jueves, 29 de abril de 2010

El problema de la activación psicofisiológica en niños con apego desorganizado

En el libro El trauma y el cuerpo estoy descubriendo nuevas claves para comprender a los niños que presentan traumas por el abandono, el abuso y los malos tratos, menores que tienen además mermada la capacidad para establecer relaciones sanas y constructivas como consecuencia de la alteración, también, de su sistema de apego.

En el apartado que hace referencia al apego, la autora habla del subtipo desorganizado. Este es uno de los patrones de apego más grave y se ha asociado con cuidadores tempranos atemorizados, atemorizantes, violentos, desestructurados… Uno de los aspectos de la conducta que más me llama la atención de estos niños es la tendencia, en ocasiones, a aproximarse al adulto, buscar su afecto, interactuar positivamente para, en otros momentos, en especial cuando un estímulo dispara la percepción de una amenaza que guarda relación con algún hecho o contenido de su duro pasado, presos de una gran activación, se comportan de manera desagradable, huyendo, evitando e incluso atacando al adulto de manera verbal o física.

Hay, al menos, dos aspectos relacionados con esta tendencia que he descrito (y de las cuales da cuenta el libro El trauma y el cuerpo; en este libro se propone el planteamiento de que somos un cuerpo y un cerebro encarnado, y que los contenidos traumáticos vivenciados también quedan grabados en la memoria sensoriomotriz, no sólo en nuestros pensamientos y en nuestras emociones. Por lo tanto, el tratamiento que la autora plantea se dirige al trabajo también de los aspectos sensoriomotrices, olvidados, dice, de la psicoterapia. Y no le falta razón): La primera es que existe una zona de activación psicofisiológica del organismo óptima en la cual nos desempeñamos con eficacia, tranquilidad y sentimiento de organización y orden psíquico. Esta zona de activación óptima es estimulada adecuadamente por un cuidador primario durante los primemos años de vida que, como sabemos, son cruciales para el establecimiento de un apego seguro, la base para toda la vida, los cimientos de la casa. Esta zona de activación óptima está asociada al nervio vago y su adecuada estimulación potenciaría el sistema de conexión social del individuo, lo cual conlleva relacionarse con los demás de manera habilidosa socialmente. Bien. Los cuidadores no sensibles y empáticos a las necesidades del niño y que pueden desde maltratar a ignorar al bebé, propiciarían que el infante se sitúe durante unos periodos de tiempo en la zona de hiperactivación y en otros periodos, en la zona de hipoactivación. Esta tendencia potenciada desde los primeros años, marcaría la tendencia futura de estos menores a hiper o hipoactivarse, incorporando como rasgo la misma. Así pues, cuando se hiperactivan, todo su organismo entra en acción, se altera, incluidas las emociones, que son muy difíciles de calmar, permaneciendo mucho tiempo en este estado. O momentos en los cuales parecen no tener vida, caídos, callados, aislados, tristes, con poca energía… Son períodos de hipoactivación.

Y la segunda es que un cuidador primario que pega al bebé, lo zarandea, le grita, le chilla, desorganiza sus horarios de cuidados... U otras veces le ignora, le rechaza, le deja largos ratos solo, sin estimulación… propiciaría que se activaran tanto el sistema de aproximación (desear vincularse al adulto) como el sistema de defensa (situarse frente al otro para defenderse de amenazas) Por ello, estos niños tienen esas tendencias de conducta tan contradictorias. Ambas fueron estimuladas. En un momento dado, pueden percibir una amenaza y activar una respuesta sensoriomotriz de escape, de huida o de ataque. En otros momentos, al contrario, mostrarse cariñosos y cercanos al adulto.

