lunes, 28 de noviembre de 2011

El impacto de la violencia de género en niños y adolescentes


Esta semana -tras haberme dedicado unas cuantas a hablar sobre el libro que hemos publicado-, volvemos a tratar sobre los temas que habitualmente nos citan a todos aquí en éste vuestro blog sobre el apego, el trauma y la resiliencia.

He tenido el honor de colaborar para la revista Haurdanik, la cual es editada por la Asociación Vasca para la Infancia Maltratada (AVAIM) Me pidieron que elaborara un artículo sobre el impacto de la violencia de género en los menores. Me puse manos a la obra y, recientemente, ha aparecido publicado en el último número de la revista.

Es un problema que puede dañar a los niños y adolescentes de manera bastante duradera porque aunque éstos estén ya protegidos (otros desgraciadamente, no lo están), el impacto que esa violencia provoca puede continuar en forma de trauma a lo largo del tiempo. No es algo que habitualmente el niño o el joven supere rápido tras salir fuera del contexto dañino. El problema tiene serio alcance y trascendencia si nos atenemos a las cifras que se recogen año tras año sobre violencia de género. Estos niños y niñas traumatizados -ni mucho menos están, en un futuro, condenados a repetir el círculo de la violencia- necesitan protección, tratamiento psicológico (contamos con muy buenos tratamientos) y el apoyo de toda la red psicosocioeducativa para que pueda emerger el fenómeno de la resiliencia. Las víctimas nos demuestran, día a día, y afortunadamente, que la recuperación es una realidad. 

Niños/as y jóvenes en familias biológicas; niños y niñas adoptados/as que provienen de hogares en los que han sido testigos o han sufrido directamente violencia intrafamiliar; niños y niñas que están acogidos (en familias o en centros) precisamente por ser víctimas de un ambiente familiar violento, poco cohesivo y afectivo… Todos ellos, sin excepción, son los seres más vulnerables y frágiles y los que requieren de la implicación de todos. Todos tenemos la obligación de volcarnos con ellos. 

El artículo es una excelente ocasión para volver sobre el marco comprensivo del apego, el trauma y la resiliencia. Pero, además, quiero hacer notar que el pasado 25 de noviembre se celebró el DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO. Así pues, me parece una ocasión inmejorable para que reflexionemos sobre el daño que ésta causa

El artículo se publica en la revista Haurdanik que llega a muchos hogares, instituciones y asociaciones (gran labor la de la Asociación AVAIM)… Pero con el fin de contribuir a su difusión -en especial para los que residen lejos de estas tierras-, lo transcribo a continuación:

“En el año 2010 se han producido un total de 4.285 victimizaciones de mujeres por violencia de género, que se corresponden con un total de 3.507 mujeres víctimas. En tres de cada cuatro casos, el agresor y la víctima están, o han estado, unidos por un vínculo sentimental”  Detrás de cada cifra hay una víctima (mujer) que sufre y, también, muy probablemente, menores afectados psicológicamente y, en algunos casos, dañados. Cada menor es el hombre y la mujer del mañana. Si no son debidamente atendidos y tratados, la probabilidad de que en el futuro repitan el círculo de la violencia traumática a la que han sido expuestos es alta. Es, por ello, por lo que un grupo de autores expertos en la materia denominan al trauma que se puede padecer como the hidden epidemic (la epidemia oculta)   Hay que tener en cuenta que el cerebro de los niños “no olvida” El cerebro es el mismo a lo largo de toda la vida. No hace borrón y cuenta nueva, sino que “registra los impactos” como lo haría un edificio que recibe balas o bombas. En función de cuánto tiempo se esté impactando y de la intensidad, el edificio –si se nos permite seguir con esta metáfora- se podrá reparar mejor o peor. El cerebro que tiene que afrontar un trauma se prepara y diseña para procesarlo. Las experiencias (y en la infancia, sobre todo en los primeros años, donde dice “experiencias”, póngase padres o cuidadores) interactúan –como refiere Siegel-  con el cerebro siendo la mente la interfaz entre ambas. De este triángulo (cerebro-mente-experiencias) se va forjando el ser.

En este artículo vamos a definir, primero, qué es la violencia de género. A continuación, nos centraremos en las consecuencias que ésta puede tener para los niños, especialmente en dos áreas importantes que requieren ser evaluadas: el trauma y las alteraciones en la vinculación. Finalmente, haremos mención a la resiliencia. Este fenómeno  -siempre existió pero no se había nombrado hasta ahora- se define como la capacidad que algunos niños y adolescentes tienen de mantenerse suficientemente equilibrados psicológicamente y con un buen funcionamiento a pesar de haber sido víctimas de la violencia. Muchos niños se recuperan de los traumas con intervenciones adecuadas gracias a sus recursos internos para sanar; pero a su edad, en la que son dependientes de los adultos y sus cuidados, necesitan un ambiente que potencie esa resiliencia. Otros, en cambio, por muy diversos factores, soportan el problema y sus consecuencias hasta la vida adulta afectando a sus vidas y relaciones. Como se ha recogido en un estudio de Benito y Gonzalo (2010) , en las consultas de psicología y psiquiatría, detrás de muchas depresiones, trastornos de ansiedad o problemas de personalidad, existen antecedentes de malos tratos. No hay que sospechar éstos sólo cuando el paciente presenta síndromes y trastornos más graves de personalidad.

