lunes, 4 de julio de 2011

Las cuatro consecuencias para el cerebro de los niños cuando se enfrentan al procesamiento del trauma

Hace mucho tiempo que no hablo específicamente del trauma esto es, sucesos que ponen en riesgo -son una amenaza- la integridad física y psicológica de los niños. No sólo no se satisfacen sus necesidades sino que su vida se pone en peligro y en claro riesgo para desarrollar una personalidad integrada. La mente en desarrollo debe de crecer atendiendo siempre a una amenaza que puede sobrevenir. No nos referimos sólo a sucesos puntuales sino a acontecimientos de naturaleza muy estresante que se repiten durante tiempo prolongado con una alta frecuencia. Por ejemplo, el niño que tiene que defender a su madre de las palizas que el padre, ebrio, le propina diariamente. O el niño que debe de defenderse él mismo de esas palizas. O los niños que han sido castigados duramente (con golpes, zapatillas e incluso con quemaduras…); o encerrados y aislados en cuartos oscuros en los centros de acogida de su país de origen (esto lo he sabido por boca de algunos niños que siguen tratamiento conmigo. No quiero decir que suceda en todos los centros. Lo aclaro.) Son niños que han padecido lo que se denomina trauma crónico.

Siguiendo a Ziegler en su libro "Traumatic experience and the brain" (2002)*, "...la cuestión no sólo es cómo el cerebro reacciona ante la negligencia (como una amenaza a la supervivencia) sino también qué es lo que el cerebro no está haciendo cuando está preocupado por sobrevivir. Con una central preocupación en la supervivencia, todas las demás experiencias son poco menos que importantes o más bien enteramente irrelevantes" Por lo tanto, los menores traumatizados no pueden hacer otra cosa que centrar toda su energía en sobrevivir, quedando el resto de áreas del desarrollo sin estimular, con consecuencias en la socialización, el aprendizaje…

"Hay cuatro consecuencias para el cerebro cuando se enfrenta al procesamiento de la negligencia y/o el abuso: adaptación, fijación, sensibilización y sobre-activación/deprivación" (Ziegler, 2002)

"Primero, el niño/a trata de adaptarse al trauma. Pero la ironía fundamental de las respuestas cerebrales al trauma es que lo que promueve la supervivencia tempranamente llega a ser el mayor impedimento para un funcionamiento completo después del hecho traumático (por ejemplo, el escape o la conducta agresiva)" Después, cuando estos niños son acogidos o adoptados, pueden presentar esas mismas respuestas y será un gran impedimento, en efecto, para un buen funcionamiento. Si el abordaje disciplinario cuando presenta conductas negativas es el castigo (quitarle paga o dejarle sin salir, por ejemplo), el niño puede revivir la misma sensación de amenaza que vivió antes: recuerda sin tener conciencia de recuerdo y sus reacciones son las mismas que se gestaron en el contexto traumático: huir o atacar.

"Después, el niño/a queda fijado al trauma: resumidamente, cuanto más duradero es el trauma y cuanto más intenso es, con más fuerza se imprime dentro del cerebro"

Dice Ziegler (2002) que "cuando ya se ha sensibilizado al mismo, el cerebro del niño traumatizado conoce exactamente lo que es el terror; esto es una experiencia que ha sido codificada dentro de los patrones neuronales. La experiencia de terror se fija o se imprime como una autopista dentro del cerebro debido a las conexiones relativas a la supervivencia"

"Y, finalmente, la última consecuencia: la sobreactivación/deprivación: las actividades de adaptación, fijación y sensibilización producen sobre-activación del cerebro a través de la recepción hecha mediante los receptores sensoriales. Los pequeños sucesos llegan a ser grandes; las experiencias potencialmente positivas son percibidas y procesadas como negativas" Este es uno de los grandes problemas en el trato diario con los niños traumatizados: interpretan desconfiadamente las intenciones de los demás y necesitan tomar el control de las relaciones.

