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lunes, 8 de mayo de 2023

Desangelado

Os animo a seguir el perfil de Instagram de Janire Goizalde,

autora del libro: “Una nueva vida florece. Historia resiliente de mi adopción”






Buenos tratos, en su andadura, ha publicado varios relatos que, mediante otro lenguaje, el literario, también nos enseñan sobre los temas que aquí tratamos. Es otra mirada que muchas veces llega al interior de una manera más directa, profunda y clara. Puede llegar a emocionarnos. Si lo consigue, se producirán muchas conexiones en el interior de cada uno, logrando así que reflexionemos sobre nuestra importantísima función en la vida de los niños, niñas, jóvenes y adultos que han sufrido traumas tempranos y cuya existencia es harto complicada porque nuestra sociedad no está concebida para mentalizar al otro. 

El trauma es la epidemia oculta, las personas que caminan por la calle y a las que aparentemente no les ocurre nada, encierran en su interior dolor emocional de proporciones muchas veces indescriptibles. No hay palabras para reflejarlo, quizá las más acertadas han sido las de Bromberg (2012) cuando alude a la sombra de un tsunami, así se siente el recuerdo traumático, que puede ser devastador. 

Por encima de técnicas y tratamientos para las personas que han sufrido traumas tempranos -y que están en riesgo de padecer múltiples trastornos mentales y de personalidad, y pueden ser víctimas de exclusión social- está la relación humana, amorosa y contenedora, comprensiva y segura. Sabia y fuerte en el sentido bowlbyano. "El ser humano debe de convertirse en verdaderamente humano" (Perry & Szalavitz, 2017). Si los traumas los originan las personas, son estas las que pueden repararlo. Las heridas de los traumas difícilmente se pueden curar si no es con el concurso de todos los adultos que conforman la red del niño o niña. Diría aún más: es el contexto tomado en un sentido amplio (el entorno socio-comunitario en el que cada persona convive) quien debería de preguntarse: "¿Qué le ocurrirá por dentro para mostrar ese comportamiento?" "¿Cómo podríamos ayudarle?" Pero la gran mayoría de las veces somos implacables y juzgamos, etiquetamos y queremos segregar socialmente a esas personas. 

El relato que un jueves de este pasado invierno escribí apela precisamente a la responsabilidad que cada uno de nosotros/as tenemos para poner de nuestra parte y saber que, más allá de las acciones de las personas, existen explicaciones y poderosos motivos que las fundan, y que podrían sanar con miradas bondadosas y compasivas, y no con desdén y falta de humanidad.

Espero que os aporte en vuestro caminar acompañando, criando, tratando a personas que sufrieron el infortunio y la injusticia de ser dañados por adultos en su infancia temprana, cuando más vulnerable se es y cuando se están construyendo las relaciones básicas de seguridad y confianza.


DESANGELADO

Un relato de José Luis Gonzalo Marrodán

Foto audiovisual451.com
Del largometraje "El páramo"


Jueves, 18,30h. Él está en la barra sirviendo cafés, probablemente para llegar a fin de mes y malvivir. Mucha cola, frío en la calle, la gente busca la bebida caliente con la que reconfortar el espíritu. Sin darme cuenta, salgo de mi estado hipnótico y compruebo que ya llega mi turno. Él sigue allí, siempre con cara sonriente. Pero sus ojos profundos y negros son la puerta de entrada a un dolor que solamente las almas sensibles pueden experimentar. Delante de mí hay una señora, pelo castaño corto, gafas oscuras y grandes y rostro duro y rígido. Esa cara la he visto yo antes en aquellas “adorables” monjitas que me enseñaban a leer y me ponían el culo rojo a azotes cuando me meaba en clase, porque no me aguantaba y tampoco me dejaban ir al baño. “Solo a su hora”, decían.

-Dos cafés con leche y dos tostadas con mermelada- dijo la señora sin saludar y con el rostro siempre hierático, como esas esculturas mesopotámicas, creo. No estoy para recordar las clases de arte de COU. Me siento cansado mentalmente tras una dura jornada de psicoterapias, conteniendo el dolor del otro, porque a veces solamente puedo contener, con la que a nivel de salud mental nos está cayendo… El café al final del día siempre me ayuda a reconectarme. 

Él la mira con esa mirada oscura y fulminante, me doy cuenta de que la señora no le ha caído bien, por el modo de pedir, sin saludar, tratándole cual sirviente. Y es que él hoy, además, creo no tiene un buen día. La cara la tiene desencajada, la boca a veces le hace muecas. Conozco bien ese gesto porque lo he tenido delante del mío muchas veces, cuando él más sufría, además. 

Coge dos tazas de café, no parece estar en su ser, como si escapara cuando no hay escape posible. Diría que el desdén que trasmite la cara de la señora le ha tocado algún botón que ha activado uno de sus registros, es uno que yo me conozco bien. Cuando él ya cruza el Mississipi… ¡uf! Sálvese quien pueda. Es mejor no azuzar al lobo para demostrar lo malo que es. 

Y lo que él hace a continuación es poner en los platillos de las tazas de café, junto con las cucharillas, un poco de azúcar en uno y unas gotas de café en el otro. 

-Aquí tiene sus cafés con leche y las dos tostadas -dice mientras hace su mueca característica con la boca, parece despertar del trance hipnótico-. Y se marcha al otro lado de la barra a cobrar a otro cliente. Creo que ya sabe que tiene que explicar lo inexplicable… 

La señora me mira y me dice:

-¡Pero has visto lo que ha puesto aquí! ¡Este chico no está bien! ¡Está drogado!

Yo no sé qué decir, me quedo bloqueado, pero sé que él puede hacer estas cosas y además sé por qué…

Regresa y la señora le dice con la mirada seca y antojándoseme como de desprecio, como si fuera una marquesa dieciochesca que puede humillar a la servidumbre:

-¡Qué has hecho aquí! ¡Tú no estás bien! ¡Tú no estás bien!

Pasa del estupor a la rabia, pero nada dice. Se aparta de la señora y parece que va a replicar cuando de repente se para, coge aire profundamente y lo expulsa. Así tres veces… A todo esto, una compañera suya ha llegado y se encarga de darle mil explicaciones a la señora, mientras él la oye y sin dejar de respirar, me dice:

-¡Ay, José Luis, a ver si la vamos a tener, que ya me conoces, que ya me conoces…!

Todo acaba sin más. Él se centra en atenderme a mí y en servirme el café, y lo hace ya plenamente en su ser, sin ningún fallo. 

Nunca hablábamos mucho en nuestras sesiones, nuestras terapias eran no verbales porque él rehuía hablar, tenía miedo de la palabra. Nos comunicábamos con el lenguaje no-verbal y llegamos tener una comprensión el uno del otro mediante hemisferios cerebrales derechos fuera de lo normal. Quizá mi presencia le pudo contener y hacerle reaccionar con la respiración. No lo sé. No le pregunto nunca porque él odia las preguntas y porque yo le respeto. Desde que sé que trabaja ahí nos hemos encontrado varias veces y siempre nos hablamos con la cara y las acciones. Sólo un día me dijo, hace poco: “mi madre está en la terraza, le gustaría saludarte”, lo cual me alegró muchísimo. Pero cuando llego siempre se desvive por atenderme lo mejor posible. 

