domingo, 10 de octubre de 2021

Entrevista a Jorge Barudy en la revista Pikara: "La familia nuclear es un factor que facilita el maltrato".





Con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, creo que es importante recordar que el maltrato, el abandono y el abuso sexual son duras experiencias adversas relacionadas con la salud mental. Tal y como refiere Iciar García, psicopedagoga y traumaterapeuta sistémica por el IFIV de Barcelona, profesora en la Universidad de Burgos, "numerosas investigaciones han concluido que el abuso sexual en la niñez reportado por adultos, se asoció con una amplia gama de trastornos y problemas psiquiátricos, que incluyen: depresión, fobias, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de pánico, trastorno de estrés postraumático, trastornos sexuales e ideación suicida. Lo mismo ocurría con adultos que habían informado de abusos físicos y abusos emocionales o informaban de ACEs (Adverse Child Experiences) y que igualmente reportaban tipos de trastornos psicológicos y psiquiátricos. La negligencia se asociaba además con desórdenes de personalidad". (García, 2019)

Por ello, difundo desde el blog de la Red Apega, Buenos tratos, esta entrevista a Jorge Barudy, co-director de la Red, en la cual nos habla de los malos tratos y de la necesaria visión epigenética a la hora de explicar el origen de los trastornos mentales. Jorge, neuropsiquiatra, especialista en trauma co-director del postgrado de ©traumaterapia sistémica, es un experto en violencia contra la infancia de referencia internacional y superviviente de torturas por parte del régimen de Pinochet en Chile.

La entrevista la ha realizado Julia Velilla Rambla, el día 28 de julio de 2021 y ha sido publicada en Pikara, online magazine.


Jorge Barudy


"La familia nuclear es un factor que facilita el maltrato"

(Jorge Barudy)


Jorge Barudy (Villa Alemana, Chile, 1949) es neuropsiquiatra, psiquiatra infantil, terapeuta familiar y psicoterapeuta. Encarcelado y torturado en 1973 por la dictadura de Pinochet en Chile, es uno de los principales especialistas en maltrato infantil a escala internacional por sus múltiples aportaciones en la psicología del trauma. Entre las más revolucionarias, la relación que estableció en 1998 entre maltrato infantil y tortura en El dolor invisible de la infancia (Editorial Paidós): «A diferencia del niño maltratado o abusado sexualmente, el adulto torturado o violado por su verdugo podrá mantener la identidad mientras pueda reconocerse como víctima». Actualmente, dirige el Centre Exil en Barcelona, una oenegé dirigida a la atención terapéutica para personas traumatizadas por distintos tipos de violaciones de los derechos humanos. Sus últimos trabajos se centran en la noción del paradigma del buen trato, junto a la psicóloga y psicoterapeuta Maryorie Dantagnan (autora del libro Los buenos tratos en la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia), y en la investigación sobre resiliencia infantil.


¿Qué diferencia el maltrato infantil de otros tipos de malos tratos?

El maltrato infantil es el peor de todos los maltratos porque pone de manifiesto una diferencia importantísima de poder entre el adulto maltratador y el niño maltratado. Para desarrollarse de una manera sana, la infancia necesita cuidados, estimulación, educación y protección por parte de los adultos; la gran paradoja es que precisamente el adulto que debería proporcionarle al niño o a la niña toda esta lista de recursos es justamente quien le hace daño. Las situaciones más dramáticas se dan cuando es el padre o la madre quien inflige el maltrato: esto produce un daño que hoy en día, de acuerdo con todas las investigaciones que existen, es considerado la base de la mayor parte de las enfermedades mentales y los trastornos psicopatológicos. Es por este motivo que afirmo que un hombre o una mujer que maltrata a sus hijos, produciéndole secuelas casi irreversibles, pierde el derecho a ejercer de padre o de madre, a pertenecer al grupo. Pasan a ser solo progenitores o progenitoras.

¿Estos progenitores y progenitoras son los únicos responsables del maltrato infantil intrafamiliar?

