
Uno de los asuntos que más me preocupan son los fracasos en la adopción y el acogimiento familiar. Ese niño o adolescente que tras una situación de crisis no resuelta, prolongada y angustiosa para todos, debe de dejar el hogar familiar para ser
tutelado por la administración (en el caso de las familias adoptivas) O manteniendo su tutela, el régimen de guarda pasa a ser ejercido por un centro
de acogida en vez de la familia. Nuevas rupturas. Un fracaso para todos. Un
nuevo abandono, una nueva desprotección. Y muchísimo dolor. Y el niño o
adolescente que acumula daño emocional. Lo dijo Bowlby, el padre de la teoría
del apego: tan dañina es la ausencia de vínculos afectivos como la ruptura de
los mimos (y si ésta es reiterada, más daño) Sé que a algunos les cuesta
entender el concepto de daño. Cuando hablamos de daño físico, en el cuerpo,
todos entendemos perfectamente de lo que estamos hablando. Y la empatía se nos
activa para ponernos en la piel de esa persona y movilizar todo un sistema de
cuidados. Cuando el daño es en el vínculo, al ser invisible a los ojos, lo que
sólo vemos es lo que se manifiesta: alteraciones de conducta y desregulación
emocional. Esto hace que nos sea más difícil comprender a los niños que sufren heridas por
rupturas vinculares. El acento se pone más en tratar de modificar sus conductas alteradas que en mostrarles, primero, conexión emocional.
Es muy doloroso para un niño o adolescente dejar a su familia de acogida o adoptiva y volver a escenificar un nuevo abandono. Creo que los
esfuerzos de todos los profesionales deben de encaminarse a tratar de evitar por todos los medios que esto suceda. Un día en una entrevista en un periódico, afirmé que un fracaso en la adopción era un fracaso de todos los que habíamos
intervenido. Y sigo pensando que es así, que todos tenemos una cuota de
responsabilidad.
Creo que los equipos que se dedican a la complicadísima tarea de
seleccionar y otorgar los certificados de idoneidad a las familias no lo tienen
nada fácil. Quien quiere ser padre o madre vía adopción va a actuar consciente
o inconscientemente mediante un constructo llamado deseabilidad social. En
otras palabras: va a dar buena imagen de sí mismo, va a negar o minimizar
errores. Y esto hace aún más ardua y compleja la tarea de los profesionales. Teniendo esto presente, creo que los protocolos de evaluación de los solicitantes deben de incluir la evaluación de las competencias parentales fundamentales (desconozco si se hace), con el fin de detectar incompetencias severas, no susceptibles de modificación, y no conceder en esos casos los certificados de idoneidad.
Por mi parte, quiero hacer una modesta contribución sobre el particular y
ofreceros desde mis conocimientos y experiencia en estos años de trabajo con
las familias adoptivas y de acogida, qué factores he observado están asociados a los fracasos en adopción y acogimiento. Los factores no son mutuamente excluyentes:
Decisión consciente. No se buscan padres o madres ni acogedores
o acogedoras perfectos/as. Porque no existen. Se buscan padres o madres con las capacidades parentales básicas (apego seguro y empatía), porque eso les permitirá tener las bases fundamentales para ejercer una parentalidad o marentalidad con aciertos y errores pero pudiendo aprender de ellos. Sobre todo poder sentir al niño/a y empatizar con su dolor por el maltrato que haya podido sufrir. Se buscan padres adoptivos y
familias de acogida conscientes de la decisión que van a tomar: "acoger o
adoptar a un niño/a es llevarse con él también su pasado", afirmamos en nuestra guía para padres adoptivos “Todo niño viene con un pan bajo el brazo” Y el
pasado de muchos niños adoptados o acogidos contiene experiencias tempranas,
traumáticas, donde el daño que han padecido es de naturaleza relacional. Por eso
la adopción y el acogimiento son medidas de protección porque para llevarlas a cabo se
necesitan familias que puedan contribuir a reparar el trauma y el vínculo de apego
alterado. Esto debe de decirse con toda claridad y rotundidad en los procesos
de selección y formación para que las familias que hayan ido con una idea
equivocada, conscientemente, den marcha atrás a tiempo.
