lunes, 5 de marzo de 2012

EMDR, una técnica eficaz para el tratamiento del trauma y de otros problemas psicológicos


Hoy escribo -lo tenía pendiente desde hace semanas- sobre el abordaje psicoterapéutico llamado EMDR (siglas en inglés que significan Eye Movement Desensizitation and Reprocessing – Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares), en el cual me estoy formando desde septiembre de 2011, fecha en la cual los docentes de la Asociación EMDR España se trasladaron hasta Donostia-San Sebastián y pude hacer el primer nivel de formación. Toda una suerte que ocurriera esto, y no quise  desaprovechar esta ocasión brindada en bandeja. Son varios niveles, y en ello estoy con gusto.

Para los que no conozcan este abordaje terapéutico, han de saber que fue ideado por la Doctora Francine Shapiro en los años 80. Esta psicóloga comprobó, según cuentan, paseando una tarde por el campus universitario, que las preocupaciones en las que había estado pensando mientras andaba le habían dejado de perturbar y que las sentía con menos intensidad emocional negativa. Reflexionó sobre qué había estado haciendo durante el paseo y cayó en la cuenta de que había movido sus ojos de izquierda a derecha. A partir de aquí desarrolló su método terapéutico y toda una investigación, con un protocolo básico diseñado y validado empíricamente, que se usa para el tratamiento de distintos trastornos emocionales y, particularmente, para el estrés postraumático (Para trauma complejo y trastornos disociativos se utiliza un abordaje progresivo, tal y como podemos aprender en este excelente libro de las psicólogas Dolores Mosquera y Anabel González) Actualmente, se ha extendido el campo de intervención en el cual el EMDR puede usarse, junto con otras técnicas, para un abanico variado de trastornos como los de personalidad, depresivos, alimentación, etc.

Tal y como nos explican en la página web de la Asociación EMDR España (transcribo literalmente, pues es el lugar al que acudir donde obtener información y formarse de una manera fiable pues sus profesionales están cualificados para ello): “EMDR - Desensibilización y Reprocesamiento por los Movimientos Oculares es un abordaje psiterapeútico en el tratamiento de las dificultades emocionales causadas por experiencias difíciles en la vida del sujeto, desde fobias, ataques de pánico, muerte traumática y duelos o incidentes traumáticos en la infancia hasta accidentes y desastres naturales. También se usa EMDR para aliviar la angustia y/o la fobia de hablar en público, para mejorar el rendimiento en el trabajo, en los deportes y en las interpretaciones artísticas.

EMDR como método combina elementos teórico-clínicos de orientaciones tales como el psicoanálisis, cognitivo-conductual y otras. Para muchos pacientes EMDR resulta de mayor ayuda para sus problemas que otras terapias convencionales. En 1987, Francine Shapiro, psicóloga norteamericana, descubrió que los movimientos oculares voluntarios reducían la intensidad de la angustia de los pensamientos negativos. Inició una investigación (Shapiro, 1989) con sujetos traumatizados en la guerra de Vietnam y víctimas de abuso sexual para medir la eficacia del EMDR. EMDR reducía de manera significativa los síntomas del Trastorno por Estrés Post Traumático en estos sujetos.

En el proceso con EMDR, el terapeuta trabaja con el paciente para identificar un problema específico que será el foco del tratamiento. El paciente describe el incidente traumático, a partir del cual es ayudado por el terapeuta para que seleccione los aspectos más importantes y que más lo angustian de dicho incidente. Mientras el paciente hace movimientos oculares (o cualquier otra estimulación bilateral) le vienen a la mente otras partes del recuerdo traumático u otros recuerdos. El terapeuta interrumpe los movimientos oculares cada tanto para asegurarse que el paciente esté procesando adecuadamente.

La estimulación bilateral puede ser: a) visual (el paciente mueve los ojos de un lado al otro guiado por el terapeuta); b) auditiva (el paciente escucha sonidos alternados en ambos oídos) c) kinestésica (el terapeuta golpetea suavemente y en forma alternada sobre las manos o los hombros del paciente). Esto facilita la conexión entre los dos hemisferios cerebrales logrando el procesamiento de la información y la disminución de la carga emocional.

El terapeuta guía el proceso, tomando decisiones clínicas sobre la dirección que debe seguir la intervención. La meta es que el paciente procese la información sobre el incidente traumático, llevándolo a una "resolución adaptativa". En las palabras de Francine Shapiro, esto significa: a) una reducción de los síntomas; b) un cambio en las creencias y c) la posibilidad de funcionar mejor en la vida cotidiana” (Para seguir leyendo, haz clic aquí)

EMDR me ha sorprendido muy gratamente. Estoy encantado. En la formación que hicimos en San Sebastián (y que se oferta en otras ciudades de España, en la página web de la Asociación podéis estar al tanto) practicamos el protocolo básico tanto con adultos como con niños, experimentándolo en nosotros mismos y trabajándolo con compañeros de curso. Yo mismo me sometí a una sesión con un contenido traumático personal (un accidente que sufrió mi hermano de pequeño, afortunadamente nada le ocurrió aunque estuvo grave) que creía resuelto pero que aún me generaba ansiedad pensar en ello. EMDR se centra en recuerdos que hemos vivido y que están sin procesar en las redes neurales. La estimulación de ambos hemisferios del cerebro provoca la activación de estas redes y "desatasca" (por entendernos) los recuerdos traumáticos que están sin integrar, provocando la abreacción (la liberación emocional) y con ello la reducción de la ansiedad o la sintomatología.

En el nivel I se aprende el protocolo básico. Pero EMDR son un conjunto de varios protocolos que se van aprendiendo a lo largo de todo el proceso formativo que requiere hacer nivel II y formaciones avanzadas y supervisiones. Por mi parte, comienzo mi formación y espero llegar, poco a poco, a Clínico EMDR. 

