lunes, 22 de enero de 2018

"Quiero que los de enfrente se den la vuelta y miren..."

Estoy nuevamente sentado delante de mi ordenador, encantado de volver a escribir para vosotros/as, amigos/as, colegas y seguidores/as del blog Buenos tratos. En este momento no hay nada que me satisfaga más que compartir este post con todos/as vosotros/as y ser consciente de que puede seros de utilidad en vuestro crecimiento personal y en la tarea de criar a vuestros/as niños/as, hijos/as, sobre todo a los/as que asumís parentalidades adoptivas y de acogida, y los menores que tenéis a vuestro cargo presentan historias de vida en las que el maltrato ha estado presente. También me gustaría que leyeran este post los maestros/as y profesores, porque creo que les puede ayudar a entender los handicaps que presenta la infancia víctima de malos tratos.

Antes de seguir leyendo, tenéis que ver este breve vídeo y su metáfora.



Si hubiera estado en el lugar y momento en el que se grabó este vídeo, le habría pedido a este hombre que les gritara a los participantes: "Quiero que den dos pasos adelante los que no han sufrido maltrato, abandono o abuso sexual en la infancia” Quizá deberían dar más de dos pasos...

Este vídeo no puede ser más revelador. Realmente, la metáfora se aplica a nuestros niños y niñas, adoptados, acogidos o biológicos, que han sufrido maltrato. Una vez que son protegidos deben de incorporarse a la carrera de la vida en la que -no lo olvidemos- desde la más tierna infancia hay que competir.

¿Por qué el maltrato restaría tantas posiciones en esta metafórica carrera? Cada vez se recogen más evidencias de que el cerebro de las personas víctimas de malos tratos no funciona del mismo modo que el de las que no lo sufren. Un investigador, Martin Teicher, que estuvo en la Conferencia Europea de EMDR en Barcelona, el pasado mes de julio de 2017, en una entrevista realizada por la Asociación EMDR España, afirmaba que “hace muchos años tuve un elevado número de pacientes que mantenían las mismas características clínicas, algún grado de trastorno bipolar, trastorno borderline de la personalidad, síntomas de epilepsia, alteraciones en el hipocampo un órgano situado en el cerebro responsable sobre todo de la memoria] Y reuní aquello que tenían en común y que constituía una historia de maltrato. Fue entonces cuando me di cuenta de que el maltrato en la infancia podría estar afectando al cerebro y ser la causa de complicaciones psiquiátricas. Esto fue en el año 1984”

Sue Gerhardt
Curiosamente, muchísimos años más tarde, cuando comencé a trabajar con los menores tutelados por la administración pública, niños/as y jóvenes en acogimiento residencial y familiar, con el paso de los años, caí en la cuenta de lo mismo que Teicher (pero sin conocerle aún): intuía que las patologías psiquiátricas más frecuentes que presentaban las personas menores de edad, víctimas de la pesada carga del maltrato, eran la hiperactividad, los síntomas bipolares, características borderline, depresión… Y como denominador común un desarrollo cerebral afectado por la estresante experiencia del maltrato (muchos de ellos desde los primeros años de vida) que desregulaba sus emociones y su conducta -en algunos casos de manera severa-, además del sufrimiento que padecían, por supuesto.

Teicher mantenía en dicha entrevista que “la sociedad es lo que siembra en la forma de criar a sus hijos”, una frase que debería de conmovernos profundamente y movilizar a todos los responsables políticos a invertir mucho más tiempo, esfuerzo y economía en mejorar la crianza de los niños y niñas, desde el nacimiento. Otra gran investigadora, Sue Gerhardt, en su extraordinario libro El amor maternal”, el cual os recomiendo que leáis, no deja dudas acerca de la enorme importancia que la edad bebé tiene para un sano desarrollo adulto. Para ello, la autora sostiene que es clave asegurar la continuidad de la figura de apego -una persona competente emocionalmente, claro- que sepa cómo regular al bebé, pues gracias a esa experiencia el infante aprende a regularse a sí mismo en el futuro. Gran parte de las patologías adultas se asocian a un déficit en la capacidad regulatoria que hunde su origen en alteraciones en la vinculación de diferente índole. Esto es lo que también propone en su último libro el psicólogo y psicoterapeuta Manuel Hernández: Apego y psicopatología: La ansiedad y su origen.