"No sólo se genera un problema de sobre-activación sino que también se produce la deprivación. Mientras el cerebro está procesando las experiencias del mundo de un modo que le facilite la adaptación a la amenaza real o percibida, el cerebro no está disponible para lo que debería estar haciendo (periodo crítico para el desarrollo neurobiológico)" Es por ello por lo que, por ejemplo, estudiar, acceder al aprendizaje escolar, es una experiencia para la cual estos niños no han sido preparados mentalmente. A veces, ni la entienden. Se les etiqueta de vagos, perezosos, desinteresados... y desarrollan un autoconcepto negativo como consecuencia de estas etiquetas. Además, es muy posible que presenten distintos tipos de retraso en el desarrollo de habilidades para el aprendizaje como consecuencia de la deprivación de la que habla Ziegler y, por lo tanto, el aprendizaje convertirse para ellos en una ardua tarea. Del mismo modo, su cerebro no ha sido preparado para la empatía y la reciprocidad social, por lo que la socialización o está disminuida o es problemática.

"Cuando el cerebro está primariamente respondiendo a las tareas de supervivencia, habilidades como la resolución de problemas, la responsividad social y la comprensión de las motivaciones de los otros son a menudo ignoradas. Cuando el cerebro está ocupado trabajando en la supervivencia primaria en sus zonas más inferiores, no está desarrollando las más sofisticadas habilidades en sus zonas más superiores. Esta es una razón por la que el nivel emocional de muchos niños seriamente traumatizados puede estar secuestrado todo el tiempo en los momentos iniciales del trauma" Esta incomprensión de las motivaciones de los demás se constituye en un auténtico problema de convivencia con los padres y educadores, pues parecería que los niños y jóvenes se desconectaran de las intenciones, sentimientos... de los demás; y así lo hacen porque fue una manera de no ser dañados en el pasado. Pero ahora, cuando reviven el trauma o un estímulo que lo desencadene, actúan igual y su respuesta no les vale pues genera desadaptación.

Por ejemplo, un adolescente que no tiene control sobre los estados fisiológicos (alimentación) porque padeció un extremo abandono en un centro de acogida de un país del Este de Europa. Come en exceso y cuando siente ansiedad, también. Incluso se apropia de comida por las noches cuando sus padres duermen. Los padres hacen una interpretación de este problema como la de un ladrón, sin entender ni aceptar que fue una respuesta de supervivencia al trauma (aprendió a robar comida por las noches porque se moría literalmente de hambre) Ahora, en su casa, cuando siente hambre o sensación de hambre o ansiedad por algún motivo, o se obsesiona con que no van a tener comida, la coge por las noches. Revive lo ocurrido y actúa de acuerdo a una tendencia fija de supervivencia en un cerebro sensibilizado.

¿Qué podemos hacer? La verdad es que son casos graves que pueden ir mejorando con el tiempo y el trabajo de toda una red implicada. Cuanto más tempranas y más duraderas han sido las vivencias traumáticas, hemos de pensar que más va a costar ir modificando las respuestas del niño o del joven que ahora son inadaptadas pero que en su tiempo y lugar fueron adaptadas. Es posible que el niño o el joven desarrolle nuevas conductas, pero las primitivas, aunque pueden ir disminuyendo, quedarán en el repertorio por el valor de supervivencia que tuvieron.

El tratamiento psicológico es fundamental para que el niño o el joven desarrollen una visión resiliente de sus problemas: ha padecido un trauma y él ahora tiene que luchar contra una serie de tendencias que no le están ayudando en su actual contexto de vida. Pero poniendo el énfasis en que él es el héroe de una historia y en la visión del afrontamiento y la superación que intentan día a día. Porque es verdad que lo intentan. Pero, a veces, tengo la sensación de que los padres hablan de lo que no ha conseguido y apenas resaltan lo que han logrado. A estos chicos y chicas se les anima e incentiva escasamente.

