lunes, 12 de octubre de 2020

"El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes", una novela de Tatiana Tîbuleac

Hay veces que los post me brotan solos. Esto me trae a la mente una frase de Boris Cyrulnik, cuando dice que el deseo de escribir se acrecienta en época de duelo. Estamos atravesando un periodo de pérdida, debido al COVID y todo lo que conlleva. Personalmente, estoy en duelo porque he perdido un ser querido, un amigo (aunque no por este virus). Y siento esto que expresa magistralmente el gran Boris Cyrulnik en su último libro, Escribí soles de noche: “De modo que es posible sufrir menos la pérdida del objeto creando un relato, ya que la conmoción afectiva de un acontecimiento evoluciona en la memoria”

A lo largo de este proceso de duelo, sorpresivamente sucede lo inesperado. "Estás sufriendo, permanece atento, algo bello va a ocurrir" -dice también Cyrulnik. ¿Qué sucede? Que una colega y compañera psicóloga-traumaterapeuta, Idoya Aragón, me anuncia en un mensaje que tiene un regalo para mí. Viene de Logroño, donde tengo la mitad de mis orígenes, una tierra muy querida para mí.

El regalo es un libro.

Portada de la novela
"El verano que mi madre tuvo los ojos verdes"

Una novela que me ha acompañado este verano pasado y me ha ayudado con mi propio duelo. Casualmente, el regalo de Idoya me llegó en un momento de necesidad. Me ha costado darme cuenta, pero este libro ha sido un tutor de resiliencia que me ha servido de punto de apoyo para poder reflexionar -gracias a la palabra escrita, como dice Cyrulnik (2020)- sobre muchas emociones, a veces oscuras y angustiantes que, como mar encrespado, sacudían mi mente. Es la angustia del sentimiento de vacío que deja el amigo perdido en tu alma. Pero al final se hace la luz en mitad de la oscuridad y comienza el renacer. Sobre todo si tienes la fortuna de tener a gente que te quiere cerca y te da el sostén que necesitas para transformarte. "Luces entre sombras de la clara oscuridad, de este mundo absurdo que no sabe adonde va" (Luis Eduardo Aute) Todavía no sé muy bien porqué este libro me ha ayudado en mi proceso. Pienso que es debido a la belleza de la literatura, con poder resiliente; y, por supuesto, el gesto de Idoya, que tuvo mucha trascendencia para mí en ese momento. Ella no sabía el alcance y el impacto tan beneficioso que su acción tendría en mí. Los gestos son importantes en la vida, por pequeños e insignificantes que nos parezcan. Pueden aportar mucho, más de lo que nos pensamos, para quien los recibe. ¡Gracias Idoya!

El regalo de Idoya llegó a mi casa… ¡junto con una carta manuscrita! ¡Qué emoción! Ya nadie se toma la molestia de escribir cartas con boli, en una hoja que conserva los rastros de haber sido arrancada de un bloc. Como las que escribía de niño a mis abuelos, a los amigos y posteriormente a una joven de la que me enamoré perdidamente, cuando tenía 20 años… No podía verla porque estudiaba en Pamplona. De repente, la carta de Idoya activó mi memoria emocional y noté en mi cuerpo toda una catarata de sensaciones dulces y cálidas que evocaban esos periodos de mi vida. ¡Qué bello es recordar cuando los recuerdos producen placer, derroche de neuroquímica dopaminérgica en mi cerebro!

Pero si decido compartir con todos y todas vosotras este libro no es por el tema de mi duelo, obviamente, pues este blog no es para hablar de mi persona, sino porque nos ofrece el relato de la historia de una relación materno-filial dañada y de cómo, durante un verano, sucede la reparación, vista desde el punto de vista del hijo (Aleksy), que narra en primera persona. También nos habla del duelo posterior y de la resiliencia del personaje a través de la pintura. Se trata de un joven maltratado por su padre y abandonado emocionalmente por su madre, que sorpresivamente recibe la llamada de esta para pasar juntos la época estival... Y la reparación la hacen del modo en que estas dos personas afectadas psicológicamente por sus propias historias pueden hacerlo, desde el vínculo que se -y les- transforma; y desde los recursos supervivenciales con los que cuentan. Pero esa reparación sucede... Asistiréis a ella, si leéis la novela. Siempre se está a tiempo de reparar la relaciones, si surge esa necesidad internamente y se hace genuinamente. A la autora, Tatiana Tîbuleac, no le ha costado ponerse en la piel de este chico, haciendo que este nos cuente, tiempo después de lo acontecido, por recomendación de su psiquiatra, los recuerdos de lo vivido el último verano con su madre. Esto se convierte en su terapia narrativa. 