Informarse y formarse en
parentalidad terapéutica.
A pesar de la decisión consciente, el acompañamiento educativo
no es tarea nada fácil para ningún padre, madre adoptivo/a o acogedor/a. Ni
siquiera ser acogedor/a profesionalizado garantiza el éxito. Como Giménez Alvira escribió con ciertas dosis de fino humor en su libro titulado: “Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera”, que es ya un referente: “padre
psicólogo y madre pedagoga, la pareja ideal para adoptar” Pues no. Lo verdaderamente
crucial es primero, informarse (psicoeducarse en las consecuencias del abandono
y el maltrato y cómo afectan al cerebro/mente en desarrollo) pero sobre todo y
ante todo, formarse. Formarse como padres o acogedores que necesitan ser
“terapéuticos” para sus niños/as. Ello requiere por un lado, aprender todos los
contenidos referidos al apego, el trauma y la resiliencia, aplicados al
ejercicio de la parentalidad y cómo convertir ésta en una experiencia y
vivencia terapéutica para los menores de edad (sanadora y reparadora a nivel
emocional y de apego); y, por otra, la revisión de nuestra propia historia de
vida, de nuestro propio modelo de apego y de nuestros referenciales como
cuidadores a la hora de educar. Hay que mirar a uno mismo, conocerse y conocer
nuestro interior. Aprender a ver nuestra propia mente para poder ver la del
niño y sus necesidades y no quedar entrampados por aspectos de nuestro pasado
no resueltos que se actúan en la relación con los niños/as. Y finalmente,
acompañamiento: nutrirse de una red de apoyo donde pueda encontrar el sostén
emocional y la energía para seguir con una forma de parentalidad y marentalidad
exigente pero muy gratificante.
Exigir al niño más allá de
sus posibilidades. Expectativas poco realistas. Cuando
no se ha hecho un trabajo personal, o cuando se normaliza en exceso por
desconocer los efectos del abandono y el maltrato en el cerebro/mente en
desarrollo, nos encontramos con padres y madres que empiezan a exigir a los
niños más allá de sus posibilidades de desarrollo. Y hay que tener mucha
cautela porque los niños y adolescentes pueden “engañar” mucho: parecen muy
resueltos en algunas cosas pero en otras son sumamente inseguros. Esto pasa
mucho con la presión escolar, que se retroalimenta entre los profesores y los
padres para terminar descargándose en el
chico/a. Los niños o jóvenes pueden tener una inteligencia normal, y los
padres, madres o acogedores reciben de sus tutores el “puede hacer más”, “es
vago, si se esforzara...”, “es inteligente”, “entiendo que ha sufrido de niño pero
hay que aprobar, es lo que hay” etc. Sin darse cuenta que aprender es un acto emocional que
supone poder manejar y regular el estrés ¡Primera gran dificultad para muchos
adoptados y menores en acogida! Y segundo, ir al colegio implica también
relacionarse con otros niños y niñas, con quienes a veces por las dificultades
que tienen, no logran integrarse. Son así, rechazados/as muchas veces y esto
les hace entrar en desregulación emocional intensa y respuestas desadaptadas
que van desde deprimirse o disociarse hasta hiperactivarse. En el ámbito
familiar, por su parte, se les supone que “por la edad” deben de tener muchos
hábitos y conductas adquiridas. Pero muchos tienen niveles de auto-organización
muy bajos y no pueden dar respuestas planificadas, ordenadas y previendo las
consecuencias de sus actos. Falla el capitán
del barco, las denominadas funciones ejecutivas. Y se les pone una
exigencia que no alcanzan. Necesitan el acompañamiento y la regulación externa
de los padres, las familias, profesores y otros profesionales para conducirse.