El protocolo básico está diseñado y, como todos, validado empíricamente. Debe, primero, de dotar de recursos al paciente (de relajación o de creación de un lugar mental de seguridad, con el fin de que éste tenga una herramienta a la cual recurrir si las emociones, durante el procesamiento del trauma, se vuelven muy intensas o le desestabilizan a la persona) Segundo, el paciente con ayuda del terapeuta, debe de hacer un recorrido y recoger, en la historia clínica (junto con otros datos relevantes) los recuerdos más significativos, traumáticos (tanto traumas con la “T”, esto es, sucesos puntuales o impactantes que han sido una amenaza o riesgo para la vida de la persona, como una violación o un accidente de coche; como traumas llamados “t”, no por ello menos importantes, que son una sucesión de  eventos traumáticos que impactan a nivel relacional como el abandono, las carencias afectivas…) Esos recuerdos se asocian con imágenes, sensaciones y emociones que son las que se someten a procesamiento mediante la estimulación bilateral. También se puede partir de las sensaciones o emociones negativas del cliente, evaluar a qué imágenes se asocian y hacer el procesamiento.

Compartiendo mi experiencia con vosotros, en la práctica que hicimos en la formación, procesé el recuerdo traumático en relación al accidente de mi hermano y el malestar, aunque inicialmente se elevó, posteriormente se fue reduciendo hasta que me invadió una sensación de profunda calma. Pero en cada persona es diferente, y cada caso hay que evaluarlo cuidadosamente (no es lo mismo una persona que tiene uno o dos eventos traumáticos que otra con una biografía con muchos traumas y un trastorno de personalidad, por ejemplo.  Las cosas son más complejas) En cualquier caso, que nadie pruebe la técnica sin la formación adecuada. Y los profesionales que empezamos lo hacemos con casos sencillos para ir aprendiendo el protocolo básico. En mi opinión, la técnica es muy eficaz y consigue en menos tiempo, para algunos aspectos, lo que hablando y hablando se tardaría meses o años. Porque es una técnica que va al procesamiento de las emociones asociadas a los recuerdos, emociones que no han sido procesadas por mucho que lo hablemos con el paciente. EMDR es una técnica emocional, las emociones están en el cuerpo, y EMDR va también al cuerpo. Además, tiene dos aspectos muy positivos de los cuales nos hablaron en el curso: (1) Es el propio paciente el que hace el procesamiento, su propio cerebro. La técnica lo que hace es favorecer la manera natural que el cerebro tiene de procesar (2) El paciente tiene el control en todo momento y puede parar. El procesamiento y lo que surge (otros recuerdos, sensaciones o emociones que se pueden generar en la persona según se le va estimulando, es único y propio, no igual para cada uno; no existe un “suponemos que” o “debe pasar esto”) es como si estuviésemos montados en un tren, sentados junto a la ventana, y viésemos pasar imágenes propias de nuestra vida ligadas a emociones y sensaciones corporales.

Posteriormente, me he animado a trabajar y sigo trabajando con la técnica (bajo supervisión) aplicada a los niños y adolescentes como una herramienta más, y los resultados que estoy obteniendo (usando la técnica en combinación con otras y dentro de un proceso de psicoterapia basado en el apego, sobre todo con los pacientes más dañados en este sentido) son buenos y muy buenos, pero como todo en la vida, no es la panacea y los casos graves requieren de mucho trabajo (con EMDR como con otras técnicas), un recorrido terapéutico largo, la implicación de los padres o familias y mucha paciencia y perseverancia. Pero ninguna técnica es la panacea. De todos modos, a mí me ha cambiado la forma de concebir la psicoterapia y creo que es una técnica revolucionaria porque nos enseña que la mente tiene un lenguaje emocional propio que está intrincado en las redes neurales de nuestro cerebro que son las que portan la información. EMDR viene avalado por la investigación científica de los más prestigiosos autores en trauma.

Con niños se adapta el protocolo y se utiliza el juego, el dibujo y la colaboración de los padres o referentes con los que exista una buena relación de afectividad para realizar el procesamiento, tanto para la instalación de los recursos como del material traumático propio del niño. A partir de los once-doce años (edad madurativa), más se parece el protocolo al de los adultos. Lo estoy aplicando a un niño adoptado, bajo supervisión, con graves problemas de agresividad, y está aportando un plus en la estabilización emocional del niño que antes no había obtenido. Pero insisto, que ningún padre o madre piense que es milagroso. No existen los milagros. Con este niño –como acabo de mencionar, pero lo repito- hay que seguir trabajando con esta técnica como con otras, y el proceso de psicoterapia requerirá de la colaboración de los padres, de la motivación del propio niño, del buen hacer del terapeuta y de la paciencia y la perseverancia.

En junio va a tener lugar, en Madrid, del 15 al 17, la 13ª Conferencia EMDR Europa, con la presencia de los más prestigiosos investigadores y profesionales en EMDR y trauma. Hay un pre-congreso previo en el que se va a exponer cómo se trabaja EMDR con niños adoptados, una población que puede beneficiarse de este abordaje psicoterapéutico. Allí que voy, entusiasmado. A todos los profesionales interesados, os recomiendo, sin ninguna duda, que os apuntéis a la Conferencia como que os forméis en esta técnica.

Termino comentándoos que esta semana, el día 10 de marzo, sábado, presentamos Óscar Pérez-Muga y servidor nuestro libro "¿Todo niño viene con un pan bajo el brazo? Guía para padres adoptivos con hijos con trastornos del apego" en Gijón. Invitados por Asturadop (Asociación Asturiana de Adoptantes), estamos felices de compartir un tiempo de diálogo con las familias adoptivas y hablarles también de nuestra publicación. Será a las 13,00h en el Centro integrado Gijón Sur ¡Allí nos vemos!

lunes, 27 de febrero de 2012

Preguntas que sugiero deben hacerse las familias adoptivas y acogedoras para fomentar la resiliencia en sus hijos/as (II y final)


Continuamos esta semana con el modelo mixto de resiliencia de Henderson y Milstein (resiliencia en la escuela) Como ya os dije, este modelo (entre otros) es referenciado y explicado en el libro de José Luis Rubio y Gema Puig titulado: “Manual de resiliencia aplicada”

Aunque el modelo está diseñado para el ámbito escolar, me parece que se puede aplicar al de las relaciones familiares, y a partir del mismo podemos promocionar la resiliencia en seis pasos.

La pasada semana nos dedicamos describir los tres primeros pasos y, desde ellos, desarrollé una serie de preguntas que podemos formularnos para reflexionar y tomar conciencia de si estamos potenciando o no la resiliencia de los niños, en especial de los adoptados y acogidos. Los tres primeros pasos estaban encaminados a dilucidar si potenciamos los factores que pueden mitigar el riesgo.

