lunes, 16 de abril de 2018

El camino en adopción del "no merezco ser amado" a "creo que alguien por fin entiende lo que siento": Relato de una psicóloga en continuo aprendizaje, por Charo Blanco Guerrero, psicóloga y traumaterapeuta.


Diez meses, diez firmas III

Profesional invitada en el mes de abril de 2018: 

Charo Blanco Guerrero


Título de su artículo: 

"El camino en adopción del "no merezco ser amado" a "creo que por fin entiende lo que siento": Relato de una psicóloga en continuo aprendizaje.



Conocí a Charo Blanco en Barcelona. Dos colegas (un donostiarra y una sevillana) se conocen en Catalunya, así es nuestro mundo hoy en día, tan cercano como que sólo nos separa físicamente la distancia que hay en el pasillo de un avión. Ella estaba cursando el Postgrado en Traumaterapia Infanto-juvenil Sistémica de Barudy y Dantagnan, la promoción Apega 4 (2010-11), hace ya unos años. Tuve la inmensa dicha y suerte de ser elegido docente de este Postgrado y con ello la dicha también de conocer a Charo, alumna en aquel momento. Muchos/as de los profesionales de la red apega le conocéis porque habréis coincidido con ella en alguno de los encuentros que organizamos. Cuando le veo, siento que tenemos recorridos similares: ambos con trayectorias formativas y profesionales, previas a la Traumaterapia de Barudy y Dantagnan, que descubrimos en la misma el modelo integrador, con una nueva mirada comprensiva y adaptada al sufrimiento que los menores siempre expresan mediante lo que el mundo adulto ha denominado psicopatología. Charo Blanco terminó su formación en Traumaterapia y ahora ha sido elegida -como yo lo fui en su día- para coordinar la primera promoción de profesionales de la Red apega en Andalucía, concretamente en esa bella ciudad de la Costa del Sol que es Málaga. Compartimos, pues, también la apasionante aventura de acompañar y descubrir a otros/as que como nosotros en su día, empiezan a transitar por la formación de Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan.

Cuando estoy con Charo Blanco siento tranquilidad, es una mujer cálida y serena. Estas cualidades, junto con su amplia formación y experiencia profesionales, le acompañan para atender y tratar a los niños y jóvenes (y sus familias) en su Centro Concilia, en Málaga, donde se ha especializado en el tratamiento, desde el modelo de la psicotraumaterapia, de menores adoptados y que acarrean a sus espaldas la pesada carga del maltrato sufrido en sus lugares de origen. No sólo serenidad y tranquilidad son necesarias en nuestro trabajo, por eso Charo en este artículo nos propone la extrema necesidad de que el niño experimente que al fin es experimentado por un adulto que ve y siente su mente. Ese el camino en adopción y acogimiento familiar que Charo nos propone en este sentido artículo.

Cuando le propuse a Charo Blanco, psicóloga, escribir para Buenos tratos reaccionó (el primer impulso) inmediatamente con un "sí, me encantaría" Por eso, y por muchas cosas más, le agradezco enormemente su colaboración, generosa y desinteresada, como la de todos/as los y las profesionales que dedicáis vuestro tiempo y sabiduría en participar en "Diez meses, diez firmas" Mil gracias, Charo, por formar parte del ilustre elenco de profesionales colaboradores/as de Buenos tratos.