Sé que no hay formaciones en parentalidad terapéutica en muchas comunidades
autónomas. Ni siquiera hay en algunas de ellas -por lo que me contáis muchas
familias adoptivas- un programa en postadopción. Os dejan solos y solas en
este aspecto y eso es un grave error e indefensión para vosotros/as. Algunos padres y madres, en algunas
comunidades, estáis luchando por tener al menos, un seguimiento postadoptivo
desde la administración. Pero lo que realmente se necesita, si queremos
invertir en recuperar y sanar a estos niños y niñas, es una formación en
parentalidad terapéutica. Debemos dirigir nuestros esfuerzos con las
administraciones públicas en lograr un programa formativo de esa naturaleza. En el centro Alen, en A Coruña, hay un programa en crianza terapéutica -concepto diferente del de parentalidad terapéutica- dirigido a los profesionales (médicos, maestros, profesores, pedagogos, educadores, acogedores profesionales...) que acompañan a niños con trauma complejo y trastorno del apego. Os lo recomiendo a todos/as. Para más información, haced click aquí.
Valorar su persona sólo si
hay logro. Hay padres adoptivos y familias
acogedoras que, por cómo fueron ellos educados, valoran a los demás sólo si consiguen cosas, logros, tienen méritos, aprueban… Si no, no hay
valoración o el mensaje es negativo e implícitamente se transmite (incluso con
gestos) un “no pongo a tu persona y su valor por encima de lo que consigas".
Esto los niños con trauma temprano pueden interpretarlo como que deben de
conseguir cosas para ser aceptados y queridos. Es un grave error. El niño o
niña crecerá y llegará a la adolescencia no comprendido o herido y estallará y
romperá contra los padres (o contra lo que represente a la sociedad, en una estrategia proyectiva) al no
sentirse jamás valorado y reconocido en nada.
Ausencia de receptividad
empática. Hay padres y
madres (o acogedores/as) prácticos, funcionales, normativos, que dan límites y además sancionan o castigan si se transgreden los mismos. El mensaje que se comunica es que no estamos al lado del niño cuando nos necesita. Esto por si sólo es un exceso (a veces también exceso de coerción) que conduce a adolescencias en las que los
hijos pueden romper las estructuras familiares porque no se han sentido
sentidos. Provoca rebeldía. La receptividad empática supone hacerle sentir al
niño que estoy con él siempre, se porte bien o mal. Como dice Siegel, si sólo
transmitimos a los niños/as que estamos con ellos cuando se portan bien, están
regulados, contentos, aceptan las normas, no perturban a los adultos… pues no
ejercemos una parentalidad competente y reparadora. Los niños y niñas necesitan
saber que estamos con ellos cuando sufren, no pueden regular una emoción, se
frustran, siente rabia y odio… Lo cual no equivale a dejarles hacer lo que
quieran. Supone identificar y reconocer las emociones, y validarlas. Dice
Siegel que cuando nos mostramos receptivos y devolvemos al niño que sentimos su
mundo emocional, conectamos con él. La conexión puede costar un tiempo, pero
lleva al niño, cuando se encuentra alterado, a cambiar de estado (a uno más
calmado) y a volverse poco a poco, más abierto a la disciplina. El sistema
límbico, responsable de la activación emocional, se va desactivando. La
conexión emocional fortalece la entrada en acción (y por lo tanto el ejercicio)
de los lóbulos frontales, los cuales se empiezan a activar y el niño puede
reflexionar, pensar, ver alternativas, aceptar su papel en el problema,
negociar con el adulto, prever para la próxima vez… La receptividad empática
construye el cerebro. Y no olvidemos que en el caso de muchos niños adoptados y
acogidos, su cerebro límbico está hiperexcitado por todas las experiencias de
maltrato vividas. Por lo tanto si queremos reparar tenemos que darle al niño
estas experiencias de conexión sana y sentida con un adulto tranquilo, el cual no
ha tenido en su vida. Lo mismo que le damos de comer, le tenemos que dar el
alimento de la empatía. Las familias con dificultades en esta área deben de
trabajar en psicoterapia para poder aprender a ser empáticos. En el caso concreto del acogimiento familiar los niños necesitan empatía cuando se desregulan emocionalmente antes o después de las visitas, algo que sucede con bastante frecuencia.
