martes, 25 de enero de 2011

Efectos de la institucionalización en los niños: resultados de un reciente estudio en los orfanatos de Rumania

Esta semana escribo esta entrada más motivado que nunca por el estudio que he podido leer en el último número de la revista Mente y cerebro y que quiero compartir. Se trata de un artículo extenso –que recoge una amplia investigación que aún continua- realizado por Nelson, neurólogo en Harvard; Fox, investigador sobre desarrollo infantil en la Universidad de Maryland; Zeanah Jr., profesor de psiquiatría en la Universidad de Tulane y la terapeuta coordinadora del Proyecto de Intervención Temprana de Bucarest.


No puedo exponer todo lo que en el artículo se recoge, por lo que os animo a todos los interesados en cómo afectan al apego y al desarrollo la institucionalización de los niños en orfanatos que acudáis a la revista. En concreto, la investigación se ha realizado para el Gobierno Rumano y sus conclusiones tienen como primera consecuencia positiva y a celebrar, el hecho de que dicho Gobierno ha promulgado una ley que prohíbe la institucionalización de los niños menores de dos años. En la actualidad, sólo 30.000 niños continúan en Rumanía en instituciones. Ha hecho falta este estudio para llegar a la conclusión de que la institucionalización prolongada daña a los niños, pero en fin, este mundo a veces necesita evidencias para hechos que caen por su propio peso. Ya se conocía –nos dicen los autores del estudio- desde mediados del siglo XX, la conexión entre institucionalización de los niños y retrasos en la mayoría de ámbitos del desarrollo. Pero lo que no se sabía a ciencia cierta es el por qué. Esta investigación ha tratado de manera rigurosa, de dar respuesta a esto: el Proyecto de intervención Temprana de Bucarest, que comenzó en el año 2000.




Más allá de esto, interesan y mucho, las conclusiones del estudio. Sobre todo para los padres adoptivos o de acogida y para los profesionales que trabajamos con niños que han sido institucionalizados en sus primeros años de vida. Las conclusiones del estudio, aunque realizadas con población de niños rumanos, pueden extrapolarse. Personalmente, me atrae y me interesa mucho el tema porque tengo varios niños rumanos, adoptados, en consulta, con historias largas de institucionalización en orfanatos en condiciones pésimas, que siguen tratamiento psicológico conmigo desde hace varios años. Estos niños presentaban retrasos en el desarrollo, trastornos del vínculo de apego y trastorno hiperactivo y de conducta. En definitiva, un gran daño sufrido. He podido observar la evolución positiva que han experimentado –todos pueden considerarse casos graves- y la recuperación de casi todos sus problemas. Con trabajo continuado y siguiendo las dos “p” (paciencia y perseverancia), llevando adelante programas de tratamiento multidisciplinar en todos los casos (psicoterapia, psicofarmacología, psicopedagogía, estimulación sensorial, psicoterapia para los padres en algunos casos), los niños han experimentado una mejoría global integral y un mayor ajuste a todos los niveles: personal, familiar y social. Lo curioso es que los resultados de esta investigación en cuanto a qué mejoras obtienen los niños cuando son acogidos son los mismos que yo y otros compañeros hemos observado en nuestros jóvenes pacientes.




Los autores compararon régimen de acogida (con cuidadores de calidad; este matiz es muy importante) con régimen de institucionalización (también aclaran y explican el dilema ético de dejar a los niños en instituciones mientras se investiga; casi no existía régimen de acogida en Rumania cuando empezaron la investigación) Han medido en cada fase, su crecimiento físico, su función cognitiva y su desarrollo social y emocional. También evaluaron aspectos del desarrollo del lenguaje, síntomas psiquiátricos y funcionamiento cerebral (esto último es muy novedoso) No puedo dar cuenta de todos los detalles de la investigación. Para ello, hay que acudir a la revista Mente y cerebro nº 46/2011, el último número correspondiente al mes de enero. Merece la pena leerlo entero. Además, la revista contiene otro artículo sobre apego desorganizado y trastorno límite de la personalidad interesantísimo.




Principales resultados de la evaluación previa:



- Observaron que los niños rumanos institucionalizados presentaban déficit de desarrollo en casi todos los aspectos medidos.


- Los resultados de la evaluación inicial fueron impactantes: El cien por cien de los niños nunca institucionalizados mostraba un apego completamente desarrollado, pero solo el 3% de los institucionalizados tenía vínculos completamente formados.


