lunes, 1 de noviembre de 2021

Proteger a los niños/as de los abusos sexuales, una labor de todos/as y El abrazo voraz, un artículo de José Luis Gonzalo y un relato de Dolores Rodríguez, psicólogos/as

 


Foto: eltiempo.com

Proteger a los niños/as frente al abuso sexual, una labor de todos/as

Autor: José Luis Gonzalo Marrodán

Hace tiempo que no escribo en el blog, ya me toca, y además tengo ganas de hacerlo, por eso comparezco hoy en estas páginas. Desde verano tenía pendiente publicar varias colaboraciones de colegas que nos han aportado interesantísimos temas. Por eso llevo una temporada ausente; pero no puedo dejar de escribir en el blog porque me resulta gratificante, terapéutico y creo que útil para todos y todas que seguís este espacio desde hace ya unos cuantos años. Eso espero, al menos.

Así pues, aquí estoy para tratar un tema muy sensible y delicado: los abusos sexuales a los niños y a las niñas. Quiero compartiros mis últimas experiencias porque me preocupa mucho lo que recientemente me he encontrado. Creo que como sociedad hace falta mayor concienciación para que podamos arrojar “luz y taquígrafos” sobre esta terrible realidad. Y, sobre todo, para que apoyemos como es debido a las víctimas, incluidos los padres o responsables del cuidado de los niños y las niñas cuando se enfrentan a un hecho de estas características, que les afecta muy dolorosamente y que puede impactar en su salud mental de una manera a veces devastadora.

Algunos datos sobre el abuso sexual infantil

Tal y como refiere Van der Kolk (2015), experto en trauma, “…un epidemiólogo del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades animó a Felitti [un médico] a empezar un estudio basado en la población general. El resultado fue el monumental estudio sobre las Experiencias Infantiles Adversas (conocido por el estudio ACE, por sus siglas en inglés), una colaboración entre el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades y el Kaiser Permanente, con los médicos Robert Anda y Vincent Felitti como codirectores del estudio. Más de 50.000 pacientes de káiser pasaron anualmente por el Departamento de Medicina Preventiva para una revisión completa, que incluía realizar un extenso cuestionario médico. Felitti y Anda […] hicieron preguntas para incluir las categorías minuciosamente definidas de las experiencias infantiles adversas, incluyendo el abuso físico y sexual, el abandono físico y emocional y la disfunción familiar…” […] "El estudio ACE reveló que las experiencias traumáticas vitales durante la infancia y la adolescencia son mucho más comunes de lo que cabría esperar" […] "Solo un tercio de ellos afirmó no haber tenido experiencias infantiles adversas. Concretamente, para el tema que nos ocupa, el estudio ACE reveló ante la pregunta ¿algún adulto o alguna persona como mínimo 5 años mayor que usted intentó mantener relaciones orales, anales o vaginales con usted? que el 28% de las mujeres y el 16% de los hombres respondieran afirmativamente".

El estudio ACE -prosigue Van der Kolk- reveló que “…habían dado con el problema de salud pública más grave y caro de Estados Unidos: el abuso infantil. El informe ACE desgraciadamente no ha tenido el efecto que las campañas de erradicación del tabaquismo. En todo el mundo se siguen publicando estudios de seguimiento y artículos, pero la realidad diaria de muchos niños y niñas en tratamiento y hospitalizados en las unidades de psiquiatría infanto-juvenil sigue prácticamente igual". Se les administran medicamentos, seguimientos terapéuticos, pero no se les pregunta ni se indaga ni se habla de si han sufrido trauma en forma de maltrato, abandono o abuso sexual. Porque no en todas las unidades de psiquiatría consideran que los ACE influyen poderosamente en la salud mental. Las relaciones quedan excluidas como factores explicativos en la aparición de trastornos mentales. El peso de las causas se pone en los factores genéticos y biológicos del cerebro.

Según Save The Children, nuestro país no es una excepción. “Un reciente informe de la organización titulado precisamente Ojos que no quieren ver, calcula que en España se denuncian tan sólo un 15% de los abusos a menores y que el 70% de las denuncias no supera la fase de investigación, con lo que nunca llega a juicio oral. Según los datos de esta organización (que analizó más de 200 denuncias interpuestas entre los años 2012 y 2016) sólo tres de cada siete denuncias acaban en algún tipo de condena. ¿Significa esto que son denuncias falsas? En absoluto. Según denuncian muchos expertos, la mayoría de los casos naufragan en los procesos judiciales por razones que poco tienen que ver con la veracidad de las denuncias”.