Ausencia de base segura para
los niños. Más que cariño
y afecto (que también) muchos niños y niñas (no digo todos/as, pero
sí en especial los de apego desorganizado, cuyo porcentaje en las poblaciones de
niños maltratados o abandonados es alto. En el ámbito de la adopción
internacional es frecuente que los niños/as tengan antecedentes de este tipo en
sus vidas y en edades tempranas claves para el neurodesarrollo y para la
adquisición de un apego seguro) los menores de edad necesitan un entorno
seguro. “Jamás te haremos daño” “Aquí estás seguro, mira a tu alrededor, no hay
peligro” Las maneras al hablar, transmitir las normas, los consejos, los
aspectos que el niño debe mejorar, al estudiar, al aprender algo nuevo, etc. Todo
lo que es autonomía, en suma, deben hacerlo con un adulto que es su base
segura. No hay que hacerle las cosas ni hacerle dependiente de los padres. Eso
no es fomentar el apego seguro sino insegurizar al niño/a. ¿Por qué necesitan
seguridad? “Levantad la mano cuántos de los padres y madres que estáis aquí en
esta sala, consideráis que vuestro hijo/a tiene un problema de inseguridad” – Les
pregunté a unos padres y madres en una formación que recientemente tuve con
ellos/as. Levantaron la mano casi todos/as. ¿Por qué esto es así? Porque la gran
mayoría no han podido tener, en las fases clave para la creación del vínculo de
apego seguro (6 y los 18 meses), una base segura. El
bebé recurre al adulto -hacia quien tiene creado el vínculo de apego seguro- cuando quiere explorar el
mundo y se encuentra con una amenaza o un peligro. Este adulto calmará,
tranquilizará y hará retornar al bebé a un estado de sosiego mediante el
contacto. Con la esperanza y la SEGURIDAD de que podrá retornar de nuevo donde él si lo
necesita, el niño vuelve a atreverse a explorar el mundo que le rodea. Los
bebés con apegos inseguros exploran menos el mundo que les rodea o lo hacen de
una manera hiperatrevida. Por eso ahora necesitan de ese adulto que les
acompañe. Es como cuando el niño monta en bici: el adulto va ayudando y, al final, termina
desapareciendo y desvaneciendo su ayuda y apoyo cuando el niño ya anda solo en
la bicicleta. De este modo debemos de proceder en los aspectos de la vida que
el menor de edad muestre inseguridad.
Ausencia de autoridad
calmada. Para transmitir y hacer cumplir las normas no hace falta montar en cólera ni ponerse los bigotes o poner la cara de un ogro. El afecto o la amabilidad y hacer cumplir las normas no son incompatibles. Por otro lado, existe un tipo de
padres y madres (o acogedores) que cuando el niño se comporta negativamente,
está alterado o no logra las metas propuestas (va en asociación con bastantes
de los aspectos anteriores) pierden el control emocional y llegan a cargar su
cólera contra aquél: castigos desproporcionados, gritos, enviarle al cuarto…
Y en los casos más extremos, insultar, desvalorizar y hasta repudiar al niño o adolescente. Éste puede a su vez, responder en la misma línea (activando el sistema de lucha/huida) y con ello, se puede instalar una dinámica maltratante peligrosa en la familia. Suelen ser padres que no pueden ver sus errores y proyectan en los niños o jóvenes pautas interiorizadas (o heridas sufridas) con sus propios progenitores. En estos últimos supuestos se puede llegar ya al maltrato y a la retraumatización del
niño/a o joven. Pueden ser padres y madres que por circunstancias transitorias y
vitales (estrés) pierden el control pero pueden darse cuenta y están abiertos a
reparar y hacer un trabajo personal en terapia para que no vuelva a suceder.
Pero también pueden ser padres y madres con incompetencias parentales no
detectadas (trastornos del apego, de personalidad y traumas no resueltos en su historia de vida)
De ahí la necesidad de evaluar las competencias parentales. El material de Jorge
Barudy y Maryorie Dantagnan en su magnífico libro está ahí dispuesto a ser
estudiado y aplicado por todos los profesionales de la protección a la
infancia: Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Manual de evaluación de competencias y resiliencia parental.