Charo Blanco Guerrero. Soy Charo Blanco psicóloga y terapeuta infantil y empecé a trabajar en el mundo de la adopción en el año 1999. Me atrajo mucho todo el proceso de las familias en sus diferentes etapas, desde el inicio hasta concretar sus expectativas y deseos de ser padres. En la fase previa a la llegada de los niños, acompañaba a estas familias en la etapa de valoración para obtener su idoneidad, pero lo que me hizo adentrarme más en este mundo fue ir descubriendo poco a poco, las dificultades que presentaban estos niños a su llegada. En un índice elevado de casos incluso aquellos que habían sido adoptados de bebés, tenían retraso en diferentes áreas, trastornos de conducta y de vinculación etc. etc. Durante mucho tiempo mantuve en mi cabeza el error de que si no había recuerdos, no debía haber traumas ni sintomatología del mismo y decidí profundizar en mi formación hasta que realicé el Diplomado en Traumaterapia Infanto-juvenil Sistémica en el Centro IFIV de Barcelona, donde conocí a las personas de las que más he aprendido en este campo: Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan. Hasta tal punto que cambié mi trayectoria profesional y decidí trabajar en la intervención clínica, y actualmente dirijo el Centro Concilia en Málaga, especializado en niños y familias adoptivas y menores con graves trastornos de conducta.

No puedo dejar de comenzar este relato sin repetir algo que ya otros colegas escribieron al participar en este magnífico blog: Cuando José Luis te pide que escribas en su blog sientes un enorme orgullo y una enorme responsabilidad por estar a la altura. Supongo que es ese miedo escénico que creo que debe acompañar a las personas prudentes que nos dedicamos a profesiones “delicadas” como la nuestra.

Por un lado, piensas que es interesante poder compartir tu experiencia y “tu sentir” en este trabajo tan apasionante que llevas a cabo con niños y adolescentes y familias marcadas por la adversidad. Pero por otro lado piensas: "¿acerca de qué puedo sentarme a escribir que no suene repetitivo, que aporte algo y que refleje mis verdaderas emociones siempre que me refiero a algo que atañe a estas personas?" Se necesita valor para ello, el mismo valor que ellos demuestran en esa entrañable sala de terapia llamada Sala de Valientes cuando comparten su dolor con una desconocida. 

Voy a tomar su ejemplo y a armarme de valor para poder escribir desde la experiencia, pero sobre todo desde el corazón, que es el que debe dictar nuestros mejores relatos.

Cuando una personita o persona, entendiendo esta distinción únicamente por un criterio cronológico de edad, entra por primera vez en mi  Sala de Valientes, parto de la premisa de que no quiere venir, viene a un sitio desconocido a hablar con una desconocida sobre temas que no desea compartir con casi nadie y que no desearía recordar nunca más. 


Charo Blanco con nuestro querido Jorge Barudy en la Sala de Valientes
del Centro Concilia en Málaga.

Intento descubrir en sus ojos si hay miedo o tristeza y casi siempre descubro una mezcla de ambas, pero también en la mayoría de los casos descubro con gozo una necesidad de ayuda, de ser escuchados. Y digo con gozo porque eso es lo que me da la fuerza para intentar no ver las estrategias ni las máscaras que han elaborado para disimular esa tristeza y ese dolor, y descubrir las causas de por qué muchos de ellos decidieron hace tiempo no confiar en nadie. Ganar esa confianza es desde ese momento mi hoja de ruta.

Mucho se ha hablado de la empatía como cualidad necesaria y obligada para poder trabajar en profesiones asistenciales, pero a veces la capacidad empática no es suficiente para poder entender el daño que debe haber sufrido alguien para lanzar, con su conducta, un mensaje tan contradictorio a lo que verdaderamente siente. Si tienes frente a ti a una persona que intenta poner todas las barreras posibles para que llegues a ella, y si rechaza abiertamente tu ayuda y se niega a abordar todo aquello que le produjo tanto daño, es fácil tomar distancia y llegar a la conclusión de que nada puedes hacer por alguien que se está ahogando, pero no quiere agarrarse a un salvavidas.

Los padres, profesores, amigos, hijos, parejas de personas dañadas por un pasado traumático tienen que descifrar diariamente un mensaje que les dice “aléjate de mí porque no te necesito” y codificarlo en forma de “no sé cómo pedir esa ayuda que tanto necesito y no sé cómo volver a confiar en los demás”. Por eso es imprescindible algo más que la capacidad de empatizar con ellos para permanecer a su lado y ponerse un chubasquero ante sus palabras o actos que sólo buscan confirmar su visión negativa del mundo y tenderles la mano cuando se rompen y muestran su fragilidad.