Salgo con amargura en mi cuerpo. Desangelado, igual que esas mañanas frías de enero norteño, con viento y lluvia en mi corazón. Me deja helado sentir que no somos capaces de mentalizar y ver al otro en su interior. Ojalá existieran unas gafas que permitieran leer los estados internos de las personas, porque mirándole a él a los ojos, leerían:


Superviviente de violencia machista en su hogar, alma herida. 
Lucha por creer que se puede confiar en el ser humano.

Foto: Save the Children
Artículo: Huérfanos por la violencia de género




REFERENCIAS

Bromberg, P. (2012). The shadow of the tsunami: And the growth of the relational mind. Routledge. 

Perry, B., & Szalavitz, M. (2017). El chico a quien criaron como perro: y otras historias del cuaderno de un psiquiatra infantil. Capitán Swing Libros.

lunes, 13 de abril de 2015

Factores asociados a las rupturas en adopción y acogimiento familiar. Y una novedad editorial: Desclée de Brouwer acaba de publicar "Educar amando desde el minuto cero", gran libro de la psicóloga Paloma López Cayhuela.

Uno de los asuntos que más me preocupan son los fracasos en la adopción y el acogimiento familiar. Ese niño o adolescente que tras una situación de crisis no resuelta, prolongada y angustiosa para todos, debe de dejar el hogar familiar para ser tutelado por la administración (en el caso de las familias adoptivas) O manteniendo su tutela, el régimen de guarda pasa a ser ejercido por un centro de acogida en vez de la familia. Nuevas rupturas. Un fracaso para todos. Un nuevo abandono, una nueva desprotección. Y muchísimo dolor. Y el niño o adolescente que acumula daño emocional. Lo dijo Bowlby, el padre de la teoría del apego: tan dañina es la ausencia de vínculos afectivos como la ruptura de los mimos (y si ésta es reiterada, más daño) Sé que a algunos les cuesta entender el concepto de daño. Cuando hablamos de daño físico, en el cuerpo, todos entendemos perfectamente de lo que estamos hablando. Y la empatía se nos activa para ponernos en la piel de esa persona y movilizar todo un sistema de cuidados. Cuando el daño es en el vínculo, al ser invisible a los ojos, lo que sólo vemos es lo que se manifiesta: alteraciones de conducta y desregulación emocional. Esto hace que nos sea más difícil comprender a los niños que sufren heridas por rupturas vinculares. El acento se pone más en tratar de modificar sus conductas alteradas que en mostrarles, primero, conexión emocional.

Es muy doloroso para un niño o adolescente dejar a su familia de acogida o adoptiva y volver a escenificar un nuevo abandono. Creo que los esfuerzos de todos los profesionales deben de encaminarse a tratar de evitar por todos los medios que esto suceda. Un día en una entrevista en un periódico, afirmé que un fracaso en la adopción era un fracaso de todos los que habíamos intervenido. Y sigo pensando que es así, que todos tenemos una cuota de responsabilidad.

Creo que los equipos que se dedican a la complicadísima tarea de seleccionar y otorgar los certificados de idoneidad a las familias no lo tienen nada fácil. Quien quiere ser padre o madre vía adopción va a actuar consciente o inconscientemente mediante un constructo llamado deseabilidad social. En otras palabras: va a dar buena imagen de sí mismo, va a negar o minimizar errores. Y esto hace aún más ardua y compleja la tarea de los profesionales. Teniendo esto presente, creo que los protocolos de evaluación de los solicitantes deben de incluir la evaluación de las competencias parentales fundamentales (desconozco si se hace), con el fin de detectar incompetencias severas, no susceptibles de modificación, y no conceder en esos casos los certificados de idoneidad. 

Por mi parte, quiero hacer una modesta contribución sobre el particular y ofreceros desde mis conocimientos y experiencia en estos años de trabajo con las familias adoptivas y de acogida, qué factores he observado están asociados a los fracasos en adopción y acogimiento. Los factores no son mutuamente excluyentes:

Decisión consciente. No se buscan padres o madres ni acogedores o acogedoras perfectos/as. Porque no existen. Se buscan padres o madres con las capacidades parentales básicas (apego seguro y empatía), porque eso les permitirá tener las bases fundamentales para ejercer una parentalidad o marentalidad con aciertos y errores pero pudiendo aprender de ellos. Sobre todo poder sentir al niño/a y empatizar con su dolor por el maltrato que haya podido sufrir. Se buscan padres adoptivos y familias de acogida conscientes de la decisión que van a tomar: "acoger o adoptar a un niño/a es llevarse con él también su pasado", afirmamos en nuestra guía para padres adoptivos “Todo niño viene con un pan bajo el brazo” Y el pasado de muchos niños adoptados o acogidos contiene experiencias tempranas, traumáticas, donde el daño que han padecido es de naturaleza relacional. Por eso la adopción y el acogimiento son medidas de protección porque para llevarlas a cabo se necesitan familias que puedan contribuir a reparar el trauma y el vínculo de apego alterado. Esto debe de decirse con toda claridad y rotundidad en los procesos de selección y formación para que las familias que hayan ido con una idea equivocada, conscientemente, den marcha atrás a tiempo.

Informarse y formarse en parentalidad terapéutica. A pesar de la decisión consciente, el acompañamiento educativo no es tarea nada fácil para ningún padre, madre adoptivo/a o acogedor/a. Ni siquiera ser acogedor/a profesionalizado garantiza el éxito. Como Giménez Alvira escribió con ciertas dosis de fino humor en su libro titulado: “Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera”, que es ya un referente: “padre psicólogo y madre pedagoga, la pareja ideal para adoptar” Pues no. Lo verdaderamente crucial es primero, informarse (psicoeducarse en las consecuencias del abandono y el maltrato y cómo afectan al cerebro/mente en desarrollo) pero sobre todo y ante todo, formarse. Formarse como padres o acogedores que necesitan ser “terapéuticos” para sus niños/as. Ello requiere por un lado, aprender todos los contenidos referidos al apego, el trauma y la resiliencia, aplicados al ejercicio de la parentalidad y cómo convertir ésta en una experiencia y vivencia terapéutica para los menores de edad (sanadora y reparadora a nivel emocional y de apego); y, por otra, la revisión de nuestra propia historia de vida, de nuestro propio modelo de apego y de nuestros referenciales como cuidadores a la hora de educar. Hay que mirar a uno mismo, conocerse y conocer nuestro interior. Aprender a ver nuestra propia mente para poder ver la del niño y sus necesidades y no quedar entrampados por aspectos de nuestro pasado no resueltos que se actúan en la relación con los niños/as. Y finalmente, acompañamiento: nutrirse de una red de apoyo donde pueda encontrar el sostén emocional y la energía para seguir con una forma de parentalidad y marentalidad exigente pero muy gratificante.

