lunes, 7 de enero de 2019

Un libro para empezar el año: "El chico al que criaron como perro". O lo que debemos hacer como familia y profesionales para ayudar a sanar a los niños/as víctimas de trauma complejo.

Lo primero, como siempre, felicitaros el año a todos y todas los/as que seguís el blog Buenos tratos. Comenzamos el 12º año natural desde la creación de este espacio de aprendizaje y reflexión con la misma energía que el primer día, allá por septiembre de 2007.

Este año 2019 tendrá como aliciente y motor ilusionante saber que el 4 y 5 de octubre celebramos en San Sebastián (Guipúzcoa), España, las IV Conversaciones sobre apego y resiliencia infantil. Una edición más, nos reuniremos todos/as los/as amantes de los buenos tratos para aprender, conectar emocionalmente entre nosotros/as, disfrutar también de una fiesta y celebrar la vida.


Nos acompañarán ponentes de prestigio, los cuales iré anunciando desde este mes de enero hasta junio de este año. En esta edición, la novedad es que los distintos ponentes desfilarán por el blog y serán entrevistados por mi, presentándose y hablando acerca de lo que tratarán en las jornadas. También nos regalarán un vídeo en el que nos animarán a participar en las mismas y encontrarnos todos y todas en San Sebastián. 

El mes de mayo de este año, se abrirán las inscripciones.

Id reservando alojamiento en la ciudad para esas fechas.



Así que este año, de nuevo, derrochamos alegría a raudales y queremos contagiaros de la misma. Establecer conexiones emocionales con los otros significativos es el mejor antídoto para todos/as los/as que hemos de ayudar (trabajar, criar, educar, acompañar…) a personas menores de edad víctimas de malos tratos y que presentan un trauma complejo. Estas jornadas pretenden aportar en este sentido, su grano de arena.


Dicho esto, comienzo con el post de este mes.

Despedíamos el año con un cuento excepcional que es un instrumento idóneo para ayudar y trabajar con los niños/as la regulación emocional y el apego (“No todo lo que pincha es pinchudo”) y lo abrimos con un libro, como es tradicional en este blog: “El chico al que criaron como perro”, del insuperable Bruce Perry.

Portada del libro de Bruce Perry y Maia Szalavitz
"El chico al que criaron como perro"

Bruce Perry apenas ha aparecido como autor de referencia importante (clave, más bien, diría yo) en este blog. Y no ha sido por desconocimiento ni por desidia, sino por falta de tiempo material para volcar toda la información relevante en torno a libros en este blog.

Maryorie Dantagnan, mi querida y admirada profesora, hace mucho tiempo que me ha transmitido el valor que Bruce Perry tiene al fundamentar este sus intervenciones terapéuticas en los descubrimientos que la ciencia ha hecho en las últimas décadas sobre el cerebro. De hecho, ella ha basado la creación de su modelo de intervención en traumaterapia infantil, entre otros, en las teorías de este psiquiatra. Concretamente, el modelo de terapia de tres bloques de Maryorie Dantagnan asentado en un principio de orden neurosecuencial proviene de Bruce Perry.

Por otro lado, varios y varias colegas y profesionales de la red apega (y de otros ámbitos) me vienen contando desde hace tiempo las bondades del último libro de Bruce Perry: “El chico al que criaron como perro” Cuando me dan una picada de excelente calidad, nunca me resisto: la compro al instante y pongo el libro en cola, para poder leerlo, cuando le llegue el turno. Así tengo, como muchos de nosotros/as, una pila esperando a ir despachando cada ejemplar. No me gusta precipitarme. Leo, saboreo y reflexiono cada libro despacio, pues leer no puede ser un acto de consumismo sino un ejercicio de integrar lo que el autor te aporta con la praxis profesional y valorar cómo engranarlo en la misma. 