Foto: Save the Children


Lo que ocurre es que el propio proceso judicial, la falta de personal especializado, la presión psicológica, la ausencia de recursos y la carencia muchas veces de un entorno de apoyo al niño y a la niña, hacen que se produzca un fracaso en el proceso judicial. La mayor parte de las veces los abusos sexuales ocurren en el ámbito familiar o son causados por personas que forman parte del entorno afectivo del niño (amigos de la familia, vecinos, profesores…) Sólo están presentes el niño/a y el perpetrador, sin más testigos, con lo cual el “in dubio pro reo” (en caso de duda, se falla al favor del procesado) prevalece. Sin duda la presunción de inocencia es un derecho, no se trata de cuestionar esto. Se trata de que el personal de los juzgados esté formado en abuso sexual, de proveer un entorno seguro y protegido para los niños/as, de garantizar las pruebas preconstituidas y de evitar que los recuerdos y el relato puedan ser contaminados, para que el testimonio y su credibilidad puedan ser valorados adecuadamente y por profesionales cualificados. A este respecto conviene recordar lo que sostiene Ayala (2011): “la incapacidad para distinguir entre los sucesos percibidos (vividos) y los inventados (imaginados), es menos habitual de lo que se cree. Los niños no suelen fantasear sobre lo que no han experimentado, cuando un niño describe en forma detallada y vívida una actividad sexual, no es posible atribuirla a su imaginación”

Los padres o responsables del cuidado del niño o niña se desaniman a interponer la correspondiente denuncia, pues los procesos judiciales abren en canal la herida traumática y para aquellos es tremendamente duro ver sufrir a su hijo/a. La culpa, aunque objetivamente el niño/a no la tiene para nada, se clava como un cuchillo dentro del cuerpo de este/a y es tremendamente desorganizadora de la psique. La propia confusión que los abusos sexuales producen cuando no se tiene una edad para poder procesar la experiencia, generada por una persona que puede tener un vínculo con el chico/a en el que dice quererle, pero le abusa (le toca en sus genitales o le hace otro tipo de prácticas sexuales) pueden producir una ruptura interna, un "doble pensar" (Muller, 2020). La traición a la confianza que este adulto provoca en este niño/a le llena también de encontrados sentimientos y a veces puede creer que él lo causó, porque además así se lo pueden hacer sentir. Al no validar su relato cuando es cierto [los estudios reportan sólo un 6% de denuncias intencionalmente falsas, por ejemplo, véase Trocmé y Bala (2005)] y dejarle como mentiroso/a, la impotencia, la confusión y la dolorosa desesperación son terribles. La mente infantil no puede integrar semejantes vivencias. No está preparada para esto. Las autolesiones y las ideas de suicidio hacen mella en los chicos y las chicas.

Por eso, muchos chicos/as y sus familias aprenden pronto a apartar de la mente esas experiencias, a "olvidar", a vivir como si no existieran o no se hubieran producido. Tanto que al final la desrealización como síntoma traumático puede tomar carta de naturaleza: ¿realmente ocurrió? ¿O lo he soñado? ¿Es esta realidad real? Así el secreto se convierte en el auténtico monarca de estas familias porque protege de contactar con lo traumático y a corto plazo alivia y se vive como si no pasara nada. Cualquiera que haya acompañado a una víctima o haya visto una película sobre abusos sexuales entenderá de lo que hablo. Por ejemplo, en la impresionante película “Ángeles e insectos” se intuye por la atmósfera reinante que existe un ominoso secreto, que algo inexplicable pero pavoroso ocurre, algo de lo que no se habla ni se nombra, pero que está ahí… “Yo tengo muchos secretos”, dicen veladamente algunos niños/as. Y en las cajas de arena, jugando con los muñecos, esconden dichos secretos; o entierran en la arena animales repugnantes como las serpientes o insectos.



 Trailer de la película "Ángeles e insectos"


Los niños y las niñas aprenden a vivir desarrollando una disociación de la estructura de su personalidad. Se produce una fragmentación en la que una parte de ellos, la llamada aparentemente normal (Van der Hart y colaboradores, 2008) se esfuerza por seguir con la vida cotidiana. Viven como si "eso" no hubiera sucedido y aprenden a segregarlo de su mente. Sin embargo, la “sombra del tsunami”, como llama a la disociación relacionada con el trauma Bromberg (2012), pugnará por salir, por encontrar un alivio. Sucede entonces el lenguaje disociativo, muy sutil a veces. Expresado mediante síntomas que un clínico no pensaría como patognomónicos del abuso sexual: somatizaciones, fobias resistentes al tratamiento, trastornos de la eliminación, ansiedad, ataques de ira, conducta desafiante, síntomas de inatención, apatía, miedo a morir, tristeza persistente, autolesiones… Y un largo etcétera.

