lunes, 2 de enero de 2017

"No entendía que esa familia era la mía"

El pasado 11 de diciembre el periódico euskaldun (vasco) Berria, con edición en todo el País Vasco, publicó un reportaje extenso sobre la protección a la infancia. Una investigación rigurosa por parte de la periodista Arantza Iraola, quien ha sido capaz de encontrar el punto de equilibro exacto entre la veracidad y la emotividad, la implicación. Los reportajes excesivamente científicos sin implicación emocional, desde la distancia, no llegan al lector. No es el caso del elaborado por Arantza Iraola, quien tuvo la feliz idea, además, de incluir en su trabajo periodístico el testimonio de una joven de 26 años que desde los 5 entró en el sistema de protección a la infancia. Nos recuerda el proceso de reconstrucción de las víctimas de abandono y malos tratos que postula Jorge Barudy: culpable – víctima – superviviente – viviente. Una víctima que ha podido hacer un proceso resiliente admirable, llegando a convertirse en una viviente (alegría de vivir a pesar de lo sucedido) Un camino que lleva toda una vida recorrer, en el cual en muchos periodos, se retrocede pero es posible -con trabajo personal, vínculos afectivos sanos, paciencia y perseverancia- nuevamente, avanzar hacia sentirse una viviente más. 

La entrevista que Arantza Iraola realizó está publicada en euskera (lengua vasca) Como muchos de vosotros/as que seguís el blog no sabéis este idioma, contacté con Arantza en el diario Berria y le comenté que sería muy interesante para mis lectores (vosotros/as) contar con la traducción al castellano de la entrevista. Ella misma, desinteresadamente, se ofreció a traducirla y en breves días la tenía en mi buzón de correo electrónico. 

Agradezco al diario Berria y a Arantza Iraola por la sensibilidad social mostrada al publicar un extenso reportaje sobre protección a la infancia y por la deferencia al brindarse a traducir la entrevista. Y en especial le doy las gracias a la entrevistada, Shandra. Creo que la entrevista merece difusión. Nos otorga el realismo de la esperanza (del que hablan autores de resiliencia como Barudy, Vanistendael, Cyrulnik…): el camino que una persona afectada por el abandono temprano debe de recorrer es muy duro y áspero, pero existe la esperanza de que con un entorno afectivo y solidario, a largo plazo, puedan recuperarse y vivir una vida que merezca la pena vivirse. Shandra es un ejemplo de esta esperanza. Ella dice: “Ahora estoy bien” Podemos imaginarnos lo que eso le habrá costado. Nuestro agradecimiento, reconocimiento y admiración hacia Shandra desde estas líneas por compartirnos su experiencia, que nos servirá a todos/as los/as que nos citamos en este blog.

"No entendía que esa familia era la mía"

La vida de Sanhdra, con apenas 26 años, ha pasado por muchas vicisitudes; separada de su familia de origen siendo muy niña, ha tenido que crecer en centros para menores y familias de acogida. El dolor perdura, pero mitigado: "Ahora, estoy bien"

Es Shandra (Donostia, 1989.) No quiere dar su apellido. Cuenta que sus buenos recuerdos de la infancia son escasos. Aquellos primeros años de su vida transcurrieron en Trintxerpe (Pasaia, Gipuzkoa), con sus padres, y recuerda bien a quién tuvo de aliento: "La madre de mi padre, mi abuela; tengo buenos recuerdos de ella". Contados. Pronto aparecieron sospechas de desprotección, y ella y un hermano menor -fruto de la relación de su madre con otro hombre- quedaron bajo la tutela de la diputación. Los llevaron a un hogar para menores. "Yo tenía 5-6 años, mi hermano, un año". No fue vivencia fácil de comprender: "Al principio, no te das cuenta de mucho, eres pequeña". Tampoco de integrarla: "Siempre estas con amigos, pero tú quieres estar con tu madre; no es lo mismo. No eres consciente de la imposibilidad de estar con tus padres". Cada quince días, tenía visitas con su madre. Aquellos primeros años, también con su padre. "Después, ya no". Desapareció: para siempre.

A los 9 años, el sistema de protección de menores llevó a Shandra a una difícil encrucijada. La desazón que le causó aquello se puede percibir aún en sus palabras. Argumentaron que ella era "demasiado mayor" para seguir en el centro en el que vivían, y que había que analizar otras alternativas. "La diputación me ofreció dos opciones: o ir a otro centro sin mi hermano, o que los dos fuésemos acogidos por una familia de acogida. Lo pasé realmente mal". Le parece injusto poner a un menor en una tesitura de ese tipo: "Es difícil decidir qué quieres con 9 años: o ir sola, o con tu hermano. Eres muy pequeña". Al final, decidió ir con una familia de acogida. Fue tiempo de mudanzas: otro nido, otras dos personas que llamar 'aita' y 'ama', otra escuela, otra localidad. "Al principio, todo fue bien".