Y por fin, le llegó su turno a este libro. ¡Cuánto lamento no haberlo puesto el primero en la pila de libros! Si me pedís una valoración rápida y general del mismo, os diré que es el mejor libro que he leído divulgativo acerca de cómo intervenir con niños/as y jóvenes víctimas de diferentes tipos de traumas causados por la negligencia, el abuso sexual, el maltrato, el abandono… Un libro que todo/a padre/madre, profesional o voluntario de la intervención psicosociosanitaria debería de leer si quiere hacer un trabajo bien fundamentado con este tipo de niños/as. No sólo por las inestimables aportaciones que hace desde la moderna ciencia del cerebro, sino porque vincula esta a las relaciones interpersonales, sociales, educativas y terapéuticas. 

Este libro es un compendio de sabiduría y experiencia personal y clínica del autor, lo cual le convierte en un manual de uso cotidiano, entretenido y pleno de caminos reflexionados a seguir en el trabajo con los niños y las niñas, en particular con los que sufren por diversas causas. 

Tiene, además, un componente que le vuelve tremendamente estimulante y útil: nos da razones y argumentos sólidos y científicos para que nos reafirmemos en que lo que hacemos a diario, en nuestra práctica, creando relaciones interpersonales seguras y afectivas con los/as niños/as y jóvenes, y afianzando un orden y unas rutinas (con paciencia y perseverancia), aportará y contribuirá a sanar a éstos/as. Entonces, la esperanza para las familias, sobre todo, ya no es vana, sino que se fundamenta en la ciencia. Nos da la energía y la motivación para ir al trabajo y a la tarea todos los días sabiendo, como el agricultor, que, tras la siembra y la dura labor, constante y perseverante, vendrá la cosecha: el cambio y la transformación sanadora de los niños/as traumatizados por los malos tratos. Para ello, las experiencias positivas han de recorrer miles de veces los surcos de sus neuronas para que estas creen nuevas conexiones fortalecidas por la repetición de hábitos, rutinas, y relaciones constructivas y positivas, de igual modo que se crea un camino en la nieve: muchas personas han de pasar por él muchas veces. Donde dice camino, sustitúyase por redes neuronales; y donde dice personas, en la analogía, sustitúyase por experiencias. Aunque sabemos que requerirá de la repetición, la perseverancia y la paciencia, somos conscientes de que este es el camino. Eso nos da tranquilidad. 



Otro aspecto que hace que este libro sea un instrumento a tener a mano (y leerlo muchas veces) es que puedes leer cada capítulo por separado, sin tener que seguir un orden. Cada uno de ellos es una experiencia profesional y personal en la que Bruce Perry y equipo trabajaron con una/s persona/s menor/es de edad: una niña abusada sexualmente, una joven que restringe su alimentación, los niños/as que fueron rescatados de la secta de los davidianos, un niño adoptado cuya madre le hizo víctima de un síndrome de Münchhausen por poderes, un niño criado como perro, un joven cuya infancia es aparentemente normal y delinque, las maltratantes prácticas de familias adoptivas que aplicaron una “terapia” llamada “de sujeción”… Todas historias de vida realmente duras y dolorosas en las cuales la intervención de Bruce Perry y su equipo muestra que puede ser eficaz y dar resultado, produciendo mejorías y revirtiendo el destino de estos niños y niñas. 

Hay que ser honestos y mencionar a la co-autora del libro: Maia Szalavitz, periodista.

A continuación, un breve resumen de las aportaciones más destacadas de la obra, las cuales me congratulo de tratar de llevar adelante en mi trabajo, tanto porque las aprendí en la formación de Traumaterapia con los profesores Barudy y Dantagnan como porque por mi experiencia, las descubrí en el trabajo con los propios menores de edad, los cuales me enseñaron y enseñan. Y también voy a tratar de incorporar lo que he aprendido de la lectura del libro este autor, evidentemente. Perry afirma en un capítulo que, a pesar de que el niño/a venga a tu consulta precedido de un montón de informes, tratamientos, valoraciones e indicaciones de los adultos que le rodean, a pesar de que él sea el señalado por un diagnóstico mal usado, hay que escuchar y atender lo que aquel nos dice y/o nos enseña con sus producciones (juegos, dibujos…) Los niños/as son los mejores informadores de lo que les pasa y sienten, y es una auténtica pena que los adultos los tomen sistemáticamente por manipuladores, tergiversadores o directamente mentirosos. Y no digamos una corriente que plantea tomarlos como “enfermos”