Hoy nos centramos en los elementos que están presentes en las personas que se sobreponen a la adversidad.  Plantearé unas cuantas preguntas a las  que  podemos autorespondernos y concluir acerca de qué necesitamos cambiar para ayudar, como tutores de resiliencia (personas que acompañan a los niños en su proceso de crecimiento y transformación personal desde la aceptación incondicional, ayudándoles a recuperar un desarrollo resiliente a pesar de haber vivido experiencias de vida duras durante los primeros meses o años de vida) Todo esto requiere trabajo, paciencia, esfuerzo y es, como comentamos, un proceso a potenciar a lo largo de la vida de nuestros niños y niñas.

Elementos que tenemos que tratar de hacer presentes en los niños y que favorecen que éstos se sobrepongan a la adversidad:

Brindar apoyo y afecto: ¿Somos incondicionales hacia nuestros hijos, respetando siempre el valor de la persona y refiriéndonos siempre a las conductas que deben de cambiar y no juzgándoles y condenándoles como personas? ¿Les proporcionamos afecto, a cada cual según lo reciba bien de acuerdo a su perfil de apego? Los niños evitativos con saber que estamos disponibles y darles una palmada en la espalda o un choque de manos servirá para que no se sientan invadidos pero noten nuestra presencia. Los niños ambivalentes necesitan reafirmación de que les queremos, aunque se lo tengamos que decir una y otra vez y darles mil abrazos y besos si los necesitan. Los de apego desorganizado, según el momento por el que atraviesen y según hacia dónde se hayan orientado como tendencia. Necesitarán ambas cosas y a veces querrán acercarse y buscarán nuestro afecto y otras necesitan que nos situemos a distancia.

¿Les felicitamos, animamos, apoyamos emocionalmente usando la empatía y los mensajes que transmitan que sentimos que les sentimos? Por ejemplo, si hubo un suspenso en un examen, antes de pensar en consecuencias, ¿sabemos valorar su esfuerzo y les decimos: "siento que te sientas mal por haber suspendido?" O cuando los niños adoptados nos revelan su rabia por el abandono sufrido y no tenemos muchas veces respuesta sobre qué pudo pasar con exactitud en su vida para que ese abandono se produjera, ¿les devolvemos un “siento que sufras”; “siento no poder tener respuestas; “con nuestro cariño transformarás tu dolor?"

¿Les apoyamos lo suficiente y les ayudamos en sus dificultades o les presionamos porque queremos-que-sean- como- los-demás sin darnos cuenta de que ese niño es ese niño, con un valor único, original e irrepetible y a valorar solo por ser persona? ¿Nos lanzamos en seguida a la aplicación de consecuencias pero obviamos el pensar cómo les podemos ayudar? ¿Nos planteamos hasta qué punto pueden solos y hasta qué punto les exigimos imposibles? ¿Estamos atentos a sus cualidades y las reseñamos y se las hacemos notar diciendo lo orgullosos que nos sentimos por ello?

Brindar oportunidades de participación significativa: ¿Les damos un lugar en el mundo comunitario donde residen en el que puedan hacer alguna actividad de la que se sientan orgullosos y les proporcione autoestima? ¿Nos preocupamos de que en el colegio sea respetado y aprenda a respetar a los demás mediante la colaboración con los profesores a través de medidas que promuevan la reparación cuando ha hecho algo que ha perjudicado a los demás? ¿Es aceptado por el grupo de clase? ¿Es demasiado inhibido o, al contrario, impulsivo en sus relaciones? ¿En cualquiera de los dos casos, ¿qué se puede hacer para que no repercuta en su participación social? ¿Trabajamos con el niño la empatía y la conciencia moral? Incluso si el niño tiene grandes problemas de integración, ¿hacemos una lectura desde los condicionantes de su historia de vida como causa explicativa más plausible de las dificultades actuales para la socialización? ¿Tendemos a apartar de los grupos a los niños enseguida, cuando su comportamiento social es negativo e irrespetuoso? ¿O lo que quizá necesita es un educador que esté próximo a él y regule sus relaciones interpersonales enseñándole? Esto es tiempo dentro en vez de tiempo fuera del grupo.

Establecer y transmitir expectativas elevadas: Las expectativas han de ser a la vez, realistas, para que cada niño pueda mostrar su potencial y recursos en aquello que su nivel de desarrollo madurativo se lo permita. ¿Cuáles son nuestras expectativas hacia nuestros hijos? ¿Pueden los niños llevar adelante las mismas y con cuánta ayuda? ¿Esperamos solo modificaciones internas en el niño para que cumpla las expectativas o adecuamos las situaciones familiares para que pueda llevarlas a cabo? ¿Aceptamos en verdad las limitaciones y déficits de nuestros hijos? Como padres, ¿qué esperamos de nuestro hijo? ¿Somos capaces de exigirles razonablemente y de acuerdo a sus posibilidades?

Como ya comentamos la semana pasada, podéis vosotros formular más preguntas para cada uno de los pasos y compartirlas con todos.

Espero que estos dos posts os hayan ayudado a pensar y reflexionar acerca de si estamos en un camino de fomento de resilencia hacia nuestros hijos y niños. Nos necesitan a todos pues como ya habréis leído, “se necesita a toda la tribu para educar a un niño”

Estoy convencido de que en muchos aspectos estaréis caminando y educando a vuestros hijos/as en la resiliencia, pero quizá en otros aspectos podáis necesitar fomentar alguno de los pasos que aquí hemos mencionado. Si os ha aportado elementos y respuestas (u otras preguntas) relevantes y nuevas que pueden favorecer la resiliencia, habremos conseguido una autoevaluación de nuestra tarea como educadores y de ahí, los cambios que se puedan necesitar, en un eterno proceso de reflexión-acción.

El libro "Manual de resiliencia aplicada" da mucho de sí, como habéis visto, y a él volveremos en más de una ocasión porque tiene contenidos que podemos usar para, como el título dice, aplicar la resiliencia.

lunes, 20 de febrero de 2012

Preguntas que sugiero deben hacerse las familias adoptivas y acogedoras para fomentar la resiliencia en sus hijos/as (I)


En el libro de José Luis Rubio y Gema Puig titulado: “Manual de resiliencia aplicada” del cual os hablé la semana pasada, hay muchísimos contenidos y propuestas teóricas y prácticas que nos darían para un buen número de entradas en este blog.

