viernes, 7 de noviembre de 2008

"Ultimas sesiones con Marilyn"

Hace unos meses la editorial Alfaguara publicó un apasionante libro: "Últimas sesiones con Marilyn", del autor Michel Schneider. La editorial hace la siguiente reseña del libro:

“Últimas sesiones con Marilyn rompe metafóricamente la confidencialidad entre doctor y paciente para fabular acerca de cómo se desarrollaron los treinta
meses (entre enero de 1960 y agosto de 1962) en que Greenson se convirtió en confidente de las mayores intimidades de la actriz, luchando por convertirse en tabla de salvación de una criatura desesperada y rota. El objetivo último de la obra, que se sostiene en una amplia documentación sobre los años postreros de la leyenda de Hollywood (si bien necesita entrar por fuerza en el ámbito de la conjetura y la recreación literaria), es componer un retrato de la Marilyn Monroe atormentada y en un agujero negro en la recta final de su existencia, que revele aquellas facetas de su auténtica personalidad con las que está menos familiarizado el gran público. De esta manera, asoma una mujer extremadamente sensible y aguda pero, en última instancia, irreversiblemente perdida, una criatura herida, desequilibrada y necesitada imperiosamente de afecto, prisionera de una imagen pública (esa rubia tonta que despierta los más bajos instintos) que no se corresponde en absoluto con su verdadero ser”

Acabo de terminar el libro y confieso que me ha cautivado desde el principio. Hay muchas cosas que podrían destacarse. Comentaré sólo algunas, dejando otras cuestiones que os llamen la atención para vosotros. La primera: El psicoterapeuta de Marilyn, Ralph Greenson, a pesar de que conocía perfectamente las reglas de la deontología profesional, no pudo evitar dejarse atrapar por los sentimientos que la actriz despertó en él. Rompió las normas fundamentales de la práctica clínica y permitía a Marilyn formar parte de su vida, incorporándola a la convivencia con su familia, situándose en un rol de padre que quería salvar a la actriz pero que terminó con el naufragio de ambos: Ella probablemente se suicidó y el doctor quedó destrozado por ello. El psicoanálisis de Greenson (si es que se le puede llamar psicoanálisis a lo que él practicó con Marilyn) no le ayudó. La misma Marilyn quería dejarlo antes de morir y el propio doctor ya no sabía qué hacer con un caso que se le había ido de las manos.

La segunda: Yo lo denominaría una crítica del psicoanalista a su propia praxis, imposible de aplicar a todos los sujetos, y aún menos a los que presentan patología, como la famosa actriz. Greenson admitía que no era una paciente analizable y que lo que precisaba es una experiencia que pudiera compensar el grave abandono y abuso sufrido en su infancia. Por eso la integraba en su familia. Lo que este psicoanalista no sabía, o no percibía, era que ningún psicoterapeuta puede compensar tan graves carencias. Marilyn presentaba un trastorno del vínculo de apego a causa del abandono y los abusos sufridos en su infancia (con el terrible sufrimiento que ello conlleva para todo ser humano, y más si es niño), el cual le generó graves alteraciones de personalidad en su vida adulta.

La tercera, que impresiona, es que el lector asiste a la aniquilación de una persona que presenta un trastorno de la personalidad, que sufre muchísimo, con una tendencia autodestructiva, que se escondía en el personaje de Marilyn Monroe pero que, en verdad, no tenía nada que ver con él. Norma Jean, que era su auténtico nombre, tenía, entre otras alteraciones, una difusión de su identidad provocada por las adversas experiencias vividas en la infancia. Marilyn estaba muy dañada y no pudo encontrar ni en ella misma ni en quienes la rodeaban los recursos necesarios para desarrollar la resiliencia o resistencia a los traumas.

Recomiendo su lectura, y espero vuestros comentarios. Por cierto, que ayer emitieron en Canal+ un documental que recrea en imágenes el libro. Parece que lo van a repetir.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cómo podía Marilyn llevar la vida que llevaba con ese trastorno? Cómo podía actuar, enfrentarse al público, exponerse tanto?

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Pues sí, Gema. Parece que actuar le desagradaba mucho. Las palabras no le gustaban nada. Se comenta que los rodajes eran un infierno para ella; llegaba con retraso y solía tener que repetir las escenas muchas veces. Dicen que muchas de ellas las rodaba cargada de barbitúricos. Quería huir de ese papel de "rubia tonta", pues pensaba (y seguro que era así) que valía para interpretaciones más elaboradas. Lo que sí parecía gustarle era que la fotografiaran y solía hacerlo con mucha frecuencia.

Es una pena que acabara así.

Saludos,

José Luis

Anónimo dijo...

Interesante, como no.
Se podría decir que estamos ante un caso de una persona que no supo dar con su capacidad resilente (y no es un juicio, sino una observación). Y no supo dar con ella quizás porque no se cruzó nadie en su vida que fuese capaz de hacérsela ver (obviamente su psiquiatra era incapaz).
Suelo fijarme, cuando leo historias de resilencia que en casi todos los casos, aparece una persona o circunstancia positiva en la vida de la persona que hace de catalizador para el cambio.

¿Existió en la historia de Marilyn (tú que la has leído)?

Veré el documental y si me quedo con ganas compraré el libro:

http://documentalesatonline.blogspot.com/2008/11/ultimas-sesiones-con-marilyn2008.html

Saludos.

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Hola, Yolanda: Creo que no existió esa persona. Marilyn estaba muy dañada y creo que quienes la rodeaban la utilizaron. Si hubiera encontrado a esa persona o circunstancia, tal vez hubiera podido resistir. Pero el daño que tenía por el trauma infantil de las separaciones y pérdidas, y los abusos fue muy grave e incidió e influyó sin duda en la personalidad límite que presentaba. Un trastorno severo de la personalidad. Las terapia psicológicas y farmacológicas no estaban entonces tan avanzadas como ahora. Si hubiera encontrado ese entorno, persona o circunstancia adecuados/as, quizá habría sido diferente. no lo podemos saber.

Un saludo,

José Luis