No, hay que dejarlo muy claro. La mayoría de estas personas han concebido a sus hijos e hijas sin ostentar las competencias necesarias para acompañarlos de forma sana en su desarrollo. Y lo han hecho porque, directamente, ellas mismas no tuvieron la oportunidad de asimilar dichas competencias necesarias para la crianza, habilidades que son adquiridas. Es decir, que si no has tenido una crianza suficientemente bien tratante de niño o niña, el riesgo más grande es que tú puedas hacer daño a tus propias crías. A ser padre y madre se aprende; no solo en el entorno familiar, sino también en el entorno sociocultural. Así que, cada vez que un padre o una madre maltrata a su hijo, está denunciando a su vez la incompetencia de la sociedad en el desarrollo político de la protección adecuada, que debería permitir una detección precoz de estas tragedias e una intervención coherente.

¿Poniendo de manifiesto como de adultocentrista es el sistema? El adulto al centro, el niño y la niña, quién sabe dónde.

Exacto. Los niños y las niñas no tienen poder en nuestro sistema social, sino que son dependientes del mundo adulto. Quien rige los sistemas de gobierno son los adultos y, en consecuencia, las políticas públicas siguen enfocadas a satisfacer las necesidades y los deseos de los adultos. Un niño o una niña no tiene derecho a decidir quién será senador, diputado o alcalde, y esta dependencia en términos de poder explica parte de su vulnerabilidad. La otra parte es la dependencia biológica para no morirse: nacemos siendo totalmente dependientes de los cuidados de los adultos. Lo que es maravilloso, y la comparación me parece interesante, es que, gracias a la lucha de las mujeres, las condiciones de la infancia van mejorando. Aunque, desgraciadamente, no creo que vayamos a tener un 8 de marzo en el que los niños y las niñas salgan a la calle a manifestar su derecho a tener derechos.

«Si la vergüenza del siglo XX fue el genocidio, la vergüenza del actual sistema neoliberal es el infanticidio estructural» 

El maltrato infantil es una violencia estructural. ¿Cuáles diría usted que son sus causas?

La que más me tormenta a mí, que tengo mi pasado, es el fascismo financiero: el dominio de la avaricia por encima de la solidaridad, del mercado por encima de las necesidades humanas reales. Creo que, si hay que buscar un culpable último del maltrato contra la infancia, no solo en nuestro país, sino en todo el mundo, es este. Los niños sufren, y no precisamente a distancia, sino aquí mismo. No hay ningún político en España, como sí pasa en algunos países nórdicos, que ponga la infancia como prioridad. Los políticos españoles han decidido avalar este modelo de violencia subliminal. Volviendo a la pregunta de la responsabilidad, los padres y las madres tienen al menos una atenuante, y es el de no haber sido protegidos de niños, cuando fueron maltratados. En cambio, los responsables del contexto, es decir, la clase política, que permite que este infanticidio siga pasando, no tienen ningún atenuante. Si la vergüenza del siglo XX fue el genocidio, el Holocausto, el genocidio armenio, etc., la vergüenza del actual sistema neoliberal es el infanticidio estructural.

¿Se maltrata más con el modelo de familia nuclear que con el modelo de familia extensa?

Es una pregunta para reflexionarla. Evidentemente, la nuclearización de la familia es un factor que facilita el maltrato. La urbanización centrada en los intereses privados y el aislamiento social, construido desde la perspectiva financiera, hace que los niños y las niñas vivan encarcelados en familias mononucleares y no puedan gozar de otras formas de apoyo social. Cuando el barrio existía, los niños estaban en la calle y se ayudaban y socializaban entre ellos. Hasta las familias podían compensarse la incompetencia y los déficits las unas a las otras. Al barrio lo ha hecho desaparecer el modelo organizado del mercado, y lo mismo ha pasado con la familia extensa. Por suerte, aún existe en algunos países del sur de Europa; en España, por ejemplo.

¿Cuáles son los pros y los contras de la nueva ley de protección a la infancia?

