lunes, 7 de noviembre de 2016

Crecer en una familia de acogida: proveer una base segura a lo largo de la adolescencia (III y final) Y una recomendación bibliográfica: "La adolescencia adelantada. El drama de la niñez perdida", de Fernando Maestre.

Continuamos con la última parte del artículo Crecer en una familia acogedora: proveer una base segura a lo largo de la adolescencia (de los autores Schofield y Beek, 2009) Espero os esté aportando un marco teórico comprensivo útil. Pienso que no se aleja en nada de lo que los profesionales de la Red Apega (formados en el Postgrado de Traumaterapia Infantil-Sistémica de Barudy y Dantagnan) postulamos: que los adolescentes y los jóvenes precisan de la base segura de la familia para seguir proyectándose en el futuro como adultos que han interiorizado una independencia pero con otros (expresión de Maryorie Dantagnan que me ha encantado)

En los posts anteriores enfatizamos precisamente la escasa importancia que tradicionalmente se le ha dado a la familia en la etapa adolescente, pero en especial a la de los adolescentes acogidos. También es importante la familia en etapas más tardías, cuando los jóvenes alcanzan la veintena e incluso más allá. Expusimos el modelo de base segura que comprende, según los autores, de cinco componentes: disponibilidad – sensibilidad – aceptación – cooperación y pertenencia a la familia.

En los post anteriores expusimos cómo los autores conceptualizan estos elementos y -lo que es aún mejor- cómo los han implementado en su estudio con menores y familias de acogida a lo largo de la adolescencia y juventud, y los resultados y experiencias obtenidos. En este post nos quedan por desarrollar los conceptos de Cooperación y Pertenencia a la familia.

Cooperación

Desde temprana edad, refieren Schofield y Beek, los niños aprenden a conocer sus necesidades y cómo éstas impactan en su entorno. Los cuidadores que sintonizan con sus niños tratarán de generar una alianza con éstos y trabajar juntos para resolver los problemas. En este proceso, que viven muchos niños en familias competentes, los padres o cuidadores promoverán la confianza y seguridad en los menores. Aspectos que están en el corazón mismo de la resiliencia y en la capacidad de adaptarse a nuevos retos y exigencias (algo muy difícil para los menores víctimas de malos tratos y que presentan trauma complejo)

Previamente al acogimiento familiar, muchos menores, en sus familias biológicas, experimentaron sentimientos de impotencia o en otros casos, de exceso de poder y dominio, si es que tuvieron que desarrollar los mecanismos de defensa del control y la agresividad en el contexto de abuso. Esto puede ser replicado y revivido en la familia acogedora, en un sistema de cuidados (podéis repasar este artículo sobre apego desorganizado tomando como base la teoría de Liotti para entender más por qué el menor no puede ceder rápido el control al adulto cuidador) en el que se sienten vulnerables respecto a las decisiones que se toman, y actúan de manera destructiva en términos de volverse instigadores a través de la conducta.

Las familias acogedoras deben de ir modificando todo esto enseñando a los menores los beneficios de una adecuada opción (para los pacientes traumatizados siempre se hace necesario devolverles el poder perdido y dejarles hacer –y que aprendan- a hacer opciones, dentro de un marco, claro) y  de la cooperación.

En el estudio llevado a cabo, estos autores trabajaron la cooperación y el fomento de las opciones de manera gradual, en tres fases, según edades también, para construir la auto-eficacia gradualmente. Darles la opción de elegir fue a menudo el punto de partida con los más pequeños; mientras que a los mayores se les ofreció oportunidades de ser efectivos, implicando cierto riesgo, como por ejemplo, permitirles o animarles a caminar desde el colegio a casa para terminar implicándoles en actividades.