1. Cuanto mejor replique una intervención cómo se produce el desarrollo del cerebro y más intente aproximarse a su principio de orden neurosecuencial, más probable es que esta resulte exitosa. En efecto, el cerebro se desarrolla desde atrás hacia delante, desde las zonas posteriores e inferiores hacia las zonas anteriores y superiores. Lo guía un orden basado en neurosecuencias, de tal forma que el ambiente que estimula y conecta las neuronas lo hace inicialmente con aquellas que están en el cerebro reptil (tronco cerebral): los ritmos, el mecimiento, las rutinas de alimentación, sueño y juego, calmar al bebé con balanceo y palabras suaves, ayuda a que el tronco cerebral se estabilice y el niño adquiera una permanencia en estos aspectos. La siguiente neurosecuencia viene en las zonas del cerebro medio (áreas límbicas) que también son trabajadas y estimuladas con las pautas que hemos mencionado para el cerebro reptiliano. La atención y comprensión exclusiva (y reguladora) de un cuidador con el que nos apegamos, el juego, la regulación de nuestras emociones que dicho cuidador nos enseña, el aprendizaje de las reglas básicas de relación, la seguridad de base que nos proporciona el mencionado cuidador, la comunicación intersubjetiva con él que nos permite darnos cuenta de que tenemos una mente... prepara el cerebro para que pueda hacer acto de aparición la última neurosecuencia: el cerebro cortico-frontal: hacia los 4-5 años podemos regularnos mejor, desarrollar nuestras capacidades linguisticas, pensar más que actuar (excitación va dejando de ser igual a conducta, hay una mediación simbólica gracias a la emergencia del cerebro pensante)

Por ello, Bruce Perry aconseja valorar qué zonas del cerebro están afectadas y propone comenzar las intervenciones con técnicas y terapias centradas en trabajar, en ese orden, dichas zonas del cerebro que necesitan ser estimuladas y recableadas neuronalmente. 

No se puede empezar, por ejemplo, un entrenamiento en habilidades sociales con un niño/a que aún no sabe calmarse y regularse emocionalmente por sí sólo porque dirigirse a esa neurosecuencia del cerebro superior será como empezar la casa por el tejado. Necesitará que se le proporcione, por ejemplo, lo que no recibió en el momento de su vida y que tuvo que haberlo recibido (por ejemplo, calma y contención a un niño que se excita en exceso cuando tiene que jugar en grupo)

2. “No es posible comprender los traumas ni el modo en que respondemos a ellos fuera del contexto de las relaciones humanas” (…) “Los aspectos más traumáticos de cualquier desastre tienen que ver con la destrucción de las conexiones humanas. Que la gente que supuestamente tiene que quererte te haga daño o te abandone (…) Recuperarse de un trauma o un abandono es asimismo una cuestión de relaciones (…) Todos y cada uno de los niños que finalmente prosperaron tras seguir nuestro tratamiento lo hicieron gracias a la poderosa red social que les rodeaba y les apoyaba. No hay nada que pueda necesitar más un niño maltratado o traumatizado que una comunidad saludable que le permita amortiguar el dolor, la angustia y la pérdida causados por un trauma previo”.

Creo que tengo poco que añadir y que Bruce Perry lo ha dejado meridianamente claro. Si hago repaso en mi mente de los niños y jóvenes que pasaron por mi consulta, los que han tenido una evolución positiva son aquéllos que estuvieron rodeados de una red de personas significativas en sus vidas, y dichas personas no tiraron la toalla y acompañaron al chico/a en sus dificultades hasta que este pudo estar recuperado para poder tener más responsabilidad, bienestar y autonomía.