Es importante que se haya promulgado, pues el mero hecho de que los diputados y diputadas la hayan aprobado en su amplia mayoría demuestra que hay una sensibilidad. Una de las reflexiones de quienes trabajamos en la práctica es que existe el riesgo que sea papel mojado. Porque una cosa es aprobar la ley y otra es la aplicación de esta ley. Si se aplicara, sería una oportunidad para mejorar la condición humana del pueblo español, que depende de lo que hagamos con la infancia. Pero para ello se necesita un cambio cultural, sobre todo en lo que refiere a los operadores del sistema judicial: los magistrados y los servicios de protección. El gran desafío es justamente este: la poca formación de los profesionales en relación con el trauma provocado por los diferentes malos tratos. Se han hecho esfuerzos, pero falta políticas de protección que integren los nuevos conocimientos de las investigaciones científicas. Por otro lado, es una ley que acorta por relativista: siempre está el concepto «salvo excepciones». Estas excepciones favorecen a los adultos, no a los niños. La ley no es clara, deja espacios: está escrita en función de los adultos. Como clínico, trabajando la cotidianidad con niños y niñas afectados por malos tratos, uno espera más. Espera que el mundo adulto se posicione de una forma más clara, porque nuestra infancia es el mayor bien comunitario de nuestra especie. Se trata de una ley muy abstracta y, en algunos casos, incluso obsoleta. Por ejemplo: la ley hace hincapié en la parentalidad positiva. Este es un concepto típico de la posmodernidad, que no tiene nada que ver: la parentalidad no es positiva ni negativa, la parentalidad es bientratante o maltratante. Hay que decir las cosas como son.

«La cultura sigue dominada por el principio de la patria potestad, de la consanguinidad» 

¿Es posible erradicar el maltrato infantil? ¿Qué hace falta cambiar para ello?

Claro que es posible. El antídoto contra el maltrato es el buen trato. Y el buen trato implica un cambio de base de los modelos culturales, sobre todo en la representación de los niños y las niñas como sujetos de derecho y en la mejora de las condiciones de las madres y las familias. Si las políticas públicas se dedicaran a sostener a las madres, juntamente con sus crías, se convertiría en un factor protector muy significativo. Y, cuando esto no pasase, es la comunidad quien debería tener el deber de ofrecer recursos alternativos a los niños; por desgracia, la cultura sigue dominada por el principio de la patria potestad, de la consanguinidad. Hay un retroceso negativo: el neomachismo es una realidad.

¿Qué es un buen trato?

Maryorie Dantagnan y yo mismo somos los autores del paradigma del buen trato. Trabajamos muchos años para poder explicarlo. El buen trato es una estructura de relaciones interpersonales y es también una producción social. Tiene que haber un buen trato en la familia nuclear y en la extensa, así como tienen que ser bientratanes las políticas públicas. Definimos el buen trato como la capacidad que tenemos los adultos de proporcionar lo que un niño o una niña necesita, es decir, nutrición, pero no solo en el sentido de una alimentación saludable, sino también una nutrición afectiva. Conectarse mediante la mirada, la sonrisa, el contacto físico, coger al bebé en brazos, cantarle una nana, dedicarle tiempo, no dejarle llorar. Hay un señor que se llama doctor Eduard Estivill,que, afortunadamente, no tengo el gusto de conocer, que pregona que hay que dejar llorar a los niños para que aprendan a dormir solos. ¿Qué historia tendrá en su biografía para tener un trastorno tan grande con la felicidad de la infancia?

¿Y qué tenemos que plantearnos para bien tratar a los niños y a las niñas?