De todo lo que nos ofrecen en el Manual –todo es interesante, nada sobra ni está de más-, personalmente me ha parecido muy interesante para las familias adoptivas y de acogida el capítulo de los modelos en resiliencia. Son, como dicen los autores, “modelos para la práctica” Dentro de los distintos modelos que nos exponen en el libro, veo particularmente útil y pragmático el de Henderson y Milstein (Resiliencia en la Escuela) Aunque centrado en el ámbito escolar, pienso que es de utilidad en el familiar también.

Practiquemos, pues, con el modelo, aplicándolo a los niños adoptados/acogidos (donde digo "niños", podemos poner también niñas y jóvenes):

La aplicación de este modelo (nos dicen los autores José Luis Rubio y Gema Puig en su Manual) supone promocionar la resiliencia en seis pasos.

Los tres primeros pasos están encaminados a mitigar el riesgo:

Enriquecer los vínculos prosociales.

Fijar límites claros y firmes.

Enseñar habilidades para la vida.

Los tres pasos siguientes se describen como elementos claves presentes en los sujetos que se sobreponen a la adversidad:

Brindar apoyo y afecto.

Establecer y transmitir expectativas elevadas.

Brindar oportunidades de participación significativa.

Tomando estos elementos para construir resiliencia (ya sabéis que la resiliencia se entiende no como un rasgo que el niño posee, sino como un PROCESO que tiene lugar a través de la interacción constante entre las características del niño y las variables del ambiente), podemos los padres, las madres y las familias acogedoras o adoptivas hacernos unas cuantas preguntas que nos ayuden a reflexionar si estamos verdaderamente trabajando para ayudar al niño en ese proceso de hacerse resiliente.

Nosotros hemos de constituirnos en los tutores de resiliencia, en los acompañantes incondicionales de los niños ayudándoles a tener un buen desarrollo pese a las circunstancias adversas que hayan vivido. Pero para eso nos necesitan. Los niños tienen mucho más complicado crecer y rehacerse desde la adversidad si no encuentran a esa persona que sea capaz, como hemos dicho otras veces, de apoyarles para hacer el cambio, "el viraje de su existencia", "a no resignarse a la fatalidad de la desgracia" (Cyrulnik)

Os lanzo algunas preguntas que me han surgido leyendo los factores que mitigan el riesgo:

Enriquecer los vínculos prosociales: ¿Tiene el niño red de amigos o compañeros? ¿Tiene, al menos, un compañero o compañera de juego? ¿Me he preocupado de buscarle algún entorno favorecedor del desarrollo de una experiencia social-vincular positiva como un club de tiempo libre, centro, asociación (deportiva, cultural…)? Es difícil encontrar entornos favorecedores de los vínculos prosociales cuando los niños tienen dificultad precisamente en esto pero sí existen alternativas, si buscamos. Sabemos lo difícil que es para los niños más disruptivos que muchas veces rompen las reglas y faltan al respeto, pero existen personas y lugares maravillosos y favorecedores.

Fijar límites claros y firmes: ¿Somos claros con los límites? ¿Qué normas hay en casa y cómo las hacemos cumplir? ¿Son las normas adecuadas al nivel de desarrollo del niño? ¿Puede el niño por si sólo cumplir esas normas, cuánta ayuda necesita? ¿Soy congruente en la aplicación de las normas? ¿He explicado al niño que las normas nos ayudan a entendernos y nos dan seguridad? ¿Están los dos progenitores de acuerdo con las normas o se contradicen? ¿Felicito al niño cuando las cumple? ¿Es bueno castigar a los niños víctimas de malos tratos si no las cumplen? ¿Tensionamos a los niños con un ritmo frenético de hacer cosas, trabajar, deberes… no dejándoles tiempo para jugar entre ellos y con nosotros? ¿Somos unos obsesivos con las normas? ¿Queremos adultos en miniatura? ¿Dejamos a los niños ser niños? ¿Somos conscientes de que los niños víctimas de abandono y malos tratos tienen una inseguridad de base y se aferran más a no enfrentarse a las dificultades porque no han vivido el bienestar de estar a gusto con unos cuidadores durante las etapas clave en la formación de los vínculos?

Enseñar habilidades para la vida: ¿Les enseñamos las cosas o partimos de que ya saben hacerlas porque ya tiene tal o cual edad? ¿Nos preocupamos de enseñarles las habilidades básicas para desenvolverse? ¿En qué situaciones sabe mi hijo desenvolverse solo y en cuáles necesita ayuda? ¿Si no sabe desenvolverse, es por dificultades para permanecer y regularse o es porque no ha aprendido la habilidad en cuestión? ¿Qué habilidades de supervivencia tiene aprendidas? ¿Transmitimos a los niños que esas habilidades tuvieron sentido en el contexto de vida que les tocó vivir -aunque ahora no sean útiles- y les decimos que conseguirán aprender otras válidas para el contexto actual con nuestra ayuda y la de los demás, o les comunicamos expectativas de fracaso y negatividad?

Ya veis que esta semana formulo preguntas (incluso cabría formularse más, si se os ocurren, bienvenidas sean, en la sección de comentarios) para que las contestéis pensando en vuestro hijo o hija o en el niño/niña o joven con el que trabajáis. Y para que hagáis cambios, si lo necesitáis. Para cada niño/a o joven habrá una respuesta o un camino o una posibilidad a explorar e implementar. Nuestra tarea -como educadores que somos- también consiste en saber si estamos trabajando para mitigar los riesgos. La semana que viene formularé preguntas para ver si estamos estimulando para que los niños/as o jovenes aprendan a sobreponerse a la adversidad. La auto-reflexión es clave en educación y en la vida.

lunes, 13 de febrero de 2012

"Manual de Resiliencia Aplicada", un excelente y didáctico libro para aprender y enseñar la resiliencia