Exigir al niño más allá de sus posibilidades. Expectativas poco realistas. Cuando no se ha hecho un trabajo personal, o cuando se normaliza en exceso por desconocer los efectos del abandono y el maltrato en el cerebro/mente en desarrollo, nos encontramos con padres y madres que empiezan a exigir a los niños más allá de sus posibilidades de desarrollo. Y hay que tener mucha cautela porque los niños y adolescentes pueden “engañar” mucho: parecen muy resueltos en algunas cosas pero en otras son sumamente inseguros. Esto pasa mucho con la presión escolar, que se retroalimenta entre los profesores y los padres para  terminar descargándose en el chico/a. Los niños o jóvenes pueden tener una inteligencia normal, y los padres, madres o acogedores reciben de sus tutores el “puede hacer más”, “es vago, si se esforzara...”, “es inteligente”, “entiendo que ha sufrido de niño pero hay que aprobar, es lo que hay” etc. Sin darse cuenta que aprender es un acto emocional que supone poder manejar y regular el estrés ¡Primera gran dificultad para muchos adoptados y menores en acogida! Y segundo, ir al colegio implica también relacionarse con otros niños y niñas, con quienes a veces por las dificultades que tienen, no logran integrarse. Son así, rechazados/as muchas veces y esto les hace entrar en desregulación emocional intensa y respuestas desadaptadas que van desde deprimirse o disociarse hasta hiperactivarse. En el ámbito familiar, por su parte, se les supone que “por la edad” deben de tener muchos hábitos y conductas adquiridas. Pero muchos tienen niveles de auto-organización muy bajos y no pueden dar respuestas planificadas, ordenadas y previendo las consecuencias de sus actos. Falla el capitán del barco, las denominadas funciones ejecutivas. Y se les pone una exigencia que no alcanzan. Necesitan el acompañamiento y la regulación externa de los padres, las familias, profesores y otros profesionales para conducirse.

Sé que no hay formaciones en parentalidad terapéutica en muchas comunidades autónomas. Ni siquiera hay en algunas de ellas -por lo que me contáis muchas familias adoptivas- un programa en postadopción. Os dejan solos y solas en este aspecto y eso es un grave error e indefensión para vosotros/as. Algunos padres y madres, en algunas comunidades, estáis luchando por tener al menos, un seguimiento postadoptivo desde la administración. Pero lo que realmente se necesita, si queremos invertir en recuperar y sanar a estos niños y niñas, es una formación en parentalidad terapéutica. Debemos dirigir nuestros esfuerzos con las administraciones públicas en lograr un programa formativo de esa naturaleza. En el centro Alen, en A Coruña, hay un programa en crianza terapéutica -concepto diferente del de parentalidad terapéutica- dirigido a los profesionales (médicos, maestros, profesores, pedagogos, educadores, acogedores profesionales...) que acompañan a niños con trauma complejo y trastorno del apego. Os lo recomiendo a todos/as. Para más información, haced click aquí.

Valorar su persona sólo si hay logro. Hay padres adoptivos y familias acogedoras que, por cómo fueron ellos educados, valoran a los demás sólo si consiguen cosas, logros, tienen méritos, aprueban… Si no, no hay valoración o el mensaje es negativo e implícitamente se transmite (incluso con gestos) un “no pongo a tu persona y su valor por encima de lo que consigas". Esto los niños con trauma temprano pueden interpretarlo como que deben de conseguir cosas para ser aceptados y queridos. Es un grave error. El niño o niña crecerá y llegará a la adolescencia no comprendido o herido y estallará y romperá contra los padres (o contra lo que represente a la sociedad, en una estrategia proyectiva) al no sentirse jamás valorado y reconocido en nada.

Ausencia de receptividad empática. Hay padres y madres (o acogedores/as) prácticos, funcionales, normativos, que dan límites y además sancionan o castigan si se transgreden los mismos. El mensaje que se comunica es que no estamos al lado del niño cuando nos necesita. Esto por si sólo es un exceso (a veces también exceso de coerción) que conduce a adolescencias en las que los hijos pueden romper las estructuras familiares porque no se han sentido sentidos. Provoca rebeldía. La receptividad empática supone hacerle sentir al niño que estoy con él siempre, se porte bien o mal. Como dice Siegel, si sólo transmitimos a los niños/as que estamos con ellos cuando se portan bien, están regulados, contentos, aceptan las normas, no perturban a los adultos… pues no ejercemos una parentalidad competente y reparadora. Los niños y niñas necesitan saber que estamos con ellos cuando sufren, no pueden regular una emoción, se frustran, siente rabia y odio… Lo cual no equivale a dejarles hacer lo que quieran. Supone identificar y reconocer las emociones, y validarlas. Dice Siegel que cuando nos mostramos receptivos y devolvemos al niño que sentimos su mundo emocional, conectamos con él. La conexión puede costar un tiempo, pero lleva al niño, cuando se encuentra alterado, a cambiar de estado (a uno más calmado) y a volverse poco a poco, más abierto a la disciplina. El sistema límbico, responsable de la activación emocional, se va desactivando. La conexión emocional fortalece la entrada en acción (y por lo tanto el ejercicio) de los lóbulos frontales, los cuales se empiezan a activar y el niño puede reflexionar, pensar, ver alternativas, aceptar su papel en el problema, negociar con el adulto, prever para la próxima vez… La receptividad empática construye el cerebro. Y no olvidemos que en el caso de muchos niños adoptados y acogidos, su cerebro límbico está hiperexcitado por todas las experiencias de maltrato vividas. Por lo tanto si queremos reparar tenemos que darle al niño estas experiencias de conexión sana y sentida con un adulto tranquilo, el cual no ha tenido en su vida. Lo mismo que le damos de comer, le tenemos que dar el alimento de la empatía. Las familias con dificultades en esta área deben de trabajar en psicoterapia para poder aprender a ser empáticos. En el caso concreto del acogimiento familiar los niños necesitan empatía cuando se desregulan emocionalmente antes o después de las visitas, algo que sucede con bastante frecuencia.

Ausencia de base segura para los niños. Más que cariño y afecto (que también) muchos niños y niñas (no digo todos/as, pero sí en especial los de apego desorganizado, cuyo porcentaje en las poblaciones de niños maltratados o abandonados es alto. En el ámbito de la adopción internacional es frecuente que los niños/as tengan antecedentes de este tipo en sus vidas y en edades tempranas claves para el neurodesarrollo y para la adquisición de un apego seguro) los menores de edad necesitan un entorno seguro. “Jamás te haremos daño” “Aquí estás seguro, mira a tu alrededor, no hay peligro” Las maneras al hablar, transmitir las normas, los consejos, los aspectos que el niño debe mejorar, al estudiar, al aprender algo nuevo, etc. Todo lo que es autonomía, en suma, deben hacerlo con un adulto que es su base segura. No hay que hacerle las cosas ni hacerle dependiente de los padres. Eso no es fomentar el apego seguro sino insegurizar al niño/a. ¿Por qué necesitan seguridad?Levantad la mano cuántos de los padres y madres que estáis aquí en esta sala, consideráis que vuestro hijo/a tiene un problema de inseguridad” – Les pregunté a unos padres y madres en una formación que recientemente tuve con ellos/as. Levantaron la mano casi todos/as. ¿Por qué esto es así? Porque la gran mayoría no han podido tener, en las fases clave para la creación del vínculo de apego seguro (6 y los 18 meses), una base segura. El bebé recurre al adulto -hacia quien tiene creado el vínculo de apego seguro- cuando quiere explorar el mundo y se encuentra con una amenaza o un peligro. Este adulto calmará, tranquilizará y hará retornar al bebé a un estado de sosiego mediante el contacto. Con la esperanza y la SEGURIDAD de que podrá retornar de nuevo donde él si lo necesita, el niño vuelve a atreverse a explorar el mundo que le rodea. Los bebés con apegos inseguros exploran menos el mundo que les rodea o lo hacen de una manera hiperatrevida. Por eso ahora necesitan de ese adulto que les acompañe. Es como cuando el niño monta en bici: el adulto va ayudando y, al final, termina desapareciendo y desvaneciendo su ayuda y apoyo cuando el niño ya anda solo en la bicicleta. De este modo debemos de proceder en los aspectos de la vida que el menor de edad muestre inseguridad.