El poder del secreto

Y es precisamente el secreto lo que impide que pueda darse un proceso resiliente (resiliente a largo plazo, a corto será resistente) En ese secreto está el poder del perpetrador que gana así la batalla y puede seguir causando víctimas. Cual vampiro que necesita alimentarse de sangre, quienes podrían enfrentarse a él no quieren ni ver su morada. El niño/a confuso no dice nada, porque a veces no es consciente de lo que le está ocurriendo. Puede incluso creer que esa relación, aunque le perturbe, es algo normal. No se ve a sí mismo como víctima. Eso le ocurre a la protagonista de la película “The tale”, que cuando niña fue abusada por un profesor de equitación que le hacía sentir especial, amada y preferida -aunque obviamente era el modus operandi para abusar de ella, es decir puro fingimiento-. Esta niña formaba parte de una familia donde existía una negligencia afectiva (no recibía la atención y los cuidados afectivos que precisaba), lo cual le predisponía para poder ser víctima de un depredador que “huele” las carencias afectivas. Los abusos sexuales, como dice Jorge Barudy, no suelen darse solos, aparecen muchas veces en contextos familiares donde el niño sufre también negligencia. Nadie de la familia, aún intuyéndolo, estuvo lo suficientemente cerca afectivamente para darse cuenta e investigar lo que ocurría. Y los niños/as tienden a no contarlo por muchos motivos, entre otros, la escasa confianza y seguridad en sus padres, sus figuras de apego. En la vida adulta la mujer protagonista de “The tale” hace todo un proceso personal y su memoria se activa, accede a los recuerdos y los va procesando, pasando de creer que “tuvo una relación con un hombre” (la víctima no suele verse como tal debido al desequilibrio de poder) a la dolorosa verdad: “fui abusada de niña sexualmente por un hombre”. Con el impresionante final donde ella confronta al abusador y le hace perder el poder porque le desenmascara públicamente. Esta película nos cuenta también cómo funciona la memoria traumática y lo dificultoso y doloroso que es el proceso de recordar.

 Trailer de la película "The tale"

Otras veces los niños/as lo cuentan, pero el dolor que causa es tan terrible, o el juego de culpas que divide a la familia -si el perpetrador forma parte de la familia nuclear o extensa-, que taparlo, minimizarlo o directamente culpar al chico/a de provocarlo, mantiene la homeostasis. Mirar para otro lado, o no ver lo que no se quiere reconocer (como decía Bowlby) son defensas psicológicas. Si el abusador es un vecino, amigo, profesional… causa tal estupor, incredulidad, miedo, rabia, impotencia… que asusta a las familias que se ven solas. Saben que tienen que denunciar, pero pueden no hacerlo porque son conscientes de lo duro que es y de lo que el niño/a va a sufrir. Si se informan y se enteran de que la mayoría de las denuncias son archivadas o se pierden los juicios por falta de pruebas, optan porque sea un tabú. Se tapa y no existe. Nadie hablará de ello y pasa a ser secreto para la familia. La disociación le mantiene al niño/a preservado, pero tiene un coste. La amnesia disociativa en algunos casos puede durar años, por eso los niños/as pueden estar asintomáticos. Algunas personas refieren revivirlo todo cuando tuvieron sus primeras relaciones sexuales…

El secreto se adueña así de todos. El silencio, "esto no ha pasado", el no hablar… hace que el trauma se viva en soledad. No se puede entonces reparar, porque se impide la posibilidad de la justicia y se le priva al niño/a de una "poderosa red de relaciones" (Perry y Szalavitz, 2017), que es lo sanador, lo que genera resiliencia secundaria (Barudy, 2021). No poder exteriorizarlo, no poder compartirlo priva del necesario apoyo y de la posibilidad de que sintonicen con el dolor emocional del niño/a. No se puede elaborar el golpe y cambiar el significado, como dice Cyrulnik (2003). Sucede, además, un nuevo golpe: el que haya sucedido algo que no debería haber pasado (el abuso) y el que no pase algo que tendría que pasar: recibir la validación, el apoyo, la sintonización con el dolor y la elaboración de la experiencia abusiva (Winnicott).