Esta semana, como ya os anuncié, voy a hablar de un libro que terminé justo ayer. Me refiero al "Manual de resiliencia aplicada", escrito por José Luis Rubio y Gema Puig, ambos docentes y cofundadores de ADDIMA Asociación para la Promoción y Desarrollo de la Resiliencia, de la cual os he hablado muchas veces (en la que trabaja también mi amiga Pilar Surjo) ADDIMA es una Asociación que está realizando una inestimable labor no sólo para dar a conocer qué es la resiliencia y cómo puede implementarse en los distintos ámbitos de la vida de las personas, sino también de formación. Formarse en este fenómeno que nos ha cambiado la  vida y la manera de trabajar con las personas (a mí, en concreto, me ha aportado otra visión de los pacientes más constructiva y positiva), es necesario. Además, hacerlo del modo en que proponen en ADDIMA es participar en una formación en la que vamos a poder comprender y además aprender a aplicar la resiliencia. Por ello, organizan un Curso de Resiliencia Aplicada (edición on line, del 23 de febrero al 16 de mayo de 2012, podéis informaros haciendo clic aquí, la página de Addima) desde hace ya cuatro ediciones, siendo pioneros e innovadores en este tipo de formaciones. Muchos me preguntáis en los correos personales dónde uno puede formarse profesionalmente; y siempre os ofrezco la referencia (a los psicólogos) del IFIV de Barcelona. Pues también os recomiendo (no sólo a los psicólogos sino a todos los profesionales) vivamente formaros en resiliencia con Addima.

Si leéis el libro, entenderéis aún mejor porqué la formación que ofrecen es de calidad. “Manual de resiliencia aplicada” es un libro extraordinario. Puede parecer que exagero pero no es así. “Extraordinario” significa “fuera de lo común” Y esta obra se sale fuera de lo ordinario ¿Por qué? Porque si de suyo ya es difícil escribir un libro sobre resiliencia, imaginaos lo complicado que tiene que ser rizar el rizo y conseguir realizar un libro que presente los contenidos de manera didáctica. Exponen los conceptos y contenidos mediante un método práctico de enseñanza que facilita la comprensión haciéndola amena e interesante. Esto realmente es muy difícil de conseguir y lo han logrado. Por eso es diferente y se sale fuera de lo común. 

El libro, a lo largo de sus capítulos, presenta la información con abundantes gráficos, cuadros, esquemas, llamadas y dibujos que complementan lo expuesto, lo clarifican y, además, suscitan el interés por saber más proponiéndote enlaces a internet, citas y referencias bibliográficas. La lectura se va haciendo fácil y entretenida y se puede ir consolidando lo que se aprende porque los autores recapitulan sobre los contenidos varias veces.

El estilo, personalmente, me ha encantado. No se trata sólo de teorizar, sino de hacer un manual práctico. Un manual práctico (muchos libros prometen ser manuales pero luego los lees y no lo son. Éste sí) que enseña a través de suscitar la reflexión, hacerte preguntas e implicándote en las mismas. Sientes que los autores están contigo pues te interpelan y enseñan al estilo socrático: acompañándote.

Además, el libro es un compendio sobre resiliencia que abarca este fenómeno prácticamente desde todas las perspectivas. Quien no sepa nada y todavía tenga problemas en pronunciar la palabra resiliencia y se pregunte: “¿qué es eso?”, leyendo este libro se quedará con una idea clara y completa tanto en la vertiente teórica como en la aplicada.

Haciendo un breve esbozo (no os pongo todos los contenidos del índice, hay más de lo que expongo aquí), el libro comienza explicando los antecedentes de la resiliencia para adentrarse después en las definiciones y evolución de los conceptos. Continúa con los hitos y los autores (los nombres propios) que han ido perfilando y llenando de contenido este fenómeno. La obra prosigue hablando de los valores fundamentales en resiliencia. A continuación, se detiene en analizar la personalidad resiliente y en cómo se construye la resiliencia. Después, dedica espacio a hablar sobre la adversidad, las respuestas que los seres humanos damos ante la misma. Se avanza, en la obra, hablando de los paradigmas y el cambio que supone en este sentido la resiliencia para enfilar el final del libro ofreciéndonos las experiencias prácticas en resiliencia (incluida la de Addima), los modelos teóricos existentes en la actualidad y la cuestión de la medición de la resiliencia.

Una obra excelente, desde aquí felicito a los autores (a José Luis Rubio tuve el placer de conocerle en su Zaragoza natal, en unas jornadas en las que la AFADA –Asociación de Familias Adoptivas de Aragón- nos invitó a Óscar Pérez-Muga y a mí el pasado mes de diciembre en las que presentamos nuestro libro: “¿Todo niño viene con un pan bajo el brazo?”, y también coincidimos en las II jornadas Europeas de Resiliencia, en Barcelona. A Gema Puig no la conozco personalmente pero espero que podamos coincidir algún día) Sé que este libro les ha costado mucho esfuerzo, sacrificio y horas de su tiempo personal y familiar. Soy consciente de ello, pues conozco la experiencia de escribir. Si a nosotros nos llevó lo suyo (que es más sencillo), imagino lo que les habrá costado a Gema y a José Luis. Pero desde luego que pueden quedarse satisfechos porque el resultado merece la pena. Personalmente he aprendido mucho sobre resiliencia. Me ha aportado cosas que desconocía, me ha aclarado otras, me ha abierto a autores y propuestas nuevas y me ha hecho pensar. 

viernes, 10 de febrero de 2012

Proyecto APRENDIENDO A AMAR, curso para personas que están esperando un/a hijo/a, organizado por la Consultoría Espirales.


Pepa Horno, psicóloga, experta en infancia, adopción y acogimiento familiar, con amplia formación y experiencia en el ámbito del apego y las relaciones familiares, me envía esta información de interés para todos pero en especial para quienes van a ser padres o madres biológicos, adoptivos, acogedores. Se trata del proyecto APRENDIENDO A AMAR. Con este título tan sugestivo y emocional, Pepa Horno y un equipo de profesionales de la comunicación y la educación, nos ofrecen un espacio de reflexión y aprendizaje a quienes van a ser padres o madres para que puedan crear un hogar emocional positivo para ellos y para sus hijos e hijas.

