lunes, 24 de abril de 2017

Adopción y acogimiento: lo que no debemos hacer como cuidadores y lo que sí debemos hacer (II)



Antes de leer el post, os recuerdo que está abierto el plazo de inscripción para las 
III Conversaciones sobre apego y resiliencia infantil. 



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Continúo con la segunda parte de este post destinado a ayudaros a mejorar vuestra tarea educativa y emocional con vuestros/as niños/as adoptados/as o acogidos/as. Nos centramos en lo que sí debemos promover como adultos cuidadores que presentan competencias.

Lo que vamos a tratar hoy en este artículo considero que contribuye al desarrollo de lo que Maryorie Dantagnan denomina parentalidad terapéutica. Este concepto lo explico ampliamente en el libro “Vincúlate. Relaciones reparadoras del vínculo en menores adoptados y acogidos”. Este tipo de parentalidad es requerida por menores adoptados que en sus lugares de origen fueron dañados por todo tipo de malos tratos: abandono, negligencia, abuso sexual… Presentan un vínculo temprano de apego alterado y posteriormente y debido al mantenimiento de las condiciones de vida tóxicas, padecen de un trauma complejo y crónico con repercusión en su desarrollo. Por lo tanto, estos menores, dañados (hay que aceptar que presentan más que dificultades: reconocer la existencia de un daño intrapsíquico con repercusión en la organización cerebral), necesitan de una parentalidad terapéutica que les sane y les repare. Si tempranamente vamos asumiendo y trabajando esto con el niño, el proceso aunque probablemente largo y duro (también muchas veces gratificante) conseguirá que el menor pueda reconstruirse resilientemente.

La adopción es una medida de protección y no es equiparable a otras formas de llegar a fundar una familia. No es comparable con la gestación subrogada o los métodos de fertilidad. “Como no logramos quedarnos embarazados, decidimos adoptar” No recomendaría a nadie hacer este salto sin informarse convenientemente y sin realizar una profunda reflexión. Si hablamos de la adopción como medida de protección es porque antes hubo desprotección. Y los estudios científicos aportan cada vez más evidencias de las repercusiones que en el cerebro y la mente en desarrollo padecen los niños con antecedentes de desprotección. Porque la desprotección implica que algunos menores adoptados/acogidos hayan sufrido, durante un periodo de la vida crítico y sensible para el desarrollo, abandono, maltrato, abuso… No afirmamos categóricamente que todos/as los/as niños/as adoptados/as presenten estos antecedentes. Señalamos que un porcentaje significativo sí, y que por lo tanto, hemos de estar preparados, como cuidadores, para trabajar con ellos pautas de parentalidad terapéutica como las que a continuación os ofrezco.




Los padres y familias adoptivas han de prepararse a conciencia. Dentro de su formación yo incorporaría el trabajo personal. La revisión de la propia historia de vida: nuestro apego temprano, los traumas que hemos podido sufrir y no están resueltos (pérdidas, muertes, separaciones…), nuestro modelo de familia, nuestra capacidad de promover vínculos sanos y de empatizar, nuestra capacidad para manejar las emociones y regularlas… Todos los que piensen en ser padres (sea el camino que sea por el que lleguen a la parentalidad) deberían hacer este trabajo antes de recibir al hijo o hija en casa.

Las familias acogedoras además han de asumir que tienen que facilitar la relación del niño/a con la familia biológica y no excluirla de su vida. Exceptuando casos donde la recomendación de los profesionales es no tener contacto o limitarlo al mínimo (y con supervisión) por la toxicidad de las visitas o encuentros, todas las personas que se planteen el acogimiento han de tener en mente que uno de los aspectos en los que han de contribuir con su trabajo y acompañamiento al niño/a es el de ayudarle en la integración mental de las dos familias. Ese proceso de integración conlleva tiempo y trabajo de todas las personas implicadas y comprometidas con el niño/a (acogedores, profesionales, maestros y otros que trabajen en red), pues a menudo supone asumir las carencias y déficits de la familia biológica (no le pueden cuidar), y esto es tremendamente doloroso para los menores. Cualquier profesional que trabaje en psicoterapia con menores acogidos sabe lo que sufren. Ese sufrimiento se expresa de muchas maneras; a veces, no parece sufrimiento porque desarrollan mecanismos adaptativos como corazas (cuando hay problemas de conducta que enmascaran dolor emocional) protectoras. Pero cuando las corazas caen -pueden dejarse caer en la terapia- porque el profesional es seguro y le ayudará a calmarse y le contendrá, sobreviene el dolor interior y el menor se inunda en lágrimas. Es mucho mejor (aunque nos conmueva profundamente) que el niño/a llore a que exprese dicho dolor de otro modo.


Por ello los acogedores/as tienen que asumir (muchas veces los momentos más críticos son los pre y post visitas con la familia biológica) que durante determinados periodos de tiempo los niños/as se van a desregular más. Conseguir la colaboración de la familia biológica, empatizar con ella y aliarse en pro del bienestar del menor es uno de los grandes retos porque para aquél ver que sus dos familias pueden entenderse le ayuda a la integración de estas dos realidades y deshace los hilos del conflicto de lealtades (muchas veces invisibles) que sienten. 

Por ello, insistimos, las familias acogedoras han de asumir que la familia biológica forma parte de la vida del niño/a. La tarea de los acogedores es hacerse cargo de que integrar el acogimiento es un proceso complejo para la mente del niño/a y que generará emociones intensas que ha de ir elaborando a lo largo de su desarrollo. Los acogedores/as han de aceptar esa desregulación, entender por qué se produce (mentalizarla) y aprender qué es lo que calma y devuelve a un estado seguro a ese niño o niña en concreto. Los modos que un menor utiliza para desregularse son muy variados: unos lo exteriorizan más (problemas de atención, desorden, desorganización, conducta, agresividad…) y otros lo expresan de modos más interiorizados. Lo que las aportaciones de la teoría de la mente nos entrega es que los menores tienen una mente con deseos, intenciones, emociones… que se expresan mediante el comportamiento externo. No podemos ni debemos convertir al niño en un objeto (ver solo la conducta, esto es cómo se comporta y si hace lo que yo le digo), es decir, en alguien que emite comportamientos sino en un sujeto con una mente. A través de las conductas, por muy negativas que éstas sean, los menores expresan necesidades. Hemos de aprender a analizar qué hay detrás de esos comportamientos.

Teniendo en cuenta todo esto, os ofrezco lo que debéis hacer como padres adoptivos o acogedores: algunas pautas de parentalidad terapéutica, aprendidas en IFIV con Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, nuestros profesores que nos han enseñado el mejor modo de acercarnos, acompañar y trabajar con los menores víctimas de malos tratos.

Para que una pauta obtenga resultado, nosotros necesitamos estar con la mente puesta en el niño y no focalizados en nuestras obsesiones, frustraciones, miedos… como educadores que somos. Un estado de calma debe de invadirnos porque hemos de ser –como afirma Maryorie Dantagnan- autoridad calmada para el menor. Además, tenemos que ser consistentes y armarnos de paciencia. Vivimos en una cultura resultadista que nos enseña a obtener lo que queremos en dos clicks de ordenador. Un ser humano es mucho más complejo que un ordenador. Así que perseverar (siempre os repito estas palabras) y no abandonar, es imprescindible. Si vais haciendo este trabajo los primeros resultados (poco o mucho) se irán viendo a los meses. Si alguna familia no puede llevar adelante estas pautas o el menor se resiste o reacciona reiteradamente de una manera negativa a las mismas, es necesario que acudáis a un profesional que valore al menor, a la familia y el contexto.

Conectar emocionalmente. Estamos acostumbrados a resolver los problemas desde la lógica y la solución. Desde el deber del niño y lo que tiene que hacer, le lanzamos sermones o le abroncamos para que aprenda. Pero cuando se tiene un cerebro alterado funcionalmente por los malos tratos (no está integrado ni horizontal ni verticalmente) esto puede redundar en fracaso tras fracaso porque el menor parece que no interioriza ni aprende nada. Con la consiguiente desesperación de los padres y acogedores. Es más: empeora y se pone más bravo cada vez; o al contrario, dice que sí pero por complacer y luego vuelta a lo mismo; o se muestra desconectado y apático de lo que se le dice.




Aquí es donde os recuerdo al psiquiatra Dan Siegel quien propone la neurobiología interpersonal: las relaciones entre personas, en este caso entre la figura de apego y el niño, pueden si son adecuadas, moldear y modificar el cerebro del niño, integrándolo. En el libro “El cerebro del niño” lo explica detalladamente y con ejercicios prácticos de la vida cotidiana para que veamos cómo hacerlo. Bien es cierto que los menores muy dañados tienen más comprometida esa integración cerebral pero no por ello es imposible, requiere de más tiempo y trabajo.

Por lo tanto ante una rabieta caliente, emocionalmente intensa del menor, hemos de calmarnos nosotros lo primero. Y como dice Dan Siegel, conectar con el niño, apelar a su hemisferio derecho antes que a la solución, la bronca o el castigo. Utilizar el contacto físico para calmarlo, o si no se deja, las palabras suaves, tono maternal, escuchar lo que dicen sin juzgarles... Esta alineación del hemisferio derecho regulador del adulto con el hemisferio derecho del niño es lo que va haciendo que éste aprenda a entrar en estados más modulados emocionalmente. Eso no quiere decir que no debamos prohibir (por muy alterado que esté el muchacho o muchacha) cualquier conducta que consideremos inadecuada. Pero después, cuando ya está más calmado, manteniendo el “no” a lo que tengamos que decir “no” o el límite, cuando el menor esté dentro de la ventana de tolerancia a las emociones, hemos de hablar con él y ponerle palabras a lo que le sintió, pasó, ocurrió… Y como adultos procurar asumir también qué podemos hacer para ayudar a no enfurecer más al menor.

Conectar con el niño y sintonizar con su estado (“siento que suspendieras la asignatura, ¡con lo que te has esforzado!”) es más una estrategia para favorecer la integración hemisferio derecho con hemisferio izquierdo. Para potenciar la integración cerebro superior e inferior (el sistema límbico y en concreto la amígdala toma el mando del cerebro del niño), esto pasa en las rabietas o explosiones de ira ante la frustración, hemos de apelar al cerebro superior (“para ello, en ese momento, tranquiliza, no enfurezcas más”, dice Siegel) Cuando estén secuestrados por sus emociones intensas de ira o aún más fuertes como el odio, hemos de calmar y tratar de activar el cerebro superior, poco a poco. Ejemplo: “¡No quiero ir a ver a los abuelos me quiero quedar en casa, quiero jugar con la tablet!” “Puedes seguir enfadado si quieres, pero los abuelos nos han preparado una rica comida y podemos buscar soluciones a lo de la tablet y pensar si podemos jugar con los abuelos a otra cosa” Evidentemente, no es magia, lleva un tiempo y una presencia de ánimo y serenidad, pero con paciencia y activando estrategias de cerebro superior cuando (y solo cuando) el niño está más tranquilo y receptivo.

Las rabietas de cerebro superior, como dice Siegel, cuando el niño quiere dominar, salirse con la suya, esto es, decide montarla, típicas de menores que han tenido que maximizar el control para sobrevivir ante cuidadores maltratadores, se solucionan mejor manteniéndose con firmeza en lo que se haya decidido que es “no”. Con consistencia y poniendo una consecuencia que enseñe, si es preciso. Y sin hacerle daño al niño, él debe de aprender a ceder el control; lo hará cuando compruebe que será enseñado y no dañado. Es muy importante la consistencia en la respuesta, y desde el principio mantenerse en lo que decidamos, con coherencia pero flexibilidad (ver la parte primera de este post)

“Evitar enfadarse y mucho menos actuar este enfado. Si nos llegamos a enfadar, se lo podemos decir verbalmente (nunca actuándolo como los niños lo hacen) y no pasa nada, sólo tener en cuenta que esto no es recomendable hacerlo si él no lamenta genuinamente vuestro malestar” (Maryorie Dantagnan)

Poner consecuencias que enseñen al niño. Como aconseja sabiamente Maryorie Dantagnan, psicóloga y madre adoptiva, hemos de dejar que la consecuencia enseñe, "es decir, no esperar que lo que se pide u ordena a tu hijo ´lo haga por y para vosotros´ sino por las consecuencias que tiene. Llegará el día que tu hijo haga las cosas pensando en vosotros o por amor a vosotros, pero aún no puede, por tanto, iremos un poco más atrás y hará sus opciones en función de las consecuencias y luego por los otros. El castigo es consecuencia de más rabia y frustración de vuestra parte y pone distancia entre tu hijo y vosotros. La consecuencia: algo que hay que hacer extra para reparar la falta se impone con firmeza, pero sin rabia y se le acompaña para evitar la distancia que él intenta imponer. La consecuencia necesita más tiempo de vuestra parte, pero será menor que el invertido en castigos constantes. Se puede hacer una lista de privilegios y tareas extras de casa, por tanto, en vez de ver su programa favorito tendrá que ayudaros a sacar la basura, etc. Nunca debemos  utilizar  las necesidades básicas como consecuencia (por ejemplo, no cenar, excepto si no utiliza bien el tiempo asignado para ello), retirarle el afecto, dejarlo sólo en su habitación o aislarlo temporalmente (a no ser que le sea en verdad útil para auto-calmarse) Tampoco es recomendable quitarle sus pertenencias, si éstas se confiscan, se confiscan para siempre, por tanto, pensarlo dos veces antes de recurrir a ello, etc.)"




Entrar en las batallas realmente importantes para la vida del niño. Como ya comentó Ivan Rodríguez en su magnífico post “El lenguaje adolescente, ¿jeroglífico indescifrable?” es mejor dejar pasar batallas que no revisten tanta importancia como el orden obsesivo en la habitación, hacer la cama, vestirse con la ropa que quieran (si va apropiada al tiempo) Cuestiones como el orden y los hábitos de higiene se interiorizan si desde niños estamos encima con permanencia para que aprendan a empezar y acabar las acciones y enseñarles a planificar, ordenar y secuenciar las mismas. Esto lo veremos cuando lleguemos al punto de las funciones ejecutivas, que han de ser valoradas porque una de las causas de que sean tan caóticos está en la afectación de estas áreas del cerebro frontal que no han madurado.



“Cuando un hijo imponga una batalla, ganarla o dejarla pasar pero, si se decide entrar en ella, ganarla. Hay tres batallas que hay que evitar: cuando él no quiere comer, cuando insulta y cuando se orina o defeca (todo lo que sale o entra del cuerpo). El no comer o los insultos pueden controlarse mejor con control por puntos (calendario con pegatinas y luego a tantas pegatinas cambiarlas por un vale, no se cuentan las transgresiones, sino los días sin transgresiones; trabajar con este sistema un tipo de transgresión a la vez, por ejemplo: hacer pataletas, insultar, romper cosas, etc.)"

"Si el niño pregunta, cuestiona vuestras decisiones o reclama pidiendo razones, cuidado, no entrar a darles respuestas porque cada vez será más difícil dárselas y el enfado crecerá como la espuma; más bien, pueden responder: “tú sabes la respuesta”, usar el humor o devolverle la pregunta: “a ver, hijo, ¿por qué no puedes ver más T.V?.” (Maryorie Dantagnan)

El resto de pautas, para la tercera y última parte de esta trilogía. Las que nos faltan son: respetar y honrar su historia de vida. Jugar con el niño y tener unos minutos diarios corazón con corazón. Aceptar fundamentalmente a la persona. Trabajar las funciones ejecutivas con permanencia.

Para terminar este post, vamos con la picada. La picada de hoy como diría un chileno, no será como si habláramos cabezas de pescado (expresión que quiere decir hablar por hablar) Al contrario: es muy buena.

La picada de hoy me la envía mi colega -y también perteneciente a la red apega como miembro del equipo docente del Postgrado en traumaterapia sistémica-infantil: Carolina Saavedra. Chilena, psicóloga, imparte (junto con Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan) la docencia del diplomado sobre todo en su país, en la ciudad de Viña del Mar. A todos los profesionales cercanos o con posibilidad de acercarse a esta localidad, interesados/as en formarse en este diplomado para aprender y hacerse con la metodología de trabajo de Barudy y Dantagnan con menores víctimas de traumas provocados por los malos tratos y el abandono, pueden dirigirse a esta página: www.traumaterapiayresiliencia.com

Carolina Saavedra trabaja como psicóloga en la ONG PAICABI. Esta ONG es una corporación sin fines de lucro fundada en 1996 que trabaja en la promoción y defensa de los derechos de la infancia. Actualmente cuenta con 23 Centros de Atención en las regiones de Valparaíso, Coquimbo y del Libertador B. O´Higgins que forman parte de la red del Servicio Nacional de Menores – Chile.

Carolina ha tenido la amabilidad de compartir conmigo –y también con todos vosotros- dos artículos muy interesantes y útiles elaborados por ella.

El primero es un estudio sobre abuso sexual infantil. El objetivo del estudio fue describir las características del abuso en función de la forma en que éste ha sido develado (detección vs. revelación) y de su latencia (temprana, intermedia o tardía)


El segundo es una caracterización sobre un tema poco estudiado: casos de abuso sexual infantil perpetrados por figuras adultas femeninas. Este documento aborda el trabajo con niños y niñas que fueron víctima de abuso sexual ejercido por figuras adultas femeninas, tema que comienza a tensionar las acciones interventivas en el ámbito proteccional, percibiéndose la invisibilidad de este fenómeno en la matriz institucional y en la comunidad, lo que hace necesaria una revisión de las formas de enfrentamiento técnico y ético de estas situaciones.


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