Por violencia de género entendemos “la manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia”, y “comprende todo acto de violencia física y psicológica, incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad” 

Los niños y adolescentes suelen ser víctimas de manera directa o indirecta de esta violencia física y psicológica ejercida por los hombres hacia las mujeres. Cuando son víctimas indirectas, los menores han sido testigos –y parte emocionalmente implicada- de cómo en múltiples ocasiones la madre ha sufrido los golpes, palizas (o cualquier otro tipo de agresión o daño físico) y/o los insultos, vejaciones, desvalorizaciones… Es un grave error pensar que sea menos dañina y que incluso no afecte porque solamente se dirige a la madre de los menores. A este respecto, Beatriz Atenciano, psicóloga, tras un exhaustivo estudio y revisión de la literatura científica sobre este tema, señala lo siguiente: “…es difícil sostener la idea de que las niñas y los niños que viven en hogares donde hay violencia contra sus madres puedan estar al margen de la misma. Sin embargo, no es infrecuente encontrar en profesiones afines, y a veces, en nuestras propias filas, quienes sostienen que no habiendo existido una victimización directa (en forma de maltrato físico, psicológico, sexual o negligencia), la calidad del vínculo entre el padre y los menores no puede ser cuestionado” (…) “Se frena la protección a favor de un proteccionismo de la relación paterno filial, por desconocimiento del (o por encima del) impacto que las agresiones a la madre tienen en el desarrollo, y sus consecuencias a corto y largo plazo. La percepción de la violencia contra la mujer como un hecho relativo a la pareja, en lugar de a la familia, no sólo deja a los niños sin la parcela de protección que les corresponde, sino que también invisibiliza el sufrimiento de los familiares de la mujer maltratada…”

En otras ocasiones, los niños o adolescentes han podido sufrir, además, en su propio cuerpo y mente las agresiones físicas o psicológicas. Cuando la violencia de un miembro de la pareja hacia el otro se ejerce en el ámbito circunscrito al hogar hacia los menores u otros adultos –por ejemplo los ancianos- como víctimas directas o indirectas, el término más adecuado sería el de violencia intrafamiliar.


El trauma, una consecuencia nefasta de la violencia

“No hay nada más dañino que la violencia ejercida por un ser humano sobre otro ser humano” Esta frase de Jorge Barudy, neuropsiquiatra y psicoterapeuta familiar, refleja adecuadamente lo que al ser humano le supone el ejercicio de la violencia para quien la sufre: daño. Las heridas físicas curan más rápido. Pero las secuelas psicológicas tardan mucho más tiempo. Sus efectos pueden prolongarse incluso hasta la edad adulta. La frase la podríamos cambiar y afirmar que para un niño o adolescente no hay nada más dañino que ser víctima directa o indirecta de la violencia ejercida por parte de un adulto hacia el otro (en la mayoría de los casos, del padre hacia la madre) Un niño o adolescente no se espera jamás semejante acto pues hacia quien está vinculado afectivamente y de quien espera buen trato (cariño, confianza, seguridad…) no puede representártelo como malo y dañino. Es por ello por lo que la violencia física o psicológica ejerce un impacto en el cerebro/mente (en todo su ser) del niño. Su mente –no lo olvidemos- como dice Siegel, está en desarrollo y es tremendamente vulnerable. 

El impacto que los actos violentos (sean contra él o contra otros miembros de la familia) suelen producir en el cerebro/mente del niño o adolescente, la consecuencia más indeseada y frecuente, es el trauma. El menor va a experimentar terror, pánico, angustia… y para defenderse del mismo va a poner en marcha una serie de conductas encaminadas a su supervivencia como son, principalmente, la huida o la lucha (si es que puede, porque normalmente está en una situación de indefensión con respecto al agresor) Si no puede -por indefensión- ni escapar ni atacar, una de las defensas más comúnmente utilizadas por el niño o adolescente -un mecanismo adaptativo- es la disociación. El menor se desconecta de sí mismo y de su sentir y aparta de su conciencia lo que ocurre. Puede quedar como congelado, alejado, retirado. Esta respuesta puede aparecer en un futuro ante una situación que al niño o adolescente le “recuerde” el trauma.

