lunes, 2 de octubre de 2023

"Buenos días, tristeza" (Françoise Sagan) y "La cura por la comunicación del afecto" (Allan Schore)

“Buenos días, tristeza” es el título de una intensa novela de Françoise Sagan. La he leído, y también he visto la película, genial versión cinematográfica a cargo del director Otto Preminger. La interpretación que la inolvidable y gran actriz de la Nueva Ola -la malograda Jean Seberg- hace de Cécile, la lábil adolescente de diecisiete años, es extraordinaria. Jean estuvo en 1970 en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián presentando la película Ondata di calore, y una amiga mía, que en paz descanse, la pudo ver a escasos dos metros. Es lo que tiene el Festival de Donosti, que te permite esa cercanía con las estrellas. 

La vida de Jean Seberg fue traumática. Os dejo este vídeo que nos cuenta un breve resumen del triste final que tuvo. Ella popularizó ese corte de pelo a lo garçon. La interpretación de Seberg en “Al final de la escapada” forma parte de la historia del cine:

Jean Seberg y su triste final

En la novela "Buenos días, tristeza", Cécile vive con su padre (Raymond) y juntos pasan un desenfadado verano en la Costa Azul francesa. En su universo y en su relación especial no necesitan (en el sentido de que no los ven ni los reconocen) terceros, ellos solos se bastan. Sólo piensan en disfrutar del sol y del mar, divertirse en las fiestas a las que acuden y mantener relaciones amorosas. Cécile es un espíritu libre, su padre no le pone ningún límite y su relación es de igual a igual, ambos se dan permiso para hacer lo que gusten. Raymond es un donjuán que tiene affaires con muchas mujeres, pero no se queda nunca con ninguna… Hasta que aparece Anne, una mujer que parece enamorarle y con quien desea casarse. Anne se siente responsable de Cécile y trata de ordenar y poner criterio a su desenfrenada vida, lo cual enciende la rabia y los celos de la joven porque su padre no se opone a ello y apoya las sensatas decisiones de Anne. Cécile traza un plan cruel para vengarse de la pareja de su padre que tendrá trágicas consecuencias. Padre e hija ya no serán los mismos nunca más.

La película es capaz de contagiarnos la tristeza hasta el tuétano, y transmitirnos la amarga sensación que la culpa traumática ha dejado en los protagonistas. Cada día, una marea negra depresiva cae ineluctablemente sobre Cécile. Aunque aparentemente feliz, en el interior de ella todo transcurre de un blanco y negro monótono y pesaroso. La vergüenza les atenaza y el silencio sobre la tragedia ocurrida el pasado verano mantiene la apariencia de que “no pasa nada”. Pero cada noche al desmaquillarse, Cécile llora a lágrima viva delante de un espejo que le devuelve el auténtico rostro de quién es ella y la culpa que se oculta en su interior. Y eso hace que diariamente, al despertar, sienta un “Buenos días, tristeza”. El impacto traumático queda muy bien reflejado en esta escena (rodada en blanco y negro, en contraposición a los hechos ocurridos en el verano, que están filmados en color):

Cécile y sus recuerdos traumáticos mientras Julliet Gréco canta "Bonjour tristesse"


Muchas personas sienten un "Buenos días, tristeza"

Si os cuento todo esto es porque al rever la película he conectado con la vida de muchas personas, que, sin llegar a provocar una tragedia, como los protagonistas, tienen sus buenas razones para afirmar “Buenos días, tristeza”. Sus vidas están rotas porque los procesos traumáticos y acumulativos que han sufrido son tan devastadores que la expectativa al levantarse es saber que les espera un nuevo día de sufrimiento. Vienen a mi mente algunos de los pacientes de mi consulta. Pero por la calle, en cada ciudad del mundo, se pueden contar por miles las personas que a diario expresan la frase que da título a la novela de Sagan. No podemos saberlo, porque el trauma es invisible a los ojos. Aunque hay indicios: detrás de un camarero aturdido que se confunde al servirnos; de un chico que comete un atraco; de una persona mayor que pasea sola a su perro; de un adolescente que se hace cortes en el brazo; de quien se refugia en la cama porque no puede levantarse; del viudo que acude todos los días al cementerio; de quien no dice una palabra y se aísla socialmente; de quien se emborracha; de quien toma un café en soledad; de unos padres con un hijo enfermo de cáncer; de quien tiene un ataque de ira desproporcionado; de una familia cuyo hijo tiene graves problemas mentales; de quien no logra hacer amigos; de quien fracasa; de quien siente una profunda soledad y vacío; de quien abusa de las sustancias; de quien es desahuciado; de quien sufre una enfermedad terminal; de quien no puede llegar a fin de mes; de quien emigra por situación de pobreza… [continuad vosotros...]; puede existir un ser humano que como Cécile deambula y actúa sin conexión emocional, como si la realidad que viviera no fuera real y como si esa persona que dice ser yo no fuese yo… Obviamente no todas las personas en estas circunstancias tienen como causa de su malestar y sufrimiento un trauma psicológico. 

