lunes, 21 de octubre de 2019

La traumaterapia de Barudy y Dantagnan con menores víctimas de abuso sexual (1)


¿Quieres formarte como Traumaterapeuta en el 
Modelo de Barudy y Dantagnan?
Esta semana finaliza el plazo de inscripción para la promoción 2019-21.
Quedan algunas plazas en San Sebastián, Gipuzkoa.
Información e inscripciones: wwww.traumaterapiayresiliencia.com

Quiero empezar dando las gracias a mis pacientes, sobre todo a los niños y niñas, porque ellos me han enseñado a ser mejor persona y psicoterapeuta. Las víctimas siempre nos dan una lección sobre la increíble capacidad para crecer y rehacerse desde los traumas y la adversidad.

También quiero testimoniar mi agradecimiento a mi profesora y colega Maryorie Dantagnan, del Instituto para la Investigación Acción sobre la Violencia y la Promoción de la Resiliencia (IFIV), en Barcelona, pues a ella debo mi formación y mucho de lo que en estas líneas se expone. Su modelo de intervención en Traumaterapia Infanto-juvenil sistémica es el que desarrollo en este texto como el modelo idóneo al estar diseñado y adaptado al sufrimiento infantil, y por su concepción integradora.

Quiero proseguir este post invitándoos a que os pongáis en la piel de una persona menor de edad víctima de un tipo de abuso que puede ser devastador para su desarrollo, esto es, el abuso sexual, en el momento en el que es invitada a hacer una terapia psicológica. Una intensa neurocepción de terror e inseguridad pueden invadirle sin ser totalmente consciente de ello. Neurocepción es un término utilizado por Porges (2011). Dicho concepto es diferente del de percepción. En la percepción existe un componente de valoración cognitivo. La neurocepción en cambio son sensaciones y emociones que se experimentan por debajo del nivel de la conciencia y que se graban en la memoria implícita (un tipo de memoria inconsciente que registra emociones y sensaciones: olores, sabores, reacciones corporales…) y que transmiten el mensaje de que la expectativa prevista y la consecuencia que se va a dar con respecto a las personas con las que vas a estar es segura. (Ogden, 2016) Es una especie de pálpito, de feeling, que siente el niño en su cuerpo y en su piel, de que esas personas le van a dar seguridad y cuidados empáticos.

Cuando un niño o niña llega a la consulta y se encuentra con un desconocido a solas en el espacio cerrado de una sala durante una hora, solos los dos, con el propósito de hablar de lo que tengo apartado de mi mente porque su recuerdo me desregula, la neurocepción que pueden experimentar es de terror e inseguridad. Su cuerpo neurocepta, registra el mensaje de que con el psicoterapeuta –aunque no sea así- está en peligro. Por eso, los niños pueden no querer venir o excusarse, bloquearse durante las sesiones y no decir nada, como si no estuvieran presentes (es una reacción de su sistema nervioso ante la neurocepción de peligro, algo no voluntario y que no debe de confundirse con la actitud, esta es mucho más consciente) e incluso escaparse de la sala de la psicoterapia. 

La persona del psicoterapeuta –un adulto, solos los dos en una sala- puede evocarles el recuerdo inconsciente del abusador y la escenificación del abuso, y por consiguiente dispararse estas reacciones neuroceptivas defectuosas. Así pues, por ello, mi profesora Maryorie Dantagnan (2014) siempre recuerda a los psicoterapeutas que el hacer psicoterapia con un niño o joven víctima de abuso sexual es “como invitarle a dar un paseo por un campo de minas de la mano de un desconocido” El primer aspecto que hemos de tener muy en cuenta como profesionales es esto último. Por ello, hemos de cuidar muy mucho y hemos de conseguir que la persona menor de edad a quien un adulto traicionó su confianza sea capaz de bajar las defensas neuroceptivas de terror e inseguridad por las de confianza, tranquilidad y seguridad en la persona de su psicoterapeuta. Y hablo de persona porque el profesional es eso: una persona que debe de poseer unas cualidades –y tener muy bien elaborada su historia de vida y su historia de apego y vínculos afectivos con sus padres y familia- que harán que él o ella sea el principal instrumento de generación de cambios positivos y logro de restauración del bienestar en el niño o joven. 

El modelo de interacción con nuestro pequeño paciente ha de ser relacional, basado en una comunicación afectivamente resonante, donde mostremos receptividad empática y el niño o joven sientan que puede dejarse caer porque vamos a responder como si fuéramos unos brazos seguros (afectivos, empáticos y contenedores de lo que surja) Una terapia analítica, interpretativa, interrogadora, basada en el uso de la palabra mediante la conversación vis a vis… es muy probable que esté abocada al fracaso. 

