lunes, 10 de octubre de 2022

"Cuidado maternal y amor", John Bowlby en 27 pasos (II y final)


Continuamos con la segunda parte del artículo dedicado a Bowlby y a ese magnífico libro titulado: “Cuidado maternal y amor”. 70 años contemplan este libro y lo que en él se expresa está totalmente de moda y se hace más necesario que nunca. Es una llamada a todos los profesionales que cuidan y protegen a la infancia, a que tengan en cuenta los postulados bowlbyanos acerca del daño a largo plazo en la salud mental y física que produce en los primeros años de vida la separación, pérdida o alteración (por abandono o maltrato) del vínculo de apego (termino designado para nombrar el lazo afectivo y duradero que une al bebé con su figura de apego principal, usualmente la madre)


Libro "Cuidado maternal y amor" de John Bowlby


En el anterior artículo, expuse los catorce aspectos más importantes del primer capítulo de este libro. Uso el término pasos porque es una palabra que se emplea en alta gastronomía para presentar los platos secuencialmente de acuerdo con una lógica (sabores, olores, primeros, segundos, terceros, postre, postpostre… Excursus: como veis, la gastronomía me pierde) En este caso, la lógica de estos pasos tiene que ver con las diferentes situaciones a nivel de afectación al desarrollo y al vínculo de apego que un infante puede sufrir.

Vamos, pues, con los 14 pasos que quedaban pendientes. Haré comentarios, si lo considero necesario (en cursiva es texto original de John Bowlby) Dentro de unas llaves […] irá mi comentario. 

15) Los resultados adversos [se refiere a los que provocan la separación, la interrupción de los cuidados y la pérdida de la figura materna] pueden evitarse durante el primer año de vida si los niños reciben el cariño de un sustituto materno. El cuidado de dicho sustituto, aunque no sea del todo adecuado, es indispensable y debe siempre procurarse. [Bowlby es el primero en preconizar la importancia de los acogimientos familiares cuando el bebé no tiene una figura de apego disponible o esta le daña. Hemos tardado muchos años, desde 1953, en darnos cuenta de que los orfanatos o los centros de acogida, son dañinos para los bebés, si no cuentan con una figura de apego exclusiva para el niño (no suelen contar con ella) Todo el sistema de acogida de urgencias con el que contamos actualmente se basa en esta constatación de John Bowlby. No debería haber ningún solo niño en un centro por debajo de los seis años, pues (sobre todo entre los seis y los dieciocho meses) es un periodo crítico para la conformación del vínculo de apego y el neurodesarrollo. Sin embargo, todavía no se hacen todos los esfuerzos que se deberían hacer para que todo niño/a cuente con una figura de apego en una familia “suficientemente buena”, parafraseando a Winnicott (1993) Sabemos que de esto depende el bienestar futuro de los niños y niñas, y que además, el gasto en salud mental y política social serían, a largo plazo, menores]

16) Los niños y niñas que han tenido una relación íntima y amorosa con sus madres son los que más sufren. Los que han sido criados en instituciones y no han tenido ninguna figura materna permanente no muestran respuestas de este tipo, pues su vida emocional ya está afectada. [Sabemos perfectamente lo perturbado que queda el vínculo de apego cuando los bebés crecen con nulo contacto y comunicación humanas, afectiva y cognitivamente. Los trastornos reactivos de la vinculación, así llamados en la actualidad, son frecuentes en niños y niñas que han padecido situaciones prolongadas de crianza en aislamiento. De esto que estoy comentando, desgraciadamente, saben mucho un buen número de familias adoptivas que siguen el blog]




Foto: el embarazo.net




17) Al tratar casos nuevos de este tipo hemos intentado efectuar un proceso de “separación en etapas lentas” para reducir sus consecuencias en el niño. Aunque esto ha resultado beneficioso con niños de tres o cuatro años en adelante, hemos descubierto que muy poco puede hacerse para evitar la regresión (es decir, la vuelta a una conducta más infantil) cuando se trata de niños entre uno y medio y dos años y medio. Los infantes de esta edad pueden tolerar cambios repentinos y separaciones de un día sin un efecto visible. Pero cuando estas últimas son más largas, tienden a perder sus lazos emocionales, a retroceder en sus instintos y a regresar en su conducta. [Lo que me viene a la mente es que esta constatación, hecha por John Bowlby, legitima aún más el principio jurídico que defiende el abogado Hernán Fernández del derecho a los "buenos vínculos". Cuando se hacen acogidas de urgencia y los niños alargan su estancia (por temas burocráticos o porque no hay familias) con dicha familia dos o tres años, o más, este vínculo (si es bueno) no debería romperse, y los infantes no deberían nunca ser adoptados u acogidos por otra familia. Todavía hay mucho que avanzar en este terreno, pues son dramáticas muchas de las situaciones que viven los niños y sus familias. Del mismo modo, las propuestas de revinculación con la familia biológica, cesando un acogimiento, no deberían de producirse porque estamos rompiendo ese vínculo de apego creado con los acogedores. Aquí normalmente prevalece el derecho de los padres biológicos, a reclamar al niño como una posesión, que el derecho del niño a los buenos vínculos. Además, muchas de las decisiones de retorno a la familia biológica suelen hacerse basándose en presupuestos funcionales como empleo, casa y medios económicos, y no valorando competencias parentales, lo fundamental para cuidar y criar suficientemente bien. De este tema sabe mucho Cristina Herce, psicóloga experta en acogimiento familiar. Recordamos su excelente colaboración con este post hace unos años]