Como la joven de la película, hay algunos pacientes que acuden a mi consulta que sienten un “Buenos días, tristeza” en sus vidas. Me dicen que no querrían vivir más, que nada les importa ya, pero que no tienen valor para matarse. Es muy duro y triste escuchar de su boca estas frases y ver su rostro sufriente, momentos antes de deshacerse en lágrimas… 

Cartel de la película "Buenos días, tristeza"

Algunos pacientes expresan frases de este tipo: “Además, la gente me dice que estoy así porque quiero, que si pusiera un poco de voluntad superaría los problemas”. “Resulto aburrido y genero pesimismo a mi alrededor porque todo el mundo dice que soy un quejica, me hacen ghosting”. “No te quejes, fíjate la gente que sufre la guerra de Ucrania, eso sí que es para estar deprimido”. “Haz terapia y toma medicación”. “Tienes que hacer esto y esto… como si fuera tan fácil”… 

“Todo el mundo me da una solución rápida para que me calle y no escuchar mi sufrimiento. Porque me he dado cuenta de que la gente, en general, no sabe acompañar ni estar con el otro en su dolor. Produce mal rollo en esta cultura de los like y de los rostros permanentemente felices de las redes sociales” "Doy malas vibras porque no somos de los del pensamiento positivo, del tú puedes, o supera tu trauma en diez pasos". "No soy capaz de aplicar lo que dicen los libros de autoayuda"

Los pacientes también cuentan lo que les recomendaron profesionales de la salud mental y otros con los que estuvieron: “Uno me prometió desbloquear mi problema en una sola sesión”. "Yo te quito ese dolor". “No te puedo ofrecer más que medicación”. “Lleva una vida activa, haz ejercicio y no te aísles”. “Te voy a poner unas agujas y te curo”. “Necesitas aprender habilidades de afrontamiento”. “En realidad tienes muchas fantasías, tus problemas son fantasías, has de contener y callar”. “Tienes que soltar lo que llevas dentro, pero ¿cómo lo hago si no me sale nada?”. “Aquel profesional solo me escuchaba y esto era suficiente, sabía estar a mi lado, pena que lo trasladaran” .

¿Cómo ayudamos a quienes no quieren engancharse a la vida porque esta es una sucesión encadenada de días de sufrimiento emocional, a los que piensan en la muerte y en desaparecer, e incluso a los que ya han intentado o consumado suicidios? 

La pandemia ha supuesto un impacto que ha afectado a la salud física y mental de muchas personas. Esto lo reconocemos todos, pero a la vez somos conscientes de que previamente el estado anímico de la población, en general, no era bueno. La calidad de las relaciones, los mayores índices de pobreza, el aumento de los problemas de salud mental, el individualismo imperante, la precariedad laboral, la carestía de la vida… influyen poderosamente en la salud mental de la población. La pandemia ha contribuido a agravar más todo esto.

En mi opinión creo que solamente las relaciones de calidad y la recuperación de la solidaridad y de un sentimiento de pertenencia comunitaria, de apoyo y reciprocidad mutua, pueden conseguir mejorar la salud de las personas. Necesitamos fuertes redes relacionales, personas significativas, "fuertes y sabias" -como decía John Bowlby-, que puedan acompañar a quienes se sienten o atraviesan una época de vulnerabilidad. Así es como las tribus sobrevivían: los más dotados apoyaban, protegían y guiaban a los más vulnerables. Hay descubrimientos de este tipo bien antiguos en la historia de la humanidad. 