Por ello, es requisito fundamental durante toda la psicoterapia

-Ser capaz de generar confianza y seguridad en el menor de edad. 

-Dejar bien claros los límites y normas de funcionamiento de la psicoterapia, ello le da predictibilidad al niño o joven. 

-Asegurar que un adulto de la confianza del niño o joven les acompaña a las sesiones y les viene a recoger antes o después (con los jóvenes puede compartirse la conveniencia o no de esto, se les puede ofrecer)

-Explicar al niño qué vamos a hacer, en qué consisten las sesiones, cómo trabajamos, para qué va a venir, si está por voluntad propia, la estructura de las sesiones, lo que es confidencial o no (especialmente si la información relevante ha de trasladarse a un informe que irá al juzgado) y que nada haremos en la psicoterapia a la fuerza porque a él o ella bastante le han forzado ya en su vida. 

-Respeto total por la persona del niño, las resistencias son normales y esperables en una psicoterapia de este tipo y su resolución –usando la empatía- un motor de avance durante el tratamiento. 

-Recibir al niño o joven en una sala de psicoterapia infanto-juvenil, con materiales adecuados para que pueda expresarse con un lenguaje que sea apropiado, mediante técnicas adaptadas a su nivel de desarrollo y a los bloqueos verbales que los traumas psíquicos suelen conllevar. Son completamente inadecuados modelos de salas de adultos traspasados a los menores. En este sentido, apostamos por el tipo de sala de terapia que usamos todos/as los/as traumaterapeutas de la RED APEGA de profesionales que puede verse en la fotografía (sala de Maryorie Dantagnan, mi profesora y colega, en su centro de IFIV, en Barcelona) denominada Sala de valientes, con un mensaje metafórico de la consideración que tenemos del niño, como el héroe de una historia. 

Sala de los valientes de Maryorie Dantagnan, psicóloga, en IFIV Barcelona.
El modelo de psicoterapia y la sala deben estar adaptada a los niños.

Como refiere Maryorie Dantagnan, las sesiones deben estar basadas en una metodología semi-directiva, con un tiempo para que el menor de edad pueda expresarse mediante las técnicas que él elija (juego, juego con el cajón de arena, dibujo, títeres, arteterapia…) y otro tiempo en el cual el profesional elije qué tipo de trabajo realizar con el menor de edad. Tanto si este elige como si lo hace el profesional, el niño sabe que la psicoterapia es un espacio de trabajo, por lo que, pasada la fase de evaluación, ambos convendrán unas metas y objetivos psicoterapéuticos, que serán compartidos con el referente del niño o joven (adulto o adultos responsables de su cuidado y acompañamiento).

Además de todos estos aspectos, fundamentales, cara a una psicoterapia, otros requisitos que neuroceptan seguridad (reducen la probabilidad de que el menor de edad reaccione con ansiedad, hiperexcitación, rabia, miedo, escape, agresividad; o con bloqueos, disociación o embotamiento afectivo) y que no debemos olvidar antes de prescribir este tipo de tratamiento son (Dantagnan, 2014):

Para hacer una psicoterapia un niño tiene que estar protegido. Hay muchas maneras de estar y sentirse protegido. Si un niño o joven no lo está no podrá llevar adelante una psicoterapia, porque se sentirá en peligro o inseguro y necesitará las defensas (ataque, lucha, huida, disociación…) para sobrevivir en el contexto desprotector. La psicoterapia incide en reducir estas y en activar el sistema de conexión social (Porges, 2011), algo que no le será posible si se siente en peligro. Debemos asegurarnos que: (1) El menor de edad disponga al menos de un cuidador que satisfaga sus necesidades y crea en él y en sus posibilidades. Nos hacemos bajo la influencia de otros. Un psicoterapeuta difícilmente podrá por sí solo con una hora a la semana ayudar a sanar a un menor de edad si este no tiene cubiertas sus necesidades básicas. (2) No tenga contacto alguno con el abusador. Estar conviviendo con el agresor precisa de las defensas animales (ataque, lucha o huida, disociación) Si se consienten visitas o periodos de convivencia con el abusador estamos constantemente neuroceptando peligro al niño. Además de las consideraciones éticas o legales (interés superior del menor que no siempre es contemplado en un sistema judicial demasiado adultista) de estas medidas, hemos de tener en cuenta que sin la debida protección, la psicoterapia no será viable. Se puede prever una intervención de otro tipo (por ejemplo, resiliencia, acompañamiento…) pero una psicoterapia sensu estricto no será recomendable y puede estar hasta contraindicada.