Si algo puede empoderarnos para tratar de romper ese secreto y denunciar los abusos sexuales que dañan a los niños/as es ampararnos en la nueva ley de protección a la infancia. Esta dice que todo ciudadano tiene el deber de comunicar cualquier indicio de que un chico/a esté sufriendo una situación de abuso sexual, maltrato, violencia o negligencia. Así pues, la ley afirma sin ambages dentro del Título Segundo, el deber de comunicación a las autoridades de las situaciones de violencia que se adviertan, siendo este deber especialmente exigible a aquellas personas que, por razón de su cargo, profesión, oficio o actividad tengan encomendada la asistencia, cuidado, educación o protección de menores (arts. 15 y 16). Para conocer la ley en profundidad, podéis leer este artículo escrito por nuestra compañera psicóloga Cristina Herce, en el cual nos ofrece los aspectos más importantes de dicha ley.

Si leemos la ley, vemos que hay varios avances, y es un gran paso sin duda. Ahora vamos con los peros, que también son bastantes. Primero, no hay presupuesto específico para esta ley (al menos de momento), con lo cual, ¿cómo va a poder llevarse a cabo, si precisamente son recursos materiales y humanos los que se necesitan para poder implementarla? Es necesario hacer una campaña y darla a conocer, porque lo que yo veo por ahora (se aprobó recientemente, es verdad) es que son muchos los profesionales que la desconocen. Todavía la tendencia generalizada es “yo no soy quien para meterme en la intimidad y la privacidad de una familia” “No quiero problemas, lo que ocurra fuera de mi entorno personal y de los míos, no me concierne” Hace poco fui testigo en un aeropuerto de cómo un padre desregulado daba un azote a una niña pequeña de tres años porque presentaba una rabieta. Y nadie hizo nada. En diferentes encuentros formativos, profesionales escolares me miran con extrañeza cuando les digo lo que esta ley nos exige y cómo nos empodera. No han oído hablar de ella… Estamos en octubre y no he visto ni un atisbo de movimiento para que se cree la figura del coordinador de bienestar en los colegios. Todavía hace bien poco, una niña reveló graves abusos sexuales en su colegio y le contestaron si era consciente de lo que eso iba a suponer para ella, de las consecuencias que acarreaba, como metacomunicando que era mejor no romper la familia… Hace falta mucha formación especializada y si no hay presupuesto para ello, todo puede quedar en un brindis al sol…

También la ley contempla muchas veces la coletilla “salvo excepciones”, como dice Jorge Barudy. Con lo cual se deja abierta la puerta a un terreno donde se pueden plantear muchas medidas que miran por el derecho de los padres u otros adultos, sosteniendo que es supuestamente bueno para el niño/a no romper con sus progenitores (la sagrada familia), saltándose lo que la ciencia nos dice: poner en contacto a un niño/a víctima con un progenitor maltratador o abusador retraumatiza porque consolida el recuerdo abrumador en la memoria, si es que no hay por parte del adulto un reconocimiento del daño causado y una reparación emocional adecuada (Benito, 2020).

Por eso, la ley tiene importantes obstáculos que superar. A continuación, comentaré algunos de estos.

Algunas ideas imperantes entre profesionales de la salud mental sobre el abuso sexual

Como escribió Arturo Ezquerro en este blog en un magnífico artículo titulado “El abuso sexual infantil: ¿una perversión del apego?”,Freud se rindió a la presión externa de la sociedad burguesa del Imperio Austro-Húngaro, así como a la presión interna de sus propias dudas. Repudió su creencia inicial y afirmó en cambio que los frecuentes relatos de sus pacientes sobre abusos sexuales en la infancia eran ilusiones o fantasías”. Esto ha calado hondamente en sectores profesionales donde se sigue manteniendo esta idea, presentándola de maneras sutiles, pero en todos los casos se apela a la fantasía del niño/a. Todavía hoy en día circulan estas teorías cuando se revelan abusos sexuales. No hablo de elucubraciones, sino de experiencias de las cuales he sido testigo en mi práctica clínica. Repaso algunas de ellas.