Psicoterapia y contextos psicoterapéuticos como fuente relacional reparadora

Por mi parte, que soy psicólogo, voy a centrarme en las psicoterapias. Tanto para niños como para adultos tratamos siempre de movilizar el contexto de las personas que acuden a consulta y valoramos donde pueden encontrar puntos de apoyo emocional. A sabiendas de que solamente con sesiones de psicoterapia -ahora os hablo de esta-, posiblemente, no le darán la vuelta. En estas, sin duda, pueden encontrar un gran alivio, herramientas y sobre todo un vínculo de seguridad y confianza. Pero además de esto, precisamos que encuentren vínculos afectivos con personas y/o actividades transformadoras, que les permitan expresar el sufrimiento y convertirlo en algo constructivo y por qué no, bello (Cyrulnik, 2003). 

¿Y la psicoterapia? Estamos en un cambio de paradigma, aún lento, pero estamos en ello. Se viene fraguando en los últimos veinte años. Los modelos conductuales o psicoanalíticos clásicos van a perder fuerza (no que no sean válidos, sino que hace falta algo más) y la van a ganar los modelos neuroafectivos. La gran revolución viene de la mano de Allan Schore y su psicoterapia con el hemisferio derecho. El nuevo paradigma son los recientes avances en neurociencia para una neurobiología interpersonal de psicoterapia. En su libro “Psicoterapia con el hemisferio derecho” Schore (2022) afirma que “el mecanismo del cambio depende más de procesos relacionales y afectivos entre el paciente y el terapeuta que de la interpretación y el conocimiento cognitivo” Es decir que ya no cabe hablar solo de una psicoterapia basada en interpretaciones y/o procesos unipersonales sino que la reparación se da en el contexto de una relación de apego con un psicoterapeuta significativo, lo que nos lleva a hablar de una psicoterapia bipersonal y de dos cerebros interconectados, con especial relevancia del papel que juega el hemisferio derecho (Schore, 2022). La relación terapéutica es un tercer elemento que puede ser muy poderosa porque juntos somos más fuertes. 

Portada del libro de Allan Schore publicado por 
Editorial Eleftheria


¿Por qué es tan importante la relación en psicoterapia entre hemisferios derechos? Conviene recordar, siguiendo a Schore (2022), que “la autoorganización del cerebro en desarrollo se da en el contexto de una relación con otro self, con otro cerebro” [...] “Uno de los ejes de la teoría de la regulación dicta que el apego es el desarrollo relacional de un mecanismo evolutivo y que la tarea de desarrollo esencial de los dos primeros años de la infancia es la creación conjunta de un vínculo de apego de comunicación y regulación emocional entre el bebé y la cuidadora principal” […] “La cuidadora principal sensible, en niveles subyacentes de la conciencia, percibe (reconoce), evalúa y regula las expresiones no verbales de los estados cada vez más intensos de activación afectiva positiva y negativa del bebé. A través de estas comunicaciones, la madre regula los sistemas nerviosos central (SNC) y autónomo (SNA) del bebé durante su desarrollo postnatal. Por lo tanto, la relación de apego media en la regulación diádica de los estados emocionales basados en el cuerpo. En este diálogo de creación conjunta, la “madre suficientemente buena” y su bebé construyen juntos múltiples ciclos, tanto de sincronía afectiva, que regula al alza el afecto positivo, como de ruptura y regulación, que regula a la baja el afecto negativo. Estos ciclos de sintonía/pérdida de sintonía/resintonía intersubjetivos e intrasubjetivos representan una matriz relacional psicobiológica preverbal que forma el núcleo del self corporal implícito emergente del bebé. […] La emoción es inicialmente regulada por otros, pero en el transcurso de la infancia se vuelve cada vez más autorregulada como resultado del desarrollo neurofisológico y de la experiencia vivida real”

Os podéis imaginar lo que puede ocurrirle al infante cuya figura de apego en vez de actuar como filtro estabilizador (Barudy y Dantagnan, 2005) es la fuente de estrés y alteración porque continuadamente le maltrata o se desconecta de él. Entonces el sistema de regulación diádica (Pitillas, 2021) falla y el niño no puede aprender por sí solo a regular los estados afectivos intensos. Si esto sucede en este periodo de la vida (cero a dos años) donde los sistemas del hemisferio derecho, las conexiones neuronales relacionadas con esta regulación dependen para su correcta maduración de una figura de apego competente, epigenéticamente pueden producirse cambios que predisponen como factor de riesgo para desarrollar trastornos de personalidad en el futuro, pues estos trastornos pueden tener como base traumas relacionales. En un escenario de este tipo es muy probable que el infante sufra de un trauma de apego. 

