordaron los siguientes puntos: qué es el duelo, cómo se manifiesta en los niños, cuándo podemos hablar de duelo complicado y qué ocurre cuándo hay ausencia de manifestaciones. Al mismo tiempo, se dieron pautas sobre cómo acompañar a los niños en distintas situaciones de duelo a lo largo del ciclo vital a las cuales pueden estar expuestos: la muerte de seres queridos, la separación de los padres y los niños que experimentan múltiples pérdidas.

Se inicio la charla subrayando que el duelo es una experiencia normal ante una pérdida, que precisamos expresar el dolor y elaborar la pérdida. Aunque hay personas que no precisan esa liberación y por ello no son raras ni nada parecido. Hay tantas reacciones al duelo como personas.

Se expuso cómo los niños responden ante una pérdida: con ira, con culpa, con alteraciones del comportamiento y manifestando regresiones (conductas de etapas anteriores a las cuales regresan, transitoriamente, como chuparse el dedo u orinarse en la cama) Hay niños que van a exteriorizar las reacciones y otros que van a dar una respuesta interiorizada.

Se puso el acento en lo que la corriente de la psicología positiva preconiza: la ausencia de manifestaciones y el mantenerse equilibrado ante un evento potencialmente traumático no implica nada negativo, sino que puede sugerir todo lo contrario: que la persona es resiliente (concepto que significa la capacidad de resisitir con equilibrio los impactos duros de la vida) y capaz de mantenerse estable pese al impacto. Y que algunas personas pueden, incluso, beneficiarse de la experiencia y aprender de ella. Ahora bien, cuando se trata de niños, es casi matemático que adultos resilientes, niños resilientes.

El debate fue animado, con numerosas intervenciones, de altura, donde los presentes pudieron exponer sus dudas, inquietudes, experiencias… y compartirlas. Un tema difícil de verbalizar al que hay que perderle el miedo y enfrentarlo, pues tarde o temprano todos viviremos experiencias de duelo. Y hay que preparar a los niños para ello.

Agradezco a toda la comunidad escolar de los Marianistas la invitación, la excelente acogida dispensada y el alto grado de participación
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jueves, 19 de junio de 2008

"Estoy asediado"

Así me definía en la consulta, la pasada semana, cómo se sentía una persona que padece obsesiones.

Las personas que padecen obsesiones, o lo que las clasificaciones diagnósticas llaman Trastorno Obsesivo-Compulsivo, padecen un cuadro que genera en ellas alta ansiedad y un grado de deterioro de su actividad considerable, pues sus contenidos interfieren notablemente en su vida cotidiana.

Esta semana un paciente me hablaba de la incomprensión que recibe incluso por parte de los más allegados, que piensan que es una cuestión de voluntad. Todo esto aumenta más su culpabilidad y su desánimo. Es un trastorno, y como tal requiere tratamiento. Nadie culpa a un paciente por tener dolor de estómago; pues tampoco se debe culpar a una persona por padecer obsesiones.

Vivir con obsesiones es una tortura que solo lo saben quienes lo padecen. En contra de su voluntad, y aún sabiendo que es absurdo, se pueden enfrascar y quedar atrapados por un pensamiento, imagen o impulso; los contenidos son muy variados: limpieza, orden, simetría, cuestiones sexuales, identidad y las cosas más absurdas que uno se pueda imaginar (por ejemplo contar hasta 100 primero de dos en dos y a partir del número 50 de tres en tres, como le pasaba a una persona… Y así varias, incluso muchas, veces)

El pensamiento (o la imagen, el impulso o el deseo) asedia la cabeza de la persona, como dice el paciente de mi consulta.
Las obsesiones peores son las de contenido autolítico, como por ejemplo, pensar repetidamente en que uno va a suicidarse o hacerse daño. O hacer daño a sus seres queridos.

Normalmente, la persona hace esfuerzos por quitarse estas imágenes de la cabeza, por poner fuera de ella los deseos y/o el impulso de hacer/decir algo que se teme mucho y genera alta angustia. Y para ello, la mente crea pensamientos o imágenes cuyo fin es neutralizar ese pensamiento o impulso. Por ejemplo, si pienso en que me tiraré por la ventana, repetirme constantemente lo contrario. Cuanto más esfuerzos se hacen para neutralizar el pensamiento obsesivo, con más fuerza se instala el mismo. La persona queda atrapada en una espiral difícil de salir que le crea enorme confusión, pues ya no sabe discernir entre contenido obsesivo, contenido normal o pensamiento que pretende abortar o cortar la obsesión. Mucho tiempo puede dedicársele a los contenidos obsesivos, de modo que la vida social, laboral y familiar puede verse seriamente afectadas. Al final, el desánimo hace mella en la persona, que se deprime ante semejante sufrimiento.
Otro tipo de compulsiones son las denominadas motoras: limpiar (barrer, por ejemplo, meticulosa y ordenadamente, incluso casi sobre limpio); ordenar los efectos personales según un ritual (el caso de una señora que pasaba horas para doblar simétricamente sus faldas) La obsesión es una sobrevaloración de virtudes, así como un temor irracional a que pasen consecuencias temidas (contaminarse o infectarse si no se limpia a conciencia) si no se hace de acuerdo a un protocolo rígido e inflexible. La compulsión sería la conducta motora que se pone en marcha para calmar la ansiedad: en el ejemplo de la obsesión por la limpieza, el acto en sí de barrer de acuerdo a unas pautas fijas llamadas rituales. Estos rituales aliviarían a corto plazo el malestar, pero a largo plazo instalan y agravan el problema.