El proyecto es un curso de crecimiento personal diseñado para personas que están esperando un hijo, o que están en proceso de acogimiento o adopción. Su objetivo es crear un espacio de crecimiento personal, que vaya más allá de los contenidos que normalmente se imparten en los cursos de preparación al parto centrado en el desarrollo emocional del niño. El curso tiene un formato de cinco días presenciales (en principio,  uno al mes pero se pueden contemplar otros formatos  -existe la posibilidad de un intensivo de verano, por ejemplo, de una semana-) y un foro para que los participantes puedan participar y aclarar las dudas que les puedan surgir.

Es una actividad pensada para grupos. La idea es hacerlo llegar a los grupos de preparación al parto que ya están funcionando desde distintos lugares, o a asociaciones y grupos que trabajan en temas de acogimiento y adopción. Espirales no forma los grupos, sino que acuden donde haya un grupo interesado en esta formación. Organizan la logística y se desplazan a cualquier parte de España sin problema, pero necesitan que haya un grupo de gente interesada de partida antes de gestionar los locales y diseñar la organización.

Existen muchas preparaciones de cara al parto, pero espacios de reflexión y trabajo de crecimiento personal para prepararse para la paternidad o la maternidad yo no conozco ninguno. Esta es una iniciativa innovadora y necesaria porque la mayoría de las personas se lanzan a la paternidad o maternidad actuando, sin parar y pensar y compartir con otros la experiencia, lo que supone, lo que se siente, con lo que nos conecta, nuestros modelos educativos, la manera en la que nos han educado... Nos formamos para casi todo en lo profesional pero... ¿en lo personal? Ser padre o madre es lo más bonito pero lo más difícil.

Este proyecto, APRENDIENDO A AMAR, organizado por la Consultoría de Infancia Espirales, donde trabajan Pepa Horno (merece mucho la pena leer su libro "Ser madre, saberse madre, sentirse madre") y otros profesionales, nos ofrece esta posibilidad. Creo que la iniciativa y el proyecto son de calidad y en sintonía con los objetivos y valores que promueve el blog de Buenos tratos. Por ello, merece difusión. Además, estoy convencido que a muchos de vosotros y vosotras que estáis esperando un hijo/a os resultará muy útil saber que este curso formativo existe.

Os dejo un enlace a la web de la Consultoría Espirales en la cual tenéis información sobre el proyecto: www.espiralesci.es/aprendiendo-a-amar

El lunes 13 de febrero publico una nueva entrada. 

lunes, 6 de febrero de 2012

¿Qué características del tutor de resiliencia (padre, madre... adoptivo) ayudan a un joven adoptado a hacer un proceso resiliente? Habla el propio joven.


Esta semana escribo una entrada muy interesante, pues voy a exponer el punto de vista y los sentimientos de un joven de 22 años que lleva en terapia conmigo desde los 17. Es adoptado, con una historia dura por detrás, pero ha conseguido resiliar: se mantiene con un buen funcionamiento e incluso ha conseguido el fenómeno del crecimiento y la transformación tras el trauma mediante el trabajo en un invernadero, el apoyo incondicional de su padre y el tratamiento psicoterapéutico. Todo su dolor, su desarraigo y su carrera destructiva (cuando llegó a mi consulta, su estado psicológico por el consumo de drogas y la dinámica de robos en la que estaba inmerso, añadido a los años de sufrimiento por el abandono, era muy delicado) se metamorfosearon en atenuación del dolor emocional y disfrute, en arraigo a su mundo de plantas y vegetales que él mima y cuida como nadie y construcción (pues está participando en un proyecto de extensión de plantas, flores y vegetales por su provincia) No diré ni su nombre inventado porque desea el anonimato total. Es un ejemplo de que la resiliencia es “la negación a la fatalidad de la desgracia” (Cyrulnik) Es un ejemplo vivo que, afortunadamente, contradice ese determinismo psicológico equivocado que nos ha empujado a creer muchas veces que con las personas no hay nada que hacer y que su camino es hacia el infierno. Este muchacho, como el Ave Fénix, renació de sus cenizas.

Yo me he preguntado muchas veces: ¿Qué es lo que le ha ayudado a salir adelante? ¿Qué aspectos de mi persona como terapeuta le han favorecido? Su relato podría ayudarme y darme un feedback impagable a mí (para tratar de hacerlo con otros jóvenes) y también a vosotros/as (padres, madres adoptivos, acogedores, familias, educadores, profesores…) Así pues, os transcribo lo que me contó cuando le pregunté qué es lo que de mi persona le había ayudado a recuperar un buen desarrollo, un desarrollo resiliente.

Que conste que sin la presencia, apoyo, aguante, paciencia, resistencia, etc. etc. de su padre adoptivo jamás habría conseguido lo que ha conseguido. Tengo muy claro (os lo he comentado varias veces: sin la insustituible labor del padre, madre o referente que acompañe al niño o al joven y le acepte incondicionalmente, no hay proceso resiliente posible. Para hacer una psicoterapia hacen falta, por lo menos, tres patas: el niño o el joven y su motivación; el psicólogo-psicoterapeuta y el referente. De lo contrario, la mesa se cae) que sin esta persona (que forma parte de la manada de gente buena, como dice Jorge Barudy) no habría logrado resiliar. Le dejo la palabra:

“Cuando vienes a la psicoterapia recibes como un shock (me acordé que los niños acogidos o adoptados, cuando llegan a las familias, también es plausible que puedan sentirse no en shock pero sí un tanto desorientados) Eres muy tuyo y compartir con quien no conoces tu intimidad… Pero es muy importante transmitir confianza y tú lo hiciste poniéndote en mi lugar. Pero no de una manera superficial sino comprometiéndote. Por ejemplo, diciendo: ‘si yo estuviera en tu lugar…’ Entonces te dices que si él, terapeuta, lo haría, entonces es un camino. Y escoges un camino y ya no estás tan desorientado. Yo me he sentido muy ayudado.

También destacaría el escuchar. Esto es importantísimo, la gente no sabe escuchar. Nadie te escucha. Cuando eres joven y has sufrido como yo, la tentación es salir por la noche y evadirte. La droga circula por ahí, es muy accesible, en cualquier parte te la dan. Todo el mundo te pone una pastilla delante pero nadie te pone su escucha. Yo a los más jóvenes que yo que les veo colgados, les digo que vayan al psicólogo porque allí al menos, les escucharán.