Cuando empecé a conocer el concepto de Mentalización, leyendo a Peter Fonagy, descubrí que complementaba y amplificaba la capacidad empática que debe tener un terapeuta, que debe ver más allá de las palabras y de los actos y encontré una herramienta útil para explorar mejor dentro de mí, aquellas cualidades con las que contribuir a mitigar el dolor de estas personas. 

Cuando trabajas con alguien en terapia y percibes el dolor en su mirada, en sus palabras, en sus representaciones, en lo que no dice y en lo que evita, es necesario llegar más allá de esa percepción y esa suposición del daño y la huella que han debido dejar todos aquellos actos terribles a los que fue sometido. Es necesario interpretar que tras su conducta existen unas necesidades, unos deseos, unos sentimientos y unas creencias que son las que organizan y a veces desorganizan todo ese entramado de señales y mensajes con los que se maneja en las relaciones interpersonales. 


"No sé cómo pedir esa ayuda que tanto necesito".
"No sé cómo volver a confiar en los demás”
.

En definitiva, esta sería una buena aproximación al concepto de Mentalización: la capacidad de percibir e interpretar el comportamiento del otro en relación con los estados mentales intencionales, es decir, inferir que detrás de ese comportamiento existen necesidades, deseos, sentimientos y creencias aunque no se hagan explícitas. Y es aquí donde radica la complejidad del trabajo terapéutico.

Las experiencias emocionales adversas en el seno de relaciones traumáticas son las que determinan que las relaciones posteriores de estas personas sean en muchos casos complicadas y desreguladas. 

Los trastornos de apego tienen su origen en el seno de las relaciones con personas significativas, por eso en los casos de niños adoptados con los que más trabajo, donde más dificultades encuentro es en la creación del vínculo con la nueva familia. Mucho se ha escrito ya acerca de que los niños adoptados han interiorizado en un porcentaje elevado de casos, un modelo interno de sí mismos como no merecedores de amor puesto que las personas que debían haberle cuidado, le maltrataron o simplemente renunciaron a ejercer como padres. 

En muchas ocasiones escucho decir sobre todo a adolescentes adoptados, que sus padres no les entienden y que la relación entre ellos no funciona, manteniendo el fantasma de que, con los otros padres, a los que en ocasiones se refieren como “padres verdaderos” sería diferente, a pesar de mantener la percepción de que les abandonaron. Es una contradicción emocional y unos sentimientos difíciles de manejar. En una sola cabeza no pueden caber dos madres y dos padres a los que se les atribuyen intencionalidades tan diferentes, y desgraciadamente esta es la paradoja de estos niños, que luchan contra sus propios sentimientos y casi siempre en silencio. El conflicto de lealtad hacia su nueva familia no les permite verbalizar estos pensamientos y estos recuerdos. En los casos de adversidad temprana el niño desarrolla una vivencia de sí mismo y se experimenta como alguien menos válido, menos digno de amor, a veces sienten que las demás personas de su entorno no les ven, a veces se sienten invisibles. 



"Tras su conducta existen unas necesidades, unos deseos, unos sentimientos y unas creencias
que son las que organizan y a veces desorganizan todo ese entramado de señales y mensajes
con los que se maneja en las relaciones interpersonales". (Charo Blanco, psicóloga) 