Idoya me dijo que se acordó al leer la novela de los chicos maltratados y abandonados que pueblan nuestras consultas en busca de un psicoterapeuta que empatice con ellos y no que les analice o interprete. “Bien pudiera ser uno de nuestros chicos o chicas” – me dice por el whataap Idoya. La carta manuscrita, que está cuidadosamente doblada dentro del libro, dice sobre el personaje de Aleksy :

"Un día antes del confinamiento mi librero de confianza me descubrió esta joyita literaria. La leí en un santiamén entre el desgarro, la avidez, el asombro, la tristeza, la ternura… muchas emociones fluían y se mezclaban apenas de modo perceptible con lo aprendido en y a partir del Máster [se refiere al de Traumaterapia de Barudy y Dantagnan en el cual participo como docente y soy parte del mismo como coordinador del programa académico en Donostia] A menudo releía frases y expresiones, con placer unas veces (contiene imágenes preciosas), con dolor otras (este niño bien puede pertenecer al mundo de la red apega)" [Quiere decir que puede ser un niño que participe en algún programa de atención psico-educativa-terapéutica de algún profesional que forma parte de la red apega, constituida por psicólogos, educadores, trabajadores sociales… egresados del Postgrado de Traumaterapia]

Es entonces cuando miro la portada y después la contraportada, como hacemos casi siempre con los libros y leo esta sugerente reseña:

"Aleksy aún recuerda el último verano que pasó con su madre. Han transcurrido muchos años desde entonces, pero, cuando su psiquiatra le recomienda revivir esa época como posible remedio al bloqueo artístico que está sufriendo como pintor, Aleksy no tarda en sumergirse en su memoria y vuelve a verse sacudido por las emociones que lo asediaron cuando llegaron a aquel pueblecito vacacional francés: el rencor, la tristeza, la rabia. ¿Cómo superar la desaparición de su hermana? ¿Cómo perdonar a la madre que lo rechazó? ¿Cómo enfrentarse a la enfermedad que la está consumiendo? Este es el relato de un verano de reconciliación, de tres meses en los que madre e hijo por fin bajan las armas, espoleados por la llegada de lo inevitable y por la necesidad de hacer las paces entre sí y consigo mismos".

Entonces, ya siento que el libro me atrapa. Lo abro y comienzo a leerlo, pero no vorazmente, sino despacio, saboreando la peculiar manera en la que está escrito. Su prosa ágil y sin circunloquios, directa e incisiva, capaz de revolver todo el sistema emocional y penetrar hondo. Así es la buena literatura, al menos para mí. Te tiene que zarandear. Si no, no me llena y cierro el libro. Literatura y psicología, una combinación excelente que siempre ha atraído a numerosos profesionales a irse de un campo al otro porque ambas ¡tienen tanto en común!

Tatiana Tîbuleac, autora de la novela

Os comento algunos aspectos de la novela que me han cautivado:

1/ El personaje del joven. El protagonista de la novela me parece entrañable. Aleksy, ¡me recuerda tanto a los chicos traumatizados que pueblan mi sala de terapia (sala de valientes, como la llamamos los traumaterapeutas de la red apega)! ¡Cuánta razón llevas, Idoya! Con ellos he compartido y comparto la aventura de hacer psicoterapia juntos. Para algunos he sido importante porque me han hecho el regalo de decírmelo; lo cual me hace consciente de la enorme relevancia y responsabilidad que tiene cuidar la relación terapéutica y el poder sanador del vínculo terapéutico. Hay chicos -cuando empecé mi trabajo no me lo podía imaginar, pero Cyrulnik ya nos advierte que el tutor de resiliencia ignora lo importante que fue para el otro- que te recuerdan de por vida, ¡es increíble!. Pero también te pueden recordar para mal, por eso nuestro trabajo requiere de un cuidado y una sensibilidad exquisitas. Este mismo verano me encontré con un joven de 26 años que me dijo que ha tenido muchas cosas de la terapia en su cabeza durante todos estos años que no nos hemos visto... han transcurrido… ¡14! 