Otra cosa que me ha ayudado (qué curioso que la hayamos mencionado en este blog muchas veces, es el tema de las dos “p” de Jorge Barudy: paciencia y perseverancia, este joven coincide con nosotros en que esto es muy bueno para él) es la paciencia. No me dejabas ni me echabas aunque yo no viniera y  me animabas por teléfono a que acudiera. Cuando yo no iba a la terapia, tú te podías bajar tranquilamente a tomar un café o fumarte un cigarrito, pero no lo hacías. No era como un paciente más o un número más. Me llamabas y te preocupabas de qué me había podido pasar para no ir a la sesión.

El dar ánimos es muy necesario. Nadie te anima. Cuando estás mal, no tienes ganas de nada y la gente te toma por vago, indisciplinado, pasota o descarado. Pero es que estás mal, joder, y nadie te pregunta cómo estás ni mucho menos te da ánimos. Los profesores (aquí entiendo que no se puede generalizar, es la experiencia de este muchacho, pero sin duda, real) mismos no te animaban nada. Si no hacías los deberes, te castigaban.

Las ganas que tenías de verme avanzar (en esto debemos de pensar también y mucho, este chico da en el clavo: ¿transmitimos a los niños y jóvenes que lo que les pasa es que se sienten mal por lo que han vivido y sufrido pero lo superarán con nuestra ayuda o enseguida pasamos al reproche, la entrada en escalada, la discusión, el cumplimiento obsesivo de la norma…?) era para mí, cada día, un motivo para no rendirme y seguir. Y eso que lo mío era muy complicado. Aguantar las ganas de no meterte era muy duro. Hacía gimnasia, hablaba con los amigos, usaba las técnicas que me enseñabas, estaba con la novia… Tienes un impulso, un ansia, no puedes con ello… Robar también era una manera para mí de descargar esa ansia, pero con trabajo y paciencia y dejándome la piel aprendí a canalizarlo.

En la terapia he aprendido a no ser tan egoísta, pensar en mí y reflexionar sobre mi vida y lo que siento y hago me ha enseñado a ser menos egoísta.

En la terapia descubrí, tuve una experiencia que no pensé que tendría (aprovecho para comentar que la resiliencia no es solo una persona que acompaña, puede ser una experiencia, una actividad, un lugar… que produce el comienzo del "viraje de la existencia" -Cyrulnik- de un individuo): las cajas de arena que hicimos me ayudaron a darme cuenta que mi camino de curación estaba en la naturaleza. Ya sabes que hacía cajas de arena con animales, árboles, plantas… Naturaleza en estado puro. Eso es lo que yo quería. "En la naturaleza y su cuidado estaría mi camino", pensé. Me acuerdo que hablamos que podía ser guarda forestal pero no; ya sabes que un invernadero de plantas y flores me atraía más. Tú lo creas, lo mimas lo ves avanzar día a día... Ves nacer el fruto de tu trabajo. Eso me ayudó un montón, y encontrar una oportunidad como la que mi jefe me dio (otra experiencia resiliente) apostando por mí para trabajar en un sitio de estos, fue vital. Tengo un proyecto de vida.

Este chico ha conseguido una transformación en la que debe de seguir trabajando para seguir siendo resiliente. No es un punto final, sino un proceso a seguir y a hacer día a día. La resiliencia es, efectivamente, esto: un proceso continuo de construcción en el que la persona interactúa con el ambiente.

Espero que os haya ayudado. Creo que de aquí podéis extraer muchas pistas y caminos que nos indican y nos guían por dónde va nuestro trabajo, si queremos ser tutores de resiliencia.

La semana que viene -ya lo estoy terminando- os hablaré de un libro extraordinario: "Manual de resiliencia aplicada", de José Luis Rubio y Gema Puig.

lunes, 30 de enero de 2012

Cómo ayudar a los niños adoptados/acogidos con trastornos del apego a auto-regularse


Me preguntan algunas personas cómo hacer el acompañamiento educativo de los niños con problemas de apego en lo que al déficit auto-regulatorio se refiere, una carencia que presentan los niños que tienen apegos inseguros (no totalmente inseguros pero sí en una parte; los niños adoptados o acogidos van ganando seguridad, si los padres o familiares hacen bien este trabajo)

La auto-regulación es una consecuencia de haber vivido una historia de apego seguro con un cuidador estable durante un tiempo prolongado, especialmente durante los 4 primeros años de vida. El cuidador (la madre o el padre) utilizando la función reflexiva (sintiendo y resonando las emociones del bebé, calmándolas y templándolas cuando lo necesita pues siente incomodidad, ansiedad, miedo u otras emociones invasivas, especialmente cuando hay fuentes de estrés) consigue que el niño desarrolle la capacidad de ir regulando sus estados internos de tal manera que hacia el cuarto año éste ya es capaz de estabilizar funciones de permanencia por sí mismo. Se puede comprobar con los niños que han tenido una experiencia de apego seguro: son más capaces de tolerar la frustración (de hecho, las rabietas es un fenómeno que a partir del tercer-cuarto año decrece en frecuencia e intensidad si los padres o cuidadores han hecho bien esta tarea), de regular el apetito, de auto-calmarse cuando sienten miedo… Recuerdo a mi ahijada (con apego seguro) en esta etapa y la comparaba con los niños que yo tenía en aquel entonces en consulta (con apego inseguro) Aún todavía necesitando el apoyo y sostén de sus padres para la regulación, por sí misma ya era capaz de estabilizar funciones como saber tranquilizarse, inhibir los movimientos, demorar la gratificación, expresar la ira, la tristeza y aunar pensamiento, acción y emoción para resolver problemas. Sobre este particular, os recomiendo que releáis el libro de Rygaard “El niño abandonado” en el cual habla de cómo los niños con trastorno de apego reactivo se han podido quedar en las fases sensoriales o sensorio-motrices.