Portada del libro "Apego y psicopatología: La ansiedad y su origen"

Una crianza basada en el buen trato contribuye a un desarrollo cerebral organizado, coherente, flexible y con capacidad de modulación. El cuidador tiene la potestad inclusive, si es consciente y competente, de modificar las tendencias tempranas genéticas o temperamentales negativas del bebé. El estado psicológico de la madre (o cuidador principal) durante el primer año es primordial, por lo que atender por sistema tempranamente e intervenir en los casos de riesgo que se detecten es una labor prioritaria. Los bebés no necesitan socializar, ni clases o sesiones de idiomas o música, sino un cuidador capacitado que permanezca a su lado, comprenda sus estados internos y sea capaz de sincronizarse afectivamente con él. Si el bebé tiene que estar tiempo con otras personas que no sean el padre o la madre o cuidador principal, es muy importante cerciorarse sobre la competencia de esta persona sustituta. Sue Gerhardt y Manuel Hernández, en sus respectivos libros, nos abren los ojos y nos hacen conscientes precisamente de la trascendencia que tiene la crianza del bebé. Este es totalmente dependiente de la experiencia de cuidados sensibles y empáticos para poder desarrollar un cerebro y personalidad sanos.

A este respecto, Teicher dice: “El maltrato infantil es muy poderoso y es el factor más importante de prevención y riesgo de la enfermedad mental. Si se reduce el maltrato infantil, estaremos ayudando a millones de individuos y estaremos ahorrando mucho dinero. Esta es una idea transformadora porque podemos reducir la enfermedad física y la enfermedad mental y, aunque sería duro porque podríamos tardar 25 ó 30 años en ver los beneficios de reducir el maltrato, habría resultados. Pero en muchas ocasiones, las familias no son conscientes de que su comportamiento con el niño pueda tener tanta influencia”

En efecto. Maltratar, como afirma mi amigo y colega Rafael Benito, no sólo es lo que tiene que ver con "el hacer" (pegar, humillar, vejar, insultar, despreciar…) sino con el "no hacer" (dejar al bebé sólo, no interactuar con él, no responder a sus intentos de comunicación, atender sólo sus necesidades físicas, anteponer las necesidades del adulto a las del bebé; y no digamos ya actuar de modo claramente negligente o, por ejemplo, abandonarlo en la cuna durante horas y horas…) Esto último no está aún socialmente tan claro que constituya un tipo de maltrato. Muchos padres y familias no son conscientes de que esto puede afectar psiconeurológicamente al bebé. 

La moderna ciencia de la epigenética nos entrega, basándose en la investigación reciente, un hecho que resulta asombroso pero que ya se intuía: es posible transmitir a la futura descendencia, por mecanismos epigenéticos, las pautas de crianza. Por consiguiente, el trabajo con las familias para concienciarlas del daño que dichas pautas de crianza pueden ocasionar en los niños/as es una labor de primer orden. Y proporcionar a los menores, lo más tempranamente posible, una familia acogedora competente, si los padres biológicos presentan incapacidad parental severa y crónica, una decisión a tomar con prontitud. Porque como dice mi amigo y colega Rafael Benito, “el neurodesarrollo no espera”

Así pues, retomando la metáfora, no nos debería extrañar que cuando los menores deben de emprender la carrera de la vida (por ejemplo, pasar de residir en un orfanato a una nueva ciudad con nuevas personas, dieta, hábitos e insertados en un colegio donde deben de ponerse en posición de correr, con muchos metros de distancia con respecto a los que no han sufrido traumáticas experiencias de maltrato en su vida) y perciban las enormes dificultades que tienen para alcanzar al resto (en rendimiento académico, en popularidad, en habilidades sociales, en regulación emocional…) decidan abandonar la carrera, agredir al contrario para escalar posiciones o bloquearse en el proceso. Surgen, así, los inadaptados sociales o los que quedan al margen. Cuesta mucho representarse que quien te pone un cuchillo en la garganta para robarte el dinero fue alguien que probablemente sufrió maltrato en su infancia. En ese momento sólo pensamos en la maldad que tiene, pero Baron-Cohen en su libro “Empatía cero” ya nos explicó que el origen de la crueldad está muy posiblemente asociado con la desconexión temporal o definitiva (como ocurre con los psicópatas) de la empatía. 


Portada del libro de Baron-Cohen
"Empatía cero"

También puede, tristemente, ocurrir que los participantes de la carrera decidan quitarse ellos de en medio, esto es, se suiciden. Del suicidio se habla poco. En la población de personas maltratadas ocurre. ¿Y en la población general? En el diario local de mi ciudad apareció poco antes de Navidad una noticia que afirmaba que en Gipuzkoa (el nombre de la provincia) sucede ¡un suicidio cada cinco días! Esto es tremendo y debería poner en jaque a las autoridades del país. Lo que yo animaría a hacer es una investigación que pueda arrojarnos luz sobre la incidencia del maltrato en personas que se suicidan. Porque por aquí, como afirma Teicher, tenemos una vía de prevención primaria cuyos resultados pueden verse a largo plazo.