Ausencia de autoridad calmada. Para transmitir y hacer cumplir las normas no hace falta montar en cólera ni ponerse los bigotes o poner la cara de un ogro. El afecto o la amabilidad y hacer cumplir las normas no son incompatibles. Por otro lado, existe un tipo de padres y madres (o acogedores) que cuando el niño se comporta negativamente, está alterado o no logra las metas propuestas (va en asociación con bastantes de los aspectos anteriores) pierden el control emocional y llegan a cargar su cólera contra aquél: castigos desproporcionados, gritos, enviarle al cuarto… Y en los casos más extremos, insultar, desvalorizar y hasta repudiar al niño o adolescente. Éste puede a su vez, responder en la misma línea (activando el sistema de lucha/huida) y con ello, se puede instalar una dinámica maltratante peligrosa en la familia. Suelen ser padres que no pueden ver sus errores y proyectan en los niños o jóvenes pautas interiorizadas (o heridas sufridas) con sus propios progenitores. En estos últimos supuestos se puede llegar ya al maltrato y a la retraumatización del niño/a o joven. Pueden ser padres y madres que por circunstancias transitorias y vitales (estrés) pierden el control pero pueden darse cuenta y están abiertos a reparar y hacer un trabajo personal en terapia para que no vuelva a suceder. Pero también pueden ser padres y madres con incompetencias parentales no detectadas (trastornos del apego, de personalidad y traumas no resueltos en su historia de vida) De ahí la necesidad de evaluar las competencias parentales. El material de Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan en su magnífico libro está ahí dispuesto a ser estudiado y aplicado por todos los profesionales de la protección a la infancia: Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Manual de evaluación de competencias y resiliencia parental. 

La rigidez. “O lo haces de este modo y a mi manera y como te digo, o nada” “O lo tomas o lo dejas” “Es así porque lo digo yo” Los niños y niñas con padres rígidos y con trauma en su desarrollo probablemente activarán toda sus defensas para protegerse del miedo y de la inseguridad que les produce un marco normativo férreo y una relación de apego que no contempla nunca el punto de vista del niño, su mente (sus necesidades, emociones, formas de pensar…) ¡Y los niños traumatizados suelen necesitar como el comer padres o acogedores que fomenten la función reflexiva! Los menores de edad se acercarán a la adolescencia con alteraciones de conducta que tratarán de romper esa pétrea rigidez. De niños pueden ser sumamente complacientes o conformistas para llegar a la adolescencia rompiendo de algún modo. La rigidez consiste en no ser adaptable a las circunstancias, necesidades, ni emociones del niño. Se puede ser coherente pero flexible. Por ejemplo, vienen los primos a ver al niño y éste se encuentra haciendo los deberes. Rígido: “Sólo cuando acabes tus deberes saldrás a verles” (sí y sólo sí) Coherente pero flexible: “Tiene que ser difícil hacer los deberes y concentrarse sabiendo que han venido los primos. Los deberes son importantes pero los hacemos todos los días a la hora (coherente); por eso hoy, por un día, los podemos dejar para dentro de una hora, cuando se hayan ido” (flexible)

No respetar sus orígenes y no abordar su historia de vida. Los orígenes son lo más sagrado que existe para todo el mundo. De dónde venimos, que también tiene que ver con el quién somos. Esto es crucial para la construcción de la identidad y la pertenencia, especialmente en la adolescencia. Los padres adoptivos que pretenden hacer tabula rasa del pasado del niño, que tratan de que su identidad exista sólo a partir de la fecha en la que llega a la familia adoptiva (algo imposible), que no honran a la familia biológica por haberle dado la vida a ese niño o niña, que no homenajean a su país de origen y su cultura, que no quieren escuchar ningún relato del niño o niña porque lo que van a oír no les gusta o entran en rivalidad con los padres biológicos. Padres, madres o acogedores/as que niegan, minimizan o dicen que son imaginaciones del niño o niña cuando éste/a cuenta o narra algo traumático del pasado, no reconociendo su dolor, e impidiendo con ello que el niño/a pueda beneficiarse de un relato que dé sentido a la adopción, están causando un grave perjuicio al menor de edad con repercusiones psicológicas a largo plazo de todo tipo.

“Yo no tengo nada que ver en cómo se comporta este/a niño/a, las causas están en él/ella o fuera de mí” Cuando el niño o niña entra (muchas veces porque ha habido rigidez, ausencia de receptividad empática, sólo te acepto si consigues logros…) en una espiral de conductas desadaptadas de diversa índole y perturba el ambiente social y/o familiar, existe un paso más que es negar cualquier influencia mía como padre o madre en los problemas o dificultades del niño o niña. Se empiezan a buscar otras causas: genéticas, biológicas, psiquiátricas, escolares… con el fin de evitar la parte de responsabilidad que nos corresponda como adultos que se relacionan con e influyen en el niño/a y por ende, en sus respuestas, reacciones, emociones y forma de pensar.

Es posible que vosotros/as contempléis más factores de riesgo. Podéis dejar vuestros comentarios o puntos de vista sobre el particular.

No quiero terminar el post de hoy sin afirmar que conozco y trato con muchos padres y madres, acogedores y acogedoras excelentes: solidarios, comprometidos, conscientes, dispuestos y abiertos a colaborar en todo para ayudar a sanar y reparar el daño vincular que el niño o niña tiene. Personas que conforman, como dice Barudy, la manada de gente buena, de hombres y mujeres buenos/as cuya labor educativa y de crianza con los niños y niñas es encomiable. Mis felicitaciones y reconocimiento desde estas líneas. Por el camino de los buenos tratos, a la larga, modificarán muchas de las defensas que los menores de edad traen consigo y que necesitaron para sobrevivir. Parece que el post que he escrito hoy se olvida de estos padres y madres (y acogedores) Pero no es así. He querido subrayar aspectos importantes que creo que debemos tener todos presentes. En especial los padres y madres que presentan más dificultades y cuyas conciencias quiero despertar para ayudarles a activarse y a hacer cambios. Porque sus hijos/as lo merecen y necesitan.

Nos despedimos con la consuetudinaria picada, que está en total sintonía con el post de hoy: mi colega Paloma López Cayhuela (a quien no tengo el gusto de conocer en persona) acaba de publicar, en la editorial Desclée de Brouwer, dentro de la colección AMAE (que sabéis que se caracteriza por presentar temas y contenidos útiles, para el gran público, con ejercicios prácticos y sencillos, que sin dejar a un lado la reflexión, se puedan aplicar en nuestro entorno de modo eficaz y con sabiduría), un gran libro titulado: “Educar amando desde el minuto cero” Nada más tener noticia de su aparición, me he acercado al mismo y lo he devorado con fruición y gran gusto. Esta obra cuadra perfectamente con los contenidos de este blog y con los temas que tratamos aquí: el respeto total por el niño. Pero es que además, el libro se lee con ganas, con entretenimiento, deseando pasar de página y continuar avanzando en sus capítulos. Combina acertadamente (como debe ser en la colección AMAE) la reflexión con ejercicios prácticos aplicables que nos invitan a pensar con cuidado sobre cómo ejercemos nuestra parentalidad. Interesando tanto a familias biológicas como adoptivas porque sus presupuestos son aplicables a toda forma de parentalidad, Paloma, en complicidad con nosotros, nos dice que para educar niños sanos tenemos primero que “sanar nuestro niño” Ella ante todo, hace que nos demos cuenta de que necesitamos un trabajo de preparación personal a la parentalidad y marentalidad; para después, invitarnos a que revisemos las herramientas que tenemos para ejercer el papel de padre o madre competente. Ya sabéis que esa es la palabra clave: competencia. Pasado el prólogo, nos adentra en un capítulo donde nos propone que mientras esperamos al niño, hagamos de ésta una espera reflexiva: cómo nos fue cuando éramos niños y pensar sobre las prácticas educativas que sirven y las que no sirven. Termina este primer capítulo animándonos a que revisemos nuestra inteligencia emocional aplicada a la tarea de ser padre o madre y propone el concepto de padres realistas.