Las criaturas necesitan la estimulación amorosa del adulto para desarrollarse, porque su cerebro se desarrolla gracias a la estimulación y la calidad de las relaciones interpersonales. Cuando esto no pasa, los niños no se desarrollan. Lo vemos en los huérfanos de Ceausescu, esos niños abandonados en una especia de orfanato en Rumanía que no recibían ningún tipo de estimulación ni contacto físico. La educación también es muy importante. Cuidado, porque educar no es enseñarlos a «portarse bien»: cuando se le dice a un niño eso, significa que queremos que se comporte para satisfacer las necesidades de los adultos. Los niños tienen que recibir una educación valórica, aprender a respectarse a sí mismos y a los demás, y a estimar al resto de habitantes del planeta, al medio ambiente, al diferente. La base de la educación es afectiva, porque, si yo no me siento querido, no podré integrar todos estos valores. También la capacidad de protección es una habilidad importantísima dentro del paradigma de los buenos tratos: tiene que estar centrada en los pequeños, permitirles explorar el mundo. No puede ser una sobreprotección, sino una protección acompañada. Y la promoción de la resiliencia, claro, para afrontar las adversidades y aprender de ellas. Adquirir nuevas formas de afrontar el mundo equivale a adquirir nuevas formas de desarrollo.

Están saliendo a la luz varios colectivos que hacen activismo antipsiquiátrico en el Estado. ¿Usted, como psiquiatra titulado, diría que la psiquiatría es una institución violenta?

Claro que la psiquiatría es violenta. Yo mismo me considero un psiquiatra antipsiquiatra. De hecho, como refugiado político, me incorporé a la lucha antipsiquiátrica en Trieste, junto a Franco Basaglia. Es terrible el hecho de caer en manos de un psiquiatra o una psiquiatra que no trabaje desde una perspectiva sistémica, es decir, desde la capacidad de entender que el sufrimiento mental tiene que ver con el daño que se le ha hecho a una persona, incluso desde el momento en el que fue concebida. La psiquiatría no es comprensiva, es descriptiva, clasifica a la gente. Claro que hay un cambio, pero los psiquiatras son los más lentos y reaccionarios a aceptar que las enfermedades mentales tienen que ver con las historias de vida. Por ejemplo, es mucho más fácil en el caso de la infancia hacer un diagnóstico de TDAH y colarle a un niño una enorme cantidad de medicación, aunque muchos de estos fármacos sean tóxicos a medio o largo plazo. Solo un siete por ciento de los diagnósticos de TDAH pueden tener un origen epigenético.

¿Epigenético?

Actualmente existen dos revoluciones que fomentan lo que voy a decir: son la revolución epigenética y la revolución neurocientífica. Desde los años 60 se sabe que el entorno tiene capacidad de modificar los genes. No el ADN, pero sí la capacidad de los genes de transmitir información a las células. Eso es lo que llamamos epigenética. Lo que quería decir con esto es que la psiquiatría encasilla a la gente, la condena. Le dice: usted tiene un trastorno bipolar. Pero no le pregunta: ¿cuál es su historia? ¿Cómo ha llegado hasta aquí? La esquizofrenia, que sigue siendo un trastorno muy misterioso, el autismo y algunos trastornos de base neurológica podrían ser epigenéticos. Muchos de ellos pueden tener que ver con la atención perinatal: niños y niñas que fueron mal atendidos durante el trabajo de antes y después del parto. En lo que refiere a la revolución neurocientífica, demuestra que el desarrollo sano de los niños y niñas no depende tanto del material genético, que juega un rol bastante secundario, sino del entorno y de la calidad de las relaciones interpersonales que los adultos sean capaces de ofrecer a la infancia ya desde su vida intrauterina.

Familias migrantes y pobres, especialmente las monomarentales, se están organizando para denunciar la sobreintervención que padecen por parte del sistema de protección de la infancia aquí, en el Estado español. ¿Están bien enfocada estas intervenciones por el interés superior del niño y la niña?

Claramente, no. El sistema de protección maltrata tanto por sobreintervención como por infraintervención y por una falta negligente de recursos. La sobreintervención en ciertas esferas sociales perjudica tanto a los hijos de familias pobres como a los hijos de familias favorecidas, donde la violencia está mucho más invisibilizada. Si eres hijo de migrantes y tienes la piel más oscura al menos tienes más posibilidades de que tus trastornos llamen la atención de la escuela y de los servicios sociales, eso beneficiaria estos niños si la intervención fuese adecuada. Por desgracia, muy a menudo se dan exageraciones e incomprensión de lo que significa ser madre de una familia monomarental y en situación migrante. Estas mujeres deberían ser un ejemplo: han huido de sus países para ofrecer una vida mejor a sus hijos y a sus hijas. En este sentido, quiero decir algo, aunque pueda enfadar a los sectores feministas: el feminismo tiene que apoyar a las mujeres migrantes. Veo la solidaridad feminista en el barrio, en mujeres que se ayudan entre ellas, creando redes maravillosas.