Además, hay que trabajar –lo primero- en la terapia y fuera de ella recursos regulatorios, enseñarles a manejar esa ansiedad que les queda –inconscientemente- de que “algo va a pasar”; “algo me amenaza”; “algo me falta”, etc. Y también recursos de regulación de su actividad fisiológica y emocional. Paralelamente, el tratamiento debe incidir en la elaboración de las experiencias traumáticas y en la integración de las mismas: no olvidemos que aunque suframos los problemas de desadaptación de los chicos y chicas traumatizados, los primeros que sufren y sufrieron son ellos/as. El establecimiento de una relación de confianza con el terapeuta es la clave de todo el proceso: muchos no pueden confiar en nadie porque les dañaron desde muy niños las personas de las cuales nunca te esperarías eso: tus propios padres o cuidadores. Pensad en esto (padres, educadores, profesores… que seguís este blog) durante unos minutos. Pensad que vuestro padre o madre os traiciona en forma de agresión física, emocional o sexual. ¿Qué sentís? ¿Qué sentirán ellos cuando lo han vivido durante muchos años y de una manera intensa? Esto os ayudará a comprenderles y tener paciencia con ellos.

Es necesario desarrollar el punto de vista de que las conductas negativas de los niños provienen o son respuestas al trauma temprano. Si no reciben una interpretación empática por parte de sus cuidadores y éstos inciden en lecturas que abundan en crear un autoconcepto negativo, la evolución será, probablemente, a peor. Esto no está reñido con poner una estructura normativa flexible, con generar motivación para que superen las respuestas desadaptadas (huida, agresión bloqueos…) ni con la firmeza necesaria para contenerles cuando lo necesiten. Pero una contención que consiga calmarles cuando se excitan o hiperactivan; no frenarles con castigos o nuevas amenazas que realmente retroalimentan lo que ya vivieron, no son eficaces, interfieren en el vínculo y les retraumatiza y saca lo peor de ellos mismos.

*ZIEGLER, D. (2002). Traumatic experience and the brain. Phoenix: Arizona Acacia Publishing.

9 comentarios:

Elena dijo...

Gracias Jose Luis por esta entrada. Has sabido poner en palabras todo lo que algunos sabemos pero que es difícil de resumir tan adecuadamente.
Tan solo una pregunta: cuando el trauma es el abandono al nacer y la institucionalización hasta el año y medio de vida, como en el caso de nuestro hijo, ¿es normal que tras más de cinco años de su adopción y un apego aparentemente sano en nuestra familia, sigan existiendo esas conductas desadaptadas y esos bloqueos emocionales en ciertas circunstancias?, ¿se quitarán alguna vez?. Gracias de nuevo.

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Hola Elena: Me satisface saber que llego a las personas y transmito los textos de tal manera que recogen lo que vivís con vuestros hijos.