Por ello, una intervención con un menor de edad no la podrá sacar nunca adelante ninguna terapia (psicológica, educativa o farmacológica) por sí sola. No existen los milagros y las terapias que produzcan resultados rápidos que solucionen el “problema” o “problemas” Una hora semanal (o dos, o tres…) de terapia no tiene capacidad para poder recuperar a un niño de los severos daños psíquicos y físicos que los malos tratos provocan. Un medicamento, por muy revolucionario que sea, tampoco lo conseguirá por sí solo.

Es una red de profesionales, trabajando codo con codo y coordinadamente, junto con los padres o cuidadores del niño o joven (y otras relaciones significativas) las que van a dar resultado a la larga. 

Esto entronca directamente con el concepto de resiliencia secundaria y de tutor de resiliencia del que hablan Jorge Barudy y Boris Cyrulnik: un entorno de cuidados afectivo, contenedor, solidario e incondicional es lo que puede dar resultado a largo plazo. Hasta que un joven no llegue a la veintena no hay que dar nada por imposible; e incluso a todas las edades podemos hablar de que la resiliencia (aunque más difícil de lograr) seguiría siendo posible. 

3. "Los niños necesitan experiencias repetitivas y pautadas que sean apropiadas para sus necesidades de desarrollo, necesidades que reflejan la edad a la que se habían perdido importantes estímulos o a la que habían sufrido un trauma, no su edad cronológica actual". Por ello, las terapias e intervenciones deben de comenzar por estimular esas necesidades de desarrollo. El niño rodeado de cuidadores y profesionales equilibrados psicológicamente (nosotros hemos de sanar de nuestras heridas para ser conscientes de que podemos proyectar en el niño nuestras frustraciones y anhelos no conseguidos, de carácter inconsciente) necesita lo primero una bioregulación en base a rutinas y un orden diario que le de predectibilidad y haga que su entorno tenga desafíos que afrontar con un nivel de estrés que pueda manejar sin desbordarse. 


5. “Si están afectadas las regiones centrales e inferiores del cerebro, esos sistemas responden a la cadencia y al contacto: los centros reguladores del tronco encefálico controlan los latidos del corazón, la subida y la bajada de los neurotransmisores y de las hormonas durante el ciclo del día y de la noche” (…) “Nos familiarizamos con el contacto y aprendemos a asociar todas las horas que pasamos en brazos de un cuidador afectuoso con seguridad y confort” “Si un bebé no ve satisfecha la necesidad de ese contacto reconfortante, no se crea la conexión entre el contacto humano y el placer, de modo que ser tocado puede resultar seriamente desagradable” Es por ello por lo que Bruce Perry recomienda a todos los niños/as que hayan carecido de experiencias de nutrimiento afectivo en este sentido (todos y todas los y las que hayan podido sufrir abandono por haber carecido de figura de apego competente y constante) una rutina de masaje. Hay que ir muy poco a poco, incluso que el niño/a pueda inicialmente, tocarse é/ellal a sí mismo/a suave, despacio… En un post ya escribí hace tiempo las bondades que tiene el masaje para fomentar el crecimiento del cerebro y nutrirlo afectiva y neuronalmente. Bruce Perry nos lo confirma una vez más. Pero lo que él añade es que esto es por lo que hay que empezar cuando el niño/a está afectado a este nivel.