18) Las dolorosas consecuencias de estas experiencias [se refiere a la pérdida o interrupción de los buenos vínculos] a nivel inmediato, aunque no siempre son obvias para el observador inexperto, también son con frecuencia inquietantes para el experto. Las más comúnmente observadas son:

Una reacción hostil hacia la madre al momento de reunirse con ella

Una excesiva exigencia para con la madre o madre substituta, en que una intensa posesividad se combina con una forma personal de insistencia, celos exagerados y violentas manifestaciones de enojo.

Un alegre pero superficial apego a cualquier adulto dentro de la órbita del niño

Un retraimiento apático frente a cualesquiera enredos emocionales, combinados con movimientos estereotipados del cuerpo y, algunas veces, golpes en la cabeza.

19) Conviene decir algunas palabras de advertencia respecto de los niños que responden apáticamente o con una alegre e indiferenciada actitud amistosa, ya que las personas ignorantes de los principios de salud mental habitualmente se engañan con ellos. Mientras permanecen en la institución no hay motivos obvios para preocuparse, pero cuando se van su equilibrio se rompe, y se hace evidente que su adaptación era falsa y no estaba basada en un verdadero crecimiento de la personalidad. También hay quien manifiesta satisfacción al creer que un niño ha olvidado por completo a su madre. Generalmente, esto no es cierto porque la llama cuando está angustiado.


Foto de niño retraído
Obtenida de El Norte de Castilla


20) Naturalmente, los tipos particulares de reacción demostrados por diferentes niños variarán y dependerán enormemente de las condiciones en que vivan. Por ejemplo, en una guardería de Hampstead, hizo aparición una madre sustituta. Entonces, los niños que se habían mostrado adaptables y complacientes en condiciones de grupo, de repente se volvieron intolerablemente exigentes e irrazonables. Sus celos, y sobre todo, su posesividad del adulto amado pueden ser ilimitados. Fácilmente llegan a ser compulsivos cuando la relación de madre no es una experiencia nueva y ya ha ocurrido una separación de una madre real o (y) una antigua madre sustituta. El niño se aferra de una manera exagerada al sustituto materno con la íntima convicción de que el distanciamiento volverá a repetirse. [Desgraciadamente, estas experiencias les resultan conocidas a muchos acogedores y adoptivos, especialmente los que tienen niños que han sufrido varias rupturas del vínculo de apego, han pasado por instituciones y han sido final y definitivamente acogidos o adoptados por una familia competente. Cuando estos se van a trabajar o los llevan al colegio, sobre todo, refieren que el niño se aferra, se torna posesivo e incluso carga con una inusitada rabia tanto en la separación como el reencuentro posterior. Puede ser un niño, además, celoso, que no tolera un tercero en la relación. Esto suele atribuirse al carácter del infante, cuando en realidad vemos que es un rasgo de trastorno del apego. Es necesario valorar muy bien la competencia parental en los acogimientos y adopciones, porque, después, la posterior ruptura daña al niño y perjudica sus futuros emplazamientos en otras familias. Es más, hay algunos niños ya mayores, que las rechazan de plano y prefieren la vida en el centro de acogida; pues se anticipa el dolor, tanto de apegarse como de que se pueda romper ese apego -porque ya pasó]

21) Muchas madres cuyos pequeños han estado separados de ellas durante semanas o meses pueden confirmar o ampliar estas observaciones. Algunas veces, en el momento de la reunión, el niño está emocionalmente congelado, no puede expresar sus sentimientos y, en ocasiones, ni hablar. Después, como en un torrente, sus sentimientos se descongelan. Los sollozos van seguidos de (si pueden hablar) un acusador: “¿Por qué te fuiste, mamá?” De ahí en adelante, durante muchas semanas o meses, nunca quiere perder a su madre de vista, se comporta como un infante, se muestra ansioso y se enoja con facilidad. Si se actúan sabiamente, estos males desaparecerán poco a poco, aunque no debe olvidarse que queda el peligro real de cicatrices psíquicas ocultas que pueden abrirse más tarde en la vida y dar lugar a padecimientos emocionales. 