Promover la eficacia mediante la cooperación -nos dicen los autores- fue particularmente, un reto con los participantes del estudio. Sobre todo, como ocurre en las otras dimensiones, cuando los jóvenes son menos capaces. Ponen el caso de Charlotte (llegó a la familia acogedora a los 9 años, ahora cuenta con la edad de 17), con quien fueron experimentando un grado de autonomía que fuera apropiado para su edad cronológica pero con la guarda necesaria para estar a salvo y con bienestar. La gestión del dinero había sido un área donde su cuidadora pasó del control a un punto en el que ella era capaz de llevar adelante un rol de automonitoreo, sin que la cuidadora se inmiscuyera, fomentando la autonomía. Para ello, a la edad de 10 Charlotte era incapaz de entender el concepto de valor del dinero y de que las monedas tenían diferente valor según la cantidad. Tampoco asimilaba que comprar una cosa equivalía a que no se podía comprar otra, y otra… Por ello, el control de la cuidadora era mayor. Para la edad de 13, en cambio, su cuidadora le ayudó a tomar decisiones sobre cuánto dinero llevar y cuánto destinar a comprar ropa. A los 17, ella ya tenía interiorizado lo que era guardar el dinero frente a derrocharlo o gastarlo impulsivamente, y hacer opciones buenas en esta área. Las decisiones acerca qué comprar fueron discutidas con su cuidadora en casa, pero las compras fueron hechas independientemente por la joven. Esta autonomía con apoyo (concepto importante para todas las familias acogedoras que tenéis menores en la adolescencia) demostró ser un sistema por pasos exitoso que condujo a la autogestión por parte de la joven.



Las relaciones sexuales que emergen a esta edad necesitan que los cuidadores sean particularmente sensitivos acerca de la libertad y los límites, especialmente para los jóvenes más afectados y dañados en esta área. Una evidencia de la confianza que había sido construida durante años estuvo clara en Lisa y su habilidad para acercarse a su cuidadora y pedirle ayuda sobre cómo manejar las relaciones, particularmente con su novio, quien tenía también dificultades de aprendizaje. Las discusiones entre Lisa y su cuidadora sobre salud sexual y seguridad fueron recurrentes y abiertas. Mientras apoyaba la progresión de Lisa hacia una relación de pareja (o noviazgo), su cuidadora se mostró protectora y se comunicó con los padres del chico para discutir los límites y expectativas acerca de la relación.

Pertenencia a la familia

Me alegra mucho que los autores del estudio aborden esta dimensión porque siempre he sostenido la idea -al acumular ya una experiencia en psicoterapia con menores y familias de acogida- de que la base del éxito de un acogimiento está (por descontado que también en la competencia del cuidador, en su formación y apoyo durante todo el proceso, que es largo) en que los acogedores trabajen con el menor la pertenencia a la familia. La pertenencia a la familia se puede resumir -como me decía una acogedora delante de su hijo acogido- en esto: él es uno más y se le quiere como a uno más, sin establecer diferencias en este sentido. Con independencia de que el menor no quiera o no pueda mostrar aún su felicidad, cariño (menos aún un apego) o necesidad de pertenencia porque aún está bajo la influencia de las representaciones mentales desarrolladas en la relación con sus figuras de apego primarias (padres biológicos, usualmente) y no puede (a nivel mental y cerebral, los menores hacen lo que pueden con lo que tienen, magistral frase de Barudy-Dantagnan, recordémosla), los acogedores lo deben de comprender y no exigirán nada al menor en este sentido, sino que mostrarán su aceptación incondicional, sus cuidados, afecto, normas y límites, con coherencia y consistencia. Trabajo de permanencia, perseverancia y paciencia. Porque no son los acogedores los que deben pedir nada sino que deben de estar dispuestos a dar y a comprender y empatizar. Porque hace falta un recorrido vital para que una persona llegue a elaborar psicológicamente un maltrato y un abandono tempranos por parte de sus padres biológicos, esto es muy doloroso y lleva toda una vida, como digo. Más adelante, en la vida adulta, los que ahora son menores pueden llegar (si trabajan en terapia) a decirnos cosas sorprendentes, cuando ya tienen una visión histórica (y mentalizadora: pueden ver mejor al otro) de sí mismos.