6. Otra terapia que Bruce Perry recomienda un trabajo de introducción del sentido del ritmo, con terapias de movimientos rítmicos y música. “Puede parecer raro, pero el ritmo es extraordinariamente importante. Si nuestros cuerpos no fueran capaces de mantener el ritmo o la cadencia de vida más fundamental -el latido del corazón- no podríamos sobrevivir” Los niños que se han perdido los ritmos básicos que los cuidadores o padres ofrecen a los bebés, hemos de recuperar esto. “Cuando un niño llora en los primeros meses de vida, nadie aparecía para mecerlo, calmarlo y hacer que sus sistemas y hormonas de respuesta al estrés disminuyeran a parámetros estándares” – dice de un niño que sufrió abandono. Por eso él aboga por la clase de música y movimientos, pues ayudará a que los menores dejen de balancearse solos, tendrán un andar más coordinado, se calmen más y sean capaces de seguir los ritmos de otros. Esto es básico para poder seguir subiendo en las neurosecuencias.



7. La terapia de juego, una manera amable y no invasiva de acercamiento al mundo interno del niño, donde él dirige la sesión (aceptando unas normas y límites básicos de respeto que se explicitan) y va mostrando y expresando a través del juego (en la relación con el terapeuta) sus conflictos e inquietudes, sus emociones y sus contenidos intrapsíquicos, es también otra de las terapias de elección de Bruce Perry. El juego puede ayudar también a aprender las “primeras interacciones sociales que empiezan con una vinculación normal entre padres e hijos recién nacidos. El niño aprende a relacionarse con otros en una situación social en la que las reglas son previsibles y fáciles de determinar. Si un niño no comprende lo que ha de hacer, los padres le enseñan (…) Cuando alguien no ha desarrollado la capacidad para entender las reglas (…) tratar de enseñarle a relacionarse con sus semejantes es prácticamente imposible” Una terapia de juego, yendo con cuidado y despacio, reflejando y "estando con" (sin analizar ni enseñar ni adoptar una actitud educativa o moralizante) puede ser un primer paso para aprender las reglas básicas de respeto entre semejantes, a interactuar, dentro de un contexto lúdico y relajado.

8. Tratamientos logopédicos y de estimulación del lenguaje. Bruce Perry también suele recurrir a este tipo de tratamientos cuando las áreas del cerebro que procesan el lenguaje (hemisferio izquierdo) presentan un retraso y el niño no tiene herramientas lingüísticas para comunicarse con los demás. 

9. Cuidadores conectivos, presentes, pacientes y perseverantes, una y otra vez, que den seguridad. Esto es la base, sin esos cuidadores que tengan esta mirada comprensiva sobre el niño/a que tienen a su cargo, es muy difícil poder trabajar codo con codo con toda la red para poder recuperar y sanar al niño/a de los profundos déficits que los traumas provocados por los malos tratos dejan en el desarrollo físico y psicológico, en el cuerpo, en la mente y en la capacidad de relacionarse. Estos cuidadores (padres, madres, acogedores, educadores…) han de cuidarse ellos también, tener profesionales a su lado que sepan orientarles adecuadamente, y empezar con la intervención cuanto antes.

Después de leer a Bruce Perry, el mejor legado que le podemos dejar a los niños para su futuro es una experiencia relacional que contribuya a modificar la expectativa -tan dañina- que sobre el mundo adulto tienen. Si pueden desarrollar una relación de confianza y seguridad básicas con al menos un adulto competente, esto se quedará engranado en su cerebro/mente y actuará beneficiosamente. No sabemos cuándo, pero lo hará. Tras la lectura de "El chico al que criaron como perro" estoy convenido de ello. Gracias, Bruce Perry.

Los adultos -cuando eran niños/as o jóvenes estuvieron conmigo en terapia- que me escriben o me llaman no me cuentan nunca que tal o cual devolución que les hice les fue útil. Todos recuerdan, sobre todo, lo implícito (lo no verbal) y la experiencia de una relación que les nutrió y sanó porque les hizo sentirse sentidos, vistos, reconocidos. 

El mayor potencial para ayudar a sanar emocionalmente somos las personas. Ninguna técnica ni terapia puede funcionar si no hay un vínculo establecido niño-profesional.

Cuidaos / Zaindu

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