"Creo que la patología le confunde: esto puede ser un delirio"

El uso torticero del trastorno mental puede dejar en la más absoluta indefensión a una víctima. El uso categorial de un diagnóstico sin analizar las implicaciones en la conducta puede volverse contra la víctima y usarlo el perpetrador –y quienes le protegen- en defensa propia para librarse del escarnio y salir libre de culpa. Así en varias reuniones dentro de marco institucional donde la revelación de un abuso y el reconocimiento de este supondrían un escándalo público y una pérdida de prestigio y reconocimiento social, los profesionales han utilizado diagnósticos psiquiátricos para aludir a una supuesta y falsa confusión de la víctima y argumentar que el abuso fue sentido por ella al confundir los hechos y delirar erotomaníacamente con el perpetrador. La psicosis que presenta le hace tener trastornos del pensamiento que distorsionan gravemente la realidad y alteran los hechos, culpando de abusos a quien se acerca con otras intenciones. A pesar de existir testigos y de probarse que la víctima conservaba intactas sus capacidades para el juicio y la razón, se seguía manteniendo el argumento causando un gran daño a la víctima que se siente que le toman por "loca". Lo peor y éticamente reprobable además es que algunos colegas tapan a otros colegas para evitar manchar su nombre y el de la institución donde ejercen.


Foto: https://cnnespanol.cnn.com


“Si no te ha penetrado eso no es abuso”

Todavía hay algunos profesionales que, siguiendo la idea de la fantasía del paciente, de que esta importa más que las experiencias reales, no consideran abuso sexual otras formas de contacto que son intimidatorias y vejatorias para los niños/as. Así pues, estos y estas han tenido la desgracia de encontrarse con profesionales que les han dicho que ciertas formas de tocar –que el niño/a vivencia como agresivas e invasivas de su cuerpo y que no desea que se las hagan- y de besar no son abusos sexuales. Que te acaricien el pelo de una manera que no te gusta o que te besen el cuello o te coloquen la mano cerca de un pecho no sería abuso sexual para estos profesionales. El niño/a está fantaseando y viviendo como una seducción algo que no lo es. Sin embargo, esto implica un desconocimiento supino de lo que es un abuso sexual, pues se trata claramente de un comportamiento de traspaso de límites corporales que confunde y es trato deshonesto. Aún existe una amplia ignorancia sobre el tema, pues el abuso sexual abarca desde el lenguaje indebido cotidiano con contenido sexual y otras formas de trato y acoso ofensivas. El código penal dice claramente al respecto que el delito de abuso sexual se encuentra regulado en los artículos 181 y 182. Este se comete cuando se realiza un comportamiento que atenta contra la libertad sexual de una persona, independientemente de su sexo, sin que la víctima haya consentido y sin emplear la violencia, fuerza o intimidación

“¿No harías tú algo?” O “no te defendiste”


Foto: efe.com


Culpar a la víctima es algo muy frecuente. Por cómo va vestida, por cómo habla, por la manera de mirar, por lo que haga en el momento del ataque o abuso... Muchas víctimas responden con defensas inmovilizadoras (Ogden y Fisher, 2016), se quedan bloqueadas frente al abuso e incluso se disocian (están ausentes de la experiencia y se salen de su cuerpo y mente para defenderse) Son reacciones de su sistema nervioso autónomo que se protege de este modo. No todo el mundo puede luchar y huir frente al agresor, más fuerte y poderoso, o para evitar males mayores como la muerte. Los animales cuando se cierne sobre ellos un depredador pueden llegar a ejecutar el llamado reflejo cadavérico o la muerte simulada para poder salvarse de un terrible fin (Benito, 2020)

Los interrogatorios en los que la víctima debe de explicar todo esto y siente que ella lo ha provocado suelen denotar desconocimiento por parte del sistema judicial que necesita psicoeducarse en perspectiva de género y en la psicología informada por el trauma. Pues todo esto daña a las víctimas, les culpa sin serlo y les inunda de sentimientos de vergüenza y asco de sí mismas. Este desconocimiento del trauma y sus efectos por parte de los jueces y la sociedad en general motivó que más de 1.800 profesionales de la salud mental firmaran un manifiesto en defensa de la víctima del llamado "caso de la manada". Medios de comunicación hablados y escritos de toda España se hicieron eco y se entregaron copias en diferentes administraciones del estado y judiciales.

“Tienes que ser tú quien pare esto”

He conocido víctimas que se han llegado a reconocer como tales y que han sufrido acoso y diferentes formas de acercamiento ofensivo e intimidante, sufriendo tocamientos y roces en partes del cuerpo (pechos, nalgas…) que se hacen como si fuese un descuido o un accidente, o aprovechan la soledad y la ausencia de testigos para forzar cercanía corporal. Eligen, además, a las víctimas más indefensas, a las que se paralizan o quedan bloqueadas frente a estas conductas. Cuando se atreven, por fin, a denunciarlo a una autoridad de la institución donde suceden los hechos, se encuentran en el más terrible abandono. Una vez más se alude al “no creerás tú que eso pasa, o no confundirás ese acercamiento con abuso, o a lo mejor son historias tuyas” Y si lo dan por válido escuchan un doloroso “has de ser tú quien se lo diga” “Yo no me puedo meter en eso” Esta ausencia de credibilidad y apoyo es aún más sangrante cuando quien denuncia los hechos en una institución es una persona menor de edad… Suena increíble y terrible, pero ha sucedido. Y no debería haber pasado.