Siempre cuento el mismo ejemplo: no teniendo tanta experiencia, dejé un rato largo a un niño de apego desorganizado en la consulta, en la sala de espera, mientras terminaba con el anterior paciente. Nunca hago esperar mucho, la verdad, pero aquel día me alargué más. A la salida, me encontré que el menor me había llenado la pared de mocos. Le respondí diciéndole que por qué había hecho eso. No fue con un tono alto pero mi cara puso un gesto de disgusto (que no controlé, ahora sí trato de hacerlo) que el niño vio y percibió como una amenaza (seguro que lo asoció con un gesto de su padre de enfado que predecía a las palizas terribles que solía propinarle) Salió corriendo, a la par que me insultaba y se encerró en el baño. Estuvo largo rato golpeando el toallero mientras yo, desde fuera, intentaba calmarle con palabras. Costó un buen rato.

Desde entonces (y en la medida que he ido adquiriendo más conocimientos y experiencia) dispongo las cosas para reducir la probabilidad de que se dispare una reacción de hiperactivación y consiguiente respuesta sensoriomotriz de escape, en este caso. Además, insisto mucho a todos los padres y cuidadores de menores en que controlen los tonos de voz, los gestos, las palabras (que sean suaves), los mensajes (en positivo y cortos) Y que si han de dejar al niño en una situación difícil para él (por ejemplo, en mi caso, hacerle esperar) que traten de hacerlo predecible: “Vas a esperar un poco; te dejo este juguete y mi foto. Salgo en tres minutos y empezamos nuestra sesión” Todo ello ayuda sobremanera a estos niños y no cabe duda que, durante mucho tiempo, hay que hacer esta terapia ambiental con ellos, sobre todo si han sido duramente maltratados.
Excursus: El blog de Francisco Alcaide publica una entrevista a mi amigo y compañero Alberto Barbero, que habita en Conversaciones sobre Desarrollo y Equipos, que os recomiendo no os la perdáis por su alto valor instructivo.

2 comentarios:

Josep Julián dijo...

Hola José Luis:
Después de bastante tiempo de ausencia en mis visitas he leído atentamente tu artículo. Los comportamientos benefactores que describes parece que deberían ser los habituales y de hecho, quiero pensar que lo son, a pesar de que seguro que hay niños que no los reciben y que por eso necesitan ayuda.
Como padre de una única hija y ahora que ha pasado muchos años me doy cuenta de errores que cometí en la forma de relacionarme con ella cuando era pequeña (nunca de la dimensión que presentas aquí, por supuesto) y no puedo evitar preguntarme sobre si eso está manifestándose en nuestra relación que aunque ahora es buena ha pasado por muchos altibajos.
Un abrazo.

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Estimado Josep Julián: Un gustro que te pases por aquí y me dejes tus comentarios. Realmente, y afortunadamente, la mayoría de los niños reciben esos comportamientos benefactores, tal y como tú los llamas (me ha gustado la denominación) Yo me dirijo a los que no, pues soy consciente de que hay muchos profesionales y padres que siguen el blog, que trabajan o tienen niños/as que presentan este tipo de problemas, y a ellos me gusta dirigirme porque este blog tiene este tema como estrella, aunque no es el único que toco.

Respecto a tu hija, te felicito por tu labor de autoconciencia, no todos los padres lo hacen y eso dice mucho y bien de ti. Bueno, tú sabes mucho de inteligencia emoiconal, así que me imagino que estarás de acuerdo en que lo más adecuado es que, buscando el momento y el contexto, puedas, si te parece que ahora os puede beneficiar, hablar abiertamente con tu hija de eso que te preocupa y si es necesario, buscar una reparación relacional. Todos los padres tienen sus puntos débiles y pueden comenter errores, pero poder hablar y aclarar las cosas estando dispuestos a escuchar, sentir y asumir cada uno lo suyo, su responsabilidad, es la mejor manera de reparar esos errores que, como dices, no son de la dimensión de los que aquí se presentan, ni mucho menos. Usando las habilidades emocionales que tienes, seguro que lo consigues. Un abrazo, y nos vemos por los blogs.

José Luis Gonzalo