- También evaluaron si existía trastorno de apego reactivo. Los niños institucionalizados en Rumania mostraron niveles más altos de este trastorno en comparación con niños nunca institucionalizados.


- Los niños criados en instituciones mostraron un rendimiento intelectual muy inferior en comparación con los niños que crecieron con sus familias biológicas. El CI medio de los niños del grupo institucionalizado, a los 30 meses de edad, fue de 74 puntos. La puntuación de CI de niños en régimen de acogida fue de 103.


- Las medidas de la función cerebral, hechas con registros de EEG (Electroencefalograma) –algo nunca hecho hasta la fecha- sugirieron un retraso en el desarrollo cerebral de los niños institucionalizados.


- Los niños del grupo nunca institucionalizado mostraron una especialización del hemisferio derecho para el reconocimiento de caras, respuesta esperada. Los niños del grupo institucionalizado no la mostraron.


Principales conclusiones: mejorar es posible, nos dicen los autores:


- En casi cada ámbito que evaluaron, el desarrollo de los niños en acogida mejoró si se compara con los que permanecieron en instituciones. Las familias que les acogieron fueron de calidad (son equiparables a lo que en nuestro país denominamos el acogimiento familiar profesionalizado)


- El apego mejoró: el 49% de los niños confiados al régimen de acogida mostró seguridad en el apego en comparación con el 18% del grupo institucionalizado.


- Los niños confiados al régimen de acogida habían reducido considerablemente el TRA en cuanto a los signos de retraimiento o inhibición a los 30 meses de edad. Sin embargo, los niños que mostraban rasgos indiscriminados en el apego mejoraron menos de los mismos. Su mejoría fue posterior.


- En cuanto al CI, los niños en régimen de acogida experimentaron una mejoría significativa en la función cognitiva en comparación con los institucionalizados.


- Avances similares se observaron en el desarrollo del lenguaje y en la vulnerabilidad a los síntomas psiquiátricos.


- Sacar a los niños de las instituciones no les inmunizó, dicen los autores, de todos los problemas: no existían pruebas de que la intervención redujera los trastornos del comportamiento como el TDAH ni las conductas oposicionistas desafiantes. Esto, nos dicen los autores, no podrá resolverse hasta que no se sepa con exactitud los mecanismos cerebrales que subyacen a esta patología y sus interacciones con el ambiente. Curiosamente, lo mismo observamos en la clínica, en nuestro trabajo en la consulta en el día a día: los niños adoptados o acogidos en familias no terminan de mejorar en este aspecto y es uno de los principales motivos por los que los padres piden tratamiento, a veces ya desesperados. Con los tratamientos psicoterapéuticos y farmacológicos existentes en la actualidad es posible a largo plazo, mejorar y atenuar estos trastornos. Pero con mucha paciencia.



Este estudio pone de relieve las consecuencias nefastas de la institucionalización. Y también subraya la necesidad de intervenir lo más tempranamente posible. Asimismo apoya con energía sacar cuanto antes a los niños de las instituciones para confiarlos a familias preparadas para educarlos. El Gobierno español apuesta por el acogimiento familiar para los niños como principal medida de protección en una reciente ley.



En mi opinión, insisto en este último punto: “familias preparadas para educarlos” Los acogedores han de ser de calidad. Porque sacar a un niño de una institución para que tenga que volver a ella por el fracaso en un acogimiento familiar retraumatiza y es muy dañino también. Hay que intentar –evidentemente no existe la perfección- minimizar el riesgo de fracaso lo más posible. Si los niños pequeños se mantienen en hogares donde sufren negligencia y abusos durante demasiado tiempo, el riesgo de daño a largo plazo puede ser demasiado grande, nos dicen los autores.



En cuanto a los padres adoptivos (sobre todo los que tienen hijos que han padecido institucionalizaciones largas), creo que este estudio les debe de inyectar motivación y esperanza: es posible mejorar, los cambios se van dando. No es que el niño no avance o mejore. Sí lo hace, pero hay que tener calma y paciencia. Y perseverancia. Buscar apoyo social y tratamientos (psicoterapéuticos, pedagógicos, psicológicos) es fundamental. No van tan rápido como desearíamos porque constantemente tratamos, consciente o inconscientemente, de compararlos con los que no han sufrido abandono o malos tratos. Y eso es sumamente injusto.



Espero que os haya interesado. Personalmente, me ha parecido fascinante y me ayuda a seguir trabajando con más motivación y energía positiva con estos niños que son unos héroes.

jueves, 20 de enero de 2011

El niño/a víctima de malos tratos y la memoria emocional

Antes de irme a celebrar San Sebastián, dejo hechos mis deberes y mi grata cita semanal con todos/as vosotros/as dejando programada esta entrada.

Sigo con el libro de David Linden, titulado “El cerebro accidental” En esta ocasión, he de decir que me ha fascinado el capítulo que dedica al aprendizaje, la memoria y la individuación.

En el mismo, he leído esto tan interesante: “…Algunos recuerdos se desvanecen con el paso del tiempo, y algunos son distorsionados por la generalización (¿el lector recuerda de forma clara el corte de pelo que llevaba cuando tenía diecisiete años?) En todo caso, nos es precisa una señal para poder decir: “Se trata de un recuerdo importante. Escríbelo y subráyalo” Y esta señal es la emoción. Cuando tenemos sensaciones de miedo o de alegría, de amor, de enojo o de tristeza, estas sensaciones sellan nuestras experiencias como particularmente significativas. Estos son los recuerdos que más necesario resulta almacenar y mantener a salvo, porque casi con toda probabilidad serán relevantes en situaciones futuras. Son los componentes básicos que forman la lógica, el razonamiento, la cognición social y la toma de decisiones. Se trata de los recuerdos que nos otorgan nuestra individualidad. Y, más que en cualquier otra cosa, el cerebro es bueno ejerciendo esta función: la indexación de los recuerdos por medio de las emociones”

Al leer esto, me han venido a la mente las experiencias de los niños y niñas que han vivido malos tratos y abandono. Los niños y niñas víctimas de malos tratos tienen, sin duda, subrayados a fuego estos recuerdos. Y serán recuerdos relevantes en situaciones futuras, como dice Linden. ¿Por qué? Porque pusieron en alto y grave riesgo su supervivencia e integridad física y psicológica. Cualquier señal o estímulo o situación que pueda evocar o guarde una similitud con la vivida anteriormente, puede disparar una respuesta que se usó en el pasado para hacer frente a la amenaza. Normalmente, atacar o huir o disociarse. Es por ello por lo que muchas alteraciones emocionales y respuestas conductuales aparentemente sin sentido para el adulto que no puede ver las heridas invisibles, tienen sentido cuando se explican a la luz de la memoria y la emoción. Esta sería algo así como el pegamento que fija el recuerdo

Existe también una memoria emocional, no sólo la memoria de los hechos. No por ser muy pequeño el niño o niña (tener sólo meses) “no se enteraba” de lo que sufría. No recuerda los hechos. Pero sí recuerda las emociones y las sensaciones, éstas se graban en la memoria emocional que tiene su sede fundamentalmente en la amígdala (un órgano en el centro mismo del cerebro, dentro del sistema límbico, que codifica las emociones) El niño entonces no tiene la sensación de estar recordando, no es un recuerdo consciente (como la memoria de hechos) pero es un recuerdo almacenado. La memoria emocional es predominante en el niño hasta los dos años y medio-tres más o menos.

Los malos tratos y las experiencias adversas subrayadas y guardadas en la memoria no se olvidan ni desaparecen por el hecho de hacerse mayor, adolescente o adulto. Esta es una creencia errónea. Por ello, tenemos que evitar transmitir frases que minimicen las duras vivencias padecidas. Hay muchos chicos y chicas que se comportan o reaccionan de maneras inadecuadas y no saben por qué, y una posible explicación tiene que ver con ésta de la memoria que acabo de explicar al leer a Linden. Por ello, evitemos transmitirles frases ante sus conductas negativas que supongan culparles (de plano, se suelen rechazar muchas de las costumbres, respuestas, hábitos y reacciones de estos menores, como se dice en el libro “Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera”. Hablaremos de él) y tratemos de explicarlas desde los mensajes comprensivos. El niño o niña está luchando contra sus dificultades, exterioricémoslas: el niño o niña no es la dificultad, está tratando de superar un hándicap que escapa a su control voluntario.

Linden relata en su libro un sugerente experimento en personas que tienen dañada la memoria de los hechos (por diversas causas: traumas, lesiones, enfermedades…) Son sometidas a una leve descarga eléctrica y unos segundos antes, pueden ver una bombilla con luz roja que se enciende y precede a la descarga. Por efecto del aprendizaje asociativo, la luz adquiere la propiedad de asustar a la persona por sí sola. Al día siguiente, los sujetos participantes no recuerdan los hechos: ni las personas del experimento ni el haber estado allí. Pero cuando ven la luz roja, sin que sepan por qué, su corazón experimenta un aumento del ritmo cardíaco (prueba de que se han alterado emocionalmente) Lo que sucede es que la memoria declarativa está afectada pero no la emocional, que sí recuerda.

jueves, 13 de enero de 2011

Picoteo de calidad

Será porque nací y vivo en San Sebastián –donde la gastronomía se idolatra- y estoy influenciado por la cultura del buen comer y beber (y vivir), que no me he resistido a titular con un símil gastronómico lo que os ofrezco en la entrada de esta semana.

Le llamo picoteo porque es servido por varias personas. En este caso, yo sólo actuo a modo de gestor de los buenos platos que me proporcionan excelentes cocineros de autor, de nombre, de firma, de prestigio.


Mi amigo Alberto, que habita en El blog de Alberto Barbero, también ha ofrecido este tipo de entradas blogueras en las que ofrece lo bueno que los demás han descubierto. Creo que es positivo que escuchemos al otro, lo que dice, lo que propone, lo que plantea y sugiere, y que no nos centremos sólo en explicar y expresar lo nuestro. Estar abiertos a los demás es también lo que me ha impulsado a dedicar esta entrada de hoy a las buenas picadas. Así pues, el picoteo es compartido, no es nada saludable comer solo.


Lo primero que tenemos para picar es ofrecido por Yolanda Ávila, que habita en el magnífico blog Hablemos de la infancia. Yolanda ha tenido la deferencia de hacer una entrada en su blog refiriéndose al mío, a Buenos tratos, destacando su utilidad y servicio y subrayando mi labor profesional y personal con los niños víctimas de malos tratos. Desde estas líneas le agradezco su apoyo y dedicatoria.


Yolanda Ávila me envía, sabiendo que la adopción es un tema que nos interesa, un enlace en el que se puede acceder a dos publicaciones y leerlas on line. El primer libro se titula “Adopción y escuela. Guía para educadores y familias” La autora del libro es Beatriz San Román. Me ha gustado esta obra porque desde el principio le otorgan al apego y a su teoría un papel central en la explicación de los problemas y dificultades de los niños pues las vivencias adversas con los cuidadores primarios pueden afectar a la formación posterior de vínculos con los padres adoptivos.


Partiendo de que la entrada en la familia es fundamental y la elaboración de este cambio en la vida del niño lo prioritario, la autora aborda cuestiones tales como cuándo empezar la escolaridad; la colaboración entre la escuela y la familia; ganarse la confianza del niño; los niños con alteraciones de conducta… para ir centrándose en los retos de cada etapa escolar: educación infantil, la escuela primaria y la secundaria. Con un lenguaje sencillo y claro, fundamentado en la experiencia y en una perspectiva científica, tratado con rigor, cada capítulo tiene la gran virtud de ofrecer, al final, las ideas clave que se barajan en el mismo.


Se puede leer on line en esta dirección o comprarlo en la misma colaborando con una buena causa. Felicidades a la autora por esta magnífica obra. No la he leído entera, estoy en ello, pero sí unos cuantos capítulos como para formarme una idea clara y excelente de la obra.


El segundo libro que se puede leer on line –y también comprar colaborando con una buena causa- y que Yolanda recomienda se titula: “La aventura de convertirse en familia” Toca las cuestiones clave que las familias deben de tener en cuenta para educar, tratar y convivir con un niño adoptado: La espera de los padres; la llegada; el primer año; el dolor que se puede sentir, a veces, por ser adoptado. Finalmente el libro continúa abordando los retos frecuentes que son la alimentación, el sueño y el hablar sobre la adopción. No doy con el autor/a de la obra, desde le aquí le pido disculpas. Guía que orienta y proporciona pautas sobre la adopción, me ha gustado por su concisión. La podéis leer on line en este enlace.


Yolanda Ávila me ha pasado también un enlace que nos lleva a un vídeo en el que entrevistan a mi amigo y maestro Jorge Barudy. La entrevista es para una cadena de televisión con motivo de unas jornadas formativas. No os la perdáis porque es una ocasión única para escuchar en vivo a Jorge Barudy y aprender. De todo lo expuesto, me quedo con una frase que Jorge Barudy lanza, atribuida a Boris Cyrulnik y que nos debe hacer pensar y actuar también: el siglo XXI puede ser conocido como el de la verguenza del infanticidio (hay desgarradoras, crueles, devastadoras y sangrantes vidas infantiles rotas, destruidas. Algo evitable, por ello da más rabia) Toda una injusticia que debe avergonzar a los seres humanos y sobre todo, a los que pueden tomar las decisiones sustantivas, las que tienen que ver con la justicia distributiva. Movámonos a la solidaridad, me sale decir después de escuchar a Jorge Barudy.


La siguiente picada proviene de Pilar Surjo. A Pilar la he presentado en numerosas ocasiones en este blog por sus enriquecedores aportes. Habita en Addima y de resiliencia -y otros muchos temas- sabe un montón. En esta ocasión cuelga en Facebook una referencia a un blog socioeducativo, de Marta Romo, en el que ésta nos dice que hay personas que aprenden y entienden mejor observando y escuchando que leyendo. Esto lo pongo como contrapunto al libro que os he ofrecido y para que veáis de qué manera tan gráfica y sencilla explica esta persona lo que es la resiliencia: gran lección de didáctica. Esto es lo difícil: hacer fácil lo que puede ser costoso de explicar y comprender.

Para la próxima semana, os prometo que cocino yo. Voy a prepararos una excelente entrada que continúa explicando desde la neurociencia el funcionamiento y las características de los niños víctimas de abandono y malos tratos, tomando como referencia el libro de Linden “El cerebro accidental”. Insisto mucho en esto porque es muy necesario un marco conceptual en base al cual podamos explicar por qué los niños se comportan del modo en que lo hacen, con el fin de desterrar otro tipo de atribuciones inexactas o incorrectas (como las taras que a menudo he oído decir que estos niños traen) La ciencia avanza mucho y nos permite saber y también desarrollar pautas terapéuticas y educativas para ayudar a los niños y adolescentes.

miércoles, 5 de enero de 2011

¿Herencia o ambiente explican los problemas de los niños con antecedentes de abandono o malos tratos?

Esta semana, como he estado de vacaciones, he aprovechado para leer un libro (el cual cito en el margen derecho de este blog: “El cerebro accidental”) que me está atrapando por su didáctica y a la vez estimulante manera de explicar el funcionamiento del cerebro. Me gusta el libro porque da respuesta a algunas de las cuestiones que solemos tratar y debatir aquí cuando hablamos de los niños que han sufrido experiencias adversas en sus primeros años de vida en forma de abandono y malos tratos.

Una pregunta muy común que me hacen los padres adoptivos, de acogida o los educadores es si toda la problemática por la que se me consulta y se me pide ayuda profesional es debida a factores ambientales o si la genética también tiene algo que decir. Incluso algunos padres me dicen, asustados por las conductas de sus hijos, si acaso no tendrá una tara (defecto psíquico hereditario)


¿Qué pesa más, la herencia o el ambiente? Este es un viejísimo debate que se retrotrae desde una época anterior a Darwin. Ambiente en este caso engloba todo: familia, sociedad, escuela... Hoy en día las posiciones se han suavizado y se adopta una postura intermedia. Como se dice en el libro “Inteligencia social”, la herencia y el ambiente son como los lados de un cuadrado: los dos son necesarios para calcular la superficie. Y el sujeto es la superficie, el resultado de ambos lados.


No obstante, en el caso de los niños con antecedentes de maltrato, abandono o desfavorecidos socialmente, me decanto por el hecho de que el ambiente ha tenido mucho que ver en ese resultado, ha pesado mucho más. Como nos dice Linden en el libro “El cerebro accidental”, “los aspectos a gran escala de las neuronas al interconectarse, que vienen determinados genéticamente, suelen ocurrir en general durante las primeras fases del desarrollo; en cambio, los detalles sutiles de la interconexión cerebral, que vienen determinados por el entorno, se presentan en fases posteriores. En el caso de los seres humanos, el período en el que la interconexión cerebral afecta al desarrollo del cerebro a una escala sutil se inicia en las últimas fases del embarazo y prosigue a lo largo de los primeros años de vida”


Efectivamente, los primeros años de vida son cruciales en esta influencia del ambiente sobre la conexión neuronal porque es una etapa donde se están formando éstas: unas serán seleccionadas y otras, por su no uso, descartadas.


Si el ambiente ha sido carenciado en cuanto a ausencia de una experiencia de apego seguro durante un tiempo prolongado y en una etapa llamada periodo sensible (con lo que esto conlleva: satisfacción de las necesidades físicas y emocionales, comunicación empática, etcétera), las conexiones neuronales puede que sean escasas. El autor Linden nos lo explica en su libro, afirmando que “…los entornos carenciales reducen la complejidad dendrítica (las dendritas es una parte de una neurona que normalmente suele conectar con otra neurona mediante otra parte de ésta llamada axón) de las neuronas en la corteza cerebral y el hipocampo” La corteza cerebral es un área del cerebro en el que residen las funciones psíquicas superiores como el razonamiento, el juicio, la conciencia... El hipocampo es una estructura cerebral que cumple un papel fundamental para la memoria.

Ahora sabemos que a pesar de que existen periodos sensibles para el desarrollo cerebral en el que éste es más plástico, la plasticidad es una característica que se mantiene toda la vida. Con lo cual, los niños carenciados pueden recuperarse y avanzar en el desarrollo de distintas áreas como son el lenguaje, la cognición, la motricidad... La regulación emocional lleva más tiempo pero también es posible. Y esto es lo que nos da esperanza y lo que nos empuja a seguir trabajando con los niños día a día. Es muy importante ser comprensivos con estas carencias y evitar la sobreexigencia, entender que el niño necesita tiempo.


El autor Linden nos ofrece un experimento, el primero que se hizo, en el que se descubrió la plasticidad cerebral, pues hasta entonces, nos dice, era algo que no interesaba mucho a la comunidad científica. Se pensaba que el cerebro era un conjunto de conexiones que no cambiaban: "Cuando Marion Diamond y sus colegas de la Universidad de California, en Berkeley, analizaron los cerebros de ratas adultas que habían sido sacadas de sus aburridas jaulas individuales de laboratorio y trasladadas a un entorno enriquecido con juguetes, lugares que explorar y otras ratas, la comunidad científica se llevó una sorpresa mayúscula. Tras pasar varias semanas en un entorno enriquecido, las ratas fueron sacrificadas y sus cerebros preparados para ser examinados con el microscopio. En varias regiones corticales, las dendritas neuronales eran más grandes y presentaban más ramificaciones, un mayor número de espinas dendríticas como de sinapsis (conexiones entre neuronas), que las ratas que habían permanecido en las espartanas condiciones de las jaulas de laboratorio. Este hecho sugería que incluso el cerebro adulto tenía mucha mayor plasticidad de la que nadie se había atrevido hasta entonces a imaginar. Y lo que era aún más fundamental, se trataba de un proceso reversible"


Está claro que una persona no es una rata, pero tenemos bastante en común y los resultados son extrapolables. Lo que este estudio pone de relieve es que un medio con graves privaciones, al menos por un espacio de tiempo, puede producir una reducción en la complejidad de los circuitos corticales. Y de aquí ha nacido una nueva disciplina que está cogiendo un inmenso auge: la epigenética o la modificación de los genes por efecto de las variables ambientales.


Por lo tanto, en el caso de los niños víctimas de entornos maltratantes y carenciados, el ambiente ha tenido un peso enorme, más que el de la herencia, me atrevería a decir. En el trabajo con los niños en la consulta, observas a lo largo de los años que estos niños tienen una serie de problemas y dificultades similares y todos comparten experiencias adversas en los primeros años de vida.


El cerebro es plástico, luego el niño puede ir recuperándose si se ponen los medios educativos y terapéuticos a su alcance. Pero el cambio y el avance son lentos. ¿Por qué? Yo creo que porque si de por sí ya cuesta sacar adelante a niños que no han vivido carencias o malos tratos (porque somos una especie que nace en unas condiciones de prematuridad enormes y necesitamos el acompañamiento largo de unos adultos que nos ayuden a llegar a ser), imaginémonos en el caso de que nos encontremos con un cerebro carenciado con pocas conexiones u otro con unas conexiones relacionadas con los aspectos más básicos de la supervivencia como son las respuestas de ataque o huida. Modificar todo esto lleva tiempo, paciencia, perseverancia y esfuerzo. Pero es muy gratificante porque estos niños tienen una serie de aspectos positivos que a uno le agradan y le sorprenden, son lo que son, sin dobleces.