En el segundo capítulo nos lleva de la mano tratando de sacudir nuestras conciencias para que “no pidamos peras al olmo”, esto es, para que eduquemos al niño real y no a aquél que nuestra mente desea porque idealizó a la criatura. Entonces se puede empezar a no ver al niño, ni sus pensamientos, ni sus emociones, ni sus intenciones… con los consiguientes perjuicios a su desarrollo. Esta es la gran pregunta a responder: ¿qué esperamos del hijo? En el tercer capítulo, nos habla Paloma de la pareja: el antes y el después de ser padres: las cosas van a cambiar, y mucho, con la paternidad o la maternidad. En el capítulo cuarto, perfila lo que es una relación que educa desde el minuto cero: la que fomenta el apego seguro, por eso dedica gran parte de este capítulo a hablarnos del apego.

En el quinto capítulo revisa algunas de las claves que permitirán a los padres desempeñar su papel ajustándose al perfil de lo que ella llama los padres realistas, los que no se crean falsas expectativas, proponiéndonos unos puntos que son fundamentales tener en cuenta a la hora de educar.

En el sexto y último apartado, Paloma versa sobre la formación para padres y madres: lo que no debe ser y lo que debe ser. Todo ello como digo, explicado de manera comprensible, entretenida y sentida, informando y formando, tanto en lo teórico como en la reflexión práctica: sus hojas al final de cada capítulo, tituladas recuerda (resume lo principal de cada capítulo) y reflexiona (plantea unas preguntas que nos invitan a acercar y pensar detenidamente el contenido de cada capítulo aplicándolo a nuestra vida particular) son metodológicamente un acierto porque ayudan a aprender y a trabajarse personalmente.

En suma, un libro recomendable cien por cien al cual le vais a sacar un gran aprovechamiento. Felicito a Paloma por esta gran aportación. Como siempre digo, libros sesudos sobre psicología hay muchos; libros que sepan llevar al gran público la psicología, sin perder rigor y verdaderamente terapéuticos y educativos, no tantos. El de Paloma López Cayhuela es uno de ellos.



El post que rescato hoy de Buenos tratos (ya sabéis que recupero entradas escritas hace un tiempo, para volver a leerlas y tenerlas en cuenta) es sobre la plasticidad del apego, si pueden cambiar las primeras tendencias infantiles que las personas (y los niños adoptados y acogidos) traen a la familia. 


Cuidaos / Zaindu

lunes, 30 de abril de 2012

¿Por qué algunos niños y jóvenes adoptados y/o acogidos se resisten a madurar?


Uno de los muchos temas que preocupan a los padres y familias adoptivas o acogedoras (y a las no adoptivas/acogedoras también) es la resistencia a madurar y crecer que muestran algunos niños en lo que a asunción de responsabilidades se refiere. Se puede observar en el área escolar (la realización de los deberes se convierte en una lucha diaria), en la ejecución de hábitos cotidianos (la higiene diaria, recoger el cuarto, tener sus cosas ordenadas…), en la evitación de situaciones que, en general, suponen un esfuerzo de afrontamiento porque les exige más acomodación que asimilación. Los niños prefieren jugar, ver la televisión, estar con las familias, hacer su deporte favorito, estar con sus amigos…

Es normal hasta cierto punto que los niños se resistan porque no podemos pretender que sean adultos en miniatura y necesitan un proceso de aprendizaje y de interiorización de las normas y valores que el proceso de socialización conlleva. Pienso que la familia y la escuela reproducen el sistema social y estamos impelidos a que los niños funcionen para que aprendan y se socialicen con el fin de que puedan insertarse en sociedad y cumplir roles de integración y adaptación futuras. Hacemos poca autocrítica en este sentido y creo que deberíamos reflexionar sobre qué tipo de educación queremos. Creo que no se educa en el pleno sentido de la palabra porque la educación está centrada en la adquisición de conocimientos y competencias y está alejada del concepto socrático de acompañamiento para desarrollar el ser integral (incluyendo las emociones, la ética, las relaciones sociales… todo esto está relegado en nuestros modelos educativos) Pero esto es otro tema.

¿Por qué algunos niños o jóvenes desean insistentemente instalarse en esa  comodidad que les proporciona no afrontar tareas o se inhiben o reactivan con oposicionismo ante las dificultades? ¿Por qué algunos niños o jóvenes muestran resistencia a afrontar las dificultades, la responsabilidad, el orden y la estructura normativa que exige hacer lo que desagrada y frustra?

Pueden existir causas que ya hemos apuntado en otras entradas como problemas de autoestima, retrasos en el desarrollo que dificultan que el niño pueda responder a las exigencias y demandas educativas que se le piden o problemas con la capacidad de permanecer (esto último lo analizamos recientemente cuando versamos sobre el autor Rygaard y los estadios de organización psíquica por los que el niño va atravesando. Ya vimos cómo los niños con trastorno reactivo de la vinculación y con trastorno de apego desorganizado tienen déficits en este sentido y se suele plantear como un problema actitudinal cuando lo es de funciones ejecutivas -el niño solo no puede conducirse con éxito, necesita la presencia de un adulto que externamente le guíe; el adulto "presta" sus lóbulos frontales al niño que aún no ha madurado esta área del cerebro que se encarga de la realización ordenada de los planes, secuencias de conducta que exigen los hábitos, comportamiento autodirigido, etc.-)

Hoy quiero apuntar otra causa que puede estar en la base de esta resistencia a madurar y que hace que los menores (a veces adolescentes y jóvenes) parezcan más infantiles, como si no quisieran crecer. Me refiero a los niños o jóvenes que han vivido experiencias de abandono y malos tratos, que tienen almacenada en su memoria vivencias en las que han soportado la dura carga de ser rechazados por sus cuidadores; la no satisfacción de sus necesidades (un cuidador sensible con las emociones y los estados internos del niño es tan importante en la vida como la satisfacción de las necesidades fisiológicas); periodos prolongados de aislamiento; relaciones con los cuidadores en los que ha podido resultar golpeado, atemorizado, aterrorizado… En fin, ataques a la seguridad de base, ausencia prolongada de buenos tratos. Niños o jóvenes que pueden presentar apegos subóptimos, trastornos del vínculo de apego y trauma complejo (entre otros problemas)

Estos niños o jóvenes han sido obligados (sin que ellos lo elijan, desde la indefensión y la desprotección más absolutas) a soportar experiencias tóxicas para su cerebro/mente. Y, por lo tanto, han debido de prepararse para adaptarse al estrés que eso supone, para luchar y sufrir desde casi nada más nacer y durante mucho tiempo, bregando con situaciones que amenazan su supervivencia y seguridad. No han podido disfrutar de una comunicación sintonizada lúdica con sus cuidadores, ni de suficiente alimentación (en algunos casos), ni de estimulación afectiva, viviendo la angustia de no ser atendidos (o ser malamente atendidos, maltratándoles) o demorando los cuidados. No han podido jugar lo suficiente, ni salir a restaurantes, ni tener un cuarto propio, ni ir a espectáculos, ni tener amigos y adultos confiables, ni sentirse limpios a tiempo. Han sufrido soledad, han sido testigos o padecido en sus carnes la violencia… ¿Sigo? Creo que ya se nos pone la piel de gallina, ¿no? No han tenido, en suma, infancia feliz y sus derechos han sido vulnerados por un mundo dominado por los adultos donde no tienen ni voz ni voto ni capacidad para defenderse. Sólo les quedaba adaptarse o morir.