Desde aquí pedimos comprensión para estas personas. Es cierto que también, en ocasiones, hacen sufrir a quienes les rodean, pero los primeros afectados son ellos. Hay que tratar de hacerles comprender que tienen un problema y dirigirles a tratamiento. La medicación es necesaria sobre todo cuando los síntomas cursan con alta angustia y el cuadro se complica con depresión u otros trastornos. El abordaje psicológico es imprescindible, pues aportará a la persona estrategias conductuales para enfrentar las obsesiones. Una vez que se ha conseguido la mejoría, será necesario revisar la propia vida y la personalidad (habitualmente suelen ser personas muy rígidas, disciplinadas, racionales, que constriñen sus emociones, hipermetódicas, categóricas y estructuradas en compartimentos, que sobrevaloran virtudes y que tienen una conciencia muy estricta; también pueden ser muy controladores) para trabajar aspectos de la misma que favorecen las obsesiones.

lunes, 18 de febrero de 2008

"No soy yo, es el otro"

Hace unos días repasaba el informe que un colega redactaba acerca del problema que un niño de nueve años presentaba. Manifestaba una imposibilidad de reconocer la responsabilidad de sus actos negativos. Tenía como un sesgo en la mente que le conducía a distorsionar la realidad. Por ello, el mecanismo defensivo que adoptaba era negar sus actos o atribuírselos a los demás. El colega que emitía el informe decía así: “Este niño niega la realidad; no soy yo, es el otro - es su leit motiv"; “es una manera de reconocer que existe y de autoafirmarse, aun a costa de negar la evidencia”

Posiblemente, este niño utilizara este mecanismo por una alteración emocional, un deseo de llamar la atención ante el escaso afecto y la incongruencia normativa de sus padres.

Pero, a lo que voy: el mecanismo de este niño no me pareció muy diferente del que usamos los adultos “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” – se decía hace más de 2.000 años en el Evangelio, haciéndonos notar que todos padecemos de lo mismo, aunque no lo reconozcamos y lo depositemos en los demás.

Y, así, miro a mi alrededor (y a mi mismo) y me encuentro con que el político niega una mala gestión; el jugador de fútbol niega la existencia de un flagrante penalti; el marido maltratador niega que las
palizas que da a su mujer sean maltrato, sino “es que me provoca” (una sádica y doliente versión del “no soy yo, es el otro”); el alumno niega que estaba copiando en el examen; los profesionales psicólogos negamos que hayamos cometido un error en nuestro trabajo, era el paciente “que no estaba motivado al cambio”; el conductor con un test de alcoholemia que casi rompe la máquina, niega que haya bebido en exceso, “sólo una copilla”… Y así podríamos seguir ad infinitum.

¿Tanto nos cuesta asumir nuestra responsabilidad? Reconocer un error y hacer algo por repararlo debe ser una tarea en la que nos tenemos que empeñar con todas nuestras fuerzas. Sólo así construiremos un sociedad con valores éticos. Apliquémonos todos el cuento, porque "el que esté libre de pecado..."

martes, 11 de diciembre de 2007

"La Navidad me deprime"

Es una frase que escucho con cierta frecuencia a mis pacientes. Parece que el ambiente festivo que se respira, los buenos deseos, el deber de sentirse feliz estos días, la hipócrita sociedad de consumo que nos desea lo mejor mientras nos lanza el directo mensaje de "compra, gasta", el tener que ser positivo, cantar y bailar, y hacer el bien a mi prójimo aunque el resto del año importe menos... Todo ello genera malestar emocional en determinadas personas.

Otras, por el contrario, han vivido acontecimientos trágicos (muertes, separaciones...) en Navidad y, por asociación, la aparición de estas fechas per se dispara la reacción emocional negativa y el deseo de que pasen cuanto antes para volver a la normalidad. O el hecho de tener que estar en familia con personas que me desagradan o detesto, haciendo una especie de paripé porque toca...

Como observarás, agudo lector, he puesto en cursiva, en las frases, los verbos tener, deber u obligar. Y es que, en mi opinión, ahí radica el quid de la cuestión: No hay porqué obligarse a nada, ni conducirse bajo la dictadura de los debería. Más que la Navidad en sí, lo que llega a perturbarnos son nuestras propias frases interiorizadas. Por ello, si te gusta la Navidad, no hay problema alguno. Disfruta. Si no, la actitud más sana es la de repetirse internamente: "Me gustaría que no fuese Navidad, pero tampoco es ninguna catástrofe, ni terrible, tan sólo es desagradable para mí y no tengo porqué sentirlo de otro modo"

Porque ya lo dijo Epicteto, filósofo, en el siglo V antes de Cristo, y ya ha llovido desde entonces y lo que postuló sigue vigente: No son los sucesos de la vida los que nos perturban, sino nuestra particular forma de interpretarlos.

¿Cuál es tu opinión al respecto?