El contexto es muy importante que apoye y participe de la medida psicoterapéutica. No sólo el menor de edad debe de estar protegido y contar con un adulto –al menos uno- que le cuide y satisfaga sus necesidades, sino que dicho adulto y su contexto de referencia inmediato (personas seguras con las que conviva, tutor escolar, psiquiatra…) apoyen y se coordinen con el psicoterapeuta. En el modelo de psicoterapia de Barudy y Dantagnan, en el cual me he formado, el adulto que acompaña al niño debe de apoyar e implicarse en el proceso terapéutico. Como dice Maryorie Dantagnan, su participación, tareas terapéuticas y trabajo junto con el profesional psicoterapeuta fuera de las sesiones se aprecia enormemente. Un menor de edad abusado necesita adultos sanos que sean capaces de ser personas que sintonicen con el niño, tengan la habilidad de regularle emocionalmente y darles seguridad y se muestren consistentes y coherentes con los límites y las normas. Adultos a cargo del niño o joven desregulados emocionalmente, inseguros, con un tipo de parentalidad desconectada y con muchas dificultades para contener y ser firmes con el menor de edad tienen que hacer un trabajo en paralelo al niño con el mismo u otro profesional. Del mismo modo, la labor de coordinación multidisciplinar con otros profesionales que intervienen y conforman la red psicosocial del niño o joven es necesaria, pues nuestra visión es siempre sistémica. Estoy de acuerdo con Maryorie Dantagnan en que una psicoterapia no debería de reemplazar el derecho del niño a ser protegido, que es su interés superior. 

Los abusos sexuales pueden ser traumáticos. Cuando son perpetrados por una persona ajena a la familia, los recuerdos traumáticos se integran mejor en el cerebro/mente del niño o joven porque de un desconocido podrías llegar a esperar una agresión, lo cual no quiere decir, por supuesto, que un adulto abusador desconocido para el niño no deje secuelas. Lo que ocurre es que cuando el perpetrador es alguien vinculado afectivamente al niño hay una traición a su confianza. Cuando el daño proviene de una figura con la que el niño tiene un vínculo de apego (progenitor), el abuso (el daño) se produce dentro de este vínculo. El vínculo de apego (Marrone y otros, 2001) es un tipo de vínculo específico que designa la estrecha unión afectiva que se genera entre el niño y su/s cuidador/es principales – usualmente los padres- desde el nacimiento y cuya función es la de proveer a aquel de una experiencia de regulación emocional y seguridad. El vínculo de apego garantiza la supervivencia de la especie, es imposible –en los casos de maltrato y abuso con figuras adultas que forman parte del universo afectivo del niño también hay un vínculo, otro asunto es el tipo de vínculo, el cual será, probablemente, inseguro- no vincularse pues la premisa es apégate o muere. Los seres humanos nacemos indefensos y prematuros, necesitamos completar nuestro neurodesarrolo –este, además, es muy prolongado en el tiempo, dura hasta los 25 años- fuera del útero materno. 

La relación de apego es fundamental a lo largo de toda la vida, pero especialmente entre los 0 y los 3 años, edades muy sensibles donde se construyen los vínculos de seguridad y confianza en el mundo adulto. Además, en este periodo de la vida las estructuras neurobiológicas responsables de la regulación emocional están en desarrollo y son muy sensibles al impacto del entorno. Estas estructuras precisan de una figura de apego sensible, empática y que tenga total respeto por la autonomía segura del niño. Los buenos tratos que una figura de apego dispensa a un niño en forma de afecto, normas claras y coherentes, empatía, seguridad y confianza son necesarias porque orquestan el desarrollo y contribuyen al moldeado y adecuado desarrollo del cerebro/mente. (Barudy y Dantagnan, 2005; 2010) (Siegel, 2007) (Benito, 2015)


La memoria traumática es atemporal, queda registrada en el cuerpo y grabada en el sistema nervioso 
y puede activarse involuntariamente ante disparadores del presente. 
Si no se trabaja terapéuticamente, irá con la persona toda su vida, como en este impactante vídeo. Lo sabido impensado: "En realidad siempre lo he sabido pero nunca he pensado en ello" (Bollás)