Respecto a la pregunta, sin conocer las experiencias concretas que el niño vivió en ese año y medio es dificil saberlo con exactitud. Pero me hablas de un abandono y una institucionalización en una etapa en la que la formación de un apego centrado y un vínculo selectivo son cruciales para un posterior desarrollo autorregulatorio emocional y en otras áreas. Depende mucho de cómo fueran los cuidados en esa institución: cuántos cuidadores por niño y si la satisfacción de sus necesidades se hizo de manera suficientemente sensible y empática (los cuidadores eran competentes). A veces, en las instituciones, disponen de escaso personal y esa satisfacción se demora o se hace de una manera mecánica. A veces, se se dan los cuidados de calidad. Otras veces, los cuidados han sido de baja calidad (escasa estimulación, abandono e incluso pautas maltratantes)El tiempo de institucionalización de tu hijo no fue demasiado largo pero sí en una etapa importante. De todos modos, los rasgos y las características del niño en cuanto a cómo fue su apego nos ofrecen una primera previsión que luego es posible ir modificando con el tiempo y las experiencias positivas posteriores. Pero creo que sí es posible que esos rasgos (conductas desadaptadas, bloqueos...) de los que hablas se asocien a esa etapa. Lo que se engrana en el cerebro del niño en ese período tiene valor de supervivencia y cuesta a veces tiempo instalar nuevas reacciones, respuestas y capacidades autorregulatorias y conductuales más calmadas, tranquilas, planificadas o la superación de los bloqueos... Aunque haya pasado tiempo después de la adopción, es bastante frecuente que perduren. Tengo la impresión -por mi trabajo en terapia- que estos niños necesitan más tiempo y experiencias que vayan favoreciendo una madurez y una reparación. En este sentido, te recomiendo el libro "El amor maternal" porque en el mismo se expone de maravilla y con claridad la importancia que ese primer año tiene. Pero como dice la profesora Lafuente en el libro "Vinculaciones afectivas" no hay que ser deterministas: es una primera previsión que no determina al menos como único factor. Genes, experiencias (apego) y temperamento interactúan. Lo que observo es que con la edad van mejorando mucho pero siempre hemos de pensar que su recorrido madurativo es más lento, a su ritmo y posibilidades. Saludos cordiales

José Luis

Beatriz dijo...

Hola José Luis:

Gracias por tu entrada tan exhaustiva y completa. A los padres nos ayuda mucho a ordenar y entender todo lo que vemos en el día a día con nuestros hijos; siempre me queda la tristeza de ver que socialmente se les niega la posibilidad de experimentar y expresar su dolor (a veces, incluso se les "exige" alegría y gratitud ?!) y que el entorno no les comprende ni a ellos ni a nosotros.

Respecto a una cosa que dices, me gustaría hacerte una pregunta: ¿cómo ayudarles a manejar esa ansiedad de que algo les falta o algo les amenaza y a regular su actividad fisiológica (ansiedad en las comidas) y emocional? Además de mostrar empatía, poner palabras a lo que sienten, utilizar la narrativa... ¿qué más podemos hacer?

Un millón de gracias y un saludo.

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Hola Beatriz: Gracias a ti. Estoy de acuerdo en que no se les permite expresar su dolor sino que más bien parece que existe un clima social en la línea de que deben estar contentos y expresar su agradecimiento, tan dañino porque a los demás no se nos exige eso. ¿Por qué a ellos sí? Es indignante.

Sobre cómo ayudarles a regular la ansiedad y los estados internos, evidentemente lleva un tiempo un reaprendizaje. El cerebro recuerda la carencia y emite respuestas que le impelen a desear. Una manera es enseñar a los niños a que observen su cuerpo (esto les cuesta mucho, pero con juegos, poco a poco, se va logrando; es un trabajo a largo plazo en el que no hay que tener prisa, todo lo contrario, pues la prisa es mala para esto y para todo en la vida) y cómo se manifiestan las emociones en el mismo. ¿El miedo, dónde lo sentimos? ¿El ansiedad, cómo la definimos, dónde la sientes tú cuando quieres comer más? Enseñarles a diferenciar entre hambre y ansiedad, estas señales se confunden. ¿La alegría, dónde la sientes? Y así con todas las emociones. Que atiendan a las mismas durante un rato, y que se fijen conscientemente en ellas. Después, otra manera de enseñarles a regularse en respirar, notar cómo cambia el cuerpo cuando se respira (por ejemplo, poniendo un balón en la tripa y notando los cambios cuando se inspira y se expira) Y, finalmente, la tarea de los padres: ayudar mediante una función reflexiva, sin perder el control emocional nosotros. Con palabras que reflejen cómo se siente y que le tranquilicen. Regulándole con las mismas. Para que el adulto actúe como regulador del niño hay que haber hecho un proceso de vinculación positiva con el niño y desde luego ser un adulto tranquilo y equilibrado. Son sólo unas pinceladas que espero te ayuden un poco. Saludos muy cordiales, José Luis

Beatriz dijo...