Por lo tanto, la psicoterapia -y en especial con pacientes víctimas de procesos traumáticos tempranos y acumulativos- no puede prescindir de la necesaria experiencia relacional, tanto para los niños como para los adultos, de vivencias de apego sanadoras y reparadoras de estos circuitos neurales. Lo que ocurre es que esto lleva un tiempo y es un desafío, pues todo lo relacional conlleva complejidad. Estamos en un momento en el que hay una gran demanda de profesionales de la salud mental para el tratamiento de diversos problemas y trastornos, y observo con preocupación anuncios que prometen al profesional ser eficaz y tener un gran número de clientes (esto nunca debe ser el objetivo, sino la consecuencia de un trabajo bien hecho) o en corto periodo de tiempo (¡hasta sólo en una sesión!) solucionar sus bloqueos traumáticos. La eficacia y el acortamiento de los tiempos son objetivos deseables, pero los expertos en trauma sabemos que este trabajo, si queremos que sea profundo y duradero, insume tiempo y hay que adaptarse a la necesidad de cada paciente (Muller, 2020). Confiar y sentirse en seguridad con un psicoterapeuta no es algo que las personas con trauma por los malos tratos logren de una manera rápida. 

En la psicoterapia debemos plantearnos los aspectos referidos a lo relacional como centrales, y hoy en día si el psicoterapeuta no hace una buena interpretación o no procesa un recuerdo traumático con una técnica, cree que no está haciendo nada. Cuando en realidad a nivel inconsciente están sucediendo muchas cosas. Schore dice: “Lo que ayuda al paciente a efectuar el cambio es experimentar este empoderamiento en el contexto de seguridad proporcionado por el trasfondo de la regulación afectiva interactiva psicobiológicamente armonizada del terapeuta empático”

Por ello, “La función biológica esencial de las comunicaciones de apego en todas las interacciones humanas, incluidas las incrustadas en el núcleo psicobiológico de la alianza terapéutica, es la regulación de los estados del cerebro/mente/cuerpo derecho. La psicoterapia intersubjetiva, relacional y centrada en el afecto no es la cura por la palabra sino la cura por la comunicación del afecto” 

Si nos damos cuenta, solamente mediante esas transacciones entre hemisferios derechos de las personas podremos lograr ese self más integrado. ¿Os imagináis a todos haciendo esto en nuestras relaciones significativas diarias, siendo más empáticos? Así, los que dicen “Buenos días, tristeza” sentirían nuestra presencia afectiva. Se trata de que, mediante la conexión emocional, les transmitimos receptividad empática, porque esta es capaz a la larga de modificar las conexiones neuronales y de operar cambios regulatorios en la memoria implícita (cargada de malestar, sensaciones y emociones traumáticas) de las personas que sufren trauma, manifestado este mediante múltiples problemas de personalidad y síntomas y conductas diversas. Entonces, es probable que esto contribuya poderosamente a su reparación emocional y les dé una sensación de contención que evite, como dice Cyrulnik (2003), "la fatalidad en la desgracia". Después, por supuesto, vendrá la construcción de un relato, pero será ya en congruencia con unas emociones reguladas. Y esto es tarea de la psicoterapia, pero podemos ser también coterapeutas unos de otros en nuestra vida diaria, de este modo el mundo sería más habitable, justo y humano.

REFERENCIAS

Barudy, J. y Dantagnan, M. (2005). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.  

Cyrulnik, B. (2003). El murmullo de los fantasmas. Barcelona: Gedisa.

Pitillas, C. (2021). El daño que se hereda. Comprender y abordar la transmisión intergeneracional del trauma. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Muller, R. T. (2020). El trauma y la lucha por abrirse. De la evitación a la recuperación y el crecimiento. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Schore, A. (2022). Psicoterapia con el hemisferio derecho. Barcelona: Eleftheria. 

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