Cuando llegan a la familia adoptiva o acogedora e interiorizan los buenos tratos y se van haciendo conscientes de lo que tienen (y de lo que han sufrido), necesitan gozar de lo que no han vivido ni tenido. Necesitan regodearse y hasta refocilarse en su felicidad y placer. Además, a todos les queda una inseguridad (mayor o menor) de base para afrontar situaciones exigentes que suponen acomodarse y no asimilar, que requieren de recursos de afrontamiento que igual no tienen aprendidos. Normalmente, tendemos a subrayar su indolencia, lo vemos como un problema de actitud, entramos a degüello con ello lanzándoles frases tipo: “así no harás nada en la vida”; “eres un vago”;  etc. Cuando no siempre es así. Raras veces nos preguntamos y empatizamos con su inseguridad. Si nos molestáramos en hablar más con ellos y metacomunicar cómo se pueden sentir, que comprendemos lo que les puede suceder y cómo les podemos ayudar, quizá poco a poco irían venciendo resistencias. Y si equilibráramos exigencia con empatía, pienso que nos iría mucho mejor. Pero normalmente no nos mostramos comprensivos y no compensamos los horarios de los niños. Éstos están cargados de actividades, clases y tareas y apenas contienen espacios de comunicación, juego y disfrute... ¡Que son necesarios para su desarrollo, máxime cuando no se han tenido suficientemente! Por ello, quizá más que de una resistencia a madurar cabría hablar de que estos niños empiezan a recuperar un buen desarrollo a la edad que llegan a las familias, y ello puede suponer que necesiten vivir la base segura que no vivieron con anterioridad y pasar por estadios del desarrollo que fueron saltados o vividos incompletamente. 

Termino compartiendo una explicación que un joven de veinte años -está en terapia conmigo- me dijo el otro día en una sesión. Me dejó extasiado por la inteligencia que rezuma y porque estoy completamente de acuerdo. Este chico es un héroe anónimo. Como muchos jóvenes supervivientes de las duras experiencias que los malos tratos son, su desarrollo es como un crisol donde se adivinan rasgos de inusitada madurez que co-existen con otros más propios de niños pequeños.  Le pregunté por qué creía él que le costaba tanto asumir algunas responsabilidades. Me respondió lo siguiente:

"-¿Conoces al cantante Bunbury?"

Le respondí que sí, que es un cantante que desde hace unos años lleva una brillante carrera en solitario. Y que cuando yo era joven cantaba en un grupo que a mí me encantaba (“Héroes del Silencio”)

Pues este cantante tiene una frase que explica lo que a mí me pasa, por qué me cuesta crecer. Es ésta: “De pequeño me enseñaron a ser mayor, de mayor quiero aprender a ser pequeño”

Me dejó boquiabierto y a partir de ahí pudimos trabajar sus duras experiencias infantiles.

Como me he interesado por la canción, he buscado la letra en internet y aquí os la transcribo. Es bella y muy válida para entender a nuestros niños y jóvenes. En youtube podéis ver el videoclip pinchando en este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=TseEZdNY2ow

Cuando era pequeño me enseñaron
a perder la inocencia gota a gota
¡qué idiotas!
Cuando fui creciendo aprendí
a llevar como escudo la mentira
¡qué tontería!

De pequeño me enseñaron a querer ser mayor,
de mayor quiero aprender a ser pequeño.
Y así cuando cometa otra vez el mismo error
quizás no me lo tengas tan en cuenta.

Me atrapó el laberinto del engaño
con alas de cera me escapé
para no volver.
Cerca de las nubes como en sueños
descubrí que a todos nos sucede
lo que sucede.

De pequeño me enseñaron a querer ser mayor,
de mayor quiero aprender a ser pequeño.
Y así cuando cometa otra vez el mismo error
quizás no me lo tengas tan en cuenta.

De pequeño me enseñaron a querer ser mayor,
de mayor quiero aprender a ser pequeño.
Y así cuando cometa otra vez el mismo error
quizás no me lo tengas tan en cuenta.

(E. Bunbury)

lunes, 17 de octubre de 2011

Temperamento, apego y adopción

El temperamento es la peculiaridad con la que se manifiestan los afectos psíquicos de una persona, sin que influya el ambiente. Es la base biológica de la personalidad y conforma la manera de responder: activa o pasiva, colérica o tranquila, con un tono emocional positivo o con uno negativo, por ejemplo. Se dice, popularmente, que una persona “tiene mucho temperamento” cuando sus respuestas son consistentes y no vienen determinadas tanto por la situación sino por sus disposiciones internas.
El temperamento más puro se observa en los bebés: tranquilo, nervioso, irritable, calmado, activo, pasivo… En la medida que el bebé crece, el temperamento comienza a interactuar con el ambiente y éste puede aumentar o aminorar las disposiciones biológicamente predeterminadas. Algunos autores sostienen que un bebé comienza sus interacciones con los cuidadores nada más nacer, por lo que el ambiente ya está influyendo y modelando el ser del niño. De ahí que la observación pura del temperamento se pueda discutir. Pero sí se puede afirmar, creo, que los niños nacen con tendencias disposicionales de respuesta. Los cuidadores, ¿pueden ir modificando estas tendencias? ¿Las manifestaciones del bebé en la Situación del extraño [recordad que es un procedimiento en el que el bebé es separado de su principal figura de apego durante un intervalo de tiempo, observándose sus respuestas ante un extraño en ausencia de la madre y después ante el retorno de ésta; en función de las mismas, se le clasifica como apegado seguro o inseguro. Este tipo de respuestas del bebé se consideran propias y específicas del modelo de cuidados que ha interiorizado durante el primer año de vida. La evaluación de este procedimiento se hace durante el segundo año de vida del bebé], hasta qué punto son sólo manifestaciones de su temperamento? Cada niño reaccionaría según su temperamento y no de acuerdo a su modelo interno de trabajo (que contiene la manera en que se ha representado la relación con el cuidador y la expectativa de conducta que ha desarrollado sobre éste) El niño ansioso-ambivalente que responde con llanto e ira ante el reencuentro con la madre y a ésta le cuesta calmarlo, en realidad no sería tal sino que constituiría una manifestación de un bebé temperamentalmente mucho más irritable.