Cuando los chicos que han sufrido maltrato conservan capacidad de simbolizar su mundo interno y sienten libertad y confianza (la relación terapéutica les debe proporcionar, además, una sensación de contención -como dice Muller, 2020- para que se atrevan a expresar todo el dolor en forma de rabia, pena, desesperación… hacia sus figuras parentales. El profesional no lo debe minimizar ni racionalizar ni juzgar, sino que debe empatizar y contener) entonces son capaces de crear frases como las que el protagonista de la novela dice, que sugieren toda la crudeza del mundo, que te pueden hacen "sonreír" -por lo grotesca de la descripción-, pero es una sonrisa tragicómica que se te hiela en la cara porque alude a una doliente realidad. La autora de la novela, Tatiana Tîbuleac es como si conociera bien el mundo interno de estos muchachos. Me ha gustado porque ella no es políticamente correcta y se atreve a enseñarnos sin ambages qué puede pensar y sentir un muchacho de estos cuando se sabe víctima de malos tratos y abandono por parte de quienes debieron de amarlo y cuidarlo. Pero el chico jamás se lo dice a la madre, se lo guarda y lo vuelca en su relato. Es un detalle importante que implica que no existe sentimiento de venganza sino de expresar por escrito su legítimo dolor. Os dejo sólo una muestra:

"Aquella mañana en la que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba junto a la puerta de la escuela como una pordiosera. La habría matado con medio pensamiento" […] 

"En la contribución de mi padre no quería ni pensar. La idea de mi padre me hacía vomitar. Mi padre había huido de mi madre, la abandonó por una polaca con un piercing en la lengua. Se había divorciado porque, si la hubiera matado -eso es lo que habría preferido él y lo más rápido-, habría acabado en la cárcel. Mi padre también me habría matado a mí si no hubiera estado seguro de que me moriría enseguida".

Frases de este tipo -u otras igual de duras- que el mundo adulto no quiere oír porque son demasiado horribles para ser creíbles. "Has de considerar el diagnóstico, pues puede modificar las percepciones de estos chicos y hacer que se confundan" -me dijeron en una reunión de profesionales hace muy poco. Y la verdad es que los chicos rara vez se confunden, puedo dar fe de ello, de que incluso las cosas son peor de lo que nos las cuentan. La enfermedad mental puede ser utilizada torticeramente para argumentar que los horrores que nos cuentan los chicos son producto de una fantasía enajenada por su mente trastornada... 

Otras veces directamente se les fuerza a distorsionar lo que viven con frases estereotipadas: “los padres lo hacen lo mejor que pueden, no son perfectos”; "padres son los que te han tocado"; "¿eres consciente de la trascendencia que tiene lo que dices?, puedes ir a un centro de menores por eso" -como si fuera algo malo ir a un centro, etc. Nos asustan las emociones que experimentan (odio, crueldad, rabia, ironía sardónica...) y el horror de lo que dicen. Cuando lo que necesitan, antes de poder reintegrarlo y elaborarlo, es un psicoterapeuta sensible y empático que de credibilidad honesta y valide la experiencia, que dé espacio a que esas emociones puedan aparecer y ser escuchadas, reconocidas y contenidas respetuosamente.  En el libro aparecen muchas de estas emociones, y el personaje puede dar rienda suelta a todo su dolor. Por eso esta novela me ha fascinado: porque nos muestra el horror tal cual lo viven, sin edulcorar. Que los chicos puedan poner la cólera donde deben de ponerla es necesario, es una fase, porque si no se les permite expresarla, no se avanza en la terapia hacia la elaboración. Pero sucede que algunos adultos les cortan y les dicen que son pensamientos distorsionados o inaceptables y sienten que está prohibido expresarlos; y así interiorizan que no pueden hablar porque no considerarán lo que ellos dicen... 

2/ La relación materno-filial. A lo largo del relato esta relación experimenta una transformación y se produce un cambio en la mirada del joven sobre la madre. Aleksy empieza accediendo a pasar el verano con su madre porque esta se encarga de prometerle algo material (lo funcional, que es el modo en el que estos muchachos han aprendido a sobrevivir) para lograrlo, pues sabe que por motivos de vínculo afectivo no lo lograría.  Pero durante ese verano, en un pueblito al que su madre le lleva,  Aleksy descubrirá la razón por la que esta le ha invitado a pasarlo con ella. La relación entre ambos se transformará de cuidador complaciente (que por dentro esconde gran ira) y madre vulnerable -pero con una energía que le agarra a la vida-, a vínculo afectivo reparado en el que el amor y el perdón -un perdón genuino y sin presión externa de ningún tipo- emergen y se constituyen en los ingredientes necesarios para que se dé dicha reparación vincular. 