Otra idea equivocada y peligrosa es sostener que no todos los abusos sexuales causan trauma. Que las secuelas son recuperables sin tener que abordar el abuso y sin tener que proteger al niño/a. 

Esta afirmación -tan arriesgada y dudosa de ser cierta- circula en determinados contextos profesionales. Incluso hay colegas de salud mental que sostienen que los abusos sexuales no tienen por qué afectar ni causar trauma. El caso es que quienes hemos trabajado con víctimas sabemos que los abusos sexuales dejan secuelas en todas las personas, otra cosa es que:

Estas sean más o menos graves.

Se mantengan en el corto y en el largo plazo (a veces el niño/a puede permanecer asintomático).

Las personas difieran en el modo de afrontar la experiencia.

Hay muchas personas que se ven muy dañadas por los abusos sexuales. Este daño dependerá de:

La edad de la víctima cuando ocurrió el abuso.

La relación con la persona que cometió el abuso, esto es, cuanto más cercana, más grave será.

Modo en que se produjo el abuso, por ejemplo, si existió intimidación o violencia.

Personalidad de la persona abusada.

El modo en el que se resolvió el abuso, por ejemplo, si el agresor ha sido detenido.

El grado de apoyo afectivo y solidario a la víctima.

El tipo de terapia que reciban (algunas terapias y terapeutas pueden retraumatizar a las víctimas).

Según la OMS, “los datos indican que los supervivientes masculinos y femeninos de violencia sexual pueden sufrir consecuencias conductuales, sociales y de salud mental similares. No obstante, las niñas y las mujeres soportan la carga más abrumadora de traumatismos y enfermedades resultantes de la violencia y la coacción sexuales, no solo porque constituyen la gran mayoría de las víctimas sino también porque son vulnerables a consecuencias para la salud sexual y reproductiva, como embarazos no deseados, abortos inseguros y un riesgo mayor de contraer infecciones de transmisión sexual, inclusive la infección por el VIH, durante el coito vaginal. Aun así, es importante observar que los hombres también son vulnerables a la infección por el VIH en casos de violación”.


Foto: bbmundo.com


Tanto la evidencia empírica [estudio ACE que hemos mencionado o, por ejemplo, véase García Varona (2019) que refiere que “numerosas investigaciones han concluido que el abuso sexual en la niñez reportado por adultos se asoció con una amplia gama de trastornos y problemas psiquiátricos, que incluyen: depresión, fobias, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de pánico, trastorno de estrés postraumático, trastornos sexuales e ideación suicida"] como la experiencia clínica nos dicen que los abusos sexuales pueden causar trauma complejo y aunque es posible la reconstrucción resiliente, es fundamental que pueda detectarse, proteger a la víctima y denunciarlo. A pesar de que la nueva ley de protección a la infancia es clara en este sentido, hay profesionales de la salud mental que aun sabiendo que los abusos sexuales han ocurrido -o están ocurriendo-, no denuncian los hechos. Incluso consideran que las terapias pueden ayudar a tratar síntomas obviando en el tratamiento la experiencia abusiva -la cual minimizan-. Ofrecen psicoterapia a los niños/as ignorando lo que los expertos en trauma (Dantagnan y Gonzalo, 2021) saben: que una psicoterapia sin protección y seguridad para el niño/a (externa e interna) está totalmente contraindicada. Esto es una mala práctica, iatrogénica además, pues los niños/as necesitan las defensas psicológicas que desarrollan para sobrevivir ante el abuso sexual. Así, se mantienen programas de intervención familiar (sin reconocimiento del daño una terapia de familia, por ejemplo, es una forma de maltrato al niño/a abusado y/o maltratado) y terapias individuales. Se confía incluso en el potencial sanador de las terapias, pues se sostiene falazmente que el niño/a tiene los recursos internos para sanar si se le ponen los recursos terapéuticos necesarios (esto es así cuando el chico/a tiene un entorno de protección, seguro y de cuidados afectivos). Hay profesionales que interpretan el juego del niño/a como proceso resiliente cuando en realidad es un claro juego postraumático que indica una llamada desesperada de aquel/lla para que le protejan de la situación abusiva que el profesional no está sabiendo -o a veces queriendo- ver. El niño/a puede estar conviviendo con el abusador o este tiene acceso a la persona menor de edad, con lo cual se está incurriendo, a la luz de la nueva ley, en un flagrante delito y se le está haciendo un terrible daño psicológico a ese chico/a al no proporcionarle la protección a la que tiene derecho. Pero claro, luego ya llegarán las constelaciones familiares cuando sea adulto y según los "órdenes del amor" de Hellinger podrá honrar a su abusador… Este es otro tema que me han contado muchas personas adultas abusadas cuando se han constelado con profesionales que no tienen un título de psicólogo o psicoterapeuta acreditado y han hecho esta especie de terapia (no está basada en la evidencia) y les han instado a un perdón que ni sienten ni quieren dar, y que les retraumatiza y les hace sentir culpa.