Es posible también que algunos participantes en la carrera no la puedan terminar no sólo porque enfermen mentalmente, sino porque desarrollan prematuramente una enfermedad física. El maltrato –nos ha enseñado mi amigo y colega Rafael Benito consultando estudios sobre la materia- está asociado a un amplio número de enfermedades físicas. Y esto era algo que también intuíamos. Cuando empecé a tratar a estos niños y niñas, observé que bastantes de ellos tenían o desarrollaban pronto enfermedades. La investigación lo ha corroborado. Por lo tanto, el gasto sanitario podría verse reducido –y lo más importante: la calidad de vida de las personas- si se interviene tempranamente para prevenir el maltrato.

Algo que ayudaría mucho sería la creación de un Ministerio o Departamento que velara por el Bienestar Emocional de las personas desde su nacimiento. Es una idea que propone Sue Gerhardt y que hoy en día nos parece ciencia-ficción pero que sería el único modo de tratar de asegurarnos las mayores cotas de felicidad, desarrollo y calidad de vida humana.

¿Se le puede dar la vuelta al daño que el maltrato causa en las personas? Teicher dice: ¿Podemos arreglarlo? Esta cuestión todavía no ha sido bien investigada, aunque tenemos datos preliminares diciendo que sí se pueden revertir en el daño en el hipocampo, pero no hemos hecho un análisis sistemático. Creo que en parte lo que podemos hacer es revertir, compensar; lo hemos visto en investigaciones con personas que tienen habilidades con las que compensan las alteraciones en el cerebro. Hay mucha esperanza para las personas que han vivido estas experiencias".

Así es. Hay que afirmar, junto con Teicher, que sí, que hay esperanza. En la carrera puede haber personas que lleguen al mismo nivel que los demás e incluso que sobrepasen al resto y alcancen cotas inimaginables. La esperanza está en la potenciación de la resiliencia secundaria, de la mano de los tutores y tutoras de resiliencia. Tal y como Boris Cyrulnik expresa, los tutores de resiliencia son personas que explícita o implícitamente asumen el significado de la existencia para el menor. Capaces de mirarle con otros ojos -¡hay que ver el poderoso poder que tiene el cambio de mirada sobre el niño/a!- disponen de recursos externos el tiempo suficiente que aquel necesite para remodelar su cerebro y beneficiarse e integrar internamente dichos recursos. 

Lo que ocurre es que los adultos nos desesperamos pronto, nos cansamos, nos agotamos... porque los menores víctimas de malos tratos presentan un tipo de crianza muy exigente y requieren -sostenidas en el tiempo- de muchas dosis de paciencia, energía, perseverancia, autocontrol emocional y sacrificio personal. Trabajarnos mucho nuestra propia persona e historia de vida. Sin embargo, a la larga ofrece frutos y los niños y niñas se transforman a través de un largo proceso de reconstrucción. 

Yo –y muchos de mis colegas u otros profesionales- podemos dar fe de que esto es posible. Hemos acompañado a personas menores de edad que tras un largo proceso de trabajo de toda la red psicosocial que les sostiene, han conseguido sentirse equilibradas, llevar una vida normal y suavizar sus heridas tempranas. Lo cual no quiere decir que internamente no sigan sintiendo dolor emocional o tengan problemas, sino que han sido capaces de elaborarlo y transformarlo en modos constructivos ("revertirlo", como afirma Teicher) Ahora que me voy haciendo mayor y he entrado en la cincuentena y bastantes de los niños y jóvenes que traté se acercan a la veintena o la sobrepasan, me escriben, me llaman, me los encuentro (algunos vienen a visitarme) y me dicen: “De todo aquello (se refieren a sus alteraciones emocionales, o a los síntomas que presentaban) ya nada” “Estoy bien” “Paso por malas rachas, pero sé cómo recuperarme sin caer en…" [Se refieren a la conducta destructiva que presentaran] “Me acuerdo mucho de las sesiones” Y una constante -o denominador común- es que ninguno de ellos o ellas se acuerdan de las técnicas de terapia, de las devoluciones o de las interpretaciones que pudiéramos hacer para ayudarles, sino de la experiencia en sí de la terapia y de la calidad de la relación.