También es habitual, en los niños muy traumatizados por la violencia, que en un momento dado manifiesten un intenso descontrol agresivo en el que necesiten ser contenidos físicamente. Después, no son capaces de recordar qué les pasó exactamente. Tan sólo atinan a afirmar que les entró una rabia muy fuerte pero no saben cómo pararla ni por qué sucedió. Esto es también una suerte de disociación, frecuente en niños víctimas de la violencia,  pues hacen como un “clic” durante el cual no tienen conciencia plena de lo que están haciendo y actúan conforme a una parte de sí mismos (una parte emocional dañada)  que contiene las emociones de terror o rabia que se apartaron de la conciencia durante los episodios en los que sufrieron la violencia. Después de que se tranquilizan gracias a la contención, vuelven a tener un funcionamiento normal. Aparentemente, funcionan normalmente hasta que la parte emocional dañada disociada se activa cuando por ejemplo, tienen una discrepancia con un compañero en el colegio que les “recuerda” la amenaza. Las vivencias traumáticas se graban en la memoria de los hechos pero también en la memoria emocional y sensorial (en esta, sobre todo, entre los 0 y los 2 años y medio)

Cuanto más prolongada en el tiempo e intensa haya sido la vivencia de la violencia, mayor probabilidad de que el trauma sea más severo. No nos referimos a lo que se suele denominar trastorno por estrés postraumático (el sujeto ha vivido un acontecimiento que pone en riesgo su integridad física y/o psicológica) sino que ha padecido repetidos y severos episodios de violencia interpersonal. Además, también es posible que en un clima de esta naturaleza y por diversos factores, los menores no sean atendidos en sus necesidades físicas y psicológicas de manera suficiente. A esto se le denomina Trastorno de trauma en el desarrollo (Developmental trauma disorder)

El niño traumatizado por la violencia y que presenta este tipo de trauma puede presentar las siguientes características (existe un consenso de expertos en la materia) :

Desregulación fisiológica y emocional
Desregulación atencional y conductual
Desregulación en las relaciones
Duración de la perturbación (al menos 6 meses)
Discapacidad funcional: el trastorno causa estrés clínicamente significativo o incapacita en, al menos, dos de estas áreas de funcionamiento: escolar, familiar, salud, legal, profesional (jóvenes) y grupo de iguales.

La violencia puede alterar la vinculación afectiva

El vínculo de apego es la unión afectiva entre los cuidadores y el niño. El vínculo principal de apego lo establece el niño con el cuidador a lo largo de un proceso de interacciones comunicativas en las que sus necesidades se satisfacen, interiorizando con ello el bienestar, la seguridad y la autoestima. Si el adulto cuidador es capaz de sintonizarse y conectarse emocionalmente con el bebé leyendo sus emociones y siendo un filtro estabilizador de las incomodidades, amenazas externas, angustias o peligros, el niño consigue sentirse seguro y recurrirá a esa figura adulta para buscar protección y cuidados. Ello le ayudará a explorar el mundo con seguridad. El niño desarrollará, progresivamente, mediante esa relación protectora, un vínculo seguro (representación mental) con el adulto. De esa relación de apego el niño extrae los modelos mentales relacionales a partir de los cuales se interpreta a sí mismo y le permite, además, desarrollar expectativas sobre cómo le tratarán los demás.

El vínculo de apego principal se desarrolla en la relación con la madre (o cuidador principal) Pero el niño desarrolla, en la relación con el padre, otro vínculo y por lo tanto, otro modelo de relación que registra en su mente.

Si el padre actúa violentamente con la madre de una manera repetida, el vínculo con el padre puede quedar alterado. Al niño le costará confiar (se mostrará ambivalente, entre acercarse/alejarse) y sentirá terror, angustia, miedo, desconfianza, rechazo hacia él…. Y si el progenitor masculino ataca el vínculo madre-hijos (que puede ser seguro) la desorientación, dolor, angustia y desesperación de los niños es aún mayor.
Para protegerse de una relación que siente como amenazante (los episodios violentos pueden ocurrir en cualquier ocasión), el niño puede desarrollar una alteración en la vinculación. El tipo de vínculo disfuncional más relacionado con la violencia física y verbal intrafamiliar es un tipo de vínculo denominado desorganizado: ante la vivencia de terror de la cual no se puede escapar ni defenderse, el niño desarrollará dos estilos: activará, a veces, su sistema de apego con los adultos pero, a la par (como resultó dañado), activará su sistema agresivo (en la medida que la relación se torna próxima o percibida como peligrosa, reaccionará de manera agresiva) Es un estilo de apego paradójico el que muestran los niños traumatizados por la violencia y, en sus relaciones, oscilan entre el acercamiento y el alejamiento. Para defenderse de esta desorganización, pueden desarrollar estilos compensatorios defensivos como volverse extremadamente controladores, o complacientes, o cuidadores compulsivos (en especial si los niños o adolescentes tuvieron que proteger a la madre)

Los años claves para la vinculación con las figuras de apego están entre los 0 y los 3 años. En estas edades se es más vulnerable y dependiente del adulto para la supervivencia, además de que el cerebro se halla en la etapa más importante para su constitución estructural y funcional. Por ello, la violencia puede resultar más perjudicial y los daños en la vinculación ser mayores en este periodo (se cimentan las relaciones básicas de confianza) Si la violencia sucede en años posteriores (la segunda infancia o adolescencia), también es muy dañina pero probablemente no tan grave como cuando el niño es más pequeño.