Todo profesional que recibe a un niño/a en su consulta, antes de tomar la decisión de comenzar una psicoterapia, debe de hacer un exhaustivo análisis de la demanda. Si se detecta que el niño/a no está protegido, la psicoterapia no será la primera medida a tomar, sino que habrá de optarse por una modalidad de intervención que Barudy y Dantagnan (2021) denominan ecosistémica. Dentro de las diferentes opciones o modalidades ecosistémicas, está como prioridad garantizar la protección del niño/a. En el caso de detección o revelación de abusos, el profesional debe señalar a la red social para que se activen los protocolos de denuncia y protección del niño/a.

“Nadie hace nada”

La nueva ley de protección a la infancia debe darse a conocer entre los ciudadanos y especialmente entre los profesionales de todos los sectores educativos, sociales y de salud mental. En algunos colegios ni han oído hablar de ella. Para que se conozca la obligatoriedad de todo ciudadano de denunciar posibles situaciones abusivas y violentas para los niños/as. También deben de hacerse campañas que indiquen a los profesionales y ciudadanos cómo y dónde interponer una denuncia. No se han desarrollado protocolos al respecto. Por eso, como toda ley, que se cumpla y que se haga cumplir.


Portada del libro de Guillem Sánchez


Aunque esta ley es un avance, los delitos por abuso ya no prescriben, todavía impera la cultura del silencio y del nadie hace nada… Y si no se dota de recursos a la ley para que se extienda y se implemente, corremos el riesgo de que quede sin aplicar. Y así imperará el “nadie hace nada”. Esto me lo han dicho recientemente varias víctimas. Lo sabían tales y cuales personas, pero nadie se movió. No podemos irnos a la situación pre-ley, como se cuenta en el impresionante libro “Crónica del caso Maristas”, del periodista Guillem Sánchez: los directores de los colegios de la orden en Cataluña lo sabían, pero no hicieron nada por proteger a los niños/as. Y esto no ocurre sólo dentro de la institución eclesiástica, que como sabemos acumula multitud de víctimas, sino dentro de otras, a veces las más comunes y cotidianas para los niños/as… Por eso, para que las historias no sean de abrazos voraces -como leeréis a continuación en este bello pero desgarrador relato de mi compañera psicóloga Dolores Rodríguez y los finales puedan ser resilientes-, los ciudadanos y en especial los profesionales que trabajamos y estamos cerca de los niños/as, debemos ser activistas (Silberg, 2019). Hay mucha cultura de buen trato que promover.

El abrazo voraz
Autora: Dolores Rodríguez Domínguez

Escucho una nana, una dulce melodía que acaricia mis oídos, que me traslada al mejor de los lugares. Tranquila, segura, relajada, feliz. Eso son tus brazos para mí, mi soporte, mi cuna, que me sustenta, que me nutre, que me presenta al mundo. Protegida tras ellos, contra tu pecho. Tu calor, tu olor. Lo confundo con el mío, con mi calor, con mi olor. Pero no importa. No necesito distinguirlo en este momento, distinguirme de ti.

Saber quién soy yo, quien eres tú, quien es el otro. Eso no necesito saberlo ahora. Esa necesidad nos llegará más tarde. Mientras, me dejo guiar a donde tú me lleves, a donde me lleven tus brazos. Me gusta su lenguaje, el lenguaje de las caricias. Ese lo entiendo, me calma, me colman de cariño, de amor. Todo parece un dulce sueño.

Y con él, llegó la luz de la primavera.

Ahora sí, llegó el momento, necesito diferenciarme, distinguir mi silueta de la tuya. No es fácil. A veces la calma nos abandona, y siento un pellizco en mi tripa. Me rebelo, tengo miedo, y grito. Te reclamo, reclamo tus brazos, mi cuna. Y ahí estás tú. Lo vuelves a hacer. Y la calma regresa a mí.