Portada del libro "Siete vidas tiene un gato"

Esto nos regala una interesante clave, a mi juicio, y que ya ha sido contada por otras personas (José Ángel Giménez Alvira e “Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera”, el libro más realistamente esperanzador en adopción. Este pasado año se ha celebrado el décimo aniversario de su publicación y han editado, para conmemorarlo, “Siete vidas tiene un gato. Conversaciones en familia sobre adopción”, en el que -ahora sí, ya mayor de edad- participa el hijo de José Ángel y Carmen, Marcos. Estoy pendiente de leerlo): hemos de preservar la calidad del vínculo por encima de todo durante largo tiempo. A pesar de todo lo que Marcos sufrió e hizo sufrir a sus padres adoptivos, la permanencia de estos, la paciencia y la perseverancia, y el convencimiento de que su hijo no es malo sino un niño con una mente en desarrollo que necesitaba reconstruirse, propició que, finalmente, pudiera resiliar. Es también crucial desde dónde nos explicamos las alteraciones de los menores (no son intrapsíquicas, se aprendieron en la relación “con los otros”, desorganizados y alterados a su vez; luego se pueden aprender nuevas y sanas formas de relación y conducta “con unos nuevos otros”. Demos tiempo al tiempo y tengamos como un mantra la palabra paciencia)

Tengamos presente que no es voluntad de estos chicos y chicas obrar y comportarse de manera negativa, sino que son procesos inconscientes sin posibilidad de libre albedrío. A ningún chico o chica le satisface perder o abandonar la carrera. De hecho, David Eagleman, en un fascinante libro llamado “Incógnito. Las vidas secretas del cerebro”, dado a conocer por Rafael Benito -que está a la última de todo lo que sobre este tema se publica-, refiere que científicamente no se ha demostrado que exista el libre albedrío en el cerebro. Existe la posibilidad de hacer balances, como si en nuestro cerebro estuviera un parlamento que discute y se imponen unas voces frente a otras. Ayudarles a darse cuenta de los mecanismos inconscientes y a hacer opciones positivas (en los que se imponga el grupo parlamentario más sensato) es nuestro trabajo, para fortalecer su corteza prefrontal que es ese gran nudo ferroviario por donde pasa toda la información que llega al cerebro. Que nadie piense que castigando o con tácticas coercitivas o apelando al “has de hacer más, esforzarte más”  (¡como si no lo hicieran!) conseguirán cambiar o modificar las decisiones y conductas de estos chicos y chicas. Aprender a hacer opciones, beneficiarse de lo que la consecuencia enseñe, apoyar su regulación emocional, poner límites y normas claras, predecibles, flexibles y coherentes, dispensarles afecto incondicional (se acepta siempre a la persona del niño aunque no su conducta si es dañina) y mostrar empatía, son los ingredientes necesarios en un proceso y un camino donde el acompañamiento y la presencia de adultos significativos es insustituible y vital.

Por todo ello, y como corolario, al igual que afirman en el vídeo, “acerquémonos a quien tenemos al lado y aprendamos de su historia”, ¡hagámoslo! Apoyémosle y veamos como acompañarle y guiarle en esta carrera de la vida.

Cuidaos / Zaindu.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenas noches. Aunque no soy asídua de su blog, lo miro de vez en cuando, y sobre todo lo leía al principio de nuestro proceso de adopción. Compramos su libro, que nos gustó mucho y nos sirvió de orientación en algunos aspectos sin llegar a ser tan aterradores como otros muchos. Lo cierto es que, por precaución, nos empapamos de bibliografía al respecto. Sólo quería decirle que han pasado los años (7) desde la adopción de nuestra hija de dos años y que nuestra hija no ha cumplido con ningún estándar. No ha presentado las típicas fases descritas, no ha habido problemas de apego, y aunque, por supuesto estamos alerta de cara a la adolescencia, ni nuestros sentimientos son contradictorios (nunca he echado de menos una hija biológica), ni estoy decepcionada o atemorizada. Esto lo comento porque aunque los estudios ayudan en casos de dificultad, no todos los casos son iguales. Me he topado con personas que han categorizado a mi hija sin conocerla sólo por el hecho de que yo he sido transparente, natural. Y he topado con una señora que fue víctima de robos de bebés que ha propagado en el colegio que los adoptados son víctimas de los padres adoptantes, seres psicópatas... No salgo de mi perplejidad, pero ahora me pregunto si he sido inocente siendo transparente. Mi hija sabe todo sobre sus orígenes (todo lo que sabemos nosotros), hemos investigado para facilitarle la tarea, nos sentimos afortunados y somos felices. Sólo quería decir que los estudios, experiencias y sistematización de casos, tan útiles, a veces, pueden ser inadecuados para todos los casos, pues no creo que se pueda generalizar. Por favor, los futuros padres adoptivos, intentad informaros pero no déis por válidas las clasificaciones generales que igual encasillan a vuestro hijo/hija en un lugar que no le corresponde. Siento escribir un mensaje tan largo, pero necesitaba escribirlo. Un saludo cordial y mi admiración por su trabajo.