Si el niño crece con un estilo de vínculo inseguro, en la adolescencia y en la vida adulta lo puede transferir a las relaciones con los amigos y la pareja y éstas pueden tornarse conflictivas y reproducir el mismo modelo vincular disfuncional interiorizado. El apego no determina -al menos como único factor- pero sí influye en nuestra mente de una manera poderosa como expectativas que desarrollamos en relación a los otros.

La resiliencia es posible

Incluso niños y adolescentes con historias de vida muy duras en las que la violencia ha estado presente de una manera continuada e intensa en el tiempo se pueden recuperar. Hay niños que nos sorprenden porque muestran una adaptación positiva pese a haber vivido situaciones graves. Esto nos indica que los menores tienen fortalezas y recursos internos para hacer frente a su sufrimiento.

Jorge Barudy  habla de resiliencia primaria -que es la que desarrollamos en una experiencia prolongada de apego seguro- y de resiliencia secundaria que es la que hay que tratar de potenciar en el niño o adolescente.
La primera medida es garantizar el interés superior del menor y protegerle y apartarle de los episodios de violencia y del agresor de la manera más rápida posible. Para poder desarrollar la resiliencia secundaria, el niño debe de recibir de su entorno social e institucional la solidaridad necesaria para recuperarse. La psicoterapia (y en algunos casos el tratamiento farmacológico cuando la sintomatología es severa y el niño o adolescente no se estabiliza emocional y conductualmente) es el tratamiento de elección. Con el mismo, en coordinación con toda la red familiar y social que atiende al niño o adolescente, lo que se pretende es (además de trabajar el apego, el trauma y otros problemas que se puedan presentar) desarrollar esta resiliencia secundaria, potenciar la capacidad  del menor de desarrollarse suficiente bien y sano para proyectarse en el futuro como alguien no culpable, digno y valioso a pesar de haber sufrido malos tratos. Algunos niños y adolescentes lo consiguen pero deben de encontrar el respaldo y la comprensión sociales. La resiliencia es posible, sí, pero el trabajo es a largo plazo y con todos los agentes sociales implicados. Los niños son de todos. No sólo deben de preocuparnos nuestros hijos sino el resto de los niños y adolescentes que -como dijimos al empezar el artículo- son los hombres y las mujeres de la sociedad del mañana"

José Luis Gonzalo Marrodán
Psicólogo y psicoterapeuta infantil
Publicado en la revista Haurdanik

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 Dirección de Atención a las Víctimas de la Violencia de Género. Mujeres víctimas de violencia de género en la CAPV. Balance 2010.
 Lanius, R.A.; Vermetten, E.; Pain, C. (edit) (2010) The impact of early life trauma on health and disease. UK: Cambridge Medicine.
 Siegel, D. J. (2007) La mente en desarrollo. Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser. Bilbao: Desclée de Brouwer.
 Benito, R.; Gonzalo, J.L. (2010) Trastornos de la personalidad asociados a antecedentes de maltrato infantil en los pacientes que acuden a consultas de psicología y psiquiatría. Poster presentado en el VII Congreso iberoamericano de Psicología
 Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad, artículo 1.1.
 Atenciano, B. Menores expuestos a violencia contra la pareja. Notas para una práctica basada en la evidencia. Clínica y salud: Revista de psicología clínica y salud, ISSN 1130-5274, Vol. 20, Nº. 3, 2009 (Ejemplar dedicado a: Actualidad en clínica de niños y adolescentes) , págs. 261-272
 Siegel, D. J. (2007) La mente en desarrollo. Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser. Bilbao: Desclée de Brouwer.

2 comentarios:

Concha dijo...

Me quedo con tu última frase "Los niños son de todos...", ojalá la sociedad formada por los adultos de hoy interiorizara esto, que todos estamos concernidos.

Un beso

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Me alegra que lo resaltes, Concha, porque es una idea que yo suelo transmitir siempre que tengo oportunidad porque todos tenemos una responsabilidad como ciudadanos en los niños. Estos no son patrimonio de nadie y a todos nos corresponde cuidarles dentro de nuestros respectivos roles. Un abrazo.