Os dejo un video de la Situación del extraño:



 
Para responde a estas preguntas, me voy a remitir al libro de la profesora de la Universidad de Valencia Sefa Lafuente “Vinculaciones afectivas” (en el que colabora la profesora María José Cantero), el cual sigo recomendando porque es un compendio completo sobre el apego, su teoría, evaluación y aplicaciones riguroso pero al mismo tiempo de cómoda y entretenida lectura. Aunque más pensado para estudiantes y profesionales, es también accesible al público en general.
María José Cantero (en el único capítulo del libro en el que colabora dedicado a la “Calidad del vínculo de apego en la infancia”) afirma en el mencionado libro (pág. 140), que "aunque hay algunos autores que sostiene que el temperamento es el responsable de la manera en que los bebés responden en la Situación del extraño y plantean que los niños irritables y miedosos pueden reaccionar ante las separaciones con intensa ansiedad con independencia de sus padres, otros, en cambio, apuntan que si el temperamento del bebé fuera el determinante principal de la calidad del apego, no deberían existir diferencias en el tipo de apego entre diferentes cuidadores (por ejemplo, con el padre y con la madre)" Sin embargo, prosigue la profesora y experta en apego, "la realidad es muy distinta y un número elevado de bebés establecen relaciones de apego diferentes con sus diversos cuidadores. Por tanto, un niño difícil que recibe un apropiado cuidado puede llegar a establecer un vínculo seguro y, paralelamente, un niño difícil de manejar, si se le administra un cuidado insensible, puede desarrollar una relación insegura. Por tanto, el temperamento no parece influir directamente sobre la calidad del apego que desarrolla el niño, sino que la influencia puede ser indirecta a través del efecto que ejerce sobre el cuidador" Continúa más adelante la profesora diciendo: "Habrá disposiciones temperamentales, como la irritabilidad, que dificultarán los intercambios entre el niño y su cuidador y otras, como la docilidad, que facilitarán la interacción. Cuando el bebé presenta tendencias temperamentales positivas, es decir, se muestra atento, sociable, moderadamente activo y con un tono emocional positivo, las interacciones se ven facilitadas, haciéndolas más fluidas y relajadas"
"Aunque el temperamento puede influir en la conducta mantenida durante la Situación del extraño, la seguridad del apego depende, principalmente, de la historia de relaciones con el cuidador. El temperamento no determina si un niño será seguro o inseguro en su relación de apego (porque esto depende del cuidador), pero sí puede determinar el tipo de seguridad o inseguridad" Para más detalle sobre los subtipos de apego (seguro o inseguro) que pueden desarrollar los niños, consultad el capítulo del libro que os he mencionado (pág. 159)
Parece claro que en las manos del cuidador (en su sensibilidad, rapidez, templanza emocional, capacidad para empatizar con las necesidades del niño y en su habilidad para la función reflexiva) está la posibilidad de ir actuando de regulador, modulador y canalizador del temperamento. Por muy “difícil” que sea un niño, si el cuidador es competente y crea una relación capaz de contener, modular y sentir al niño, la representación de apego de éste será segura. Esto es complicado, lo sé, nadie lo va a hacer perfecto, somos humanos, pero es una responsabilidad -como padres y cuidadores- que debemos asumir. Los que dicen: “el niño me irrita”, “me pone de los nervios”, etc. deben de hacer una reflexión y trabajo personal porque van a empeorar la relación y la calidad del apego.
¿Y en el caso de niños adoptados o acogidos con historia de abandono o malos tratos? Aquí hemos de diferenciar entre el niño que vivía con su familia de origen y sufre maltrato y/o abandono de una manera continuada por la misma y, después, si el caso es denunciado, rompe los vínculos familiares e ingresa en un centro de acogida (la edad en la que esto ocurra también es importante, así como la duración de la experiencia de malos tratos o el abandono y su intensidad); y el niño que es dejado desde bebé en la puerta de una casa o en otro lugar público para que sea recogido y entregado a las autoridades, quienes le ingresarán en un centro de acogida (aquí es importante saber a qué edad se rompió el contacto con los padres o cuidadores y cómo fue el nivel de atención y satisfacción de sus necesidades durante el tiempo que estuvo con aquéllos; probablemente de baja calidad. También es importante saber si los cuidados del centro de acogida fueron de alta o baja calidad) Ambos casos, como podemos deducir, suponen experiencias adversas (traumas) que pueden alterar con alta probabilidad el apego del niño. ¿Cómo era el temperamento del niño con anterioridad a las experiencias de malos tratos o abandono? En estos casos, pienso, esto es algo más intrascendente, dada la potencia dañina de lo que han vivido. Podemos afirmar, como decimos, que con independencia de que el niño fuera más “fácil” o “difícil” en cuanto a sus manifestaciones temperamentales previas a las experiencias de abandono o malos tratos, el daño se produce igualmente porque lo que han padecido son experiencias que amenazan su integridad, supervivencia y seguridad. Un niño de temperamento "difícil" probablemente alterara más a un cuidador poco competente de un centro de acogida de baja calidad (tiene muchos niños a su cargo y pocos medios) que otro más adaptable, y la probabilidad de que le maltrate es más alta. No sabemos si altera al cuidador por su temperamento o porque su conducta ya es expresión del daño vivido en su familia de origen. En cualquier caso, el cuidador poco competente está empeorando y ahondando en el daño con sus actuaciones incompetentes. Lo que sucede en muchos casos de adopción internacional es que sabemos que el niño ha sufrido experiencias traumáticas pero desconocemos con exactitud muchos detalles importantes.
En cualquier caso, lo que nos debe mover en una línea positiva y de ánimo en nuestra tarea educativa y de crianza es saber que las posibilidades de recuperación de los niños son muy amplias (autores como Daniel Siegel nos dicen que la plasticidad cerebral es una realidad a lo largo de toda la vida) Cuesta, a veces, sangre, sudor y lágrimas, pero no hay que olvidar que la competencia y la incondicionalidad como padres es fundamental y la clave. Debemos ejercer una parentalidad que sea tutorización de resiliencia. Incluso los niños más dañados se recuperan con el tiempo y la paciencia, si cuentan con cuidadores competentes. Así lo reflejamos en el libro-guía para padres adoptivos (del cual soy co-autor con mi amigo y colega Óscar Pérez-Muga, psicólogo también) En el mismo incluimos (con el debido anonimato) muchas historias de resiliencia, narradas por los propios niños, que nos cuentan que esto es posible por muy duro que sea lo vivido. Se publica en noviembre (1ª semana) y os adelanto el título: “¿Todo niño viene con un pan bajo el brazo?” No os desvelo el por qué del titulo porque eso está en el libro y en él hay que descubrirlo. Os hablaré del libro pormenorizadamente a lo largo de los próximos posts. La presentación del mismo será en Donostia-San Sebastián y también os anunciaré pronto la fecha y el lugar.
Las personas que adoptan (sobre todo en adopción internacional) o acogen deben ser conscientes de que la probabilidad de que el niño sea inseguro y fragilizado es alta, con lo cual sólo deben de embarcarse aquéllos que estén dispuestos a asumir esta realidad y trabajar para el niño con el fin de ayudarle a superarlas. Y las valoraciones de perfiles de idoneidad como padres acogedores o adoptivos deben de ser rigurosas.

lunes, 6 de septiembre de 2010

"Bullying como desencadenante de trastornos de la conducta alimentaria", comunicación presentada por Rafael Benito, psiquiatra.

El Congreso de Oviedo ha sido un foro excelente en el que hemos podido asistir a multitud de aportaciones de expertos en psicología en todas las áreas en las que ésta se aplica.

Mi amigo y colega Rafael Benito Moraga, psiquiatra de la Clínica Quirón de San Sebastián, presentó una comunicación oral titulada: “Bullying como desencadenante de trastornos de la conducta alimentaria”.