¡Muchas gracias, José Luis! Sí, la verdad es que me ayuda un montón. Creo que el vínculo entre mi hija y nosotros es razonablemente bueno y que somos equilibrados, pacientes, no solemos perder los papeles fácilmente... pero, además de que a veces se agota el ánimo, también se agotan las ideas y las que tú aportas me ofrecen enfoques novedosos, que siempre es interesante para todos.

Ahora que comentas de emociones, en casa tenemos unos libros muy muy sencillitos que a nosotros nos han ayudado. Es una colección de SM que se llama "Cuando me siento..." y exploran sentimientos como el miedo, el enfado, los celos, la tristeza, la soledad, la alegría, el amor... Su autor es Trace Moroney.

Gracias nuevamente. Un cordial saludo, Beatriz

Macarena Recasens dijo...

Hola Jose Luis, enhorabuena por este blog de calidad. He leído el libro de Sue Gerhardt, y me ha fascinado. Lo volveré a leer despacio porque está tan lleno de conceptos importantes que necesito segunda lectura. Una maravilla. En mi próxima vida quiero ser psicóloga infantil; mientras tanto me nutro de los conocimientos de expertos en este tema , con todo mi respeto y admiración.

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Hola Macarena: La verdad es que comparto contigo que el libro de Sue Gerhardt es una gozada para quienes gustamos de estos temas. En efecto, nos nutrimos de estos expertos para ir aprendiendo. Por cierto, que no tienes por qué esperar a tu próxima vida para ser psicóloga; ¿por qué no en ésta? Nunca es tarde si la dicha es buena, como dice el refrán. :) Igualmente con todo mi admiración hacia ti. Saludos muy cordiales, José Luis

Anónimo dijo...

Y es posible que haya un trauma por separación cada cierto tiempo de la figura de apego? Si un niño de 2 ó 3 años se separa de su entorno conocido para visitar a su familia paterna desconocida hasta el momento puede haber un trauma? La psicóloga de mi hija dice que lo hay, y que ha desarrollado ansiedad por separación, por eso se porta agresivamente, desobedece, contesta, duerme mal etc. Como se supera? Van pasando los años, ya tiene 11 y seguimos igual. Gracias, es un tema triste y apasionante al mismo tiempo.

Celia.

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Los niños desarrollan lazos afectivos intensos con las personas que les cuidan de una manera permanente, forjando lo que llamamos vínculos de apego. Mantener estos vínculos con esas personas a las que el niño está apegado (la permanencia) es de vital importancia para su desarrollo psicológico. Romper esos lazos, sobre todo a edades tempranas, puede (decimos "puede", no es algo matemático, pero puede suceder) generar un trauma, efectivamente. A la edad de 2-3 años es complicado entender y procesar las separaciones, el niño puede comprender qué es acercarse y alejarse, separarse y reencontrarse de nuevo en breve plazo de tiempo. Pero separase y no volver a ver a quienes se estaba apegado es complicado de elaborar a esa edad. Es una pérdida significativa.

Qué se le dijo al niño entonces y sobre todo cómo se le dijo (tono de voz, gestos, contacto afectivo...), y la calidad del nuevo entorno (¿son personas adultas sensibles?) y cómo se hicieron esas visitas y ese proceso de integración es muy importante, si se hizo con empatía y contención hacia el niño o no, esto influye para que haya más o menos impacto psicológico. La secuela de ansiedad de separación (e incluso podría tener un apego inseguro) que padece puede llevar años de tratamiento pero no es menos cierto que el especialista que le trate debe ser un psicoterapeuta infantil y experto en traumaterapia y trabajar con los adultos que se ocupan del niño.

Espero haber ayudado algo, aunque son pocos datos los que disponemos. Además los comentarios del blog tampoco nos permiten interactividad. Saludos