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Buenos días, muchísimas gracias por tu comentario, tan necesario y pertinente. Efectivamente, no todos los niños adoptados tienen por qué presentar problemas ni ser categorizados. de hecho, Jesús Palacios afirma que la gran mayoría consiguen hacer procesos positivos y vivir la vida como los demás. No se puede caer en el error de sobregeneralizar, ni en la etiquetación, puede ser muy dañino. Cuando escribo este blog y hablo de los problemas de los menores adoptados y acogidos, me refiero a algunos menores que presentan antecedentes de abandono y maltrato y que pueden presentar trastornos emocionales, del apego y diversos tipos de traumas. Pero insisto, sólo algunos. Del mismo modo, pensar que todos los padres o familias adoptivas se apropian psicopáticamente de sus hijos adoptivos es un error, una distorsión de la realidad. Es cierto que existen algunos padres y familias adoptivas (¡y no adoptivas!) que presentan incompetencias parentales y que los procesos de valoración de idoneidad han de ser mucho más rigurosos y exigentes, pero de ahí a meter a todos en el mismo saco, va un abismo. Así que de nuevo muy agradecido por este adecuado, equilibrado y certero comentario. Y también por valorar mi trabajo y el de todos los profesionales que colaboramos en el blog.

Saludos cordiales

José Luis

Quimerín (El Mago) dijo...

Hola, buenos días,

Gracias a esta entrada tengo ahora mismo sobre mi mesa el libro "Apego y psicopatología: la ansiedad y su origen", y he descubierto otros tantos libros.

Quiero dar un mensaje de esperanza para aquellos que adoptan niños que han sufrido malos tratos; en mi caso yo no tuve la suerte de ser adoptado, sino que yo fui víctima de abusos sexuales, físicos, emocionales y negligencias durante mis 18 primeros años de vida por parte de mis progenitores, y en gran parte por culpa, por la falta de capacidad de detección de los profesionales sanitarios y servicios sociales, pero no estoy perdido.

Yo fui diagnosticado con incluso autismo por error de pequeño por los efectos de la negligencia y abusos sufridos (estaba excesivamente disociado y demasiado atemorizado para relacionarme), después en la adolescencia los diagnósticos bailaron a trastorno de conducta, trastorno de pánico, trastorno bipolar, esquizofrenia, ... ¡Y a ningún psiquiatra se le ocurrió que el problema podría ser mi disfuncional familiar!

No comencé a ser tratado hasta los 19, y aunque carezco de apoyos familiares por razones obvias. Actualmente tengo diagnosticado el equivalente oficial a Trastorno de estrés post traumático complejo: F62.00 Tranformación de la personalidad tras experiencias de campo de concentración, desastres y catástrofes, cautiverio prolongado con peligro inminente de ser ejecutado, exposición prolongada a situaciones amenazantes para la vida como ser víctima de un acto terrorista o de torturas.

Pero no todo es malo, llevo una carrera universitaria con relativo éxito y tengo un gran objetivo en esta vida: proteger a aquellos más vulnerables y a aquellos que no fueron protegidos.
Estudio farmacia para luchar desde este ámbito contra la patologización e hipermedicación ("enfermedad") de conductas que fueron normales para sobrevivir ("aprendizaje funcional en un contexto disfuncional"), y apoyo la terapia con medicación mínima y sólo sí estrictamente necesaria.

No quiero que ningún niño adoptivo más pase por un proceso de patologización por incomprensión de los traumas ni que un niño más maltratado sea catalogado de enfermo en vez de identificar su situación de peligro.

Incluso sin familia, no estoy perdido: vuestros hijos tienen un enorme y grandioso futuro por delante gracias a tener padres tan maravillosos, no importa que tan duro sea el camino, no están solos: os tienen a vosotros.

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Buenos días,

Muchísimas gracias por tu valiente testimonio, sólo puedo transmitirte mi admiración y felicitación por tu proceso de reconstrucción. Tu mensaje es de un auténtico realismo de la esperanza.

Un saludo cordial,

José Luis Gonzalo

Anónimo dijo...

me emociona la capacidad de super vivir. Estoy segura de que lo has conseguido. me ha emocionado leerte.