No puedo exponer todo el contenido de la comunicación debido a su extensión, pero sí los datos y conclusiones más importantes, sobre todo lo que hace referencia al estudio de investigación que él ha llevado a cabo recientemente. Rafael Benito ha observado cómo bastantes personas con trastorno de la conducta alimentaria (TCA) presentaban asociado al mismo una experiencia de bullying.

Primeramente, disertó sobre el bullying, la definición de este concepto (“una forma de maltrato intencionado de un estudiante -o grupo de estudiantes- hacia otro compañero, generalmente más débil, al que convierte en su víctima habitual”) diferenciándolo del teasing (“interacción social que comprende una serie de conductas verbales y no verbales entre pares que puede ser graciosa o lúdica, pero también dañina”) Seguidamente ofreció datos sobre la frecuencia del bullying en nuestro país basándose en los recogidos por el defensor del pueblo. A continuación, presentó datos de la frecuencia del bullying por comunidades autónomas.

A esto le siguió una caracterización del perfil psicológico que define tanto al perpetrador como a la víctima y las consecuencias que tiene el bullying para ésta, aportando datos de estudios que ponen de relieve que las consecuencias de esta forma de maltrato entre iguales duran toda la vida. Así, expresó que:

Estudio de seguimiento de 15 años de una cohorte de niños de 8 años. Se los controló a los 18 y a los 25 años.

Prevalencia de trastorno mental:

De los que eran al mismo tiempo víctimas y acosadores un 30% tuvieron trastorno psiquiátrico:

De los que eran sólo víctimas tuvo un 17%

De los que eran sólo acosadores un 18%

En los controles sólo un 9% sufrió trastorno mental en el seguimiento.

Tipos de trastornos:

Los que eran acosadores y víctimas tenían 5 veces más probabilidades de tener trastorno antisocial de personalidad y trastorno por ansiedad.

Los que eran sólo acosadores tenían casi 3 veces más probabilidad de recibir un diagnóstico de personalidad antisocial.

Las víctimas tenían 2,6 veces más probabilidades de tener trastornos por ansiedad.

Finalmente nos expuso que existe una relación directa e indirecta entre bullying y trastorno de la conducta alimentaria, para terminar con la revisión de los casos clínicos de su investigación, en la cual observó:

74 pacientes admitidas sucesivamente en tratamiento en consulta privada.

Objetivos de la revisión:

Valorar la prevalencia de bullying o teasing como desencadenantes de un trastorno de la conducta alimentaria.

Presencia de vómitos u otras conductas de purga.

Presencia de maltrato infantil y/o presión familiar para adelgazar asociada al TCA desencadenado por bullying:

19 con historia de acoso escolar y 2 con historia de teasing (36%)

En todos los casos el acoso se lleva a cabo en el colegio y en la mayor parte se relaciona con la figura o el peso:

En 15 de los casos las chicas protagonizan el acoso o secundan a los chicos.

En 12 casos el acoso se inicia al comenzar la educación secundaria.

En los casos de teasing, éste actúa como acontecimiento “gatillo”.

El bullying parece un desencadenante frecuente de los TCA.

Por la importancia que la valoración de los iguales tiene en la forja del autoconcepto:
Se está comenzando a demostrar la relación entre ambos fenómenos.

En las chicas con TCA podría ser un fenómeno oculto.

Dada la alta prevalencia del acoso escolar, su prevención podría incidir en la aparición de los TCA.

Excelente comunicación de Rafael Benito, creo que no puedo añadir mucho más. Subrayar la importancia de la prevención y de la educación socio-emocional en los centros escolares (el establecimiento de los límites respetuosos entre las personas, de los límites sociales, comienza por el buen trato entre las mismas) porque esta forma de maltrato tiene repercusiones en las víctimas que les acompañan a lo largo de toda la vida. Es por lo tanto, grave, y no "un asunto de chiquillos a resolver entre ellos", como todavía hay quien desacertadamente, opina.

lunes, 30 de agosto de 2010

"La carencia afectiva provoca un daño físico", afirma Boris Cyrulnik en una reciente entrevista

Vuelvo de las vacaciones, restaurado, para retomar mi actividad laboral en la consulta en la que me esperan mis pacientes, y reinicio, un año más, el cuarto ya, el blog entusiasmado y henchido de gozo ante el unánime acuerdo de todos los que formáis Buenos tratos en alabar el afianzamiento del rumbo que decidí tomar el pasado julio. Así pues, aquí estoy. Espero que hayáis tenido unas, al menos, descansadas vacaciones; y los que no habéis gozado de días libres, pensad que ya llegará la vuestra.

Empiezo con un asunto que me ha cautivado: Durante las vacaciones, mi amiga Pilar Surjo, que habita en Addima, quien está muy al tanto de todo lo que se cuece en relación al trauma y a la resiliencia, me envió por correo electrónico un link que nos conduce a un vídeo que contiene una entrevista realizada a Boris Cyrulnik que, como ya sabéis, es un experto en estas áreas. Os recomiendo que la escuchéis y veáis entera porque deja meridianamente claros muchos aspectos que nos deben hacer pensar y actuar responsablemente a todos, pues es a todos a quienes nos atañen los niños y niñas, a toda la comunidad.

“Está usted diciendo que la carencia afectiva provoca un daño físico”- le espeta la entrevistadora a Boris Cyrulnik. Y en efecto, el psiquiatra corrobora que así es. Este experto en resiliencia subraya que el abandono emocional (la carencia afectiva), la más frecuente en nuestro planeta, es un no comportamiento que provoca muerte neuronal. Jorge Barudy también lo ha subrayado en multitud de ocasiones y foros: el abandono es tan dañino como los malos tratos físicos o emocionales.

Por lo tanto, debemos ser conscientes de ello e incidir en que lo que más necesitan los niños es el acompañamiento empático de personas que sean capaces de transmitir afectividad. Esto se hace estando con ellos, jugando con ellos, resonando sus emociones, ratificándoles en que se les quiere, contándoles cuentos, bañándose en la piscina… en suma, relación y comunicación sensibles y empáticas.Esto es lo más importante y no una habitación llena de juguetes, videoconsolas… pero un niño que pasa largas horas solo. O preocuparse de que aprendan tres idiomas, lean cuanto antes y adquieran las nociones matemáticas tempranamente. Una buena educación, la adquisición de los límites y las bases para el aprendizaje y la futura adaptación social se adquieren en el contexto de una relación con unas figuras de apego que cumplan la función de nutrir afectivamente a los niños y les proporcionen consistencia normativa.
También destaco de la entrevista el magistral punto de vista de Cyrulnik sugiriendo cómo transformar el sufrimiento, cómo reaccionar ante el mismo para convertirlo en expresión liberadora (verbal, artística, cultural...) Además, responde a cómo pueden ayudar los padres de acogida a los menores, cuál debe ser el papel del estado en la protección a la infancia, qué ocurre para que los padres maltraten a sus hijos... Es una excelente entrevista, atrapa desde el principio. En definitiva: no os la perdáis.

Para acceder a la entrevista a Boris Cyrulnik, haced clic aquí. Pilar Surjo ya ha tenido, hace tiempo, la feliz idea de divulgarla en Facebook, así que en esta red social también la podéis ver.

La semana que viene os cuento una interesante investigación presentada en el Congreso Iberoamericano de Psicología celebrado el pasado mes de julio, en Oviedo, por su autor, Rafael Benito, psiquiatra de la Clínica Quirón de Donostia, sobre el tema referido a antecedentes de bullying en pacientes con trastorno de la conducta alimentaria.