22) El mal comportamiento penado con rechazo y castigos crea más regresión, más exigencias, más explosiones de enojo. De esta forma se crea la personalidad neurótica inestable, incapaz de adaptarse a sí misma o al mundo, incapaz, sobre todo, de establecer relaciones amorosas y leales con otras personas. [Por eso somos partidarios siempre de las técnicas eficaces para educar basadas en el apego, y estamos por la labor de la erradicación de cualquier forma de maltrato al niño o niña, incluidas las tristemente famosas y aún legitimadas, las supuestas bofetadas a tiempo]

23) Por muy inquietante que sea esta secuencia de hechos, es casi sin duda menos siniestra que el caso del niño que responde encerrándose en sí mismo o manifestando una actitud amistosa indiscriminada y superficial.

24) ¿A qué edad podríamos preguntarnos, deja un niño de ser propenso al daño por falta de cuidado materno? Todos los que han estudiado el problema convendrían en que los tres y los cinco años, el riesgo todavía es grave, aunque mucho menos que antes. Durante ese periodo los niños ya no viven exclusivamente el presente, y en consecuencia pueden pensar que sus madres regresarán, lo que resulta imposible para un niño de menos de tres años. Además, la capacidad de hablar permite explicaciones sencillas, y el niño está más dispuesto a comprender el papel del sustituto materno. 

25) La confirmación de lo anteriormente descrito se encuentra en una serie de valiosas historias de casos de algunas docenas de niños cuyos síntomas neuróticos surgieron o empeoraron debido a su separación de la madre, experiencias todas ellas que tuvieron lugar en hospitales [Todavía en algunos hospitales no conocen las adversas consecuencias que las separaciones maternas tienen, y esto hoy en día]

26) Los niños, emocionalmente, a estas edades [cero a cinco años] no se bastan a sí mismos. 

Foto: centroeleia.edu


27) Aunque hay motivos para creer que todos los niños de menos de tres años, y mucho menos entre tres y cinco, sufren por la privación, en aquellos entre cinco y ocho quizás solo sea una minoría la que se ve afectada. Aquí surge la pregunta, ¿por qué unos sí y otros no? A los niños de esta edad les es mucho más fácil tolerar la separación si su relación con la madre es buena. Un niño feliz, seguro del amor de su madre, no se vuelve intolerablemente ansioso; el niño inseguro, dudoso de los buenos sentimientos de su madre hacia él, puede interpretar erróneamente los hechos. La creencia de que ha sido apartado del hogar por malo produce ansiedad y odio, y estos a su vez crean un círculo vicioso en sus relaciones con sus padres [Las narrativas que se les proporciona a los niños sobre las razones por las cuales se ha producido una separación de sus padres -esta es siempre dolorosa, aunque esté justificada por los malos tratos prolongados que el niño/a sufre por parte de sus progenitores-, todavía hoy en día es, por parte de muchos técnicos, culpógena; normalmente al niño/a se le devuelve que ha sido por su conducta negativa, sin realmente ser honestos y devolverles que él o ella no es en absoluto culpable del modo en el que le maltrataron o descuidaron. Los niños/as viven como un castigo la medida de protección. Si el propio niño/a ya se culpa por los malos tratos recibidos, si el mensaje explícito o implícito es el de atribuirle a él la causa de los problemas, estamos haciendo más daño. Esto hará que sufra ansiedad, problemas de conducta, odio, fugas… A veces explícitamente no se les dice que ellos son culpables, pero se les deja entrever que algo malo se derivará de su declaración: “¿eres consciente de lo que puede pasar si dices eso?” Cuando en realidad deberían decirle: “Eres un valiente por haber dicho lo que has dicho, nuestro deber ahora es protegerte, es normal que sientas miedo y otros muchos sentimientos, pero no estás solo y te vamos a apoyar, porque tú no tienes la culpa de nada”]

Así, los niños entre cinco y ocho años que ya sean propensos a perturbaciones emocionales pueden empeorar por una experiencia de separación, mientras que los niños seguros, de la misma edad, pueden salir de ella casi ilesos. Asún así, en ambos grupos mucho dependerá de la manera como se prepare al niño para la situación, como se le trate durante ella y de la actitud de la madre a su regreso.



REFERENCIAS

Winnicott, D. W. (1993). Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Estudios para una teoría del desarrollo emocional. Buenos aires: Paidós.

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