Me viene a la mente el caso de una chica que fue adoptada a los 7 años y a sus 18 años me decía: “yo recuerdo perfectamente a mi abuela y a mi hermana, iba a menudo a su casa en vacaciones y mantuvimos el contacto hasta pocos días antes de venirme de Rusia, creo que todavía las quiero pero al principio de llegar a mi nueva familia, cuando hablaba de ellas, veía tristeza en la cara de mi madre y poco a poco dejamos de hablar de eso”. En la Sala de Valientes, a mí me correspondió la tarea de acompañarle por esos recuerdos que había intentado enterrar y que en el presente eran el objeto de su tristeza y de su falta de expectativas en las relaciones en general. Ella hizo un trabajo maravilloso en el que pudo explicar a su madre lo importante que era para ella mantener en su mente, en su historia de vida, a aquellas personas que un día formaron parte de ella y manifestó su deseo de volver a aquellos lugares con más o menos posibilidades de encontrarse con ellas. Desde entonces su madre también intenta acompañarla en ese camino.

Esa comprensión que debe ser moldeada en estas personas sobre ellos mismos y sobre los demás, se ve gravemente comprometida por el daño infligido sobre ellos. Difícil paradoja también la de intentar comprender que hay en la mente de los adultos y cuales son sus sentimientos, si a ellos mismos no se les ayudó a identificar sus propias necesidades, ni fueron satisfechas. Obviamente no fueron objeto de la aceptación, protección y comprensión para su posterior autonomía y confianza. Las incompetencias parentales impidieron a ese niño ser objeto de aprobación y de seguridad, esas que buscarán incansablemente en las relaciones posteriores, no sólo en su grupo de iguales sino sobre todo y principalmente en sus padres. 

Por eso me encuentro a veces que muchos de los niños adoptados con los que trabajo se han adaptado perfectamente a las necesidades de los adultos y han desarrollado una “personalidad como si” o un “falso Yo” al que se refiere magistralmente Alice Miller en su libro “El drama del niño dotado”. Han desplegado una conducta que muestra sólo lo que se espera o se desea de ellos, han aprendido a captar señales inconscientes de las necesidades del otro, puesto que esto les asegura el amor y la permanencia de sus padres. Esto tiene un precio en sus relaciones posteriores y es un trastorno en su forma de vincularse, queriendo satisfacer con personas sustitutorias las necesidades no satisfechas en la infancia. 

El niño aprende a reprimir sus sentimientos propios, tanto de amor como de fracasos e inseguridad, pero posteriormente aparecerán mecanismos de defensa que habrá que descifrar durante la terapia. Esto evitará una dependencia insana y una necesidad de aprobación constante de otras personas.

Volviendo al concepto de Mentalización que va más allá de la empatía como cualidad intrínseca al terapeuta, nos referíamos a la capacidad de interpretar estados mentales y todas las emociones que subyacen detrás de una conducta. Por eso si somos conscientes de las estrategias que una persona dañada es capaz de desarrollar para encapsular de alguna manera todas aquellas vivencias, seremos conscientes aún más de la necesidad de no realizar inferencias que puedan dar lugar a errores porque pueden situarnos en una postura inquisitiva o enjuiciadora. 


"Representar y percibir las necesidades de ese niño, porque nadie antes lo hizo"
(Charo Blanco, psicóloga)

No podemos quedarnos en las palabras o en las conductas manifestadas porque a veces pueden provocar distancia entre el paciente y el terapeuta, debemos estar situados en una posición de total aceptación y disponibilidad para conocer esas experiencias, pero también debemos manejar bien el binomio entre lo cognitivo y lo afectivo porque somos seres humanos con nuestras vivencias y con un pasado propios, que no deben servir nunca para proyectar en las experiencias ajenas, aquellos recursos que a nosotros nos sirvieron y que nos han ayudado a llegar a nuestro presente, a nuestra profesión de facilitadores, de terapeutas. Precisamente estas personas con las que trabajamos, no tuvieron a adultos disponibles que pudieran interpretar el estado mental del niño que fueron, y ese, entiendo yo, es el papel que nos toca “representar” y nunca este término fue más acertado, en la Sala de Valientes: Representar y percibir las necesidades de ese niño, porque nadie antes lo hizo.

Nunca me he referido por escrito a este caso, pero reconozco que hay un antes y un después en mi vida tanto personal como laboral, cuando tuve la oportunidad de comenzar a trabajar con una niña adoptada de 12 años que había sufrido abusos sexuales por parte de su padre biológico hasta los 6 años que fue retirada. Aún me cuesta recordar detalles de aquella sesión en la que en la casa de muñecas y con todo lujo de detalles me explicaba que era lo que ocurría en esa habitación, cuando sus padres ebrios discutían y a veces mantenían relaciones en su presencia y otras veces, si la madre se dormía, su padre entraba en su habitación y abusaba de ella. Para describir las emociones y los pensamientos que en esos momentos me inundaban necesitaría espacio y tiempo, pero creo que son obvios. Me costaba contenerme, mantenerme firme y poder asumir que tenía a una criatura que había sufrido algo atroz, que relataba como si estuviera contando una historia que no tuviera que ver con ella y que sobre todo escrutaba mi mirada ante su relato, con lo cual yo debía sostener la conexión con ella en todo momento. 

Necesité varios días para reponerme de aquella sesión y del esfuerzo que tuve que hacer para no abrazarla y echarme a llorar con ella. Pero nunca olvidaré su mirada que no apartaba de la mía como buscando algo que en ese momento yo no entendía bien, que se podía intuir como la necesidad de comprensión, solidaridad, afecto… o todo ello unido y al final cuando me preguntó si yo conocía a otra niña que le hubiera pasado lo mismo, entendí la tremenda soledad que debía haber sentido no ya durante esos momentos tan terribles, sino posteriormente cuando percibía que nadie podría entender lo que le había ocurrido y pensaba que no debía hablar de ello. 

Al poner título a este artículo y al comenzar a escribir no podía apartar a esta niña de mi cabeza y concluí que había recorrido con ella un camino duro y tortuoso, pero que ella además de sentirse liberada de la carga que llevaba a modo de recuerdos y de culpabilidad callados, sentía que había alguien que podía entender lo que le había ocurrido, por primera vez y en palabras de Daniel Siegel “se sentía sentida” y entonces este post también cobró forma y sentido.

Entendí entonces que la persona que está en la Sala de Valientes necesita de mí algo más allá de la empatía, más allá de la mentalización que me permita adivinar cuales son sus “buenas razones” para comportarse o manejar así su vida. Necesita que yo esté disponible y con conciencia plena en la realidad, en su realidad y que muestre mi aceptación, respeto y disponibilidad más absoluta hacia su historia, hacia su persona. Algo que le negaron cuando más lo necesitaba las personas a las que más necesitaba: sus padres.

6 comentarios:

gema dijo...

Interesantísimo artículo, Charo. A la vez que leo me parece estar escuchándote. Te agradezco tu generosidad por el enfoque tan personal y enriquecedor que le has dado. Me siento inmensamente feliz de la oportunidad que se nos ha brindado a todos los Apega Málaga de empezar a emprender este apasionante camino formativo, dónde tanto recibimos y dónde tan acogidos nos sentimos en ese precioso Centro Concilia. Besos.

Anónimo dijo...

Cómo se nota que la terapia la pagan los adoptantes eh...
Se os ve el plumero!!

Luis Crespo dijo...

Como podemos contactar con Charo. Somos padres de un hijo biológico y dos hijas adoptadas de 12 y 7 años. Me encantaría alguna forma de contactar por mail, o redes sociales. Ocupamos algún tipo de orientación. Muchas gracias

Luis Crespo dijo...

Nos gustaría contactar con Charo. Somos padres de un hijo biológico y dos hijas adoptadas de 12 y 7 años. Siento que ocupamos algún tipo de orientación. Gracias.

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Hola Luis, para contactar con Charo escríbele a su mail:
charoblanco13@gmail.com
Saludos, JL

Moralito dijo...

Accede a la página web www.centroconcilia.es y allí hay un formulario de contacto