La calidad de nuestro sistema nervioso depende de la calidad de las personas con las que nos relacionamos. Si hay calidad en nuestras relaciones, hay calidad en nuestra organización cerebral y, por ende, en nuestra personalidad. Si ningún ser humano adulto está preparado para un maltrato o abuso, menos aún lo está un niño. Que la misma persona que -como niño e indefenso- de la que dependes para tu supervivencia, en la que confías, sea simultáneamente la que te daña, abusándote, es inasumible para la mente infantil. De aquí es donde proviene el trauma: la traición a la confianza. El vínculo que hasta entonces era seguro se desorganiza y el menor de edad activará en su relación con el adulto tanto el sistema de apego como de defensa. Desarrollará una parte que se apegará al agresor, pero vivirá otra totalmente opuesta que se defenderá y que a menudo disociará de su mente (mecanismo de supervivencia), puesto que ni luchar ni huir del abusador es posible. Una gran confusión –pues el niño no tiene un sistema cognitivo suficientemente desarrollado para entender y los abusadores suelen ser manipuladores- y alteraciones de atención y memoria y en el desarrollo de la conciencia del self (sí mismo) sucederán en ese menor, máxime si no se detecta el abuso ni tiene una figura adulta alternativa que se haga cargo y le proteja, y el secreto perdure durante años. La posibilidad de desarrollar una personalidad fragmentada con partes o aspectos del yo no integrados –las partes emocionales que contienen los recuerdos disociados de las experiencias de abuso- y síntomas postraumáticos y disociativos (otros yoes que toman el control del sujeto) es alta (Liotti,2006) (Steele y otros, 2008)

Maryorie Dantagnan es co-creadora del
Modelo de Traumaterapia.
La intervención psicoterapéutica con menores víctimas de abuso sexual. El modelo de tres bloques de Traumaterapia infanto-juvenil sistémica de Barudy y Dantagnan es por el que apuesto y apostamos en la RED APEGA. No a todos los menores los abusos les afectan por igual ni tienen las mismas necesidades. La afectación depende de muchos factores: familiares, la existencia de vinculación segura con otros adultos, tipo y duración del abuso, la relación con el abusador (más tóxica si existe un vínculo afectivo), la reacción del entorno familiar del niño o joven, el grado de apoyo que encuentre tras la detección, la edad madurativa… La psicoterapia debe estar diseñada para atender a las necesidades, síntomas y áreas afectadas concretas de ese menor. Ha de estar adaptada a él y no a la inversa. Los profesionales a veces tratan de que el niño o joven encaje en su modelo de psicoterapia y no a la inversa. Esperan que el menor de edad traiga a la sesión aspectos a trabajar o pueda hablar de ello cuando no es así porque el trauma bloquea las palabras y hablar puede no aliviar nada sino al contrario, retraumatizar más. El paso por los juzgados y las declaraciones a las que se ven obligados a realizar también incide en la desregulación y en la retraumatización. 

En la segunda parte de este post nos extenderemos sobre la traumaterapia de Barudy y Dantagnan aplicada al tratamiento de los abusos sexuales a menores.

BIBLIOGRAFÍA

Barudy, J. y Dantagnan, M. (2005) Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa. 

Barudy, J. y Dantagnan, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser madre o padre. Manual de evaluación de las competencias y la resiliencia parental. Barcelona: Gedisa. 

Barudy, J. y Dantagnan, M. (2017) Prólogo. En Gonzalo, J.L. y Benito, R. (2017) La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Benito, R. (2015) Neurobiología del trauma. Powerpoint presentado en el Postgrado en traumaterapia infantil sistémica de Barudy y Dantagnan. San Sebastián: Documento no publicado. 

Cyrulnik, B. (2003) El murmullo de los fantasmas. Barcelona: Gedisa. 

Dantagnan, M. (2014) La trauma-terapia sistémica aplicada a los niños, niñas y adolescentes afectados por traumas. Un modelo basado en los buenos tratos y la promoción de la resiliencia. Powerpoint presentado en el marco del Diplomado en trauma terapia infantil sistémica. Bilbao: Documento no publicado. 

Marrone, M.; Diamond, N. (2001) La teoría del apego. Un enfoque actual. Barcelona: Psimática. 

Ogden, P.; Fisher, J. (2016) Psicoterapia sensoriomotriz. Intervenciones para el trauma y el apego. Bilbao: Desclée de Brouwer. Liotti, G. (2006) A model of dissociation based on attachment theory and research. Journal of Trauma & Dissociation, 7 (4), 55-73.

Porges, S.W. (2011) The polyvagal theory: neurophysiological foundations of emotions, attachment, communication and self-regulation. New York: W.W. Norton & Company. 

Siegel, D. J. (2007) La mente en desarrollo. Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser. Bilbao: Desclée de Brouwer. 

Steele, K., Nijenhuis, E. y Van der Hart, O. (2008) El yo atormentado: la disociación estructural y el tratamiento de la traumatización crónica. Bilbao: Desclée de Brouwer. 


Wallin, D. (2012) El apego en psicoterapia. Bilbao: Desclée de Brouwer.


No hay comentarios: