lunes, 15 de abril de 2013

Apego desorganizado y abuso sexual


El pasado verano tuve el gusto de conocer y escuchar a Sandra Baita, psicóloga y psicoterapeuta infantil que estudia y es experta en el tratamiento de la relación  existente entre apego desorganizado y trauma, especialmente cuando éste surge como consecuencia de una forma de maltrato particularmente dañina y devastadora como lo es el abuso sexual intrafamiliar.

En la 13ª Conferencia EMDR celebrada en Madrid el pasado verano, Sandra nos regalo una ponencia sobre como tratar la disociación (esa escisión que se puede producir en la personalidad de los niños y de los adultos para defenderse de las partes emocionales que contienen las experiencias traumáticas) en niños víctimas de abuso sexual, utilizando una metodología que combina el establecimiento de un sólido vínculo terapéutico con el niño, técnicas de terapia de juego e integración de las mismas con el abordaje EMDR. Esta excelente profesional argentina es una garantía por su alta cualificación y su compromiso con la infancia que sufre las consecuencias de cualquier forma de malos tratos.

Sandra Baita ha publicado un artículo disponible en internet titulado: "Trastornos disociativos, apego desorganizado y abuso sexual infantil. Implicaciones para las practicas de intervencion" En este magnífico texto Sandra argumenta que el apego desorganizado puede confundir a los profesionales y conducirles a tomar decisiones que pueden poner en riesgo de desprotección al menor de edad. Si un profesional no conoce y carece de formación en las características del apego desorganizado y la relación que éste tiene con las memorias traumáticas, puede tomar decisiones equivocadas sobre (1) revinculacion con progenitores abusadores; (2) recuperaciones de tutela por parte de familias que presentan incompetencias parentales y están en procesos de intervención familiar; o  (3) medidas de acogimiento (familiar o residencial) inadecuadas y que no cubran las necesidades del menor. Y  hemos de ser conscientes de que algunas decisiones desacertadas pueden retraumatizar a los niños y adolescentes.

Por eso, me ha parecido que este artículo merece ser difundido porque un buen número de profesionales pueden plantearse, a raíz de su lectura, la incorporación del punto de vista del apego  y el trauma en las valoraciones judiciales y administrativas. Especialmente trascendentes resultan los aportes de Sandra Baita en el ámbito judicial al dictar una sentencia de revinculación con un progenitor abusivo aludiendo, entre otros aspectos, al -aparentemente- apego positivo que el niño mantiene con aquél cuando el apego, en realidad, es desorganizado. Las consecuencias pueden ser nefastas y terribles para ese menor de edad.

Como sabéis por otras entradas, el apego desorganizado es un tipo de vínculo de apego típico de la población de niños que han sufrido malos tratos y abusos sexuales. El apego desorganizado supone que existe un vínculo con el progenitor, sí, pero ese vínculo no esta organizado de una manera coherente en la mente del niño, pudiendo contener representaciones seguras, evitativas y ansioso-ambivalentes. Al tener las representaciones mentales (fruto de múltiples experiencias relacionales con el progenitor maltratante o abusivo que ora puede mostrarse cariñoso ora puede ser violento) no integradas en su mente, las conductas de apego que puede exhibir en la relación contendrán manifestaciones evitativas, ambivalentes y... también seguras. Esto último es lo que puede llevar al profesional no formado ni con experiencia en el marco del apego a valorar una relación entre el menor de edad y el progenitor abusador como segura o positiva cuando no la es. El apego desorganizado es el tipo de apego más grave que existe y el más relacionado con los trastornos mentales.

Transcribo a continuación parte del artículo de Sandra Baita donde explica por que la mente de un niño apegado de manera desorganizada puede pasar por segura, basándose en su experiencia y en estudios científicos. Sandra Baita tiene la virtud de escribir en un lenguaje comprensible para los no profesionales, así que las familias lo vais a entender muy bien. No tiene desperdicio, y sus implicaciones deben de tenerse muy en cuenta en las revinculaciones con progenitores abusivos, en los acogimientos familiares o residenciales (es muy importante detectar a un menor de apego desorganizado para, por ejemplo, orientarle a un acogimiento profesionalizado o a uno ordinario pero intensificando los servicios de apoyo al niño y a la familia) y en los programas de intervención familiar (para no fundamentar recuperaciones de tutela en base a vínculos aparentemente seguros cuando en realidad lo son sumamente inseguros-desorganizados y desarrollados como consecuencia de una traumatizacion crónica con unos cuidadores incompetentes parentalmente a nivel severo; los mismos cuidadores tienen un apego desorganizado o no resuelto, como se le denomina en la etapa de la adultez a este tipo de apego desorganizado que precisamente se ha desarrollado desde la infancia sin resolverse):

"A continuación, se detallarán brevemente las características del apego desorganizado, para pasar luego a explicar su relación con la conducta sexualmente abusiva y el desarrollo de trastornos disociativos.

El apego desorganizado/desorientado (o apego tipo D) fue la última categoría descripta luego de las categorías de apego seguro, inseguro evitativo e inseguro ambivalente. Una de las funciones más importantes que cumple el sistema de apego está relacionada con la respuesta a situaciones de stress, tensión o peligro. Ante una situación en que la tensión se eleva, el niño busca a su figura primaria de cuidado con el objetivo de volver a sentirse seguro. Cuando la respuesta del adulto es de cuidado, confort y consuelo, se produce una reducción en la tensión aumentada, y el niño puede entonces volver a separarse del adulto para continuar con su juego. Esta es una descripción sencilla del apego seguro. La respuesta del adulto moldea, en la interacción con el niño, el patrón de apego que ese niño desarrollará. Es esperable que un patrón de apego seguro facilite la integración de las distintas experiencias que el niño vaya adquiriendo a medida que va creciendo, garantizando un sentido de sí mismo cohesionado y sentando las bases para una adecuada regulación emocional y un estilo de afrontamiento ajustado.

En el apego tipo D, se observó que los niños despliegan conductas contradictorias de acercamiento a sus madres. Estas conductas están caracterizadas por respuestas de congelamiento ante la presencia de la madre, despliegue simultáneo o secuencial de conductas contradictorias tales como búsqueda intensa de contacto junto con o seguidas de evitación del mismo, señales importantes de tensión y ansiedad en presencia de la figura de apego, entre otras. En contrapartida los investigadores encontraron una respuesta atemorizada o atemorizante por parte de la figura de apego (Main & Hesse, 1990). Entre las conductas parentales identificadas en el desarrollo del apego tipo D – y relacionadas concretamente con patrones maltratantes y abusivos en la relación parento-filial- se encontraron: falta de respuesta ante la tensión infantil (como se da en la negligencia emocional), conductas verbales negativas e intrusivas (como se da en el maltrato emocional), conductas físicas intrusivas (como se da en el maltrato físico), y sexualización (como se da en el abuso sexual) (Lyons-Ruth, Dutra, Schuder & Bianchi, 2006).

Lo que la conducta de apego desorganizado pone en evidencia es el dilema que el niño enfrenta en las situaciones de estrés intenso cuando la figura de apego es simultáneamente la fuente de origen de ese estrés intenso y a la vez una figura de protección y cuidado (Harari, Bakermans-Kranenburg & Van Ijzendoorn, 2007).

En los casos de abuso sexual infantil, a lo largo del desarrollo de la conducta abusiva, el niño se encuentra completamente solo y aislado en tal dinámica a partir de la coerción misma del progenitor abusivo y la presión por mantener en secreto la conducta, bajo la amenaza de terribles consecuencias para el niño si decidiera hablar, consecuencias mayormente emocionales tales como “no te van a creer”, “mamá se va a enojar”, “yo me voy a morir de tristeza”, y a veces físicas, tales como el uso concreto de la violencia física o la amenaza de uso de la misma e incluso la amenaza de muerte para el niño, u otro ser querido. De esta manera el niño no solo queda sometido a la relación sexualmente abusiva con una figura de cuidado, sino que muchas veces queda aislado de la posibilidad de acceder a una figura de cuidado alternativa, como puede ser la madre. Otras veces, lamentablemente, la figura de cuidado alternativa es tan desorganizadora en su conducta de apego para con el niño como lo es el progenitor abusivo (por ejemplo, porque también ejerce alguna forma de maltrato).

Paradojalmente, la relación del niño con el progenitor abusivo también suele incluir experiencias positivas, y de cuidado, que se dan por fuera de la interacción sexualmente abusiva. En consecuencia, al observar la relación global entre el progenitor sexualmente abusivo y su hijo, las experiencias que el niño incorpora de dicha relación son múltiples y contradictorias entre sí (Liotti, 1999): el niño se relaciona con un padre que abusa, lastima, presiona, ruega, juega, enseña, y que puede pasar de un rol a otro sin transición alguna, de manera completamente abrupta, como si se tratara de diferentes padres en la misma persona física. Según Liotti (1999) el niño con apego tipo D puede construir e incorporar internamente y de manera simultánea estructuras de significado que se corresponden con las diversas experiencias –múltiples y contradictorias- vividas en esa relación de apego: soy malo y responsable por lo que me está pasando - soy bueno y querido – mi papá es malo y tengo que cuidarme de él – si hablo soy malo, tengo que cuidar (a mi papá para que no vaya a la cárcel, a mi mamá para que no se ponga triste). Estas múltiples representaciones internas, según el autor, no pueden ser integradas en una única memoria y estructura de significado cohesiva, por lo cual, permanecen disociadas. En consecuencia, plantea, frente a experiencias de estas características pareciera ser que grados extremos de disociación son un resultado esperable de semejante interacción, no por razones defensivas, sino porque es imposible organizar información tan contradictoria en una estructura cohesiva, coherente e integrada de significado.

Cada una de estas representaciones disociadas que el niño tiene de sí mismo, tendrá patrones de apego diferentes a las representaciones abusivas y no abusivas del padre (Blizard, 1997).

Una de las más terribles paradojas que ofrecen estas situaciones –y que muchas veces se torna intolerable para los operadores que intervienen en estos casos- está dada precisamente cuando el niño manifiesta una fuerte adherencia a su cuidador abusivo (Blizard, op.cit). Esta adherencia es una de las manifestaciones de los patrones de apego desorganizado descriptos anteriormente, y sirve a los propósitos de poder conservar una relación de apego que se sigue percibiendo como necesaria, como toda relación de apego; de ahí entonces lo que anteriormente se planteaba en términos de dilema.

En términos de intervenciones, ya sea terapéuticas, ya sea de protección, es fundamental comprender que la relación positiva que el niño puede declamar hacia su padre no implica que el niño no fue dañado por el abuso, no invalida su ocurrencia ni garantiza que el abuso no se pueda volver a repetir en el futuro.

La relación entre abuso sexual, apego desorganizado y disociación (Barach, P., 1991; Liotti, 1999; Lyons-Ruth, K., 2005) permite explicar muchos de los fenómenos que se observan en esas relaciones, y que son asiduamente utilizados para sustentar decisiones de revinculación o reunificación. Por ejemplo, si el niño pide ver al padre, o si en un encuentro con éste se muestra afectuoso o cariñoso, ésto puede ser tomado como una señal de que la relación es inocua, (en algunos casos, incluso, hasta de la inexistencia del abuso o de su escaso o nulo daño sobre el niño), privilegiando en consecuencia una relación de parentesco por sobre los efectos nocivos que el patrón de apego propio de esa particular relación de parentesco ha tenido sobre el niño. Así se opera una disociación del sistema (Waters, Potgieter Marks & Baita, 2005), que también elige colocar su foco atencional sobre una parte de la realidad, haciendo de cuenta que la otra parte, simplemente, no existe".

Esta semana participo como ponente en las jornadas formativas organizadas por Norbera con motivo de su 15º aniversario. Bajo el lema "El adolescente y su realidad (en) época de crisis", se celebran el jueves 18 de abril en el aula magna de la Facultad de Psicología de la Universidad del País Vasco en Donostia. La resiliencia es el tema estrella de estas jornadas. Agradezco a Norbera la distinción que me ha hecho al invitarme a participar en las mismas. 
Gracias a la excelente labor de esta institución se han podido beneficiar de sus programas psicoeducativos numerosos adolescentes y sus familias a lo largo de estos 15 años. ¡Felicidades! 

Cuidaos / Zaindu

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