Así, las metáforas sobre los ojos verdes de la madre de Aleksy que emplea la autora, son tremendamente bonitas y nos hablan del proceso de transformación de la relación materno-filial. Al joven estos ojos verdes le empiezan pareciendo un despropósito; pero esta percepción va cambiando y con ella los sentimientos de odio y rabia iniciales hacia su madre se vuelven ambivalentes (odio, rabia y pena-ternura) para terminar transformándose en sentimientos de amor (un tanto compasivo), pues el perdón aparece -pero no forzado ni exigido externamente, como ya he dicho- sino de una manera genuina y natural. Como debe ser. Aleksy en un verano descubrirá lo que es sentir el vínculo afectivo con su madre y lo que es perderlo y sufrir por ello. Lo que es sentir que tiene una madre a sentir que en breve la perderá irremisiblemente. Tanto que el duelo que sufrirá le descompensará de su enfermedad mental (que no se nombra, solo se dice que tiene 6 letras, esto me encantó). Sentimos cariño hacia la madre y el hijo pues nos damos cuenta de que ambos han sido víctimas: ella porque perdió una hija y porque no tuvo unas figuras de apego seguras y amorosas en su infancia y su marido la maltrataba; y el joven porque es la última víctima de todo ello en una suerte de transmisión transgeneracional. 

He conocido varias personas -incluso entre gente muy cercana a mí- que han tenido que acompañar y cuidar de padres muy enfermos -estos les maltrataron y abandonaron cuando niños y aparecen, de repente, en sus vidas, para un buen morir y algunos probablemente, para reparar la relación e irse en paz- y viven esta transformación que va desde la rabia y el odio hacia el perdón. Pero ese genuino perdón fue fruto de la elaboración psicológica, de la capacidad de aceptación y del resultado de ser acompañado por un profesional que les ofrece un vínculo y una narrativa que les permite encontrar un sentido. La propia autora de la novela, en una entrevista, opina parecido: "quizá sea ingenuo pensar que unos meses pueden cambiar una vida, pero creo sinceramente que puede suceder, que siempre hay tiempo para hacer las paces. Incluso puede suceder después de la muerte. Creo que estos son los mensajes del libro, la reconciliación y el perdón, que las cosas pueden repararse a pesar del tiempo y a pesar de todo, aunque sea en el último momento".

Madre e hijo viven su último verano juntos en una atmósfera de desenfreno, se beben y se comen la vida a puñados, con avidez (como si no hubiera un mañana, esto en su caso, además, es más que una metáfora) sabedores de que no habrá más experiencias compartidas... El relato está plagado de grandes viñetas tan bien narradas que sentimos las sensaciones que tienen los protagonistas cuando van al mercado, a la playa, beben, comen o fuman...

3/ La visión de la enfermedad mental, ligada al trauma. Nos interpela sobre la mirada que tenemos sobre estas personas, quienes en realidad tienen, en muchos aspectos, una mente más preclara que la nuestra. Quizá lo que les ha ocurrido a las personas con trastorno mental es que el trauma desintegró su mente (como se está planteando hoy en día, es una de las hipótesis plausibles de la psicosis) Y una manera de tratar de recomponerla, aliviar el sufrimiento y resiliar es gracias al genio creativo que a algunos les brota y les convierte en excelentes artistas. Porque cuando hay dolor la capacidad para crear belleza en algunas personas con talento es impresionante. Como los cuadros que el personaje de Aleksy pinta. Y como los de cientos de pintores y artistas a lo largo de la historia de la humanidad.

4/ Finalmente, os traslado lo que Idoya me comentó en la carta que me envío y que es un buen colofón final y que quizá os anime a leer la novela: “Pienso que el arte de la buena literatura y las bases de un cerebro y corazón desorganizados se conjugan en estas páginas de manera poética y descarnada. La vida, la muerte, el odio y el perdón, el poder reparador del amor, las limitaciones del ser humano… forman este libro amargo y exquisito”

Gracias, Idoya, de corazón, por haberme hecho este regalo, así, inesperadamente. La buena literatura es también la que va de boca en boca y cuenta con el apoyo popular. Tienes un librero que es un lujo. Apoyemos las pequeñas librerías, si es que queremos que no sean devoradas por los gigantes comerciales.

REFERENCIAS

Cyrulnik, B. (2020). Escribí soles de noche. Barcelona: Gedisa.

Muller, T. (2020). El trauma y la lucha por abrirse. De la evitación a la recuperación y el crecimiento. Bilbao: Desclée de Brouwer.

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