La situación se tornó sombría cuando tenía cerca de 11 años. En el colegio: "Sufrí bullying". En casa: "Al principio bien, después mal. Yo tenía 11 años, había sufrido mucho, pero los de la familia no entendían eso. Culpaban, además, a la diputación; aducían que no les habían explicado qué me pasaba". La herida que empezó a infectarse en aquella infancia rota de Trintxerpe, explotó. "A pesar de mis 11 años yo tenía muchas rabietas; no estaba bien, estaba siempre llorando". Con el tiempo la convivencia se fue complicando, y pronto Shandra y su hermano tuvieron que aprender una nueva dirección: los llevaron a un centro de Tolosa. "Yo tenía 12 años, mi hermano 7". Era un centro para adolescentes de entre 12 y 18 años, pero les dejaron estar juntos. Actualmente tiene un recuerdo muy grato del trato que recibió por parte de los educadores de ese centro. Pero el trayecto para llegar a ese punto ha sido largo. "En los primeros 3-4 años no estaba bien; necesité años para entender que querían que estuviéramos bien". Pero actualmente prevalecen los buenos recuerdos de aquella época.

Visita al 'orfanato'

En uno de esos recuerdos tiene 14 años. Llevó a cenar al hogar a sus nuevos amigos del colegio. "Pensaban que sería una especie de orfanato. Pero cuando vinieron a cenar, vieron algo diferente”. Una amiga me dijo: "Sois como una familia, aunque no tengáis a vuestros padres y madres, todos sois como hermanos". Cumplió los 18 años en ese hogar, y, gracias a una prorroga, consiguió estar ahí hasta los 19 y medio. No sin zozobra. "Yo estaba estudiando. Decía: '¿Pero cómo empezaré ahora a trabajar?'. '¿Cómo mantendré una casa yo sola?'. Tras la prorroga los jóvenes muchas veces no tienen otra opción que ponerse a vivir por su cuenta, y su caso era complicado: su madre seguía sin capacidad de darles cobijo, y tenía un hermano menor.

"Siempre he estado trabajando y estudiando". A pesar de ello, no era fácil alzar el vuelo en soledad. Y la opción de una nueva familia, un nuevo hogar, le vino de la mano de una educadora del centro. Tenían una relación muy estrecha con ella, y, con el paso del tiempo, también conocían a su familia. Y ellos les dieron una nueva casa, una nueva familia. "Ella acogió a mi hermano, y sus padres me acogieron a mí. Yo explico que, de alguna manera, esa educadora es mi madre, y sus padres, mis abuelos". 

Actualmente vive en casa de esos abuelos, en Irún. "Bien". Pero también ha sido un proceso que ha requerido mucha paciencia. "Hasta que pasaron dos años no entendía que esa familia era la mía, estaba como alejada de ellos. Se pasaron dos años diciéndome, que aunque no nos uniera la sangre, éramos una familia y que debía confiar; pero yo necesité mucho tiempo para llegar a ese punto". Nunca ha llamado 'ama' a esa educadora. "Le llamo por su nombre. A mis amigos/as igual les digo 'mi madre', pero directamente a ella no. En la familia de acogida fui obligada a llamar 'ama' la madre de acogida, y no. Madre, aunque no te guste, sólo hay una en el mundo. Por eso, le llamo por su nombre, aunque siento que ha sido mi madre".

Reflexiones desde la madurez

Actualmente es capaz de valorar lo que pasó desde la atalaya de la madurez. "Ahora opino que la diputación actuó bien; gracias a ello, estamos bien, tengo una familia, estoy estudiando". De vez en cuando habla por teléfono con su madre. Ha entendido que no podía haber estado con ella. "Si hubiéramos estado con ella, ahora igual estaríamos en la calle. Mi madre es como una niña: no entiende lo que ha hecho la diputación, cómo estamos. Quiere estar con nosotros, pero no es consciente de lo que ha pasado". Ahora tiene sus amistades y su trabajo en Donostia: estudió para ello, y trabaja en una farmacia. Su familia en Irún. Sus aspiraciones en Gasteiz: "Quiero iniciar el curso que viene los estudios universitarios de Farmacia".

Buenos tratos regresa la semana próxima, lunes, 9 de enero, a las 9,30h hora española, como siempre.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Gracias Jose Luis. Me ha emocionado, una vez más, la lectura.

Yolanda Álvarez

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Hola Yolanda:

Realmente, gracias a Shandra y a ti. Un abrazo, José Luis

José Mari Lezana dijo...

Felicidades a los dos y, sobre todo, a Shandra.

Su historia da sentido al trabajo que muchas personas que forman una auténtica cadena de favores.

Un abrazo,