La rigidez. “O lo haces de este modo y a mi manera y
como te digo, o nada” “O lo tomas o lo dejas” “Es así porque lo digo yo” Los
niños y niñas con padres rígidos y con trauma en su desarrollo probablemente
activarán toda sus defensas para protegerse del miedo y de la inseguridad que
les produce un marco normativo férreo y una relación de apego que no contempla nunca
el punto de vista del niño, su mente (sus necesidades, emociones, formas de
pensar…) ¡Y los niños traumatizados suelen necesitar como el comer padres o acogedores que fomenten la función reflexiva! Los menores de edad se acercarán a la adolescencia con alteraciones de
conducta que tratarán de romper esa pétrea rigidez. De niños pueden ser
sumamente complacientes o conformistas para llegar a la adolescencia rompiendo
de algún modo. La rigidez consiste en no ser adaptable a las circunstancias,
necesidades, ni emociones del niño. Se puede ser coherente pero flexible. Por
ejemplo, vienen los primos a ver al niño y éste se encuentra haciendo los
deberes. Rígido: “Sólo cuando acabes tus deberes saldrás a verles” (sí y sólo sí) Coherente pero flexible: “Tiene que ser difícil hacer los deberes y
concentrarse sabiendo que han venido los primos. Los deberes son importantes
pero los hacemos todos los días a la hora (coherente); por eso hoy, por un día,
los podemos dejar para dentro de una hora, cuando se hayan ido” (flexible)
No respetar sus orígenes y
no abordar su historia de vida. Los orígenes son lo más sagrado que existe para todo el mundo. De dónde
venimos, que también tiene que ver con el quién somos. Esto es crucial para la
construcción de la identidad y la pertenencia, especialmente en la
adolescencia. Los padres adoptivos que pretenden hacer tabula rasa del pasado
del niño, que tratan de que su identidad exista sólo a partir de la fecha en la
que llega a la familia adoptiva (algo imposible), que no honran a la familia
biológica por haberle dado la vida a ese niño o niña, que no homenajean a su
país de origen y su cultura, que no quieren escuchar ningún relato del niño o niña
porque lo que van a oír no les gusta o entran en rivalidad con los padres
biológicos. Padres, madres o acogedores/as que niegan, minimizan o dicen que
son imaginaciones del niño o niña cuando éste/a cuenta o narra algo traumático
del pasado, no reconociendo su dolor, e impidiendo con ello que el niño/a pueda
beneficiarse de un relato que dé sentido a la adopción, están causando un grave
perjuicio al menor de edad con repercusiones psicológicas a largo plazo de todo
tipo.
“Yo no tengo nada que ver en
cómo se comporta este/a niño/a, las causas están en él/ella o fuera de mí” Cuando el niño o niña entra (muchas veces
porque ha habido rigidez, ausencia de receptividad empática, sólo te acepto si
consigues logros…) en una espiral de conductas desadaptadas de diversa índole y
perturba el ambiente social y/o familiar, existe un paso más que es negar
cualquier influencia mía como padre o madre en los problemas o dificultades
del niño o niña. Se empiezan a buscar otras causas: genéticas, biológicas,
psiquiátricas, escolares… con el fin de evitar la parte de responsabilidad que nos
corresponda como adultos que se relacionan con e influyen en el niño/a y por
ende, en sus respuestas, reacciones, emociones y forma de pensar.
Es posible que vosotros/as contempléis más factores de riesgo. Podéis dejar vuestros comentarios o puntos de vista sobre el particular.
No quiero terminar el post de hoy sin afirmar que conozco y trato con muchos padres y
madres, acogedores y acogedoras excelentes: solidarios, comprometidos,
conscientes, dispuestos y abiertos a colaborar en todo para ayudar a sanar y
reparar el daño vincular que el niño o niña tiene. Personas que conforman, como dice Barudy, la
manada de gente buena, de hombres y mujeres buenos/as cuya labor educativa y de
crianza con los niños y niñas es encomiable. Mis felicitaciones y
reconocimiento desde estas líneas. Por el camino de los buenos tratos, a la
larga, modificarán muchas de las defensas que los menores de edad traen consigo
y que necesitaron para sobrevivir. Parece que el post que he escrito hoy se
olvida de estos padres y madres (y acogedores) Pero no es así. He querido
subrayar aspectos importantes que creo que debemos tener todos presentes. En
especial los padres y madres que presentan más dificultades y cuyas conciencias
quiero despertar para ayudarles a activarse y a hacer cambios. Porque sus hijos/as lo merecen y necesitan.

Nos despedimos con la consuetudinaria picada, que está en total sintonía con el post de hoy: mi colega Paloma López Cayhuela (a quien no tengo el gusto de conocer en persona) acaba de publicar, en la editorial Desclée de Brouwer, dentro de la colección AMAE (que sabéis que se caracteriza por presentar temas y contenidos útiles, para el gran público, con ejercicios prácticos y sencillos, que sin dejar a un lado la reflexión, se puedan aplicar en nuestro entorno de modo eficaz y con sabiduría), un gran libro titulado: “Educar amando desde el minuto cero” Nada más tener noticia de su aparición, me he acercado al mismo y lo he devorado con fruición y gran gusto. Esta obra cuadra perfectamente con los contenidos de este blog y con los temas que tratamos aquí: el respeto total por el niño. Pero es que además, el libro se lee con ganas, con entretenimiento, deseando pasar de página y continuar avanzando en sus capítulos. Combina acertadamente (como debe ser en la colección AMAE) la reflexión con ejercicios prácticos aplicables que nos invitan a pensar con cuidado sobre cómo ejercemos nuestra parentalidad. Interesando tanto a familias biológicas como adoptivas porque sus presupuestos son aplicables a toda forma de parentalidad, Paloma, en complicidad con nosotros, nos dice que para educar niños sanos tenemos primero que “sanar nuestro niño” Ella ante todo, hace que nos demos cuenta de que necesitamos un trabajo de preparación personal a la parentalidad y marentalidad; para después, invitarnos a que revisemos las herramientas que tenemos para ejercer el papel de padre o madre competente. Ya sabéis que esa es la palabra clave: competencia. Pasado el prólogo, nos adentra en un capítulo donde nos propone que mientras esperamos al niño, hagamos de ésta una espera reflexiva: cómo nos fue cuando éramos niños y pensar sobre las prácticas educativas que sirven y las que no sirven. Termina este primer capítulo animándonos a que revisemos nuestra inteligencia emocional aplicada a la tarea de ser padre o madre y propone el concepto de padres realistas.
En el segundo capítulo nos lleva de la mano tratando de sacudir nuestras conciencias para que “no pidamos peras al olmo”, esto es, para que eduquemos al niño real y no a aquél que nuestra mente desea porque idealizó a la criatura. Entonces se puede empezar a no ver al niño, ni sus pensamientos, ni sus emociones, ni sus intenciones… con los consiguientes perjuicios a su desarrollo. Esta es la gran pregunta a responder: ¿qué esperamos del hijo? En el tercer capítulo, nos habla Paloma de la pareja: el antes y el después de ser padres: las cosas van a cambiar, y mucho, con la paternidad o la maternidad. En el capítulo cuarto, perfila lo que es una relación que educa desde el minuto cero: la que fomenta el apego seguro, por eso dedica gran parte de este capítulo a hablarnos del apego.
En el quinto capítulo revisa algunas de las claves que permitirán a los padres desempeñar su papel ajustándose al perfil de lo que ella llama los padres realistas, los que no se crean falsas expectativas, proponiéndonos unos puntos que son fundamentales tener en cuenta a la hora de educar.
En el sexto y último apartado, Paloma versa sobre la formación para padres y madres: lo que no debe ser y lo que debe ser. Todo ello como digo, explicado de manera comprensible, entretenida y sentida, informando y formando, tanto en lo teórico como en la reflexión práctica: sus hojas al final de cada capítulo, tituladas recuerda (resume lo principal de cada capítulo) y reflexiona (plantea unas preguntas que nos invitan a acercar y pensar detenidamente el contenido de cada capítulo aplicándolo a nuestra vida particular) son metodológicamente un acierto porque ayudan a aprender y a trabajarse personalmente.
En suma, un libro recomendable cien por cien al cual le vais a sacar un gran aprovechamiento. Felicito a Paloma por esta gran aportación. Como siempre digo, libros sesudos sobre psicología hay muchos; libros que sepan llevar al gran público la psicología, sin perder rigor y verdaderamente terapéuticos y educativos, no tantos. El de Paloma López Cayhuela es uno de ellos.
Cuidaos / Zaindu