¿Qué es la resiliencia?

Lo que busca la resiliencia es conceptualizar una capacidad existente de los seres vivos para afrontar la adversidad, incluso en situaciones traumáticas, y mediante esta experiencia, desarrollar un aprendizaje. Esta es la definición de resiliencia según Boris Cyrulnik. Creo que lo más revolucionario es el hecho de saber que la resiliencia es una producción social. Se adquiere gracias al amor: la habilidad de enfrentar la adversidad es el resultado del apego seguro, de sentirse querido. Cyrulnik lo llama resiliencia neuronal y nosotros, Maryorie Dantagnan y yo, lo llamamos resiliencia primaria. La vemos en aquellos niños que han sido bien queridos, concebidos desde el amor, que han gozado de una ecología uterina saludable y un buen trato en sus primeros años de vida, que son los más importantes. Ahora bien: que tú no hayas disfrutado de una resiliencia primaria no significa que esto condene tu vida, esto depende de la resiliencia secundaria. La resiliencia secundaria hace referencia a las experiencias interpersonales y los vínculos afectivos alternativos a la familia: la escuela, los vecinos, los movimientos sociales… El hecho de sentirte querible, reconocido como afectado, como víctima de una injusticia, crea la resiliencia secundaria. Es el valor terapéutico de la solidaridad. De forma espontánea, gracias a la resiliencia, tu cerebro evita que, cuando seas padre o madre, repites el horror. También el humor es una fuente de resiliencia, así como la espiritualidad, no en el sentido alienante, sino la espiritualidad liberadora, trascendente, cósmica.

Desde los feminismos, por hacer un paralelismo, se dice que no hay que enseñar a las niñas a defenderse, sino educar a los niños para que no maltraten. Esta misma crítica se le podría hacer al concepto de resiliencia infantil: ¿las criaturas tienen que ser resilientes o somos las personas adultas quienes debemos cambiar?

Esta crítica se le podría hacer, pero es fruto de la mala utilización política del concepto. Por un lado, hay quien asegura que la resiliencia es genética y eso es mentira. Se trata de una producción social, como ya he explicado. La resiliencia no borra el sufrimiento. Tú eres resiliente y yo también lo soy, pero yo no borro, ¿cómo podría borrar? Quedan las cicatrices, que, de cuando en cuando, duelen, pero no determinan mi vida. Mis torturadores querían que fuera así: querían que me saliese de la lucha política, hacerme desaparecer. Pero no lo consiguieron, y no porque yo sea más fuerte que otras personas, sino porque gocé de unas condiciones sociales que me permitieron desarrollar la resiliencia. La otra mala utilización política que se puede hacer del concepto es ¿para qué invertir en el bienestar de la gente, si la gente puede ser resiliente? Eso es manipulación y violencia institucional. La resiliencia no es eso. La resiliencia pasa por el hecho de que los niños y niñas que fueron maltratados se comprometan con la lucha política para eliminar las causas estructurales del maltrato infantil. Los hombres y las mujeres sudamericanos tienen muy claro que la lucha es un factor social para probar la resiliencia, y que no debe ser una lucha individual, sino una lucha social, colectiva. Cuando hablo de nuevas formas de desarrollo, me refiero justamente a esto: la persona resiliente es una activista. Contribuye a la causa para que nadie más tenga que pasar por lo que te paso a ti o lo que me pasó a mí.

REFERENCIAS

García Varona, I. (2019). Proyecto Valientes. Facultad de Educación. Universidad de Burgos. Documento no publicado.

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