Y con ella, llegó la calidez del verano.

Mi mundo iba ampliándose, haciéndose cada vez más grande, surgiendo de él más brazos. Distintos a los que hasta entonces yo había conocido, pero a fin de cuentas brazos. Brazos que podían igualmente acunar, calmar.

Entonces le conocí a él, a sus brazos, a su lenguaje. Me dejé llevar por ellos, porque los reconocí. Eran “brazos”, iguales a los que me habían acunado y calmado. No había peligro.

Eso me decían ellos, con sus primeras nanas, con sus primeras melodías de acordes dulces. Me decían que estaba segura. Nada podía pasar. Me dejé llevar de nuevo por ese dulce sueño.

Y con él, llegó la transición al otoño.

Pero pasó. Desgraciadamente para mí, pasó. Cuando quise despertar, ya no reconocía el lenguaje de sus “brazos”. No entendía qué querían decirme, ni ellos parecían entender lo que yo necesitaba. Pensé que en algo me había equivocado, que quizás yo había hecho algo para que su lenguaje hubiera cambiado. No estaba segura de lo que estaba pasando, pero comencé a sentir dolor, asco por las caricias de esos “brazos”. Y los acordes de la dulce melodía cambiaron, convirtiéndola en una melodía amenazante, aterradora, desgarradora. Pero sólo yo podía oírla, nadie más parecía escucharla o nadie se atrevía a hacerlo. Sólo parecían existir sus brazos, el desprecio hacia mí y el silencio.

En esa profunda soledad que el silencio provoca, el dolor y el asco dejaron paso al profundo miedo, al terror. La calidez de sus abrazos se trasformó poco a poco en un abrazo inmovilizador, de aguzadas espinas. Espinas que se clavaban en mi cuerpo y como si de boas hambrientas se trataran, iban hiriendo profundamente mi piel, mi alma, mi corazón. Intenté luchar, defenderme. Quise zafarme de su terrible abrazo, evitar los terribles mordiscos, pero no lo logré. Y aunque intenté buscar otros brazos, brazos que pudieran aliviar mis heridas, que pudieran liberarme de su cruel abrazo, que volvieran a acunarme, no los encontré. A solas conmigo misma me culpé por ello y sentí que era una cobarde.

Y mi mundo comenzó a volverse cada vez más pequeño, más oscuro, más silencioso, más tenebroso. Y protegido por el mismo silencio que a mí me mantenía prisionera, sus “brazos” se fueron haciendo cada vez más poderosos, más hambrientos. Pero nadie más parecía verlo o nadie más se atrevía a hacerlo.

Sin cobijo alguno y totalmente devorada, finalmente el frío invierno llegó.



istockfoto.com


Un sombrío y eterno invierno, capaz de devorar cualquier esperanza de una posible llegada de la luz que aporta la primavera, ni de la calidez tan apreciada del verano, ni de la transición tan esperada del otoño.

Debilitada al extremo, convencida de mi cruel pero quizás merecido destino por esconderme tras mi cobardía, que en realidad era la suya, y con la fuerza de mi último aliento decidí sucumbir a su voraz abrazo. Abrazo ante el cual enmudecí, logrando que mi voz se apagara, que mi corazón llorara de dolor. Un dolor sin límites capaz de detener hasta el más enérgico de los latidos, logrando congelar los míos.

Y tras este profundo dolor, sin posibilidad de alzar la voz ni de recuperar los latidos perdidos de mi agotado corazón, llegó mi solitario y definitivo letargo.

Letargo que fue inevitablemente letal, pues inmersa en él dejé de reconocerme, de sentir su abrazo voraz y de escuchar vuestro silencio también voraz.

Letargo letal porque no esperaba nada. Sólo permanecer inmóvil.

Letargo letal, porque ningún brazo sin espinas ni abrazo cálido lograría ya, aunque con ganas lo intentaran, volver a despertarme jamás.


REFERENCIAS

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1 comentario:

maria teresa calvo lorenzo dijo...

Escalofriante poema, la autora conoce bien el abuso, habrá escuchado muchos relatos, así debe ser como se sienten las víctimas, síndrome de Acomodación.
El artículo es tan veraz como espeluznante el contenido, Freud se retractó...está en la mano de todos acabar con los abusos, levantar la alfombra y castigar a los culpables, protegiendo siempre a las víctimas. Saber y querer ver, y denunciar para cambiar la realidad y que no haya más poemas cómo ese, si otros que celebren el amor.