Los autores del artículo coinciden con lo que acabo de expresar: los tiempos de cambio y crisis son oportunidades para el crecimiento. Para muchos jóvenes, una mayor capacidad de pensar en la adolescencia es una oportunidad para reflexionar, hacer inventario y confirmar el compromiso de la familia acogedora. “Mi madre de acogida le dice a todo el mundo que realmente es duro para mí, pero yo no creo que es así. Yo simplemente me siento ahora como en una familia normal. Yo realmente no les miro como algo diferente a un padre y una madre reales. Ellos me han tratado del mismo modo, como una familia normal. Ellos me llevan de vacaciones, de compras…” (María, llega al acogimiento a la edad de 8, en el momento de la investigación tiene 16)

Los acogedores que han nutrido al menor de un sentido de permanencia –prosiguen Schofield y Beek- durante la infancia media, les mostraron al niño un compromiso explícito de seguir en el acogimiento hasta -o más allá de- los 18 años.

Otro asunto referido a la permanencia que abordan los autores, para terminar el artículo, se refiere a los miembros de las familias biológicas. Un buen número de jóvenes del estudio creían que ellos irían o podrían ir a casa (al hogar de la familia biológica) a los 16 o 18 años a pesar de que existiese un plan para un acogimiento permanente. La expectativa de reunificación puede en sí misma causar algunas dificultades para los jóvenes y sus familias biológicas cuando aquéllos se aproximan a los 16-17 años. Algunas veces son los jóvenes los que sienten ansiedad porque ellos se dan cuenta de que no sienten ningún deseo de dejar la familia acogedora y el estilo de vida que ha definido su identidad a lo largo de todos los años desde la infancia. Ellos pueden buscar reaseguración (y de hecho, en mi vida profesional he vivido en los jóvenes esta necesidad de reaseguración), precisar escuchar que pueden quedarse en la familia acogedora.

No perdemos las buenas costumbres y para despedir el post, falta la picada (picá, se pronunciaría en español chileno, me dijo una colega de la red apega, coordinadora del Postgrado de Traumaterapia de Barudy y Dantagnan en Viña del Mar, Carolina Saavedra) La picada de este mes es un libro que ha editado Desclée de Brouwer (gracias al empeño y empuje de la directora de la colección, nuestra querida Loretta Cornejo) titulado: La adolescencia adelantada. El drama de la niñez perdida, y cuyo autor es Fernando Maestre.

El tema es actualmente, de gran interés para muchos padres y familias debido a que la adolescencia se ha adelantado. Fernando Maestre, autor del libro, ha escrito una obra donde nos aproxima a la "comprensión de uno de los más complejos problemas por los que atraviesa la juventud de hoy, cual es la progresiva pérdida anticipada de la niñez, para pasar de modo abrupto a una adolescencia vivida antes de su tiempo natural. El texto trata de explicar las razones por las que los niños de entre 8 y 10 años empiezan a sufrir dicha metamorfosis.

Por lo general los padres, ajenos al verdadero drama social en el que nuestra juventud está inmersa, culpan equivocadamente al niño, pensando que sus anhelos y afanes por llegar pronto a “ser grande” son los causantes de esta aceleración de vida. Sin embargo, en la presente obra, escrita para padres y profesores, se analizarán los factores que intervienen para que un niño en plena edad de la inocencia, de la felicidad de sus ensueños y de la alegría de sus fantasías, renuncie a éstos y pretenda saltar ya a una sexualidad anticipada, a una violencia que no le corresponde o a un desprecio hacia sus padres por demás impropio.

La adolescencia adelantada examina el mundo actual de la juventud, centrado en la hiper-comunicación, Internet, la pornografía, la sexualidad, los abusos, los medios de comunicación y la familia en general. Con un lenguaje profundo pero sencillo, Fernando Maestre se introduce en el mundo dorado de la niñez y propone nuevas perspectivas y varios decálogos para padres con el fin de retrasar la pérdida de la infancia".

El libro trata muy bien el tema, está escrito con rigor pero con un lenguaje accesible para todos. Sus decálogos son muy claros, escritos con la sensibilidad y conocimientos experimentados del autor y pensando en cómo acompañar al niño haciendo un tránsito suave y armónico. Os lo recomiendo cien por cien.

Volveremos a publicar una entrada el 21 de noviembre, con nuestra firma invitada del mes.


Cuidaos / Zaindu

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