Los niños que han carecido de esta permanencia que dan las figuras parentales y que son adoptados, por ejemplo, a los 4, 5 ó 6 años y tienen una historia de institucionalización entre los tres primeros, donde es posible que haya habido cambios de cuidadores y una atención no tan rápida e inmediata a la satisfacción de sus necesidades o a veces, un abandono con ausencia de estimulación (pasan mucho tiempo en la cuna, mirando el techo) suelen presentar este problema. No sólo los niños con apego desorganizado y con trastorno de apego reactivo sino también los niños con otros subtipos menos graves de apego tienen dificultades con la auto-regulación. Una de las consecuencias más visibles y constatables de los problemas o trastornos del apego es ésta del déficit auto-regulatorio. Lo que ocurre es que en los niños con apego desorganizado (y los de apego reactivo) es más grave porque han podido experimentar el terror de una parentalidad o unos cuidados extremadamente insensibles habiendo vivido el horror de ser dañados, además.

Es por ello frecuente que los padres mencionen en las entrevistas iniciales, cuando vienen a terapia, que sus hijos presentan un manejo inadecuado de la ira (por ejemplo, cansarse ante un exceso de deberes escolares: se desata su rabia y pueden tirar objetos, gritar, amenazar… ) También suelen manifestar estados de ansiedad que se relacionan con un déficit en los cuidados calmantes. En el cerebro quedan grabadas las emociones ansiosas en la memoria implícita. Afrontar su historia y saber que han sido abandonados y luego adoptados y/o acogidos supone ya de por sí una carga emocional que hay que ayudarles a elaborar para resiliar.

Normalmente, los padres adoptivos o cuidadores, cuando desconocen que las causas están en los déficits auto-regulatorios tratan de resolver estas situaciones de descompensación emocional con advertencias, amenazas de castigo (quitarles cosas), discusiones y entrada en escalada (si el niño grita más, el adulto trata de imponerse a su vez, a gritos, para demostrar quién manda) Los niños con problemas de apego y no trastorno son más fáciles de reconducir. Lo que hemos de tratar es de estructurar (hacer predecibles las situaciones, poniendo unos límites normativos claros y bien definidos y exigirles razonablemente) y sobre todo calmar y contener. Hablarles suave, empatizar (“algo debe ocurrirte para tirar todo por el suelo” ; “vamos a calmarnos los dos”) y valorar si el niño es capaz de poder responder a lo que le pedimos. ¡Muchas veces exigimos pensando en la edad cronológica y no en la madurativa!

Suelo contar siempre esta anécdota: un día, en consulta, mandé a una niña de 12 años que apuntara en un registro lo que le pasaba cuando se enfadaba. Ella no quería. Yo insistí pensando en que era lo más normal del mundo para una jovencita. Insistí mucho y ella empezó a enfadarse y a gritar y después, rompió a llorar. Posteriormente, aprendí que esta tarea era demasiado para ella y que mi insistencia le hacía regresar a la edad de los dos años: descargar la ira con rabieta y llorar. Ella no podía hacer una adaptación interna sino que pretendía cambiar el exterior (mi tarea) Cuando amoldé la tarea y comenzamos con algo más fácil (contarle cuentos donde apareciese la emoción de la ira para identificarla primero), fue capaz de ello. Después, más tarde, cuando fue aprendiendo, pudo hacer el registro que yo le había mandado inicialmente. Así pues, todo padre o madre adoptivo-a/acogedor-a deben de preguntarse siempre: “¿Estoy exigiendo razonablemente al niño? Hay padres que son obsesivos y perfeccionistas y que tensionan al niño constantemente.  Esto no es nada bueno y es más problema de los padres que del menor.

Hay que esperar a que pase la tormenta para luego poder hablar de lo ocurrido. Qué fue lo que le enfadó, si está agobiado… Estos niños no son muy capaces de leer sus estados internos por lo que hay que echar mano de cuentos y de historias en las que a otro niño le suceda lo mismo que a él. También hay que jugar a las hipótesis (“¿Te puede pasar esto o lo otro?”)

Cuando pasa la tormenta, también hay que ser firmes diciéndoles que esa conducta no se puede tolerar (algunos tiran cosas, otros insultan, otros gritan…) Aceptamos que se puedan sentir enfadados, tristes (ponemos la palabra que refleje la emoción que hayan podido sentir) pero esos comportamientos no se aceptan. Ese mensaje es claro pero debe de mantenerse la aceptación de la persona del niño en todo momento. Esto es clave para el futuro desarrollo de una buena autoestima y un óptimo sentimiento de pertenencia y una identidad positiva. Los padres y cuidadores deben de trabajar su propio autocontrol. Son tutores de resiliencia de sus hijos y como tales deben de comprender que el niño funciona así por lo que ha vivido y no por maldad.

Los niños con apego desorganizado tienen aún mayores dificultades con la auto-regulación y los padres o cuidadores deben de tomárselo con mucha calma y paciencia. Como ya vimos, estos niños suelen manifestar problemas además con el autocontrol de la conducta agresiva y presentan trastornos disociativos. En estos casos, el niño puede necesitar para calmarse un precursor físico (sujetarle sin hacerle daño hasta que exteriorice toda la rabia, sin soltarle antes) porque la palabra no ejerce aún esa función. Con el tiempo y la paciencia, su cerebro madura y pueden ir desarrollándose hacia un apego inseguro-ambivalente, que es menos grave.

No resulta nada agradable hacer este papel de contención, pero a veces es lo que necesitan. Recuerdo el caso de un niño que tuve en consulta con apego desorganizado que se frustraba fácilmente y sobre todo, en su faceta de control punitivo, no sabía estar en la relación si no era imponiéndose. Un día se frustró de tal forma que llegó a amenazarme y me agredió. Acto seguido, le sujeté -con cariño pero con firmeza- a la par que le hablaba con palabras suaves para calmarle. Soltó unas cuantas patadas pero al final rompió a llorar y luego fue más capaz de contenerse. Es importante que el niño sepa que se hace eso para tranquilizarle y nunca para hacerle daño. Los niños lo suelen entender y aunque se enfaden, lo agradecen. En el libro de José Ángel Giménez Alvira (“Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera”) su hijo Toni escribe al final una emotiva carta en la que el propio Toni, ya mayor, habla agradeciendo a su padre la contención física que hacía con él y lo mucho que la necesitaba. Le daba la seguridad de que alguien fuerte pero no dañino podía con la tormenta agresiva que se le desataba como consecuencia del daño emocional por los malos tratos. Con los adolescentes, obviamente, puede ser más complicado y es mejor trabajar esto desde niños para evitarlo. Nos referimos, claro está, a los casos más graves en cuanto a autocontrol.